Antes de leer:

-Este fic está completo y cuenta con un total de 30 capítulos (que puede variar cuando termine de editar), sin embargo el resto de capítulos están en edición y se irán subiendo a medida que los vaya editando. Podéis encontrar la primera "versión" del fic en Wattpad.

-Slow-burn, es decir, el romance tiene un desarrollo lento, si no es lo que buscas ya sabes qué hacer.

-Draco-centric. Independientemente de que sea un dramione y se traten otros temas, el fic está centrado en el personaje de Draco Malfoy y su evolución a lo largo de la historia.

-A las que están leyendo por primera vez, espero que disfrutéis de Redención y no os decepcione la historia.

-A las que ya lo han leído y les llegó la notificación, lo siento por las molestias que pueda ocasionar, pero seguramente suba un capítulo editado cada mil años así que...


Para LyraDarcyFoy.


Recomendación musical: The 7th sense de NCT U.


«No sirve de nada retroceder hasta ayer porque yo era una persona diferente entonces».

[Lewis Carroll]


Capítulo IV.

Londres había amanecido esa mañana con las nubes encapotando el cielo y con una ligera llovizna que no dejaba de descender ni por un segundo, humedeciendo las calles y enfriando el ambiente. Hermione, a pesar de ser sábado, se había cambiado su pijama calentito por un conjunto de pantalón negro y camiseta blanca que ocultó bajo un abrigo largo de color beige. Había quedado para almorzar en un restaurante de lujo cerca de Canden Town, en el Londres muggle, junto a Ginny y Luna. Y aunque eran pocas las ganas que tenía de ir, también sabía que reunirse las tres para hacer cualquier cosa era algo que sucedía pocas veces por culpa de sus respectivos trabajos.

Llegó puntual al restaurante, sonriendo al camarero al entrar e indicándole la reserva por la que estaba ahí antes de ser conducida a la mesa que ya estaba ocupada por sus amigas. Observó, con una ceja arqueada y una sonrisa de lado, las copas medio vacías de vino blanco sobre la mesa y los aperitivos ya devorados.

—¿Os costaba mucho esperar a que llegase? —inquirió mientras se sentaba—. Porque que yo sepa la comida era a las dos, no a la una y media. He sido puntual.

—Y nosotras hemos llegado muy temprano —replicó Ginny con rapidez, una sonrisilla curvando sus labios—. Venga, deja de quejarte y ponte vino. Tenemos tantas cosas de las que ponernos al día.

Hermione se echó a reír, pero igualmente estiró la mano y alcanzó la botella de vino Enate Chardonnay 234, sirviéndose un poco antes de coger la copa y dar un pequeño sorbo. Llevaba tanto tiempo sin beber buen vino que casi hizo un sonido apreciativo en voz alta. Cuando dejó la copa sobre la mesa tenía las miradas de Luna y Ginny fijas en ella.

—¿Qué? —preguntó.

Las dos chicas arquearon una ceja antes de que Luna, que golpeaba la mesa con los dedos de uñas pintadas de colores distintos y llamativos, decidiese contestar. Hermione casi podía imaginarse qué era lo que querían preguntar y no estaba segura de cómo abordar el tema sin ponerse algo histérica y nerviosa.

—Entonces… ¿es cierto que Malfoy ha salido? —inquirió Luna, finalmente, y Hermione arqueó una ceja.

—Eso parece —contestó ella de forma evasiva; sus dedos volvieron a rodear la copa de vino.

Ginny y Luna intercambiaron una mirada rápida antes de que la pelirroja disparase otra pregunta, incluso más directa que la de Luna.

—¿Lo has visto? —cuestionó—. ¿Ya ha ido por tu oficina?

Hermione puso los ojos en blanco antes de contestar.

—Siento decepcionaros, chicas, pero sé lo mismo que ustedes —comentó—. Blaise lleva su caso, pero no lo he visto y tampoco he escuchado a nadie hablar sobre su caso. Es libre y ahí se acaba mi conocimiento.

—¿Quieres verlo? —inquirió Luna con un tono más suave. Había un brillo de genuina curiosidad en su expresión.

—¿Por qué querría verlo? —preguntó rápida y directa. Su tono fue casi letal, rozando esa frialdad que solo utilizaba en los juicios.

Tanto Luna como Ginny le enviaron una mirada incrédula. La pelirroja se acomodó en la silla, tomando otro sorbo de su copa antes de volver a dirigir su mirada a Hermione. Era una sorpresa la reacción de Granger, pero a la vez no. La mujer siempre se había mostrado bastante reticente a la hora de hablar de cualquier cosa relacionada con Draco Malfoy, fingiendo que aquel catastrófico día ocurrido seis años atrás no habían tenido lugar.

—Bueno —comenzó a decir Ginny en tono conciliador—, eres Hermione Granger —comentó, Hermione arqueó una ceja una vez más ante la obviedad de esa declaración—, y siempre te has caracterizado por tu capacidad para resolver todo lo que se te ponga por delante.

—¿Y? Esto no es el Cluedo, Ginny —se burló. La pelirroja puso los ojos en blanco, aunque había una pequeña sonrisa en su rostro. Tantos años de amistad le habían aportado muchas cosas, y entre ellas estaba las referencias a juegos muggles.

—No, pero sí que eres medio Sherlock —replicó avispadamente—. Y sé que lo de Draco Malfoy hace seis años es un suceso de tu vida que no entiendes.

—Ginny, si intentase entender cada suceso en mi vida me volvería loca —comentó—. Draco Malfoy es solo una persona de mi pasado, ya está.

—¿Entonces por qué evitar hablar sobre él? —preguntó Luna—. Tú me dijiste una vez que las cosas de las que eres capaz de hablar son aquellas que ya has podido cerrar.

Hermione parpadeó varias veces, atónita por las palabras de Lovegood y el recuerdo de habérselas dicho dos años atrás en ese mismo restaurante. Por un momento se sintió descolocada, incapaz de formular algo lo suficientemente coherente para poder decirlo en voz alta. Tomó otro sorbo de su copa de vino bajo la atenta mirada de las dos mujeres.

Cuando decidió darles una respuesta, el camarero llegó con sus platos (pedidos por Luna y Ginny minutos antes de que Hermione llegase) y le sirvió más vino a cada una. En silencio, Hermione analizó las palabras de Luna y su mente, activa y despierta, volvió a revivir aquella escena tan pintoresca que tuvo lugar seis años atrás. Ciertamente el comportamiento repentino de Malfoy la dejó paralizada en aquel momento durante semanas intentó encontrarle una explicación racional a lo sucedido, pero tras un tiempo terminó olvidándose de lo ocurrido. O al menos fingió que lo había hecho, enterrando esa escena en un recoveco profundo y oscuro de su memoria.

—Es cierto que me tomó por sorpresa y le di vueltas durante un largo tiempo —concedió finalmente—, pero no es algo importante. Si evito hablar de Malfoy es porque no creo que merezca la pena hacerlo, después de todo la guerra sí que es un capítulo de mi vida que me gusta pensar que está superado.

—Draco Malfoy no es solo guerra —terció Ginny.

—Sí lo era para mí, ya fuera en Hogwarts o fuera, él siempre era una batalla —confesó, encogiéndose de hombros—, y yo hace mucho tiempo que bajé la varita y dejé de luchar en campo abierto.

—¿Y no hay una parte de ti que quiera saber qué pasó? —preguntó Luna, todavía manteniendo esa aura inocente. Hermione comenzaba a pensar que era puro paripé.

La mujer volvió a analizar la situación durante unos segundos antes de poner los ojos en blanco, pinchando el solomillo a la pimienta y cortando un trozo para llevárselo a la boca. Ginny arqueó una ceja, tomando otro sorbo de su copa, y esperó pacientemente a que Hermione respondiese.

—Quizás —otorgó—, pero no es lo suficientemente fuerte como para quitarme el sueño por la noche. Si hay algo que resolver pues ya el tiempo lo dirá, yo no voy a forzar nada.

Ambas chicas se dieron satisfechas con su respuesta y pronto el tema cambio, enfocándose en Ginny y los numerosos escándalos en los que se había visto envuelta en las últimas semanas. La mujer, como siempre, solo curvó sus labios pintados de rojo en una sonrisa orgullosa y comenzó a contestar con evasivas que en realidad revelaban más de lo que pretendía.

—Debe haber cambiado mucho —soltó Luna casi al final de su reunión, dando un mordisco a su tarta de manzana.

Hermione levantó la mirada de su mousse de chocolate y observó a Luna con curiosidad, esperando que especificará a qué se refería. Ginny también desvió su atención de la tarta de queso que tenía delante y la enfocó en Lovegood, esperando a que la joven se explicase.

—Malfoy —aclaró—. Seis años son mucho tiempo. No me quiero imaginar cuánto ha podido cambiar.

—Estamos en constante cambio, Luna —terció Hermione, quitándole importancia al tema—. Todos hemos cambiado estos seis años.

—Pero no es lo mismo —replicó con suavidad, distraídamente le dio otro mordisco a su tartaleta de manzana—. Una cosa es cambiar con el paso de los años, disfrutando de la vida y otra cosa es cambiar encerrado en una celda. Sea quien sea la persona que haya salido de Azkaban, estoy segura de que no es el Draco Malfoy que nosotras conocimos en Hogwarts.

Ni Ginny ni Hermione no encontraron nada que decir a esas palabras, así que se mantuvieron en silencio y dejaron morir el tema entre mordiscos a sus postres y sorbos a sus copas de vino.


Con el paso de las horas, la llovizna se convirtió en un aguacero que convirtió a Londres, una vez más, en un mundo de edificios oculto por la niebla. En una pequeña casa de un barrio muggle, Pansy y Draco cenaban pasta con boloñesa sobre la mesa de madera que hacía esquina en la cocina; estaban el uno frente al otro, pero sin llegar a mirarse. Una extraña atmósfera se cernía entre ellos, voraz y oscura capaz de acabar con cualquier estúpida conversación que intentaran comenzar. Draco se había vuelto una persona tan taciturna que Pansy era incapaz de encontrar una pequeña grita para romper la tensión entre ellos.

Y encima ese día, unas escasas horas atrás, les había llegado una carta por la Red Flu con la cita concertada por Blaise Zabini en San Mungo para Draco; en tres días el rubio tendría que presentarse en el hospital para pasar todo tipo de controles médicos y eso había resultado en una noticia agridulce para Malfoy. Pansy había aprovechado esa tarde para ir de compras y renovar el armario del hombre, escogiendo a ojo ropas que creía que podrían servirle y dejando las bolsas en frente de la puerta de su habitación. Aunque en un comienzo había intentado persuadir a Draco de ir con ella, Malfoy se había negado rápidamente y no hubo forma de convencerlo de lo contrario.

Con la pasta acabándose rápidamente en sus platos y los vasos de agua vaciándose, Pansy decidió intentar una vez más entablar una conversación con el hombre. Carraspeó suavemente, atrayendo la atención de Malfoy que arqueó una ceja lentamente y la miró con una expresión indiferente. A Pansy casi se le iban las ganas de hablarle al hombre.

—¿Has pensado qué quieres hacer a partir de ahora? —preguntó—. ¿Qué es lo siguiente que quieres hacer?

—No —respondió Draco con sencillez—. He pensado en nada porque ni siquiera sabía que saldría de Azkaban.

—Han pasado seis años, Draco, no veinte —comentó ella—. Todavía tienes tiempo para elegir cómo rehacer tu vida.

—Si no recuerdo mal, las leyes mágicas prohíben a los excarcelados salir del país hasta después de dos años de su salida en la cárcel —replicó Malfoy, parecía resignado y agotado—. Tiene que pasar por un proceso de reincorporación antes de abandonar el país.

—¿Acaso querías irte? —cuestionó ella, frunciendo el ceño. Draco la miró y se encogió de hombros.

—¿Por qué no? No me queda nada aquí.

Pansy sintió eso como un golpe directo a su estómago. Años atrás, cuando los juicios empezaron, se había quedado en Londres solo por Blaise y Draco, a pesar de que Theodore y Adrian le habían ofrecido que se fuera con ello a Estados Unidos. Y ahora, seis años después, se comenzaba a dar cuenta de que se tendría que haber marchado en su momento. Draco ya no era el mismo y su relación con Blaise se había fracturado en cuestión de meses tras el último juicio y la vuelta a Hogwarts. Se había quedado completamente sola.

—Tienes razón, para qué quedarte… —susurró—. ¿Y sobre ella? ¿Has pensado algo?

Draco frunció el ceño y ladeó la cabeza, confuso—. ¿Sobre quién?

—Hermione Granger.

La expresión de Malfoy se tornó gélida, sus ojos grises lanzando una mirada letal y fría a la mujer delante de él. Pansy sabía que había dado de pleno a uno de los múltiples temas que el hombre parecía querer evitar como diese lugar. Cierto era que en seis años algo como lo sucedido durante el juicio de los Malfoy podría pasar al olvido, pero Parkinson había estado allí desde el comienzo, mucho antes de la guerra, y sabía lo que Draco había sentido durante sus años escolares por Granger; incluso antes que él mismo decidiera darles un nombre a esos sentimientos.

—¿Qué pasa con ella?

—Dudo mucho que seis años en Azkaban hayan borrado el recuerdo de lo que hiciste en el juicio —comentó Pansy—. ¿Qué piensas ha…?

—Nada —replicó él rápidamente, cortándola—. Nada de nada. Soy consciente de lo que hice, pero tú misma lo has dicho: ya han pasado seis años —explicó—. Ya no siento nada por ella.

—¿Nada de nada? —inquirió la mujer.

—Nada de nada —afirmó él y su tono era honesto, Pansy podía notarlo—. Hace seis años estaba asustado de lo que podía pasar y vivía en un eterno conflicto con mis sentimientos. Ahora lo único que me preocupa es saber cómo reconducir mi vida.

Pansy asintió lentamente y suspiró. La pasta ya estaba fría y su apetito había desaparecido por completo. Draco parecía entrar en modo defensa cada vez que entablaban una conversación y ella se agotaba en sus esfuerzos por tratar de alcanzar respuesta menos frías y cortantes. Malfoy no parecía del mejor humor tampoco.

—¿Y si te la encontrases? Juraría que trabaja con Blaise.

—Me enfrentaré a lo que se me ponga por delante —contestó él sin pestañear—. Aunque dudo mucho que algo ocurra. Hermione Granger y yo seguimos siendo unos desconocidos el uno para el otro.

—Quizás tiene preguntas acerca de lo que ocurrió. —Draco arqueó una ceja.

—Dudo mucho eso. Es una tontería darle vueltas a una situación que nació y murió hace seis años —terció él—. Rememorar algo así es un síntoma de que estás anclado en el pasado.

—¿Y tú no lo estás? —preguntó Pansy.

Draco bajó la mirada, soltando el tenedor sobre el plato de cerámica y quedándose en silencio durante unos largos segundos; después, con toda la calma del mundo, arrastró la silla por el suelo y se levantó. Sus ojos, igual de inexpresivos que siempre, se clavaron en Pansy dejando a la mujer sin respiración. Ante ella, se erguía un hombre que creía conocer pero estaba dándose cuenta de lo equivocada que estaba. El Draco Malfoy que ella recordaba no era el mismo que la observaba en ese instante.

—¿Yo? —dijo él arrastrando las palabras de esa forma tan característica que tenía—. ¿Yo? —soltó una suave risa sin humor antes de añadir—: Yo todavía estoy en esa celda de Azkaban, Pansy. No creas que de verdad he conseguido salir.

Tras esas palabras, el hombre se puso en movimiento y abandonó la cocina, importándole poco dejar a Pansy detrás con una expresión dolida y completamente congelada en el sitio. La mujer se movió cuando escuchó la puerta del cuarto de Draco cerrarse con brusquedad, recogió la mesa y fregó los platos antes de abandonar la sala e irse a su propia habitación. Cuando se tumbó en la cama esa noche le costó conciliar el sueño y cuando lo consiguió, solo pudo soñar con verse a sí misma en una celda rodeada de relojes cuyas manecillas que no parecían avanzar.


Era cierto que el mundo había sufrido muchos cambios a lo largo de esos años y Draco estaba empezando a asimilarlo. Uno de esos cambios sin duda era San Mungo. El hospital había sido renovado, habían adaptado muchas de las técnicas y materiales muggles para que la sanidad mágica fuera más eficiente. «Paso a paso se construye un mejor sistema», rezaba el cartel pegado en una de las paredes. Draco hizo una mueca de profundo desprecio ante la propaganda de superación de ese lugar. El sistema mejoraba en medida de lo que el sistema quería. Seguro que San Mungo seguía siendo el mismo sitio de médicos y enfermeros corruptos al que su padre, más de una vez, le había hecho una generosa donación para mejores servicios. Con un suspiro derrotado, Malfoy recorrió con sus ojos una y otra vez las blancas paredes del sitio mientras esperaba en la cola para hacerse las pruebas.

—Siguiente —dijo una señora anciana y con aspecto del más terrible de los cansancios en su rostro.

Draco se movió lo justo y necesario para llegar hasta ella e identificarse. La mujer la lanzó una mirada turbia al leer su apellido, pero si tenía algo que decirle se lo guardó para sí misma. Avanzó unos metros y se adentró en una de las habitaciones, después de una rápida visual al lugar (solo una camilla, dos sillas y un escritorio destartalado) decidió sentarse a esperar la llegada del medimago. Escasos minutos después tenía a una mujer delante de él, con el pelo rizado recogido en una coleta alta y sus ojos verdes clavados en él con un brillo clínico que contrastaba con su sonrisa amable. Draco no correspondió el gesto.

—Buenos días —leyó el documento—, señor Malfoy.

—Buenos días —respondió y no se molestó en preguntar por su nombre, aunque en la etiqueta se podía leer V. Evans.

La mujer tomó asiento frente a él y comenzó a explicarle qué pruebas se llevarían a cabo y la función de cada una. Malfoy adoptó el mismo aire interesado que mostró en más de una ocasión durante sus años en Hogwarts. Le importaba entre cero y nada lo que tuvieran que hacerle, solo quería acabar con esa estupidez ya e irse a la casa de Pansy. La mujer dejó de recitar todo llegado a un punto y simplemente le indicó la camilla para que se sentara y comenzaran las primeras pruebas.

—¿Preparado?

—Todo lo que se pueda estar —murmuró con un deje aburrido.

Dos horas después de pasar por diferentes máquinas y hablar con un psicólogo —también conocido como el payaso que simplemente hacia sonidos con la boca mientras él respondía escuetamente a las preguntas genéricas y estúpidas que le hizo— todo terminó. Caminó junto a la doctora Evans por el largo pasillo blanco mientras esta le explicaba ciertas cosas que a él, al igual que todo lo demás, le importaban bien poco. El extenso y clínico discurso de la mujer le estaban produciendo un fuerte dolor de cabeza y las ganas por volver a la habitación en la que se había autorecluido eran cada vez más fuertes.

—Bueno, le mandaré este papel a su abogado —le comunicó tras unos minutos—. Creo que es importante que lo vea.

—Pensaba que el papel me lo daban a mí y yo se lo llevaba a él —replicó él fríamente y la mujer torció los labios.

—Suele ser lo normal —concedió tras unos segundos—. Pero prefiero enviarlo yo desde aquí.

—¿Por qué? —espetó. La doctora Evans no se inmutó ante su tono hostil.

—Hay ciertas cosas que sería mejor que su abogado supiese antes que usted —se limitó a explicar—. Qué tenga un buen día, señor Malfoy.

El hombre bufó, molesto, mientras buscaba la salida del hospital. Le molestaba esa evasión tan clara a darle su jodido diagnóstico, y no podía evitar pensar que algo en todo eso le olía a chamusquina. Por su mente pasaron dos opciones: o se habían movido hilos desde el Ministerio para que él fuera incapacitado o realmente había algo mal en sus resultados. Decidió optar por la segunda opción y resignarse a la idea de que su salud de hierro se había quedado en los primeros años de Hogwarts y que el Draco Malfoy de ahora solo era un saco de huesos sin futuro aparente. Cuando llegó a la casa, vacía y fría, se limitó a ir a su cuarto, tirarse en la cama y cerrar los ojos para dormir. Estaba drenado de fuerzas a pesar de que apenas llevaba unas horas despierto.


Draco observaba con aburrimiento como Blaise rellenaba diferentes papeles y le explicaba un par de cosas que no tenían mucha importancia para él. Las horas habían pasado volando gracias a su siesta y afortunadamente se había despertado con el tiempo justo para comerse una barrita de cereales, tomarse un café y emprender el rumbo hasta el Ministerio a su cita con Zabini. Llevaban casi dos horas hablando de temas administrativos que solo conseguían espesar más el ambiente de un encuentro que ya resultaba aburrido de por sí. Y sin embargo había un tema que no se había tocado en ningún momento a pesar de la extensa reunión.

—¿Y San Mungo qué? Espero no haber perdido mi valioso tiempo para nada —interrumpió él con un tono cansado.

—Ciertamente me llegó el historial detallado sobre las pruebas que te hiciste —comenzó Blaise con un tono nervioso—, pero creo que sería mejor…

—Al grano, Blaise —contestó secamente—. ¿Qué pasa?

El abogado tragó saliva, estiró una mano y debajo de una carpeta roja extrajo un taco de papeles donde se veía claramente el sello de San Mungo. El silencio se mantuvo durante un par de minutos que parecían extenderse como horas y que resultaban incluso más eternos ante la mirada concentrada de Zabini en los papeles frente a él. Era tan notable cómo Blaise estaba repasando lo escrito en el papel una y otra vez que casi podía ver las palabras reflejadas en sus ojos. Draco esperó con los brazos cruzados y una postura relajada.

—El psicólogo no te cree capacitado para comenzar a trabajar —dijo tras unos segundos. No levantó la mirada para decírselo—. Cree que deberías ir a terapia durante, al menos, tres meses. Además, en las pruebas físicas has demostrado estar en el límite de ciertos puntos esenciales para ser admitido en un trabajo. En concreto, tu clara desnutrición, tu falta de musculatura, tu capacidad pulmonar deficiente y tu apariencia, en general, frágil. Todos los aspectos a tomar en cuenta para presentar tu nombre en la bolsa de trabajo han salido como No aptos.

—¿No apto para trabajar? —cuestionó con los dientes apretados. Una parte de él se sentía colérica, sí, pero tras unos segundos toda esa furia terminó disolviéndose hasta convertirse en indiferencia—. Qué bien, ¿alguna otra buena noticia o puedo irme ya?

—Draco, es normal tener ciertos traumas después de estar en Azkaban —aseguró Blaise, ignorando el tono aburrido y cansado del hombre—, la mayoría se vuelve loco en ese lugar. Y sobre el tema físico, con una dieta sana y ejercicio estarás como un ro…

—Ahórrate la propaganda de salud, Zabini —espetó él y Blaise frunció el ceño ante su brusquedad—. Y sobre el tema mental… Créeme, Azkaban no era muy diferente a mi vida durante la guerra. Traumas ya tenía desde antes, la única diferencia es que ahora están sobre un papel. No necesito ayuda.

—Eso no es lo que dice el psicólogo —replicó él adoptando el mismo tono frio que Malfoy—. Necesitas ayuda, Draco. Y la recibirás quieras o no.

—No necesito ayuda—terció una vez más—. No necesito visitar a un loquero que solo dirá lo que yo quiero oír.

—Draco, no vas a conseguir nada negándolo, ¿vale? Deja que te ayuden —le pidió Blaise—. La terapia no funciona como piensas. Dale una oportunidad y verás que estos meses de recuperación pasan en un abrir y cerrar de ojos.

Zabini creyó ver un brillo turbio y renegado en sus ojos; la misma chispa resentida y apagada que Lucius Malfoy había mostrado durante la guerra. El amargo pensamiento de que Draco se convirtiera en ese padre que tanto detestaba le revolvió el estómago. Sus ojos bajaron entonces a las manos huesudas del hombre y se fijó en la forma en que esos dedos finos se abrían y cerraban sobre la mesa, como si buscaran atrapar algo en concreto: una varita.

—Olvídate, buscaré trabajo por mi cuenta —murmuró—. Gracias por nada.

—Draco, es normal que no te des cuenta de los problemas que tienes. —Las palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Draco y sus labios se apretaron en una fina línea—. El psicólogo solo busca ayudarte. Si no vas a terapia no conseguirás ningún trabajo.

—¡He dicho que no necesito ayuda! —exclamó y Blaise se echó para atrás en su silla.

Las luces parpadearon por un instante y algunas cosas salieron voladas de su sitio original. Zabini tragó saliva y mantuvo la compostura ante lo ocurrido. Hacia muchísimos años que no veía a alguien tener una explosión de magia espontánea. Sin varita, sin hechizos. Solo la propia capacidad de Malfoy expandiéndose por la sala y recordándole a Blaise el gran mago que estaba sentado frente a él a pesar de que los años habían hecho mella en su ser. La puerta se abrió súbitamente llamando la atención de ambos hombres que miraron hacía allí con rapidez. En la entrada de aquella oficina estaba Hermione Granger, con la varita alzada, el pelo recogido en un moño alto y sus cejas fruncidas en un gesto serio. Parecía realmente preocupada.

—¡Blaise! —dijo con un tono de alerta—. ¿Está todo bien?

Draco se paralizó al verla ahí delante, a un par de pasos de él. Si el destino tenía planeado que se encontrasen en ese momento, entonces sin duda era un gran bastardo con un sentido del humor muy jodido. Su cuerpo pareció tensarse y su respiración se estancó por un instante antes de que una profunda amargura lo recorriera. Una pequeña parte de él sentía una mezcla entre vergüenza y curiosidad, la otra se sentía igual de cansada que siempre y solo quería levantarse de esa silla e irse importándole poco a quién dejaba atrás. Hermione alzó las cejas, sorprendida, cuando sus ojos cayeron en la figura delgada y encorvada que estaba sentada frente a Blaise. A pesar de su gran abrigo negro —que cubría todo su cuerpo— y el tono incluso más pálido y mortecino de su piel, Hermione pudo reconocer esos ojos grises sin problema.

—Granger —terminó susurrando Draco a modo de saludo, casi sin darse cuenta de lo que había pronunciado.

Y cuando él habló, todo pareció quedar en silencio.