Disclaimer: Nada de lo que puedas reconocer me pertenece.

NA: ¡Hola! Aquí mi solución a esos momentos de estrés en los que escribir es lo único que me calma.

En esta ocasión es un oneshot súper random de Kotoko e Irie, pertenece a un universo alterno y es quizá muy OOC, ¡pero me gustó! Lean bajo su propio riesgo.


Fallas de amores


—¡Y qué se suponía que debía pedir al cielo, un hombre normal? —me quejo en voz alta tirándome sobre el colchón de mi cama, pensando en el espécimen que Cupido me había mandado en respuesta a mis plegarias.

Quise un hombre perfecto.

¡Por supuesto que me lo habían dado!

Pero Cupido se había pasado.

¡Argh! ¡Qué enojo!

—Tú, Naoki Irie, no eres para nada lo que esperaba. Maldición —blasfemo con energía, poniéndome boca abajo para acallar mi voz con la almohada y que mi padre no escuche que otra vez estoy hablando sola. Ya es costumbre que se aparezca por mi habitación preocupado cuando oye mi voz en medio del silencio de nuestro apartamento.

A veces pienso que quiere llevarme con un psiquiatra. Pero, ¿qué otra cosa iba a hacer si él trabaja en su restaurante largas horas y yo, huérfana de madre desde corta edad, no tenía con quién hablar en casa?

Sí, para otros parecería loca, para mí es algo habitual.

—Esa es otra de las razones por las que él no te hará caso nunca. —Me separo de la almohada para sentarme y un suspiro profundo abandona mi boca. —Ni por ser japonesa como él —digo con lamento rodeando mis piernas con mis brazos para descansar mi cabeza sobre mis rodillas.

Definitivamente aquel estúpido deseo de cumpleaños no había salido bien. Igual, nadie me mandaba a desear conocer a mi amor verdadero, mi hombre perfecto, a mis diecisiete años.

¡Qué rabia!

Y tampoco, nadie me había dicho que el japonés transferido a mi instituto, poco después de mi cumpleaños, era el hombre que yo había pedido.

Fui yo, tonta, tonta, tonta de mí, quien se aferró a esa idea en el momento en que lo vio entrar a su clase de Ciencias y se percató que era increíblemente inteligente y atractivo, además de que compartía cierta genética conmigo, por ser japonés como mi padre y mis abuelos paternos.

—Pero fue amor a primera vista —musito soplando a mi rebelde mechón de cabello pelirrojo que se niega a permanecer en su sitio y vuelve repetidamente a cubrir mi rostro. —Irie es a quien había estado esperando toda mi vida —digo patéticamente (y hasta yo me doy cuenta de cómo suena).

Ridícula, soy ridícula.

Eso, además de torpe y necia.

¿Cómo pude haber pensado que él correspondería mis sentimientos, si era por completo opuesto a mí?

Él, un serio y formal chico genio japonés cursando su último año de la preparatoria en mi país para estudiar la universidad aquí, y yo, una extrovertida estudiante americana normal con la única aspiración actual de aprobar el semestre, no somos para nada compatibles.

—¿Por qué tuviste que confesarle tus sentimientos, Kotoko?

Como siempre, me reprendo cuando ya he abierto la boca. Estábamos muy bien en su casa concluyendo el proyecto de Ciencias donde el profesor nos emparejó, y a mí se me ocurre decir: "Irie, estoy enamorada de ti".

—Tonta, tonta, tonta —digo dando pataletas en el colchón recordando la expresión de estupefacción que había surcado el rostro de Irie antes de que su ceño se hubiera contraído en una clara muestra de desprecio, que me hizo salir corriendo y no parar hasta haber llegado a casa, para tirarme en mi cama, donde ahora estaba.

Si hubiera sido otro, por lo menos me habría dado una respuesta amable… pero yo me había enamorado completamente de un chico frío y reservado, que a pesar de todo era extremadamente inteligente, atlético y apuesto… tres cualidades que lo hacían perfecto.

Cupido me había jugado una mala broma.

Mi garganta comienza a dolerme y la irritación cesa bruscamente al darme cuenta de lo que ha ocurrido. Me ha rechazado

Poco a poco la adrenalina que me hizo desaparecer de la vista de Irie, se transforma en un nudo en el pecho que me hace cerrar los ojos con fuerza, mientras las lágrimas se acumulan en ellos y pugnan por salir como una terrible tormenta.

Se me escapa un sollozo de mi boca y aprieto mi mandíbula muy fuerte, tragándome las ganas de dejar escapar un quejido de dolor. Es como si me hubiesen golpeado y todo el aire de mi pecho se hubiera escapado.

Las primeras lágrimas caen y mi rostro se humedece, y la sal llega hasta mis labios, de los que brotan lastimeros sollozos que trato de callar para que mi padre no venga visitarme y darse cuenta del estado en que me encuentro.

Siento como si mi corazón se estuviera haciendo pedacitos y retumbara cada vez menos en mi pecho. Y hay una voz que me lastima susurrando lo poco que le importo a Irie en todo este tiempo que llevamos conociéndonos.

Trato de respirar pero me faltan fuerzas, mis pulmones están siendo apretados y el aire no llega ni se mantiene. Me asfixio; mis oídos están sordos, mis ojos no son capaces de ver lo que tengo enfrente… como si estuviera muriendo lentamente.

Pero nada de eso está ocurriendo.

Lo único que pasa es que lloro con todo mi ser y mi pecho duele, sólo que no con un dolor físico, sino con uno que viene de lo más profundo de mi alma, que me arranca la alegría.

Y no sé cuánto tiempo pasa.


—¡Kotoko!

Escucho la voz de mi padre llamándome en medio de la penumbra. Mis párpados están pesados y mis ojos los siento irritados después de haberme quedado dormida llorando.

O tal vez nunca dormí, mis sentidos se apagaron durante un tiempo y finalmente un contacto humano es el que me saca del aletargamiento.

Estoy desorientada unos instantes, en los que mi padre vuelve a llamarme, ahora sé, del vestíbulo de nuestro apartamento, donde mi imaginación parece combinar su voz con la de alguien más, pese a no ser así, pues ya debe ser hora de que se retire al restaurante nuevamente.

—¡Kotoko! —insiste otra vez, un poco más desesperado, y sé que aunque me hable sólo para avisarme que ya se retira, tengo que responder o vendrá preocupado a investigar qué ocurre conmigo.

Me paro de la cama y camino rápido hacia la puerta, que abro levemente para hacerme oír con mayor claridad.

—¿S-síi? —Aclaro mi garganta después del sonido errático que escapó de mi boca—. ¿Sí! —intento de nuevo, esta vez con mayor efectividad.

—¿Puedes venir un momento? —me pide y dejo escapar un bufido con su petición, sabiendo que no podré evitar vea el estado en que me encuentro.

Salgo y entro apurada al baño frente a mi puerta para adecentarme un poco, pero al ver mis ojos hinchados en el espejo, que lavo una infinidad de veces y no cambian su apariencia, sé que no lograré engañar a mi padre. Mis orbes marrones permanecen tristes ante eso. Debo encontrar una excusa aceptable para las lágrimas.

Lástima que todos siempre digan soy una pésima mentirosa.

Decido que no puedo retrasar más lo inevitable, mi padre debe estar impaciente por hacerlo esperar, y me armo de valor para ir a la sala a escuchar lo que él tiene que decirme, tan importante que ha retrasado su salida al trabajo.

Voy con la mirada baja, observando el hueco de mi rojo calcetín derecho, justo donde está mi dedo pequeño, que debo zurcir antes de que se haga más grande, tratando de disimular que mi rostro por el momento no está en buenas condiciones para ser visto.

—¿Qué pasa, papá? —pregunto deteniéndome junto al sofá gris de la sala, mordiéndome mi labio inferior deseando no se extrañe de verme así.

—Él ya se fue —me responde en japonés una voz que no esperaba oír, obligándome a alzar la mirada, entre atónita y anonadada.

—¿Qu-qué haces aquí? —suelto alarmada dándome cuenta que a él no le pasa desapercibido el aspecto que tiene mi cara, la cual observa atentamente con esos ojos marrones, casi violetas, que de una forma u otra me vuelven loca.

Mi corazón sale disparado mientras me pregunto qué le trajo aquí, a la vez que está tontamente ilusionado porque esté en mi casa.

Rodeo el sofá hasta quedar frente a él, que me gana en altura por bastantes centímetros.

—¿Por qué mi padre te dejó entrar? —cuestiono cruzándome de brazos, percatándome que continuo hablando en japonés, una costumbre que se ha mantenido entre nosotros dos desde el instante en que me presenté a él en su primer día de clases, utilizando el idioma que mi padre me había enseñado desde pequeña —pese a nunca yo haber pisado tierra nipona.

—Dejaste esto —dice Irie alzando mi cuaderno rosa de dibujo, que debí haber sacado en algún momento estando en su casa.

Caigo sentada en el sofá.

Demonios. Ahí estaba practicando la carta de amor que iba a hacerle… pero no creo que se haya inmiscuido en mi intimidad, ¿o sí?

—Cayó abierto al suelo y mis ojos no pudieron evitar leer cuando vi en la primera línea mi nombre —hace una pausa—, además estaba escrito en japonés. Era obvio que iba dirigido a mí —explica. No sé por qué mi boca se abre, por escuchar cómo violó mi intimidad o porque era la primera frase larga que lo escuchaba decir.

Pero, ¿cómo supo que yo estaba pensando en eso?

—Tu cara es como un libro abierto, Kotoko —responde él a mi pregunta silenciosa, con una sonrisa ladina que hace ver su rostro más apuesto de lo que es.

—¡No tenías ningún derecho a leer propiedad ajena! —Lo miro unos instantes malhumorada, y me extraña ver que suspira y se pasa la mano para acomodar sus cabellos castaños, que hasta ahora no vi se encontraban algo alborotados.

Sin yo invitarlo, se sienta.

No he olvidado mis modales, pero no estaba muy segura si permanecería mucho tiempo en casa o no.

—Lo sé —responde él con tono irritado—. Pero cuando se trata de ti, no sé qué me pasa.

Abro mis ojos sorprendida.

¿Eso salió de sus labios? ¿Escuché bien? ¿No estoy soñando?

Por la expresión asombrada que atraviesa su rostro, parece que así fue.

A pesar de haber llorado por él esta misma tarde, no puedo evitar emocionarme internamente. Tiene que significar algo lo que ha dicho.

La esperanza brota en mí como un sol de primavera iluminando a las flores llenas de rocío, brillante, revigorizante y caluroso.

Espero y espero a ver qué más tiene por decir, con mis manos y mi vista sobre mi regazo, trazando el diseño de espiral de mis vaqueros.

¿Qué dirá? ¿También estoy enamorado de ti, Aihara? ¿Me gustas? ¿Te gustaría salir conmigo?

Pasado un rato, casi desilusionada, cojo mi cuaderno rosa. —Bueno, gracias —digo con los ánimos decayendo. Me he ilusionado en vano, ¿qué espero? ¿Que después del rechazo de hace unas horas, llegue clamando sentir algo por mí?

Lo he dicho, soy una tonta. Ahora debo agregar ilusa a la lista de mis defectos.

No aguanto más y me levanto con dirección a la puerta. No pretendo ser maleducada, pero me gustaría volver a refugiarme a mi habitación para sufrir en silencio.

—¿Se puede saber por qué demonios me has dicho eso? —Irie finalmente habla cuando tengo la mano en el pomo de la puerta, dispuesta a abrir.

Aprieto con fuerza la perilla y trato de respirar para calmar el enojo que su pregunta ha ocasionado en mí.

—No sé tú, pero este es un país libre —respondo encarándolo, sí, no sé en qué momento se ha levantado, pero lo tengo justo frente a mí, inclinado para poder verme a los ojos. —Tengo derecho a decir lo que quiera —le digo arrugando la nariz—, ¡eso no se compara con leer mi cuaderno personal y decir un "lo sé" en lugar de una disculpa!

Él parece sorprendido por mi exabrupto, mientras yo sigo preguntándome por qué Cupido fue tan injusto conmigo.

¡Mi mejor amigo lleva toda su vida enamorado de mí y yo no puedo corresponderle!

Kin, el ahijado de mi padre, es mucho mejor que Irie.

—No sé por qué pierdo mi tiempo contigo —mascullo irritada colocando mis manos en su pecho para apartarlo de mí y poder abrir la puerta—. Olvida lo que he dicho. En primer lugar nunca debí haberlo dicho, seguro estaba en mi momento de locura. Me pasa seguido. Tú sigue con tu vida que yo seguiré con la mía, te olvidaré y yo…

Las palabras se quedan atoradas en mi garganta al sentir que mi boca es asaltada por los labios suaves de él, que me mira unos instantes antes de cerrar los ojos y comenzar a besarme con infinita lentitud, lo que me hace bajar mis párpados y dejarme llevar por el momento.

Nunca me han besado, pero el movimiento de sus labios sobre mi boca me provoca un estremecimiento y una calidez que me llegan hasta el fondo de mi alma, haciéndome desear que no acabe nunca. Siempre creí que al dar mi primer beso no cumpliría las expectativas de las novelas de amor, ahora sé que me he equivocado.

Es mucho mejor.

Solo que como todas las cosas buenas, tiene que acabar… y lo hace más rápido de lo que me habría gustado.

—Hablas mucho… —musita Irie sobre mis labios, haciendo que me separe como un rayo.

—¿Disculpa? —Es un infeliz que sabe cómo romper el momento.

Enarco una ceja al escucharlo reír entre dientes y aprovechar mi distracción para acercarme rodeándome la cintura.

—Pero me gusta —dice con una sonrisa genuina capaz de derrumbar todas mis defensas. Entonces suspira. —Se suponía que venía a América a centrarme en mis estudios —susurra pegando su frente a la mía. Supongo que entretanto yo sólo lo miro como una tonta—. Mi madre estará feliz

Lo escucho confundida, preguntándome dónde se ha ido el genio, ya que en mi opinión se comporta como cuando yo hablo sola… y eso es raro.

Sé que parecerá tonto, pero no puedo evitar pronunciar: —No entiendo.

Irie me suelta para ambos dirigirnos al sofá, donde nos sentamos uno junto al otro, sin mirarnos. Yo espero unos segundos dispuesta a escucharlo.

Excepto que no pasa nada.

—¿Vas a hablar, cierto? —pregunto entornando los ojos y enfocándolos en los suyos.

Puedo jurar que un brillo de gracia aparece en ellos.

—No acostumbro a dar explicaciones —pone como excusa. Hace un sonido con la boca como si fuera un chasquido, cuando enarco una ceja. —Hace unas horas, en mi casa, me tomaste por sorpresa… No pensé que te animarías a hacerme una confesión.

—Espera, ¿sabías que yo…

—Eres muy obvia —interrumpe riendo en voz baja. Yo maldigo preguntándome dónde está lo divertido en eso.

—Entonces… pero… qué… —balbuceo incómoda. ¿Por qué no dijo nada? ¿Por qué no me apartó al descubrirlo para que no me hiciera ilusiones? ¿Tan egoísta y desalmado es? ¿Qué ganaba con mantenerme a su lado?

Obtener algo de este hombre es imposible.

—Supongo que no vas a ponérmelo fácil —farfulla por lo bajo poniendo los ojos en blanco. Niego con la cabeza vigorosamente. Claro que no se lo pondré fácil. No entiendo. —Al principio creí que se te pasaría rápido y decidí no pedirle al profesor que me cambiara de pareja. Estoy acostumbrado a que cosas así ocurran.

Dejo escapar un bufido ante eso.

—Pero cuando vi que ibas en serio me replanteé la situación y noté que no me fastidiaba tenerte cerca. Al contrario… Me gustaba…

—¿Yo te gusto? —cuestiono estúpidamente, sintiendo una sonrisa asomarse en mi rostro.

¡Sí! ¡Yo le gusto!

—¿Que te haya besado no significa nada? —inquiere con escepticismo, pero yo no dejo que explote la burbuja en la que me encuentro. Le gusto.

Le gusto.

—Dijiste que querías callarme. Déjame disfrutar el momento —le pido pellizcándome con disimulo.

—Entonces te dejaré sol…

—¡No! —exclamo cogiéndolo de su camiseta azul para evitar que se levante de su lugar. Es un malvado.

Lo miro con detenimiento y solo entonces reparo en el leve rubor de sus mejillas (no quiero ni pensar cómo están las mías, aunque no siento mis pómulos desde hace mucho). Es una imagen que me gustaría capturar para el futuro.

—¿Por qué no hiciste nada hasta ahora? —Insisto en el tema aunque parezca cansado. No voy a detenerme hasta tener todo claro.

—Eres increíble. —No lo dice como halago, pero tampoco como clara ofensa y lo dejo pasar. —Yo… maldición… no me di cuenta de qué era lo que sentía hasta hace poco y… mi mayor concentración son mis estudios. No tenías que importarme, pero…

Yo me gané un espacio en tu corazón —susurro atreviéndome a acercarme a él y rodearle el cuello con mis brazos.

Su cara de sorpresa me fascina y me hace proponerme traerla a la vida más seguido de ahora en adelante.

—Nunca me oirás decir eso —dice por lo bajo sujetándome de la cintura para darme mayor comodidad.

Sonrío sobre sus labios cerrando mis ojos para besarlo.

Ya es suficiente conversación por ahora, más tarde averiguaré todo lo que yo quiera.

Con saber que le gusto me basta.


AN: ¿Bonito? ¿Feo? ¿Horroroso? Se los dejo de tarea. A mí me cumplió el propósito de desestresarme :)

En general escribiré lo que se me ocurra, pero si quieren proponer algo, son libres de hacerlo. Siempre es bueno recibir ideas y estimular para evitar el bloqueo...

Aquí es todo por ahora; hasta la próxima. Se cuidan.