Disclameir: Nada es mío, todo de Marvel y Fox, yo juego con sus geniales personajes.
Aclaración: Este fic se da poco después de la primer peli de X-men y antes de la segunda. Rogue lleva apenas unos meses en la mansión. Aunque por ciertos personajes, caería en un semi-AU.
Usaré Pietro para QuickSilver y Peter para Coloso, siempre.
Sería un one shot, pero se me fue de las manos, así que serán algunos capítulos, peor no más de cinco.
Y por cierto, aquí no habrá romance en el sentido estricto, pero sí algo de jugueteo adolescente.
Ahora sí, a leer.
Era el tercer cumpleaños de John en la mansión.
En el desayuno, sirvieron pastel, luego de cantar la grotesca canción del cumpleaños feliz. Un pastel de chocolate y menta, solo para el pirómano. Al chico no le gustaban las cosas dulces y luego de algunos años de intentarlo, todos habían captado el mensaje.
Cuando llegó al Instituto Xavier para Jóvenes Talentos, Pyro se encontró con un niño rubio, insoportablemente parlanchín, que por algún motivo se esforzó por ser su amigo. Y, aunque John nunca lo admitiría en voz alta, Bobby se ganó el lugar de mejor amigo, a fuerza de perseverancia.
Porque bueno, soportar a St. John Allerdyce era algo complicado, especialmente con su tendencia a alejar a todos con su actitud.
Xavier siempre sostuvo que era su forma de defenderse, tras años de gente lastimándolo física y psicológicamente.
John y los demás, solo creían que era un patán.
Así que bien, Bobby logró su cometido y se convirtió en el mejor amigo del chico malo. Pero detrás de él, venía todo un grupo que no podía dejar de lado. Porque Kitty era adorable y siempre era buena con él, a pesar de haberla hecho llorar en su primera semana ahí. Un pedido de disculpas, luego de la mirada decepcionada que Bobby le dedicó, y la pequeña Shadowcat lo adoraba como lo hacía con todas las cosas que respiraban. O un poquito más.
Con Jubilee fue diferente. Se hicieron amigos, después de la tercera vez que se hallaron esperando fuera de la oficina del Profesor, para tener una plática sobre su mal comportamiento.
Los chicos malos debían unir fuerzas en un lugar de niños buenos. Ella sabía lo que era vivir en las calles y sabía lo genial que era romper reglas. No había más motivos para no dejar ir a esa explosiva.
Con Coloso fue más extraño aún. El ruso tenía un complejo de hermano mayor y todos lo sabían. Se le asignó la cama contigua a la de John. Y luego de la primera noche, en la que el pirómano hizo crecer una llamarada; medio dormido; después de una pesadilla y Scott insistiera con todas sus fuerzas en que el Zippo fuera confiscado, por las noches, en nombre de la seguridad de los demás estudiantes, el ruso se ofreció a tener el mechero con el tiburón pintado en su mesilla de noche, siendo su cama la pared entre John y la llama, durante las noches. Los maestros aceptaron. Y aunque John tardó un poco en confiar en el ruso gigantesco, prefirió eso, antes que dormir desprotegido.
Y así, Pyro llegó a los 17 años. El tercer cumpleaños en la mansión.
Pasó por el tortuoso cantico del cumpleaños, apagó velas y recibió un vergonzoso beso en la mejilla de parte de Storm, que a veces olvidaba que el pirómano no solo no era demostrativo, sino que además ¡tenía 17 años! No necesitaba que todos se rieran por lo bajo, ante su sonrojo.
Pero sobrevivió a todo ello. A pesar de que a penas hubiera comenzado el día y en el fondo le encantara toda la ridiculez. Después de todo, él nunca tuvo nada de todo eso. Ni pastel, ni cántico tonto, ni besos o sonrisas. Su madre lo abandonó cuando tenía dos años. Su abuela cuidó de él, hasta los cinco años, cuando murió. Él apenas recordaba algunas sonrisas y las tardes soleadas de Australia. Luego, lo enviaron a New York, con el borracho golpeador de su padre. Niños burlándose de él, debido a su acento y adultos que tenían cientos de cosas más importantes que hacer que preocuparse por el pequeño niño que llegaba a clases con demasiadas magulladuras.
Y tanto tiempo después, él tenía a toda esta gente haciendo cosas ridículas que se suponía debían hacerse por las personas. Como preocuparse por él o preguntarle qué deseaba hacer o comer en su día especial.
Todas esas ridiculeces, como hacerlo sentirse algo más que una escoria.
Pyro, al igual que mucho de los demás estudiantes, tenía sesiones personales con el Profesor. En su caso, eran cada vez menos frecuentes, ya que se estaba adaptando a la escuela, dentro de sus posibilidades… es decir, seguía siendo Pyro, después de todo.
La última sesión tenía fecha para el día anterior a su cumpleaños. Eso solo significaba que su obsequio sería entregado ese día.
Los maestros del Instituto Xavier, entregaban un obsequio a cada niño en su cumpleaños. Y para sorpresa de John, él jamás fue la excepción. El primer año allí, recibió una bonita pluma de plata y un anotador; en el segundo, la trilogía de libros que él tanto quería. No eran obsequios costosos, pero sí obsequios geniales para él. Le gustaba escribir y le gustaba leer, así que los maestros apuntaban a esas cosas. Eran adultos después de todo, no le obsequiarían un lanzallamas.
—Muy bien, John —dijo Charles, al darse la hora del fin de la sesión—, creo que ya es hora de terminar por hoy.
Pyro asintió silencioso, esperando que solo le dijera cuándo sería la próxima reunión.
—Antes de que te vayas, quería entregar en tus manos el presente que el equipo de maestros escogió para ti —agregó, rebuscado en el cajón de su escritorio. Sacó un sobre blanco y lo extendió hacia el más joven—. Sé que tu cumpleaños es mañana, pero no me gustaría que pasaras por algún momento incómodo, al ser llamado mañana aquí —le explicaba, cuando John sostenía el sobre en su mano. Charles conocía a sus estudiantes, era consciente de que Pyro no era amante de ser el centro de la atención o de las muestras demasiado afectuosas.
—Gracias, señor —replicó John, sin siquiera ojear el interior del sobre. En la escuela había aprendido sobre los modales básicos. Fue un reflejo simple.
—Puedes abrirlo, antes de agradecer —le sugirió Charles, con un toque de humor en la voz.
Pyro arrugó el entrecejo, extrañado por el pedido. Cuando obedeció, su corazón dio un brinco.
El interior del sobre contenía seis entradas para el concierto de Rage against the machine, del cual se había enterado varios meses atrás. Las seis costosas entradas que él quería para el concierto de mañana.
El corazón del pirómano bombeaba sangre a prisa, mientras su boca se secaba y trataba de recordar cómo el aire debía entrar en su sistema, para no desmayarse.
John quizás había pensado demasiado fuerte en cómo deseaba ir a ese concierto; que casualmente se realizaba en la fecha de su cumpleaños; durante las clases de Xavier. Y quizás, solo quizás, había estado reuniendo cada maldito centavo, desde hacía meses para pagar las seis entradas que necesitaba. Pero John, nunca, jamás, imaginó que los maestros de la escuela le darían ese obsequio.
—Yo… —tartamudeó de la forma más humillante que imaginó podría tartamudear—. Señor, yo tengo parte del dinero… —trató de explicarse. Porque lo tenía. De verdad lo tenía. De verdad, él tenía el dinero para pagar cuatro de las entradas, y deseó muy fuerte que los maestros supieran que solo necesita dos entradas más. Solo eso.
—Este es un presente del cuerpo de maestros de la institución, John —le aseguró el Profesor, con una tranquila sonrisa—. De ninguna manera permitiremos que nos des un centavo por él. Es para ti.
El castaño cerró los ojos con fuerza, cuando sintió escocer las lágrimas. No había manera de que llorara por esto. Sacudió la cabeza en un intento por recobrar el control de sí mismo y levantó la mirada para observar al impasible Charles Xavier.
—Gracias, señor —dijo firme.
—Lo sé, John. No fue nada.
—Señor —recalcó John—. Gracias, de verdad —repitió, en un intento por que el telépata supiera lo gigantesco de ese presenta para él.
—Lo sé, John —replicó Charles.
El telépata de verdad lo sabía.
Cuando Pyro salió de la oficina del Profesor, se tomó unos segundos para respirar profundo y chequear los seis tickets.
Eran reales. De verdad iría.
Una enorme sonrisa se dibujó rostro, antes de salir disparado por los pasillos de la mansión.
—¡No corras por los pasillos, John! —le advirtió una voz de mujer, que él reconoció, deteniéndose en respuesta, para regresar sobre sus pasos— ¿Sucede algo? —Storm le preguntó extrañada, al tener a un sonriente muchacho, de pie frente a ella.
No hubo respuesta. John estaba pensando en todo lo que quería decirle. Las ideas se agolpaban una tras otra en su mente, sin parecer lo suficientemente buenas como para salir. Su corazón aún latía demasiado a prisa y el calor subía por sus mejillas, sintiéndose tonto y aún más nervioso.
Solo quería decir gracias. Solo quería decirle a Storm lo fantástico que se sentía por lo que hacían por él. Pero todo se sentía demasiado extraño como para ser pronunciado en voz alta. Abría y cerraba la boca, sin que ninguna palabra brotara de sus labios.
La diosa del clima bajó la mirada al sobre que el muchacho permanecía sosteniendo firmemente entre ambas manos, como si temiera dejarlo caer en una equivocación. Lo reconoció al instante. Y no pudo hacer más que sonreír.
—¿Puedo abrazarte? —le pidió ella, haciendo que el chico diera un respingo—. No tienes que decir nada. Pero me gustaría un abrazo.
El pirómano tardó unos segundos en juntar algo de coraje y asentir con un movimiento de cabeza, silencioso.
El abrazo fue tenso y extraño para él. Pero se alegró cuando Storm se alejó aún sonriente, como si comprendiera que su reacción era la de un muchacho demasiado incómodo con las muestras de cariño.
—Gracias —susurró Pyro.
—No hay de qué —le aseguró, acunando su rostro con ambas manos—. Ahora ve, y no corras por los pasillos.
John obedeció, mientras Storm suspiraba, tranquila al saber que estaban logrando buenas cosas para un niño.
Cuando John llegó a la sala de recreación, corrió en una carrera, para brincar a último momento y enganchar ambas manos en los hombros de Coloso, quedando suspendido en el aire.
El gigante apenas se inmutó en el pequeño asalto de las manos tibias y el poco peso que representaba el pirómano para él. Ni siquiera interrumpió el partido de futbolito en el que estaba inmerso.
—¡Hey, John! ¿Qué hay? —preguntó sin prestarle mucha atención, inclinándose un poco hacía adelante, para darle la oportunidad al más pequeño de soltar sus manos, ante el nuevo soporte que recibía de la espalda de Peter.
—¡Rage against the machine! —exclamó, levantando ambas manos, aún sosteniendo el sobre en ellas— ¡Está decidido! ¡Estaremos ahí!
—¡¿Qué?! —gritó Bobby, dando saltos para quitarle el sobre, solo para comprender que su mejor amigo decía la verdad— ¡Los veremos en vivo! —decía emocionado, cuando imitó a John en su vano intento por derribar a Coloso, al colgarse de su cuello, en la celebración.
—¡Oigan, eso no es justo! —decía Peter, en medio de las risas, antes de saltar con ambos niños más pequeños rebotando junto a él, haciendo que las risas se hicieran más fuertes.
—¡Tu cumpleaños será épico! —aseguraba Bobby.
Y John, aceptó interiormente, que podría ser verdad. Su cumpleaños sería épico. Quizás no en comparación a otros niños de su edad. Pero para St. John Allerdyce, ese cumpleaños sería épico.
Era temprano, en la mañana del día siguiente, y Bobby se dejó caer junto a John en su cama. El castaño se sujetaba las agujetas de sus tenis, cuando el rubio tomó su muñeca para interrumpirlo, ignorando su actividad.
—Ten, aquí —dijo Bobby, colocándole un reloj de muñeca—. Feliz cumpleaños.
—Gracias —murmuró, mientras el otro terminaba con su tarea y comenzaba a presionar botones.
—Tiene alarma ¿ves? —le enseñaba—. Cuando suene, significará que debemos salir hacia la mejor noche de todas. No llegarás tarde a ningún lado de nuevo —concluyó con una enorme sonrisa. Habían planeado ir extremadamente temprano al lugar del concierto para disfrutar un poco del ambiente y hacer el tonto entre amigos.
John, solo fingió que el acto no significaba nada, a pesar de que su corazón latiera rápido y sus mejillas se sonrojaban.
Ese fue su primer obsequio del día.
Así que era viernes, su cumpleaños aún no había llegado muy lejos y tenía clases. Storm hablaba sobre algo que no le llamó la atención y eso no era bueno, porque ella solo estaba ahí cubriendo a Scott, en la clase de ciencias políticas; porque el hombre de las gafas estaba encargándose de algún asunto X-men (o eso se imaginaban todos los niños, solo para hacerlo sonar más interesante).
El joven pirómano tenía la mirada en algún punto al frente, lo cual no servía para disimular su falta de atención, ya que estaba en la primera fila y la maestra estaba casi junto a él, más que al frente.
—¿John? —lo llamó Storm. Y ¡oh, sorpresa! él no tenía idea de cuál era la pregunta— ¿Siquiera escuchaste de lo que hablaba?
Pyro paseó su mirada a la pizarra, tratando de encontrar alguna pista, pero no. La pizarra estaba impoluta. Storm nunca escribía mucho en clases.
—John ¿me harás dejarte en detención en tu cumpleaños? —preguntó con ese reproche casi decepcionado que solo los maestros podrían utilizar.
El aludido levantó la mirada a Ororo, espantado ante la idea, buscando rastros de broma en lo que decía.
Y ahí estaba. El brillo del humor en sus ojos y el atisbo de sonrisa en sus labios.
—Ya que hablamos de democracia —dijo ella, mirando al resto del alumnado—. Haremos un ejemplo rápido de democracia —decía, mientras John se relajaba y dejaba entrever una sonrisa. No estaba en problemas—. En este caso, ustedes serán el pueblo y yo su representante ¿qué dijimos que hace el pueblo?
—Toma decisiones por medio del voto —respondió Kitty.
—Muy bien, Kitty —la felicitó—. Y ahora, como pueblo, tomarán una decisión. Yo, su representante ¿debo o no castigar al cumpleañero?
El pequeño juzgado estaba haciendo lo que podía para no reírse del juego infantil que estaba proponiendo Storm.
John mantuvo la vista al frente, sin dignarse a observar quienes levantaban la mano, en qué momento. Tenía, por lo menos, dos buenas razones para creer que no sería castigado:
En primer lugar, era Pyro de quien hablaban. Todos sabían que si se metían con él, quemaría cada maldita cosa que ellos apreciaran, en venganza. Aunque lo llevara a meses enteros en detención.
En segundo lugar, esa era la mansión X. Un refugio lleno de niños bien portados. Ninguno arruinaría el cumpleaños de un compañero, solo para fastidiarlo.
—¿Quién vota por dejar libre al cumpleañero? —preguntó Storm—. Diez votos —anunció, luego de unos segundos— ¿Quién vota por que pase esta tarde en detención? —volvió a preguntar, sin lograr captar la atención del arrogante castaño—. Seis votos.
"¡¿Qué?!" —John pensó, cuando se giraba rápidamente en su asiento, para ver quién demonios se atrevió a votar por su cautiverio.
Seis sonrisas burlonas brillaban para él, aún con las manos en alto. Bobby, Peter, Rogue, Jubilee y Kitty.
El castaño les dedicó una mueca, antes de rodar los ojos. Cuando les volvió la espalda, acomodándose en su pupitre, se rió bajo. Sus amigos sabían que no lograrían la mayoría con esos votos. Solo estaban tomándole el pelo.
Un momento después, la campana sonó, dando por terminada la clase.
—Buen fin de semana —se despidió Storm—. Ve y corre libre —susurró para que solo John la oyera—. Pero no literalmente —le recordó muy seria, antes de soltar una risita.
El aludido sonrió en repuesta, tomando sus libros para salir a la sala de recreación. Tenía un buen rato, hasta la última clase del día.
John caminaba tranquilamente por el pasillo de la mansión. Era libre para seguir con la ansiada celebración del día; por lo menos hasta la clase de poderes con Scott.
Se encontró a Rogue por el pasillo, así que sin mediar palabra, la tomó de la mano enguantada para tirar de ella. La chica de las franjas rió en respuesta, al ser remolcada por el chico.
—¡Debo ir a la biblioteca! —se quejó entre risas.
—¡No! Debes jugar futbolito conmigo, justo ahora. El cumpleañero ¿recuerdas? —replicó, dejándola a uno de los lados del juego, para comenzar el partido.
La muchacha aceptó en medio de una risita. Su libro podía esperar.
—Así que… ¿estás lista para la gran noche? —preguntó él, luego de permitirle hacer un gol. Solo caballerosidad, pensó.
—¿Qué hay en la gran noche? —replicó risueña. John había comenzado otra ronda en el juego.
—¿No te lo dijeron? —soltó la pregunta retórica aún sonriente—. Rage against the machine, en vivo. Un concierto épico, belleza sureña —le aseguró en un tono que dejaba entrever el entusiasmo, sin notar que ella se detuvo en medio del juego, permitiéndole hacer un gol.
—¿Qué? —le cuestionó, con la preocupación haciéndose notoria en su expresión.
—Rage against the machine —repitió sin borrar la sonrisa, pero deteniendo el juego—. La banda ¿la conoces? Hace meses que reúno dinero con Drake para que podamos ir. Será genial.
—¡Oh! ¿Así que tienes las entradas? —seguía preocupada.
—Sí… —aseguró, antes de notar finalmente la expresión de la niña— ¿Qué sucede?
Rogue bajó la mirada un segundo, mordía su labio inferior y no soltaba las manijas del juego. Suspiró antes de murmurar:
—Mis poderes… no son seguros.
John se sintió congelado un momento. No estaba cómodo siendo el amigo consolador en ese momento. Él, al igual que todos los niños mutantes, sabía lo que era estar asustado de sus propis poderes, luego de la primera manifestación. Pero él jamás le tuvo tanto miedo a sus poderes como para limitarse. Manipular el fuego siempre le pareció fantástico.
—Pero Rogue… —dijo rebotando en el lugar, sin llegar a dar saltitos, haciendo un gran esfuerzo por fingir una sonrisa—. Será genial… Nadie te tocará, ya sabes… —Se encogió de hombros fingiendo con todas sus fuerzas despreocupación.
—No, John —negó con fuerza con un movimiento de cabeza, sin ser capaz de mirarlo a los ojos—. No puedo. Es peligroso.
—¡Diablos, Rogue! —maldijo frustrado—. Es solo una noche… —le recordó—. Muestras menos piel que una monja ¿cómo diablos piensas que alguien te tocará? —soltó sin pensar lo que decía.
Su interlocutora dio un respingo, ofendida y fastidiada. Su amigo no entendía. Él no tenía idea de lo que era temerle a su mutación.
—No iré, John —le aseguró con la vergüenza inundando sus ojos negros—. No lastimaré a nadie, solo por tu cumpleaños.
John no pudo evitar recordar que Rogue ya había vivido su primer cumpleaños en la mansión. La chica pidió helado y película. Una ida al centro comercial era simple y divertida para la fecha especial.
Cuando ella sugirió la idea, John no pudo evitar sentirse disgustado. No le gustaba el cine. Y mucho menos los helados. Eran cosas frías y dulces ¿qué tenía de sabroso un helado?
—Bueno… podemos hacer otra cosa, si no te agrada —había dicho ella, dejando caer la emoción de hacía un segundo.
—¿Qué? —cuestionó él—. No ¿de qué hablas? Es tu cumpleaños. Iremos a donde tú quieras —le aseguró, tragándose todos los comentarios despectivos que pensó. Sonrió y siguió hablando—. Te compraré uno de esos pasteles de helado ¿cómo se llaman?
—Pastel helado —replicó Jubilee.
—Diablos. Eso es poco pretencioso —murmuró, antes de que la conversación volviera a recaer en los planes que tenían para el cumpleaños de Rogue.
—Es mi cumpleaños —susurró John, haciendo todo lo que podía para no sonar acongojado
—Lo siento… —masculló bajando la mirada, en medio de un jugueteo nervioso de sus dedos—. No iré, John.
El chico se quedó en silencio observando a la muchacha. Sintió su estómago caer al suelo, impotente ante lo que oía.
—¿Qué hay, chicos? —Bobby llegó alegremente, rodeando a John por los hombros, en un abrazo. Borró la expresión simpática al notar los rostros taciturnos— ¿Sucede algo?
—Rogue no irá esta noche —soltó Pyro, con un tono plano, sin quitar la mirada de ella.
La aludida apenas levantó el mentón, mordiendo su labio inferior. Apenas una fracción de segundo después, prácticamente corrió para subir las escaleras hasta su habitación, ignorando el pedido de Bobby de que se detuviera.
—¿Crees que esté bien? —preguntó el rubio, en una lucha interna por correr tras ella.
—Me da igual —gruñó el otro en respuesta, antes de darle un pequeño empujón para ir hasta el sofá y tumbarse con fastidio.
Bobby suspiró sin estar seguro de lo que debía hacer. Ser un niño bueno no era tan fácil.
Nota: Estoy metiendo a esta gran banda Rage against the machine, porque tengo ganas (? Ok, y va a tener una buena justificación después, también.
Si quieren opinar sobre la actitud de Rogue, pueden hacerlo, así como pueden opinar sobre lo que quieran. Crítica, tomatazos, tontería, pueden pasarse por la cajita de comentarios. No necesitan tener cuenta y responderé todo (puedo responder al final del siguiente capítulo).
Saludos. Be free, be happy.