Los personajes que aparecen en esta historia pertenecen a Stephanie Meyer. La historia en su totalidad es mía, esta registrada.
1
El paso del tiempo es inevitable, nunca fui más consciente de ello, cada día que pasa se me hace más insoportable pensar que te fuiste hace ya casi tres años. Un mes, sólo uno queda para rememorar ese día. Aquel en el que te perdí sin haberte tenido nunca.
Creerás que soy una ilusa, aferrada a quien nunca me perteneció. Jamás fuiste mío, nunca hubo un beso, un detalle, una caricia… sólo miradas y cientos de conversaciones de media hora escasa.
No puedo expresar con palabras cuanto anhelaba aquellos segundos que robábamos: tú a tu trabajo, yo a mis estudios. En ese instante nada importaba salvo…
Dejé caer el bolígrafo a un lado, superada por las lágrimas al evocar su rostro, al comprender que por mucho que me esforzase, mi deseo de rendirle un homenaje debía volver a posponerse.
Mis ahorros no habían crecido lo suficiente en el último año, aunque el trabajo no faltaba no me permitía ahorrar demasiado y eso contando con la ayuda inestimable y gratuita de mi `primo, que nunca me fallaba aunque no pudiese pagarle nada por su labor.
Miré por la cristalera de la pequeña tienda que había montado en Seattle, quizás había sido un error volver a mi hogar después de finalizar la carrera, pero Chicago me ahogaba y rechacé una gran oferta de trabajo para perseguir mi sueño: un proyecto que se estaba llevando mi salud a pasos agigantados.
Me levanté con ganas de estirar las piernas y cansada de esperar que el teléfono sonase. Lo único que se oía era el suave tic tac del reloj de mi abuela, lo conservaba con cariño, pero era capaz de volverme loca con el incesante soniquete. A veces tenía que pararle para evitar la tentación de deshacerme de él.
"Inténtalo" había dicho Edward el día anterior a toparme con la realidad. "¿Qué pierdes por probar? Nada y yo estaré ahí para ayudarte"
En ese instante refrené el impulso de besarle, reparando en la evidencia de que estaba casado, la marca de su dedo anular era el recordatorio constante de su condición. Volviéndole inalcanzable para mí.
Pero él ya no estaba, ni siquiera había conseguido ver mi pequeño estudio de reformas.
Basta, Bella, sólo te haces daño. Murmuré entre dientes, cual mantra, tratando de borrar de mi mente lo que no pudo ser.
Las ocho menos cinco, otro día monótono acababa, recogí el proyecto en el que trataba de centrar mi atención y al que no había dedicado ni una hora aquella tarde: la decoración de una habitación de bebé. Odiaba aquellos trabajos mal pagados y con muchos inconvenientes, las madres embarazadas no lo ponían nada fácil, aunque eran mucho peores las suegras y que decir de los maridos… la labor perfecta para volverse loca. Pero no podía permitirme el lujo de rechazar ni un solo proyecto.
Apagué el ordenador y le di la vuelta al cártel de la puerta, conté los segundos mientras recogía el bolso de la silla y me colocaba la chaqueta. Repasé mentalmente lo que tenía en la nevera, nada interesante y apetecible para cenar, otra noche de chocolate y televisión por delante. Ya había perdido la cuenta de cuántas llevaba así.
Me até la chaqueta y coloqué el último archivador de telas de color pastel en su lugar. Las ocho, al fin, hora de irse.
Las campanillas de la puerta me hicieron saltar de la impresión. Seguro algún curioso que quería entretenerme sin intención de encargar ninguna reforma. Maldije en mi cabeza, pinté una sonrisa en mi cara y me dispuse a enfrentarme a la ancianita de turno, con mil preguntas y ninguna necesidad.
Me giré y el saludo murió en mis labios al ver a la mujer que ahí se encontraba. Elegantemente vestida me observaba evaluándome y juzgando mi aspecto. Por experiencia sabía que los viernes la gente no se molestaba en venir a mi tienda, así que siempre optaba por mis vaqueros y una camisa informal. Alguna ventaja tenía que tener ser la dueña.
—¿Puedo ayudarla en algo? —cuestioné cuando no soporté más el escrutinio al que me sometía sin pudor la escultural rubia.
—Creo que sí —convino avanzando hacia mí— ¿Isabella Swan, supongo? —preguntó en un tono entre aliviado e interrogativo.
—Si —alargué mi mano confusa ante su actitud—. Es un placer señorita…
—Hale, Rosalie Hale —dijo con efusividad— Justo la persona que estaba buscando, ha sido difícil, se lo aseguro, pero le dije que la encontraría.
—No entiendo.
—Pronto lo comprenderá, ha sido un verdadero dolor de cabeza buscarla.
—Lamento oír eso —agregué sabiendo que era lo que quería oír.
Empezó a pasearse por la sencilla tienda, observando las fotos de mis últimos trabajos, hablando entre dientes y poniéndome tremendamente nerviosa. Conté los segundos, dándole espacio, pero no pude evitar mirar el reloj de reojo.
—Veo que tiene prisa, imagino que la estarán esperando. ¿Algún novio, quizás?
— ¿Perdón?
—No sé en qué estaría pensando —empezaba a sentirme incómoda con aquella mujer, mucha clase, mucho porte distinguido, pero era una indiscreta de cuidado.
—¿En qué puedo ayudarla? —dije tratando de centrar la conversación.
—Imagino que conocerá Forks —asentí sin interrumpirla— y espero que se sienta cómoda allí, la vamos a necesitar durante más de un mes. Por supuesto, la estancia corre de nuestra parte. ¿Qué tipo de alojamiento preferirá?
—Empiezo a no entender nada, señorita Halle, lo primero que tendría que saber es qué necesita y después mirar cuándo puedo estar disponible.
Cogí la agenda, pero no llegué a abrirla.
—Mi hermano y su mujer regresan en mes y medio. No podemos esperar a que tenga un hueco libre, es su regalo de bodas. Entenderá que debe estar listo antes de que vuelvan. Se que es la mejor, señorita Swan, me han hablado muy bien de su trabajo y la necesito. Tendría que empezar este lunes.
—Me halaga, pero…
Abrí la libreta, tenía varios encargos, no demasiado grandes, pero ya me había comprometido a ellos.
—Va a ser imposible que pueda empezar el lunes, hasta mayo no estaré libre.
—Una pena, no podré contar con usted. Aunque quizás le interese mirar esta cifra —sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y la puso sobre la mesa— y pensar en ello. Tiene hasta mañana por la mañana para llamarme, no pierda la oportunidad, dudo que cualquiera de esos trabajillos pueda siquiera rozar los ceros que tiene en sus manos.
Se giró y salió como había llegado, sin explicarme gran cosa y dejándome llena de dudas. Tenía dos opciones: olvidarme del asunto sin mirar la tarjeta o verla y enfrentarme a la realidad. La cogí y, por un segundo, quise tirarla, pero la curiosidad pudo conmigo.
No podía ser cierto, me repetí mientras llegaba a casa tratando de desdibujar de mi mente tanto cero junto, era más de lo que podría ganar en los próximos cinco años. Pero las dudas no dejaban de asaltarme, no sabía nada de ella, ni siquiera de qué me tenía que ocupar o por qué me haría mudarme a Forks durante todo el mes.
Era una locura y, sin embargo, también la solución a mis deseos. Podría hacer el homenaje a Edward y cerrar esa etapa de mi vida.