Qué alegría amigos, que día más feliz II

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Judy despertó por el ruido de una sirena.

Contuvo la respiración conforme el sonido iba acercándose. La patrulla — o ambulancia, ¿quién podría saberlo? — pasó de largo por la ventana y el sonido se perdió entre los cláxons y el bullicio de la calle.

Suspiró con profundo alivio y estiró la pata. Hurgó entre las sábanas en busca de su celular. ¿Qué hora sería?, ¿las nueve de la mañana?, ¿diez, quizá? Siguió buscando el maldito teléfono… Nada.

Se extendió en un nuevo intento por encontrarlo y chocó contra algo peludo.

Oh

Su mente fue golpeada por memorias, al principio erráticas y luego mucho más vívidas que antes; John, El Oasis Negro, la pelea y Nick.

Nick al filo de la puerta, Nick cruzando la habitación, Nick clavando clavándole los colmillos a John Terrance, y ahora Nick, recostado justo frente a ella, mirándola en ese preciso instante.

— ¿Esto es lo que buscas? — preguntó el zorro con el teléfono en la pata. Judy no pudo evitar sonrojarse. Allí estaba él, fresco y sonriente, observándola como quien mira un platillo después de semanas de hambruna. ¡Y el miserable todavía se daba el lujo de mojar el hocico con la lengua!

Judy le arrebató el teléfono, volvió a recostarse y le dio la espalda. Ansiosa, luchó por controlar la aceleración de cada latido en su pecho.

No pasó mucho antes de percibir como la pata de Nick la agarraba de la cintura y la atraía nuevamente hacia él. Puso percibir su aliento en una de sus orejas; — ¿Me vas a decir que no te gustó, Zanahorias?

¡Listo! desarmada otra vez.

La fuerte patada de la coneja fue suficiente respuesta para Nick, quien soltó una risita y hundió el hocico en el cuello de ella, dejando allí pequeños y furtivos besos. — Mojigata.

— ¡Cállate!

— Esa vergüenza no la tenías anoche…

— ¡Déjame en paz!

No se trataba de una broma cotidiana de Nick, ella verdaderamente se había convertido en un animal totalmente diferente esa noche. ¿Quién apostaría que la conejita correcta, aburrida y moralista podría llegar a una faceta tan salvaje y venérea.

Su imaginación no fue suficiente para bosquejar un sueño que en un inicio era imposible. ¿Quién hubiese dicho que ese deseo hoy era un vívido recuerdo? De hecho, el solo rememorar todo lo ocurrido, provocaba que su sangre bombeara a una velocidad ridícula.

A pesar de ello, no dudó en hacer uso de esa memoria, sin temor alguno a desgastarla o modificarla, como si se tratase de la cinta de una película que se rebobinaba una y otra vez. Entre más la pensaba, más verosímil se tornaba.

— ¿En qué piensas? — susurró Nick a su oreja, dejando leves caricias en el perfil de su cadera.

— En nada.

Ella sonrió a sus espaldas, dejando que su mente divagara sin represión alguna. Las imágenes fluyeron con rapidez. Era de cierto modo, bastante bizarro: Terrance hizo el inicio de esa tarde algo realmente amargo. Algo que Nick enmieló tan solo con unas cuantas caricias.

Oh sí, como le gustaba recordarlo: Entre abrazos y fervientes besos, ambos abandonaron el Oasis Negro con rumbo a su departamento. "Olvídate del mañana" había dicho el zorro esa noche, y consciente de lo que le depararía una vez llegaran a su destino, Judy por primera vez en mucho tiempo se dejó llevar.

El juego de la presa y el predaror tomó un rumbo completamente diferente. ¿Se podía ser salvaje e impasible a la vez? Nick se encargó aclarar esa duda cuando trazó largos caminos de besos y mordidas por todo su cuerpo, enloqueciéndola con el simple movimiento de sus patas. Renuente a convertirse en la única presa del momento, Judy le regaló al zorro la oportunidad de experimentar un poco de docilidad.

No hubo cadena alimenticia. No hubo presa y cazador. Sólo ellos, entregándose el uno al otro en un juramento sellado por el ardor.

— Definitivamente estás pensando en algo. Estás más caliente que el cobertor… Si es que hablamos en sentido literal.

Judy soltó una risita y volvió a patear al zorro con suavidad; — Qué sucio eres — acusó y después suspiró profundamente. Dio la vuelta y se vio cara a cara con esos ojos esmeralda resplandecientes — Pensaba en lo de anoche…

— Y yo soy el sucio.

— ¿Me vas a dejar terminar? — reclamó Judy y besó la nariz del zorro. Nick, no conforme con ello, la atrajo más hacia él. Sus colmillos hicieron la pantomima de morder su cuello. Eso a ella le gustaba, más de lo que se atrevía a admitir — He pasado la mayor parte de mi vida persiguiendo un objetivo. Jamás sentí que pertenecía realmente a un lugar hasta que te conocí, y compartir esto contigo fue... — Judy hizo una pausa, sin poder encontrar las palabras para describir su sentir. Al final simplemente suspiró hondo para agarrar coraje; — Ay… ¡te amo, Nick! Gracias por esto — exclamó apenada, escondiéndose en el pecho del zorro.

Nick la apretó con tanta fuerza que Judy tuvo que reprimir un quejido en la garganta. Su silencio la puso alerta; — ¿Nick? — preguntó cuando percibió el temblor del zorro en sus brazos. — ¿Qué te pasa? — quiso mirarlo a los ojos, pero las patas del zorro la retuvieron donde estaba; allí, acurrucada en su pecho.

— También te amo, Zanahorias.

Fue la única respuesta que recibió.

Tuvieron que pasar unos cuantos minutos para que ella pudiera darse cuenta. Por supuesto, como todos animal en el mundo, los zorros también lloran, aunque jamás serán lo suficientemente humildes para admitirlo.

Se quedaron así un rato... abrazados. Compartiendo historias, besos y risas. En menos de lo que ambos se dieron cuenta, el reloj marcó el medio día. Vaya, vaya. ¿Quién lo hubiese dicho? La oficial Hopps acostada hasta las doce. Ni el más sabio elefante lo hubiera predicho jamás.

— Bueno… hora de irnos. Hay cosas que hacer — musitó él de repente. Salió de la cama y comenzó a vestirse de improvisto.

— ¿Qué cosas? — Preguntó confundida.

— Debemos ir a la jefatura — dijo Nick, como si fuera el hecho más obvio del universo.

— ¿A la jefai…? ¿¡Qué cosa?! — Judy saltó de la cama incrédula — ¿¡Estás demente?! Es el último lugar al que tenemos que ir.

Ella negó con la cabeza y miró hacia todos lados. El zorro pudo observar como su pata derecha comenzó a golpear el piso constante y uniformemente; un evidente tic de un conejo pensativo y ansioso. Paró el tic y abrió la puerta del clóset.

La realidad volvía a golpearla sin piedad. Absorta en la burbuja de felicidad en la que Nick había convertido la habitación de su departamento, olvidó la obvia persecución a la que ambos estaban sometidos. Terrance no iba a dejar ese incidente por sentado y, por más que sus compañeros de trabajo lograran retrasar el inminente arresto, tarde o temprano llegaría la ZPD a tocar puerta. Ya podía imaginar a Terrance en la entrada del edificio con un bozal en la mano.

¡Primero muerta!

— Zanahorias, ¿qué haces? — preguntó Nick.

La coneja había sacado una enorme maleta, donde metió ropa al azar, aún con los ganchos puestos.

— Hay que irnos. Aún podemos salir de la ciudad… — habló de forma atropellada, y recorrió cada rincón de la habitación para empacar lo necesario.

— Judy… — Llamó Nick.

— El tren ya no es opción. Podemos salir en coche. ¡O caminando! Si nos disfrazamos bien, seguro salimos sin problema.

— ¡Judy!

El zorro tomó su rostro entre las patas. Sus labios silenciaron el palabrerío y de paso, erradicaron el estrés que la subyugaba en ese momento. La coneja dejó caer las llaves, las cuales sonaron estrepitosamente contra el suelo cuando ella rodeó el cuello de Nick entre sus brazos, esperando alargar así ese preciado letargo que él le provocaba.

— No iremos a ningún lado… — murmuró él al final.

— ¿De qué estás hablando? — cuestionó, confundida.

— Estoy cansado de esconderme. Y no voy a comenzar a hacerlo de nuevo, no por esto… — alegó, tomándole las manos— Soy una macho adulto, Zanahorias. Creo que ya es tiempo de afrontar las consecuencias de mis actos.

Lo que siguió después fueron una serie de gritos, reclamos, explicaciones y llantos. ¿Por qué ese zorro del demonio planeaba jugarle al correcto cuando estaba en riesgo su libertad?, ¿por qué, cuando por fin el destino les regalaba un indicio de felicidad juntos, ese indigno semi perro decidía dejar atrás su faceta de astuto?

Entre protestas y súplicas de Judy, Nick intentó dibujarle una vida de fugitivo: Miedo, persecuciones, traiciones; el dolor de viajar a un sinfín de lugares y saber que jamás podrían llamarle a ninguno "hogar". ¡No señor! Prefería mil veces ser encerrado en una jaula antes de regalarle esa clase de destino. Amarla libremente era la meta que se había impuesto desde hace años… ¿Qué daño podría hacerle esperar unos cuantos más? Podría incluso dejarla ir. Pero, ¿condenarla al asedio? ¡Eso jamás!

Al final, el martirismo de Nick ganó la partida. Hecha un mar de lágrimas, Judy ocupó el asiento copiloto de la patrulla. Un transporte bastante irónico, si se lo preguntaban.

—Ni siquiera lo intentes — advirtió Nick cuando la idea de noquearlo y escapar pasó por su mente.

.—¿Por qué te empeñas tanto en romperme el corazón? — la voz en aquella pregunta sonó tan agria y desoladora, que por poco logra hacerlo dar vuelta atrás.

— Perdóname. Soy un zorro — contestó y cerró la puerta de la patrulla tras de sí.

Judy le siguió en silencio. Ambos cruzaron el estacionamiento de la comisaría sin ningún escándalo. Pero cuando llegaron a la puerta, fue que el verdadero aturdimiento llegó.

Todo iba normal, DEMASIADO normal. Nadie dijo nada, ni un solo oficial tuvo siquiera la más mínima intención de increparlos al atravesar la puerta.

— ¡Judy! ¡Corazón! — Garraza corrió del escritorio del lobby hasta la recepción.

La pobre coneja sintió como sus músculos tronaban ante el abrazo de improviso que aquel guepardo le dedicó: — ¡Dios santo! Casi me muero cuando me enteré. ¿Estás bien? Sabemos que Terrance te amenazó y te secuestró. — escupió atropelladamente entre sollozos — ¡Uy! Ese malditooo. Me alegra que no te haya hecho nada… porque no te hizo nada, ¿cierto? Ay, por favor… ¡dime que no te hizo nada!

— El que está a punto de asfixiarla eres tú, manchas — advirtió Nick.

Benjamin la soltó apenado. Judy tuvo que darse su tiempo para recuperar un poco el aliento: — N-No entiendo. ¿Cómo supiste lo de Terrance?

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—Porque sólo un idiota coacciona a una oficial de la ZPD en la oficina del comisionado, y olvida que tiene cámaras de seguridad.

Judy y Nick giraron incrédulos hacia donde provenía aquella voz. Allí, parado frente a ellos estaba el mismísimo Jefe Bogo.

En uno de sus cuernos, se encontraba Fru-Fru, quien saltó hacia el hombro de Judy para abrazarla del cuello; — ¡Judy! Estaba tan angustiada por ti ayer que, después de avisarle a Wilde moví mis contactos por cielo y tierra

— ...Y así es como varios meses de terapia contra el estrés fueron interrumpidos — vociferó Bogo — Aunque me alegro, de no haber sido así, ese tejón seguiría haciendo mierda a MIS oficiales y a MI jefatura.

La coneja a penas podía creer lo que estaba pasando. Hacía unos minutos estaba a punto de renunciar a toda felicidad, y de repente Bogo regresa; — Pero, ¡Y Terrance! Él… ¡Él tiene el archivo de Nick! — exclamó, aún aterrorizada.

—No, no lo tiene. Con varios señalamientos de acoso y, ahora con pruebas contundentes en su contra, no fue difícil amenazarlo de vuelta. Ese pelmazo firmó su renuncia y aceptó todos los cargos. No dudo que esté llegando justo ahora a la penitenciaría.

— Oiga, jefe. El encumbrimiento también es delito. ¿Qué hay de mi expediente? — cuestionó Nick repentinamente.

— Está en mi archivo, con uno de estos… — Bogo entregó a Nick un sobre con la copia de varios documentos. — El detalle es que, ya estás cumpliendo con la sentencia de tus crímenes, Wilde. Llámalo trabajo comunitario con sueldo, si quieres. En esa copia encontrarás los años que has cumplido como oficial de la ZPD y los años que te restan para "saldar tu sentencia".

— Quiere decir que… ¿no tiene que ir a la cárcel? — Judy apenas pudo reprimir su mirada de infinita esperanza.

— Es lo que acabo de decir. ¿Es que ninguno aquí conoce las leyes de Zootopia?

El jefe Bogo no pudo decir una palabra más, pues Judy se lanzó hacia él para darle lo que quería pensar que era un abrazo. Por supuesto, era demasiado búfalo para los brazos de una simple coneja.

— ¡Gracias, gracias, jefe! — Judy se apegó tanto a su pecho como pudo.

— Sí… bueno. Vuelvan a sus deberes — ordenó apenado, después de que la coneja volvió a tocar el suelo. Por supuesto, su intento de ocultar el sonrojo en sus mejillas fue inversible.

Garraza regresó al escritorio de la recepción. Fru Fru, por su parte, no quiso irse hasta que la coneja le prometiese que, después de todo lo ocurrido, tomaría unas vacaciones lo más pronto posible. Cuando Judy cedió ante su insistente propuesta de ir juntas un fin de semana a la cabaña privada de Big, la musaraña emprendió marcha hacia la puerta, donde Koslov esperaba por ella.

— Bonito abrazo, Zanahorias — soltó Nick con mofa — ¿Ahora también te tengo que cuidar del jefe Bogo?

— No me digas que estás celoso.

— La verdad sí. Es que ayer descubrí que te gustan grandes.

Las mejillas de Judy ardieron y Nick soltó un ligero "ouch" después de recibir un golpe en el brazo. Gajes del oficio. Había cosas que no cambiaban y que él tampoco deseaba que lo hicieran.

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EPÍLOGO

— Por enésima vez, Nicholas Wilde, ¡No pienso disfrazarme de colegiala! — gritó la coneja hastiada, y por supuesto, avergonzada — ¡Métetelo en la cabeza!

— ¡Aw! Pero Zanahorias. Inhibete. A demás, sé que sabes lo sexy que te verías.

Habían pasado ya seis meses desde el regreso de Bogo a la comisaría, cinco desde que anunciaron su relación formal, tres semanas desde que se mudaron juntos y dos días desde que ambos se hicieron a la idea de que nunca más podrían estar el uno sin el otro.

— Te juro, eres al animal más pervertido que conozco — acusó ella.

Judy cerró la llave del fregadero después de terminar de lavar los platos de la cena. Por supuesto, él estaba allí a su lado, secándolos. Todo aquello ya era una rutina marcada de un jueves por la noche después del trabajo. Si las cosas salían como todos los días, ambos irían a lavarse los colmillos, se meterían a la cama, verían uno o dos capítulos de Game of Turtles y después se quedarían dormidos, abrazados.

— Te apuesto a que hay una que es peor que yo. Si quieres te la presento, pero hay que ir a la habitación.

Bueno... Quizá en esa rutina olvidaba una esporádica actividad de la que ella y el zorro usualmente eran fanáticos.

— Por dios, Nick. No es primavera — se burló ella y aprovechó su cercanía y el banco de la cocina para robarle un suave beso.

— ¿Necesita serlo, bonita? — gruñó y mordió delicadamente una de sus orejas. Judy tuvo que reprimir el gemido. Ese semi perro aprovechado sabía exactamente qué lugar atacar primero.

— Adelántate, tengo que ver primero una cosa — cedió por fin y claro, el zorro prácticamente corrió hacia la habitación que ambos compartían.

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La vida entera de Judy estaba enfocada única y exclusivamente a luchar y alcanzar sus objetivos: tener buenas notas, entrar a la academía de policía, graduarse con honores, entrar a la fuerza policiaca, hacerse valer como oficial. Luego, el reto de enfrentarse a sus propios sentimientos, porque quizá ella nunca estuvo del todo consciente, pero desde que conoció a Nick, se había enfrascado en una lucha más, la de conquistarlo a como de lugar.

Hoy, esas metas que antes parecían inasequibles, ahora están detrás de ella. Lo que había ahora en frente era un mar de posibilidades. Y, aunque la máxima de Judy Hopps era perseguir sueños y hacerlos realidad. Ahora que todos estaban oficialmente cumplidos, ¿tendría algo de malo olvidarse de buscar algo nuevo por el momento?

Entretenida con aquellos pensamientos, apagó la luz de la cocina y de la sala y se dirigió hacia la habitación. En su rostro se dibujaba una sonrisa plena; una con la que nunca había cargado hasta ahora.

Esa misma sonrisa se evaporó cuando cruzó la puerta del cuarto. Judy abrió incrédula los ojos y, por un momento, quiso tallarlos con sus patas para asegurarse de no estar soñando.

Allí, parado frente a ella estaba su personaje favorito de toda la vida.

Todo en él encajaba; el arco y flecha, el traje, el sombrero y la personalidad.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas sin darse cuenta. Allí, a unos centímetros, estaba el sueño de niña que había olvidado y que no había podido cumplir: Conocer a Robin Hood, al verdadero; a aquel que pudiese capturar su esencia por completo.

Y ese animal siempre fue Nick.

¡En tu cara, Lady Marian!

— ¿Milady? — Nick extendió la pata hacia ella a modo de invitación y ella supo que ya no podría pedir nada más.

FIN.

Los amo, perdónenme por tanta espera. Pero entré a trabajar y toda mi vida social se fue al cuerno. Pero hoy, por fin pude terminar el capítulo.

De corazón, espero que les guste.