Disclaimer: Los personajes corresponden en derecho de propiedad a sus respectivos autores, esta historia es sin fines de lucro. Sólo con el único fin de entretener a un público lector; de una fan para fans.
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No hay futuro para ti

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Cuento los recuerdos que aún rondan en mi memoria, quisiera comprender cómo es que llegamos a esto. Cada día lucho contra la voz que me grita los pecados que cometimos; sólo el dolor termina hundiéndome, cada vez más, en la oscuridad de una habitación vacía.

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Cerró la puerta de madera detrás de ella.

El día se había ido muy pronto.

La joven mujer se dejó caer en la sabana multicolor que siempre, en su adolescencia, había identificado a su cama. Alzó la mirada, y estirando su brazo izquierdo logró alcanzar el muñeco de felpa que adornaba la esquina de su colchón, recargado sobre la pared de madera vieja. Al tomarlo, lo levantó sobre su rostro para poder observarlo mejor.

— ¿Qué es lo que haremos? — Con un tono de voz cansado soltó aquella pregunta, para después guardar silencio sólo observando al extraño ser, color azulado frente a ella. La pelirroja deseaba que el muñeco pudiese responder, dándole alguna solución.

Suspiró, dejando caer sus brazos a cada lado de su cuerpo, pero sin dejar de mirar al techo, aún pensativa.

Wendy se sentía cansada.

No tenía más de media hora que había dejado la Cabaña del Misterio después de haber regresado con Mabel. Y sin rastros de Dipper, la mujer había terminado caminando de regreso a la casa de su padre, adentrándose entre la maleza que comenzaba a perderse en la oscuridad, acompañada de los sonidos veraniegos de los insectos alrededor.

No sabía qué más hacer, mucho menos qué pensar.

Después de una larga tarde, concluyó que Mabel no había cambiado demasiado, con ella. Habían platicado como las dos grandes amigas que alguna vez habían sido, que aún eran. Ambas riéndose de anécdotas graciosas que la mayor tenía por montones para contar, pero siempre omitiendo al gemelo de la castaña.

Para Wendy sería más sencillo tomar sus propias decisiones si pudiera hablar libremente de ambos gemelos.

Comenzaba a ser cansado.

— Seguramente lo estoy pensando demasiado — Cerró los ojos.

Desde que todo aquel problema entre hermanos había comenzado, la joven Corduroy se había mantenido incondicionalmente a lado del chico que era su novio; tanto que al inicio ella misma había discutido innumerables veces con Mabel, intentando hacerla entender, hacerle ver que no era la única que sufría.

Le pidió tantas veces que dejara todo ese enojo, que ya ni siquiera recordaba el número de ocasiones en las que había terminado con la puerta cerrada en la cara. Fue por eso que después de un año, cuando decidió mudarse a Bostón con Dipper, pensó que al igual que el castaño, ella terminaría siendo vetada de la vida de Mabel.

El último día que estuvo en California, se despidió de la castaña mientras le hablaba a la puerta cerrada de su habitación.

"Mabel, hemos pasado por mucho. Y después de hoy será muy difícil volvernos a ver; sabes que terminé queriendo mucho a tu hermano, y que esa es mi razón para estar con él, para seguirlo…, pero también eres especial para mí, eres la hermana que jamás tuve. Por eso, por favor, deja de lastimarte."

Pero el silencio fue su única respuesta, pareciera que sólo había estado hablándole a la puerta de una habitación vacía, y por un momento lo creyó así, hasta que pudo escuchar los débiles sollozos que la chica seguramente intentaba silenciar, con las sabanas encima de ella, abrazando sus piernas.

En ese momento Wendy sonrió con tristeza, porque sabía el dolor que Mabel debería estar sintiendo. Lo sabía, porque Dipper vivía con esa misma pena.

Después de esa ocasión las únicas veces en las que tuvo la oportunidad de encontrarse con Mabel se redujeron a una única fecha, e incluso ahí, la castaña optaba por encerrarse en el departamento que había comenzado a rentar por su cuenta, meses después de la partida de Wendy.

Aun así la pelirroja había intentado saber un poco más de Mabel, a lo largo de ese tiempo. Pero resultaba casi imposible cuando hasta el propio padre de ambos hermanos se había visto alejado, sumándole a los constantes viajes de negocios en los que siempre se había mantenido. Su relación con el señor Pines en realidad era inexistente, ya que desde su llegada a California sólo había tenido la oportunidad de ver al padre de Dipper en dos o tres ocasiones. Así que, preguntarle abiertamente acerca de su hija, nunca había parecido una buena opción.

Lo único que podía esperar era que al menos la madre de Mabel estuviese con ella, cuidándola. Porque era la única que, al parecer, podría estar a su lado.

Le gustaba pensar que era cierto.

La chica se reincorporó de su cama y sentándose en la orilla caminó hasta su propia maleta roja, la cual se encontraba reposada sobre una silla a un costado de la puerta. En ella ya no había nada más que la ropa que había utilizado el día anterior. Wendy hizo a un lado aquellas prendas para poder tomar el objeto que se escondía al fondo y que no había querido mostrarle a su novio en todos esos meses desde que lo había conseguido, pero que siempre había guardado cerca.

Sostuvo con ambas manos el mediano libro de tapas duras, que se envolvía en un protector de papel laminado, el cual protegía los detalles de impresión que poseía la cubierta. La chica regresó a su cama, y con pesadez se volvió a sentar en ella, aun sosteniendo el libro, mientras observaba el título de este.

La última vez que había estado en California con Dipper, hacía tan sólo unos meses, había tenido que comprar algunos objetos de aseo personal en el supermercado, y debido a las circunstancias, terminó yendo sola. Fue en el momento de regreso que su vista chocó con el ventanal de una librería, y en ella pudo observar la promoción de aquel libro que ahora sostenía en sus manos.

Le había llamado la atención de inmediato.

En realidad podría no tratarse de algo relevante. Sólo un recopilatorio de cuentos para niños. O eso es lo que la chica que atendía aquella librería, le había dicho.

Y aun así, decidió examinar un poco el objeto, después de haber encontrado el libro que su novio le había dicho, semanas atrás, que quería leer; pero cuando estuvo a punto de dejarlo y seguir con su camino, fue que leyó en la parte trasera el nombre de los autores de aquellas historias ahí narradas. Y al encontrar un nombre conocido, hizo que, sin pensarlo, pagara por el, llevándoselo a casa.

"¿Recuerdas las ganas que tenías por escribir? ¿El deseo de ser la mejor profesora de cuarto grado? Hazlo. Por favor, no te detengas más. Te quiero. Y cuando estés lista, podremos volver a ser el equipo inseparable.

Volverán a ser los gemelos misterio."

Recordó entonces las últimas palabras que dio a aquella puerta cerrada, antes de dar media vuelta y comenzar su camino hacia el aeropuerto que la llevaría a Boston.

Sonrió, porque aquel texto, para Wendy, podría significar que la chica, al menos, había decidido no dejar en el olvido todas sus ilusiones, y creyó que era un paso para que los gemelos, eventualmente, se perdonaran.

Y había mantenido esas esperanzas, las cuales incluso tuvieron la osadía de aumentar, cuando la vio entrar por la puerta principal de la cabaña, cargando su portátil; aquella imagen le había traído varios recuerdos, porque no era la primera vez que presenciaba aquella escena, pero era cierto que la última vez, había sido una semana antes de que la felicidad de los hermanos Pines se esfumara. Y hasta esa tarde parecía que las cosas podrían comenzar a cambiar… sin embargo, no tuvo que esperar demasiado para descubrir que la posición de la castaña en cuanto a su hermano no había mejorado ni un poco.

Casi podría decir que, incluso, había aumentado el dolor.

Wendy suspiró de nuevo, y dejándose caer hacia la suavidad de su colchón se acurrucó del lado derecho de su cama, quedándose dormida con rapidez. En sus pensamientos sólo esperaba que por lo menos, al despertar todo se encontrase con la misma tranquilidad con la que ahora estaban. Aunque sabía que sus propias preocupaciones no facilitarían para nada la situación.

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Dipper cepillaba sus dientes mientras observaba su reflejo en el espejo frente a él. Se sentía aun cansado. Esa mañana el castaño hombre había despertado más tarde de lo que acostumbraba normalmente; había sido hasta que la luz del sol pegó directamente en su cara, que terminado por abrir sus ojos.

Pero un quejido había salido de su garganta, cuando al reincorporarse sintió un poco de pesadez sobre su cuerpo, además de un ligero dolor sobre su espalda. Y no era para menos, la mayor parte del día anterior pasó acomodando los artilugios dentro de los estantes en el laboratorio del tío Ford.

Suspiró un poco cansado y acomodando su cepillo color azul en su lugar, salió del baño dispuesto a bajar por las escaleras de madera.

Cuando por fin estuvo en la planta baja se dirigió a la cocina esperando encontrar algo para alimentarse, porque aunque no le prestara demasiada atención, debido a la pequeña punzada de dolor en su espalda, de verdad estaba hambriento.

— Hey, amigo — Escuchó la voz gruesa de Soos en el momento en el que entraba a la habitación. — ¿Estas bien? — Preguntó de inmediato cuando lo vio con una mano sobre su nuca.

Dipper rápidamente alzó la mirada y asintió. — Sólo, creo que dormí mal —. Sonrió — ¡Hey! Buenos días Matt, ¿Cómo estás? — Saludó, con un tono de voz más alegre.

— Hola — Fue lo único que el pequeño pudo articular como saludo, con su aguda voz, haciendo que con una sonrisa el hombre terminara de acercarse a la mesa en donde se encontraba su viejo amigo alimentando al niño.

— Veo que estas almorzando, ¿estuvo rico? — Continuó la conversación con el pequeño mientras se acomodaba en una de las sillas de madera, al otro lado del infante, viendo como el mayor terminaba con su labor.

— Si —. Matt le dirigió una sonrisa inocente a Dipper, para después juguetear con la pequeña cuchara y el plato vacío que reposaban frente a él. Soos sonrió enternecido y removiendo los delgados cabellos oscuros de su pequeño, se puso de pie.

— Te preparare algo para que comas —, fue entonces que el hombre notó como el castaño intentó levantarse rápidamente de su lugar, seguramente para declinar la oferta. Así que prosiguió, evitando que el chico pudiese alegar. — No te preocupes —. Y sonriendo se dirigió hasta la alacena de la cual sacó una caja de cartón. — ¿No se te antoja un poco de cereal con yogurt y arándanos? ¿O me vas a decir que ya no te gusta el cereal de chocolate?

Y ante aquellas palabras, Dipper sólo dio una ligera carcajada, para después reacomodarse en su asiento. Le puso de buen humor saber que aquel hombre aún recordaba lo que a él, de niño, le gustaba tanto desayunar; a tal grado que había hecho a Stan odiar aquel cereal.

— Me ganaste, no puedo rechazar la oferta.

El castaño no tuvo que esperar mucho para ver un plato frente a él, con las hojuelas cubriendo la mitad del tazón, acompañado con un cremoso liquido justo a lado, adornado con los frutos rojos por arriba; hacía bastante tiempo que no veía aquel simple arreglo que incluso parecía una escena sacada de alguno de sus recuerdos.

Tomó la cuchara pero no pudo sumergirla dentro del recipiente, le era difícil hacerlo cuando le vino a la mente la imagen de él, muchos años atrás, en la cocina de su casa en California; con una Mabel hiperactiva que había corrido hasta el mesón, y llenaba de dinosaurios de colores la jarra de jugo que su madre recién había preparado. La cual sólo observaba a su hermana con las manos en la cintura mientras sonreía con resignación.

Dipper creyó de manera triste, que aquel recuerdo suyo bien podría ser la escena perfecta para alguna postal.

Tomó con más fuerza el cubierto que aún sostenía en su mano derecha, aún con la mirada perdida en su plato.

El mayor regresó al asiento que había estado ocupando, y después de haber puesto en las manos de su pequeño un vaso entrenador con un poco de agua fresca, observó como el chico frente a él observaba el tazón, perdido seguramente en sus propios pensamientos y se preocupó por él.

Soos nunca había tenido la oportunidad de realmente ir a visitar a los gemelos en California, mucho menos buscar a Dipper en Boston; él no tuvo la suerte que Wendy aprovechó, y se había tenido que conformar con escasos mensajes y chats que lo hacían, cada vez, sentirse más alejado.

Impotente para ayudar al chico.

Porque al pasar de los años, y de todos los incidentes que habían sucedido, nunca dejo de apreciar al par de pre adolescentes que habían llegado un verano y lo habían aceptado dentro de su familia.

El hombre seguía considerando a Dipper, como un hermano menor. Y muchas veces sólo le daban ganas de poder abrazarlo a él y a Mabel, como si volvieran a ser ese par de niños sonrientes y felices; aquellos que pelearon dentro de un extraño juego futurista, arriesgando inconscientemente su vida sólo por verlo a él feliz.

Había pasado esos últimos años queriendo poder devolverles aquel favor… pero al ver al chico ahí sentado sin haber cruzado palabra alguna con su hermana, en los días que llevaban durmiendo en la misma cabaña, le hacían sentir que no había forma de darles a ambos lo que ellos le regalaron en un día que solía odiar. Esperanza.

Lo vio suspirar.

— ¿Cómo lo manejas? — El mayor rompió con el silencio que se había formado en la habitación y que sólo era interrumpido por los balbuceos que Matt dejaba salir de vez en cuando con el movimiento de la botella sobre su boca.

El castaño pareció sorprendido, en ese momento, por la voz de Soos, pero rápidamente regresó la mirada hacía él y sonriéndole, sumergió la cuchara dentro del tazón comenzando a revolver un poco del cereal con el yogurt.

— ¿El qué? — Dio su primer bocado.

— No lo sé, ¿todo? — Preguntó dudoso, después de haberlo pensado un segundo. Podría preguntar cosas específicas, pero tampoco le apetecía presionar demasiado a Dipper, dejaría que él le contase lo que quisiera compartir.

— Mmh… Pues, por ahora soy asistente en la universidad. ¡Me va de maravilla! — El castaño alzó un poco la voz debido a la emoción que tenía al hablar de lo que le gustaba tanto. — Es genial, he aprendido un montón de cosas. Además, mi profesor a cargo es un importante investigador, el cual tiene un par de maestrías en las ciencias ocultas y el cómo se relacionan estas con las ciencias exactas, las variantes entre ambas y el cómo se complementan. Estoy seguro que mantendría una interesante conversación con el tío Ford. ¡Y…! — Pero calló al percatarse de la mirada sorprendida que el moreno le regresaba — Lo siento, me deje llevar. — Dijo relajando un poco su semblante mientras tomaba otro bocado de su almuerzo.

Soos soltó una risotada.

— Oh, chico. No te preocupes — Sonrió. — Puede que no entienda del todo esos temas, pero se nota que estas contento, y entonces no hay ningún problema. Sólo, ya sabes, no dejes que te pase lo que pasó con los señores Pines.

El castaño observó con curiosidad a su interlocutor, para después sonreír con tristeza y dirigir su mirada hacia el pasillo que estaba justo frente a él, y que llevaba hacia las escaleras de madera.

— Creo que mi caso no puede ser peor que el de los tíos —. Sentencio, y como si esperase que alguien apareciese bajando los escalones, calló por un segundo. Pero nadie vino.

— Pero tienes a Wendy, no la descuides —, Soos llamó de nuevo la atención de Dipper, el cual volvió a llevar la cuchara hasta su boca.

— ¿Acaso no confías en mí? ¿Es alguna clase de amenaza o algo? — Se rió un poco el castaño ante la postura recelosa de su amigo. — Porque mira que tengo a cinco hermanos y un padre del tamaño de aquella pared —, señalo con su mirada uno de los pilares que sostenían la estructura de la cabaña — esperando cualquier indicio que pudiera permitirles hacerme pedazos.

— No es eso —, negó divertido por lo que acaba de escuchar. — Pero debes recordar que tengo la ferviente misión de también cuidar de ella. Lo sabes. — Dipper asintió y sonrió.

— Entendido señor, si llegó a poner triste a Wendy, tienes el derecho de ser el primero en partirme por la mitad — continuó en tono burlón.

Ambos rieron por las palabras del castaño.

— Pero lo cierto es que el último mes estuvimos un poco alejados. Fueron semanas ocupadas para ambos — Suspiró. — Casi no nos veíamos, a veces ella se iba muy temprano por la mañana y otras yo regresaba muy tarde por la noche. — Soos sólo lo escuchó — Fue por eso que cuando por fin tuvimos tiempo libre, decidimos venir y despejarnos. La naturaleza siempre es buena compañera, amigo.

— ¿Aún con Mabel aquí? — Preguntó con cautela.

Dipper lo miró mientras acababa con el contenido de su tazón, y alejaba un poco el trasto. Volvió a sonreír, pero esta vez con ironía.

— En realidad, yo no lo sabía. Ya teníamos las maletas dentro del coche cuando recibí la llamada del tío Ford.

El móvil de Dipper había sonado un par de horas después de haber bajado del avión, en California.

Ambos chicos se habían tenido que desviar un poco de su destino, debido a que el jefe de Wendy le había pedido hacerse cargo de algunos trámites en San Francisco, sólo un montón de papeleo que podría hacer en unas cuantas horas para después enviárselas por correo electrónico y poder dar paso a sus vacaciones.

Así que el castaño se encontraba en su antigua casa, esperando a que su novia regresase mientras acomodaba el par de maletas en el coche que su padre guardaba en el garaje, y que solo utilizaba cuando regresaba de sus constantes viajes; cuando recibió aquella llamada.

— En realidad, pasó por mi mente el no venir —. Continuó. — Pero Wendy estaba muy emocionada… no podía simplemente cancelarlo y regresar a Boston.

Dipper recordó en ese momento lo sorprendido que había estado, la primera vez que vio llegar a la pelirroja por la entrada principal de su facultad. La vio totalmente dispuesta a buscarlo por todos lados hasta dar con él, en vez de llamarlo, siquiera avisarle de su llegada. Nunca olvidaría que estuvo a punto de lanzar los libros que cargaba hacia el otro extremo del pasillo solo para correr y abrazarla.

Sonrió.

Wendy había tomado la recomendación en un puesto dentro de un despacho ahí, en Boston; justo al terminar la universidad.

La chica lo había seguido, y había esperado por él.

Y cuando, eventualmente, terminaron viviendo juntos, se enfocaron en sus propias carreras pero sin dejar de apoyarse mutuamente. Sin embargo, había resultado muy difícil para la pelirroja poder tener aunque fuera una oportunidad de regresar a su hogar en Oregón.

— Pero no podría hacerle eso a Wendy, aunque ella pudiese venir sola, no habría podido quedarse todo el tiempo que ella deseara porque pensaría que no sería justo para mí.

— Ella se preocupa por ti, muchacho — Soos le palmeó la espalda al castaño.

— Es por eso que estoy aquí —. Dipper sonrió. — No me mal entiendas, quería verte, y a los tíos… pero… tú sabes.

— Mabel no te lo pone sencillo —. Ambos callaron por un par de segundos. — Mejorará.

— Después de tantos años… no creo que…

— ¡Mejorara, mejorara! — La voz risueña y aguda del pequeño niño, que aún se encontraba sentado en su silla alta, interrumpió el ambiente de la conversación.

Soos sonrió, mientras Dipper lo observaba agitar su pequeño vaso, divertido.

— ¡Claro que lo hará! — Respondió el mayor, dirigiéndose esta vez a su hijo, y poniéndose de pie para tomar los recipientes y llevarlos hasta el lavadero.

— Gracias Matt — Dijo el castaño y el infante sólo lo miro con curiosidad mientras llevaba de nuevo a su boca el recipiente y tomaba de el.

Dipper sonrió enternecido.

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El viento cálido que se lograba colar por entre la maleza que la rodeaba, le pego en la cara, aliviando así un poco del bochorno que estaba sintiendo por la caminata que estaba dando.

Hacía alrededor de una hora que se había adentrado al bosque que rodeaba la Cabaña del Misterio, con la clara intención de alejarse de cualquier distractor que pudiese quitarle las ganas de realizar el trabajo que había planeado hacer desde que llegó al pueblo; dos días atrás.

Escribir.

Sin embargo, al salir de la cabaña, lo único que pensó fue en ir lo más profundo que pudiera, intentando buscar entre hojas y arbustos, el lugar perfecto que le permitiera desahogar sus ideas dentro de su portátil. Así que había terminado realizando una excursión improvisada y no se había detenido hasta ese momento que fue cuando la castaña observó a su alrededor sin un camino definido el cual seguir, y al levantar su vista al cielo notó lo alto que eran aquellas coníferas que la rodeaban, tanto que incluso a los rayos del sol se les dificultaba penetrar directamente las frondosas ramas.

Resopló.

No era el lugar idóneo, lo sabía, y podría seguir caminando pero sinceramente se había cansado de hacerlo, y realmente tampoco quería perderse. Fue por eso que decidió sentarse y recargarse en el tronco de un Abeto que se encontraba rodeado de Cicutas.

Cerró sus ojos e inhaló todo el oxígeno que sus pulmones le permitieron; al menos la fragancia natural del bosque lograba relajarla. Exhaló.

Tomó la pequeña mochila que había cargado todo el camino y de ella sacó la herramienta de trabajo que parecía no soltar casi nunca; y después de un par de minutos, por fin se dispuso a mover sus dedos sobre el teclado, de manera continua y precisa.

Mabel siempre había gozado de una imaginación vasta, la cual desde niña, la llevaban a crearse historias maravillosas. Ella misma recordaba como era que la mayoría de las veces narraba sus aventuras diarias de manera exagerada, añadiendo sin recelo detalles fantásticos, de colores y seres extraordinarios que sus padres nunca sabían de dónde provenían; pero que a su madre siempre le causaban asombro. Fue por esta misma razón que a la mujer no le sorprendieron las anécdotas que su hija llegó a escribir en las cartas que le mandó en sus vacaciones desde Gravity Falls; la primera vez que los gemelos visitaron al tío Stan.

Para la señora Pines, eso sólo significaba que su hija estaba teniendo un verano maravilloso. Pero al ver lo complejas que, a veces, llegaban a ser las historias que Mabel se inventaba, la mujer decidió animar a su hija, cuando esta, al entrar a la secundaría, emocionada les dijo que quería tomar una clase optativa. Clase de escritura y narrativa.

Y fue ahí cuando la castaña simplemente comenzó a destacar. Su activa imaginación la ayudaban a crear relatos atrayentes; amaba y disfrutaba tanto lo que en ese momento realizaba como pasatiempo, que incluso había encontrado la manera de compartir e incluir a su gemelo en esa actividad.

No hubo relato suyo que no hubiese pasado primero por los ojos castaños de Dipper, quien solía darle consejos y retroalimentar sus escritos. Sin embargo, mucho tiempo había pasado desde la última vez.

Pero tenía que ser sincera consigo misma, sería una tontería de su parte negar el hecho que la mayor parte de esos consejos, que su gemelo le dio en aquellos días de formación, aún los aplicaba a sus escritos actuales.

El recuerdo por si solo le era desagradable, era por eso que evitaba pensar en ello y sólo se dedicaba a realizar lo que sabía hacer. Y eso es en lo que había invertido su tiempo esos últimos años. Hasta hace algunos cinco o seis meses; lo cierto era que en lo que iba del año su escritura se había reducido demasiado, desde una actividad frecuente hasta casi ser inexistente.

No había podido avanzar demasiado, tenía un bloqueo que no lograba quitarse de encima.

Cada vez que pensaba que había avanzado, simplemente se daba cuenta que lo que había plasmado en palabras, solo se había convertido en párrafos incoherentes, algunos con letras en lugares en donde no deberían estar, formando palabras incomprensibles.

Su concentración era nula.

Mabel llevó el puntero de su pantalla hasta el icono guardar, para después bajar la pequeña pantalla de su mini lap top, cerrándola.

Suspiró mientras recargaba por completo su espalda sobre el tronco del pino tras ella y observaba hacía el cielo. Comenzó a sentirse somnolienta, hasta que una pequeña punzada le atravesó en uno de sus ojos. Entre cerro ambos parpados y tallando su ojo derecho intentó que la incomodidad en este desapareciera.

Pero no lo hizo. En cambio, el dolor comenzó a extenderse por la lateral de su cabeza.

Ella sabía que esa era la señal para volver a la cabaña y enterrarse en su habitación, así que guardando sus cosas no tardo en ponerse de pie. Se sacudió la tierra que pudo haberse impregnado en sus pantalones cortos y comenzó a caminar de regresó, o eso pretendía hasta que dio el primer paso y un viento fresco la rodeo, levantando la tierra y las hojas a su alrededor.

— ¡Genial! — Se quejó la castaña, comenzando a ponerse de mal humor. Lo único que le faltaba. Quedar atrapada en una ráfaga de aire. Dio un par de pasos hacia atrás mientras cubría su rostro con su antebrazo, hasta que por fin dejo de sentir el polvo pegando en su cuerpo.

Cuando decidió descubrir sus vista, pudo notar el último halo de viento que cruzaba la tierra frente a ella, para después verlo desaparecer, y en cambio escuchar el sonido natural de la fauna local.

— Hasta pareciera que no quieren que me vaya — Sonrió.

Pero una nueva punzada le recordó que debía regresar a La Cabaña del Misterio. Así que sin molestarse por lo extraño de aquel acontecimiento, ni mucho menos ponerse a pensar en que no podía haber forma de que un viento con aquella fuerza hubiese llegado de la nada, atravesando la cantidad considerable de pinos a su alrededor; siguió su camino de regreso.

De todas formas aquel pueblo siempre había sido raro. Una extrañeza más, o una menos, realmente ya no le preocupaban. En ese momento a Mabel sólo le importaba llegar a su habitación provisional, antes de que su dolor de cabeza comenzara a quitarle las ganas de vivir.

E incluso así, sorpresivamente para la chica, esas molestias ya se habían convertido en parte de su rutina.

Al inicio no le molestaba tanto la punzada en el ojo, o la jaqueca que siempre aparecía después. Sólo bastaba con tomarse un par de analgésicos para poder continuar con sus labores diarias. El problema realmente apareció, cuando eventualmente las pastillas comerciales no dieron efectos, ni siquiera las que contenían dosis más fuertes. Pero fue peor cuando su sueño comenzó a verse afectado, dormía muy poco debido a la incomodidad, y al despertar seguía con el mismo dolor con el que se había ido a la cama la noche anterior.

Incluso intentó alternativas para aliviar aquella molestia, que seguramente, según ella, no se trataba de gran cosa.

Fue hasta que su editora se percató de lo que le sucedía, un día cuando visitó a Mabel en su departamento debido a asuntos de la editorial; que notó en una mesa del rincón, un sinfín de cajas de pastillas analgésicas de diferentes marcas. Una más fuerte que la anterior.

Ambas eran amigas desde que la castaña había colaborado en una antología llena de cuentos infantiles. La mujer mayor había sabido reconocer el talento de Mabel, y comenzaba a ayudarla a moverse dentro del mundillo editorial.

Se tenían confianza, y la mujer se había encariñado con la chica.

Así que no fue muy extraño cuando esta la llevó casi arrastrando al hospital para ver a un médico. A pesar de las constantes negativas de la menor de ellas. Y cuando el medico diagnosticó, después de un chequeo general, que sus episodios de cefaleas seguramente habían comenzado por el estrés y la falta de sueño; fue que se vio obligada a tomar unas vacaciones fuera de la bulla de aquella ciudad.

Esa fue la razón por la que terminó llegando a aquel pueblo que no visitaba desde muchos años atrás.

Y aunque al inició la idea la tenía muy reticente, saber que volvería a ver a sus tíos la puso de buen humor. El tío Ford simplemente le había marcado diciendo casualmente que llegarían a Gravity Falls ese verano. Que descansarían de sus viajes por un tiempo.

Mabel sólo sonrió, y organizó su viaje lo más rápido que pudo. Porque hacía mucho que no sabía de ellos, había pasado demasiado en todo ese tiempo, y sin ellos cerca le había costado mucho lidiar con todo ello, sola. Porque lo que más quería era verlos y volver a sentir un poco de estabilidad, que irónicamente sentía con su tío favorito, porque había pasado demasiado desde la última vez que se rió de la simpleza del humor de Stan.

Y todo había parecido idóneo. Hasta que vio a su gemelo, después de años; frente a ella, en la puerta de aquella cabaña.

En ese momento la castaña se detuvo, cuando al salir de entre el bosque, pudo observar la casa de madera frete a ella; y notó que de esta salía el chico con el que compartía apellido.

El ceño de Mabel se frunció con tedio, y sin ganas de toparse con su hermano, decidió esconderse detrás del tronco ancho de uno de los arboles cercanos, se recargó sobre su espalda esperando a que el chico se alejara del lugar y de su vista.

Dejó escapar un soplo de resignación.

Había estado evitando encontrarse con él todos esos años, y el que Dipper se hubiese ido al otro lado del país a estudiar, la había ayudado demasiado; para que al final terminaran volviendo a mirarse a la cara, compartiendo un verano en ese pueblo, como la primera vez.

— Seguro es algo del destino — Pensó con sorna.

Rápidamente se aseguró de que su hermano ya se había marchado, aún escondida detrás del árbol. — Como si yo tuviese algo que esconder —, susurró para sí misma, y mientras notaba que nadie se encontraba cerca, comenzó a caminar hacía la puerta principal tranquilamente. — Es él quien no debería poder verme a la cara.

Y sin más cerró la puerta de madera tras ella, con los colores del atardecer comenzando a oscurecerse.

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Cuando Stanford Pines decidió hacer aquella investigación alrededor del mundo con su hermano menor, lo único que pensaba era en poder recuperar un poco del tiempo que habían perdido. Disfrutar de la compañía de Stanley, salir en aquel viaje que se prometieron realizar, un día de verano en su niñez, con un barco a medio reparar.

El buscar misterios había sido el pretexto perfecto.

Porque fue en ese momento que se dio cuenta, que aquel pueblo los había absorbido a ambos por demasiado tiempo. Sabía que incluso en ese instante el poblado seguía siendo un misterio, con muchas más cosas que le hubieran gustado resolver, pero después de haberse enfrentado con aquel demonio, le dio miedo.

Sí, miedo.

El investigador había sentido por primera vez como el pánico ante algo desconocido lo había invadido. Y no fue sólo porque sabía de lo que Cipher era capaz de hacer. No. Simplemente, en aquel instante en el que la ola de locura atacó, le aterró la idea de perder a la pequeña familia que había encontrado al regresar a casa, y que jamás se imaginó conocer.

Un miedo que no estaba dispuesto a volver a sentir.

Porque incluso, habría podido sobrellevar la situación si sólo se hubiese tratado de él, como lo había hecho antes de perderse entre dimensiones. Pero esa vez, había involucrado a su hermano y al par de niños que no tenían por qué haber conocido lo aterrador de un demonio transdimensional, a su corta edad.

Pero a pesar de todo ese pánico, de alguna manera habían logrado salir victoriosos de aquella batalla. De aquel apocalipsis en el que todo había sucedido demasiado rápido; con un sinfín de vaivenes y sentimientos que los detalles simplemente se habían perdido.

Y después de haber conseguido la calma, decidió sepultar esa semana de terror, al igual que el pueblo entero; se enfocó en lo que era verdaderamente importante para él, en lo que toda aquella paranoia le hizo darse cuenta que significaba más que todos los remordimientos que no lo dejaban vivir. Sencillamente, disfrutar de una vida a lado de su hermano, de su nueva familia.

Y eso es lo que había hecho, junto a Stan, todos esos años.

Pero ahora, después de haber pasado todo el día anterior en uno de los pisos del sótano, compartiendo anécdotas y teorías con su sobrino; estaba ahí, de pie frente a la puerta de su habitación con un paquete envuelto en papel madera, sobre sus manos. Sin saber en primera instancia cómo reaccionar.

— Lo siento Señor Pines, pero creo que usted debería guardarlos —. Y esas habían sido las palabras que había escuchado en el momento en el que observó con curiosidad al hombre frente a él. Lo vio encoger los hombros, con un poco de duda en sus esquivos ojos café. — Encontré uno hace un par de meses, cuando me adentre en el bosque después de que Matt se soltara de mi mano y corriera entre los árboles hacia los alrededores del pozo sin fondo.

No fue muy difícil encontrar los dos restantes… supongo regresaron hace poco.

Después, sólo un silencio los rodeo a ambos.

Tan entrada la noche como era, Ford de ninguna forma se habría imaginado que el joven ahora dueño de La Cabaña del Misterio, le entregaría aquellos objetos. Se sorprendió demasiado, porque en realidad pensó que jamás volvería a ver aquellos escritos, tanto que incluso ya ni siquiera se tomaba la molestia de recordar aquello que alguna vez le perteneció y que encarecidamente trato de ocultar hacía más de cuarenta años.

— Por alguna razón decidí, no contarle a nadie acerca de esto —. Fueron las palabras que el moreno dijo un par de segundos después, al ver que el hombre mayor no decía nada más. — Pero… en realidad, creo que usted sabrá qué hacer con ellos —.Y después de aquello, Soos se retiró, dejando a un confundido Stanford, de pie mirando el objeto en sus manos.

Suspiró unos momentos después y cerrando la puerta se dirigió a sentarse en el largo sofá que siempre se había encontrado en su habitación. Colocó el paquete en la mesa de centro situada frente a él, y al desenvolverlo comprobó lo que ya sospechaba que vería.

¿Qué es lo que iba a hacer con ellos?

Aquella vez, no había querido destruirlos pero al lanzarlos por el pozo sin fondo, jamás creyó que estos alguna vez volverían a estar frente a él, sin ningún rasguño y con todas las páginas restauradas.

Los diarios.

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Si estas en este rincón, gracias por leer.

A pesar de la demora, espero hayan disfrutado este capitulo. Realmente no tengo mucho que decir más que agradecer los favs, y follows de este fic. Pido disculpas adelantadas por alguna cacografía que se haya colado por ahí.

Y sin más. Ya saben que cualquier comentario o sugerencia que me quieran hacer llegar pueden dejármelo en un Review, o visitar mi -muerta- página de Facebook: LadyKya0

Nos leemos pronto(?).

Lady~ :)