Lo que tú quieres por lo que yo necesito


9- Justamente así.

Kirito la vio alejarse rumbo a las cocinas. Era una suerte que Asuna no percibiera la tensión inicial del ambiente y se retirara a las actividades matutinas del palacio.

Kibaou lo observaba con el rostro completamente inexpresivo. Ya le había revelado el motivo de su visita en territorio undine y no estaba de acuerdo con las intenciones de su rey. Que el principal enemigo del pueblo vigilara de cerca a Asuna se había convertido ahora en su principal aflicción.

¿En qué estaría pensando el Rey al encomendarle a otro lo que se suponía que él mantendría bajo control? ¿Acaso estaría dudando de sus capacidades de dominio sobre las dos princesas?

—Por lo visto sabes cómo mantener esa fiera bajo control.

—Y también sé defender lo que es mío.

Klein posó su mano en el hombro de su comandante cuando percibió que ambos soldados se ponían a la defensiva nuevamente.

—El mensajero aguarda, Kirito.

Asuna debía llegar cuanto antes al compartimiento del mayordomo para no perder detalles sobre lo que Kibaou discutiría con su esposo.

El rey Eugene le había ordenado al oscuro general vigilar los dominios del reino Undine y en especial a ella. Había visto en los ojos del general spriggan el odio palpable a los de su raza. Y ahora se movía con libertad en sus dominios; de seguro se convertiría en una oscura sombra que la acecharía día y noche.

La tensión entre ambos guerreros, capaz de cortar el aire con su filo, fue notoria incluso para ella.

Sintió sus piernas adormecerse cuando subió el último peldaño de las escaleras y se internó en la cámara secreta, aguardando la llegada de los soldados. Tratando de recuperar el aire apoyó su frente en la débil estructura de madera que separaba la recamara con el salón de guerra.

Pequeñas gotas de sudor cubrieron sus sienes y su pecho subía y bajaba tratando de recobrar el aire y las fuerzas. Demasiadas sensaciones la embargaban, demasiados pensamientos venían a su mente

El recuerdo de aquel sueño aterrador, y la sensación de vacío y terror, explotaron de repente en su pecho. Aun no había hablado con Kirito. No tuvo la oportunidad, pues la llegada del general spriggan le hizo olvidar la angustia que su tío había despertado en ella.

Debía investigar un poco más a su esposo. ¿Pero cómo hacerlo ahora que tendría a Kibaou pisándole los talones?

Kirito.

Se llevo un puño cerrado al pecho. Aun no lograba entender por completo a su esposo. No había dudas de que el honor era el que guiaba su vida. Era fiel a su rey y luchaba con ahínco por causas justas. Pero también era como un cofre lleno de misterios.

Cuando lograba enfadarlo sus ojos grises se tornaban fríos como dos glaciares; se volvía hosco, altanero, indomable y sus palabras eran como un poderoso veneno que le carcomían el corazón. Él sabía la manera exacta de hacerla enfadar con palabras hirientes y actitudes distantes, pero inevitablemente cuando estaba en sus brazos sentía que nada ni nadie podrían dañarla.

La noche anterior, en sus aposentos, prácticamente Kirito le suplicó que confiara en él. Se convirtió en un amante tierno. Había logrado que le confesara abiertamente cuán importante era él para ella, se había entregado nuevamente, incluso rompiendo el propio juramento que se impuso a la mañana siguiente en que la convirtió en su esposa.

Él había conquistado su corazón y sin embargo no podía evitar que las lágrimas se escurrieran con impotencia. Ahora que sabía que su corazón y su espada siempre pertenecerían a la guerra ¿Qué lugar quedaba para ella?

La puerta del salón de guerra se cerró con violencia y sintió los pasos amortiguados, el sonidos de sus capas y las espadas desde el otro lado del muro donde Asuna los escuchaba.

Pegó los oídos lo suficiente para evitar perder detalles de la conversación. Aun seguía agitada, sin embargo la tensión que continuaba presente en la voz de Kirito, le impedía tranquilizarse y respirar con normalidad.

—Jamás vuelvas a amenazarla en mi presencia.— El sonido sordo de un puño al impactar en la mesa de roble sobresalto a la princesa. Nunca lo había escuchado tan alterado, tan sacado de sí —Maldita sea, ¿En qué demonios estabas pensando al levantarle tu espada?

—Solo estoy cumpliendo las órdenes de Eugene, Kirito. Sus ordenes fueron explicitas. Debo investigar exactamente qué demonios está ocurriendo en territorio Undine. Extraños sucesos se están llevando a cabo y el rey está perdiendo la paciencia contigo.

— ¿Y te ha ordenado que hagas daño a mi esposa? ¿Sabes lo que le hubiera ocurrido a tu pellejo si te hubieses atrevido a tocarla? Ella es mi responsabilidad.

Kibaou torció los labios.

—Ahora comprendo cual es el motivo que te mantiene tan distraído de tus obligaciones. ¿Dónde demonios estabas cuando se suponía que debías cuidar de la niña? ¿Dónde estabas anoche cuando la presencia de ese rastrero undine se hizo sentir en todo el reino?

—¡Estaba cumpliendo con mi deber! ¡Estaba investigando el incidente de la princesa Yui en las caballerizas, estaba…

—Nuestro rey cree que hay un espía infiltrado en los dominios del palacio —interrumpió Kibaou elevando el tono de su voz sobre la de Kirito.— La paz es un bien muy preciado en estos días, Kirito, y tú lo sabes. Si a ello le sumamos el hecho de que casi pierdes a una de las princesas en un misterioso accidente… casi se puedo predecir el corto tiempo que te queda al mando de estas tierras.

—Ella está bien— siseó peligrosamente —El rey sabe que soy su mejor vasallo y que jamás desobedecería sus órdenes. Anoche percibimos la extraña presencia y he merodeado por los alrededores sin encontrar ningún rastro de Oberon en los linderos del palacio. Tengo el perímetro completamente cubierto.

Una criada entró en el salón y anunció el banquete. Kirito ofreció a Kibaou asiento para alivianar la conversación y varias jarras con licores de malva se sirvieron para acompañar la comida.

Kibaou extendió ante él un mapa corroído y desgastado de las tierras Undine y sus alrededores. Varias estrategias habían sido trazadas en él y casi se le hacia imposible distinguir los limites de sus territorios por la infinidad de líneas y escritos que estaban dibujados.

Kirito estudió el mapa que Kibaou le tendió con el rostro tenso y un silencio sepulcral. No se trataba de estrategias ideadas, sino de las bajas que habían sufrido los ejércitos salamander. Kirito abrió los ojos alarmado. Eran los movimientos que él había trazado. Eran todas y cada una de sus tácticas de guerra frustradas.

—No puede ser...

—Tal como lo ven tus ojos. No hay trampas, Kirito. Todas y cada una de ellas siguen un mismo patrón, ¿Lo ves? Están siendo dirigidas desde aquí mismo. ¿Que hay de tus espías? ¿Que es lo que ellos te han dicho?— preguntó Kibaou mirando alternativamente a Kirito y Klein quienes se intercambiaban sombrías miradas. —¿Sabe tu esposa lo que está ocurriendo?

— ¡De ninguna manera!— exclamó Kirito apretando en sus manos con furia aquellos documentos de guerra. La tensión inicial volvió a aparecer como respuesta al temor que sentía. ¿Realmente Asuna era ajena a lo que estaba ocurriendo? — No sabe absolutamente nada de todo esto, pero ese tal Kuradeel ha estado rondando— Ante la evidente mirada de consternación en el rostro de Kibaou, continuó—La he tenido prisionera entre estos muros tal y como Eugene me ha ordenado.

El intentó disfrazar su mentira. Desde luego que Asuna ya no estaba recluida, pero Kibaou no tenía por qué saberlo. —Solo ha ido al templo de sus padres con escolta y mi consentimiento.

—Eso podría cambiar las cosas. Si es así como tu dices casi seguro de que Kuradeel podría estar detrás de todo esto, inclusive del intento de asesinato de la pequeña princesa— expresó Kibaou rascándose la barbilla.

— Y yo también. Es por eso que asigne a Eugeo la misión de patrullar la zona.

—¡Oh, pero de eso ya no debes preocuparte, Kirito!. A pesar de que Eugene te ha nombrado señor de estas tierras me ha relegado el deber de confiscarlas, y también de ocuparme de la princesa mayor, mi principal sospechosa.

Kirito se revolvió en su asiento. Era imposible contradecir las órdenes de Eugene y de persuadir al oscuro que desistiera en el intento de vigilar a su esposa. Si Kibaou se encontraba allí era por expresa voluntad de su rey. Y él jamás desobedecería las ordenes.

— Por el momento atacaremos varios pueblos al sur. Cuando hayamos limpiados todos esos sitios de la influencia de los undine el sudoeste de Alfheim le pertenecerá a Eugene y será mucho mas fácil gobernar estas tierras.

— ¿Cómo se supone que atacaremos? — preguntó Klein en un intento de que Kirito no se mostrara tan hostil — ¿Caerán uno por uno o desplegaremos todas nuestras fuerzas sobre ellos?

— De ninguna manera, será arriesgado. Eugene desea que cada uno de vosotros tome estas dos.— Explicó el rubio general señalando sus objetivos. — Y que juntos ataquen la colonia de los undine rebeldes al este.

— ¿Cuándo? —quiso saber Kirito. Las cosas al parecer no estaban saliendo nada bien. Se tendría que ausentar de reino para involucrarse en una guerra a la cual ya no tenia intenciones de pertenecer; dejar sola a su esposa con Kibaou tampoco era una idea del todo agradable. Y ahora que las cosas parecían mejorar con su adorada princesa…

— Una semana. Máximo. — les recordó Kibaou. —Por alguna extraña razón Oberon se hace más fuerte y está avanzando sus ejércitos por el oeste. Cuanto antes sea nuestro todo este territorio, y los lindantes reinos, nos encontraremos en mejores condiciones de enfrentarlo. Los rebeldes serán aniquilados como insectos.

Kirito se dio cuenta de que los criados esperaban servir la cena. Poniéndose de pie invitó a Kibaou y Klein a reunirse con él en el patio y hablar con Thinker respecto a las provisiones y los hombres que se necesitaban para la misión.

Cuando hubo arreglado los asuntos pendientes, giró los talones y se dirigió hacia el corredor para dirigirse a las cocinas en busca de Asuna. Al atravesar el umbral que daba a las escaleras de la cocina, se encontró con ella bajando precipitadamente los peldaños. Tal era la prisa que llevaba que sus delicadas zapatillas se enredaron en la falda de su vestido y tropezó, cayendo en los brazos de su esposo quien la sostuvo muy firme mientras ella recuperaba la compostura.

—Asuna, ¿Te has hecho daño?

Ella bajó la cabeza de modo que Kirito no pudiera mirarla a los ojos. Entonces él se dio cuenta de que estaba respirando muy agitadamente y tenía gotas de sudor. Tratando de que su esposo no se alarmara del estado de pánico que la aquejaba clavó la húmeda mirada en el suelo. Él insistió.

— ¿Te encuentras bien?

Kirito alzó la mano para levantarle la barbilla. Estaba un poco pálida y tenía la mirada un tanto esquiva.

— Me temo que he bajado las escaleras muy deprisa, y me he quedado sin aliento.

Estaba mintiendo. Kirito no tenía muy claro por qué ni respecto a qué, pero era capaz de distinguir la mentira con la facilidad con la que leía un mapa.

— Ven conmigo al banquete.

Asuna aceptó el brazo que le ofrecía. Una vez dentro, ella aspiró con fuerza el aire y lo dejó escapar. Recuperó el color de las mejillas, y Kirito la dejó allí para reunirse con Kibaou y Klein que lo estaban esperando.

Ya pensaría más tarde en aquello.

Asuna pidió permiso para retirarse. Había muchas cosas en las cuales ella debía pensar.

Eugene y su gente sospechaban que la presencia de Kuradeel en los terrenos del palacio, y la de un espía quien le trasmitía la información confidencial, eran los causantes de las bajas en los ejércitos salamander. Kirito no creía que ella tuviera algo que ver con los ataques «¿Debía fiarse de la ignorancia de su esposo?»

Por desgracia, sus aposentos no le brindaron el consuelo que necesitaba, porque le imponían delante de los ojos más decisiones que debía tomar.

Se detuvo en el umbral de su alcoba y miró a su alrededor. La silla de su padre estaba a un lado y la cama a otro. «¿Hacia donde debería ir?» A ella le parecía una farsa ocupar su sitio habitual en la butaca, completamente vestida, como hacía cada noche desde la llegada de Kirito. Se dio la vuelta y miró a Liz quien parecía tan confusa respecto a qué hacer como ella.

— Liz, ¿Me ayudarías a asearme y a cepillarme el cabello? Ya pensare luego en qué hacer...

—Sí, como gustes— dijo la doncella cruzando la habitación para hacerse con los instrumentos que necesitaba.

Asuna contempló su reflejo en el espejo dorado que tenía enfrente. Hacía cinco meses que su vida había cambiado tanto que casi ni pudo reconocerse al observar nuevamente su imagen en completo reposo.

Los movimientos suaves y certeros de Liz lograron tranquilizar la tensión de su espalda. Asuna cerró los ojos y relajo el resto de los músculos del cuello mientras la doncella continuaba con la delicada tarea.

Ninguna de ellas se había percatado de que Kirito las observaba desde el umbral, apoyado en el marco de la puerta y escuchaba cada una de sus palabras.

— Es un buen hombre. — le susurró al oído. Asuna creyó que se estaba refiriendo a Klein hasta que continuo hablando en voz alta.

— He visto como trata a nuestra gente, Asuna. Creo que tienes suerte que sea tu esposo.

La princesa permaneció con los ojos cerrados desmenuzando las últimas palabras de su doncella. Entonces su voz se tiñó de melancolía. Sus delicados dedos tomaron una pequeña caja musical y al abrirla la habitación se lleno de una melodía, tan dulce y triste como armoniosa.

— Pero mi madre…

— Asuna, sabes que esa mujer estaba dispuesta a venderte al mejor postor. —Bufó Liz, indignada. — Ambas sabemos a quién estabas destinada y como hubieran sido las cosas si la reina te hubiese entregado a ese hombre tan horrible.

Kirito escuchó atentamente aquellas últimas palabras. La sola idea de que hubiera pertenecido a otro hombre, antes que a él, le hizo revolver el estomago. Asuna era suya. Suya. La ira se acumuló en su pecho y estuvo a punto de estallar en un arranque violento de furia, pero se contuvo. Por suerte había llegado a tiempo a su vida. Maldijo cientos de veces la posibilidad de que hubiese llegado lo suficientemente tarde.

Por su parte, Asuna no había vuelto a pensar en la jugarreta que su propia madre tenía en mente. Jamás pudo hacerse la idea de ver a su tío como su esposo.

Tal vez era ingenua al esperar que su pariente no la reclamaría nunca como su propiedad. En especial, no lo creía capaz de reclamar sus derechos sobre ella luego de haber sido mancillada. Ningún caballero en su sano juicio querría a su lado a una joven deshonrada, especialmente por el enemigo.

Y ahora, pensando en ello, se daba cuenta de la clase de vida que hubiera tenido si otro hombre hubiera ocupado el lugar de Kirito. Sintió un escalofrío.

— Gracias, Liz-. Asuna permaneció en silencio, en un estado de relajación que le ayudo a sacar aquellos horribles pensamientos. «¿Hubiera sido Sugou un esposo tierno y considerado?»

Tras unos minutos de silencio Liz sacudió suavemente a su princesa por los hombros.

−Asuna, el está aquí.

Asuna se dio cuenta de que Kirito estaba realmente allí, en el umbral, observándola con una intensidad que casi la atemorizaba. Se le secó la boca y tragó saliva varias veces. La caja musical que reposaba en sus manos se le escapo de entre los dedos estrellándose en la alfombra y el cuarto quedó en silencio.

«¿Qué tanto las había escuchado?» Kirito se acercó a ella enérgicamente. De pie, a sus espaldas, Asuna observó por el reflejo del espejo que en sus ojos se libraba una brutal batalla de sentimientos que no podía disimular. Dudas, temor, enojo y más enojo.

Esperó de su parte algún tipo de reproche ¿había hablado de más? Esperó muy quieta en su lugar a que él hablara primero. De seguro le preguntaría algo al respecto, de seguro querría saber un poco más sobre su pasado y sobre ese compromiso que nunca fue. Entonces ella debería confesarle la verdad. Y escapar.

Pero aun no era el momento de huir, no podía terminar todo así... aún no.

Su reacción fue de sorpresa cuando Kirito le quitó el cepillo de las manos a Liz y empezó a deshacer él mismo con delicadeza los enredos de sus largos cabellos azules. La extraña expresión en su cara le hizo preguntarse por el motivo de su comportamiento. Un comportamiento demasiado extraño para ser verdad.

— ¿N-No te importa cepillarme el pelo?— preguntó con suavidad, casi con recelo — Sólo una dama o su doncella se preocupan por esta tarea. Nunca antes había imaginado que a un hombre le gustara hacerlo.

— Me gusta sentir tu cabello en mi piel — respondió al fin con toda desverguenza, en un susurro levantando un mechón y dejando que se deslizara entre sus dedos — Son como hilos de seda.

Ella sonrió ante las hermosas palabras, sorprendida por el inesperado aspecto de su personalidad. Vaya con el guerrero, pensó dentro suyo. Qué distinto era su esposo al del hombre que ella creía que era.

Olvidando que Liz los estaba observando, Kirito se inclinó sobre Asuna y la besó con intensidad. Liz se aclaró la garganta. Y él se dirigió a ella con un brillo audaz en la mirada.

— Klein te espera en las escaleras.

— Liz, no…

Asuna trató de impedir que su preciada doncella se dirigiera al encuentro con Sir Klein, pero a juzgar por el mismo rostro radiante de la muchacha, supo que ya era tarde. Liz avanzó de prisa hacia la salida y Kirito retuvo a Asuna apresándola en sus brazos y atrayéndola hacia sí, para impedir que la princesa corriera tras ella.

— Están enamorados de verdad.

— Klein es solo un mercenario que vive a costa de los favores de tu rey y odia a los de mi raza. ¿Cuál es el destino que le espera a mi querida Liz si él la aleja de mi lado? — rezongó Asuna, rompiendo el tierno abrazo de su esposo y dirigiéndose furiosa hacia el enorme balcón de la habitación principal.

Kirito resopló el mechón de cabello que le caía sobre la frente y la siguió hacia el exterior del cuarto. La noche estaba estrellada y las estrellas, suspendidos, adornaban el cielo azul nocturno, de un azul tan cobalto como sus ojos, y como el cabello que antes peinaba. Al salir al balcón, encontró a la princesa con sus manos apoyadas en el frío barandal de concreto y una mirada pensativa hacia los rosales.

— Tienen lugar aquí en nuestro reino para casarse, pero no se animan a pedir tu consentimiento. Temen que los separes para siempre.

Aquel anuncio fue casi como una bofetada. Le dolía que Liz no hubiere confiado en ella. Había subestimado los sentimientos de su mejor amiga confundiéndoles con pasión. Trato de no pensar demasiado en el dolor que le producía haber sido hecha a un lado. Y se sintió una tonta egoísta por solo pensar en ella misma. Después de todo, Liz también tenía derecho a ser feliz.

Miro a Kirito con dificultad.

— Ahora tú eres el que manda aquí. Mi permiso no es necesario.

— ¿Acaso no me oíste? Dije nuestro reino, y además es tu doncella— Se acercó y le sujetó con fuerza las manos entre las suyas — Mírame Asuna, ¿De verdad me crees capaz de consentir ese matrimonio sabiendo que Liz es más que tu criada?

Ella negó con la cabeza muy suavemente. Se negó a creer en la posibilidad de que así lo hiciera.

— Eres mi esposa, la hermosa princesa Undine que todo este reino ama y venera, tienes tanto o más derechos que yo a gobernar esta nación y a su gente. Lo único que tienes que hacer es tomar tu lugar a mi lado.

— Para ti es sencillo— Allí a su lado, mientras le ofrecía todo lo que ella había querido siempre tener, Asuna no encontró la fuerza para negarse. Se le formó un nudo en la garganta y no fue capaz de articular palabra. Kirito abrió los brazos y sin oponer resistencia se dejo abrazar.

— No, no lo es. Pero me harías muy feliz si al menos lo intentaras…

Se sintió rodeada por su fuerza, y por primera vez, se permitió sentir una cierta esperanza de que las cosas funcionarían entre ellos. Asuna notó sus manos acariciándole el cabello y le deslizó las suyas por la cintura, abrazándolo a su vez.

— ¿Lo ves? Este es tu lugar, Asuna.

Recostó la cabeza en su pecho y escuchó, o mejor dicho, sintió su corazón latiendo allí con fuerza. Su cuerpo palpitaba bajo sus manos, y Asuna permitió que algo de su fortaleza pasara a ella y la llenara.

Permaneció callada y muy quieta en el momento en que la mano de Kirito aferro su barbilla. Sus dedos cubrieron una de sus mejillas y su pulgar se extendió a través de la otra. Volvió a quedar sorprendida al ser consciente de la gentileza que había en él, a pesar de su abrumador tamaño. Su cálido aliento acaricio su cara y sintió su cercanía. Le pareció que pasaba una eternidad antes de que sus labios tocaran los suyos en un beso tan tierno, tan exquisito, que sus ojos se cerraron intentando grabar en su mente las increíbles sensaciones que solo él podía provocarle. Nunca hubiera imaginado que pudiese existir tanta ternura en un guerrero.. Todo en él parecía duro, pero sus labios eran increíblemente suaves mientras se movían sobre los suyos en un vaivén irresistible.

El dulce sabor de su boca, su entusiasta respuesta le hicieron desear a Kirito seguir besándola durante mucho más tiempo. «Ni toda una vida alcanzaría para olvidar el sabor de sus labios...» Tocar a Asuna, la aterciopelada calidez de su piel, los suaves contornos de su cara, su sedoso cabello, todas esas sensaciones lo mantuvieron satisfecho durante un tiempo. Un tiempo demasiado corto en el que deseó mucho más que atrapar sus labios y besarla.

— ¿Cómo lo haces?— preguntó ella, extasiada, tras romper ese beso que casi le quita aliento.

— Uhm….— Respondió Kirito desorientado. Su boca trató desesperadamente de saborear tanta dulzura como fuera posible antes de ser apartado. Cielos, necesitaba a Asuna una vez más.

— ¿Cómo haces para tentarme de esta manera?... A veces me pregunto por qué eres tan distinto conmigo entre estas cuatro paredes. Estás lleno de misterios, casi puedo decir que no te conozco del todo y sin embargo… no puedo negarme a tus caricias.

Cuando él abrió sus ojos para mirarla nada de calma se reflejaba en ellos. El feroz y primario deseo en su mirada casi la hizo retroceder un paso. Solo ella era capaz de enloquecerlo a ese extremo; de volverlo una bestia indomable incapaz de controlar su deseo. Dios, ¿Qué le había hecho Asuna? ¿Qué poderoso influjo le había arrojado para que maldijera su poco autodominio; aquel que le impedía tomarla con toda la urgencia y ferocidad que sentía?

Asuna dejó que su mirada paseara con detenimiento por el cuerpo de Kirito una vez más. Era imponente. La visión de tanta fuerza y poder era casi abrumadora. Todavía existía un cierto recelo en ella hacia su esposo, la incertidumbre de no saber si alguna vez usaría esa fuerza en su contra, especialmente luego de que él descubriera que ella era una...una

Espía.

Una sombra de terror atravesó su mirada.

Algo malo le sucedía y Kirito lo advirtió en sus ojos y la tensa postura que adoptó al alejarse bruscamente de sus brazos.

La inseguridad se apodero del guerrero como una ola. La furia y el descontento que sintió parado allí en el umbral de su habitación cuando las escuchó hablar, volvió a impactar en su vientre.«¿Era posible?, ¿Acaso veía duda y temor en sus pupilas? No podía ser cierto. Llevaban muchas semanas de conocerse, pero esa mirada ni siquiera estuvo presente el día en que la amenazó de muerte para que accediera a convertirse en su esposa.»

¿Y si el motivo de tanta evasiva era ese matrimonio que su madre había arreglado alguna vez antes de que el irrumpiera en su vida? ¿y si en realidad ella si deseaba contraer matrimonio con otro hombre?

A fin de cuentas ¿Que podía ella esperarse de un sanguinario guerrero que un día capturó a sus hermanos, la tomó por la fuerza y le arrebató la honra cuando ella ya tenía a alguien predestinado para unir su vida en matrimonio? Las cosas no se sucedieron en aquel entonces de la mejor manera, pero nunca era tarde para volver a empezar. Le demostraría que él no era ningún bruto, un insensible sin corazón. Odiaba que ella lo mirase con temor, preferiría mil veces enfrentarse a su furia, a su indiferencia. Estaba demasiado presionado «¿Qué demonios debía hacer o decirle para que ya no rehuyera más de él?» Las barreras a su corazón habían sido destruidas, pero ella seguía resistiéndose.

«Si fuera tan fácil leer tus pensamientos…» pensó, mientras pasaba su mano peinándose el cabello hacia atrás con nerviosismo. Sus manos le sudaban. Debía actuar de prisa o la perdería una vez más.

—Te quiero, Asuna— Le dijo acercándose impulsivamente hacia ella, sosteniendo su rostro entre las manos. —No te lo dije anoche, pero quiero que lo sepas.

—¿Como puedes decirme una cosa así? — Asuna bajo la mirada. Intentaba disfrazar una lagrima que amenazaba escaparsele de los ojos. Kirito intentaba manipularla una ves más y se odiaba por no poner demasiada resistencia. —Sabes que no significo nada mas en tu vida que un matrimonio por la fuerza. Lo único que quieres tu de mí es convertirme en tu distracción en la cama. Lo dejaste muy claro para mi esta mañana, la guerra es tu prioridad.

Kirito masculló sus ultimas palabras. Y se dibujo en sus labios una media sonrisa audaz y comprensiva. «¿Con que era eso?» Sintio renacer la esperanza, como la sensación de haber hallado una luz al final de un pasillo. Sonrió aliviado. «Entonces ella no lo odiaba. Entonces si había una esperanza», pensó. —Un día, el menos esperado, la guerra me trajo hasta ti y desde aquel momento en cuando te negaste a casarte conmigo y debías morir en ese mismo instante, supe que jamás podría hacerlo. Perdóname si hablé de más esta mañana, pero te reirías de mí si te confesara que tuve mucho miedo.

—¿Miedo tu?— preguntó encogiéndose de hombros. —¿Como puede tener miedo un guerrero tan feroz al servicio de Eugene?

—Oh, creeme que sí.— Se detuvo, para luego agregar. —Cuando Kibaou se abalanzó sobre ti esta mañana, sentí que mi mundo se acababa.

Asuna dejó que continuara hablando.¿Era posible que Kirito sintiera miedo de perderla? Jamas se le hubiera cruzado por la mente que Kirito actuara bajo los efectos del temor. —Esta mañana debía dejarle bien en claro a Kibaou quien es el que manda ahora en estas tierras. No puedo dejar que mi principal oponente descubra cual es mi punto débil. Pero creo que ya es tarde.— Sonrió resignado y tímido mientras le acomodaba un azulino mechón de cabello detrás de su oreja.

—¿Tu oponente?— Asuna llevó uno de sus dedos a los labios pensativa. «Vaya si ese hombre era misterioso. »

Kirito ensombreció la mirada mientras evaluaba sus palabras. —Tengo demasiados enemigos, Asuna. Haberme convertido en señor de los undine solo ha contribuido a aumentar el malestar entre los demás generales. Buscarán la manera de sabotearme y atacarán por mi parte débil. Necesito que creas en mí, necesito que estés de mi lado. Eres mía, Asuna ¡mía!... Eres mía y yo protejo lo que es mío. Aun si eso significa poner en mi contra a toda la corte del rey para que permanezcas a salvo.

Le estaba diciendo la verdad. En su corazón, Asuna supo que la protegería con su vida. Y ella pensaba pagárselo traicionándolo. La culpa, decidió Asuna, era la más desagradable de las emociones. Sería mucho más fácil vivir con su decisión si Kirito fuera un hombre cruel, un hombre no mejor que su familia, un hombre a quien no le importara que ella estuviera de su lado. Él no se merecía a alguien que fingiera ser su esposa y que luego corriera a traicionarlo con su enemigo.

— ¿Hablas en serio?— Asuna se quedó completamente inmóvil mascullando sus palabras, sintiendo como una extraña sensación de vacío se apoderaba de su corazón. luego giró sobre sus talones dándole la espalda y enterró su rostro en ambas manos sintiendo que su estomago daba un vuelco. «¿Recordaría aquellas mismas palabras el día en que descubriera su traición?»

Mientras él lo daba todo para que ella fuera dichosa, mientras la colmaba de cariño hasta los límites inimaginables, ella daba tan poco. Y no conforme con ello, le mentía. Por trasmitirle información a Kuradeel, era ella su principal enemiga.

Kirito oyó sus apagados sollozos. Se preguntó por que sentía la necesidad de consolarla. «¿Qué es lo que había dicho de malo?»

— ¡Por supuesto! Que el cielo y las estrellas me impidan mentirte si lo estoy haciendo. ¿Por qué lloras? ¿Es que acaso te he roto alguna vez una promesa? ¿No merezco acaso que me abras tu corazón de una vez por todas, que confíes en mí?

—No es eso.— le aseguró, sorbiendo lagrimas saladas que se le escurrían por los ojos –Es que nunca nadie jamás... aun si todo lo que me dijeras fuera una vil mentira, creo que esperas mucho de esta esposa que no puede ni debe corresponderte.

Kirito no sabía si reía o lloraba, ni el mismo supo describir en ese entonces sus sentimientos. Algo explotaba en su pecho con ímpetu y violencia. Camino hacia ella y en dos zancadas la sujetó con fuerza, oprimiéndola contra su cuerpo como si su vida pendiera de ello.

Ella murmuró algo contra su pecho. Kirito le levantó la barbilla y esperó a que lo mirara. Le maravillaba lo increíblemente bella que seguía siendo pese a las lágrimas.

— No importa cuanto tiempo te lleve dejar de odiarme, princesa. No importa cuanto tiempo demores en abrirme tu corazón. Aunque se me vayan las fuerzas en ello, yo te enseñaré a quererme.

La noche estaba fresca, pero el calor de sus cuerpos los arropaba como un tibio sudario a su alrededor. Las luciérnagas titilaban alegremente confundiendo su brillo con la de las estrellas. El corazón de la princesa latía a toda prisa mientra su mente poco a poco quedaba en silencio y se aquietaba. Tal vez él tenía razón en aquella ocasión cuando le dijo que era hora de apartar los pensamientos. De escuchar al corazón:

«Aunque no quiera reconocerlo me tienes atrapada. ¡No es justo! ¡Ni siquiera te conozco del todo! El destino nos ha hecho marido y mujer pero yo no solo estoy enamorada de ti. Sino que también te amo... »

¿Cómo había aprendido tan pronto a amar a un desconocido? Esas cosas sólo ocurren en los cuentos. El amor era un sentimiento de lo más curioso. Amar a un spriggan. ¿Como no hacerlo cuando fue todo lo que siempre quiso?

Kirito casi sonrió ante el destello de fuego en los ojos de su joven esposa. Era buena señal. Las lágrimas se secarían pronto…

—Bésame, Kirito—le rogó, apretándose contra su cuerpo—. Bésame, por favor.

Asuna trató de decirle entre besos enloquecedores tantas cosas, pero Kirito le quitaba el aliento una y mil veces mientras la levantaba envolviéndola en sus brazos y la conducía al interior del cuarto sin romper las caricias. Ambos jadearon ante la sensación de tanta piel sedienta. Ante la dulce expectativa de lo que pasaría a continuación.

La llevó hasta la cama y, despacio, la fue bajando hasta ponerla sobre sus pies haciendo que su cuerpo se deslizara íntimamente a lo largo del suyo. Sujetándose con una mano a la cama, la tendió y la cubrió con su cuerpo deshaciéndose de sus ropajes primero él y luego ella. El fuego le proporcionaba la suficiente luz para ver su perfección, logrando que la piel de Asuna adquiriera la tonalidad del oro líquido.

−Bella...

Pronunció aquella palabra con reverencia y su mirada la recorrió por entero una vez más. Asuna era simplemente perfecta. Si, era pequeña, pero su cuerpo no tenia nada de aniñado. Sus curvas femeninas habían sido cinceladas para las manos de un hombre. Las suyas. Ardía en deseos de tocarla. Hicieron el amor con desesperación al principio y luego muy lentamente al final. No solo le demostró con sus besos que no se trataba de una mentira. No. Ambos se entregaron haciendo de la unión de sus cuerpos tal vez un nuevo comienzo.

Aun conteniendo lagrimas viejas y lejanas que poco a poco se evaporaban los ojos color turquesas de Asuna lo miraban con ternura y sensualidad. Su cabello, revuelto en algún momento por sus manos, se esparcía en una brillante oleada por las almohadas y su mirada, fija y maravillada, todavía seguía reflejando la inocencia del primer día. Esa inocencia que lo volvía loco.

— Hebras de mar — murmuró contra sus labios, mientras deslizaba los azules cabellos entre sus dedos.

— ¿Kirito…?— murmuró ella cerrando sus parpados con cansancio, acurrucándose sobre el pecho cálido y desnudo del guerrero.

Debía armarse de mucho valor y escoger cuidadosamente cada una de sus palabras para afrontar lo que le confesaría a continuación —Hay algo que debo decirte...

— Shhh, me lo diras mañana.

—¿Pero si esto resultara ser un sueño?

—¿Te parece esto un sueño?— Kirito bajó la vista hacia ella; parecía sorprendido y muy serio, más que de costumbre. — Umh, ¿Que es lo gracioso, por que sonríes?— Quiso saber cuando la risa cantarina de Asuna llegó endulzando suavemente a sus oídos.

— Nada. Es solo tu voz que me hace cosquillas aquí.— Le señaló con timidez su corazón y luego su ceño se frunció con preocupación apenas visiblemente mientras que se incorporaba con lentitud haciendo que las sabanas bordadas se deslizaran sensualmente a lo largo de su torso desnudo dejando a la vista la perfección de su piel de porcelana. «¿Que debía hacer?, ¿Seria apropiado confesarse en un momento así?, ¿Debía hablar o simplemente callar tan solo una sola noche mas...?»

Su mirada se cruzó con dos luceros grises que la observaban con ternura, con adoración. Al fin volvió a hablar, rompiendo el encanto de aquel corto silencio.

—¿Crees que… crees que algún día podrías enseñarme a amarte con tanta intensidad, con esta misma locura?— Tuvo que tragar saliva varias veces, su voz sonaba extrañamente ronca y suplicante. Ni ella misma comprendía totalmente el sentido de aquellas palabras que se le escaparon de los labios, pero el efecto que tuvieron en su esposo fue como el tibio bálsamo en la llaga abierta.

Kirito sonrió iluminando por completo su rostro. La atrajo gentilmente hacia su torso desnudo y la colocó debajo suyo tomándola entre sus brazos y sin escapatoria. No soportaba permanecer alejado de su tibieza demasiado tiempo. Ella se había convertido en su droga, en su insoportable necesidad.

— Si llamas a esto una locura es por que hay tantas cosas que debes aprender todavía, pequeña. Hay muchas cosas que un hombre puede hacerle a una mujer y una mujer a un hombre para que pierda la cordura. Y yo puedo enseñarte— le señaló, apretándola más y mas contra las sabanas — Claro, si me lo permites.

— N-no me estaba refiriendo a eso, Kirito— las mejillas de la princesa se tiñeron de rubor y desvió a un lado la mirada. —Pero ya que insistes ¿podrías esta noche enseñarme alguna?

Kirito observo el brillo travieso en la mirada de su esposa.

Ya le enseñaría él a esa niña muchas cosas que podían hacer un hombre y una mujer antes de dormirse aquella noche… Y todas ellas muy divertidas...

— Tus deseos son mis ordenes, princesa Asuna.


Otro capítulo de la teleserie de la noche