Twilight y sus personajes pertenecen a stephenie meyer, la historia es mía

Temas fuertes (violencia, violaciones, lenguaje, etc), que pueden fomentar pensamientos negativos a audiencias jóvenes. Se aconseja prudencia. Solo para mayores de 18.


El macho nunca había visto la luz fuera de las cuatro paredes de la mazmorra en las que se encontraba.

Como esclavo, le era imposible, y él llevaba siendolo toda su vida, y salvo porque en algunos momentos como este se sentía claustrofóbico, aceptaba su destino.

—Levántate —ordenó la hembra relamiéndose los labios.

El macho se sacudió ante el sonido de su voz, las nauseas subieron por su garganta mientras tragaba saliva. Sabía que si demoraba más en acatar la orden, sería golpeado, pero estaba débil, los ojos le pesaban como si estuvieran hechos de cemento, así que con mucho esfuerzo elevó la vista antes de suspirar. Se estaba dejando morir con lentitud, pero dudaba que a este paso en realidad lo consiguiera. Como un ser inmortal, solo la luz del sol podía matarlo con seguridad, y eso, solo durando el suficiente tiempo bajo el astro incandescente hasta que su cuerpo quedara carbonizado. Quemaduras de tercer grado no servían a la causa.

Juntando todas sus fuerzas, el macho se puso de pie y caminó con pausa y dificultad hasta quedar frente a la hembra, donde bajó la mirada ya que le sacaba más de tres cabezas de alto, y como siempre le pasaba al verla, se permitió fantasear con desgarrarle la garganta y empalarla fuera de la prisión hasta que se quemara por completo. Las fantasías no le hacían daño a nadie, aunque esta se estaba volviendo una muy recurrente. Tanya, la vampira rubia de increíbles ojos y abundante cabello fresa, lo observó fijamente como si fuera un delicioso bocado. El macho sabía perfectamente lo que seguía a continuación.

Ella se dejó caer de rodillas, sujetando con ambas manos su hasta ahora flácida verga. El macho cerró los ojos con fuerza, odiando su naturaleza, odiando su condición, y odiando aún más a su maldita verga que comenzaba a engrosarse y salivar por culpa de la boca cálida de la vampira que más odiaba en el mundo.

—Tienes la verga tan gruesa. —Sopló con suavidad, engulléndola nuevamente.

El macho apretó ambos puños a los lados, la mandíbula rígida y el cuerpo tenso, eran síntomas evidentes de su creciente incomodidad. Comenzó entonces a retirarse en su mente a su lugar feliz, uno donde su hermana le había hablado de nubes y bosques, un lugar colorido que no conocía pero intentaba imaginar, sobre todo ahora, con todas sus fuerzas mientras intentaba ignorar a Tanya.

—Eres tan hermoso, recuéstate. —El macho hizo lo que se le pidió, dejándose caer contra las sucias baldosas, cerrando los ojos en todo momento, negándose a verla trepar por su cuerpo.

A ella no pareció importarle su estado casi catatónico, lo montó y se clavó en su verga sin prisas, inundando rápidamente de roncos jadeos el lugar, sin perder ritmo y sin piedad se inclinó contra la garganta del macho, y le encajó los colmillos para comenzar a beber de él. Y en menos de un segundo, el macho estaba sumergido en esa maldita vorágine de sensaciones, ni siquiera era capaz de pensar en otra cosa, su naturaleza lo llamaba con fuerza, de forma irrevocable. Así que se encontró bombeando contra la rubia vampira sin piedad, haciendo todo lo que más odiaba de forma inconsciente, ya que le estaba dando todo el placer que quería negarle.

—La tienes tan grande maldita sea —gimió enterrándole las uñas como garras por todo el pecho—. Si no fuera por eso ya te habría matado.

Una vez más el macho maldijo a su maldita verga. Hubiera preferido nacer castrado o mejor dicho no nacer. Si eres un jodido vampiro con una verga grande, más te valía salir del radar de la vampiresa Denali si no querías acabar como él, con toda la eternidad por delante viviendo como un esclavo sexual. La vampira sonrió admirando el hilo de sangre que la mordedura no curada había dejado, a veces a ella le encantaba verlo y dejarlo sangrar. Hoy era uno de esos días.

—Bebe. —Y luego la muñeca desgarrada de Tanya estaba frente a sus ojos.

Al macho se le hizo agua la boca, se le agudizaron los sentidos al tiempo que se relamía los labios, por lo que jadeando de forma ahogada y suplicante apretó los ojos con fuerza, negándose.

—¡Bebe! —rugió empujando la muñeca contra sus labios.

Él apretó con fuerza los labios, negándose a dejar que el líquido vital y tibio se deslizara por su boca, no iba a beber eso, quería morirse.

—Si no lo haces la mataré, te juró que lo haré. —La amenaza cada vez era menos creíble, así que el macho se permitió el pequeño acto de rebeldía, dejando sus labios sellados.

Tanya siseó, el sonido como un montón de víboras le provocó un estremecimiento antes de que sintiera de nuevo los dientes de la hembra ahora en su clavícula, haciéndolo rugir, presa del dolor. Ella no tenía piedad, le gustaba marcarlo por todo el cuerpo, enterrando los colmillos en cada parte del macho, demostrándoles así a todos los demás que era suyo y de nadie más.

Sus pechos se bamboleaban cerca de sus labios, sus pezones provocando a su lengua que quería salir y degustar aquellos duros picos. El macho movió la cabeza en otra dirección, era ya demasiado humillante estar encadenado y siendo violado, como para todavía permitirse ceder ante sus bajos y primitivos instintos. La rubia continuó montando su verga con ímpetu, subiendo y bajando mientras se alimentaba de él. Y luego ella se estaba corriendo y su jodida naturaleza ya incluso entrenada le exigió que le diera todo el placer. El macho elevó las caderas, follándosela con odio, deseando perforarle el vientre y todas las entrañas. A estas alturas, a esto se resumía su existencia.

A folladas de odio y deseos de muerte, a tendencias suicidas y rencor contenido. La oscuridad nunca había sido mejor descrita como el calvario en el que el macho se veía obligado a vivir, cada jodido día.

—Eso fue muy bueno, maldita escoria —siseó relamiéndose los labios ensangrentados.

Y cuando se levantó, el macho apreció como su semilla se deslizaba caliente y espesa por entre las piernas de su dueña. Ella sonrió, tomando con los dedos el líquido antes de llevárselo a los labios.

—No importa cuánto lo odies, nunca podrás detenerte, nunca puedes. —El macho cerró los ojos, negándose a ver más de eso y tratando de pensar en cualquier cosa menos en ella.

—¡Victoria! —rugió para su sorpresa.

—¿Sí, señora? —La nueva carcelera apareció frente a ellos, luciendo nerviosa y pálida, como si no creyera lo que estaba viendo. Una malévola sonrisa se dibujó en los labios de Tanya al verla.

—Dile a Emmett que venga —lo miró con suficiencia—, y dile que traiga con él a Rosalie.

—¡No! —rugió el macho intentando en vano ponerse de pie. Se sentía débil por la falta de alimento y el esfuerzo en el apareamiento, en que se le había obligado a participar hacía ni un par de segundos—. ¡Por favor no, ama!

—¿Ahora resulta que tienes voz? —Chasqueó la lengua—. Muy tarde.

—Por favor, te lo ruego, por favor no… —Sin fuerza pero mucha voluntad, el macho se arrastró hasta los pies de su ama—. Por favor.

Ella no tuvo piedad, pateándole el rostro con sus altas botas de cuero, lanzándolo con facilidad hacia un lado, segundos después los gritos de horror de Rosalie inundaron el pasillo.

—¡Por favor! —rogó con todas sus fuerzas.

—Aquí me tiene, mi señora. —La voz de otro macho interrumpió sus suplicas.

Emmett era el verdugo personal de Tanya. Su estatura e imponente cuerpo, daban fe de ello. Nadie nunca se metía con el verdugo, y que la vampiresa lo hubiera llamado solo podía significar malas noticias, muy malas.

—¿Hermano? —chilló Rosalie tratando de zafarse inútilmente de la cárcel de brazos del verdugo. Al vampiro le dio vergüenza, que su hermana lo viera en estas condiciones, ultrajado, desnudo y en los huesos, pero todo eso quedaba de lado al pensar en lo que su rebeldía acababa de lograr.

—Ahora, vas a aprender a obedecerme —siseó Tanya mirándolo con todo el odio que una sola mirada podía reunir—. Fóllatela, Emmett.

—¡No, a ella no! —rugió con tal fuerza que algunos de los barrotes de la celda temblaron.

—Creo que me acabo de excitar con eso —alabó Tanya acercándose hacia él de nuevo—. Tendremos una buena noche. Adelante, Emmett, únete a nosotros, que comience la fiesta.