Capítulo 5. Viernes.

Fred tantea el bolsillo de su chaqueta por enésima vez. Aunque aparenta tranquilidad, está mortalmente nervioso. Las palmas de las manos le sudan, la boca se le ha secado. A pesar de notar el bulto a través de la tela, sus dedos se hunden en el bolsillo. Para asegurarse.

La cajita sigue ahí, en su sitio, pero Fred no sabe si eso supone un consuelo. Porque ¿y si a Hermione no le gusta? ¿Y si no lo quiere? ¿Y si piensa que es demasiado, que se ha excedido? ¿Qué pasa si lo rechaza?

Fred retira la mano y cierra el puño con fuerza. Las uñas se le clavan en la palma y él se obliga a recordarse a sí mismo que no hay motivo para estar asustado. Que el miedo al rechazo no es propio de Fred Weasley.

Inspira hondo, relaja los dedos. Está completamente decidido a seguir hasta el final. Cien por cien decidido.

Algo más tranquilo y confiado tras esos segundos que se ha concedido a sí mismo, Fred reanuda la marcha hacia el cuarto de su hermana. Al recordar de nuevo la interrupción de Ginny, la vergüenza se apodera de él. Tan solo espera que Hermione no se diera cuenta de lo mucho que la aparición de su hermana lo descolocó. Quiere que ella lo vea confiado, seguro de sí mismo.

Y Ginny, ah… Fred suspira mientras baja el último tramo de escaleras. La madera cruje bajo el peso de sus botas. Merlín, su hermana siempre ha sido escéptica cuando se trata de sus intenciones y de las de George. ¿Qué pasará si sospecha de sus propósitos? ¿Y si decide entrometerse en sus planes?

Fred no quiere ni pensarlo. Sacude la cabeza y un par de largos mechones pelirrojos le caen sobre la frente. Sus manos vuelven a buscar la caja, revuelven entre los pliegues de tela de su túnica. La reacción de su hermana le preocupa tanto que durante la fiesta de la noche anterior decidió mantenerse totalmente alejado de Hermione. Y eso que había planeado dedicarle a ella su tiempo en exclusiva. Recordarle, quizá, el beso que habían compartido bajo el muérdago el año anterior. Y, por qué no, con un poco de suerte conseguir que la planta volviera a quedar sobre sus cabezas.

La puerta del cuarto de Ginny y Hermione está entornada, como ya es costumbre. Fred la empuja despacio, sin llamar, y asoma la cabeza por el hueco. Hermione está sentada frente al diminuto escritorio, leyendo un pergamino y claramente concentrada. No obstante, en cuanto él avanza y pone un pie en el interior de la habitación, la cabeza de Hermione se alza en su dirección. Ella sonríe.

—Fred. —¿Es eso que lleva brillo de labios o son solo imaginaciones suyas?—. Te estaba esperando.

Hermione se pasa una mano por el pelo para apartarse los voluminosos rizos de la cara. Lo hace con soltura, una sonrisa inmensa y los ojos tan brillantes que Fred no puede evitar pensar que en esa escena hay algo que no cuadra. Es entonces ella se levanta, cuando deja ver sus piernas desnudas, cubiertas solo por una falda diminuta que termina unos centímetros más arriba de la rodilla. Bastantes centímetros por encima.

Fred traga saliva. No quiere quedarse mirándola, pero no puede evitarlo. Esa falda es la confirmación de que Hermione trama algo. Esa falda es más propia de Ginny Weasley que de Hermione Granger y Fred lo sabe bien porque le sobran dedos de una mano para contar las veces que ha visto a Hermione enseñar tanta piel.

—¿Esperando? —repite como un idiota. Sus ojos tardan cuatro segundos más de la cuenta en volver al rostro de la chica.

Ella asiente despacio, con la cabeza. Señala con la mano la estantería contra la que el día anterior Fred le demostró lo aplicado que puede resultar como alumno. Hermione nunca creyó que algo tan trivial como unas costillas pudiera llegar a sorprenderla de esa manera, pero claro ¿quién sino Fred podría hacer de ellas un asunto tan interesante?

Fred te está seduciendo.

Sí, Hermione creía haberlo notado, pero ¿cómo podía estar segura? A ella no le sobra experiencia en ese tipo de situaciones. Ginny, en cambio… Bueno, Ginny sí que sabe de lo que habla.

Tienes que devolvérsela.

Cada vez que recuerda las palabras de su amiga, Hermione maldice para sus adentros. Jamás debió haber aceptado el consejo de Ginny. Jamás. Está convencida de que Fred puede ver a través de ella, de que puede oler su vergüenza y su inseguridad. Nerviosa, se obliga a mantener la sonrisa mientras se aproxima a la estantería. Tiene ganas de tirar de la falda hacia abajo para cubrirse las piernas, pero sabe que Fred la está mirando.

Sí, la está mirando. De arriba abajo.

Quizá, al fin y al cabo, Ginny tuviera razón y la estúpida falda no fuera tan mala idea. Básica, quizá un poco humillante, pero aceptable si el resultado es el poder vengarse de Fred, el poder devolverle un poco de lo que la ha hecho sentir esos días.

Al pensar en ello, se siente más valiente. Sin darse tiempo para cambiar de opinión, agarra a Fred de la mano y hace que se coloque frente a la estantería, de espaldas a ella. Lo obliga a levantar los brazos y a agarrarse a una balda que le queda a la altura de los hombros.

—Hermione, ¿qué haces? —Fred vuelve el rostro hacia ella, pero no se suelta del mueble. Está tan cerca que, aunque Hermione tiene que inclinar la cabeza hacia arriba para poder mirarlo a los ojos, siente su respiración en la piel.

—George me ha dicho que últimamente tienes dolores de espalda —comenta, con su tono más inocente. A Hermione le maravilla darse cuenta de que no le tiembla la voz—. Si estiraras un poco de vez en cuando, el problema mejoraría. —Decide que ha llegado el momento de ir un paso más allá. De «devolvérsela», como dice Ginny. Y se pega a él, su mejilla a menos de dos centímetros de la mandíbula de Fred—. Así aprovecho para enseñarte —continúa—. ¿No era eso lo que querías?

Sonríe y, sí, definitivamente eso que lleva en los labios es brillo. Suave, delicado, pero extrañamente excitante. Sus labios parecen incluso más deseables de lo habitual… No, no es eso. A Fred su boca siempre le ha parecido increíblemente incitante, con brillo de labios o sin él. Pero, oh, el hecho de que se lo haya puesto. Casi como si estuviera esperando… ¿qué?

Un escalofrío recorre la espalda de Fred. Casi como si lo estuviera provocando.

Por una vez, Fred pierde la capacidad de pronunciar palabra. Hasta ese momento Hermione le ha seguido el juego, sí, pero… ¿Quién le iba a decir que ella acabaría tomando la iniciativa de esa forma? Nota las caderas de Hermione rozándose contra su trasero, su respiración en el cuello. Y él sigue con los brazos estirados, como si fuera estúpido. ¿Qué es lo que pretende…?

—Agáchate. —Más que escucharla, intuye su susurro. Porque en lo único en lo que puede pensar en realidad, con absoluta claridad, es en cómo sus labios se mueven contra la piel de su cuello. El corazón le salta en el pecho, desbocado, imposible de domar. No, no es un beso. Es apenas un roce, intenso y electrizante.

La mano de Hermione busca la parte alta de su espalda y ejerce una suave presión que lo obliga a inclinarse. Él obedece gustoso, como si no fuera más que una marioneta entre sus dedos. La otra mano, la que le queda libre, se desliza por el estómago de Fred.

—¿Te acuerdas del nombre? ¿Sabes cuál es? —Ella no se ha movido, pero sus caderas se pegan más a él cuando Fred se agacha.

—El recto abdominal. —Cierra los ojos. Su voz es áspera, cargada de deseo y Fred no sabe si quiere que ella lo note o no.

—Bien. —La mano sube—. ¿Y este?

—El pectoral —masculla, sonríe, disfruta. Los dedos de Hermione abrasan a través de la fina tela de la camiseta. Trazan círculos diminutos que hacen que Fred esté a punto de olvidarlo todo. Solo cuando ella se queda quieta, él puede respirar—: ¿No me vas a enseñar ningún músculo nuevo? —le pregunta tras unos minutos, lentos y tortuosos, de silencio y calma.

—Estaba esperando que me lo pidieras. —Fred sigue inclinado y Hermione imita su postura, agachándose sobre él. Gracias a los pequeños tacones que Ginny insistió en que se pusiera, la altura que los separa es poca y Hermione puede doblarse prácticamente igual que él, amoldándose casi por completo a su cuerpo. —Baja la cabeza —le pide y Fred bebe de sus palabras, obedece, aguarda, contiene el aliento—. ¿Lo notas? —dice Hermione, presionándose contra él—. ¿Notas la presión?

Él está a punto de echarse a temblar. Porque, oh, Merlín, claro que nota la presión. El problema es que está seguro de que no es «esa» presión de la que ella le está hablando.

Fred nota el cuerpo de Hermione unido al suyo, más cerca de lo que jamás creyó que podría tenerla. Percibe la suavidad, la delicadeza, de cada uno de los movimientos de Hermione, el calor que desprende su cuerpo. Y nota sus pechos pegados a su espalda. Su cuerpo, su glorioso cuerpo de mujer…

Sí, Fred nota muchas cosas. Cosas que le gustan, que le encantan, que lo perturban, que no quiere que terminen. Así que decide que no sería adecuado mencionar que la única presión que nota está localizada en su entrepierna.

—¿Dónde? —le pregunta, en cambio, mientras ruega en silencio que Hermione no perciba tan indecente reacción por parte de su cuerpo.

—Aquí. —La mano que ella había dejado sobre su estómago resbala por la camiseta hacia su espalda y Hermione ejerce más fuerza sobre los cuerpos doblados de ambos para que él se agache más.

—Sí —replica él—. Ya lo noto. —Y no miente.

—Bien. —La nariz de Hermione le roza el hombro y sus rizos salvajes le hacen cosquillas en la nuca—. Ese es el dorsal ancho. El izquierdo. Y este… —hace descender la otra mano, que aún seguía en el hombro de Fred, para marcar la postura—. Este es el derecho.

—Mmm… —El sonido que escapa de labios de Fred es una mezcla entre suspiro y quejido. No es muy elocuente, pero no hay mucho que en ese momento pueda decir. Con los ojos cerrados se imagina la escena desde fuera, Hermione sobre él, esos labios brillantes tan cerca de su cuello.

—Todavía no hemos terminado. —Ella se pone de puntillas para alcanzar la nuca de Fred con sus labios. Sus brazos vuelven a rodear la cintura del chico, se posan sobre su vientre, lo abrazan para que ella pueda mantener el equilibrio.

—¿Vas a enseñarme algo más?

—¿No quieres? —De pronto, Hermione duda. Teme haberlo malinterpretado. Teme haber ido demasiado lejos, teme haberlo hecho sentir incómodo. Pero entonces él vuelve la cabeza y le sonríe. Una sonrisa perezosa, casi sensual, acompañada de ojos brillantes y mejillas sonrosadas.

—Me encantaría —le responde mirándola con una intensidad que la hace estremecer, con un susurro tan suave que parece querer colarse bajo su piel—. Pero creía que solo ibas a enseñarme un músculo al día.

Fred se vuelve de nuevo, aguarda su respuesta con los ojos cerrados. Se mueve apenas contra Hermione, pero es suficiente como para que sus cuerpos se rocen, para hacerlo disfrutar. Ella observa su reacción en silencio y tiene que contener el impulso de apartarle un par de rebeldes mechones pelirrojos de la frente.

—El lunes tú me nombraste tres huesos diferentes. —Hermione hace una mueca, pero él ya no puede verla. Llena de dudas y miedos, convencida de que él no quiere seguir adelante, vuelve a dejarse caer sobre los talones. Ya está apartando los brazos del abdomen de Fred cuando él entiende lo que ocurre y sus manos vuelan para atrapar las de Hermione La aferra con fuerza, incapaz de soportar la idea de que se aleje, seguro de que sin ella para sostenerlo caerá al suelo por culpa del temblor que siente en las piernas.

—No era más que una pregunta, Hermione.

Ella titubea un instante, luego sonríe. Las dudas se esfuman.

—Entonces, ¿quieres que siga?

—Sí —responde él, brusco, rápido. Casi antes de que ella terminara de formular la pregunta. Y es que un simple «sí» no basta. Dulce Morgana, en ese momento mataría con tal de que Hermione no se apartara.

—Pues baja la cabeza —ordena una vez más. Vuelve a ponerse de puntillas y su aliento roza la unión del cuello y el hombro de Fred. Si se estirara un poco más, podría besar su piel. El pensamiento la excita y la aterra al mismo tiempo. Quiere dejarse llevar, quiere tocarlo, sentirlo, la túnica que él lleva le estorba. Suspira y él tiembla entre sus brazos—. Más —le pide. Fred obedece, nota el leve tirón en el hombro, pero sobre todo nota la presencia de Hermione.

—La siento —admite con una sonrisa—. La presión, quiero decir.

También Hermione sonríe.

—Es el trapecio. —Y, entonces, sabiendo que ese es el final de su turno, sabiendo que va a tener que separarse de él, sabiendo que eso es lo que quiere hacer, se estira y sus labios alcanzan el hombro de Fred.

Oh, Merlín. Las yemas de los dedos de Fred se hunden en la estantería, buscando un punto de apoyo que lo mantenga anclado al mundo, a la realidad, a la cordura. Porque eso no es un simple roce. Es un beso. Un maldito beso.

Y eso solo puede significar que Hermione está tan entregada a la apuesta como él mismo.

Ella sonríe contra su piel, se agarra a sus caderas para apretarlo contra ella durante un último segundo. Y entonces, tan rápido como había empezado, todo termina y Hermione da un paso atrás.

De inmediato, Fred se incorpora. Odia el vacío que ha dejado el cuerpo de Hermione, lo nota hasta en el último rincón de su organismo. Se aferra a la estantería como si le fuera la vida en ello, sin atreverse a girarse. Y es que un vistazo rápido a sus pantalones le ha hecho comprender que necesita un poco más de tiempo para serenarse.

Vuelve la cabeza para mirar a su espalda, la busca con la mirada. Hermione está en el centro del diminuto cuarto. Su mano derecha agarra la falda, tira de ella hacia abajo como si quisiera cubrirse. Fred no cree que Hermione sea consciente de lo que está haciendo, y eso lo hace sonreír incluso más. Pero entonces se da cuenta de que ella lo observa expectante, aguardando su réplica.

—Cierra los ojos, Hermione —le pide, suave, y ella frunce los labios pero no protesta. Le hace caso, sin asomo de duda, y Fred no puede evitar sentirse un poco sorprendido por esa diminuta muestra de confianza. Y halagado. Sobre todo, halagado.

Él se separa de la estantería, se acerca a ella, la rodea para situarse a su espalda. Con las dos manos, teniendo cuidado de que sus dedos no se enreden en sus rizos, le recoge el pelo y se lo coloca sobre el hombro derecho. Después abre y cierra el puño un par de veces, rápido, con fuerza, para tratar de contener el temblor de su pulso y saca de uno de los bolsillos de la túnica la cajita que tantos dolores de cabeza le está causando.

—Cierra los ojos, ¿eh? —le recuerda, murmura mientras abre la tapa. Con dedos torpes y fríos saca el colgante del estuche.

—Ya están cerrados, Fred —resopla Hermione y él casi puede imaginársela meneando la cabeza y poniendo los ojos en blanco.

Sonríe, trajina con el delicado broche del collar y consigue abrirlo. La cadena de plata resbala por el pecho de Hermione cuando la coloca alrededor de su cuello y él tarda unos segundos en volver a cerrarla porque sus manos todavía se encuentran débiles, temblorosas.

—¿Qué haces? —murmura ella, pero él le pide que guarde silencio, que espere.

—Estas son las vértebras… —le susurra entonces. El vello de la nuca de Hermione se eriza al contacto con el aliento de Fred y, al darse cuenta, él decide llevar las cosas más lejos de lo que había planeado. Decide no quedarse atrás.

Así que, exactamente igual que hizo Hermione, él posa los labios en su cuello, por debajo del broche del colgante. Con el dedo índice empieza entonces a recorrer su espalda, de arriba abajo, con una lentitud estremecedora. Una y otra vez. Una y otra y otra vez.

—Que forman la columna vertebral. —Ambos inspiran hondo al unísono y Fred sonríe. A pesar de todo, sabe que en esta ronda ella lo ha vencido. Y eso, curiosamente, lo hace sentirse ganador.

Se permite acariciarla una vez más antes de dejar caer la mano. Tenía más, mucho más, planeado para ese día. Sin embargo, se da por satisfecho. Porque la reacción de Hermione ha sido superior a todo lo que él hubiera podido imaginar. Así que le coloca bien el pelo, de modo que los bucles castaños vuelven a caer por su espalda, la coge por el codo con cuidado y la conduce hasta el pedazo de pared que queda entre la cama de Hermione y la de Ginny. El espejo de cuerpo entero que su hermana ha colgado allí —viejo, de bordes gastados y diminutas grietas que recorren su parte inferior— devuelve su reflejo.

—Ya puedes abrirlos —le indica Fred. La observa con atención en el espejo, la ve abrir los ojos, fruncir el ceño confundida…

Al principio, Hermione no entiende qué está mirado. Su rostro sonrosado se refleja en el cristal. Detrás de ella, muy cerca, Fred le sonríe de esa forma tan suya, pícara y desvergonzada. Aunque él ya no la está tocando, Hermione casi puede sentir sus labios en la base del cuello, sus dedos rozándole la columna…

Sobre su pecho brilla algo plateado. Una cadena de plata, con un único adorno, discreto… Hermione se inclina hacia el espejo para observar el pequeño colgante con más detalle. Es un corazón tallado en plata, con una flecha atravesándolo… No, no es una flecha. Es un hueso.

Al entender el por qué del regalo, Hermione ríe encantada.

—¡Músculo y hueso! —exclama mientras coge el obsequio entre las manos. Lo observa con infinito cariño hasta que las lágrimas que a toda costa planea retener lo vuelven borroso. Solo entonces deja que el colgante caiga una vez más sobre su pecho y se vuelve hacia Fred—: Gracias. —Prácticamente se lanza a sus brazos, se aprieta contra él y Fred la recibe con ganas, contento de que su regalo le haya gustado. Aliviado de que no le haya parecido una soberana estupidez.

El abrazo es infinito, eterno. A ninguno de los dos les importa, ninguno de los dos lo nota siquiera. Ambos se sienten a gusto así. A diferencia de los momentos que compartieron solo unos minutos atrás, ese abrazo es inocente, casto, puro. Nada más que una forma de agradecimiento. Un agradecimiento lleno de amor.

—No sabía si te iba a gustar. —Ninguno se mueve cuando Fred empieza a hablar. Él la rodea por la cintura, la mejilla de ella reposa sobre su hombro—. Mandé hacerlo para ti, pero… —Fred se encoge de hombros. Opta por callarse sus dudas—. Feliz Navidad, Hermione —es todo lo que añade.

—Es precioso. —La voz de Hermione suena firme, pero sus dedos se entierran en las caderas de Fred de una forma casi agresiva. Como si no quisiera volver a separarse de él, como si no pudiera soportar la idea de que él se alejara. Es por eso por lo que Fred sabe que está emocionada, que no quiere que él vea sus ojos brillantes—. Gracias, gracias —murmura contra su camiseta—. Pero no deberías haberte molestado. No tendrías que haberte gastado t…

—Hermione —la corta él antes de que pueda siquiera terminar la frase—. Ni se te ocurra decirlo. Quería hacerte un regalo, un buen regalo. Uno digno de ti…, ¿de acuerdo?

Ella siente como las mejillas se le colorean.

—Pero…

—Nada de peros —interrumpe Fred por segunda vez y ella calla de golpe—. Por cierto —carraspea el chico—, ayer no tuve oportunidad de decírtelo, pero estabas preciosa.

—Gracias —replica ella, nerviosa. Sabe que él no le miente, pero aún le extraña que sea capaz de verla de esa manera. Como a una mujer, y no como a la mejor amiga de su hermano pequeño.

En un gesto instintivo, ella hunde la nariz en su hombro e inspira hondo mientras su mano izquierda vuelve a cerrarse alrededor del colgante. El olor de Fred le llena los pulmones.

Él suspira y apoya la mejilla en la parte superior de la cabeza de Hermione. Cierra los ojos, pensando en que ese día no podía haber ido mejor. Porque ya no le queda ninguna duda de que el corazón de Hermione le pertenece tanto como el suyo a ella. Y cuando acabe la semana ella misma acabará reconociéndolo.

Continuará…

Una vez más, gracias a todos aquellos que le dais una oportunidad esta historia y gracias especiales a Effy0Stonem, Chica Cuervo, Anya y rose por vuestros comentarios.

Ya queda menos para el final ;)