Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo

Hola, gracias por entrar n.n

Dios mío, hacía tanto tiempo que no publicaba nada en este fandom que me estoy emocionando como pocas veces, y más tratándose de mi OTP favorito. Necesitaba volver con un ichiruki. No importa cuántas historias haya recorrido o sobre qué asuntos me haya urgido escribir, más tarde o más temprano necesito volver a las bases, necesito hacer pie nuevamente en esta maravillosa relación. Esta vez me animé con un AU.

Supongo que la idea ha sido tratada en otros fics, hay tantos ichirukis que no me extrañaría. Además, la originalidad nunca ha sido mi fuerte XD Sucede que la idea ha estado sobrevolando alrededor de mi testaruda cabeza desde hace años, sin exagerar, y recién este año me he decidido a comenzar a escribirla. Quienes sean fanfickers entenderán el proceso.

Por lo demás, sólo se trata de un simple romance. Puede que al inicio parezca un drama, pero les aseguro que no lo es. Todo lo contrario, como su título indica se trata de contemplar cómo aquellas que nos parecen situaciones definitivas en realidad nunca son tales, porque muchas veces nos toparemos con nuevas oportunidades, sin importar qué. Parece una idea trillada, pero la verdad es que uno, sobre todo cuando es joven e inexperto, cree que el mundo se acaba en un novio/a que nos dejó, o en un fracaso de estudio, social o laboral. Pero lo cierto es que la vida recién empieza y todavía nos pasarán muchas cosas, y muy variadas, que nos ayudarán a madurar mejor esas experiencias.

Jajaja, ¡me fui para el rumbo de los tomates! Suele ocurrir u_uU Repito, es un simple romance, el encuentro entre una escritora y un entrenador de béisbol que vienen de dos historias problemáticas y que, aun así, se enfrentarán al deseo de volver a intentarlo. De hecho, la situación quedará planteada en este mismo capítulo. Insisto, no me interesa hacer un drama, sino entretener con una historia que, como todas las historias, tiene su peculiar punto de partida.

Una última cosa. Desde hace tiempo escribo historias de amor, historias donde el vínculo se construye a través del conocimiento del otro, de entender al otro, de hacerlos parejos. Por eso aclaro desde ahora que no habrá lemmon (tengo publicados otros dos ichirukis con lemmon si les interesa, en mi profile los encontrarán), ni habrá besos y arrumacos hasta el momento preciso, ni estarán endemoniadamente enamorados desde el párrafo dos. Para el amor súbito ya está la realidad XD Aquí, en la ficción, prefiero imaginar que lleva tiempo, prefiero soñar con una entrega honesta y gradual producto de un proceso natural. Quizá me esté volviendo vieja XD

Siendo un AU también habrá que considerar cierto OoC. Por empezar, los imaginé de treinta años de edad. Aun así me esforzaré para que nada quede chocante y para respetarles la personalidad lo máximo posible. A cambio de estas arbitrariedades, prometo una prosa legible, una actualización sostenida y la finalización a su debido tiempo. El fic constará de quince capítulos en total y ya tengo escritos la mayoría de ellos. Los que me conocen saben que cumplo, los que no me conozcan podrán corroborarlo chequeando mi profile. Desde luego, uno puede morir en el intento (uno o internet, bah XD)

Como siempre digo, si después de toda esta perorata todavía quieren darle una oportunidad, espero que sepan disculpar los posibles fallos que puedan hallar. Y desde ya, muchas gracias por leer :D


Siempre intentaste. Siempre fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor.

Samuel Beckett


I

En blanco


Rukia tamborileó los dedos sobre el teclado, nerviosa. La página en blanco refulgía en la pantalla, tentadora, pero el nudo que llevaba adentro no se deshacía. El cursor titilaba tres espacios después del margen, según la medida acostumbrada para la sangría, por debajo del número uno en romano y del título tentativo del primer capítulo que todavía no podía escribir. Sabía que la novela estaba allí, rezagada en alguna parte de su interior, sólo tenía que desenredar la madeja.

Con los dedos arqueados sobre la fila guía, tuvo un vago recuerdo de las clases de mecanografía en la escuela secundaria. En aquella época aún era un conocimiento útil, aunque en la actualidad sólo le servía para escribir sin mirar el teclado con todos los dedos de las manos, según el sistema pandactilar. Rukia resopló. Las cosas que se le venían a la cabeza en los ratos de mayor tensión a veces le daban escalofríos.

Algunas de sus amigas le envidiaban esa capacidad. Sin embargo, si pudieran verla cada vez que prendía la computadora y abría un documento nuevo en blanco, seguramente sentirían algo muy distinto. Ni siquiera quiso imaginarlo. Ella misma no podía consigo debido a la ansiedad, la certeza de la idea agazapada, aunque rebelde, y la desesperación por la fecha de entrega circulada con rojo en el almanaque.

Kuchiki Rukia era una escritora novel en el campo de las letras, pero que ya había cosechado los primeros éxitos con dos libros de cuentos y una novela cuya repercusión y ventas ameritaron una beca para escribir una segunda otorgada por una importante casa de estudios inglesa. Fue en ese país, una vez traducido, donde el libro fue acogido con mayor afición. Cosa extraña, porque nada en la novela sugería alguna afinidad con aquella cultura, pero que de todas formas agradeció con ardor dados los increíbles resultados.

Una beca de dos años para dedicarse de lleno a la escritura no era algo que se obtuviera todos los días. Tampoco el reconocimiento de un público lector en otro idioma. Para Rukia, evocar el día en que su editora le comunicó que habían comprado los derechos para una primera traducción al inglés, o la madrugada que la llamó para informarle de un número inverosímil de ejemplares vendidos y la convocatoria para brindar conferencias y ofrecerle la beca, se le antojaban un sueño, un cálido y evanescente sueño del que nunca estaba segura de haber despertado.

Era más de lo que había imaginado, había superado cualquier tipo de expectativa. Apenas si supo qué hacer al experimentar semejante regocijo. Desde luego, Renji fue el único que tuvo capacidad de reacción y había ido por el agua saborizada que tenían en la nevera, la única bebida con la que contaban en aquella ocasión para brindar.

A sus treinta años de edad, se había casado hacía tres con un joven que conocía desde la escuela primaria. Abarai Renji había sido el primer sujeto que le tiró del pelo, el niño con quien compartió juegos y horas de estudio, el muchacho que durante la adolescencia la hizo vociferar insultos y sacarle lágrimas y sonrisas, el joven que determinó que sólo estando juntos funcionaban adecuadamente como seres humanos, o algo por el estilo. Así que un día, cuando él pudo abrir por fin su propio estudio de arquitectura y ella ya había publicado su novela, lo conversaron y dieron el gran paso para convertirse en una pareja menos vueltera y más oficial.

Vivían en la casa que había sido de los padres de Rukia, fallecidos en un accidente laboral cuando ella apenas contaba quince y el mundo eran las amigas, el rock, Brad Pitt, la escuela y las eternas conversaciones en torno a La sociedad de los poetas muertos. Desde ese trágico momento, todo cambió para ella. La familia de Renji la albergó como una hija más y los lazos que la unían a él se fortalecieron a niveles espinales.

La pérdida les deparó, a ella y otros familiares de las víctimas, un ingreso mensual por años y una soledad que sólo a Renji se había atrevido a mostrar. Noches de angustiado insomnio, instantes de ciclotimia incontrolable y largos lapsos de tristeza minaron los últimos años de su adolescencia y sólo él pudo pilotearlos y ayudarle con paciencia a restaurar el equilibrio vulnerado. Al menos hasta la próxima vez que acontecieran.

Así crecieron en acuerdos tácitos, miradas en código y un grado de confianza que sólo un amor de esa clase podía instaurar. Para ella Renji era un aliado, un cómplice, mucho más que una simple pareja. Y para él ocurría otro tanto.

-¿Y? ¿Cómo va eso?

Renji se acercó hasta ella mientras bebía a toda prisa una taza de café. Miró la página en blanco y entendió todo.

-Lo mismo de siempre –murmuró ella.

-Lo mejor que has escrito hasta hoy partió de un bloqueo –señaló él, volviendo apresurado a la cocina-. ¡Si lo sabré!

-Esta vez se siente diferente –dijo Rukia, pensando en ello-. La idea me está dando vueltas desde hace meses, pero cada vez que abro el documento es como si… no sé, como si las palabras se replegasen, al igual que las olas del mar después de tocar la orilla.

Renji estaba demasiado acostumbrado a lidiar con una escritora como para asombrarse de su forma de hablar y no hizo comentarios al respecto.

-Tal vez necesites empezar en una hoja de papel –observó, poniéndose la chaqueta.

-Sí, lo he pensado.

-Entonces hazlo.

-Quizá lo haga cuando dejes de dar vueltas por toda la casa.

-Lo bueno de tener mi propio estudio es que puedo entrar a trabajar a la hora que quiera… aunque se me haga tarde. Te dejaré la casa para ti sola, señora novelista bloqueada –bromeó él, depositándole un beso fugaz en la sien-. Hazme caso y apaga la máquina. Los aparatos conspiran contra el trabajo mental, sobre todo si ese trabajo implica inspiración.

-No tengo que inspirarme, tengo que ponerme a escribir –farfulló Rukia, cruzándose de brazos con fastidio y la vista todavía fija en la pantalla.

-Hay una lapicera azul y un abultado y tentador block de hojas sin usar sobre mi escritorio –informó él con tono melódico mientras abría la puerta para marcharse-. Nada como ver correr la tinta sobre el papel.

-¡Espera! –pidió ella, recordando algo importante. Se levantó, fue hasta un cajón, extrajo una nota y se la mostró-. Fíjate si el anuncio está correcto o si hay que agregarle algo más.

Renji tomó la nota y leyó a toda prisa.

-Supongo que está bien –dijo al final, devolviéndosela.

-¿Estás seguro de que quieres alquilarla?

-Lo estoy. Me incomoda un poco darle otro dueño a esa casa, pero no podemos encargarnos de dos viviendas. Además, nos dará un oportuno ingreso mensual.

-Todavía puedes echarte atrás.

Él la tomó de la nuca y la atrajo hacia sí para darle otro beso rápido en la coronilla.

-¿Te inquieta que haya alguien más dando vueltas por aquí? –sugirió en tono juguetón.

Ella hizo una mueca.

-Ya vete, señor "mi propio estudio de arquitectura" –farfulló-. Mañana iré al periódico para que lo publiquen. Cuando regreses trae fruta… ¡Y que no sean sólo bananas!

Renji se mofó de la reprimenda haciéndole morisquetas y cerró la puerta rápidamente cuando ella amagó con darle una paliza. Después, Rukia sonrió.

Se desperezó estirando los brazos y emitió una larga exhalación para deshacerse de la modorra, que a esa hora de la tarde comenzaba a afectarle. Se dio cuenta de que tenía hambre y fue por la última manzana que quedaba en el cesto, ya machucada en ciertos sectores. Tomó un cuchillo para quitarlos, la lavó y le dio un mordisco. Podían ser muy intelectuales, pero a la hora de las obligaciones cotidianas eran francamente desastrosos.

Se dirigió hasta el ventanal que daba al gran parque trasero, otra herencia de sus padres. Desde allí pudo observar la hierba algo crecida, muchos arbustos sin podar y cierto desarreglo en general. Al parecer tampoco eran buenos cuidadores. Rukia suspiró con desaliento. Tendría que llamar al parquero pronto o el patio se convertiría en el escenario de una escabrosa película de terror.

A través de los setos, un poco más allá, distinguió la casa emplazada en el límite norte de la propiedad. Renji la había construido con sus propias manos hacía cuatro años para un concurso cuyo primer premio en efectivo obtuvo y que le permitió abrir su propio estudio de arquitectura. Ella sonrió al repasar en su mente las arduas y prolongadas instancias que le deparó la construcción: trazar los planos, conseguir el material –muchas veces a crédito-, colocar los cimientos, reunir amigos para ayudar, levantarla ladrillo por ladrillo…

Esa casa era él, quizá no tan permanente como un árbol, pero seguramente estable, cálida y cobijadora, la clase de cariño que la había mantenido en pie cuando todo alrededor parecía derrumbarse. Pero tenía razón, había llegado la hora de ponerla en alquiler. Apenas podían con su propia vivienda, ¿cómo harían para cuidar de dos?

Luego, pensando en el ingreso que les depararía, con un sobresalto Rukia recordó que estaba tratando de escribir una novela. Mordiéndose el labio inferior, se dirigió hasta el escritorio de Renji pensando en los diez meses que ya había perdido y que la ponían en riesgo contractual. Si no conseguía escribir un libro antes del año y dos meses restantes, se vería en serios problemas.

En la mesa, atestada de planos mal enrollados, encontró el block y la lapicera. La joven vaciló, no muy segura de abordar ese camino. Aunque lograse escribir páginas y páginas, después tendría que pasarlo a la computadora y eso le llevaría tiempo y hastío. En otras ocasiones lo había hecho, pero sólo cuando se trataba de sus libros de cuentos. Una novela era otra cosa.

Lo sopesó por unos instantes. Qué diablos, ¿qué perdería con intentarlo? Desde hacía meses que caminaba en la cornisa. Además, no tenía por qué escribir la novela entera en ese block, sino que se trataba de empezar. Si lograba escribir el primer capítulo, o al menos las primeras páginas, después podría pasarlo en la computadora en un par de días y proseguir la escritura directamente allí. Para entonces, se habría desbloqueado.

Sí, al menos empezaría. Se decidió y tomó el block y la lapicera para llevárselos a su propio escritorio. Cierta seguridad comenzó a expandirse por sus sentidos, y mientras se deslizaba por el corredor, repentinamente, las primeras palabras empezaron a resonar en su mente. Apretó el paso para poder escribirlas antes de que se desvanecieran en el aire.

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Hacia el anochecer había escrito una docena de hojas, casi como posesa. Cuando esos raptos de productividad acontecían, nada más importaba que escribir, ni el hambre, ni el frío ni nada. Rukia volvió a la realidad cuando notó que estaba escribiendo con escasa iluminación.

Levantó la vista y advirtió que había anochecido. La luna llena brillaba en lo alto del cielo, y su luz se colaba por la ventana de la habitación tan pálida pero, a la vez, tan brillante, que ni siquiera se había percatado de su llegada, concentrada en su labor. Contó las hojas que había escrito y sonrió con satisfacción.

Una vez más tendría que darle a Renji el crédito de ese importante avance. Teniendo delineados por fin los personajes, el espacio y el conflicto, podría corregir, expandir y modificar cualquier detalle una vez que lo pasara en la computadora, donde sería más fácil trabajar. Así desarticulado el bloqueo, ninguna página en blanco podía amedrentarla más.

Experimentando una paz infinita, se levantó y fue a bajar las persianas. ¿Qué hora era…? Diablos, menos mal que Renji parecía demorado, ¡todavía tenía que preparar la cena! O al menos algo que se le pareciese, a fin de cuentas era la señora de la casa. De vez en cuando, sólo para variar, le divertía recurrir a los convencionalismos y fingir un rol de mujer tradicional.

Claro que él se le reía en la cara cada vez que la encontraba con el delantal puesto, cuchillo en mano, mientras se esmeraba por rebanar la verdura como había visto que hacían los cocineros en televisión. Y exceptuando por el pequeño detalle de que nunca podía cortar la zanahoria ni los pimientos en juliana, que el ajo se quemaba en la sartén y que la carne nunca estaba en su punto de cocción ni de sazón, contarían con una anécdota cómica más cuando se reunieran con sus amigos y pidieran comida hecha.

De todas maneras, Rukia abrió la nevera para examinar su contenido. Suspiró con alivio cuando encontró un plato con la mitad de la tarta de hortalizas que les sobró del almuerzo. Eso más unos tomates cortados en simples rodajas y condimentados con ajo y albahaca sería más que suficiente para los dos.

Puso la tarta junto al microondas para calentarla cuando su marido llegase y empezó a preparar los tomates. Cuando terminó volvió a mirar la hora en el reloj de pared y, algo irritada, se preguntó qué tanto estaría haciendo el tipo para seguir retrasado. Cierto que le había pedido comprar fruta, pero si lo hacía en el mercadito que estaba a tres calles no debería haber demora. A menos que el muy tonto hubiese ido al súper.

Ella era una pésima ama de casa, pero él se llevaba los laureles en el podio de la negligencia y la falta de practicidad doméstica. Recordó que tenía el móvil cargando en su dormitorio y fue a chequearlo por si había algún mensaje.

Desde luego, escribiendo no escuchaba nada más que su propia voz interior. Había tres mensajes de texto, uno con publicidad, el cual borró de inmediato, y los otros dos de Renji, de hacía más de dos horas el primero.

Estás escribiendo, ¿verdad? Estoy seguro de que seguiste mi sugerencia y ya te pusiste a escribir. Soy un genio dando consejos, admítelo.

-Eso quisieras –musitó ella.

Y el otro:

Responde cuando quieras, ¿eh? Siéntete libre de enviarme aunque sea un emoticón… No, mejor no, los odio, incluso si son tuyos… Bueno, exagero, amo los emoticones que me envías. Sólo dime que estás bien.

Esta vez Rukia sonrió y respondió de acuerdo a su demanda, además de reclamarle la demora. Luego dejó el móvil sobre la cama y se dispuso a volver a la cocina. A medio camino, no obstante, el teléfono comenzó a sonar. Retrocedió, miró la pantalla y vio que la llamada era de Renji. Se apresuró a atenderlo.

-¿Cuándo traerás tu trasero a casa? –indagó a modo de saludo.

Del otro lado de la línea se escuchó una interferencia. Pasados unos segundos de silencio saludó de manera más correcta e insistente, y se movió por si había problemas de señal. Siguió diciendo Hola hola, tierra llamando a Renji algunas veces más, hasta que una voz masculina que no era la de él logró sortear el desperfecto y hablar.

-¿Señora Rukia?

Ella se detuvo en seco. ¿Quién andaba con el móvil de su marido?

-¿Hablo con la señora Rukia? –insistieron-. Estoy comunicándome desde el teléfono personal del señor Abarai Renji y su número figura como la última llamada realizada. ¿Es usted la señora Rukia? ¿Es usted familiar?

Como en todo momento de incertidumbre, Rukia imaginó las típicas escenas de borrachera de los doramas coreanos, cuando el dueño de la tienda hace ese tipo de llamada para que pasen a recoger al que está demasiado bebido para tenerse en pie. ¿Podría sucederle a ella una cosa así? Ninguno de los dos consumía alcohol y sonrió con ironía al entender que de ninguna manera se trataría de algo tan tonto.

-Soy la esposa de Renji, Abarai Rukia –respondió maquinalmente, y se extrañó de su propia voz. Además, no solía presentarse con su nombre de casada, pero así le surgió en ese momento.

Una nueva interferencia y una respiración, voces lejanas y agitación en general.

-Señora Rukia, lamento tener que decirle que la llamo con malas noticias.

El abismo que de pronto se abrió bajo sus pies le generó vértigo en la boca del estómago. Desde luego Renji no bebía y no podía tratarse de una estúpida borrachera, se repitió sin ningún sentido, sin humor, pero sonriendo de lado aún. La voz en el teléfono, el abismo, el vértigo atenazándole las entrañas. Había olvidado la sensación.

-¿Señora Rukia?... Señora Rukia, ¿me escucha usted?

Ahora era ella la que enmudecía. ¿Por qué parecía tan agitado el ambiente del otro lado de la línea? ¿En qué clase de universo todo seguía con el ritmo habitual mientras a sus pies se expandía cada vez más amenazador e insondable ese abismo de pesadilla?

-Señora Rukia, la llamo desde el Hospital Central. Me veo en el penoso deber de informarle que…

Ella, que había sobrevivido trazando universos de papel para sobrellevar el dolor, que se había refugiado en la ficción y encontrado fuerzas para aprender a dejarse amar por un hombre bueno, tuvo que vérselas nuevamente con la realidad. Ella que todavía lo necesitaba, que todavía debía consultarle cada condenada decisión antes de iniciar el día.

Maldito Renji, tendría que haber conducido más despacio.

Del otro lado de la línea el hombre lo sentía y le brindaba algunos detalles, aunque sobre todo le pedía que fuera a reconocerlo e iniciar los trámites correspondientes. Lo peor de ese tipo de impactos, siempre, eran las banalidades, justo cuando la vida, además de la pantalla, se le ponía absolutamente en blanco.

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Dos años después, Rangiku irrumpió en su casa con lo que para ella era la noticia del mes y el logro del año.

-¡Conseguí un inquilino! –bramó.

Rukia levantó la vista de la pantalla. La miró con las cejas enarcadas, insegura de los motivos de su amiga para desplegar tal algarabía.

-Bueno, gracias –repuso con simpleza, y volvió a lo suyo.

Ante la falta de repercusión, Rangiku compuso un gesto de antipatía y reemprendió al ataque, tratando de que su amiga reparase en el éxito de su gestión.

-¡Te digo que conseguí un inquilino y tú ni siquiera te mosqueas! –reclamó-. ¿Acaso no merezco ningún tipo de reconocimiento? ¿Hace cuánto que quieres alquilar la casa de atrás y nunca pudiste hallar a la persona adecuada?

-Que me digas que has conseguido un inquilino no significa que sea la persona adecuada.

-¡Yo te aseguro que es el adecuado!

-¿Por qué?

-Porque es un primo mío en segundo… ¡no!, en tercer grado… o algo así.

-¿Y sólo por ese… incierto parentesco tengo que suponer que se trata de alguien confiable?

-¡Por supuesto que sí! Además, debe bastarte con mi palabra.

Ante tal desparpajo, Rukia sonrió sin poderlo evitar. Rangiku era así de atolondrada desde siempre, y tal vez la quería precisamente por eso. Tenía un carácter tan contrario al suyo, que tanto a una como a otra se les había hecho fácil congeniar.

Se conocían desde la secundaria. Rangiku había ingresado a su división en el penúltimo año venida de otra ciudad, exhibiendo su indisimulable simpatía y voluptuosidad. Al principio sus maneras melifluas y demasiado desenvueltas le habían inspirado rechazo e incomodidad, así como a aquélla le chocó conocer a una muchacha tan seria, desabrida y tristona. Con el tiempo, incluso, pudieron endilgárselo mutuamente.

Cada vez que se hablaban era para pelear, burlarse del físico de la otra o cantarse las melodías de moda con la letra intencionalmente cambiada y plagada de indirectas. Sin embargo, luego de este impreciso período de rivalidad y estupidez, pudieron limar asperezas urgidas por un trabajo de biología que debían entregar en conjunto por haber estado peleando en horas de clase, bajo la amenaza de compensar la materia en diciembre.

Cuando Renji intentó ayudarlas, resultó que ambas poseían el suficiente orgullo para hacerse cargo por sí mismas de sus asuntos y lo echaron a empujones. Fue el primero de una larga lista de puntos en común que descubrieron tener. Desde ese día ya no volvieron a reprochar defectos ni a fingir superioridad, y una camaradería indestructible se generó gradualmente entre ellas.

Con esa camaradería Rangiku sostuvo a Rukia cuando la acompañó al hospital. Fue a la primera persona que se le ocurrió llamar y su amiga se transformó automáticamente en un pilar sin que se lo pidieran ni objetar jamás. Conciente de la situación, se ocupó de todo lo que Rukia fue incapaz de ocuparse como si fuera ella misma y llevó la carga sobre sus propios hombros cuando la otra necesitó desmoronarse. Lo único que inquietó a Rangiku fue el insano estoicismo con el que Rukia sobrellevó el duelo posterior.

La vio llorar alguna vez, ya no recordaba dónde ni cuándo, pero después de eso nunca volvió a sorprenderle una lágrima. Rukia era muy extraña, lo sabía de sobra, y no le faltaban motivos para serlo, pero con más razón entonces debería flaquear a menudo. Sin embargo, más allá de ciertos episodios complicados y momentos de agobio existencial, nunca asistió a su sufrimiento en pleno, aunque lo percibiera por debajo. Y eso le preocupaba aún a dos años de distancia.

De entre las tareas que asumió en ese tiempo para hacerle más llevadero el acontecer y dejarle espacio para la escritura, conseguir un inquilino se había convertido en la meta difícil. Rangiku terminó encargándose de llevar el anuncio al periódico tiempo después de encontrarlo entre los papeles de Renji que se pusieron a ordenar. Cuando en aquella oportunidad le preguntó si había que desecharlo con los otros, Rukia se quedó pensando durante algunos instantes, abstraída.

Finalmente lo tomó y dijo que más adelante lo consideraría. Cuando volvieron sobre el asunto, Rangiku se ofreció a hacerse cargo. No era que Rukia desease vehementemente alquilar, pero al contemplar el ingreso que supondría terminó por acceder. Nada de vanas melancolías ni de drama sobre el origen de la casa, después de la muerte de Renji olvidó por completo su novela y, vencido el plazo de la beca perdida, había que afrontar la situación con pragmatismo.

En el presente, aunque retomase la escritura, estaba endeudada. Podía contar con el dinero de la venta del estudio de Renji y con las regalías de sus libros, pero debía administrarse con cuidado para cubrir todos los gastos de cada mes. Quién sabe cuándo tendría lista la novela en la que trabajaba, por lo que no le vendría nada mal un dinero extra que le ayudase a respirar mejor.

El único problema fue que ninguno de los candidatos presentados por Rangiku la convencía. Si bien mediaba el parque entre ambas casas, más una ligustrina especialmente colocada para definir el espacio de cada una, Rukia experimentaba algunas aprensiones a la hora de decidir quién sería la mejor persona para compartir el lugar. Y nadie, por una u otra razón, la conformaba.

Rangiku le señaló un día, mortificada por los continuos rechazos, que el problema en realidad lo tenía ella, y Rukia no fue capaz de contradecirla. Sin embargo, el dilema persistió. Ese día, no obstante, la joven encargada de tan complicada tarea estaba segura de haber dado con el hombre ideal y defendería su posición costara lo que costase.

-Déjate de sonrisitas sarcásticas y escucha –pidió, sentándose en una silla cercana-. Este primo mío está soltero, recientemente separado, con trabajo estable y un requisito de sosiego y privacidad que me hizo recordar a cierta escritora igualmente solitaria.

Rukia tuvo que admitir que parecía prometedor.

-¿Tiene algún problema con el valor del alquiler?

-Ninguno.

-¿Piensa traer alguna pareja a vivir con él?

-Como dije, acaba de separarse y no está interesado en eso… cosa que también me recuerda a ti. Si tanto te interesa asegurarte, puedes volcarlo en el contrato.

-Te aseguro que lo haré –dijo Rukia con naturalidad-. ¿Y dices que no es problemático?

-Para nada, es tan huraño como tú.

-¿Le dijiste que valen las reuniones de amigos, pero de ninguna manera las fiestas bulliciosas?

-Se lo dije y no tiene inconveniente.

-¿Estás segura? –insistió Rukia, volviéndose en su silla para hablar cara a cara. Siempre había algún problema con uno de los requisitos y le extrañó sobremanera que, justamente, tratándose de un hombre soltero, éste se mostrase tan conforme con todo-. Rangiku, si el tipo resulta ser uno de tus contactos en Facebook…

La otra puso los ojos en blanco.

-¿Por qué desconfías de mis palabras? ¿Acaso no soy una persona seria? No me contestes –se apresuró a pedir ella ante la mirada irónica que le dirigieron-. Además, creo que tú lo has visto alguna vez… Si mal no recuerdo, en mi cumpleaños número veinte… o en mis veinticinco. Es Kurosaki Ichigo, mi primo de cabellos chillones. ¿No lo recuerdas?

Rukia hizo memoria y una borrosa imagen de un joven alto y atlético de cabellos de un naranja intenso y llamativo se dibujó en sus pensamientos. Sí, lo conocía, aunque apenas cruzaron palabra, y le pareció un buen muchacho. Antipático, pero bueno.

-Lo recuerdo –admitió-. Y ahora que lo dices… me parece bien.

Con semejante aprobación, Rangiku recuperó el júbilo con el que había llegado y aplaudió con entusiasmo. A continuación, dando por sentado una vez más el éxito de su gestión, felicitó a Rukia por su nuevo inquilino y a sí misma por su sabiduría en la elección. De milagro había escuchado de su madre que Ichigo estaba buscando casa y de milagro consiguió su nuevo número telefónico para llamarlo después de varios años de falta de contacto, aunque con el afecto inalterable.

-¿Te parece que me encargue del contrato con el abogado y que te llame para presentártelo y firmar? ¿O quieres entrevistarte con él antes?

Rukia, superada por la aceleración y la convicción de su amiga, se rindió y dio por finalizada la cuestión encomiándola a resolverlo como mejor le pareciese. Rangiku volvió a batir palmas, encantada con el poder recibido.

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Rukia se inclinó y firmó. Kurosaki Ichigo hizo otro tanto y luego entregó el depósito y el primer mes por adelantado. Ella los recibió y le agradeció con un gesto. El abogado les dio una copia del contrato a cada uno para que las cosas se mantuvieran claras y sugirió que ante cualquier inconveniente recurriesen a él. Después se despidieron.

Rangiku los había pasado a buscar en su automóvil y los había presentado. Ellos intercambiaron un escueto apretón de manos y unas pocas palabras, ambos igualmente tensos por la situación. Además, cada uno de ellos tenía sus motivos para estarlo, motivos que sólo la mediadora conocía y que, fiel a ambos, procuraba reservárselos.

De vuelta a la casa, que Ichigo sólo había mirado desde afuera y que de inmediato lo conformó, los tres se apearon del automóvil con la intención de entrar para que la conociera mejor. A Rukia le extrañó que firmase sin atender previamente a esos detalles, pero supuso que tendría su prisa y que en la ciudad donde vivían se hacía difícil encontrar una casa para alquilar.

A un lado de la casa principal había un portón que comunicaba con el parque. Era la entrada para el automóvil, que Renji solía aparcar debajo del cobertizo construido unos metros más allá. La casa asomaba al fondo y debían recorrer un trecho de tierra hasta dar con el ingreso, una abertura practicada en la ligustrina. Luego sólo había unos metros hasta la puerta.

La construcción era pequeña, pero de dos plantas: abajo estaban la sala de estar, la cocina, un despacho y un acotado recinto destinado a la lavandería y almacenamiento; arriba, un dormitorio y el baño. Una escalera de madera conectaba ambos niveles y por aquí y por allá los detalles arquitectónicos sobresalían dándole un toque particular a cada espacio, un toque que Ichigo supo apreciar. No se arrepentía de la decisión tomada y se mostró satisfecho con el lugar.

-Rangiku me había dicho que se trataba de un sitio muy bello –comentó luego del recorrido, reunidos en la sala.

-Fue diseñado para un concurso de arquitectura –explicó Rukia-, por eso la singularidad de las terminaciones y lo llamativo de ciertas líneas de la construcción.

-Entiendo –repuso él, observando en derredor una vez más con un respeto que trajo alivio al corazón de la joven-. Para mí es más que suficiente.

-¿Necesitas ver alguna cosa en particular? ¿Te gustaría cambiar algo antes de mudarte? –indagó Rangiku-. Tal vez la nevera, o el lavarropas…

-No, ya me las arreglaré.

-¿Seguro?

-Seguro.

-¿Quieres estar un rato a solas? –propuso ella.

Él ladeó la cabeza, considerándolo durante algunos instantes sin dejar de observar en torno.

-No, está bien así, prefiero irme a empacar. Si no te molesta –dijo dirigiéndose a Rukia-, me gustaría instalarme mañana mismo.

Rukia no podía creer la sencillez de aquel hombre. Lo notó decidido, algo apocado y demasiado serio, como si mudarse fuera un asunto de vital importancia. ¿De qué huía? Se lo planteó en una fracción de segundo, y al siguiente instante determinó que era la persona menos indicada para inmiscuirse en los dramas de los demás. Bastante tenía con los suyos.

Sabía que los hombres tendían a ser más prácticos que las mujeres, pero tratándose de la casa donde viviría debió haber sido un poco más puntilloso. Sin embargo, lo aceptó de esa manera sin cuestionárselo más, pues lo importante era que por fin había resuelto el tema del alquiler.

-No hay problema, múdate cuando gustes. Si necesitas algo, sólo debes golpear la puerta trasera de mi casa, la que da al jardín.

Rangiku ya no pudo soportar la formalidad de la escena y abrazó a ambos por los hombros con la espontaneidad que la caracterizaba. Los otros se miraron entre sí asombrados por lo abrupto de la maniobra, aunque resignados a su improvisada forma de ser.

-¡Qué bien! ¡Mi amiga y mi primo vivirán en la misma propiedad y podré venir a visitarlos a los dos juntos cada vez que quiera verlos! –exclamó alegremente. Ellos, por su parte, hicieron acopio de paciencia y la dejaron expresarse con libertad sin generarse tantas expectativas-. Estoy segura, además, de que todos seremos grandes amigos. ¡Ya lo verán!

Y para ratificar sus palabras, los estrechó con más fuerza.