El Infierno de Sasuke
Pareja: Sasuhina Sasuke x Hinata
Adaptación de la trilogía: El Infierno de Sasuke
Junio de 2011 Selinsgrove, Pensilvania.
El profesor Sasuke Uchiha se detuvo junto a la puerta de su despacho con las manos en los bolsillos, observando a su esposa con fuego en la mirada. Su cuerpo alto y atlético era impresionante, igual que las marcadas facciones de su rostro y sus ojos negros como la noche. La había conocido cuando ella tenía diecisiete años, diez menos que él, y se había enamorado a primera vista.
Pero el tiempo y las circunstancias —básicamente, el indulgente estilo de vida de él— se habían encargado de separarlos. A pesar de todo, el cielo les había sonreído. Al matricularse en un curso de posgrado en Toronto, seis años más tarde, ella se había convertido en su alumna. La cercanía había reavivado su afecto y un año y medio después se habían casado. Tras seis meses de matrimonio, él la amaba incluso más. Envidiaba hasta el aire que respiraba. Ya había esperado bastante para hacer lo que estaba a punto de hacer. Tal vez tuviera que seducirla, pero Sasuke se enorgullecía de su experiencia en ese terreno. Mango, la canción de Bruce Cockburn, flotaba en el aire, y lo transportó al viaje que habían hecho a Belice.
Allí habían hecho el amor en un montón de sitios, incluso en la playa. Hinata se encontraba sentada al escritorio, ajena a la música y a su escrutinio. Estaba escribiendo en el ordenador portátil, rodeada de libros, carpetas y dos cajas de papeles que Sasuke había transportado diligentemente desde la planta baja de la antigua casa de sus padres. Llevaban una semana instalados en Selinsgrove, descansando de sus ajetreadas vidas en Cambridge, Massachusetts.
Sasuke era profesor en la Universidad de Boston, y Hinata acababa de terminar su primer año de doctorado en Harvard bajo la supervisión de una brillante académica que se había formado en Oxford. Se habían marchado de Cambridge porque la casa de Harvard Square estaba hecha un desastre Tsumeido a las obras. Antes de mudarse, habían reformado la casa de los Sarutobi en Selinsgrove. Las obras se habían hecho siguiendo las indicaciones precisas y detalladas de Sasuke. Buena parte de los muebles que el padre adoptivo de Sasuke, Hiruzen, había dejado allí, habían ido a parar a un almacén.
Hinata eligió los nuevos muebles y las cortinas, y convenció a Sasuke para que la ayudara a pintar. Aunque él prefería decorar con madera oscura y cuero marrón, ella se decantaba por las tonalidades más propias de una casa mediterránea, con las paredes pintadas de blanco, igual que los muebles, y toques decorativos en varios tonos de azul, entre los que predominaba el azul Santorini.
En el estudio habían colgado reproducciones de unos cuadros que tenían también en su casa de Harvard Square: Dante y Beatriz en el puente de Santa Trinidad, de Henry Holiday; La primavera, de Botticelli, y La Virgen con el Niño y dos ángeles, de Fra Filippo Lippi. La mirada de Sasuke quedó cautiva de esa última imagen. Podría decirse que los cuadros reflejaban las distintas etapas que había atravesado su relación. El primero representaba su encuentro y la creciente obsesión por su parte. El segundo mostraba por un lado la flecha de Cupido, que había alcanzado a Hinata cuando él ya no la recordaba y, por otro lado, su noviazgo y posterior matrimonio.
Por último, el cuadro de la Virgen mostraba lo que Sasuke esperaba del futuro. Aquélla era la tercera noche que Hinata pasaba trabajando, redactando la que sería su primera conferencia en Oxford, el mes siguiente. Cuatro días atrás habían hecho el amor en el suelo del dormitorio, cubierto de pintura, antes de que les trajeran los muebles. (Hinata había decidido que la pintura corporal era su nuevo deporte favorito, especialmente si era al lado de Sasuke.) Con el recuerdo de su último contacto físico, y aprovechando que la música estaba incrementando el tempo, Sasuke pasó a la acción.
Su paciencia tenía un límite. Aún eran recién casados. No tenía intención de permitir que siguiera ignorándolo cada noche para entregarse a la investigación. Se acercó a ella con paso firme pero sigiloso. Le agarró la melena con una mano y se la echó a un lado, dejando su cuello al descubierto. Su barba rascó la suave piel de Hinata e intensificó las sensaciones.
—Ven —susurró Sasuke. Ella sintió un escalofrío en la nuca. Mientras aguardaba, él le acarició el cuello con sus dedos largos y delgados.
—No he acabado la conferencia. —Hinata alzó su preciosa cara hacia él—. No quiero que la profesora Senju tenga que avergonzarse de mí. Soy la alumna más joven a la que han invitado.
—No le darás ningún motivo para sentirse avergonzada. Y todavía tienes mucho tiempo para acabarla.
—También tengo que arreglar la casa. Tu familia llega dentro de dos días.
—No son mi familia —la corrigió él con una mirada abrasadora—. Son nuestra familia. Y no te preocupes por eso. Contrataré a alguien que se encargue de hacerlo. Ven, trae la manta. Hinata miró a su alrededor y vio la vieja manta sobre una silla blanca, bajo la ventana. Echó un vistazo a los bosques que rodeaban el patio.
—Ya está oscuro. —Yo te protegeré. —Sasuke la ayudó a levantarse y, al hacerlo, le rodeó la cintura con las manos y la acercó a él. Hinata sintió el calor de sus palmas a través del fino vestido de verano. Era una sensación muy agradable y excitante.
—¿Por qué quieres ir al huerto a oscuras? —lo provocó ella. Él le dirigió una mirada que podría haber derretido la nieve, antes de susurrarle al oído:
—Quiero ver tu piel desnuda brillando a la luz de la luna mientras estoy dentro de ti. Le atrapó el lóbulo de la oreja y se lo metió en la boca, succionándolo con delicadeza. Siguió la exploración descendiendo por su cuello, entre besos y suaves mordiscos, mientras el ritmo del corazón de ella se aceleraba.
—Una declaración de deseo —susurró él. Hinata se entregó a las sensaciones, y por fin se dio cuenta de la música que estaba sonando. El aroma de Sasuke, una mezcla de licor de menta y Aramis, le inundó los sentidos. La soltó, pero no le quitó el ojo de encima mientras ella se hacía con la manta, observándola como un gato a un ratón.
—Supongo que Guido da Montefeltro puede esperar —dijo Hinata, echando un vistazo a sus notas por encima del hombro. —No se ha movido en setecientos años —bromeó él—. Está acostumbrado a esperar. Hinata cerró el ordenador portátil, devolviéndole la sonrisa. Le dio la mano y bajó la escalera a su lado. Mientras cruzaban el patio y se adentraban en el bosque, la expresión de Sasuke se volvió aún más juguetona.
—¿Alguna vez has hecho el amor en un huerto de manzanos? Ella negó con la cabeza. —En ese caso, me alegro de ser el primero. —Eres el último, Sasuke. El único.
—Doy gracias a Dios por ello. Aceleró el paso, iluminando el camino con una linterna. Llevaba a Hinata de la mano y le iba advirtiendo de las raíces y los otros obstáculos que les salían al paso. Era junio, y en Pensilvania hacía mucho calor. La vegetación estaba crecida y las frondosas copas de los árboles casi no dejaban pasar la luz de la luna ni de las estrellas. Entre las cigarras y las aves nocturnas, el aire estaba lleno de sonidos. Al entrar en el claro, Sasuke la acercó más a él. Las flores silvestres salpicaban la hierba. Al otro lado se adivinaban unos viejos manzanos. Un poco más allá, los nuevos árboles que él había plantado extendían sus ramas hacia el cielo. Mientras se dirigían al centro del claro, Sasuke se relajó. Había algo en aquel lugar, no sabía si sagrado o de otra naturaleza, que lograba calmarlo.
Hinata lo observó mientras él extendía la manta sobre la hierba, y después apagó la linterna. La oscuridad los envolvió como un manto de terciopelo. La luna brillaba sobre sus cabezas, aunque en ocasiones su pálido rostro quedaba oculto por nubes deshilachadas. Un grupito de estrellas titilaba sobre ellos. Sasuke le acarició los brazos antes de pasar un dedo por el discreto escote de su vestido.
—Me gusta —murmuró. Admiró la belleza de su esposa, perceptible incluso entre las sombras. El arco de sus pómulos, sus labios carnosos... Le levantó la barbilla y la besó. Era el beso de un amante ardiente, que quería comunicarle con la boca que la deseaba. Sasuke apretó su cuerpo contra el de ella, mucho más grande, y enredó los dedos en su melena azulada.
—¿Y si alguien nos ve? —preguntó Hinata, con la respiración entrecortada, antes de devolverle el beso, metiendo la lengua en su boca. Sasuke dejó que lo explorara a placer antes de retirarse.
—Este bosque es privado y, como has mencionado hace un rato, está oscuro. —Extendió las manos, abarcándole no sólo la cintura sino también la curva de la espalda. Hundió los dedos en los hoyuelos que se le formaban en esa zona, una de las partes favoritas de su cuerpo, antes de ascender de nuevo hasta los hombros. Sin más preámbulos, le quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró sobre la manta. Luego le desabrochó el sujetador con un leve movimiento de muñeca. A ella se le escapó la risa ante dicho movimiento, digno de un experto. Con las manos, se pegó el sujetador al pecho, tratando de cubrirse. Era un modelo de encaje negro, muy provocativo y del todo transparente.
—Se te da muy bien.
—¿El qué?
—Quitar sujetadores en la oscuridad. Él frunció el cejo y a Hinata le pareció que se hacía el silencio a su alrededor. A Sasuke no le gustaba que le recordaran su pasado. Poniéndose de puntillas, le dio un beso en la angulosa mandíbula.
—No me quejo —susurró—. En realidad, disfruto de tu experiencia. La boca de él perdió el rictus de tensión.
—Me encanta tu ropa interior, Hinata, pero te prefiero desnuda.
—Lo sé, pero no estoy segura. —Miró a su alrededor—. Tengo miedo de que alguien nos interrumpa.
—Mírame. Ella lo miró a los ojos. —Nada se interpondrá entre nosotros. Lo juro. Estamos solos. Sólo yo puedo verte. Y lo que veo es impresionante. Trazó los valles y colinas de su torso uno a uno antes de dejar las manos sobre sus caderas y acariciarle la piel con los pulgares.
—Yo te cubriré.
—¿Con qué? ¿Con la manta? —Con mi cuerpo. Aunque alguien pasara por aquí, no te vería. Las comisuras de los labios de Hinata se alzaron en una sonrisa.
—Piensas en todo.
—Sólo pienso en ti. Tú lo eres todo. Bajó la cabeza hasta unir sus labios y apartó el sujetador que se interponía entre ellos. Le acarició los pechos mientras la besaba más profundamente, y siguió bajando las manos hasta sus caderas para quitarle las bragas. Hinata lo besó mientras él se desnudaba, se deshacía de la ropa y la empujaba a ella hacia la manta. Una vez tumbada, la cubrió con su cuerpo desnudo. Apoyándose en las manos, colocadas a ambos lados de su cara, la miró con sus ojos negros mientras declamaba:
—«Hasta el lecho nupcial la conduje, ruborizada como la aurora. Los cielos y las constelaciones nos fueron favorables en aquella bendita hora.»
—El paraíso perdido de Milton —dijo ella, reconociendo los versos, mientras le acariciaba la incipiente barba—. Pero cuando estamos aquí, sólo puedo pensar en el paraíso encontrado. —Tsumeeríamos habernos casado aquí. Tsumeeríamos haber hecho el amor aquí por primera vez. Ella le enredó los dedos en el pelo.
—Estamos aquí ahora. —Aquí descubrí lo que era la auténtica belleza. La besó una vez más, acariciándola suavemente. Hinata le devolvió las caricias y la pasión se encendió y empezó a arder con fuerza. Durante los meses que llevaban casados, el deseo que sentían el uno por el otro no había disminuido. Sus encuentros seguían siendo apasionados y llenos de dulzura. Se olvidaron de las palabras y dejaron que sus manos, sus cuerpos y la felicidad del amor físico hablaran por ellos. Sasuke conocía bien a su esposa. Sabía lo que la excitaba, lo que la impacientaba y lo que la llevaba al éxtasis. Hicieron el amor al aire libre, rodeados de naturaleza y de la oscuridad de la noche.
En el extremo del claro, los viejos manzanos que habían sido testigos de su casto amor en el pasado apartaron la vista educadamente. Cuando hubieron recobrado el aliento, Hinata permaneció tumbada de espaldas, contemplando las estrellas, sintiéndose ligera, como si no pesara nada.
—Tengo algo para ti —susurró él, antes de volverse a buscar sus pantalones. Regresando a su lado, le colocó algo alrededor del cuello. Con la linterna, iluminó el regalo. Hinata bajó la vista hacia la joya. Era un colgante de plata de ley, formado por anillas entrelazadas. De las anillas colgaban tres pequeños amuletos: una manzana de oro, un corazón y un libro de plata.
—Es precioso —murmuró, acariciando los colgantes uno a uno. —Lo he hecho traer de Londres. La manzana simboliza el lugar donde nos conocimos y el corazón, por supuesto, es el mío.
—¿Y el libro? —Con esta luz no se ve, pero en la cubierta se lee el nombre de Dante. Ella lo miró con timidez.
—¿Me he olvidado de alguna ocasión especial?
—No, es que me gusta hacerte regalos. Hinata lo besó apasionadamente y él volvió a tumbarla sobre la manta, dejando la linterna a un lado. Cuando se separaron, le apoyó la palma de la mano sobre el vientre y le besó el espacio que quedaba justo Tsumeajo del pulgar.
—Quiero plantar mi semilla aquí dentro. Mientras las palabras de Sasuke resonaban en el claro, Hinata se tensó.
—¿Tan pronto? —Nunca sabemos el tiempo que nos queda en este mundo. Ella pensó en Biwako, la madre adoptiva de Sasuke, y en su propia madre biológica, Hana. Ambas habían muerto jóvenes, aunque en circunstancias muy distintas.
—Dante perdió a Beatriz cuando ésta tenía veinticuatro años —añadió Sasuke—. Perderte sería devastador. Hinata le acarició el hoyuelo de la barbilla. —No hablemos de muerte. Acabamos de celebrar el amor y la vida. —Acarició los dijes del colgante una vez más. Él se disculpó cubriéndola de besos antes de volver a tumbarse. —He vivido casi tanto como ella y estoy sana. —Hinata le apoyó la mano en el pecho, sobre el tatuaje, y acarició el nombre escrito sobre el corazón sangrante—. ¿Es Sarada la causante de tu ansiedad? Sasuke se tensó de nuevo. —No. —Si lo es, no me importa —trató de convencerlo, apartándole un mechón de pelo de la frente. —Sé que es feliz. —Yo también lo creo. —Hinata titubeó, como si quisiera decir algo más.
—¿Qué pasa? —le preguntó Sasuke, acariciándole el cuello. —Estaba pensando en Hana. —Sigue. —No he tenido un buen modelo materno. Él se inclinó para besarla en los labios.
—Serás una madre fantástica. Eres cariñosa, paciente y amable.
—No sabría cómo hacerlo —susurró. —Lo descubriremos juntos. Soy yo quien Tsumeería estar preocupado. Mis padres biológicos fueron la viva imagen de una familia disfuncional. Y mi vida... no ha sido precisamente un modelo de conducta. Hinata negó con la cabeza y lo besó. —Cuidas muy bien del niño de Kurenai, hasta tu hermano lo reconoce. Pero es muy pronto para tener un hijo, Sasuke. Nos casamos en enero. Y me gustaría acabar el doctorado antes de tener familia.
—Lo sé, y te dije que estaba de acuerdo —replicó él, acariciándole las costillas con un dedo.
—La vida de casada es maravillosa, pero todavía estoy acostumbrándome a algunas cosas. Sé que a ti Tsumee de pasarte lo mismo. Sasuke dejó de acariciarla.
—Por supuesto. Aún estamos aprendiendo a convivir. Pero eso no nos impide hacer planes de futuro, Hinata. —Hizo una pausa—. Creo que Tsumeería ir a ver a mi médico cuanto antes. Han pasado tantos años que temo que la vasectomía pueda ser irreversible.
—Hay más de una manera de formar una familia. Podemos plantearnos otros tratamientos médicos. O podríamos adoptar a alguno de los niños del orfanato de los franciscanos en Florencia — dijo ella con la mirada pérdida—. Cuando llegue el momento. Sasuke le apartó un mechón de pelo de la cara cariñosamente.
—Podemos hacer todas esas cosas. Tras la ponencia, pienso llevarte a Umbría antes de ir a la exposición de Florencia. Pero en cuanto hayamos vuelto de Europa, iré al médico. Ella lo besó y Sasuke aprovechó el movimiento para colocarla encima de él. Una especie de corriente eléctrica surgió entre ellos. Sasuke la agarró con fuerza por las caderas.
—Cuando estés lista, empezaremos a practicar. —Sí, creo que Tsumeeríamos prepararnos a fondo. —Tienes toda la razón —susurró él, rodeándola con los brazos.
A la mañana siguiente, Hinata se despertó sobresaltada, todavía inmersa en la pesadilla que le robaba el aire. No había amanecido y el dormitorio estaba a oscuras. Sólo la rítmica respiración de Sasuke rompía el silencio. Cubriéndose el pecho con la sábana, cerró los ojos y trató de relajarse, pero lo único que consiguió fue que las escenas del sueño volvieran con más fuerza. Estaba en Harvard, corriendo por el campus porque no encontraba el lugar donde tenía que hacer la prueba final de doctorado. Pedía ayuda a todas las personas con las que se encontraba, pero nadie sabía dónde era el examen. Bajó la cabeza al oír un llanto y descubrió sorprendida que tenía un bebé en brazos. Éste tenía hambre, pero ella no podía alimentarlo porque no tenía biberón. Lo abrazó contra su pecho tratando de calmarlo, pero no sirvió de nada.
De repente, se encontró ante el profesor Zabuza, el catedrático de su departamento. Un gran cartel a su izquierda indicaba que el examen tendría lugar en el aula ante la cual se encontraba. Bloqueándole la entrada, le dijo que no le dejarían hacerlo. Señalando al bebé, le explicó que los niños no podían entrar. Y dicho eso, se volvió y se alejó pasillo abajo. Hinata salió corriendo tras él. Le prometió que el bebé no lloraría. Le rogó que le diera una oportunidad. Todas sus esperanzas y sueños de acabar el doctorado y convertirse en una especialista en Dante dependían de ese examen. Si no podía hacerlo, la expulsarían del programa. En ese momento, el niño empezó a llorar. Frunciendo el cejo, el profesor Zabuza le señaló la escalera y le ordenó que se marchara.
Un brazo le rodeó el torso y la abrazó. Hinata se despertó y vio que Sasuke la había abrazado sin despertarse. Aún en la inconsciencia del sueño, algo lo había impulsado a consolarla. Lo miró con una mezcla de amor y ansiedad, temblando aún por la pesadilla. Sin saber cómo, logró llegar al cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha. El agua caliente la calmaría. De momento, las luces encendidas desvanecieron las sombras. Mientras permanecía bajo el chorro de agua, trató de olvidar la pesadilla y las preocupaciones que luchaban por abrirse camino desde su subconsciente: la conferencia, la próxima visita de la familia, las súbitas ganas de Sasuke de tener un bebé...
Al acordarse del colgante que llevaba al cuello, acarició los tres amuletos. Sabía que Sasuke quería tener hijos con ella. Lo habían hablado antes de casarse, el año anterior. Pero habían acordado que esperarían a que ella obtuviera el doctorado antes de ampliar la familia. Y para eso tendrían que pasar cinco o seis años.
«¿Por qué vuelve a sacar el tema de los niños ahora?»
Bastantes preocupaciones tenía ya con sus estudios. En septiembre tendría que haber acabado el trabajo de curso para poder examinarse al año siguiente. Era un examen difícil, necesitaría meses para prepararlo. Más urgente era la conferencia que daría en Oxford al cabo de unas semanas. Hinata había hecho un trabajo sobre Guido da Montefeltro para la asignatura de la profesora Nohara. A ésta le había gustado tanto que se lo había comentado a la profesora Senju, quien a su vez había animado a Hinata a enviar un resumen de la ponencia al organizador del evento.
Se sintió muy feliz cuando le llegó la notificación de que habían aceptado su propuesta, pero la idea de dar una conferencia sobre Dante delante de especialistas con mucha más experiencia que ella le resultaba cada vez más aterradora. Y ahora a Sasuke le había dado por sacar el tema de revertir la vasectomía que se había hecho años atrás en cuanto volvieran de Europa en agosto.
«¿Y si la operación tiene éxito?»
Se sintió culpable en cuanto la frase se formó en su cabeza. Por supuesto que quería tener un hijo con él. Y era consciente de que revertir la vasectomía era mucho más que un simple acto físico. Era también un gesto simbólico, la señal de que por fin se había perdonado por lo que había pasado con Sakura y Sarada. Que finalmente empezaba a creer que era digno de engendrar y de criar hijos. Habían rezado para poder tenerlos. Tras su boda, se habían acercado a la tumba de San Francisco y habían elevado oraciones espontáneas y privadas, pidiéndole a Dios que bendijera su matrimonio con el don de los hijos.
«Si Dios quiere responder a nuestras plegarias, ¿quién soy yo para decirle que espere?» ¿Estaría siendo demasiado egoísta? Tal vez Tsumeería anteponer la maternidad a sus estudios y aspiraciones. Harvard no se movería de sitio. Y mucha gente volvía a la universidad después de haber fundado una familia.
«¿Y si Sasuke no quiere esperar?»
No le faltaba razón cuando decía que la vida era corta. La muerte de Biwako era prueba de ello. En cuanto Sasuke estuviera seguro de que podían tener un hijo, querría ponerse a ello inmediatamente. ¿Cómo iba a negárselo? Sasuke era como un fuego que lo devoraba todo a su paso. Su pasión y sus deseos parecían sobrepasar a los de la gente que lo rodeaba. Una vez le había confesado que ella había sido la única mujer que le había dicho que no. Y probablemente era verdad. Le preocupaba ser incapaz de decirle que no en algo tan importante.
La paternidad era el deseo más profundo de Sasuke. Sin duda, las ganas de hacerlo feliz serían demasiado fuertes para resistirse, pero al rendirse a él estaría renunciando a su propia felicidad. Hinata no había tenido muchas cosas durante su infancia. De hecho, cuando vivía con Hana en San Luis eran pobres. Pero en el colegio había trabajado duro y había destacado. Su inteligencia y disciplina habían hecho que superara con éxito los exámenes en Saint Joseph y en la Universidad de Toronto. Después de tantos esfuerzos, no le parecía un buen momento para dejar de lado su formación. No, no era un buen momento para tener un hijo. Cubriéndose la cara con las manos, rezó pidiendo fuerzas.
Unas horas más tarde, Sasuke entró en la cocina con las zapatillas de deporte y los calcetines en la mano. Llevaba una camiseta de Harvard y unos pantalones cortos, y estaba a punto de coger una botella de agua de la nevera cuando vio a Hinata sentada en la isla del centro de la cocina, con la cabeza entre las manos.
—Ah, aquí estás. —Soltando las zapatillas y los calcetines, la saludó con un beso apasionado—. Me preguntaba adónde habrías ido. En ese preciso instante, se dio cuenta de que tenía los ojos rojos y pronunciadas ojeras. Parecía preocupada.
—¿Qué pasa?
—Nada. Acabo de limpiar la cocina y la nevera y estaba haciendo una lista de cosas que necesitamos —respondió, señalando una hoja de papel cubierta con su elegante caligrafía.
Estaba al lado de una taza de café, ya frío, a medio beber y de otra lista igual de larga de cosas pendientes. Sasuke miró a su alrededor. La cocina estaba limpia y reluciente. Incluso el suelo estaba inmaculado.
—Son las siete de la mañana. ¿No es un poco temprano para limpiar la casa?
—Tengo muchas cosas que hacer —replicó ella sin entusiasmo. Sasuke le tomó la mano y le acarició la palma con el pulgar.
—Pareces cansada. ¿No has dormido bien?
—Me he despertado temprano y ya no he podido volver a dormirme. Tengo que preparar las habitaciones y limpiar los baños. Luego tengo que ir a comprar y planificar qué comeremos. Y ...
—Se interrumpió con un suspiro entrecortado. Sabía que había algo más, pero en ese momento no podía recordarlo.
—¿Y ...? —la animó Sasuke, bajando la cabeza para mirarla a los ojos, pero ella los apartó para leer la lista de cosas que tenía que hacer.
—Tengo que seguir. Ni siquiera estoy vestida. —Cerrándose más la bata de seda de color azul pálido empezó a levantarse. Sasuke se lo impidió.
—No tienes que hacer nada. Te dije que buscaría a alguien que se ocupara de la limpieza, y pienso hacerlo.
—Señalando la lista de la compra, añadió—: Iré a comprar cuando vuelva de correr. Luego, apoyándole una mano en la mejilla, añadió:
—Vuelve a la cama. Estás exhausta.
—Tengo que hacer muchas cosas —susurró ella.
—Yo me ocuparé de todo. Pensaba que ibas a dedicarte a preparar la conferencia, y me parece bien, pero antes duerme un poco —le aconsejó—. Una mente cansada no funciona bien. Volvió a besarla y la acompañó al piso de arriba. Cuando Hinata se hubo tumbado, la tapó cariñosamente.
—Sé que es la primera vez que tienes invitados desde que estamos casados, pero nadie espera que te conviertas en la criada. Y no pienso permitir que las visitas impidan que acabes tu trabajo a tiempo.
Cuando te levantes, puedes encerrarte en el despacho y pasar todo el día allí si quieres. Olvídate del resto. —Con un beso de despedida en la frente, apagó la luz y la dejó dormir.
Sasuke solía escuchar música mientras corría, pero esa mañana ya estaba bastante distraído. Era obvio que Hinata estaba agobiada. No acostumbraba a levantarse tan temprano y, por su aspecto, al parecer llevaba horas levantada. Probablemente no Tsumeerían haber invitado a la familia, pero ya que iban a pasar buena parte del verano en Italia, no volverían a tener la oportunidad de reunirse en unos meses. Sasuke ya no se acordaba del esfuerzo que suponía tener visitas. Hasta ese momento, sólo había tenido en casa a uno o dos invitados como mucho. Y , por supuesto, siempre contando con la ayuda de personal de servicio y de una cuenta corriente desahogada que le permitía llevar a sus huéspedes a comer fuera.
Pobre Hinata. Sasuke recordó sus años en Harvard. Las vacaciones nunca eran auténticas vacaciones, ya que siempre había trabajo por hacer: idiomas que perfeccionar, artículos que leer y exámenes que preparar. Era un alivio haber conseguido una plaza fija en la Universidad de Boston. No le cambiaría el sitio a Hinata por nada del mundo. Sobre todo, teniendo en cuenta que él había logrado sobrellevar las presiones de la vida de estudiante gracias a la bebida, a la cocaína y a Sakura...
Tropezó con el bordillo de la acera y se precipitó hacia adelante, pero no llegó a caerse. Tras recobrar el equilibrio, se dijo que Tsumeía fijarse por dónde iba. No le gustaba recordar sus años en Harvard. Había permitido que Sakura le facilitara las cosas, incluso sus adicciones. Desde su regreso a Cambridge, los recuerdos habían aumentado de intensidad. Algunos flashbacks eran tan reales que casi notaba cómo la cocaína le entraba por la nariz. En cualquier momento, conduciendo por una calle o entrando en un edificio del campus, sentía unas ansias de consumir tan intensas que llegaban a ser dolorosas. Hasta entonces, gracias a Dios, había podido resistirse. Las reuniones semanales de Narcóticos Anónimos lo habían ayudado, igual que las visitas mensuales con el terapeuta. Y luego, por supuesto, Hinata.
Sasuke había entrado en contacto con el poder superior en Asís, el año anterior, pero su auténtico ángel guardián era Hinata. Ella lo amaba, lo inspiraba, convertía su casa en un hogar. Pero no lograba quitarse de encima el miedo a que el cielo le hubiera sonreído sólo temporalmente y se la arrebatara en cualquier momento. Sasuke había cambiado en mil aspectos desde que Hinata se apuntó a su seminario en Toronto. Pero si algo no había cambiado era su creencia de que no era merecedor de una felicidad duradera. Tal como su terapeuta le había advertido, su comportamiento tenía una preocupante tendencia al autosabotaje. Su madre adoptiva, Biwako, había fallecido de cáncer hacía casi dos años. Su inesperada muerte se había convertido en un símbolo de la brevedad y la incertidumbre de la vida. Si perdiera a Hinata...
«Si tuvieras un hijo con ella, nunca la perderías del todo», le decía una leve pero insidiosa voz al oído. Sasuke aceleró el ritmo. La voz tenía razón, pero ésa no era la principal razón por la que quería tener un hijo con Hinata. Quería formar una familia con ella. Una familia completa, con hijos. Quería una vida llena de risas y saber que podría corregir los errores cometidos por sus padres. No le había dicho nada de esto a su esposa. Ya bastante tenía ella con sus propias preocupaciones como para cargarla con sus adicciones y sus miedos. Hinata ya había tenido que soportar demasiada angustia en su vida por su culpa. Mientras Sasuke recorría el circuito de jogging por el que solía correr de soltero, se preguntó por qué estaría tan desanimada esa mañana. Habían pasado una increíble noche juntos, celebrando su amor en el huerto de manzanos y más tarde en la cama. Se devanó los sesos, tratando de encontrar alguna cosa que pudiera haberla molestado. Pero su noche de amor había sido, como de costumbre, tan apasionada como tierna.
Existía al menos otra posibilidad y Sasuke se maldijo por no haber pensado antes en ella. Hinata siempre se alteraba cuando regresaba a Selinsgrove. Un año y medio atrás su ex novio, Sasori, la había asaltado allí en la casa de su padre. Y luego la nueva novia de éste, Temari, se le había encarado en un bar del pueblo, amenazando con publicar fotos obscenas de ella si no retiraba la denuncia por agresión contra él. Hinata había convencido a Temari de que no le convenía publicar las fotos, ya que al hacerlo estaría implicando también a Sasori. El padre de éste era senador y tenía previsto presentarse a presidente. Temari trabajaba para él. El escándalo podía acabar haciéndole más daño al senador que a Hinata.
Pero Sasuke no estaba en absoluto convencido de que Temari fuera a quedarse quieta. Cuando alguien le encontraba el gusto al chantaje, solía tratar de explotar esa fuente hasta secarla. Volvió a maldecir, acelerando el ritmo de la carrera hasta el límite de sus fuerzas. No había llegado a decirle a Hinata lo que había hecho y no quería decírselo. Pero si estaba preocupada por Sasori y Temari, tal vez había llegado el momento de contarle la verdad...
Cuando Sasuke volvió de correr, Hinata estaba durmiendo. Se echó a reír al ver sus pies desnudos asomando bajo las mantas. No le gustaba que se le calentaran los pies, por eso, aunque estuviera tapada con un montón de ropa de cama, siempre sacaba los pies fuera. Inclinándose, se los tapó con la manta y fue a ducharse. Después de vestirse, se aseguró de que seguía durmiendo antes de ir a buscar la lista de la compra y salir de casa. Mientras ponía en marcha el Range Rover, pensó que con un poco de suerte podría hacer la compra y contratar a una asistenta antes de que ella se despertara.
A las once de la noche, cuando Hinata bajó por fin a la planta baja, después de trabajar, encontró a Sasuke en el salón, leyendo. Estaba sentado en su sillón de cuero favorito, con los pies sobre el reposapiés y los ojos moviéndose tras las gafas al leer.
—Eh, hola —la saludó con una sonrisa, mientras cerraba el libro.
—¿Qué estás leyendo? Él le mostró la cubierta. El título era The Way of a Pilgrim.
—¿El camino del peregrino? ¿Es bueno?
—Mucho. ¿Has leído Franny y Zooey de J. D. Salinger?
—Hace tiempo. ¿Por qué?
—Franny lo lee y se inquieta. Fue entonces cuando oí hablar del libro por primera vez.
—¿De qué trata? —Lo cogió y le dio la vuelta para leer el texto de la contracubierta.
—De un ruso ortodoxo que intenta aprender qué significa rezar sin parar. Hinata alzó una ceja.
—¿Y?
—Y lo estoy leyendo para descubrir qué aprendió.
—¿Y tú? ¿Rezas por algo en concreto? Él se frotó la barbilla. —Rezo pidiendo muchas cosas. —¿Por ejemplo? —Le pido a Dios que me ayude a ser un buen hombre, un buen marido y, algún día, un buen padre. Con una sonrisa, Hinata volvió a examinar el libro.
—Supongo que todos llevamos a cabo nuestro propio viaje espiritual.
—Aunque algunos más adelantados que otros —replicó él con una sonrisa. Hinata dejó el libro en una mesita cercana y se sentó en su regazo.
—Yo no lo veo así. Creo que todos perseguimos a Dios hasta que Él decide atraparnos.
Sasuke se echó a reír. —¿Cómo si fuera el sabueso del cielo al que se refiere Francis Thompson en su famoso poema?
—Algo así.
—Una de las cosas que más me gustan de ti es tu compasión por las flaquezas humanas.
Ella lo besó suavemente. —Tengo mis propios vicios, Sasuke, aunque trate de ocultarlos. Mirando a su alrededor, Hinata se fijó en las marcas que la aspiradora había dejado en la alfombra. Los muebles no tenían ni rastro de polvo y el aire olía a limón y a pino.
—La casa tiene muy buen aspecto. Gracias por encontrar a alguien que se ocupe de la limpieza. Yo he avanzado un montón con el trabajo.
—Bien —dijo él, mirándola por encima de las gafas—. ¿Cómo te encuentras?
—Mucho mejor. Gracias por preparar la cena. —Le apoyó la cabeza en el hombro.
—Cuando te la he subido no tenías hambre —comentó él, acariciándole el pelo.
—Al final me lo he acabado todo. Me había atascado con un tema de la conferencia, y no quería parar para comer hasta haberlo resuelto.
—¿Es algo en lo que pueda ayudarte? —Sasuke se quitó las gafas y las dejó sobre el libro.
—No. No quiero que la gente piense que tú eres la mente pensante que se oculta detrás de mis trabajos.
—No era eso lo que te estaba ofreciendo —replicó él, ofendido.
—Necesito hacerlo sola. Él sorbió por la nariz. —Creo que te preocupa demasiado lo que los demás piensen de ti.
—Tengo que hacerlo —insistió ella secamente—. Si presento un trabajo que suene como los tuyos, la gente se dará cuenta. Karin Uzumaki ya ha empezado a hacer correr rumores sobre nosotros. Naruto me lo contó. Sasuke frunció el cejo.
—Karin es una zorra celosa. Va hacia atrás en vez de avanzar en su carrera. En Columbia la han obligado a apuntarse al programa de máster en italiano. No la han admitido en su programa de doctorado. Ya he hablado con la jefa de su departamento en Columbia. Si quiere ir contando bulos sobre nosotros, será peor para ella.
—Se removió en el sillón—. ¿Y cuándo has hablado con Naruto?
—Me escribió un email tras la conferencia a la que asistió en UCLA. Vio a Karin y le contaron que iba difundiendo rumores.
—Ni siquiera me has dejado que lea tu ponencia, aunque hemos hablado tanto sobre Guido que intuyo lo que dirás. Hinata se mordió una uña, pero no dijo nada. Él la abrazó con más fuerza.
—¿Mi libro te ha sido útil?
—Sí, pero mi enfoque es distinto —respondió ella, vagamente.
—Eso puede ser un arma de doble filo, Hinata. La originalidad es admirable, pero a veces los métodos establecidos lo son por alguna razón.
—Te lo dejaré leer mañana, si tienes tiempo.
—Por supuesto que tendré tiempo.
—Sasuke le acarició la espalda arriba y abajo—. Estoy deseándolo. No tengo ninguna intención de hacerte daño, sólo quiero ayudarte si es posible. Lo sabes, ¿no?
—Por supuesto. Y te lo agradezco. —Hinata volvió a besarlo antes de acurrucarse entre sus brazos —. Pero me preocupa que no te guste mi trabajo. No puedo evitarlo.
—Te daré una opinión honesta, pero siempre estando de tu lado. Te lo prometo.
—No se puede pedir más. —Lo miró y sonrió—. Ahora necesito que me lleves a la cama y me animes. Él entornó los ojos, pensativo.
—¿Y cómo puedo animarte? —Haciendo que me olvide de mis problemas tentándome con tu cuerpo desnudo.
—¿Y si aún no me apetece acostarme?
—En ese caso, supongo que tendré que animarme por mis propios medios.
—Hinata se puso en pie y se estiró, mirándolo de reojo. Levantándose de un salto, Sasuke la cogió en brazos y se dirigió corriendo a la escalera.
—No puedes presentar esto. —Sasuke entró en el estudio la tarde siguiente, con una copia de la ponencia de Hinata en la mano. Ella levantó la vista de la pantalla del ordenador, horrorizada.
—¿Por qué no? —Está equivocado. —Soltó las páginas para quitarse las gafas, que dejó encima de la mesa—. San Francisco va a buscar el alma de Guido da Montefeltro cuando éste muere. Ya lo discutimos y estabas de acuerdo conmigo. Hinata se cruzó los brazos, a la defensiva.
—He cambiado de idea. —Pero ¡si es la única interpretación que tiene sentido! Ella tragó saliva y negó con la cabeza. Sasuke empezó a pasear por delante del escritorio. —Lo hablamos en Belice. ¡Y te envié una ilustración de la escena mientras estuvimos separados, por el amor de Dios! ¿Piensas ponerte delante de una sala llena de gente y decir que no pasó?
—Si hubieras leído las notas al pie, sabrías que... Él se detuvo en seco y se volvió hacia ella.
—He leído las notas al pie. Ninguna de tus fuentes llega hasta donde tú llegas. Sólo estás especulando.
—¿Sólo? —Hinata arrastró la silla hacia atrás—. He encontrado varias fuentes respetables que están de acuerdo con casi todo lo que digo. A la profesora Nohara le ha gustado.
—Es demasiado indulgente contigo. Ella se quedó con la boca abierta.
—¿Demasiado indulgente? ¿Y qué más? Ahora me dirás que la profesora Senju me invitó a dar la conferencia por caridad... La expresión de Sasuke se suavizó.
—Por supuesto que no. Tiene una gran opinión de ti. Pero no quiero que te presentes delante de un montón de profesores experimentados y les ofrezcas una interpretación inocente. Si hubieras leído mi libro, sabrías...
—He leído tu libro, «profesor Uchiha». El texto que analizo sólo lo mencionas de pasada. Y adoptas la versión oficial ingenuamente, sin pararte a reflexionar si es lo que Tsumeerías hacer. Sasuke entornó los ojos.
—Me quedo con la interpretación que tiene más sentido —replicó en tono glacial—. Y nunca hago nada ingenuamente. Hinata se levantó resoplando de frustración.
—¿No quieres que tenga ideas propias? ¿Crees que Tsumeo repetir lo que dicen los demás porque soy una simple estudiante recién licenciada? Él se ruborizó.
—Nunca he dicho eso. Yo también fui un estudiante recién graduado en su momento. Pero ya no lo soy. Podrías aprovecharte de mi experiencia.
—Ah, ya estamos. —Alzó los brazos, disgustada, y salió del estudio. Él la siguió.
—¿Qué quieres decir con «ya estamos»? Ella no se dignó a mirarlo.
—Te molesta que te lleve la contraria en público.
—Bobadas.
—¿Bobadas? —Se volvió al instante hacia él—. Entonces, ¿por qué me dices que cambie mi conferencia para que diga lo mismo que tu libro? Sasuke apoyó una mano en el brazo de Hinata.
—No quiero que diga lo mismo que mi libro. Sólo trato de evitar que hagas el ridícu...
—Se paró en seco.
—¿Cómo dices? —Hinata le apartó la mano bruscamente.
—Nada. Sasuke cerró los ojos e inspiró hondo. Cuando los volvió a abrir parecía más calmado.
—Si empiezas inmediatamente, tienes tiempo de reescribirla. Puedo ayudarte.
—No quiero tu ayuda. Y no puedo cambiar toda la tesis. Ya han publicado la sinopsis en la web del simposio.
—Llamaré a Tsunade —insistió él con una sonrisa de ánimo—. Lo entenderá.
—No, no lo harás. No voy a cambiar nada. Sasuke apretó los labios.
—No es momento para ponerte terca.
—Oh, sí, sí lo es. Es mi ponencia.
—Hinata, escúchame...
—Te preocupa que haga el ridículo. Y que te avergüence delante de tus colegas.
—Yo no he dicho eso. Ella le dirigió una mirada dolida, como si la hubiera traicionado.
—Acabas de decirlo. Hinata entró en el dormitorio y trató de cerrar la puerta, pero él levantó la mano para impedirlo.
—¿Qué haces? —Trato de poner distancia entre nosotros.
—Hinata, espera.
—Sasuke miró a su alrededor, sin saber qué hacer—. Podemos hablarlo tranquilamente.
—No, no podemos. —Le clavó un dedo en el pecho—. Ya no soy tu alumna. Tengo derecho a tener mis propias ideas.
—No te he dicho lo contrario. Sin escucharlo, ella se dirigió al cuarto de baño.
—¡Hinata, maldita sea, espera! —exclamó él desde la puerta. Ella se volvió.
—¡No me grites! Sasuke levantó las manos en señal de rendición y respiró hondo.
—Lo siento. Sentémonos a hablar. —Ahora no puedo. Diré cosas de las que luego me arrepentiré. Y es evidente que tú también necesitas calmarte.
—¿Adónde vas? —Al baño. Voy a encerrarme y te voy a ignorar durante el resto del día. Si no me dejas en paz, me iré a casa de mi padre. Sasuke hizo una mueca. Hinata no había vuelto a casa de su padre desde antes de la boda.
—¿Cómo irías? Ella puso los ojos en blanco.
—No te preocupes, no te dejaré sin coche. Llamaré un taxi y me largaré.
—Aquí no hay taxis. Tendrías que llamar a Sunbury. Ella lo fulminó con la mirada. —Lo sé, Sasuke. Antes vivía aquí, ¿te acuerdas? Realmente me consideras una idiota... Entró en el baño y se encerró dando un portazo. Él oyó el ruido del pestillo al cerrarse. Esperó unos momentos antes de llamar a la puerta.
—Tenten, Shikamaru y Hiruzen Tsumeen de estar a punto de llegar. ¿Qué les digo?
—Diles que soy una idiota, claro.
—Hinata, escúchame un momento, por favor. Sasuke oyó que el agua empezaba a correr.
—¡Perfecto! —gritó—. Ignórame. Nuestra primera discusión y la arreglas encerrándote en el maldito baño. —Golpeó la puerta con la palma de la mano. El agua dejó de correr. Ella alzó la voz para hacerse oír:
—Mi primera conferencia y me dices que es una mierda. Y no porque lo sea, ¡sino porque no estoy de acuerdo contigo y con tu jodido libro!
Tras un largo baño caliente, Hinata abrió la puerta. El dormitorio estaba vacío. Se vistió rápidamente antes de salir al pasillo. Se acercó sigilosamente a la escalera y escuchó. Tras comprobar que estaba sola, volvió al despacho y cerró la puerta. Eligió un poco de jazz ligero como música de fondo y volvió al trabajo.
—¿Dónde está Hinata?
—Tenten abrazó a su hermano antes de entrar con su maleta de ruedas y la de su marido, Shikamaru, al salón. Iba vestida con pantalones de color caqui y una camiseta blanca con cuello de pico. Alta y espigada, llevaba la larga melena Castaña sujeta por unas grandes gafas de sol negras. Iba poco maquillada, pero estaba impecable. Parecía la modelo de un anuncio. Sasuke trató de disimular una mueca de disgusto.
—Está trabajando en la conferencia.
—¿Le has dicho que hemos llegado? —Acercándose a la escalera, Tenten la llamó—: Hinata, mueve el culo y baja a vernos.
—Tenten, por favor —la reprendió su padre suavemente, antes de abrazar a Sasuke. Hiruzen era unos cinco centímetros más bajo que su hijo. Tenía el cabello y ojos castaños. Era un hombre callado y serio, y se ganaba el respeto de los demás con su inteligencia y su amabilidad. Al ver que nadie se movía en el piso de arriba, Tenten se volvió hacia Sasuke y entornó los ojos, que eran cafeces como los de su padre.
—¿Por qué se esconde? Él saludó a Shikamaru estrechándole la mano.
—No se esconde. No te habrá oído. Tenen las habitaciones preparadas y hay toallas limpias en el baño de invitados. Papá, si quieres dormir en tu antiguo cuarto, no hay ningún problema.
—En la habitación de invitados estaré bien. —Hiruzen cogió su maleta y empezó a subir la escalera.
—¿Se han peleado? —insistió Tenten, mirando a su hermano con desconfianza. Él frunció los labios.
—Salúdala ahora cuando subas. Nos vemos luego en el porche trasero y tomamos algo. Estoy preparando costillas a la barbacoa para cenar.
—¿Costillas? ¡Fantástico! —Shikamaru le dio una agradecida palmada en la espalda a su cuñado—. Quería parar a comprar unas Corona antes de llegar, pero Tenten ha querido que viniéramos directamente. Vuelvo en seguida —dijo, mientras cogía las llaves del coche. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta, su esposa lo detuvo y negó con la cabeza. A Sasuke le pareció un buen momento para desaparecer.
—Los espero en el patio —les indicó, dejándolos solos. Tenten miró a su marido mientras negaba con la cabeza.
—Han discutido. Yo hablaré con Hinata, tú habla con Sasuke. Ya irás a buscar las Corona más tarde.
—¿Por qué habrán discutido? —se preguntó Shikamaru, pasándose las manos por el pelo, oscuro.
—¿Quién sabe? Tal vez Hinata le ha ordenado la colección de corbatas sin consultarle.
—¡Hola! —Tenten abrió la puerta del antiguo despacho de su padre. Hinata saludó a su mejor amiga con una sonrisa radiante.
—¡Tenten! ¡Hola! Las dos mujeres se abrazaron y luego Tenten se sentó en una de las cómodas butacas que había junto a la ventana.
—¿Cómo va todo? —Bien.
—Entonces, ¿qué te pasa con Sasuke?
—Nada. —Mientes descaradamente. Hinata apartó la vista.
—¿Qué te hace pensar que estamos enfadados?
—Sasuke está abajo, mustio, y tú estás arriba, mustia. La tensión en la casa es palpable. No hace falta ser una médium para darse cuenta.
—No quiero hablar de ello. —Los hombres son gilipollas.
—No te lo voy a discutir. —Hinata se dejó caer en la otra butaca y colgó las piernas de uno de los reposabrazos.
—Shikamaru y yo discutimos a veces. Él se enfada y se marcha un par de horas, pero siempre vuelve.
—Tenten buscó la mirada de su amiga—. ¿Quieres que le dé una paliza a Sasuke?
—No, pero tienes razón. Hemos discutido.
—¿Qué ha pasado?
—He cometido el error de dejarle leer la conferencia que estoy preparando. Me ha dicho que es horrible.
—¿Te ha dicho eso? —Tenten enderezó la espalda y alzó la voz. —Bueno, con otras palabras.
—Pero ¿qué se ha creído? Yo le habría tirado algo a la cabeza. Hinata sonrió sin ganas.
—Lo he pensado, pero no me apetecía limpiar la sangre. Tenten se echó a reír.
—¿Y por qué cree que tu conferencia es horrible? —Dice que me equivoco. Y que sólo quiere ayudarme. —Suena a que quiere controlar tu trabajo, igual que trata de controlar todo lo demás. Pensaba que estaba yendo a terapia para superarlo. Hinata guardó silencio unos instantes.
—No quiero que me mienta sólo para que no me disguste. Si tengo que cambiar algo de lo que he escrito, quiero saberlo.
—Pero Tsumeería saber cómo ayudarte sin decirte que la conferencia es horrible. Hinata soltó el aire, frustrada.
—Exacto. Dice que quiere formar una familia conmigo y al cabo de un rato se comporta como un idiota condescendiente. Tenten levantó la mano, pidiéndole que hiciera una pausa.
—Un momento, ¿qué has dicho? ¿Sasuke quiere tener hijos? Hinata se revolvió en la butaca. —Sí.
—¡Hinata, es fantástico! Me alegro por ti. ¿Cuándo van a ponerse a ello?
—De momento no. Decidimos esperar hasta que me gradúe.
—Eso es mucho tiempo —murmuró Tenten.
—Ya, pero hacer el doctorado y tener un bebé a la vez sería demasiado complicado. Tenten asintió, jugueteando con el dobladillo de la camiseta.
—A nosotros nos gustaría tener un hijo. Hinata cambió de postura para mirar mejor a su amiga.
—¿Qué? ¿Ahora?
—Puede.
—¿Cómo supiste que estabas preparada? Tenten se echó a reír.
—En realidad, todavía no lo sé. Siempre he querido tener hijos y a Shikamaru le pasa lo mismo. Llevamos hablando del tema desde el instituto. Quiero a Shikamaru. No me importaría pasar el resto de la vida a su lado, los dos solos. Pero cuando pienso en el futuro, siempre veo niños a nuestro alrededor. Quiero tener a alguien que venga a casa en Navidad. Si algo me enseñó la muerte de mi madre es que en la vida nada es seguro. No quiero esperar y esperar para formar una familia y descubrir luego que es demasiado tarde. Hinata sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero parpadeó para controlarlas.
—Te haces mamografías cada año, ¿no?
—Sí y me han hecho pruebas genéticas. No tengo el gen del cáncer de mama, pero creo que mi madre tampoco lo tenía. Y , bueno, aunque lo tuviera, cuando se dio cuenta era demasiado tarde para hacer nada.
—Lo siento mucho. Tenten suspiró y miró por la ventana.
—No me gusta hablar de ello, pero reconozco que me preocupa. ¿Y si me encuentran cáncer después de tener hijos? Trato de no darle muchas vueltas al tema, pero siempre está ahí, agazapado. Se volvió hacia su amiga y añadió al cabo de unos segundos:
—Tener hijos sería una manera estupenda de librarte de la actitud condescendiente de Sasuke.
—¿Ah, sí?
—Claro. Si el bebé ensucia los pañales y le mancha la ropa, acudirá a ti, pidiendo ayuda a gritos. Hinata se echó a reír, pero en seguida recuperó la expresión sombría.
—Sólo quiero que considere que mis ideas son importantes. Tan importantes como las suyas.
—Por supuesto que lo son. Díselo.
—Lo haré, pero aún no. Ahora mismo, prefiero no hablar con él. Tenten acarició el reposabrazos.
—Sasuke ha cambiado mucho. Verlo casado y pensando en tener hijos... es asombroso. Mamá me contó que cuando llegó a casa, escondía comida en la habitación. No importaba lo que le dijeran para tranquilizarlo, siempre se guardaba algo en el bolsillo.
—¿Pasaba hambre? —Tenía miedo de pasar hambre. No se fiaba de qué papá y mamá fueran a alimentarlo siempre, así que se iba guardando una reserva para cuando se olvidaran. Y tampoco deshizo la maleta hasta que lo adoptaron. Esperaba que lo devolvieran en cualquier momento.
—No lo sabía —admitió Hinata, con el corazón en un puño. Tenten le dirigió una mirada comprensiva.
—Es mi hermano y lo quiero mucho, pero no piensa las cosas antes de decirlas. Seguramente, lo que pasa es que no escribes las cosas tal como él lo haría.
—Y no pienso empezar a hacerlo ahora. Tengo mis propias ideas.
—Te aconsejo que lo hables con él. De todos modos, tampoco le viene mal sufrir un poco antes. No le pasará nada por dormir en el sofá una noche.
—Por desgracia, probablemente seré yo la que duerma en el sofá —replicó Hinata, señalando el que había en el otro extremo del despacho.
Decir que el ambiente durante la cena fue tenso era quedarse corto. Hinata y Sasuke estaban sentados el uno al lado del otro. Incluso se dieron la mano mientras bendecían la mesa. Pero su actitud fue distante y educada. No intercambiaron miradas ardientes, ni palabras cariñosas, ni caricias robadas bajo la mesa. Sasuke estaba rígido y permaneció serio durante toda la cena. Hinata estaba callada y abstraída, como si tuviera la mente en otro sitio.
Hiruzen, Shikamaru y Tenten mantuvieron el peso de la conversación, mientras los Uchiha apenas abrían la boca. Después de la cena, Hinata se excusó y volvió al estudio a trabajar, sin tomar postre. Sasuke la siguió con la vista mientras se alejaba. A pesar de sus ojos tristes y de un tic nervioso en la mandíbula, no hizo nada para detenerla. Sólo la miró marcharse. Cuando Tenten fue a la cocina a preparar el café, Shikamaru no pudo aguantar más y se inclinó hacia él.
—Sasuke, trágate el orgullo y dile que lo sientes. Sasuke levantó las cejas.
—¿Por qué das por hecho que es culpa mía?
—Porque tú eres el que tiene poll...
—Al ver la mirada de advertencia de su suegro, carraspeó—. Ejem, las estadísticas dicen que el ochenta por ciento de las peleas son culpa del hombre. Discúlpate y quítatelo de encima. No quiero tener que volver a pasar por una cena así. El ambiente es tan frío que voy a tener que salir a la calle a calentarme.
—Me temo que Shikamaru tiene razón, aunque ya sé que nadie ha pedido mi opinión —dijo Hiruzen, sonriendo disimuladamente. Sasuke miró a los dos hombres indignado.
—Ya he intentado hablar con ella y ha sido peor. Hemos acabado discutiendo. Se ha encerrado en el baño y me ha mandado a la mierda. Hiruzen y Shikamaru intercambiaron una mirada cómplice y, tras un expresivo silbido de compasión, Shikamaru dijo:
—Chico, estás metido en un buen lío. Ya puedes ir a hablar con ella pronto o te veo durmiendo en el sofá. —Sacudiendo la cabeza, se levantó y fue a buscar a Tenten a la cocina. Hiruzen golpeó el pie de la copa de vino, pensativo.
—¿También tú, Brutus? —preguntó Sasuke, frunciendo el cejo.
—No he dicho nada. —Hiruzen miró a su hijo con afecto—. He tratado de mantenerme al margen.
—Gracias.
—Pero cuando los viejos matrimonios aconsejan a los recién casados que no se vayan a dormir sin haber resuelto sus problemas, no es por capricho. Resolver los conflictos sin darles tiempo a crecer hará que tu vida sea más fácil.
—No puedo mantener una conversación con alguien que está encerrado en una habitación.
—Claro que puedes. La cortejaste una vez. Vuelve a hacerlo. Sasuke lo miró con incredulidad.
—¿Me estás sugiriendo que corteje a mi esposa?
—Te estoy aconsejando que te olvides de tu ego, te disculpes y luego la escuches. No siempre fui el hombre que ves. Puedes aprender de mis errores.
—Mamá y tú tenían un matrimonio perfecto. Hiruzen se echó a reír.
—Nuestro matrimonio estaba muy lejos de ser perfecto. Pero hicimos un pacto: mantendríamos las imperfecciones fuera de la vista y el oído de nuestros hijos. Los niños se inquietan si ven que sus padres se pelean. Mi experiencia personal dice que las parejas discuten por dinero, por sexo, o bien por falta de atención o de respeto.
Sasuke fue a protestar, pero Hiruzen lo interrumpió levantando una mano. —No te pregunto en qué categoría cae su discusión. Se lo dejo a ustedes. Pero es evidente que Hinata está dolida. Se ha mostrado retraída durante toda la cena. Muchas veces estaba así antes de que empezaran a verse.
—No he sido yo el que ha cerrado la puerta a la comunicación racional —dijo Sasuke, con arrogancia.
—¿Te estás oyendo? —lo reprendió su padre—. Hinata no es irracional, está dolida. Cuando alguien te hace daño, retraerse es una reacción racional. Y en especial, con su historial. Sasuke hizo una mueca.
—No pretendía hacerle daño.
—Estoy seguro. Pero también me temo que no juegas limpio. Aprender a discutir con tu pareja es un arte, no una ciencia. Tu madre y yo tardamos bastante tiempo en descubrirlo. Pero una vez lo comprendimos, ya casi no volvimos a discutir. Y cuando lo hacíamos ya no era desagradable ni doloroso. Si puedes discutir con Hinata y convencerla al mismo tiempo de que la amas y de que es importante para ti, los conflictos serán mucho más llevaderos. Hiruzen apuró el vino y dejó la copa en la mesa. Al cabo de un momento, añadió:
—Escucha el consejo de alguien que estuvo mucho tiempo casado y que crio a una hija. Cuando una mujer se retrae y se muestra fría, es porque se está protegiendo. Te aconsejo que seas amable y delicado con tu esposa y que la convenzas para que salga de su encierro. O ya puedes prepararte para pasar no una, sino muchas noches frías y solitarias en el sofá.
Hinata apagó el portátil ya pasada la medianoche. Sabía que todos se habían ido a la cama. Los había oído pasar frente a su puerta. Abrió una rendija y vio que salía luz por Tsumeajo de la puerta cerrada de la habitación de matrimonio. Sin duda Sasuke estaba despierto, leyendo. Se planteó ir a verlo, pero la distancia hasta allí le pareció insalvable. Cogió la botella de gel de baño que se había llevado del dormitorio después de cenar. Se daría un baño caliente en el cuarto de baño de invitados y trataría de olvidar los problemas. Media hora más tarde, volvió a entrar en el estudio y cerró la puerta. Se había refrescado, pero no había logrado relajarse demasiado. Ya que Sasuke parecía decidido a guardar las distancias, pasaría la noche en el sofá del despacho. Mientras se tapaba con la vieja manta de lana que habían compartido por primera vez tantos años atrás en el huerto de manzanos, pensó en su casa de Cambridge y en lo felices que habían sido sus primeros meses de matrimonio. Quería especializarse en Dante. Sabía que el camino no sería fácil; que necesitaría grandes dosis de trabajo, sacrificio y humildad. No quería ser de esas personas que no aceptan las críticas y era consciente de que tenía que mejorar. Pero cuando Sasuke había dicho que iba a hacer el ridículo, el dolor fue terrible. Necesitaba que él la apoyara, que le diera ánimos. No necesitaba que la subestimara. Su confianza en sí misma ya era bastante precaria sin la ayuda de nadie.
«¿Por qué no se da cuenta de que necesito su apoyo?»
Cada vez más triste, se preguntó por qué no había ido a buscarla.
Sin duda había pasado la noche con su familia, fumándose un puro en el porche y charlando sobre los viejos tiempos. Se preguntó qué explicación le habría dado a Tenten sobre su conflicto. Y se preguntó por qué estaba sola, a oscuras, a punto de llorar, y a él no parecía importarle lo más mínimo. Justo en ese momento, oyó que se abría una puerta y los pasos de Sasuke, rápidos y decididos, que llegaban hasta su puerta. Se sentó y contuvo la respiración. Una luz apagada se colaba por la rendija de la puerta.
«Oh, dioses de los recién casados que se pelean, por favor, que llame a la puerta.»
Oyó un suspiro apagado y lo que bien pudo ser una mano apoyándose en el picaporte. Luego vio una sombra que oscurecía la luz mientras los pasos se retiraban por donde habían venido. Hinata se hizo un ovillo, pero no lloró.
A la mañana siguiente, muy temprano, el móvil de Hinata sonó. Se despertó sobresaltada, con el tono de Message in a Bottle de The Police resonando en la habitación. Miró el teléfono, que vibraba sobre el escritorio, pero no respondió. Poco después, el sonido de una campana le indicó que había recibido un mensaje de texto. Curiosa, se acercó a la mesa y cogió el teléfono. El mensaje era de Dante Alighieri, nada más y nada menos.
Lo siento.
Mientras pensaba cómo responder, llegó un segundo mensaje.
Perdóname.
Empezó a responder con otro mensaje, pero antes de acabar, oyó movimiento en el pasillo. Alguien llamó a la puerta.
Por favor, déjame entrar.
Hinata leyó el nuevo mensaje antes de acercarse a la puerta y abrirla unos centímetros.
—Hola —la saludó Sasuke, con una sonrisa insegura. Ella vio que tenía el pelo húmedo de la ducha. Se había puesto vaqueros y camiseta blanca, pero iba descalzo. Era, probablemente, lo más bonito que había visto en su vida.
—¿Hay alguna razón para que estés llamando a la puerta a las seis de la mañana? —preguntó, y la voz le salió más seria de lo que pretendía.
—Lo siento, Hinata —dijo, con expresión compungida.
—Me hiciste daño —susurró Hinata.
—Lo sé y lo siento. —Dio un paso adelante—. He vuelto a leer la conferencia. Hinata se apoyó una mano en la cadera.
—¿Me despiertas para decirme eso?
—Te he llamado, pero no has respondido. —Se echó a reír—. Me ha recordado a Toronto, cuando tuve que entrar por la ventana. Ella se ruborizó al recordar a Sasuke llamando a la ventana de su habitación para llevarle la cena. Acababa de salir de la ducha y tuvo que abrirle tapada sólo con una toalla.
—Te olvidaste de algo. De algo importante. Sasuke llevaba una ilustración en la mano. Era La disputa por el alma de Guido da Montefeltro.
—La encontré anoche en el suelo del dormitorio. No sé si se me cayó a mí o a ti, pero fue a uno de los dos. Sin hacer caso de la ilustración que él le había dejado en el casillero de la Universidad de Toronto, Hinata lo miró a la cara, tratando de interpretar su expresión. Parecía nervioso y también algo preocupado. Sasuke se pasó las manos por el pelo mojado.
—Sé que me dijiste que querías estar sola un tiempo, pero creo que ya llevamos demasiadas horas separados. ¿Puedo pasar? Ella se echó hacia atrás. Él entró y cerró la puerta. Hinata volvió al sofá y se enroscó, tapándose con la vieja manta. Sasuke se dio cuenta de que se había hecho un ovillo, lo que indicaba que volvía a estar a la defensiva. Dejó la ilustración sobre el ordenador antes de meterse las manos en los bolsillos.
—He vuelto a leer tu trabajo y luego he releído el Infierno. —La miró fijamente—. Dije cosas que no Tsumeí haber dicho.
—Gracias —contestó ella, relajando un poco los hombros.
—Tengo algunas sugerencias que podrían mejorar el trabajo. —Sasuke se apoyó en el borde de la mesa—. Sé que para ti es importante hacerlo sola, pero si me necesitas, estaré encantado de ayudarte.
—No me importa que me des consejos, siempre y cuando no me digas lo que Tsumeo pensar.
—Nunca te diría lo que tienes que pensar. ¿Cómo iba a hacer eso? —Su expresión se suavizó—. Tus ideas son una de las cosas que más me gustan de ti. Bajó la vista y se quedó mirando la ilustración.
—Reaccioné mal. Lo siento. Pero es que el tema de la ponencia me toca de un modo muy especial, Hinata. La historia de san Francisco arriesgándose a entrar en el infierno para salvar el alma de Guido representa lo que yo traté de hacer cuando confesé ante el comité disciplinario en Toronto. A Hinata se le hizo un nudo en la garganta. No quería pensar en lo que había pasado el año anterior. El comité disciplinario y la separación que siguió después seguían siendo un asunto demasiado doloroso.
—Reconozco que no reaccioné sólo por las tesis que planteas. Pensé que estabas rechazando la historia. Nuestra historia.
—Nunca rechazaría algo tan importante para nosotros. Sé que lo arriesgaste todo para salvarme. Sé que bajaste a los infiernos por mí. —Con expresión decidida, añadió—: Si la situación hubiera sido al revés, yo también habría bajado al infierno a buscarte. Los labios de Sasuke se curvaron en una sonrisa.
—Beatriz sabía que no podía acompañar a Dante al infierno, por eso envió a Virgilio en su lugar.
—El único Virgilio que conozco es Naruto Namikaze. Y no creo que hubieras agradecido su visita. Sasuke resopló.
—Naruto no es un buen candidato a Virgilio.
—Para mí, sí. Él frunció el cejo. Pensar en Naruto consolando a Hinata en su ausencia aún le dolía.
—Fui un cabrón entonces y lo sigo siendo. —Se apartó de la mesa y se sacó las manos de los bolsillos. Señaló el sofá con la cabeza—. ¿Puedo? Ella asintió. Sasuke se sentó a su lado y alargó la mano. Hinata se la cogió.
—No quería hacerte daño.
—Lo sé —dijo ella—. Yo también lo siento. Él la sentó sobre su regazo y enterró la cara en su pelo.
—No quiero que tengas que encerrarte en el baño para escapar de mí. Tomándole la cara entre las manos, unió sus labios en un beso. Tras un instante, ella respondió. Sasuke la besó con prudencia. Sus labios eran cálidos y acogedores, pero se limitaban a mordisquearle la boca y pronto Hinata no pudo más. Le rodeó el cuello con una mano para que se acercara. Él trazó el contorno de sus labios con la lengua. Cuando ella los separó, se coló en su interior suavemente y sus lenguas se unieron. No sabía mentir cuando besaba. Transmitía así sus sentimientos. Hinata notó su arrepentimiento y su tristeza, pero también la inconfundible llama de su deseo. Le soltó la cara, la sujetó por las caderas y la levantó hasta que quedó montada sobre él, con una pierna a cada lado. Sus torsos se pegaron mientras seguían besándose y explorándose con pasión.
—¿Te vuelves a la cama conmigo? —le pidió él con la voz ronca, agarrándole los glúteos con fuerza para que notara la evidencia de su erección.
—Sí.
—Bien —le susurró al oído—. Aún tenemos tiempo de hacer las paces como Dios manda antes de que los invitados se despierten y quieran desayunar.
—No podemos hacer las paces como Dios manda con la casa llena de invitados.
—Oh, sí. Sí podemos.
—Los ojos negros de Sasuke se iluminaron con un brillo peligroso—. Te lo demostraré.
—Ha sido una noche horrible. —Sasuke estaba tumbado en la cama, con un brazo Tsumeajo de la cabeza. No se había molestado en cubrirse con nada. En el dormitorio no hacía frío y su querida esposa estaba tumbada a su lado, boca abajo, tan desnuda como él. En momentos como ése, deseaba que pudieran pasar todo el tiempo en la cama, desnudos.
—Estoy de acuerdo. —Hinata se incorporó apoyándose sobre los codos para mirarlo a los ojos—. ¿Por qué no viniste a hablar conmigo?
—Quería volver a leer el texto. Y pensé que necesitabas estar sola.
—No me gusta discutir contigo —reconoció ella. Al agachar la cabeza, el pelo le rozó el borde de los pechos—. Lo odio.
—A mí tampoco me gusta, lo que no deja de sorprenderme. Antes me encantaba discutir y pelearme con la gente.
—Hizo una mueca—. Me estás convirtiendo en un pacifista.
—Creo que nunca podrás ser un auténtico pacifista, Sasuke. Ser estudiante de doctorado ya es bastante duro. Necesito tu apoyo
—admitió ella con voz temblorosa.
—Lo tienes —le aseguró Sasuke con firmeza. —No era mi intención llevarte la contraria. Simplemente... me salió así.
—Ven aquí. Hinata se tumbó sobre él, que la abrazó.
—Tenemos que encontrar una manera de discutir sin llegar a los extremos de ayer. Mi corazón no lo soportaría.
—El mío tampoco —susurró ella. —Prometo no ser un cabrón egoísta si tú me prometes no volver a encerrarte en el baño — propuso, mirándola fijamente.
—Y yo prometo no encerrarme en el baño si tú no me atosigas. Sólo trataba de alejarme de ti para que las cosas no llegaran demasiado lejos. No me dejabas en paz.
—Lo comprendo. Podemos separarnos para cortar una discusión, pero tenemos que prometer que luego lo hablaremos con calma. No a la mañana siguiente. No pienso dejar que vuelvas a dormir en el sofá. Ni pienso hacerlo yo.
—De acuerdo. El sofá es muy incómodo. Y solitario.
—No me expresé bien cuando hablamos sobre la conferencia. Te pido disculpas. No me preocupa que tu opinión no coincida con la mía. De hecho, creo que es bueno que te muestres en desacuerdo conmigo en público. Así todo el mundo se dará cuenta de que tienes ideas propias.
—No trato de llevarte la contraria. —Una arruga apareció entre sus delicadas cejas. Sasuke trató de hacerla desaparecer con un beso. Sin éxito.
—Claro que no. Y aunque te parezca extraño, a veces me equivoco.
—¿El Profesor, equivocado? Increíble —bromeó ella, echándose a reír.
—Cuesta de creer, ¿verdad? Pero cuando acabé de leer la conferencia por segunda vez, me habías convencido de que la versión oficial está equivocada.
—¿Qué? —Hinata no podía creer lo que estaba oyendo.
—Lo que has oído. Tu conferencia me ha hecho cambiar de opinión. Tengo alguna sugerencia para reforzar la última parte. Ésa no me convenció tanto.
—Agradeceré tus sugerencias. Te citaré en las notas al pie. Sasuke la agarró por las nalgas.
—Será un honor aparecer en una de tus notas al pie. Hinata dudó por un momento.
—Entonces... ¿no crees que la conferencia sea horrible? ¿Ni que vaya a hacer el ridículo?
—No. En cuanto superé la sorpresa inicial y presté atención a tus argumentos, me di cuenta de que la profesora Nohara tiene razón. Tu trabajo es muy bueno.
—Gracias. —Hinata le apoyó la mejilla en el pecho—. No es fácil ser tu alumna. Siempre tengo la sensación de no estar a tu altura. Sasuke le enredó los dedos en el pelo.
—Me esforzaré más en mostrarte mi apoyo para que no te sientas así. No somos competidores. De hecho, algún día me gustaría escribir un artículo contigo. Ella levantó la cabeza.
—¿De verdad? —Me encantaría que creáramos algo juntos, algo que saliera de nuestro amor compartido por Dante. Y estoy orgulloso de ti por tener el valor de defender tus convicciones. Cuando pronuncies esa conferencia en Oxford, estaré en primera fila pensando
«¡Ésa es mi chica!».
—Oírte decir eso es un sueño hecho realidad. —En ese caso, te lo diré más a menudo.
Los parientes de los Uchiha fueron prudentes y no hicieron ningún comentario sobre lo felices y relajados que parecían cuando finalmente salieron del dormitorio, justo antes de la hora de comer. El hermano de Sasuke, Asuma, llegó aquella tarde con su esposa Kurenai y su hija Mirai. Junto con el padre de Hinata, Hiashi, y su novia Karura, todos se sentaron a la mesa temprano para cenar juntos. Karura Sabaku No era una atractiva mujer con una piel perfecta, grandes ojos índigo y un pelo lacio que le llegaba hasta los hombros. Tenía cuarenta años, diez menos que su novio. Hacía mucho tiempo que se conocían, ya que ella había vivido toda la vida en Selinsgrove.
Al ver que el postre no llegaba, Karura fue a la cocina y se encontró a los Uchiha bailando. Sasuke había hecho instalar un sistema de sonido centralizado y las notas de una suave melodía de jazz flotaban en el aire. Los recién casados estaban abrazados, moviéndose poco a poco, al ritmo de la música. Sasuke susurró algo al oído de Hinata. Ella apartó la cara, aparentemente avergonzada, pero él se echó a reír, la abrazó con más fuerza y la besó. Karura trató de retirarse de manera discreta, pero las viejas tablas de madera del suelo crujieron bajo sus pies. Los Uchiha se detuvieron y se volvieron hacia donde procedía el ruido. Ella se echó a reír. —Hay algo en el horno. Y no es el pastel de manzana. Sasuke se rió con ganas. Su risa, fuerte y franca, hizo sonreír a Hinata, que apoyó la frente contra su pecho. Karura asintió con aprobación.
—Tardaban tanto en preparar el café que pensaba que se les había olvidado cómo se hacía. Sasuke se pasó las manos por el pelo, que tenía alborotado por las atenciones de su esposa.
—¿Hinata? —El café está listo y las tartas se están enfriando. En seguida vamos.
—Hinata se separó de su marido a regañadientes. Él le dio una disimulada palmadita en el trasero. En ese momento, Tenten y Kurenai se unieron al grupo. Kurenai había sido la última en incorporarse a la familia al casarse con Asuma el mes anterior. Era una mujer no tan alta, de metro sesenta y nueve de estatura y con muchas curvas. Tenía el pelo negro y los ojos rojo.
—¿A qué viene el retraso? —preguntó Tenten, y miró a su hermano con desconfianza, como si la culpa sólo pudiera ser suya.
—Estábamos preparando el café —respondió Hinata sin levantar la vista de las tazas que llenaba para disimular la vergüenza.
—¿Ahora se llama así? —bromeó Kurenai, y guiñó un ojo.
—No, a mí me parece que lo que hacían no es eso. —Karura se sumó a la fiesta, negando con la cabeza y reprendiéndolos en broma con un dedo. —Bueno, señoras, las dejaré solas para que critiquen a gusto. —Sasuke le dio un casto beso en la mejilla a Hinata antes de escaparse al salón. Tenten comprobó la temperatura de las tartas de manzana con el dedo.
—Hinata, pásame un cuchillo. Vamos a probar cómo han quedado.
—Así se habla. —Karura rechazó el café que le ofrecía Hinata y se sentó en uno de los taburetes altos.
—¿Y bien? —Insistió Tenten—. ¿Qué estaba pasando aquí? Y , por favor, dime que no estaban usando la encimera —añadió, mientras miraba de reojo las superficies de granito que Sasuke había insistido en comprar.
—No. Es demasiado fría. —Hinata se tapó la boca con la mano, pero ya era demasiado tarde. Las demás se echaron a reír a carcajadas y empezaron a burlarse de ella sin piedad.
—¿Hace calor aquí o es cosa mía? —Bromeó Karura, abanicándose con una servilleta de papel—. Voy a bautizar esta casa como La Casa del Amor.
—Mis padres también eran así. —Tenten miró a su alrededor—. No lo hacían sobre la encimera, que yo sepa, pero eran muy cariñosos. Tsumee de haber algo en esta cocina. Hinata pensó que era muy posible. Había algo reconfortante, no sólo en la cocina, sino en toda la casa, que empujaba a ser cariñoso. A Sasuke y a ella les costaba no estar todo el día tocándose, excepto cuando ella trabajaba. —Entonces, ¿mi hermano te ha compensado por lo de ayer? —preguntó Tenten. Hinata se ruborizó un poco.
—Sí.
—Bien. De todos modos, hablaré con él. Se supone que después de una discusión tendría que comprarte flores. O diamantes. Hinata bajó la vista hacia su anillo de compromiso, adornado con un gran diamante central, rodeado por otros más pequeños.
—Ya me ha comprado bastantes.
—Es un anillo precioso, cielo. —Karura se volvió hacia Kurenai y bajó la vista hacia su mano izquierda—. El tuyo también, cielo. ¿Cómo te va la vida de casada? La joven observó cómo la luz de las lámparas halógenas se reflejaba en las piedras de su anillo de compromiso.
—Nunca creí que me casaría de verdad.
—¿Por qué no? —preguntó Tenten con la boca llena. Kurenai miró de reojo hacia la puerta.
—¿No Tsumeeríamos servirles el postre? Tenten tragó antes de responder:
—Todos tienen piernas. Si quieren tarta, pueden venir a buscarla. Riendo, Kurenai cogió la taza de café con las dos manos.
—Antes de empezar a salir con Asuma, vivía con otra persona, mi novio de la facultad de Derecho. Habíamos hecho planes: nos casaríamos y nos compraríamos una casa con su jardín y su verja blanca. No faltaría de nada. Pero entonces me quedé embarazada. Hinata se removió inquieta en el taburete, con la vista fija en el suelo. La mirada de Kurenai se volvió melancólica.
—Asuma me contó que, cuando él nació, también fue una sorpresa para sus padres, pero se alegraron mucho de su llegada. Ojalá hubiera podido conocer a Biwako. Tuvo que ser una mujer maravillosa.
—Lo era —dijo Tenten—. Sasuke tampoco estaba en sus planes. Mis padres lo acogieron cuando su madre murió y más tarde lo adoptaron. Los planes son sólo eso, planes. Pero la vida no siempre les hace caso. Kurenai asintió.
—Habíamos hablado de tener hijos. Los dos queríamos tenerlos. Pero de repente, Mizuki decidió que no estaba preparado. Pensó que me había quedado embarazada a propósito para cazarlo.
—Como si te hubieras quedado embarazada tú sola... —comentó Karura, moviendo el tenedor en el aire. Hinata no dijo nada. Se avergonzaba de comprender a Mizuki, aunque no estaba de acuerdo con sus actos. Ella tampoco se sentía preparada. —Mizuki me dio un ultimátum: el bebé o él. Al ver que dudaba, se marchó.
—Menudo mamón —murmuró Tenten. —Estaba destrozada. Sabía que el embarazo no era sólo responsabilidad mía, pero tenía la sensación de que Tsumeería haber ido con más cuidado. Llegué a plantearme abortar, pero Mizuki ya me había dejado. Además, en el fondo, me apetecía ser madre. Hinata volvió a removerse en el asiento, conmovida por la sinceridad de Kurenai. —No podía pagar el alquiler yo sola, así que volví a casa de mis padres. Sentía que había fracasado. Soltera, embarazada, viviendo de nuevo con mis padres. Cada noche lloraba hasta quedarme dormida, y pensaba que ningún hombre me querría.
—Lo siento mucho —dijo Hinata, con los ojos llenos de lágrimas. Kurenai se acercó a ella y le dio un abrazo.
—Las cosas mejoraron con el tiempo, pero nunca le perdonaré a Mizuki que renunciara a sus derechos como padre. Ahora Mirai nunca lo conocerá.
—Los donantes de esperma no son padres —la interrumpió Tenten—. Hiruzen no contribuyó genéticamente a crear a Sasuke, pero es su padre.
—No sé quién aportaría el material genético de tu hermano, pero tuvo que ser un hombre guapo, porque ese chico está muy bien —comentó Karura, señalando hacia el salón con la cabeza—.
No tan bien como mi hombre, claro, porque eso es imposible. Hinata soltó una risita incómoda. No estaba acostumbrada a que otras mujeres pensaran que su padre «estaba muy bien». Kurenai siguió hablando.
—Por suerte, tenía empleo. Trabajaba en la oficina del fiscal del distrito con Asuma. Salimos un par de veces durante el embarazo. Sólo éramos amigos, pero siempre era tan amable conmigo... Suponía que tras tener al niño no volvería a saber nada de él, pero unas semanas después de que Mirai naciera vino a verme y me invitó a salir. En ese momento, me enamoré definitivamente.
—Él ya estaba enamorado de ti antes —recordó Tenten, entre risas—. Hasta las trancas. Kurenai jugueteó con el anillo de compromiso, haciéndolo girar sobre el dedo.
—Por aquella época, le estaba dando el pecho al niño, así que tenía que sacarme leche antes de que viniera a buscarme, y la dejaba en la nevera para que se la dieran mis padres. Pero Asuma nunca me hizo sentir incómoda. Me veía como a una persona, una mujer, no como a una madre. Creo que ya se había fijado en mí cuando salía con Mizuki. —Con una sonrisa, añadió—: Antes de conoceros, tenía mucho miedo. No sabía qué pensarían de mí. Pero todos me dieron la bienvenida.
—Mirando a Hinata, añadió—: A Sasuke lo conocí más tarde, pero él también fue muy amable. Incluso cuando Mirai le manchó el traje.
—Tsumeerías haberlo visto antes de que conociera a Hinata. —Tenten hizo una mueca—. Le habría pasado a Mirai la factura de la tintorería. Hinata estaba a punto de protestar en nombre de Sasuke, pero Kurenai volvió a hablar: —No, no creo lo hiciera. Siempre se muestra encantador con Mirai. Asuma es increíble. La paternidad tiene un efecto maravilloso sobre los hombres. Sobre los hombres buenos —especificó—. Asuma es amable y juguetón cuando está con Mirai. Se tira al suelo y juega a revolcarse con él. Nunca lo había visto así. Los hombres que no tienen hijos se lo pierden. Hinata se quedó pensando en qué tipo de padre sería Sasuke.
—Tengo muchas ganas de tener una niña —añadió Kurenai, sonriendo—. Sé que Asuma la tratará como a una princesa.
—¿Quieres más hijos? —preguntó Tenten, alzando las cejas.
—Sí, creo que con dos tendríamos suficiente, pero si viniera otro niño, me gustaría que fuéramos a buscar la niña. En ese momento, Asuma entró en la cocina con la pequeña Mirai, de veintiún meses, medio dormida en brazos. Saludó a las reunidas con una inclinación de cabeza antes de acercarse a Kurenai.
—Creo que es hora de ir a la cama. Hinata sonrió ante el contraste entre Asuma, con su metro noventa, y el menudo ángel castaño que llevaba en brazos. Parecía un gigante protector.
—Te ayudaré. Kurenai se levantó y cruzó la cocina hasta donde estaba su marido. Tras darle un beso, subieron juntos al dormitorio. Tenten miró las tartas y los platos de postre.
—Creo que será mejor que les lleve el postre a los hombres. —Cortó dos trozos de tarta, los puso en el plato y se los llevó al salón. Karura miró a Hinata sin dejar de juguetear con la taza.
—¿Podemos hablar un momento, cielo?
—Claro. —Hinata cambió de postura en el taburete para mirar de frente a Karura.
—No sé cómo decir esto, así que voy a soltarlo sin más. Últimamente paso mucho tiempo con tu padre. Ella sonrió para tranquilizarla. —Me parece estupendo. —Ya conoce a mi madre y al resto de mi familia. Incluso ha empezado a venir conmigo a la iglesia los domingos para oírme cantar en el coro. Hinata trató de ocultar la sorpresa que le causaba imaginarse a su padre en una iglesia.
—Cuando mi padre me preguntó si podía invitarte a mi boda, supuse que la cosa iba en serio.
—Lo quiero. Hinata abrió mucho los ojos. —Guau, ¿lo sabe él?
—Por supuesto. Él también me quiere. —Karura sonrió con timidez—. Hemos estado hablando sobre el futuro... Haciendo planes...
—Es fantástico.
—¿De verdad lo piensas? —Karura la estaba mirando fijamente.
—Me alegro mucho de que esté con alguien que lo quiere. No me apetece mucho sacar el tema de Tsume, pero estoy segura de que ya sabes que estuvieron un tiempo juntos. La verdad es que no acababa de verlos como pareja. Aquello acabó en nada. Karura guardó silencio. Parecía absorta en sus pensamientos.
—Tu padre y yo hemos hablado sobre dar el paso para hacer más permanente nuestra relación. Quería que supieras que, cuando lo hagamos, no trataré de ocupar el lugar de tu madre.
—Hana no era mi madre. Karura le apoyó una mano en el brazo.
—Lo siento. —No sé qué te habrá contado papá sobre ella, pero me imagino que no gran cosa.
—No lo he forzado a contarme nada. En el momento que quiera explicármelo, lo escucharé. Hinata bebió el café en silencio. No le gustaba hablar de su madre; ni siquiera pensar en ella. Había muerto cuando ella estaba en el último curso del instituto. Hana era alcohólica. Durante casi todo el tiempo se mostraba indiferente a los problemas de Hinata. Y en las ocasiones que no era así, la trataba de un modo abusivo, y se burlaba de ella.
—Biwako se portó como una madre conmigo. Me sentía mucho más cercana a Biwako que a Hana. —Biwako era una buena mujer. Al mirar a Karura a los ojos, Hinata vio en ellos esperanza, pero también una cierta ansiedad.
—No me preocupa en absoluto que te conviertas en mi madrastra. Si papá y tú deciden casarse, yo estaré allí, apoyándolos.
—Harás mucho más que eso, cielo. Serás una de mis damas de honor.
—Karura la abrazó con fuerza. Cuando al final se apartó, se enjugó las lágrimas—. Siempre quise tener una familia. Quería un marido y una casa propia. Y parece que, a los cuarenta años, mis sueños se van a hacer realidad. Tenía miedo de lo que pudieras pensar. Deseaba que supieras que quiero a tu padre, que no estoy con él por su dinero. Hinata la miró sin comprender, hasta que vio la chispa traviesa en los ojos de Karura y ambas mujeres se echaron a reír.
—Está bien, me tomas el pelo. Papá no tiene dinero.
—Es un buen hombre, tiene trabajo y me hace feliz. Si una mujer encuentra a alguien así, que encima está requetebién, sería una idiota si no lo agarrara. El dinero es secundario. Antes de que Hinata pudiera decir nada más, Hiashi apareció en la puerta. Al ver que Karura tenía los ojos llorosos, se acercó a ella.
—¿Qué te pasa? —preguntó, al tiempo que le secaba las lágrimas con los dedos. —Karura me estaba contando lo mucho que te quiere —respondió Hinata, con una sonrisa de aprobación.
—¿Ah, sí? —La voz de Hiashi sonó más ronca. —Ya sé que no me la has pedido, pero cuentas con mi bendición. Los ojos oscuros de su padre buscaron los suyos.
—¿Ah, sí? —repitió, emocionado. Hiashi las abrazó, a cada una con un brazo, y les dio un beso en la coronilla. —Mis chicas —susurró.
Poco después, Hinata se despidió de su padre y de Karura. Pensaba que estaban viviendo juntos, al menos parte del tiempo, pero ésta la sorprendió al decirle que seguía con su madre y que, por respeto a ella, no se quedaba a dormir en casa de Hiashi. Hinata entendió entonces por qué tenía tanta prisa por casarse y tener su propia casa.
Después de que le sirvieran el postre, Hiruzen Sarutobi se sentó en el porche a beberse un whisky y a fumarse un puro. El aire era fresco y todo estaba en calma. Si cerraba los ojos, podía imaginarse a su esposa, Biwako, saliendo de la cocina y sentándose en la silla Adirondack que tenía al lado. La melancolía se apoderó de su corazón. Biwako nunca volvería a sentarse con él.
—¿Cómo estás? Al abrir los ojos, vio a su nuera, Hinata, sentada a su lado. Se estaba abrazando las rodillas, arrebujada en una de las viejas chaquetas de cachemira de Sasuke. Hiruzen se cambió el puro de mano y movió el cenicero para no molestarla.
—Estoy bien, ¿y tú?
—Muy bien. —La cena estaba muy buena. Francamente excepcional.
—He intentado copiar algunos de los platos que tomamos en Italia. Me alegro de que te hayan gustado.
—Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y levantó la vista hacia el cielo oscuro. Hiruzen bebió un trago en silencio. Notaba que algo la preocupaba, pero no quería presionarla.
—¿Hiruzen? Él se echó a reír. —Pensaba que habíamos quedado en que me llamarías papá.
—Sí, claro, papá, lo siento. —Ella pasó una uña por el reposabrazos, marcando la madera.
—No lo sientas. Somos familia, Hinata. Siempre que me necesites, aquí estaré.
—Gracias.
—Ella recorrió con el dedo la marca que había dejado en la madera—. ¿Te molesta que hayamos cambiado cosas... de la casa? Hiruzen dudó unos momentos antes de responder.
—Al baño le hacía falta una reforma. Y me parece muy práctico que hayáis puesto un baño en la planta baja y otro en el dormitorio principal. Y a Biwako le habría encantado lo que han hecho con la cocina. Llevaba años queriendo poner encimeras de granito. A Hinata se le encogió el corazón.
—Hemos dejado muchas cosas como estaban.
—No te preocupes, de verdad. A Biwako le habría encantado redecorar la casa contigo si hubiera estado aquí —la tranquilizó Hiruzen.
—¿Estás a gusto en la habitación de invitados? ¿No has cambiado de idea?
—Eres muy amable por preocuparte, pero te aseguro que estas cosas no me importan lo más mínimo. Lo único que me importa es que Biwako se ha marchado y no volverá. Y me temo que eso no tiene remedio. Hiruzen bajó la vista hacia su anillo de boda, un sencillo aro de oro.
—En esta casa —dijo él—, a veces me parece oír su voz, oler su perfume. En Filadelfia no me pasa. Mi apartamento no tiene recuerdos de ella. —Le dirigió una sonrisa melancólica—. La separación no duele tanto cuando estoy aquí. —¿Es muy duro? —Mucho. Hinata permaneció en silencio unos instantes, como si se estuviera planteando cómo sería la vida sin Sasuke. Se quedaría destrozada, sin duda. La duración de una vida humana era incierta. Cualquiera podía contraer una enfermedad grave o tener un accidente y de repente una familia quedaba rota. Desde alguna parte de su interior, una vocecita le susurró:
«Si tuvieras un hijo con Sasuke, siempre tendrías una parte de él».
—Más que el pensamiento en sí, fue la voz lo que hizo que se estremeciera. Al notar su reacción, Hiruzen se levantó y le rodeó los hombros con una manta.
—Gracias —murmuró ella—. ¿Te gusta vivir en Filadelfia? —Mi puesto de investigador no es lo que esperaba. La verdad es que me he planteado retirarme. —Echó la ceniza en el cenicero—. Me trasladé allí para estar más cerca de Tenten y de Asuma, pero los veo poco. Están muy ocupados. Todos mis amigos, incluido tu padre, están aquí.
—Pues vuelve.
—¿Cómo? —Hiruzen se volvió hacia ella.
—Vuelve a Selinsgrove. Instálate aquí.
—Pero ahora ésta es su casa.
—Sólo durante las vacaciones. Podrías ocupar la habitación principal inmediatamente y luego mandar a buscar tus cosas. Hiruzen se llevó el puro a los labios.
—Es un ofrecimiento muy generoso, pero ya tomé la decisión. Hace más de un año que le vendí la casa a Sasuke. —Él se sentiría más feliz sabiendo que estás en el lugar que te corresponde. Hiruzen negó con la cabeza. —No, no volveré atrás. Hinata se estrujó el cerebro pensando en una táctica más convincente.
—Para nosotros sería como una buena obra, un mitzvah. Necesitamos que Dios nos bendiga. Hiruzen se echó a reír.
—Eso era lo que yo le decía a Sasuke cuando se ponía tozudo. ¿Por qué necesita que Dios lo bendiga? La expresión de Hinata se ensombreció.
—Le he pedido algo y no me ha respondido. Al ver que no decía nada más, Hiruzen aspiró y soltó el humo del puro.
—Creo que todas las oraciones reciben respuesta tarde o temprano, aunque a veces la respuesta es un «no». Rezaré para que recibas la tuya lo antes posible. No te digo que la idea no me resulte tentadora. Pero habian gastado tiempo y energías en hacer de esta casa su hogar. Han cambiado los muebles de la planta baja, han pintado las paredes... —Hipotecaste esta casa para pagar las deudas que Sasuke había contraído por culpa de las drogas. Hiruzen la miró sorprendido.
—¿Te lo contó? —Sí. —Fue hace mucho tiempo. Ya nos devolvió el dinero.
—¿No te parece normal que quiera devolverte también tu casa después de todo lo que hiciste por él?
—Un padre hace lo que haga falta por su hijo —replicó Hiruzen con expresión solemne—. El dinero me importaba tan poco entonces como ahora. Sólo quería salvarle la vida.
—Lo hiciste. Biwako y tú lo hicieron. —Hinata miró a su alrededor—. Mientras la casa permanezca en la familia y podamos reunirnos en Acción de Gracias y Navidad, no importa quién sea el dueño ni quién viva en ella. Hinata se cubrió con la manta cuando una brisa recorrió el porche y le acarició la cara. —Sin embargo —continuó—, Sasuke nunca se desprendería del huerto. Ha contratado unos jardineros para que recuperen los árboles. Y ha mandado plantar algunos nuevos.
—Esos manzanos hace años que no dan una buena cosecha. Me temo que es demasiado optimista. Hinata miró hacia el huerto entre las sombras.
—El optimismo es bueno. A él le hacía falta. —Y volviéndose hacia Hiruzen, añadió—: Si vivieras aquí, podrías cuidar del huerto. Creo que Sasuke se sentiría más tranquilo si supiera que está en buenas manos. Nos estarías haciendo un favor. Hiruzen permaneció en silencio lo que pareció una eternidad.
—Gracias —dijo finalmente, con la voz ronca. Hinata le apretó la mano antes de dejarlo a solas con su puro y sus pensamientos. Al cerrar los ojos, un sentimiento de esperanza descendió sobre él.
Cuando los invitados se fueron a dormir, Hinata se sentó en el borde de la nueva bañera con hidromasaje para comprobar la temperatura del agua. Necesitaba relajarse un poco. Sabía que debería estar trabajando en la conferencia, pero las emociones del día la habían agotado. Se preguntó si debería llamar a su terapeuta de Boston. Seguro que la doctora Iwa le daría buenos consejos para afrontar la ansiedad, los conflictos matrimoniales y el nuevo interés de Sasuke por ampliar la familia. Querer tener un bebé no era nada malo. Hinata comparó el entusiasmo y la ternura de su marido con la fría indiferencia que Mizuki le había mostrado a Kurenai.
Por supuesto, no había duda de cuál de las dos actitudes prefería. Pero tenía que mantenerse firme para que la pasión de Sasuke no anulara su personalidad ni sus sueños. Su pelea del día anterior demostraba que todavía tenían mucho que hacer para funcionar como pareja. Tenían que aprender esas lecciones antes de traer un niño al mundo. Mientras esperaba a que el nivel del agua ascendiera, sintió que se le erizaban los pelillos de la nuca. Al volver la cabeza, vio a Sasuke junto al tocador. Se había desabrochado los tres botones superiores de la camisa.
—Nunca me canso de mirarte —dijo él, y le dio un beso en la nuca antes de quitarle la toalla en la que se había envuelto—. Debería pintarte —añadió, acariciándole la espalda con los dedos.
—Ya me pintaste la otra noche, Caravaggio. Manchamos de pintura todo el suelo.
—Ah, sí. Qué lástima tener que limpiarlo. Había pensado que podíamos añadir más pintura otro día.
—Tendrás que esperar a otra ocasión, cuando no haya invitados. —Lo miró con picardía—. ¿Quieres acompañarme?
—Prefiero mirarte. —En ese caso, me aseguraré de darte un buen espectáculo.
Se levantó la melena con las dos manos y arqueó la espalda adoptando la pose de una pin-up de los años cincuenta. Sasuke gruñó y se acercó más a ella. Hinata lo detuvo alzando una mano.
—Me dejé el gel de burbujas en el otro baño anoche. ¿Podrías ir a buscarlo?
—Por supuesto, diosa. —Le dio un beso en los labios antes de irse. Sasuke tardó unos minutos en localizar el jabón, porque a alguien se le había caído al suelo y la botella había ido rodando hasta la papelera. Se agachó para recogerlo, y vio algo que había quedado entre la papelera y la pared. Era una caja pequeña, rectangular. Leyó la etiqueta: Test de embarazo. Pero la caja estaba vacía.
Cuando se hubo recuperado de la sorpresa, y tras volver a leer la etiqueta para asegurarse de que la había leído correctamente, dejó la caja donde la había encontrado y regresó a la habitación. Sin una palabra, le dio la botella a Hinata, que echó el gel con aroma de sándalo y mandarina satsuma antes de entrar en la bañera. Se colocó en lo que le pareció que sería una pose provocativa, pero Sasuke estaba perdido en sus pensamientos.
—¿Qué pasa? —le preguntó, cambiando de postura para verle mejor la cara. Él se pasó una mano por la barbilla y la boca.
—¿Está embarazada Tenten?
—Que yo sepa no, aunque me dijo que lo estaban intentando. ¿Por qué?
—He encontrado un test de embarazo en el baño de invitados. Bueno, sólo la caja vacía. Parecía que habían tratado de esconderla.
—Probablemente sea suyo.
—Ojalá fuera tuyo. —Sasuke la estaba observando con tanta intensidad que Hinata sintió el calor de su mirada en la piel.
—¿Incluso después de lo de ayer?
—Por supuesto. Las parejas discuten. Los maridos siempre tenemos la culpa, porque somos unos idiotas. Un poco de sexo salvaje y sudoroso para reconciliarnos y todo está olvidado. Hinata bajó la vista hacia el agua.
—Preferiría disfrutar del sexo salvaje y sudoroso sin discutir antes.
—Pero entonces la reconciliación perdería todo el sentido, ¿no crees? —susurró él, con voz ronca. Respirando hondo, Hinata levantó la cara y lo miró fijamente.
—No estoy preparada para formar una familia.
—Ya llegará el momento. —Sasuke le tomó la mano y le besó los dedos llenos de espuma—. Créeme, no quiero volver a discutir contigo esta noche. No quiero crearte más estrés. Ella sonrió débilmente.
—Supongo que también podría ser de Kurenai.
—Kurenai ya tiene un hijo. —Mirai cumplirá dos años en septiembre. Y sé que quiere tener más hijos con Asuma. Sasuke ajustó la intensidad de la luz, dejándola más tenue, antes de desaparecer en el dormitorio. Cuando volvió, la voz de Astrud Gilberto sonaba por el altavoz que había hecho instalar en el techo del cuarto de baño. Hinata miró a su marido con admiración.
—Sea de quien sea, tal vez haya descubierto que no está embarazada. Pero si lo está, serás tío. Otra vez. El tío Sasuke. Sin hacer caso de sus palabras, él se desabrochó la camisa. Se la quitó, seguida de la camiseta, dejando a la vista el tatuaje que cubría su pecho musculoso. Hinata lo observó mientras colgaba la camisa en un gancho y sus manos se acercaban al cinturón. Una vez allí, Sasuke se quedó quieto, provocándola.
—Cuando acabes, el agua ya estará fría.
—Lo dudo. Y te aseguro que cuando acabe, no estaré aquí fuera.
—¿Por qué no?
—Porque pienso acabar dentro de ti. Con una media sonrisa, colgó los pantalones antes de quitarse los bóxers. Hinata conocía bien el cuerpo de su marido, pero igualmente, verlo la dejaba siempre sin aliento. Tenía los hombros anchos y su torso se iba estrechando hasta llegar a la cintura, estrecha, al igual que las caderas, donde empezaban unos muslos musculosos. Los brazos estaban bien definidos, igual que los abdominales superiores y los inferiores, que acababan formando una uve que descendía vertiginosamente hasta su prominente sexo.
—Me matas cuando me observas así —confesó él.
—¿Por qué? —Hinata le devolvió la mirada con descaro, moviéndose en la bañera para dejarle sitio.
—Porque parece que quieras lamerme... todo el cuerpo.
—Así es. Sasuke se metió en la bañera rápidamente. Se sentó tras ella y la rodeó con sus largas piernas.
—Este aroma me resulta familiar.
—Compré el gel porque me recordó al aceite de masaje que usaste en Florencia. Me hiciste un masaje en la espalda con él, ¿te acuerdas?
—En mi recuerdo, te froté algo más que la espalda.
—Sasuke le acarició la oreja con la nariz—. Ni te imaginas el efecto que este aroma tiene sobre mí.
—Oh, sí. Me hago una idea —replicó Hinata, moviéndose y notando su miembro rígido.
—Antes de que nos dediquemos a... otras actividades, me gustaría que habláramos un poco.
—¿Sobre qué? —Hinata se tensó. Sasuke le puso las manos sobre los hombros y empezó a masajearle el cuello.
—Relájate, no soy tu enemigo. Sólo estoy tratando de persuadirte para que confíes en mí. Sé que sueles tomar baños de espuma cuando estás estresada. Y últimamente te das un baño todos los días.
—No es nada. Es que tengo muchas cosas en la cabeza.
—Cuéntamelas. Ella movió la mano adelante y atrás, empujando la espuma.
—Tengo miedo de no poder acabar los estudios. Y me preocupa mucho la conferencia. Él pasó a masajearle los hombros.
—Ya hemos hablado de la conferencia y te he dado mi opinión sincera. Es buena. Y no vas a dejar los estudios a medias. Sólo tienes que ocuparte de ir superando los semestres uno a uno.
Tampoco hace falta que estés pendiente de la familia toda la semana. Mañana les diremos que pasarás el día trabajando. Durante el día se entretendrán solos y por la noche yo prepararé filetes en la barbacoa. Seguro que Tenten y Kurenai estarán encantadas de echarme una mano. Los músculos de Hinata empezaron a destensarse un poco.
—Eso me ayudaría, gracias.
—Haría cualquier cosa por ti —susurró Sasuke, con los labios pegados a su cuello—. Lo sabes, ¿no?
—Lo sé. Cuando se separaron, ella sonrió.
—Tu cumpleaños nos pillará en Italia. ¿Cómo querrás celebrarlo?
—Contigo. En la cama. Durante dos días. —Sasuke le rodeó la cintura con los brazos y le acarició la piel de alrededor del ombligo.
—¿Quieres que invitemos a alguien a Umbría? Podrían venir a visitar la exposición de Florencia con nosotros.
—No, te quiero para mí solo esos días. Podemos invitarlos a celebrar tu cumpleaños en Cambridge. Hinata apoyó la mano sobre la de él para que dejara de acariciarla.
—No me gusta hacer nada especial por mi cumpleaños. Sasuke se echó hacia atrás, reclinándose en la bañera.
—Pensaba que ya lo habías superado.
—Es en septiembre. Estaremos muy ocupados.
—No se cumplen veinticinco años todos los días. Es un hito importante y hay que festejarlo.
—Lo mismo digo. Los treinta y cinco son igual de importantes.
—Mis años sólo son importantes porque tú estás en mi vida. Sin ti, mis días estarían vacíos. Hinata apoyó la cabeza en su pecho.
—¿Por qué tienes que ser tan dulce?
—Porque ya he tenido bastantes amarguras en mi vida —respondió él, resiguiéndole la línea del cuello y el hombro con los labios.
—En ese caso, supongo que daremos una fiesta en septiembre. Podríamos hacerla coincidir con el Día del Trabajo para alargar el fin de semana.
—Hinata le besó los pectorales antes de volver a tumbarse de espaldas sobre su pecho—. Antes estabas hablando con Hiruzen. ¿Qué te ha dicho?
—Que le gustaría volver a vivir aquí, pero que no quiere recomprar la casa. Supongo que contaba con el dinero de la venta para su jubilación.
—Puede vivir aquí sin comprar la casa. No te importaría, ¿no?
—No, claro que no. Al contrario, me gustaría que lo hiciera. Pero no quiere abusar, sobre todo después de las reformas que hemos hecho.
—Pues mejor, así las disfruta. El único problema que veo son los muebles. No nos caben en Cambridge.
—Podríamos dárselos a tu padre. Los de Hiashi ya están muy viejos.
—El estirado Profesor había vuelto a aparecer en escena.
—¿Lo dices en serio?
—No quiero mentirte, Hinata. Tu padre no es mi persona favorita de este mundo, pero como tú sí lo eres... —Dejó la frase en el aire para besarla.
—Hiruzen no quiere desprenderse de ciertos muebles que compartió con Biwako. Unos cuantos se los llevó, pero otros están en el guardamuebles. Tendremos que quitar los nuevos para hacer espacio para los viejos. Si lo prefieres, podemos ofrecérselos a Tenten.
—Muy buena idea. Karura y él están pensando en casarse. Sasuke la abrazó con más fuerza.
—¿Y a ti qué te parece?
—Ella siempre se ha portado muy bien con él y conmigo. Me gusta la idea de que tenga a alguien a su lado para cuando se haga viejo.
—Siento ser yo quien te diga esto, pero tu padre ya se está haciendo viejo. Todos nos hacemos viejos.
—Ya sabes a lo que me refiero. Sasuke la hizo volverse hasta quedar de cara a él, con las piernas alrededor de su cintura.
—Por suerte para ti, yo aún no soy demasiado viejo para mantenerte despierta toda la noche. Creo que esta habitación no la hemos bautizado... todavía.
Continuara…
