He batido mi propio record de tardanza al actualizar y sé que debería caérseme la cara de vergüenza. Mi vida ha cambiado bastante (y para mejor) desde que subí el último capítulo y la verdad es que no he tenido tiempo (y cuando lo he tenido, carecía de inspiración) para continuar el fic. Pero no he dejado de pensar en él. Llevo casi un mes con este capítulo y para compensar es extra largo (casi 9.000 palabras).

¡Espero que os guste! (y disculpad la tardanza)


Capítulo VIII

I get nervous, perverse
When I see her, it's worse
But the stress is astounding
It's now or never
She's coming home (Forever)

Las cosas estaban saliendo bien para Draco. Después del último partido de quidditch y de que Potter y uno de los gemelos roñosos le pegaran, Umbridge los había expulsado de por vida del equipo de Gryffindor. La casa de los leones tendría que apañárselas sin su buscador y sus dos golpeadores (como los gemelos eran indistinguibles, Umbridge, en un alarde de astucia, había expulsado a ambos por si acaso). De un golpe y plumazo, Draco había conseguido que Gryffindor no fuese a ganar ningún partido más en lo que quedaba de año, allanándole el camino a la victoria a Slytherin.

Aunque Umbridge había disuelto todas las organizaciones, clubes o equipos con la promulgación del Decreto n.º 24 poco después de ese encuentro, finalmente recapacitó y permitió que los equipos de quidditch volvieran a formarse tras ser incluidos en un registro. Por supuesto, Slytherin fue el primer equipo en ser readmitido y entre eso y las bajas de Gryffindor, tenían asegurada la Copa de Quidditch de ese año.

Un par de semanas después de la promulgación de ese decreto, Umbridge había llamado a Draco, Pansy, Gregory y Vincent, además de otros Slytherin como Montague y Warrington, para informarles confidencialmente de que Potter y sus esbirros estaban tramando algo bajo las órdenes de Dumbledore. Los habían visto reunirse en Cabeza de Puerco el día antes de que ella anunciara el Decreto, pero estaba segura de que no había logrado disuadirles con él.

—Dumbledore está detrás de ello. Está planeando algo contra mí y contra el Ministerio de Magia —explicó con tono afectado, un tono que no se correspondía con su furiosa mirada —Sabe que tiene los días contados en Hogwarts y este es su desesperado intento de evitarlo. Por eso os he convocado: un grupo de prometedores sangre limpias, con las prioridades en su sitio, el futuro del mundo mágico.

Draco y Pansy intercambiaron una mirada rebosante de orgullo. Sin duda, Umbridge había demostrado tener el sentido común y la inteligencia de la que carecieron sus predecesores. Draco hubiera pagado porque el viejo decrépito de Moody le estuviera viendo en esos momentos (ya sabía que, en realidad, no había llegado a conocer al verdadero Moody. La noticia de su suplantación por un mortífago no se había hecho pública pero Draco estaba al tanto de todo. Se atrevía a decir que era el alumno mejor informado de todo Hogwarts. En cualquier caso, no había servido para que la sangre dejara de arderle cada vez que recordaba al mutilado auror).

—Necesito que seáis mis ojos. Quiero que estéis atentos a cualquier comportamiento sospechoso. Potter es la cabeza visible pero esa amiga suya sangre… hija de muggles —Umbridge se corrigió en el último momento pero les lanzó una sonrisa cómplice —es la mente pensante. Está claro que nuestro querido Potter por sí solo no tiene las luces suficientes para escaparse a mi control. Todos sus amigos, cualquier compañero con el que se lleve bien, es susceptible de estar colaborando con él. Dumbledore se cree muy listo haciendo que sus alumnos se encarguen del trabajo sucio, cree que de ese modo no podremos probar que está implicado aunque los descubramos con las manos en la masa… pero ya lo veremos. De ahora en adelante, quiero que estéis atentos y al tanto de todo lo que hagan Potter y sus seguidores, sobre todo la muchacha sabihonda. Seguidlos si hace falta, espiadlos… pero que no se den cuenta. No queremos que se vuelvan más cuidadosos. Informadme de cualquier cosa que se salga de lo normal, hasta el detalle más nimio. Yo decidiré si es importante o no.

Draco salió de aquella reunión relamiéndose como un gato. La mano derecha del Ministro de Magia le había encargado espiar a sus peores enemigos y si los pillaba haciendo algo malo, estaba seguro de que los expulsarían. Al menos al imbécil de Potter.

Lo había echado del quidditch y ahora pensaba echarlo del colegio.

Esa noche, en la Sala Común de Slytherin, cuando el resto de alumnos ya se habían acostado, Montague se puso a organizarlos.

— Yo me encargaré de los gemelos Weasley. Pienso hacer de este curso su infierno personal. Crabbe, tú sigue a Ron Weasley y tú, Goyle, a Longbottom. Parkinson, tú te encargarás de la sangre sucia. Y tú, Malfoy, de tu querido Potter.

A Draco aquello le cayó como una jarra de agua fría. Por un lado porque Montague intentaba nombrarse líder del grupo y por otro porque él quería espiar a Granger. Había pensado ser su sombra, observarla, vigilarla, ver todos sus movimientos. Era más inteligente y discreta que Potter, por lo que resultaba menos probable que cometiera un despiste, y estaba seguro de que sólo él podría forzarla a cometer un error que la delatara.

—Mejor que yo me encargue de Granger y Pansy de Potter —dijo, tratando de sonar autoritario y expeditivo. Por un lado, para demostrarle a Montague que no estaba al mando, y por otro, para que nadie le pidiera explicaciones.

—¿Y eso por qué? —saltó Pansy rápidamente. Como de costumbre, tenía que meterse en todo.

—Porque si Potter me ve a mí sospechará enseguida. En cuanto a Granger, sé cómo sacarla de sus casillas y lograr que se le escape algo.

Su argumento pareció convencer a Montague (aunque lo más probable era que simplemente le fuera indiferente quién vigilaba a quién mientras los gemelos quedasen en su jurisdicción) y logró callar a Pansy, aunque no parecía muy conforme. En cualquier caso, Draco se encontró con luz verde para poder observar a Granger todo lo que quisiera sin que sus amigos encontraran nada malo en ello.

Porque no había nada malo en ello. Sólo estaba haciendo lo que Umbridge le había encargado, prestando un favor a cambio de puntos, prestigio y reciprocidad en el futuro. Así eran como se tejían redes de influencias, como su padre siempre le había dicho. De hecho, pensaba ser él el que descubriera dónde se escondían.

Se sumió en sus tareas de espionaje con mucha confianza, pero pasados unos días, se dio cuenta de que descubrirlos no iba a ser nada fácil. Las Navidades se aproximaban y aun no había visto nada tangible.

Granger no hacía nada fuera de lo normal. Seguía moviéndose en los mismos círculos, hablando con la misma gente, comportándose del mismo modo en clase, y pasando las horas que no estaba en clase en la biblioteca.

Draco, que no era imbécil, la seguía todas las tardes a la biblioteca. Descubrió que una semana no fue directa a sus dominios después de la clase de Herbología de los martes, como solía a hacer, pero unos días después se retiró hacia la torre donde estaba la Sala Común de Gryffindor después de Pociones (los miércoles).

No había ningún patrón en sus ausencias, o al menos ninguno que Draco pudiera encontrar, así que optó por investigar los libros que Granger había estado consultando. Los únicos que no estaban en la bibliografía recomendada de ninguna asignatura (Draco incluso se hizo con la lista de lecturas recomendadas de Aritmancia, aunque él no la cursaba) era un libro titulado "Encantamientos avanzados" (que no sería necesario hasta el séptimo curso) y otro llamado "Protección contra las artes oscuras" que no pudo revisar porque tenía una larga lista de espera.

Draco pasó más horas que nunca en la biblioteca, observando a Granger y deseando saber Legeremancia. La Gryffindor era capaz de pasar la tarde entera con la cabeza enterrada en un libro. Había algo en su manera de tocar las hojas de papel viejo que parecía casi íntimo, como un ritual. Deslizaba los dedos bajo la línea que estaba leyendo con la suavidad de un pétalo. A veces murmuraba para sí, como si quisiera memorizar la información que estaba leyendo. Cuando algo llamaba su atención fruncía el ceño y se acercaba más al libro, hasta que sólo su abultado pelo castaño sobresalía alrededor de la cubierta.

Draco descubrió que tenía ciertas manías nerviosas, como soplarse el pelo para apartarlo de la cara (lo que contribuía a su aspecto indómito), darse toquecitos en la boca con la yema de dos dedos (algo que él encontraba hipnótico) o acariciarse la barbilla con la punta de la pluma distraídamente. De vez en cuando, en medio de sus sesiones de espionaje, cuando Granger se mordía los labios con aspecto pensativo o cuando se los humedecía con la punta de la lengua de tanto en tanto, Draco recordaba la primera vez que había besado a Pansy en el baile del Torneo de los Tres Magos, y cómo, en su mente, ella había mutado en la sabelotodo. Por mucho que había tratado de bloquear ese recuerdo, cada cierto tiempo resurgía. A veces cuando estaba a punto de dormirse, en otras ocasiones en plena clase, y sobre todo en la biblioteca desde que tenía que vigilar a la muchacha.

Aunque esto debería haberlo incomodado sobremanera y la tarea de seguir a Granger debería resultarle pesada, por alguna razón espiarla en la biblioteca se había convertido en el momento más esperado del día.

Tanto era así que, cuando acudía allí y no encontraba a Granger sentía una mezcla de decepción y enfado. Se decía que su molestia se debía a que la muchacha le había dado esquinazo y aunque sabía que eso no era del todo cierto, era suficiente para tener la conciencia tranquila.

Con el paso de los días sin obtener resultados, Umbridge estaba cada vez más molesta. Les proporcionó una lista más extensa de la mayoría de los alumnos que habían estado en Cabeza de Puerco el día que se reunieron y les ordenó que los investigaran, labor que Draco aceptó con mucho fastidio porque no podía dedicarse en exclusivo a vigilar a Granger.

Sin embargo, después de seguir a imbéciles como Zacharias Smith o aburridas como Marieta Edgecombe, Draco se dio cuenta de que tal vez había una manera de averiguar cuándo se reunían. La siguiente vez que Umbridge los convocó para darle parte de las novedades, Draco sugirió que contrastaran los horarios de todos los miembros del club clandestino.

—Seguramente Granger se haya vuelto loca para cuadrar todos los horarios y encontrar un momento en que puedan verse —explicó Draco.

—Es una buena idea —dijo Umbridge con tono sorprendido, como si le asombrara que Draco fuese vida inteligente.

—Pero no se reúnen todas las semanas —objetó Pansy, que llevaba una temporada fría y malhumorada con él —Así que no servirá de mucho.

—Al menos sabremos en qué horas debemos estar más vigilantes —prosiguió la profesora —en esos momentos os quiero a todos patrullando. Es vital que descubramos el lugar dónde se reúnen.

Sin embargo, para cuando tuvieron en su poder los horarios, los cotejaron y obtuvieron los rangos horarios en los que todos los miembros conocidos del club ilícito tenían disponibilidad, las Navidades ya casi estaban encima.

Para colmo de males, pocos días antes de las vacaciones, Potter y todos los Weasley desaparecieron sin explicación. Draco intentó sonsacarle a Umbridge qué había sucedido, pero la bruja estaba tan enfadada porque se hubieran marchado sin su permiso (y por lo visto, sin su conocimiento) que masculló algo por lo bajo en un tono nada dulzón y lo dejó sin respuesta.

Granger se había quedado, pero cogió el Expresso de Hogwarts el día que dieron las vacaciones para pasar las fiestas con su familia. Draco en su ronda habitual como prefecto, se aseguró de visitarla para tratar de averiguar qué había sucedido.

La había visto entrar en un compartimento con Longbottom así que se presentó allí y abrió la puerta corredera de golpe, esperando sorprenderla. Lo logró: Granger dio un respingo, se calló en el acto y frunció el ceño, pero Draco logró oír algo sobre San Mungo.

¿Habían hospitalizado al cuatrojos y al pobretón?

—¿San Mungo, Granger? —preguntó, apoyándose en el quicio de la puerta y cruzándose de brazos —¿Vas a someterte a una transfusión de sangre limpia? Me temo que tu impureza no tiene cura.

Longbottom masculló algo en voz baja apretando los puños, pero Draco no le prestó atención. Lunática Lovegood también estaba allí, con una copia de El Quisquilloso en las manos en cuya portada un cerdo en una porquera se revolcaba sobre el barro bajo un titular que afirmaba que no era un animal de verdad sino un mortífago nunca atrapado que resultaba ser un metamorfago.

—Eres muy ingenioso, Malfoy —ironizó Granger, poniéndose en pie —¿Cuánto tiempo le has dedicado a pensar ese comentario? ¿Un par de semanas? Ahora ya sé que haces todas esas tardes en la biblioteca.

Draco experimentó la sensación de haberse comido una Gragea Bertie Bott cuyo sabor hubiese pasado de chocolate a vómito. Se incorporó y lanzó una mirada furibunda a Granger. Ella se la devolvió, sin amilanarse.

Era evidente que sabía que había estado espiándola y que no iba a la biblioteca precisamente a estudiar. Draco se sintió como un imbécil, como si hubiese caído en una trampa y llevase semanas dentro de ella, creyéndose que estaba a punto de encontrar un tesoro.

Sin más preámbulos, Granger aprovechó que se había apartado de la puerta para cerrarla en sus narices una vez más y atrancarla por dentro. Hubiera sido muy fácil utilizar un Alohomora pero estaba prohibido usar magia fuera de Hogwarts y aunque estaba seguro de que su padre hubiese podido resolver el asunto moviendo un par de hilos en el Ministerio, sabía que se enfadaría con él si llamaba la atención. Así que lo dejó pasar e intentó consolarse pensando que todo apuntaba a que a Potter o Weasley (o tal vez a los dos, si tenía suerte) les había pasado algo malo.

Por algo le gustaba tanto la Navidad.


Las clases de Defensa contras las Artes Oscuras bien podían llamarse Práctica de las Artes Oscuras. Durante lo que llevaban de curso, Draco había aprendido más maleficios y maldiciones que en su año como mortífago, en lugar de maneras de defenderse de ellas (tenían que limitarse a utilizar el encantamiento escudo o el Finite Incantatem para repeler los hechizos de sus compañeros o librarse de sus efectos). Amycus les hacía practicar con los alumnos que mostraban más reparos a la hora de maldecir a sus propios compañeros, así que todos, con más o menos ganas, pasaban por el aro. Vincent era proactivo por primera vez en su vida y en una ocasión se ensañó tanto con Theodore que Draco tuvo que decirle en voz baja que parara. Vincent cedió al cabo de unos segundos, pero lanzó una mirada rencorosa a Draco.

No tenía nada personal contra Theodore: sencillamente le gustaba hacer daño a los demás. Ya no le importaba que fuesen sangre limpias, Slytherin o incluso algo parecido a amigos: jamás desaprovechaba la oportunidad de provocar dolor cuando esta se le ponía en bandeja.

Draco tenía el incómodo presentimiento de que el día en que Amycus los emparejara para practicar el uno contra el otro, Vincent se cobraría todas esas veces que le había ordenado que se detuviera. No se atrevía a confrontarlo de manera directa, pero cada vez cuestionaba más a Draco y a veces resoplaba despectivamente cuando éste decía algo.

A Draco le hubiera gustado comentarlo con Gregory para ver si era cierto o sólo imaginaciones suyas, pero sentía que hacerlo conllevaría cierta pérdida de autoridad. Gregory y Vincet siempre habían aceptado su liderato sin cuestionarse nada, y su amistad tenía una clara jerarquía en la que Draco estaba al mando y los otros lo seguían sin hacer preguntas.

Hablar con Gregory de sus sospechas podría hacerlo parecer débil, y teniendo en cuenta la precaria situación de los Malfoy entre los servidores de Voldemort (situación que Vincent y Gregory conocían perfectamente a través de sus padres), no podía permitirse más tropiezos.

Tampoco se atrevía a hablarlo con Pansy. Se habían distanciado mucho, sobre todo desde que sospechaba que se inventaba rumores sobre Granger para molestarlo, así que no se sentía inclinado a abrirse ante ella. Blaise no era una opción. Le gustaba mucho hablar sobre la pureza de su sangre y los refinados que eran los Zabinni, pero su estrategia para pasar el curso consistía en mantener un perfil bajo. Nunca desobedecía una orden, pero tampoco criticaba o se quejaba de nada de lo que estaba sucediendo en el colegio, aunque Draco estaba seguro de que muchas cosas no le gustaban.

Con esa situación, Draco se sentía más cercano que nunca a Theodore. Su padre también era mortífago y siempre se habían llevado bien, aunque como era muy reservado y solitario, nunca habían pasado mucho tiempo juntos. Y sin embargo, de vez en cuando intercambiaban miradas cuando Amycus les ordenaba maldecir a alguno de sus compañeros o Alecto castigaba a alguno de los alumnos más pequeños de Hogwarts delante de ellos, y Draco sentía que era el único de sus amigos que se sentía como él, aunque los dos eran lo suficientemente prudentes como para no decirlo en voz alta.

Esa era una de las peores cosas que tenía ese curso: Draco sentía que no podía confiar en nadie, que sus propios compañeros no dudarían en delatarle si decía algo inapropiado. No dormía bien por las noches porque temía hablar en sueños en medio de una pesadilla (cada vez las tenía con mayor frecuencia, sobre todo desde que Alecto le obligó a torturar a la niña de primer curso de Hufflepuff).

Y cuando estaba en su habitación, no podía evitar echar miradas nerviosas a su baúl y comprobar, cada vez que se quedaba a solas, que los frasquitos con sus recuerdos sobre Granger estaban a buen recaudo. Llevaba un tiempo pensando en ocultarlos en algún lugar de Hogwarts, pero no se decidía porque le daba miedo que alguien lo encontrara sospechoso, toparse con Alecto y que se los requisara, o tener que responder a preguntas acerca de su contenido.

Sin embargo, pronto se vería obligado a correr el riesgo de sacarlos de su baúl.


La noticia de una fuga masiva de mortífagos de Azkaban llenó la primera plana del Profeta de ese día de enero. Draco lo recibió mientras estaba desayunando en el Gran Comedor y al leer el titular y ver a su tía Bellatrix en una fotografía sintió una extraña sensación de vértigo en la boca del estomago.

No la había conocido en persona. O sí, pero cuando sólo era un bebé de apenas un año y no guardaba ningún recuerdo directo de ella. Sin embargo, sí había visto alguna fotografía de Bellatrix junto a su madre. Incluso, una vez, encontró en el desván de Malfoy Manor una un baúl polvoriento con fotos de la infancia de Narcissa en las que aparecía junto a sus dos hermanas.

Draco sabía que tenía otra tía llamada Andromeda, pero nunca se hablaba de ella. Cuando había preguntado por ella, siendo muy pequeño, su madre le había explicado que Andromeda ya no formaba parte de la familia Black porque los había traicionado. Con el tiempo descubrió que había huido de casa para casarse con un sangre sucia y habían tenido una hija. Era la única prima que Draco tenía, pero al mismo tiempo era como si no existiera: era mestiza y una deshonra para el apellido Black. Una mancha en el insigne árbol familiar hasta entonces impoluto.

Andrómeda tenía una expresión distante en la fotografía en la que salía junto a Narcissa y Bellatrix. Su madre era la más guapa de las tres hermanas: rubia y de ojos claros. Bellatrix era todo lo contrario, con un llamativo pelo oscuro, mientras que Andrómeda representaba un término medio con su pelo castaño y sus ojos verdosos.

Ya de joven, Bellatrix tenía un aspecto fiero y miraba a la cámara de manera descarada y con la cabeza muy alta. Había otra fotografía suya, más adulta, con Draco en brazos. Lo sostenía como si fuese un Lazo del Diablo y había algo en su expresión que siempre le había hecho pensar que hubiese estado dispuesta a dejarlo caer si se ponía a llorar.

Echando cuentas, ya era mortífaga por aquel entonces. La imagen había sido tomada poco antes de que Voldemort cayera y ella entrara en Azkaban. Pero las cosas habían cambiado mucho en catorce años: el señor oscuro había regresado y ahora muchos de sus fieles servidores habían salido de Azkaban.

Draco recordó haber escuchado a su padre hablar sobre la cárcel mágica con Avery y tuvo el presentimiento, o mejor dicho, la certeza, de que había tenido algo que ver con la fuga. Puede que incluso hubiese sido el cerebro y la mano ejecutora.

Pese a que, de entrada, la noticia debería alegrarle, Draco sintió una amarga sensación parecida al miedo. No tenía muchas ganas de conocer a su tía, aunque no podía admitirlo en voz alta. Su madre estaría contenta y el Señor Oscuro también, ahora que habría recuperado a mucho de sus fieles. Eso reforzaría su causa, y si todo había sido gracias a un exitoso plan de su padre, este sería recompensado.

Todo eran buenas noticias. Pero entonces, ¿por qué no era capaz de alegrarse?


Cuando entraron en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras aquel día, Draco supo que algo no iba bien porque Alecto estaba allí, junto a su hermano. Donde normalmente estaba la mesa del profesor que Amycus nunca usaba, había un baúl cuya superficie polvorienta tenía marcas de dedos.

Le dio la impresión de Alecto sonrió con malicia cuando sus miradas se cruzaron, pero Draco apartó la vista tan rápido que tal vez se lo hubiera imaginado. Cuando todos los alumnos estuvieron situados de pie frente a ellos (pues las clases eran tan prácticas que rara vez usaban las mesas, que estaban amontonadas contras las paredes), Amycus explicó de qué iba todo aquello.

—Hemos tenido la suerte de que mi hermana Alecto encontrara un boggart con el que poder practicar.

Ya habían estudiado a los boggart en tercer curso, con el profesor Lupin. Eso era algo que hasta los Carrow, con su particular estilo de enseñanza, debían saber. Riddikulus era un hechizo sencillo que muchos alumnos ya conocían incluso antes de empezar la escuela, pues en las oscuras mansiones ancestrales de las familias sangre pura, abundaban los recovecos y rincones preferidos por esas criaturas. No tenía ningún sentido que pretendieran enseñarles a usar ese hechizo en su último año de formación mágica.

Sin embargo, nadie se atrevió a comentarlo. Draco no fue una excepción: guardó silencio, con el aciago presentimiento de que había una intención oculta y retorcida detrás de aquello.

—Como ya sabréis —Alecto tomó la palabra —nadie conoce la verdadera forma de un boggart, porque siempre adoptan la apariencia de aquello que más miedo nos da. Supongo que ya conoceréis el hechizo que lo hace desaparecer.

—Pero no es eso lo que nos interesa —continuó Amycus —hasta un niño mago podría deshacerse de un boggart.

—Sin embargo, tiene otras utilidades. Últimamente hemos detectado cierta… resistencia al nuevo rumbo pedagógico que ha tomado Hogwarts. Aunque nos hemos librado de toda la escoria sangre sucia, la razón por la que Dumbledore y sus acólitos se instalaron en el poder tras la Primera Guerra Mágica fue que había muchos traidores entre las filas de los sangre limpia. Todos conocemos a diversas familias traidoras a la sangre. No tenéis por qué cargar con los errores de vuestros padres pero… queremos asegurarnos de que sois fieles. Si tenéis algo que ocultar… el boggart nos lo dirá.

Draco no podía verse la cara, pero estaba seguro de haber empalidecido. Le dio la impresión de que todo el mundo lo miraba a él. Captó a Pansy observándolo con algo que hubiera jurado que era preocupación si no fuese porque últimamente apenas se hablaban. Theodore se tensó y Zabinni apretó los puños con disimulo. Otros, como Gregory o Vincent, parecían tranquilos. Quizás porque no tenían nada que ocultar, ningún secreto que no quisieran desvelar. O tal vez porque su peor miedo era quedarse sin comida.

Todos se habían enfrentado a un boggart en su tercer curso, pero entonces eran críos con miedo a la oscuridad, alguna bestia o las alturas. Temores inocuos, comunes, que no decían nada de ellos. Cuatro años después, con todas las cosas que habían visto, que habían vivido… las cosas habrían cambiado.

Una película de sudor frío cubrió la espalda de Draco. ¿Cuál era ahora su mayor miedo? ¿Qué Voldemort asesinara a sus padres en su propia mansión? ¿Qué Granger resultara estar muerta de verdad? ¿Qué el Señor Oscuro descubriera lo que sentía por ella? ¿Qué alguien diera con el pequeño cofre oculto en su baúl? Todas las opciones eran terribles y todas lo dejarían en mal lugar delante de los Carrows.

Intentó ocultarse detrás de la corpulencia de Gregory, pero temía ser tan evidente que Alecto lo escogiera a él el primero. Tuvo suerte: Millicent Bullstrode, Daphne Greengass y Theodore Nott fueron los elegidos.

Los Carrows se recrearon en sus miedos, prohibiéndoles usar Riddikulus. Y sólo cuando el boggart ya se cernía sobre ellos, o cuando estaban tan aterrorizados que gritaban o parecían a punto de llorar, Amycus (nunca Alecto) indicaba al siguiente alumno que se pusiera delante de la criatura (para lo que, a veces, tenían que apartar a sus propios compañeros que parecían incapaces de moverse). Draco ya casi pensaba que se libraría cuando la voz áspera de Alecto le reclamó.

—Malfoy, es tu turno.

Draco tardó un tiempo en reaccionar. Sentía como si toda la sangre de su cuerpo le latiera en los oídos. Una repentina sensación de frío le atenazó. Tragó saliva, o lo intentó, porque la garganta parecía habérsele secado. Notó que alguien le daba un suave un pujón, tal vez Pansy o Blaise, no lo sabía.

Todos sus compañeros eran una mancha borrosa. Sólo veía ante él el boggart con el aspecto del padre de Burke, que gritaba más que un howler. No tenía ni idea de qué forma tomaría la criatura cuando se plantara delante de él.

Cada paso le costaba un esfuerzo titánico, como si le hubieran petrificado las piernas. Al final, el señor Burke se volvió hacia él y la transformación comenzó con lentitud.

Voldemort se materializó en aquella clase de Hogwarts. Varios alumnos soltaron gritos ahogados, y retrocedieron. Hasta Amycus pareció tensarse.

Tenía el mismo aspecto que la última vez que Draco lo había visto, con su piel blanca con la tiza, los ojos de un rojo sangre y los dedos de las manos anti-naturalmente largos. Lo único que lo diferenciaba del señor oscuro real, era la ligera neblina que envolvía los bajos de su capa negra, haciéndolo levitar a unos centímetros del suelo.

Tenía algo en las manos. Draco tardó unos segundos en reconocer, aturdido por el pánico. Era el cofre. Su pequeño cofre negro, remachado en bronce. Estaba entreabierto, como si Voldemort acabase de mirar su contenido.

—Has resultado ser todavía más decepcionante que tu padre, Draco. Mataré a tus padres delante de ti, y después te obligar…

En medio de la niebla de terror que había reblandecido su cerebro, Draco tardó unos segundos en asimilar que Voldemort había dejado de hablar. En algún momento, el cofre se había transformado con un ukelele diminuto que el mago tenebroso empezó a tocar mientras cantaba un villancico navideño.

Ni siquiera oyó las risas de sus compañeros hasta que el boggart se esfumó delante de sus ojos. Entonces vio Filch en la puerta de la clase, sudoroso y frotándose una rodilla, y a los Carrow mirándolo. Amycus tenía la varita en la mano.

— …director Snape dice que es urgente…

Alecto salió del aula con expresión molesta, como si alguien le hubiese quitado un caramelo cuando estaba a punto de metérselo en la boca, no sin antes apartar a Filch de un empujón.

—La clase se suspende por hoy, nos veremos mañana —anunció Amycus, y después salió precipitadamente detrás de su hermana, seguido por el renqueante conserje.

Draco miró a su alrededor, y se dio cuenta de que lo veía todo borroso. Parpadeó con fuerza para disipar las lágrimas que se amontonaban en sus ojos sin que tuviera consciencia de cómo o cuándo habían llegado allí. Carraspeó y trató de serenarse. Sentía que todos lo miraban.

Se volvió hacia Theodore, intentando comprender qué acababa de suceder, y el muchacho se lo explicó sin necesidad de preguntar.

—Filch ha llegado en mitad de la clase con un mensaje urgente del director Snape. Así que Amycus ha usado el Riddikulus con el boggart.

—¿Significa eso que ha desaparecido para siempre? — se interesó Blaise. Él no se había enfrentado al boggart y no parecía tener muchas ganas de hacerlo.

—No lo creo —replicó Nott después de meditarlo durante unos segundos —pero lo más seguro es que haya ido a esconderse a otro rincón. Tal vez no vuelvan a encontrarlo.

Se oyeron varios suspiros de alivio y algún que otro murmullo. Media clase intercambió mirada de nerviosismo. A nadie la apetecía exponerse ante el boggart teniendo prohibido expresamente defenderse de él.

—Yo creo que ha sido divertido —señaló Vincent en voz baja, pero lo suficiente alta para que Draco pudiera oírle. Cuando lo miró, su amigo sonrió con malicia, la boca retorciéndose en el centro de su cara redonda. En ese momento, Draco fue más consciente que nunca de que no podía fiarse de Vincent.

Algunos de sus compañeros ya habían empezado a abandonar el aula. Sin decir nada, Draco los adelantó y se dirigió todo lo rápido que se atrevió a las mazmorras.

Aunque lo que el boggart había enseñado era sospechoso, no creía que hubiera dicho nada que lo hubiese dejado en evidencia de manera directa. Muchos de los Slytherin de su curso tenían padres mortífagos y sabían que Malfoy Mannor estaba ocupada por el Lord Tenebroso; los que no, no tardarían mucho en enterarse. Tener miedo de decepcionar a Voldemort era comprensible y no levantaría demasiadas sospechas, según creía. Temer que castigara a sus padres como resultado de sus errores también resultaba comprensible.

El cabo suelto era el cofre. Imaginaba a los Carrow preguntándose qué había en él para enfadar tanto a Voldemort. Podía ser que ellos no hubiesen prestado mucha atención a su detalle, porque estaban detrás del boggart para poder observar bien la reacción de cada estudiante.

Pero sus compañeros… ni a Pansy ni a Blaise les habría pasado desapercibido. Tampoco a Theodore, pero a él no le preocupaba. Lo cierto era que consideraba a Vincent y Gregory demasiado estúpidos como para reparar en el cofre, pero vistas todas las revelaciones que estaba teniendo ese curso sobre sus amigos, tampoco las tenía todas consigo.

No sabían dónde estaba en cofre, pero era muy probable que quisieran averiguar por qué el boggart lo llevaba en la mano. Y en ese caso, lo que harían sería buscarlo entre sus posesiones. Su baúl sería el primer lugar donde mirarían y tanto Blaise como Vincent y Gregory tenían acceso fácil a él. Incluso Pansy no tendría demasiadas dificultades para colarse en su habitación.

Era evidente que tenía que sacar sus recuerdos enfrascados de allí. Y sabía exactamente dónde guardarlos.


El misterio de la desaparición de Potter y Weasley en la víspera de las vacaciones de Navidad quedó resuelto poco después. Según su padre, el Señor Weasley había sufrido un percance "por meterse donde no le llaman" que casi le había costado la vida, y estaba hospitalizado en San Mungo.

Cuando comenzó el segundo trimestre, una Umbridge cada vez más furiosa, convocó a Draco y al resto de alumnos que estaban espiando a Potter y compañía. Al parecer había pasado las vacaciones dándole vueltas a lo del club clandestino y había decidido organizarles para que fueran "eficientes de una vez".

En realidad, lo único que hizo fue repartirles por zonas para hacer rondas en las horas que todos los acólitos de Potter tenían libres (idea que había aportado Draco y que Umbridge declaró que había sido suya). Durante las siguientes semanas, Draco pasó como mínimo tres tardes paseando con Pansy por distintos lugares: la torre donde estaba la sala común de Gryffindor, los terrenos de Hogwarts, la lechucería, el cuarto piso…

Una vez por semana se reunían en el despacho de Umbridge donde ella había colgado un inmenso mapa de Hogwarts que cubría todas las plantas y terrenos de la escuela, e iba tachando con una X trazada con su varita las localizaciones en las que habían estado sin encontrar nada sospechoso.

Draco estaba cada vez más irritado. Pasear durante horas sin rumbo fijo, con Pansy llenándole la cabeza de chismes, quejas y comentarios sobre el desagradable aspecto de Granger le levantaba dolor de cabeza. Además, de este modo apenas veía a la sangre sucia fuera de las clases habituales que compartían. Aunque reconocía que este sistema era más práctico, le fastidiaba que Umbridge se hubiera atribuido todo el mérito, pues estaba seguro de que si él no hubiera sugerido hacerse con los horarios de todos los sospechosos para averiguar en qué momentos podían reunirse, su investigación no iría tan avanzada.

A pesar de todo, era un proceso lento y tedioso y después de dos meses de rondas, no estaban más cerca de encontrarlos que antes. Hogwarts era un castillo inmenso y cambiante, por lo que nadie conocía con exactitud todos sus recovecos. Esto irritaba mucho a Umbridge, que se empeñaba en conocer y controlar cada pequeño detalle de la escuela.

Draco cada vez sentía más antipatía por ella, pero lo disimulaba muy bien porque le interesaba caerle bien. Era la mano derecha del Ministro de Magia y algún podría reclamarle que le devolviera el favor. Además, la posibilidad de que expulsaran para siempre a Potter y sus amigos no era un premio menor.

Aunque eso conllevaría no volver a ver a Granger. Se decía una y otra vez que eso sería un gran regalo, pero aunque no quería ahondar mucho en ello, no era capaz de creérselo. ¿Con quién se metería entonces? Cierto era que en Hogwarts todavía había muchos sangre sucias y traidores de la sangre, pero lo suyo con Granger era personal.

Lo había humillado innumerables veces. Se había atrevido a pegarle. Y por su culpa, Draco no era el mejor de la clase, lo que su padre nunca le perdonaba. No perdía la oportunidad de comparar sus notas con las de la sangre sucia y recordarle a Draco cuánto lo decepcionaba. Sin Granger en Hogwarts, nadie le eclipsaría académicamente y su padre estaría orgulloso de él.

La idea debería alegrarle… En cualquier caso, se decía siempre, ya se ocuparía de ello cuando sucediera.

La única satisfacción que estaban teniendo en ese tiempo era la de ver a Umbridge evaluar al resto de profesores. Draco pasó la clase de Criaturas Mágicas en la que ella evalúo a Hagrid desternillándose de la risa. También fue interesante verla tratar de valorar a Snape y Draco hasta sintió cierto acceso de afecto por el Profesor Bins cuando este ignoró por completo todas sus preguntas para seguir dictando de la manera más aburrida posible los acuerdos alcanzados en la Convención Mágica Internacional de 1882.

También despidió a la profesora de Adivinación, a la que Draco apenas había visto un par de veces en su vida. Sus padres siempre decían que la optativa de Adivinación era una pérdida de tiempo así que no la había escogido. Dumbledore intervino y aunque no pudo evitar su despido, se aseguró de que pudiera seguir viviendo en Hogwarts.

Las semanas pasaban y Draco ya estaba harto de pasear por Hogwarts. En marzo se topó con Marietta Edgecombe subiendo las escaleras al séptimo piso. Se puso muy nerviosa cuando le vioy empezó a andar a toda prisa. Él la siguió con disimulo, pero cuando llegó a la siguiente planta ella había desaparecido.

No comentó nada hasta estar más seguro, pues no quería que nadie le quitara el mérito de pillar a Potter, pero se aseguró de que en el siguiente reparto le asignarán a él las guardias de esa planta.

Después de dos semanas vigilando el séptimo piso, vio a Cho Chang, Michael Corner y Zacharías Smith en un pasillo. Los siguió todo lo cerca que pudo sin delatarse, hasta que giraron un recodo y se esfumaron. Draco empezaba a tener una idea muy aproximada de dónde se ocultaban: en alguna parte del corredor este donde estaba colgado un tapiz de Barnabás el Chiflado.

Cuando tuvo esto claro se lo dijo a Pansy y pasaron una tarde tocando todas las piedras de ambas paredes del pasillo y utilizando todos los hechizos que se les ocurrieron para tratar de desvelar la ubicación de la clase donde se reunían, pero no encontraron nada en particular. Así que Draco decidió compartir lo que había averiguado con Umbridge.

La Suma Inquisidora se mostró muy satisfecha y destinó a todos sus ayudantes a vigilar esa sección del pasillo, pero como si Potter y sus esbirros se lo olieran, no volvieron a ver movimientos inusuales en dos semanas.

Exasperada, Umbridge hizo que llenaran el tablón de anuncios de copias del Decreto nº 24 y dedicó varias sesiones de clases de Defensa Contra las Artes Oscuras a hablar de cómo se encargaría personalmente de expulsar a aquellos que incumplieran las normas.

Su estrategia, junto con el estrecho cerco que habían trazado alrededor de los aliados de Dumbledore, finalmente dio sus frutos. La noche del 27 de Marzo, después de cenar, Marietta Edgecombe se presentó en el despacho de Umbridge.

Ella hizo llamar a Draco y al resto enseguida para contarles la confesión que la joven Ravenclaw había hecho: le había dado los nombres de todos los miembros del club estudiantil clandestino, la ubicación donde se reunían y la fecha de su próximo encuentro que estaba teniendo lugar en ese mismo instante. Umbridge contaba con todos ellos para pillarlos infraganti y "parar para siempre al insensato de Dumbledore".

El lugar donde se reunían era la Sala de los menesteres, en el séptimo piso. Justo el lugar que Draco había señalado, como le hizo notar a Umbridge. Ella, exultante, lo felicitó por su buen trabajo y ordenó a todos que se escondieran, a la espera de que Potter y sus amigos salieran de allí.

Draco se escondió en una hornacina cercana, sintiendo un escalofrío que interpretó como expectación. Al fin iba a pillar a Potter y según prometía la suma inquisidora, conseguiría que expulsaran a todos los lamebotas de Dumbledore, el amante de los sangre sucia y de los híbridos (licántropos, semigigantes, centauros…).

No tuvo que aguardar demasiado. De pronto, en un segmento liso de pared apareció una puerta y por ella salieron corriendo en desbandada un montón de alumnos: los gemelos Weasley, Lunática Lovegood, Ernie McMillian, las Patil, Terry Boot… pero Draco no les prestó atención.

Estaba esperando la guinda de pastel. No pensaba permitir que Potter se le escapara. Así que cuando este salió corriendo entre la marabunta, Draco ya estaba preparado. Le lanzó un embrujo zancadilla que lo derribó de manera muy graciosa. Potter se giró trabajosamente con cara de imbécil, sin comprender bien qué había pasado, y solo entonces Draco salió de sus escondite y lo miró desde arriba, con una sonrisa satisfecha, y llamó a Umbridge.

—¡Eh, profesora! ¡Profesora! ¡Tengo a uno!

Umbridge apareció enseguida, jadeante y sudorosa, pero con una expresión de triunfo absoluta. Obligó a Potter a levantarse, lo agarró por un brazo y se lo llevó tironeando al despacho del director, no sin antes felicitar a Draco por su diligencia, y ordenarles que pescaran a todos los alumnos que pudieran.

Mientras Pansy entraba en la Sala de los Menesteres para encontrar pruebas antes de que la puerta se cerrara al salir el último alumno, Draco echó a correr hacia el final del corredor donde le había parecido ver una maraña de pelo castaño justo antes de pillar a Potter.

Quería encontrar a Granger. Umbridge les había dicho que buscaran en la biblioteca a cualquier alumno con aspecto de haber echado una carrera, pero sabía que Granger no sería tan obvia. Tampoco se ocultaría en el baño de señoritas de esa planta porque era más lista que eso. Esconderse en la Torre de Gryffindor era buena idea si lograba llegar allí antes de que la interceptaran, pero por ser el destino más evidente, Umbridge había ordenado a Vincent y Gregory que esperaran por allí para atrapar a cualquier alumno que intentase entrar en ella.

—Piensa —murmuró Draco para sí —Si fuese una sabelotodo, ¿dónde me escondería?

Bajó las escaleras hasta el sexto piso y vio a Hannah Abbott entrando a un aula vacía, pero no le prestó atención. Descendió otro tramo de escaleras hasta el quinto piso y se detuvo junto a un gran ventanal gótico, con vidrieras claras, preguntándose dónde se habría metido la empollona. Miró distraídamente a través del cristal coloreado y entonces la vio. Una mancha diminuta de pelo castaño corriendo por un pequeño patio hasta la lechucería.

—Chica lista —admitió.

Sin perder el tiempo, Draco siguió bajando tan deprisa que cuando llegó al patio que había visto atravesar a Granger le faltaba el aliento y una punzada de flato le atravesaba el abdomen. Sin embargo, no se detuvo. Respiró todo lo hondo que pudo y se acercó, ahora con más calma, a la lechucería. Tenía un único punto de entrada y salida, así que era imposible que Granger se le escapara.

Subió las escaleras circulares con cuidado de no hacer ruido, por el mero placer de pillarla por sorpresa, y entró en la lechucería de un salto.

Granger, de espaldas a él, ni siquiera se inmutó. Estaba dando chucherías a una lechuza y no lo había oído entrar o, lo más probable, estaba ignorándolo de manera deliberada.

—Granger —la llamó Draco, un poco irritado porque no pareciera reconocer su presencia.

Ella se tomó su tiempo en acabar su labor, después acarició con suavidad a la lechuza y solo entonces se giró hacia Draco.

—Malfoy —saludó ella. Tenía la cara colorada por el esfuerzo y la frente y la nariz cubiertos de transpiración. Algunas hebras de pelo se le pegaban a la cara.

—¿Acalorada, Granger? No disimules, sé perfectamente que acabas de salir corriendo de la Sala de los Menesteres. Tu aspecto te delata. Tanto la Suma Inquisidora Umbridge como yo te hemos visto huir, así que vas a acompañarme a verla.

—Si estar sudorosa es sospechoso, entonces tal vez deberías entregarte a ti mismo, Malfoy —replicó Granger.

Draco apretó los labios, sintiendo que una gota de sudor le caía por la sien. Se la limpió con la manga de la túnica y se acercó a Granger, malhumorado.

—Veremos si con Umbridge eres tan insolente —dijo, agarrándola por una muñeca —Vamos.

Granger se dejó llevar, con la cabeza alta y el rostro inmutable. Caminó detrás de él mientras bajaban las escaleras de la lechucería (Draco se encargó de darle tirones de vez en cuando para apurarla, sólo por el placer de hacerlo) pero luego se puso a su misma altura, de modo que, más que parecer que la llevaba a rastras, casi era como si fuesen de la mano.

Draco se esforzaba en dar zancadas largas para dejarla un poco atrás, pero aunque Granger apenas podía respirar se empeñaba en seguirle el ritmo. Pese a su pequeña rebeldía, no hizo ningún intento de liberarse durante los próximos minutos.

—Puedes soltarme, Malfoy —masculló ella al cabo de un rato caminando pegada a él en silencio —No voy a escaparme.

—Eso te gustaría, ¿verdad, Granger? —la pinchó Draco, aumentando la fuerza con la que apretaba su muñeca al tiempo que la acercaba a su cuerpo —Te has saltado el decreto número 24 así que no puedo fiarme de ti. Potter ya debe estar con el Dumbledore en estos momentos. Probablemente ya lo hayan expulsado.

Aunque Granger guardó silencio y ni siquiera le dirigió una mirada, Draco notó cómo tensaba el brazo bajo su agarre. La tenía tan pegada a él que de vez en cuando algún mechón de pelo le rozaba la túnica. Draco ya sabía que era bastante más alto que ella, pero nunca la había tenido a su lado durante tanto tiempo. Apenas le llegaba a la altura del cuello. De haber querido besarla, hubiese tenido que agacharse más que con Pansy.

Al ser consciente de lo que acababa de pasar por su mente, Draco se sintió muy irritado y enfadado con Granger. La culpa era suya, por comportarse con una indiferencia que era dócil. Su reacción lo estaba decepcionando. Había imaginado lágrimas, algún comentario mordaz, puede que incluso súplicas. En su lugar, Granger actuaba como si él fuera un diminuto mosquito, demasiado pequeño hasta para resultar molesto, lo que permitía que su cerebro divagara y pensara en estupideces peligrosas.

Así que, decidió usar toda la artillería.

—A ti también te expulsarán, por supuesto. Umbridge sabe que tú eres el cerebro detrás de todo esto. Potter es demasiado imbécil para organizar un grupo y conseguir que os reunierais en secreto durante meses. Te he estado vigilando. Hemos cruzado los horarios de todos tus compinches para averiguar cuándo podrías reunirnos y ya sospechaba que el lugar donde os encontrabais estaba en ese pasillo del séptimo piso. Era sólo cuestión de tiempo que os pilláramos. Aun así, siento curiosidad. Dime, Granger, ¿cómo lo has hecho? ¿Cómo acordabais la fecha de cada reunión? Muchos de los sospechosos no os habéis dirigido la palabra en público durante semanas.

Granger torció la cara, decidida a no prestarle atención. Ya estaban en el tercer piso y pronto llegarían al despacho de Dumbledore sin que Draco hubiese logrado sacarla de quicio. Empezaba a sentirse impaciente y muy irritado.

—¿Qué vas a hacer cuando te expulsen, Granger? ¿A qué se dedican los niños en Mugglelandia? ¿Os revolcáis en el barro con los animales? Eso explicaría tu olor.

Pronto llegaron al cuarto piso sin que Granger se hubiese dignado a dirigirle la palabra. La gárgola que guardaba el despacho del director giró antes de dijesen la contraseña, revelando unas escaleras por las que dos aurores, seguidos de Umbridge, bajaron a toda velocidad.

—¡Dumbledore! —chilló la mujer, cogiendo a Draco por los hombros y sacudiéndolo —¡¿Lo has visto huir, Draco?!

—¿Cómo? —balbució él, sin comprender qué demonios pasaba.

Umbridge lo soltó de malos modos, sin molestarse en contestar, y después de mirar a ambos lados del pasillo, salió corriendo hacia la izquierda, con aspecto de haber perdido por completo el juicio. Uno de los aurores la siguió, mientras que el otro tomó la dirección opuesta.

Se hizo un silencio. Draco estaba tan sorprendido por todo lo que acababa de suceder que no se dio cuenta de que había aflojado el agarre sobre Granger hasta que esta se liberó de su mano sin mucha dificultad.

—¿Qué decías, Malfoy? —le preguntó ella con altanería. Se sacudió la manga de la túnica, como Draco la hubiese manchado con su tacto, y después lo dejó allí plantado.

Él ni siquiera se molestó en impedírselo.


Draco entró en su dormitorio a toda velocidad y selló la puerta con Fermaportus. No serviría de mucho, pero al menos le ganaría unos segundos si alguno de sus amigos lo seguía. Sin perder tiempo desbloqueó el cerrojo de su baúl que funcionaba con una combinación numérica y que en teoría era a prueba de magia, localizó y abrió el cofre y después comprobó que todos los frasquitos seguían en su sitio.

Iba a ocultárselo bajo la túnica cuando se le ocurrió que lo mejor era deshacerse de él. Cogió las ampollas de cristal y las metió en tres calcetines que luego se guardó en el bolsillo. El cofre entreabierto reposaba sobre la cama y por un instante a Draco le pareció ver la mano de Voldemort reptando sobre la colcha para atraparlo.

Sacudió la cabeza para alejar al fruto de su imaginación y decidió que lo más inteligente era transformar el cofre en otro objeto y guardarlo en su baúl. Sería una pista falsa en caso de alguien lo buscara y lo encontrara. No era un escarabajo, pero Draco no tuvo dificultades para transformarlo en un botón idéntico a los que llevaban la mayoría de sus camisas. Después lo arrojó dentro de su baúl, lo mezcló entre la ropa y puso de nuevo el cerrojo.

Retiró el Fermaportus y salió de su habitación procurando no parecer sospechoso. En la Sala Común había alumnos de varios cursos, algunos estudiando, otros pasando el rato, y no quería llamar su atención.

Justo cuando salía de las mazmorras de Slytherin se cruzó con Pansy, Vincent y Gregory y no pudo evitar tensarse como la cuerda de un arco.

—Draco —dijo Pansy acercándose a él —¿Cómo estás?

Por un momento pensó que pretendía burlarse de él, pero Pansy parecía verdaderamente interesada, o mejor dicho, preocupada. Aquello desarmó un poco a Draco, sobre todo teniendo en cuenta lo deteriorada que estaba su relación. Aunque sabía que no podía confiar en ella, pues lo más probable era que lo delatara si descubría lo que guardaba en los bolsillos en ese momento, aquello le confirmaba que, aunque fuera un poco, todavía le importaba.

A Draco le sorprendió descubrir que eso lo aliviaba un poco. Pansy había sido una de sus mejores amigas desde que empezó la escuela. También había sido algo parecido a su novia. Estaba acostumbrado a ser el centro de sus atenciones durante años y aunque hacía mucho que ella no le interesaba de esa forma (de la forma en que sí le interesaba Granger, para su desgracia) saber que aún albergaba algo de aprecio por él era algo bueno. Sobre todo en una etapa de su vida en la que había pasado de ser una de las personas más populares e influyentes de Hogwarts, a estar en entredicho y en una situación familiar y personal muy complicada.

—Estoy bien —respondió, intentando que su tono sonara lo más indiferente posible —Os veré en la cena.

Y sin más, siguió con su camino para no darle la oportunidad de hacer más preguntas. Dio unos cuantos rodeos, vueltas y retrocesos en su camino hacia el séptimo piso, por si alguien estuviera siguiéndolo. Vincent y Gregory no se caracterizaban por tener un buen sentido de la orientación y estaba seguro de que los habría perdido de haber estado tras sus pasos, pero toda precaución era poco. De vez en cuando se paraba y se ocultaba detrás de una armadura o un tapiz, para ver si pescaba a alguien espiándolo.

Como no encontró ningún indicio de que lo siguieron y cada segundo que pasaba con sus recuerdos ocultos en un bolsillo de su túnica era un segundo en que corría peligro, finalmente llegó a la Sala de los Menesteres con pasos precipitados. Se paró en la sección de pared opuesta al cuadro de Barnabás el Chiflado y siguió las instrucciones para que la sala se hiciera presente: pasó tres veces por delante del lugar indicando pensando con todas sus fuerzas en su necesidad de un lugar donde ocultar algo para que nunca fuera encontrando.

La Sala de los Menesteres le complació con rapidez. Después de mirar a ambos lados del pasillo con nerviosismo, entró en el aula que se había creado para él. Dentro se encontró con una estancia espaciosa, con techos altísimos y montones y montoness de basuras, objetos varios, muebles, cachivaches y polvo que se extendían en todas direcciones formando un laberinto del que resultaría muy difícil salir.

Draco vagó durante minutos por estrechos y oscuros pasajes flanqueados por libros apilados, sillas a las que le faltaban patas, varios maniquís, partes de armaduras y estatuas agrietadas. Cuando sintió que si seguía adentrándose más en aquel lugar se perdería sin remedio, decidió que había llegado el momento de deshacerse de su peligroso botín.

Como era imposible pasarse de cauto, Draco decidió transformar los calcetines rellenos de ampollas con sus recuerdos en un libro roñoso de Historia de la Magia (lo que jamás atraería la atención ni despertaría el interés de nadie en su sano juicio). Aunque McGonagall sólo le había puesto un Supera las Expectativas en Transformaciones el curso anterior, Draco hizo un trabajo excelente.

El libro tenía tapas de cuero reblandecidas y quebradizas, el lomo deshilachado y páginas que se soltaban si lo abrías. A Draco casi le costaba creer que segundos atrás eso habían sido una docena de redomas cuyo contenido podría causarle la muerte si llegaba a manos equivocadas. Sin más dilación cogió su obra y la metió entre una torre de libros. Después, arrastró un armario al que le faltaba una puerta y que tenía un agujero en el fondo, y lo colocó delante.

Observó el resultado final durante unos segundos y, dándose por satisfecho, emprendió el retorno hacia la puerta, con la sensación de que acababa de esquivar un Avada Kedavra por los pelos.


¡Buenas!

Espero que no se os haya hecho muy pesado, pero no he sabido como hacerlo más corto. De hecho, me hubiera gustado cubrir todos los acontecimientos del quinto año en este capítulo pero me ha sido imposible. No es que quede mucho, pero si una escena que llevo mucho tiempo con ganas de escribir. Lo interesante de esto es que me está obligando a pensar en cómo vivió Draco todos esos acontecimientos que sólo hemos visto desde el punto de vista de Harry.

Por otro lado, todo lo que sucedió en el séptimo año en Hogwarts creo que no fue un paseo de rosas para casi nadie, y para Draco menos incluso. Por lo pronto, ha tenido que esconder sus recuerdos en otro lugar, ante la posibilidad de que alguien diera con ellos. Me parece muy interesante suponer e intepretar qué podían opinar Pansy y compañía de lo que estaba sucediendo. Creo que Blaise no es del estilo que se mancha las manos, Theodore en teoría (por las primeras cosas que dijo JK aunque luego en The cursed child contradijeran todo esto) era neutral, y Pansy creo que apoyaba de pensamiento pero no de acto ciertas cosas. En cuanto a Vincent parece claro que hubo una escalada de violencia en él y que cada vez tomaba menos en serio a Draco y lo despreciaba más, hasta que directamente se le enfrentó en la escena final de la Sala de los Menesteres.

En otro orden de cosas la semana pasada estuve en Londres y puse visitar los estudios de la Warner otra vez, y también fui a Oxford y estuve en Christ Church (el college en el que se inspiraron para diseñar el Gran comedor y que utilizaron en varias escenas), así que me ha servido de mucha inspiración.

Por otro lado, supongo que ya lo conocéis, pero si no es así os recomiendo mucho el juego de móvil de HOGWARTS MYSTERY. Es gratuito (aunque tiene sus cosillas de pago pero no es imprescindible pagar) y de hecho escribí algo así como un tutorial sobre él en el blog Todas Gamers con el que colaboro de manera habitual. Os dejaría el enlace pero ya sabéis que esta página los borra todos. Si queréis llegar a él basta con que pongáis "todas gamers hogwarts mystery" en google y os aparecerá directamente. En el juego puedes crearte tu propio personaje, elegir su nombre y aspecto, sus decisiones, su casa... es muy chulo :D Y además compartes clase con Charlie Weasley y Tonks (estoy a tope con esto) porque pasa años antes de que Harry Potter vaya a la escuela. La verdad es que a mí me tiene muy enganchada. ¡Ya me contaréis qué tal!

Por último, si todavía no os habéis olvidado del fic o habéis pasado de él porque tardo mucho en actualizar (lo cual sería comprensible) os agradecería mucho conocer vuestra opinión. ¡Gracias por todo!

Con mucho cariño, Dry

PD: Deja un review para que Draco te escolte hasta el despacho de Dumbledore, llevándote muy cerquita...