Hola.

Naruto no me pertenece. Sino que es obra de Masashi Kishimoto.


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La sangre lo mancha todo

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La muerte toca la puerta de la policía.

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Me planté delante de la primera vitrina de anillos de compromiso –valga aclarar- de la joyería del tal Kakuzu, agradecí no ver a Hidan, porque estaba segura que su hablaba me quitaría el poco valor que había ganado en unas horas.

—Sakura—me llamó Kakuzu, desde el otro lado de la habitación. Me sorprendió que recordara mi nombre, pero reconocía que él no sería una persona que descuidara sus relaciones sociales.

—Condiciones—exigí, y me molestó lo mucho que debí alzar la cabeza para no sentirme tan pequeña. Conocía hombres mucho más altos y nunca me había sentido tan intimidada. Quizá eran las cicatrices que al parecer atravesaban todo su cuerpo. Mi ojo médico las examinaba, ávida, preguntándome cómo las había obtenido.

—No tengo ni la menor idea de por qué Neji Hyuga te incluyó en este trato.

—No me pondrás en contra de él—lo interrumpí, mis ojos despegándose de los tatuajes circulares en sus brazos para mirarlo de nuevo al rostro, a aquellos ojos irritados, como si el brillo de la joyería le molestaran.

Él asintió, y mirándome de pies a cabeza, soltó:

—Quítate la ropa.

—No.

—Entonces, llamaré a Hidan.

—Mira. Esto no tiene sentido para mí. Nunca lo va a tener. Neji trató de convencerme de que el sistema no puede con ustedes, pero yo creo en Naruto. Naruto puede detenerlos.

—¿Quién es Naruto? —Volteé los ojos ante su comentario irónico. Naruto era el mejor fiscal en todo el país, y los que estaban fuera de la ley lo sabían mejor. Él soltó un gruñido, que quizá era una risa—. ¿A qué has venido? ¿A amenazarnos? No tienes nada contra ninguno de nosotros. La policía ni siquiera puede ligar a Hidan con El Creyente y eso que Hidan gritaría en el centro de la delegación policial que lo es.

—Por eso vine. Pienso averiguar cómo ligarlos. Toda técnica tiene una debilidad—gruñí, y me pareció adecuado citar la frase que Itachi Uchiha solía decirnos a los nuevos. Después de todo, fue Itachi Uchiha quien me convenció de que actuara.

Un mafioso de poca monta ofreció dinero por la cabeza de Neji, Kakuzu aceptó y convenció a Hidan de actuar; sin embargo, Neji descubrió la identidad del asesino en serie y salió con vida, ofreciendo un precio superior al que le habían dado a Kakuzu. Además, al saber quién era la persona que tantas vidas se había llevado, buscó apoyo en Itachi Uchiha, antes de acudir a la policía.

Itachi Uchiha conocía a Kakuzu como miembro de una oscura organización mafiosa y sabía que, aunque sin escrúpulos, se podía negociar con él. Por otra parte, Hidan tan solo era una bestia ignorante que encontraba placer al causarles dolor físico a las personas. Sin la protección de Kakuzu y la dosis adecuada de sedantes, cualquier hospital psiquiátrico se podría hacer cargo de él.

Negociarían con Kakuzu para que ofreciera su confesión y aceptara una pena disminuida, a cambio de enterrar a Hidan por siempre.

Un día normal para un abogado.

Fuera del plan de Neji e Itachi, Hanabi actuó. Escuchó ruidos en su casa, un hombre vociferando rezos y al ver los destrozos en la habitación de su primo y sus heridas, reconoció los signos de El Creyente. Atemorizada, llamó a la policía. Consciente de que Neji estaría en problemas en su familia si se descubría el peligro que significaba para la seguridad familiar, dijo que El Creyente la atacó.

Esa fue la primera vez que una mujer tan sagaz como Hanabi se comportó como una niña asustada y actúo sin pensar. Dos hombres tratando de matar a su primo fue demasiado para ella, y así se lo hizo ver a todo aquel que la increpó por su ingenua idea de buscar a la policía.

El chismorreo y la especulación de que estaban cerca de atrapar al asesino, molestaron a Kakuzu. La inicial negociación con Neji empezaba a peligrar y tanto Neji como Itachi eran lo suficientemente prudentes para saber que debían mover sus piezas con cuidado, después de todo, Kakuzu fue capaz de llevar a su muerte a Asuma Sarutobi. Si consideraba que ponían en riesgo su negocio, buscaría los medios para acabar con ellos.

Itachi, entonces, debió recurrir a las influencias de su familia para acallar el escándalo que Hanabi y sus nervios –en un momento de crispación, la muchacha se dejó decir que todos eran unos insensibles y que ella amaba a su primo-, habían causado. Con la cantidad justa de dinero, la investigación fue acallada.

Pero el mal ya estaba hecho.

Kakuzu no quería ni a los Hyuga ni a los Uchiha en sus negocios.

Así que después de una conversación con Itachi Uchiha, me sentía lo suficientemente convencida de que el sistema policial no podría detener a Hidan y a Kakuzu, mientras estuvieran juntos. Y que nosotros tres podríamos idear una manera para separarlos.

—Retírate de mi vista—dijo Kakuzu, finalmente.

—¡¿Retírat…?! Ni puedo decir esa mierda. ¿Por qué estás tan educado, anciano? —dijo Hidan, apareciendo de pronto tras de mí. No tuve mucho tiempo para reaccionar a sus gritos, así que solo me quedé quieta observándolo—. Cuando uno quiere echar a alguien, hay que rezar a Jashin para que se lleve su alma. ¿Quieres que Jashin tome el alma de esta mujer? ¡Le chuparé toda la sangre!

Lo que debió ocurrir hace horas, ocurrió en ese preciso momento. Las imágenes de todos los cadáveres que había tenido la oportunidad de estudiar, víctimas de Hidan, me asediaron. ¿En qué me había metido? No estaba lista para morir.

Las palabras de Itachi o de Neji explicándome procesos judiciales en los que se había utilizado testigos de la corona, personas que aceptaban su participación y denunciaban a los demás participantes, dejaron de tener sentido. De repente, solo pensaba que estaba a la par de un asesino múltiple y de un sicario.

—Te dije que te perdieras, Hidan—gruñó Kakuzu.

—¿Eh? ¡Ya sé qué es esto! ¡Estás celoso de mí, puto! Como me tiro a una vieja, que siempre viene a buscarme, te has conseguido a una putita. Pero de seguro esta perra se ha asustado al verte la cara tan horrible y no quiso chupártela. Digo, ¿quién querría? Pero, además, les has ofrecido una miseria… y aunque esté flaca y desgarbada, seguro que se considera una puta fina y quiere tu dinero…

—He llegado demasiado lejos—Hablé y Hidan murmuró que solo había ido dos veces a la tienda, pero yo lo ignoré—, como para permitir que me alejen. Descubriré cómo inculpar a Hidan, y tú me ayudarás en eso.

—¿Cuánto dinero me darás?

—Herejes, el dinero no le importa a Jashin.

—No se trata de dinero—repliqué.

—Al fin, alguien que entiende a Jashin. ¡No se trata de dinero!

—Entonces, estás perdiendo el tiempo.

—Descubriré cómo atraparlos. Cómo detener a El Creyente.

—Serás solo una víctima. Una cualquiera. Hidan podría sacrificarte en este preciso instante.

—Cómo odio ese apodo. Pueden llamarme "El más fiel y noble servidor de Jashin". El Creyente suena como si creyera en cualquier mierda. Jashin quiere que esta ciudad se cubra de sangre, y yo haré cumplir su palabra.

—Sakura—gruñó Kakuzu—, ¿te gustaría que habláramos de negocios lejos de este imbécil?

No sé por qué, pero sonreí.

.O.o.O.

Había sido enviada como mensajera. O al menos, eso me prometieron que sería. Solo debía transmitir el mensaje y debía actuar rápido, porque Kakuzu tenía negocios que mantener y un loco que satisfacer.

No tenía el tiempo para enfrentar dilemas: el incumplimiento a mi juramento hipocrático, la falta de moral y ética en mis actuaciones, y el miedo a ser atrapada. No tenía tiempo para nada de eso.

Kakuzu identificaba a una víctima, de su lista, exigía un precio. Neji o Itachi me buscaban, ideábamos distintas maneras para que la mercancía me fuera entregada, y yo debía asistir al punto de encuentro que Kakuzu había designado para la entrega.

Lamentablemente, debía quedarme con Kakuzu mientras examinaba minuciosamente el contenido del maletín: joyas, relojes, piedras, billetes extranjeros, inclusive me pareció reconocer piezas arqueológicas y unos jarrones que había visto en la biblioteca de la Mansión Hyuga.

La sensación de peligro empezó a disiparse conforme mejoraba en coordinar con Kakuzu, no me era difícil inventar excusas a mis amigos y familia, y empecé a encontrar interesante el tiempo que pasaba con Kakuzu: a su manera, solía darme datos atractivos sobre las joyas o los productos que le llevaba; sin embargo, a Hidan el dinero no lo contenía.

Las muertes a manos de El Creyente ocurrían, un indigente, una drogradicta, un solterón que nunca salía de casa: su perfil de víctima empezaba a ser de clase más baja, susceptible a desapariciones, lamentablemente, el tipo de persona que a nadie le importaba.

Antes de que pudiera darme cuenta, el expediente del caso de El Creyente se empolvaba en una esquina de los escritorios de todos los investigadores.

De vez en cuando, la mirada lastimera de Ino me recordaba que Hidan, a quien por suerte no veía mucho, fue quién le arrebató la vida a Asuma Sarutobi, a solicitud de Kakuzu, quien cobró la recompensa.

Mi solución era enterrar los momentos de duda y creer, con todas mis fuerzas, que lo que hacíamos: conseguir dinero, cumplir con las necesidades de Kakuzu e ignorar las rabietas de Hidan por tantos días sin sacrificios, valía la pena, que avanzábamos hacia una meta más importante y que lograríamos lo imposible.

"Testigo de la corona" era una frase lo suficientemente fuerte como para convencerme de que valía la pena todo lo que hacíamos. Kakuzu nos daría finalmente el precio de su libertad, crearía un escenario para atrapar a El Creyente y la fiscalía no tendría ninguna dificultad para enviar a Kakuzu a la cárcel y a Hidan al manicomio.

Conforme compartía más tiempo con Kakuzu, una insana atracción por él crecía en mí. He resultado débil al encanto de los hombres peligrosos, mi pasado estaba lleno de momentos en los que perdía mi dignidad y bragas por unas cuantas promesas vacías y cuando me enamoraba, irremediablemente, la gravedad de mis errores aumentaba.

Estaba tan acostumbrada a su presencia, a su olor a cigarro, a su voz grave y pausada, que cada día la distancia entre nuestros cuerpos se hacía más estrecha. Dejé de temerle a sus ojos punzantes, a las cicatrices en sus labios y a sus manos grandes. Empecé a anhelar la sensación de peligro cada vez que me escabullía para encontrarme con él, a dejarme llevar por sus palabras cuando me hablaba, a ansiar el próximo encuentro.

Estábamos en su oficina, en el segundo piso de la joyería, terminábamos de contar un cargamento de diamantes que Neji había logrado incautar a uno de sus clientes de un país vecino, cuando me di cuenta de lo fuera de control que estaba todo.

Por más pudientes que fueran sus familias o exitosos sus trabajos, ni Neji ni Itachi tenían los recursos suficientes para comprar la vida de personas, por tanto tiempo. Desde hacía algunas semanas, habían entrado en negocios oscuros para conseguir el dinero: trasiego de pinturas y obras artísticas, falsificación de productos finos, juegos con las finanzas de las empresas y los bonos del gobierno, utilización de información empresarial privilegiada.

Las actividades ilícitas y la maquinaria fuera de la ley que Neji e Itachi debían mover para satisfacer la avaricia de Kakuzu empezaban a ser tan poderoso como el mercado de órganos que Kakuzu empezaba a abandonar.

Pero, me di cuenta de que no me importaba. Tampoco tenía tiempo para preocuparme por eso.

—Acércate—me dijo Kakuzu.

Dejó de lado los diamantes y limpió la mesa del escritorio. Su esencia parecía abarcar toda la oficina, como si hubiera hilos enredándolo todo y atrayéndome hacia él.

—¿Tengo que estar cerca?

—Necesariamente.

Apenas podía contener el huracán de emociones que me sacudía por dentro. Kakuzu era un asesino, un avaro, un loco, el culpable de pesadillas, de tristezas, de dolores, y yo estaba a segundos de entregarme a él. Lo sabía.

Y la preocupación de Tsunade por el estado maltratado de los cadáveres y lo que debieron sufrir en vida, el desconsuelo de Ino por la muerte de su padrino, el estrés de Naruto por resolver el caso, no tenían espacio en mi mente; solo me importaban los dedos de él acariciando mi brazo.

Me giró, hasta que quedé dándole la espalda. Por tres segundos en los que contuve la respiración no sucedió nada. Sin embargo, de pronto se inclinó sobre mí, y agarrándome por la cintura, me subió la falda y acomodó su pene erecto bajo mis nalgas.

—¿Qué haces?—chillé, tratando de hacer contacto visual con él.

—Quiero tener sexo contigo, Sakura—dijo él, sus labios contra mi mejilla.

—No—le dije—. Así no. No me vas a coger de esta forma… como dice Hidan. No será como cogen los perros.

—Sakura—Su voz era grave, seria—. Apoya las condenadas manos en la mesa y deja de quejarte. Te prometo que no te la meteré por el culo. Te quiero de espaldas.

Le di un codazo y girando mi cintura todo lo que podía, lo miré directo a los ojos.

—Eres un idiota. Así no dejaré que lo hagas.

Kakuzu sin más me soltó y caminó hasta su silla. Su pantalón desacomodado y su miembro visible. Volteé los ojos, soltando un suspiro de fingida exasperación, y caminé hasta sentarme en su regazo. Perezosamente, colocó sus manos en mi cadera y me levantó un poco. Con lentitud, me quité la blusa y el sostén, y me acerqué hasta poder besarlo. Pasé la lengua por las cicatrices en su boca y antes de iniciar cualquier movimiento inicial, me preguntó:

—¿En esta posición, sí?

—Quiero verte—susurré.

—¿Estás segura?

Nadie creería que los ojos verdes de Kakuzu cambiaron su expresión, que las venas reventadas que oscurecían sus cuencas, tiritaron, cuando asentí con la cabeza, decidida. Por un momento, sentí que su mirada cambiaba, que era diferente, que era humana, y esa mirada me la estaba dedicando a mí.

Sus ojos nunca se despegaron de los míos.

.O.o.o.

Desperté en una habitación desconocida, con Kakuzu a mí lado, su cabello largo desperdigado por toda la almohada.

—Tengo que ir a trabajar—susurré, mientras recordaba de pronto mis obligaciones, la más importante, nunca salirme de mi rutina para evitar sospechas. Revisé mi beeper y me apresuré a contestar un mensaje de Tsunade—. Me pondré la misma ropa… Espero que nadie lo note—susurré para mí misma, pues Tsunade exigía inmediatamente mi presencia en el hospital.

Kakuzu se levantó de la cama, y al observar su ancha espalda, sentí un pinchazo de excitación.

—Qué ingenua eres—me dijo. Me senté en la cama y lo miré con el ceño fruncido, tratando de que su cuerpo y el recuerdo de la noche no nublaran más mis sentidos—. Dirás que Neji te atrasó. Te llevaré a tu casa.

Negué con la cabeza. A nadie le parecía sospechoso que mantuviera contacto con Neji, pues era conocido, al menos por mis amigos, que tuvimos una relación. Inclusive, Naruto en algún momento había dicho que le agradaba saber que habíamos limado asperezas. Sin embargo, no me hacía nada de gracia acudir a Neji como coartada.

—No hace falta ir hasta mi casa. Cuando me ponga la bata, nadie notará mi ropa.

Kakuzu frunció levemente el ceño, sacó ropa limpia de un armario y empezó a vestirse.

—No he llegado hasta aquí gracias a la falsa suposición de que nadie lo notará. Cuido cada uno de mis pasos, y eso incluye los que dé contigo. Así que también cuidarás cada uno de tus pasos.

—Puedo irme sola—murmuré, pero solo me sentí como una niña pequeña.

—No lo creo—dijo él. Salió de la habitación, supongo que en busca de mi ropa que había quedado en la oficina—. Hidan, eres un bastardo—Lo escuché decir.

—¿Con quién estás, viejo de mierda? ¿De quién es esta ropa? Ahora que terminaste, ¿la puedo usar yo?—Pude escuchar que Hidan le increpaba—. Después de todo, te gusta que te preste a la puta de la policía que viene a verme. Así que es válido que yo pueda estar con la tuya.

Kakuzu volvió a entrar, dejó mi ropa en la cama, y terminó de alistarse, mientras yo me mudaba. Tras la puerta, podíamos escuchar las pisadas de Hidan.

—¡No me moveré de aquí! Tendrán que salir y veré quién es tu puta, ateo de mierda.

Antes de salir, Kakuzu me dijo:

—Ya he estado en prisión. No me interesa volver.

Comprendí al instante que el plan de Neji había llegado a su fin. Pasara lo que pasara, Kakuzu ya no colaboraría con nosotros, pero tampoco podría estar segura de si colaboraría con Hidan.

—¡Ja! ¡Te pillé!—gritó Hidan cuando salimos, pero se quedó callado al ver que se trataba de mí—. ¡Kakuzu-chan!—dijo con voz temblorosa, como si no creyera que me veía—. ¿Qué significa esto? ¿Me estás traicionando…?

Kakuzu me sujetó de la mano y me apuró para salir.

—No tenemos tiempo—dijo, y caminamos hacia la salida, suavemente enredamos los dedos, hasta que debimos separarnos cuando monté en el taxi. Kakuzu pagó al chofer—. Entra a tu casa por la puerta de atrás—me indicó.

Me fui sin siquiera mirarlo, porque en ese momento, no sabía que sería la última vez que lo vería. Estaba preocupada por las dos horas de atraso que tenía y le pedí al taxista que por favor me llevara al hospital, sin embargo, el hombre me dejó cerca de mi casa y no arrancó el auto hasta asegurarse de que yo entraba al jardín.

—Buenos días, Sakura—me saludó una voz masculina. Grité y dejé caer mi bolso del susto, pues no esperaba que alguien me esperara en mi casa.

—¡Neji! —gemí, sin saber si me aliviaba encontrarlo o no—. ¿Qué haces aquí? —inquirí, pero él me miraba sorprendido de pies a cabeza, como tratando de descifrar qué había pasado conmigo. Supuse que no tenía muy buen aspecto, y avergonzada, le dije—. Puedo explicarlo.

—No hace falta—cortó él—. Solo decidí esperar a que vinieras.

—¿Por qué?

—Porque pensé que podría…—Se detuvo, pensativo—, pensé que podrías necesitar mi ayuda.

—¿Por qué?

—Porque nunca has llegado tarde al trabajo. En cuanto me enteré, decidí venir aquí… pensando que podría serte de ayuda.

—¿Kakuzu te dijo?

Neji achicó los ojos.

—¿Estabas con él? —Mi respuesta fue más que clara: mis mejillas delatándome—. Alístate—murmuró él, sin mirarme—. Si queremos que la justificación sea creíble no podemos durar mucho.

—¿Quién te dijo que estaba tarde?—Quise saber, pero él no me respondió. Así que fui a mi habitación por una ducha rápida.

Me sorprendió encontrar a Neji en la cocina, había preparada un desayuno. Fue en ese momento que noté que la radio que solía escuchar mientras me alistaba, estaba desconectada y en otra posición. La acomodé, y la encendí, por acto reflejo.

—"… la mitad de sus accionistas fueron separados de sus cargos, con lo que quedan dudas los cierres de varios tratos que la policía fiscal investiga. Neji Hyuga el principal sospecho del desfalco deberá enfre…"

La noticia me dejó fría. Explicaba por qué él estaba en mi casa. Lo descubrieron. Lo despidieron. Y acudió a mí.

Neji rehuyó mi mirada, otra vez, apagó la radio.

—Tiene interferencia, me molesta ese ruido—murmuró, como si esa excusa fuera suficiente.

—¿Qué puedo hacer?

—Tener cuidado—susurró.

.O.o.O.

Por unas semanas la falta de noticias sobre asesinatos y sobre su joyería, me hicieron creer que había regresado a los días de antaño, a mi normalidad, que ya no debía coquetear con los límites de lo incorrecto y lo nefasto.

Además, estaba demasiado ocupada lidiando con la caída de Neji, ahora investigado por una sarta de delitos de cuello blanco, como para pensar en Kakuzu.

Hasta que a la morgue llegó el cuerpo de una mujer que había fallecido en una prestigiosa tienda del centro de la ciudad.

Realicé la autopsia en compañía de Tsunade y Shizune, como hacíamos cuando era un caso especialmente difícil, y después observé al hombre de la funeraria llevarse el cuerpo de Anko Mitarashi, mujer, 44 años, soltera, causa de defunción: estrangulamiento.

A decir verdad le apretaron con tanta fuerza el cuello que fue desnucada, le sacaron los huesos de la nuca de su lugar.

El hombre de la funeraria se despidió con la mano de nosotras y continuó empujando la camilla. En la recepción de la morgue, nadie dijo nada. Shizune se giró para recoger el instrumental y Tsunade, simplemente, se marchó.

Nunca era agradable atender el caso de una persona conocida. Uno se podía acostumbrar a la piel amarillenta, a los olores, a la mirada pérdida de los cadáveres, pero ver a una persona conocida en la camilla de la morgue era una experiencia inolvidable y dolorosa.

—Es hora de irnos—me dijo suavemente Shizune.

Por un momento, tuve el impulso de abrazarla. Sabía del buen vínculo que había entre ella y Anko. Sin embargo, no fui capaz de acercarme, no con el pecado que yo cargaba y que acababa de descubrir.

La imagen de Anko muerta no dejaría mi cabeza. Las circunstancias de su muerte, simplemente, no quería enfrentarlas. No era capaz de soportar lo que implicaba. Lo que yo había causado.

—Sakura—me llamó Naruto que nos esperaba al final del pasillo. El hombre dio rápidas zancadas y abrazó a Shizune, que se estremeció con el contacto y lloró. Ese era el abrazo que yo no podía darle.

Kakashi y Kurenai aparecieron tras Naruto, sus rostros preocupados y afligidos. No me quedaron dudas de que al expediente de El Creyente se le había sumado una nueva página.

Kakashi me solicitó el reporte preliminar, después de que Kurenai y Shizune se retiraron.

—No hay signos de forcejeo. Encontramos líquido pre-seminal. Estaba con un hombre que mientras la penetraba, le rompió el cuello—dije y deseé ser incapaz de escuchar y entender mis propias palabras. Pero en el fondo sabía que hacía mucho había dejado de entender, porque de haber entendido el peligro que me rodeaba, jamás habría actuado como lo hice.

—¿Solo un sospechoso?

Asentí.

—Por la posición del cuerpo, las marcas de los dedos y el estancamiento de la sangre… Fue muy rápido, durante el coito, con una posición en la que ella le daba la espalda, no le miraba de frente. Y él le quebró el cuello—expliqué, sin poder mirarlos a los ojos—.Un hombre con manos grandes y fuertes, capaz de romper huesos. Probablemente, no tuvo tiempo de reaccionar.

—Indagaremos a los hombres que conocía—Y ese comentario no me estremeció, aunque implicara considerar como sospechosos a muchos de mis amigos y conocidos.

—Es un delito sexual—asumió Naruto.

—Podría ser—dije no muy segura.

Pude sentir el peso de la duda en la mirada que Naruto me dirigió. Era muy usual que un caso iniciara como un delito sexual y terminara con un asesinato. Los dos hombres sabían que yo era capaz de decirlo en voz alta, pero en esta ocasión, primero necesitaba reunir todo mi aplomo para mantener el tono profesional.

—Había lesiones anteriores, probablemente, causadas por sexo no seguro. Prácticas sadomasoquistas, que dejaron secuelas graves en su cuerpo. Además… desde hacía un tiempo, según revisamos en su expediente, se había incapacitado varias veces y en más de una oportunidad la vi cojear. Dios—susurré, estaba segura de que si continuaba hablando perdería el poco control que me quedaba.

—¿Quieres decir que el asesino podría ser el hombre que había estado frecuentando y que le causó esas heridas anteriormente?

Asentí, la mentira a flor de piel. Las cicatrices que habíamos encontrado en el cuerpo de Anko, aunque fueran recientes, nada tenían que ver con los huesos de su nuca rotos. Sin embargo, cualquier ojo entrenado en el caso de El Creyente reconocería las heridas: Anko parecía una víctima de El Creyente, pero su causa de muerte fue estrangulamiento. El Creyente había cortado cabezas, pero nunca estrangulado.

—¿Podría ser un nuevo asesino en serie?—preguntó Naruto, en voz baja.

La mirada que Kakashi me dirigió revolvió mi interior, no era capaz de alcanzar alguna pureza en mí, pero al menos me dio el valor para dar un buen diagnóstico, después de todo, estaba tan hundida en el lodo como Kakuzu o Hidan. Haber perdido a Neji, la comunicación con Kakuzu y a una compañera eran parte del camino que solo tenía una meta, no importaba si yo quería o no llegar.

—Parece un caso aislado…—expliqué—. Los crímenes de El Creyente son tan sangrientos que pareciera simplemente que se quedó dormida. Sin embargo, la capacidad de cubrir huellas es en los dos casos, muy cuidadosa. Además…—me mordí el labio, preocupada—. Las anteriores heridas en su cuerpo tienen el mismo patrón que las causadas por El Creyente en sus víctimas; sin embargo, en An… ella no resultaron mortales.

—Espera, si dices que son las mismas heridas y que las tenía desde antes… ¿A caso Anko conocía a El Creyente?

—Es el mismo patrón de heridas… pero la última… la herida que le causó la muerte… el cuello… el cuello fue roto. El Creyente nunca ha hecho eso.

—¿Acaso El Creyente…?—insistió Naruto, pero Kakashi lo interrumpió.

—¿Crees que fue su cómplice?

Asentí. Y fue la primera vez en dos años que alguien le dio credibilidad a la teoría de que se trataba de dos hombres.

—La víctima—No me atrevía a llamarla por su nombre y mis manos temblaban cada vez más—, debió haber realizado prácticas sadomasoquistas con Hidan, pero ella no era parte de ningún ritual. Su muerte parece un arranque de ira a manos de otra persona, quien estaba muy familiarizada con la técnica de tortura…

—Sakura—La voz de Naruto temblaba—, ¿llamaste a El Creyente: Hidan?

La mirada dolida y estupefacta que me dirigían los dos, fue solo una gota en un océano de decepción.

Anko había estado viéndose con Hidan, con El Creyente, sus heridas no letales habían sido causadas por la habilidad de Hidan; sin embargo, por alguna circunstancia también tuvo relaciones sexuales con Kakuzu, y Kakuzu mientras la penetraba, la mató.

¿A caso por qué ella se había negado a mirarlo directo al rostro?

No me quedó de otra que enfrentar la noche y desear, vanamente y con todas mis fuerzas, que no todo estuviera perdido para mí, que pudiera encontrar alguna salvación, que el mundo no fuera tan malo como aparentaba.

Fin.


Sakura no irá tantos años a la cárcel, como Neji.

Y ya ven por qué es un trash fic. Realmente, lo publiqué porque ya estaba listo y, sí, acepto que mi cabeza a veces piensa estas tonteras. Puede que lamente haberlo compartido. Realmente, no.

Le agradezco mucho a las personas que leyeron: espero se hayan entretenido, y cualquier comentario, será de gran provecho para mí.

¡Saludos!