Una semana.
Era el tiempo que había transcurrido, siete días, siete tortuosos y difíciles días desde el Weirmageddon. No sabía cuánto más iba a poder con una rutina como aquella: corriendo con los víveres abrazados contra el pecho, esquivando las ramas afiladas de los frondosos árboles, saltando rocas puntiagudas, troncos huecos de árboles derribados, tropezando sobre fango resbaladizo….
Únicamente para llegar a salvo de la ira de los estúpidos pobladores de ese extraño pueblo a su "guarida", como gustaban llamarle todos a su habitación en el medio del bosque. Cada día era mucho más difícil conseguir pasar desapercibido por todos.
Recostó la espalda contra el grueso tronco de un alto y fuerte pino, halando aire por los labios en forma casi violenta mientras se aferraba a sus compras como si su vida dependiera de ello, en parte así era. Se obligó a cerrar los labios, escuchando los pasos bastante lejanos de un grupo de leñadores.
Sus dorados cabellos revueltos sobre su frente, cayendo por su rostro de forma caprichosamente desordenada.
Últimamente a los pobladores les había dado por darle caza. Incluso la que fue en un momento de conveniencia la aliada familia Noroeste, quienes habían quedado en la ruina –o algo parecido –después de perder su prestigio en el Weirmageddon.
Últimamente ser un demonio del sueño estaba dejando de serle útil: su cuerpo humano, lejos de lo que creyó en primera instancia, continuaba resintiendo el uso excesivo de su energía demoniaca y le impedía utilizar una enorme cantidad de habilidades sin colapsar por cuatro –en el mejor de los casos –días consecutivos.
Últimamente la soledad se había vuelto insoportable: hablaba literalmente consigo mismo, William era él, después de todo. Después de haber estado completamente solo en el Mind Scape y probar la vida aburrida y cotidiana en familia estar completamente solo era un tanto difícil. Últimamente…últimamente echaba de menos a Dipper….
Negó con la cabeza rápidamente, sacudiéndose esas ideas antes de volver la mirada a los costados, agudizando el oído; ya no escuchaba los pasos de nadie.
Hablando del inútil, William corría en su dirección, agitado y con el rostro ruborizado por el esfuerzo. William era, probablemente, el inútil más útil que podría encontrar.
Después de concluir con el Weirmageddon él fue lo único que no pudo irse y no porque fuera o no otro ser sin forma física, era porque ambos eran en realidad la misma persona, si él no se iba William tampoco lo haría. Además de todo, el rubio exactamente igual a él había sido de mucha utilidad al ayudarle a "reconstruir" la figura molecular y celular de la pelirroja Wendy Corduroy, era una suerte para ambos que su conciencia y parte espiritual hubiesen estado flotando perdidamente en el Mind Scape.
El rubio se detuvo frente a él, sosteniendo su peso sobre sus rodillas, jadeando.
-Will ¿Qué pasó? –Preguntó, buscando con la mirada a algún humano que corriese tras él, más, afortunadamente para ambos no había tal-
-Los perdí al norte –Explicó a grandes rasgos –fue horrible, me lanzaban cuchillas y hachas…Una mujer me golpeó la cabeza con una zapato –Comentó entre jadeos antes de incorporarse, colocándose las manos sobre la espalda baja –la siguiente te toca a ti…. –Ordenó frotándose la parte trasera de la cabeza con una de sus manos-
El rubio original no pudo si no reírse consigo mismo, formando en sus ojos medias lunas con la sonrisa amplia que mostraba sus perfectos dientes blancos. Con lo que llevaba en las bolsas de compras la comida aguantaría únicamente dos días más….
-En tus putos sueños –Borró la sonrisa de su semblante, caminando a la derecha a pasos firmes-
-No es justo para mí –Frunció los labios, bufando, encorvando la espalda con notable disgusto-
-No, no lo es –Río ligeramente, encaminándose a su hogar-
Ambos acordaban un plan de escape, distrayendo a la horda de pobladores, llevándoles lejos de su habitación y dejando pistas falsas de su paradero mientras el otro esperaba en un punto específico con los víveres en mano.
Esto, era claro, se llevaba a cabo cada dos días, desgraciadamente, era una rutina que al parecer los pobladores habían aprendido ya, y un grupo les esperaba en la entrada del bosque, uno más pequeño en el pueblo y uno más en donde les hubiesen encontrado en sus antiguas persecuciones –era una suerte que esos ignorantes creyeran que era solamente un Cipher al que buscaban, su buena organización ya hubiese capturado al único de ser verdad –era un milagro que al fin utilizaran la cabeza para lo que era.
En un gesto de disgusto el rubio con detalles azules en su playera de vestir abrazó al rubio de amarillo por la espalda, recostando su frente contra su nuca, murmurando entre gruñidos infantiles.
-Ya, desaparece –Refunfuñó con sus brazos enredados en su cintura-
-El que desaparece eres tú –Respondió sonriendo este, viéndole por encima del hombro-
En un suspiro de ambos William se convirtió en energía dorada que entró por cada uno de sus poros en formas delgadas de hilillos que flotaban cuan éter por el ambiente, Bill jadeó en un suspiro mientras sus ojos se iluminaban de azul eléctrico, sus parpados cayendo lentamente mientras recibía la energía dorada, apretó entre sus dedos la bolsa de papel, profiriendo un callado gemido cuando todo terminó.
Sentir que de nuevo ambos volvían a ser uno era siempre algo que acarreaba sensaciones contrariadas, primero que nada era un placentero aumento de energía que hacía a sus pómulos brillar en dorado y a sus ojos en fulguroso azul eléctrico, seguidamente su piel se iluminaba, brillante y sana, perdiendo el toque amarillento que su actual estado conllevaba, llevándose la constante molestia que eran las marcas negras de sus clavículas, hombros y cuello.
Por desgracia no era por mucho tiempo, pues a los minutos el significativo aumento en su energía terminaba por causarle daño, haciéndole sentir intermitente dolor por toda su anatomía.
-Maravilloso –Gimió en protesta, llevando su mano izquierda a su rostro, tocando con la punta de dos de sus dedos justo bajo su nariz únicamente para recoger unas cuantas gotas de líquido carmesí-
Observó su sangre en sus dedos desnudos, últimamente era mucho más frecuente y escabrosamente cotidiano. Sangre espesa de un profundo y oscuro tono rojizo.
Sin perder un solo segundo se perdió en la entrada a su habitación, inhalando hondo al dejarse caer de espaldas contra una de las paredes, sosteniendo entre sus brazos las bolsas de compras. Estaba agotado, mental y físicamente hablando.
Había perdido la capacidad para multiplicarse en clones perfectos, era sorprendente que cuando intentaba hacerlo era únicamente uno el que se lograba y no era precisamente un clon, era William, incluso ambos se habían resignado a llamarse a sí mismos por nombres, pues, contrario al resto de sus clones, William guardaba recuerdos de emociones vividas y opiniones propias, peculiar y extraño, pensaba cada vez que recordaba el palpable hecho.
Por algún motivo que desconocía al chico le gustaba estar juntos, ambos, formando una sola entidad y no lo culpaba, ni lo juzga, él mismo debía admitir que era en cierta forma agradable volver a sentirse medianamente completo, pero el meollo del asunto era el dolor físico y el deterioro lento que ambos le estaban dando a su cuerpo humano, no era para nada, ni de lejos, algo sano y mucho menos sensato.
Demonios si hasta era estúpido. Pero estaban juntos y eso era de algún modo reconfortante.
Aspiró hondo, contemplando su habitación entera.
Había movido unas cuantas cosas después de que Weirmageddon terminase: la cama había conservado el aroma a madera húmeda y agujas de pino que Dipper poseía, todo entremezclado con el suyo, algo que sus agudizados sentidos pedían a gritos no olfatear ni un poco más. No porque le disgustase, era bien sabido que era algo que adoraba, el motivo distaba demasiado de ser aquel, sencillamente su cuerpo continuaba exigiéndole pasar su olfato por encima de ese aroma a Dipper, le quería cerca, tener su esencia grabada en los sentidos servía únicamente para reprocharle el que no le buscara.
Odiaba la naturaleza humana, después de todo, todos los humanos sentían lo mismo que él cuando su única pareja se marchaba ¿Cierto?
Pareja… ¿Lo eran acaso? Para Dipper no, no lo eran, ellos eran… solo dos desconocidos que habían querido que algo sin nombre funcionara….Cerró los ojos unos segundos, recordando perfectamente el instante en que este rompió cualquier posible lazo que les conectara.
Le había rechazado, y había dolido, literalmente, era como si cientos de voltios le hubiesen quemado por dentro cuando borró su memoria, cuando escuchó de los labios ajenos un "No quiero estar contigo" su propio cuerpo le castigaba dando latigazos de dolor al sentir el irremediable rechazo en la energía del único ser humano que parecía asimilarle.
¿Qué pasaba? Agitó por segunda vez la cabeza, aspiró hondo y se puso de pie, pasándose una mano por encima de la adolorida nuca antes de dirigirse al fondo de la habitación, a la derecha le recibía la entrada de la amplia cocina recientemente creada, colocó las compras en la encimera, misma en que él mismo se apoyó, suspirando con afligido cansancio.
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Fijó sus ojos sobre la ventana, la tarde caía lenta, él, con la mirada ausente observaba todo, sentado sobre la silla, frente a su escritorio pequeño de madera.
En sus dedos un lápiz de madera no dejaba de dar vueltas, lento y constante, su cuaderno de deberes abierto de par en par, sin ser tocado ni una sola vez mientras la tarea de trigonometría esperaba para ser resuelta.
Su mirada avellana se perdía mientras en sus labios una mueca ausente se formaba.
Hace una semana que habían vuelto a casa, el primer día de clases había pasado ya hace tres días y él continuaba teniendo la sensación imposible de borrar, algo hacía falta en su cabeza, a su lado.
Algo estaba ausente ¿Pero qué era? En ese momento se detuvo, parando de golpe los movimientos de sus dedos para con el lápiz, fijando sus ojos sobre las hojas vacías de toda nota, delineando con la mirada los surcos azules.
Frunció las cejas, nada estaba bien.
Al volver a su hogar había sentido un tremendo vacío existencial que se intensificaba cada vez más, sentía a su mente divagar en el infinito, como si buscase algo de forma desesperada.
Su cabeza estaba llena de recuerdos bastante vanos del verano completo, recuerdos vacíos, carentes de emociones, como si realmente no los hubiera vivido así, podía verlos dibujados en su cabeza pero no recordaba las emociones. Veía todo en tercera persona.
Stanford aparecía en la mayoría, explicándole el funcionamiento de un filtro interdimencional. Quizá era eso lo más emocionante de todo su verano.
Y al regresar Mabel nunca había hecho mención alguna de algo, más, podía verla acariciando su preciado libro de recuerdos que año tras año elaboraba, algún amor platónico del que seguramente él se perdió, seguramente.
Por más que quiso poner sus manos sobre él ella jamás le permitió hacerlo.
En ese momento echó la cabeza hacia atrás, aspirando hondo, frotándose los ojos con cansancio por debajo de las lentillas, era insoportable no poder dormir bien por las noches.
Su mente le impedía cerrar los ojos y cuando lo hacía de inmediato cientos de dudas le asediaban, preguntándole, mudas, por esas sensaciones diarias de dolor en el pecho y repentino ahogo.
Había ocasiones en que sentía que su cabeza iba a estallar por culpa de todos esos pensamientos. Últimamente estaba demasiado ausente, en clases, en su hogar, en las actividades diarias, toda su vida era un completo caos.
Fijó los ojos en el techo, la calidez de la luz solar no llegaba a él. Su habitación adquiriendo un dulce tono naranjo le llevó a la memoria una sensación nueva: calidez… desgraciadamente recordaba la sensación, no la sentía.
Melancólico, así se sentía y no sabía el motivo.
La puerta de su habitación fue abierta con decisión, sobresaltándole de inmediato; se irguió sobre su asiento, volviendo la mirada a su recién llegada hermana, que sonreía amable al entrar –como siempre –sin su permiso.
-Hey, Dipp –Dijo a modo de saludo, antes de sentarse sobre la cama individual del moreno –Ford llamó, envía saludos. No te lo he pasado porque supuse que estabas ocupado….
Asintió son girarse a verla, demasiado metido en sus asuntos mentales, acariciando de vez en cuando el delicado brazalete de colores brillantes, no recordaba donde lo había obtenido, sin embargo, había algo que le envolvía al concentrarse en él, una sensación tan familiar y palpable que le obligaba a no deshacerse de él ni cuestionar que debía quedarse atado a su muñeca.
No supo si quiera cuando su hermana salió de la habitación.
En momentos como ese observar fijamente los colores que extrañamente emitían un precioso y fulguroso color azul bajo la adecuada iluminación ayudaba verdaderamente a apaciguar el lío que era su cabeza.
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Comenzaba un nuevo día de clases, tan rápido como su desganado cuerpo le permitía se puso de pie, pasándose una mano por entre los desordenados cabellos. Realmente no tenía ánimos para asistir al colegio, pero suponía que nada podía hacerse.
Frente al espejo colocó sus cabellos en orden, dejándolos caer sobre su frente. Apenas estuvo presentable y listo salió de su hogar con Mabel a su lado, ella sonreía, corriendo al autobús con él pisándole los talones, pero él no podía compartir su alegría.
Sus jeans de bolsas delanteras recibieron sus manos cuando caminaba buscando el sitio que su hermana siempre le guardaba. Volvió la mirada veloz a todos los presentes. Chicas y chicos de su edad, rostros apenas conocidos, suspiró hondo y tomó lugar.
El otoño estaba cerca, lo gritaba el viento violento que soplaba fuera del autobús.
Debía saberlo, pues al bajar sus cabellos se alborotaron completamente sobre su cabeza, descubriéndole la frente. Nunca se percató de este hecho y así entró a clase de álgebra.
Una chica se acercó a él a mitad de la clase, en donde todos formaban parejas para elaborar una exposición ante sus compañeros. No estaba habituado a ello, con normalidad era evitado y él mismo evitaba a las personas. Sin embargo, no se consideraba así mismo una persona antisocial, únicamente le era complicado. Supuso que en esa ocasión sería algo distinto puesto que fue la chica, Sara, quien se acercó a él.
Sara era una persona hasta cierto punto amable, tenía grandes ojos azules y un rostro pequeño que era acentuado por su corto cabello rubio que caía sobre sus hombros, era ella, una chica bastante linda a su parecer. Su piel ligeramente más clara que la suya.
Le sonrió y ella no dudó en devolver la sonrisa.
Todo marchaba perfectamente, ambos se sentaron en los pupitres compartidos. De un segundo a otro ella levantó la mirada hacia su frente, en donde el asomo de su marca de nacimiento era apenas visible entre los despeinados cabellos que el viento de antaño había separado.
Al verla callada comenzó a sentir una extraña incomodidad corriendo su cuerpo, y volvió a verla hasta que ella habló.
-¿Qué te pasó en la frente? –Cuestionó como no deseando hacerlo, una cuestión casi para sí misma-
Los ojos avellanos se abrieron de golpe, causando al castaño la inmediata reacción que le obligó a desviar la mirada.
-Nada, es solo…. –Sus palabras se atoraron en su garganta-
Con su mano izquierda reacomodó sus cabellos, ocultando de nueva cuenta la causa de su incomodidad para con la chica.
Ella al ver su reacción se apresuró a carraspear, bajando la mirada a su cuaderno abierto de par en par en busca de una respuesta.
-Perdona –Dijo seguidamente, notablemente incómoda-
-No, está bien –Cortó el moreno forzando una sonrisa amable-
Seguido de eso continuaron con el proyecto, sin embargo, la atmosfera amigable de antaño se vio opacada por una bruma de incomodidad de parte del chico de avellanos ojos, al parecer era algo que nadie comprendía, cómo alguien podía alejarse de un segundo a otro.
Era cierto, ella no había mencionado su penosa marca de nacimiento por molestar, pero sí que la había visto cómo todo el mundo hacía: con una pizca de morbosa y desagradable curiosidad.
Toda la clase se la pasó evitando contacto visual con ella, sin percatarse de eso. Y Sara parecía querer seguir disculpándose, pues le observaba con una mescla de compasión e incomodidad.
Una mezcla de sensaciones que le repugnaban.
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Una repentina incomodidad arribó al cuerpo delgado del único Cipher, que se encontraba en el centro de su cocina, colocando en un tazón las hojuelas bañadas en miel que serían el desayuno de esa mañana tan particular.
Se llevó entonces una mano al estómago, no era dolor, no era hambre…era un nudo que se formaba, un nudo irreal que podía sentirse. ¿Nerviosismo? ¿Ansiedad? Era algo confuso, era…incómodo y extraño, un hueco acompañaba a ese nudo, quitándole en menos de un parpadeo el apetito por el tazón de cereal, que observó con ceño desinteresando antes de gruñir y pasar de largo a la habitación.
Una nueva sensación abordaba su cuerpo que comenzaba a tiritar, ansioso.
Se tiró bocabajo sobre la cama, ocultando el rostro entre las muy suaves almohadas que escondían el molesto aroma a pinos del castaño. Gruñó en desasosiego.
No le encantaba, en lo más mínimo, sentir esa estúpida conexión necesitada y unilateral que al parecer el mellizo Pines siempre había ignorado. Maldito sea el desespero que le poseyó aquella noche.
¿En qué pensaba, además? Si un seguro para mantenerle a su lado era lo que quería esa había sido por demás la manera más estúpida de hacerlo y ni siquiera brindaba un resultado favorable.
Su estómago se cerraba, se cerraba con fuerza y ni siquiera conseguía ponerse de acuerdo con su muy, Estúpido, estúpido cuerpo humano.
Frunció las cejas con el rostro oculto, su estúpido cuerpo pedía alimento, pedía energía y su estómago se negaba a recibir pizca alguna de algo comestible. Maldito sea el cuerpo humano, pensaba entre gruñidos inconformes.
Se preguntó en ese segundo en soledad, si el resto de los humanos pasaba por ese estado tan doloroso –físico y emocional –de separación y por segundos incontables se preguntaba qué había fallado en sus cálculos para mantener todo entre ellos a flote.
Dipper….
Apretó en un puño sus manos, frunciendo en ira el ceño. Últimamente era la única emoción que controlaba en su cuerpo, decidiendo cuando podía sentir rabia hacia alguien. Sus párpados cayeron cuando giró el rostro de lado.
Su ira era irracional…irracional, cómo todo en los humanos.
Últimamente pensaba demasiado en Pyronica, preguntándose si quizá, de haberla inmiscuido más en sus planes algo de ellos hubiese funcionado como lo tenía pensado, terminaba, sin embargo, pensando siempre que ella poco o nada habría podido hacer, era tan o más ignorante de la humanidad que él.
¿Cuál era el sentido de todo?
Se llevó una mano al pecho, donde su corazón latía a marchas formadas en su –cada vez más deteriorado –cuerpo humano; su cuerpo gemía por una paz que no lograba conseguir, pidiendo clemencia por un mal invisible que le azotaba sin piedad alguna.
¿Lo había valido?
Al principio tal vez, pero todo era tan confuso para él, tan intenso y tan diferente, todo tan ajeno…no era suyo ese mundo ni ninguna de las sensaciones que pudiera tener, él era un fuereño, un ser extraño que no pertenecía allí y ni el ser un poderoso demonio del sueño le había salvado de aquel mundo de emociones.
Maldijo el exceso de confianza que alguna vez le dijo su amiga que iba a ser su perdición, vaya boca de profeta que poseía aquella chica, pues como lo había dicho alguna vez, fue lo que le hizo perder.
Quiso reírse de sí mismo cuando se dio cuenta, había perdido, él perdió, perdió en un juego que no conocía. Jugó y no ganó como era su costumbre.
Las centurias de edad que poseía no eran nada, no compensaban su ignorancia al mundo humano, nada, ninguno de sus vastos conocimientos había servido para enfrentarse al hecho de tener que decir adiós a todo por lo que trabajó por la simple petición de su maltrecho corazón….
Apretó su puño en esa zona de su pecho, violento y en un gruñido, como si aquello borrara sus acciones o le hiciera recapacitar.
Dipper le había moldeado como había sido su voluntad y después de observar su trabajo simplemente, decidido que no era suficientemente bueno; le había dejado de lado por no cumplir sus expectativas ¿Era eso? ¿Qué otra cosa pudiera ser si no? Detestaba la frágil manera de pensar de un humano.
Su mente tan cambiante. Nada era seguro con ellos.
Aspiró hondo, sentándose sobre la cama, su vista clavada en sus rodillas vestidas de tela negra, suave. Sus párpados cayeron, sus espesas pestañas recostadas contra sus mejillas y su respirar inquieto que se apaciguaba.
Podía aprender a lidiarlo. Apretó ligeramente el ceño, frunciendo las cejas en un intento por calmar la velocidad con la que corrían sus pensamientos atolondrados que vagaban todos hacia algo que no era de su mundo.
Ajeno a todo, ajeno a él, algo que no le pertenecía y que se negaba a dejar ir: Dipper.
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Había tanto que aclarar aún, tanto que todavía desconocía y no tenía oportunidad alguna de internarlo.
Recordaba vagamente la mirada interrogante y desconcertada de Stanford ¿Por qué había dado un paso atrás y sencillamente había terminado con todo por lo que trabajó?
Lo que era peor aún, los ojos expresivos del mellizo, que se llenaron de odio cuando le contempló, dolía en alguna zona de su pecho.
No escapaba de nada, escondidos por allí continuaban todos los seres míticos de Gravity Falls, incluyendo a los gnomos y los hombretauro, y joder si no se le erizaba la piel cuando –obligado a salir de su refugio –temía encontrarse con estos últimos ¿Qué iba a hacer alguien como él contra criaturas de semejante tamaño…?
Ese era uno de esos momentos….
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Dipper echó la cabeza contra sus almohadas, cayendo de golpe sobre su cama. Estaba exhausto después de una paliza en futbol americano…
¿Qué demonios? A él ni siquiera le iba el deporte, él era más un chico de libros y tranquilos paseos al atardecer, y si había algún deporte que pudiese practicar no era ese, béisbol, quizá… sin embargo, su padre parecía tener planes distintos para él al inscribirle en el equipo de la universidad.
Odiaba la presión que ejercían sobre él para mantenerle siendo un chico "Normal" era estúpido…más no era algo que pudiera cambiar con nada más que terminar aceptando.
Los entrenamientos eran un asco, los golpes con chicos más grandes que él eran dolorosos. Lo peor de todo era que por algún motivo él siempre terminaba con el balón en las manos…. Sin embargo, había algo bueno y extraordinario de toda esa odisea, y era que al final del día, primero que nada no había muerto, y su cuerpo no estaba repleto de hematomas morados –como creyó al momento de los impactos –que sería.
Sus clavículas no tenían marca alguna y eso era –para él –algo grandioso; sí, estaba exhausto, agotado y ¿Por qué no decirlo? Desganado de todo, pero su cuerpo al menos no dolía como sabía que debía suceder.
De esos entrenamientos ya pasaban dos semanas, y maravillosamente había una tregua de paz entre él, la escuela, el futbol y sus padres….
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Gimió con la cabeza contra las sábanas suaves de su cama, que más hubiese deseado él que ese gemido fuese por el placer de recostarse y no causa del dolor que producía el tacto contra su amoratado torso; su cuerpo se entumía y quemaba. Grandes moratones adornaban la piel blanca de su torso, sus clavículas y brazos.
Si alguien le viese desnudo preguntaría cuantos le golpearon, más, estando solamente con William a su lado, el rubio no tuvo tiempo más que a recostarse, no sin antes haber desnudado la parte superior de su cuerpo, permitiéndole a su contraparte analizarle a fondo.
Los ojos grandes del otro le analizaban con atención.
-Sí…son morados –Asintió en una mueca pensativa el chico junto a él-
Bufó rodando los ojos.
Evidentemente lo eran. Maldición si aparecían de la nada.
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Un mes había pasado ya y el otoño golpeaba con fuerza todo California, Mabel y Dipper caminaban por las calles de la ciudad esa tarde sin sol y frío viento que olía a invierno.
Cada uno con un vaso de cartón lleno de humeante café en sus manos.
-Habrá un baile de otoño ¿Lo imaginas? Será muy divertido ¿Sabías que soy una de las organizadoras? –Preguntó la morena con ganas de iniciar una conversación con su mellizo-
Desde que regresaran de Gravity Falls las cosas no eran lo mismo entre ellos y el moreno no sabía explicar qué era exactamente lo que había cambiado entre los dos.
El moreno se acomodó la bufanda aguamarina al cuello, asintiendo con una sonrisa suave sobre los labios.
Diablos, era tedioso pensar en esas trivialidades, a él realmente no le interesaba, sin embargo, escuchaba atento por Mabel, pues a ella esas cosas parecían siempre entusiasmarle.
Esperaba únicamente que no fuese obligado a participar en alguna de esas aburridas ocasiones en donde terminaba siendo ridiculizado.
-Hablé con Katherine –Comentó casual, más, siendo delatada por la picardía de su sonrisa-
¿Quién? Decía su rostro confundido al ver a su hermana a su lado con una mueca de ansiosa espera.
-¿Grandioso? –Meditó a modo de respuesta, elevando una ceja. Confundido-
Exasperada por la negativa del moreno a conocer a sus amigas, la melliza rodó los ojos. Ella estaba segura de que lo que su hermano necesitaba para sentirse bien de nuevo era salir con alguien, era borrar completamente todo lo pasado y conocer a alguien nuevo.
-Katherine, es la chica bonita, ¿Recuerdas? Cabello corto, castaña, bonitos ojos negros, es morena –Probó descubriéndole con sus mejores cualidades, esperando una respuesta positiva-
Dipper por su parte parecía confundido, ninguna chica aparecía en su cabeza cuando le daban aquello detalles, la descripción no encajaba con nadie que él conociera.
Odiaba eso, Mabel llevaba semanas intentando hacerle salir con alguien. No le desagradaban las chicas –o chicos –que ella le presentaba y no les descartaba de inmediato, era simplemente que no necesitaba un romance en ese preciso momento. No se sentía con ánimos de mimar y querer a alguien.
Ella al ver la obvia confusión en el rostro de su hermano bufó, poniendo los ojos en blanco. Por supuesto que no la recordaba y es que su hermano parecía tener ojos únicamente para sus libros.
-La chica de la ecuación en física –Probó a decir de nuevo, tediosamente-
¿Qué clase de persona recordaba a otra por resolver bien una ecuación?
En ese instante los ojos avellanos parecieron brillar en realización, por supuesto: la chica, ella había pasado al frente a resolver una ecuación física teniéndole a él como oponente, la meta, ganar puntos para sus equipos respectivos.
Curioso era que ella le había dejado atrás por unos segundos y lo maravilloso de todo era que su resultado no había errado, todo lo contrario al suyo.
-¡Claro! Sí, ya sé de quién me hablas –Aceptó entonces antes de beber un largo sorbo de amargo café negro – ¿Qué hay con ella?
Cada vez era más exasperante para Mabel lidiar con todo eso, ella realmente quería lo mejor para él pero este parecía no dejarse ayudar nunca. Era evidente que necesitaba ayuda, hablar con personas nuevas y salir de su encierro mental auto-inducido.
-Que es tu cita para el baile –Sentenció llevando la mirada al frente con una sonrisa de triunfo-
-Mabel yo no…. –Comenzó a decir, negando con una mueca en el rostro-
Ofuscada, devolvió la vista a él dispuesta a refutar cuando se detuvo de golpe. Lo que había silenciado su voz a media oración eran los ojos enormes de su hermana y la expresión horrorizada de ella, al parecer, viéndole con fijeza.
-¿Mabel qué…? –Titubeó buscando a sus espaldas pero no había más que la calle y los árboles de hojas ocre-
Los transeúntes pasaban ignorándoles y eso era común, pero su expresión pasmada causaba escalofríos en él.
-Estás sangrando –Respondió en un murmullo de extrañeza su hermana-
De su nariz resbalaba un hilo rojizo que empapaba ligeramente su labio superior. Cuando llevó su mano libre allí comprobó que era cierto. Ambos se voltearon a ver, confundidos y buscando los motivos.
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Bill se encogió de dolor cuando fue empujado violentamente contra los fuertes troncos de los pinos que –sorpresivamente –cedieron abruptamente contra su cuerpo.
Los árboles se derribaban y él no podía más que gemir y temblar. Su cuerpo lloraba pero él no lo hacía, sí, sentía agudo y penetrante dolor en el tórax a causa del impacto y sus costillas que estaban a nada de ceder pero no se sentía a punto de desmoronarse, todavía.
Su cuerpo humano era mucho más resistente que el de un humano cualquiera, tenía que serlo, más, aquello no le hacía inmune a fracturas y a huesos astillados que seguramente iban a ser evidentes si no se levantaba rápido del piso terroso y echaba a correr lo más lejos que sus delgados y magullados muslos le permitiesen.
Jadeó sintiéndose mareado, levantó la cabeza únicamente para observar cómo los enormes hombretauro corrían con cabezas gachas en su dirección, con cuernos enormes dispuestos a arremeter contra su delgado cuerpo una vez más.
Jaló aire con fuerza antes de levantarse, con una mano protegiendo su torso y la otra apoyada al astillado tronco de pino que recibiese su impacto.
Seguramente tenía hemorragias internas, joder. Suspiró antes de echarse a un lado de un salto que le hizo rodar colina abajo, haciéndole tropezar con maleza y arbustos pequeños, que gustosos, amortiguaban sus golpes.
Agitado, suspiró, llevándose la mano al pecho. Su corazón bombeaba fuertemente dentro de su pecho y su energía demoniaca gemía suplicante que le dejase salir en su ayuda pero si lo hacía obligaría a su cuerpo humano a colapsar, no podía permitírselo.
-William –Chilló jadeante sobre la tierra fresca del bosque-
En menos de lo que pensaba de él comenzó a emanar un destello dorado, tenue y suave, que escapó de él hasta formar un cuerpo que estaba tendido a su lado, revelando a otro jadeante chico que se recostaba junto a él.
El estado de gravedad se dividía entre ambos, haciendo llevadero el dolor físico y revelando a ambos con golpes visibles y desgaste palpable.
-Levántate y corre en dirección contraria a la mía –Explicó velozmente-
Detrás de ellos los árboles caían ante la ira rabiosa de una enorme manada de hombretauros furiosos. Dios bien sabía que no iba a poder contarla solo.
-Perfecto –Asintió su contrario con mirada al frente –y yo que quería beber té en la comodidad de la cama –Susurró estirando su entumido cuerpo-
-Cierra la boca idiota –Ordenó el Cipher original antes de ponerse de pie de un salto-
-Bill –Llamó en un susurro su contrario. El otro esperó a escucharle, dando espalda a su persona. Su voz alarmaba al rubio –tú vas a limpiar una semana para compensar esto –Sentenció con una risita-
Obligó al otro a rodar los ojos y sonreír antes de que ambos corriesen en direcciones opuestas, intentando salir vivos de aquella odisea que era despistar a los enormes mastodontes.
Bill pasó la manga de su traje por debajo de su nariz, retirando el rastro de sangre que corría lento allí. Genial, le habían hecho sangrar… Afortunadamente el sangrado se había detenido tan rápido cómo había iniciado, y eso era algo que agradecía.
Hola! Primer capi, esperando resultados de un experimento social mientras lo subo.
Adivinen qué? Ya casi es mi aniversario en esta página y desde que comencé a ser escritora, me siento tan feliz. Estaba pensando en hacer algo especial para festejarlo, igual les aviso así que estén atentas para ello.
Quiero darles las gracias por el apoyo que me brindan y pues darle la bienvenida a mis lectoras (Increíble, que tengo lectores también, no se me ofendan chicos) esperemos que les guste este fic lleno de amor yaoi. Besos!
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