Epílogo
Agradecí el contacto húmedo de la brisa salada en mi piel. Me enfriaba hasta el punto de hacerme sentir pinchazos en las mejillas y la nariz, pero no me importaba. El perfume fresco del océano me daba una indudable sensación de libertad, sin importar lo frío, salvaje y desolado que pudiera parecer.
Era una agradable visión que solo había podido disfrutar gracias a estar en el portaaviones del Ejército de Berk, de camino a la isla. Sentada sobre el ala de la elegante y moderna avioneta de Hiccup, en la cual habíamos volado al portaaviones en la segunda parte de la persecución, frustrando a los matones de Drago que nos siguieron; concentré mi mirada en el mar mientras rememoraba los eventos que me habían llevado a aquel lugar. En los últimos días lo hacía mucho, ya fuera por mi propia frustración o porque el médico a bordo me había aconsejado que era positivo para mí que tratara de recordar lo sucedido a mi propio ritmo. Resultaba tan frustrante que todos los eventos previos a la discusión con Drago fueran tan confusos…
Recordaba con claridad la oficina donde aquella primera conversación entre Hiccup y yo sucedió, la oficina de mi duro pero amable padre. Ver a Stoick con Hiccup me resultaba doloroso de una forma que me causó sorpresa. Sus ademanes secos pero preocupados me recordaban tanto a él… Esos días, más que nunca desde su funeral, lo eché de menos. Recordé nuestra primera clase de tiro, aquella en que la pistola casi me había derribado del impulso y me había roto el labio al chocar contra ella; y cómo habíamos tomado un batido de vainilla después de eso, prometiendo otra clase. La primera vez que me llevó a su oficina, no como su hija, sino como su aprendiz; el mismo día en que me tomé la primera cerveza con mi padre.
Agradecía infinitamente que las drogas de Drago no hubieran tocado ninguno de mis recuerdos con mi padre, mi única familia. Pero los sucedidos durante el secuestro eran confusos. Venían a mi mente como flashes repentinos, que me dejaban cegada y perpleja por minutos antes de permitirme usarlos como pieza de mi puzzle mental. Muchos de mis recuerdos parecían estar en mi mente más porque me los había relatado Hiccup al explicarme lo sucedido que porque los hubiera vivido yo.
Los días en aquella oscura habitación, que según sabía se trataba de algún tipo de almacén abandonado, eran muy difusos. Recordaba el dolor de la herida de bala infectada en mi pierna, la cual había tenido una recuperación tan complicada tras ser ensuciada, presionada y desgarrada que me dejaría una cicatriz para toda la vida; mis costillas, que milagrosamente no se habían roto, aunque habían mostrado un par de fracturas en la zona frontal y era probable que necesitara una operación nada más llegar a Berk; la sensación de asfixia al verme sumergida en agua helada una y otra vez; y la quemazón cuando Drago se dio cuenta que era mucho más efectivo suministrar la droga por vía oral que por inyecciones. Se dio cuenta cuando, con el primer pinchazo, estuve a punto de sufrir una sobredosis y por poco me mata. Recordaba luchar contra Drago la primera vez que me obligó a tragarme ese asqueroso medicamento azul, burbujeante y con perfume ácido. Y cómo no me quedó otra que tragarlo cuando sus científicos me agarraron y él me obligó a tragar abriéndome la boca con sus propias manos. Lo demás vivido en aquella casa era incapaz de recordarlo...
Agradecía la presencia de las secuelas físicas porque, al tocarlas con mis dedos y sentirlas reales, me aseguraba que mi mente alucinada no había inventado nada. Que realmente había sido secuestrada, torturada y drogada por el sociópata de Drago Bludvist y sus secuaces.
Escuché unos pasos a mi espalda y no me hizo falta siquiera mirar para ver de quién se trataba. Usando una sola mano, Hiccup dio un salto y se sentó a mi lado en el ala de la avioneta, apoyando su costado en el fuselaje.
—¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó sin mirarme, fijando la vista en el mar como estaba haciendo yo.
—Un poco más cuerda, creo —respondí con humor, intentando que perdiera la envarada rigidez que tenía cuando estaba conmigo. Estaba preocupado, incluso cuando obligaba a su rostro a mostrar una sonrisa en lugar de un ceño fruncido—. ¿Y tú, cómo éstas? ¿Crees que deberías estar dando brincos?
Observé el vendaje que cubría su hombro. A diferencia de la suerte que habían corrido mis costillas, el hombro de Hiccup se había roto por el impacto de la bala. Nada más llegar al portaaviones tuvo que ser operado de emergencia para retirar la bala y las astillas de hueso. Tendría más de un mes el brazo inutilizado, pero Hiccup parecía tener algún problema con el concepto de "reposo". A toda la tripulación se le hacía imposible impedirle que correteara de un lado a otro de la nave o que pusiera sus manos sobre las herramientas en alguna loca idea que se le había ocurrido de repente. Su padre parecía seriamente tentado a atarle a la cama con correas y si no lo había conseguido era porque Hiccup no era fácil de atrapar. Era como una ardilla, capaz de trepar a los árboles a toda velocidad.
Por la mirada resignada de Fishlegs cada vez que lo veía corriendo de un lado a otro, sin decirle nada a nadie, sospechaba que Hiccup tenía problemas con la idea de permanecer sentado en un mismo sitio en general. Quizás por eso se había vuelto un suicida y había ido él mismo a buscarme.
—Va mucho mejor. Los medicamentos obran maravillas. Apenas duele —Sonrió de oreja a oreja, como si algo como eso pudiera ser verdad.
Lo miré suspicaz, entrecerrando los ojos. Hiccup se hizo el loco, fijando su vista en el morro de la avioneta, como si eso le quitara responsabilidad de responder o desapareciera la posibilidad de que le echara la misma reprimenda que gritaba su padre cada vez que lo veía metido en sus andanzas.
—¿Te he dicho alguna vez el nombre de esta avioneta?
Aunque no me dejé engañar por su nervioso intento de cambiar de tema, suspiré, decidiendo dejarlo pasar.
—No, ¿tiene nombre?
—Se llama Toothless.
Lo observé perpleja.
—¿Toothless? ¿Querías seguir la tradición y protegerla a ella también de los monstruos y la mala suerte?
Hiccup rió, recordando nuestra primera conversación. Se tornaba difusamente cálida en mi mente, como un agradable recuerdo de hacía años, en lugar de algo que había sucedido apenas poco más de un mes atrás.
—No, en realidad la bauticé así en honor de un perro que tuve, al que sí le puse ese nombre para seguir la tradición —explicó, sonriéndome—. Era un enorme perro negro con unos redondos ojos verdes. Eran increíbles, jamás he visto unos ojos iguales en un animal. Era listo como el hambre y todo un bribón.
—¿Era? ¿Falleció?
Hiccup apretó los labios en una expresión nostálgica.
—No, al menos eso espero. En realidad, digo que era un perro casi por cabezonería, pero en realidad era un lobo.
Silbé, sorprendida.
—Los lobos de Berk son una especie protegida, nativa de los bosques al norte de la isla, y símbolo en nuestra bandera. Es difícil ver uno extraviado en las zonas urbanas y si no tienes la poca cabeza de internarte en uno de sus territorios, es difícil que los veas. Así que no lo reconocí cuando me lo encontré en una cuneta, tirado y herido. Tenía la pata trasera rota y sangraba tanto que no tuvo siquiera fuerzas para atacarme. Lo recogí pensando que se trataba de alguna clase de husky, aunque sorprendido por su pelaje tan negro.
»Lo llevé con Gothi, una de las mejores veterinarias de la isla, que lo operó. El animal perdió la pierna y yo cuidé de él mientras se recuperaba. Gothi me informó que se trataba de un animal salvaje, un lobo de Berk, y que no podía plantearme quedarme con él. Así que le diseñé una pata metálica y lo llevé de nuevo a los bosques, donde su manada lo recibió. Se fue, rodeado de los suyos, al lugar que le pertenecía, y no he vuelto a verle.
»Aunque, a veces, durante las noches, escucho el aullido de los lobos en la distancia y juraría que es él el que aúlla. Estoy seguro de que sigue bien.
Era un bonito pensamiento y una triste historia. Al ver cómo Hiccup acariciaba el metal de la nave con sus dedos estuve segura que, pese al poco tiempo que habían estado juntos, Hiccup se había encariñado fuertemente con el animal.
El silencio nos envolvió. Era una calma tranquila y cómoda, suscitada por los recuerdos agradables.
—¿Has empezado a recordar? —preguntó Hiccup de pronto, sobresaltándome. La pregunta me suscitó pensamientos tan desagradables que me estremecí.
—Apenas…, pequeños flashes. Pero se pierden según la dosis de las drogas se me suministraban más frecuentemente. Incluso el recuerdo de la huida es un tanto confuso para mí ahora, y lo poco que recuerdo es porque la adrenalina me lo grabó a fuego en la cabeza.
Hiccup clavó su mirada en mí, esperando a que continuara, pero sin presionarme a hacerlo.
—La verdad… La verdad es que creo que prefiero no recordar —admití, con un sentimiento de derrota. Me sentía patética por tener miedo, una auténtica cobarde; sabía que debía enfrentar mis recuerdos y saber qué había sido de mí durante el pasado mes, pero me asfixiaba la mera idea de descubrirlo—. Ruffnut me contó lo que sucedió durante la fiesta —añadí, correspondiendo su mirada.
Hiccup lució avergonzado, sabiendo que me había dado cuenta de que me había ocultado cosas cuando me relató lo sucedido, pero tuvo la entereza para no desviar la mirada.
En mi cabeza se presentó la escena de Drago, rodeándome la cintura con total confianza y plantándome un beso con sus fríos y repulsivos labios. Era una situación extraña, porque lo veía todo como si fuera una espectadora en lugar de la protagonista, y me supuse a que se debía que era un recuerdo falso. Era una idea creada a partir del relato de Ruffnut, no de mis propios recuerdos. Y, aún así, la mera idea de que eso ocurrió me hacía sentir sucia. Instintivamente me toqué los labios y me los restregué, haciéndome daño, según el desagrado en mí aumentaba.
Hiccup, usando su mano sana, me detuvo, acercándose a mí.
—Jamás creí ser una cobarde. Si mi padre me viera se avergonzaría de mí… Pero, si Drago realmente me contaba como parte de su colección y se aprovechó de los efectos de las drogas para utilizarme… No quiero tener esos recuerdos.
Me imaginé a mi misma con el cuerpo adormecido, con la fuerza suficiente para apenas respirar, y a ese hombre aprovechándose para cubrirme con su cuerpo sin obtener resistencia alguna. Me hervía la sangre ante la simple idea y no sabía cómo afrontar el odio, la repugnancia y la vergüenza que me hacía sentir. Si eso realmente había sucedido, ¿cómo podía enfrentarme a esos recuerdos cuando siquiera era capaz de sentirme segura de mí misma? El terror de sentirme presa bajo su poder me hacía sentir que, una vez sido su marioneta, siempre lo sería. Porque las heridas provocadas por los recuerdos no me dejarían seguir. Pensando así, no me veía capaz de enfrentar lo ocurrido, no sintiéndome tan vulnerable, tan débil; había dejado de ser Astrid Hofferson.
Hiccup acarició mi mano en un gesto cálido. No intentó sacarme de mi ensimismamiento. Cada vez que me veía así, esperaba pacientemente, pensando que estaba enfrentando alguno de los flashes o traumas del secuestro.
Llevé su mano a mi rostro y dejé que su piel cálida me acariciara la mejilla. Era extraño como el mero perfume de Hiccup podía darme ese segundo de calma que necesitaba para volver a recomponerme después de sentir como el miedo me corroía por dentro.
—Aún ahora me cuesta creer que tu plan funcionara. Aunque fuera tu plan B.
—Qué decir… Contaba con que Drago infravaloraría nuestros esfuerzos. Después de todo, mi padre no podía desplegar su ejército directamente. Por muy poderoso que sea, desde el punto de vista legal y político, Drago es un mero individuo. Pero mi padre es el comandante de Berk, parte del ejército nacional. Por muy independientes que seamos, no somos intocables… Para Drago todo tiene que ser grande y ostentoso. No valora la importancia de los pequeños detalles… Pensé que, siendo sutiles y cuidando de no llamar la atención, lograríamos nuestro cometido.
—Teniendo en cuenta que os pilló…
—Sí, pero nos subestimó tanto que se entretuvo hablando tonterías en lugar de venir con sus hombres al momentos y arrastrarnos a un rincón para amordazarnos y encerrarnos. Se perdió en su momento de gran rey mostrando su poder a los que él considera hormigas y así le salió el juego.
Me miró sonriendo y no pude evitar preguntarme cómo trabajaba esa cabeza atolondrada suya, presuponiendo los movimientos de su enemigo de una manera tan irresponsable y lanzándose al vacío. Y, sin embargo, salía bien parado.
Su cabello teñido de negro ondeó con la brisa, totalmente libre de cualquier tipo de gel.
—Sabes que él volverá a por ti, ¿verdad?
—Le hemos dejado en vergüenza delante de toda la alta sociedad estadounidense, claro que vendrá. Exigirá las cabezas de los dos.
Me estremecí ante la simple idea de encontrarme nuevamente con él.
—Pues le daremos pelea.
—¿Tan pronto y ya estás lista para ponerte en la línea de fuego?
La verdad es que no, no estaba nada preparada. Pero eso no era lo que me había enseñado mi padre, y tenía que hacer que él estuviera orgulloso de mí, fuera donde fuera que me estuviera mirando. Aún sentía miedo y dolor, pero ya vería cómo me las iba a apañar para hacerles frente. No iba a permitir que Drago ni mis propias inseguridades me echaran abajo, aunque lo intentaran una y otra vez. Me levantaría siempre.
Besé la mano de Hiccup en un gesto instintivo, sintiendo que él sería una pieza clave en todo ello. Los recuerdos y las inseguridades intentarían tumbarme en el peor y más inesperado momento, estaba totalmente segura. Pero sabía que podía contar con Hiccup para ayudarme a levantarme de la misma forma que yo le apoyaría a él.
—Siempre.
FIN
¡Hola a todos, lindas flores!
Pues sí, aquí termina Mortal Dream, pero no os asustéis, ¡que aún queda otra entrega! Desde que imaginé la primera parte para un reto, supe que iba a ser una trilogía. Es más, en ese momento ya tenía los nombres. Así que la conclusión de esta saga llegará bajo el nombre de Mortal Shot. Cuando esté terminada y la lance, espero poder contar con vuestro apoyo.
DragoViking, reconozcámoslo, el plan no era precisamente sublime y puntilloso; más bien era un poco burdo, omitiendo la lógica que tuviera detrás. Pero estamos hablando de berkianos al fin y al cabo jajajajajaja. Y tranquila, que tendrás tercera parte.
Vyreco, me temo que el golpe de Drago lo vas a tener que esperar jajajajaja. Toda la tercera parte irá enfocada a eso, porque era imposible resumir la hecatombe que va a suponer la ira de Drago en un capítulo.
En fin, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos en Mortal Shot!
Martes, 7 de noviembre de 2017