Todos los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, sin ánimos de lucro.
Picnic
Si de algo era culpable, era de haberse enamorado de otro hombre. Lamentablemente, la década de los sesenta no era precisamente una muy abierta en cuanto al amor libre entre personas del mismo género y todo debía realizarse con gran discreción, si uno no quería terminar en la boca de todos.
Tino sabía muy bien. Se suponía que debía enamorarse de una mujer, casarse con ella y tener hijos. Era lo que se esperaba de él. Era lo que le habían inculcado. Sin embargo, era todo lo contrario. Nunca había pensado que eso le pasaría a él, pero no podía renegar de sus sentimientos.
Y se había enamorado de un compañero de clases. De su mejor amigo de la infancia y la secundaria. Había luchado mucho contra esos sentimientos, había creído que estaba enfermo por sentir algo así por otro hombre. Pero el día en que sus labios posaron sobre los del sueco, supo de inmediato que estaba equivocado. Aquello era real.
Pronto se separarían. Ambos irían a universidades distintas en ciudades diferentes. Eso le provocaba ataques de ansiedad. En ocasiones, no se separaba del otro en todo el día. Sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo. Era dependiente de él.
Tino estaba desesperado por ello. Porque no lo volvería a ver en un buen tiempo. Es más, ¿acaso le volvería a ver? La sola idea le aterraba. ¿Qué iba a hacer sin el muchacho que siempre le había apoyado? Berwald siempre había estado allí. No concebía su vida sin él y sin embargo, los días transcurrían y el momento de separarse se acercaba más.
Después de las clases, Berwald y Tino fueron a pasear por allí. Como nadie asumía que eran una pareja, podían hablar abiertamente de sus temores. Por supuesto, sin agarrarse de la mano o nada que les pudiera delatar. Esto era extremadamente difícil para el segundo, pues el contacto con el primero siempre le resultaba reconfortante.
—Ber, pronto tendremos que… —Se mordió los labios. No se animaba a decir más. El terminar la oración haría que todo fuese real. ¿Por qué tenían que separarse? ¿Por qué no podían continuar juntos? Y sobre todo, ¿por qué debían seguir llevando su relación en secreto?
Había tantas cosas en su mente que comenzaba a sentirse exhausto. Odiaba esa sensación que lo invadía cada vez que pensaba en el futuro próximo.
—Lo sé —le contestó el otro. Berwald había pensado mucho en esa situación. No necesitaba que se lo recordara. El reloj corría en contra de ellos y cada momento que pasaban juntos era de vital importancia y debían aprovecharlo.
El sueco se sentía exasperado por no poderle abrazar en ese instante. La impotencia se apoderaba de él cada vez que veía al finés tan decaído. Sin embargo, no podía dejarse llevar por sus sentimientos. Sería como colocarse un cartel para llamar la atención del resto de la sociedad. ¿Qué sería de los dos si descubriesen que tenían un amorío? Por el momento, tendrían que conformarse con encontrar sitios secretos donde poder ser ellos mismos.
Pasaron por el parque, donde varias parejas estaban celebrando picnics. Por un instante, el finés se detuvo allí. Sonrió tristemente. Sentía una profunda envidia por aquellas personas, del poder disfrutar de su amor tan libremente mientras que ellos tenían y al mismo tiempo, era feliz por ellos.
—¿No te gustaría disfrutar de un picnic? Al aire libre, sin tener que escondernos… —Estuvo a punto de recostarse sobre el hombro del otro, cuando recordó que estaban en público así que se limitó a abrazar sus libros.
—Sí, sería bonito —admitió. Vio de reojo la expresión de tristeza del otro. De pronto, tuvo una idea. Haría lo que fuera por hacerlo feliz.
Tino respiró profundamente. Negó con la cabeza, no quería arruinar el resto del paseo con el sueco con pensamientos negativos. Pero le era inevitable ponerse así. Se preguntaba si algún día la sociedad vería con buenos ojos su relación con Berwald, quien sin lugar a dudas le llenaba por completo. Dudaba que pudiera encontrar a alguien que le pudiera igualar.
—Creo que va a ser mejor si me acompañas a casa. Hoy no estoy de humor para… —No tuvo que decir más, por suerte. Sólo quería recostarse.
—Tino… —Berwald decidió no preguntar:—Vamos —añadió. Lo único que podía hacer en aquel instante era darle todo el apoyo.
Caminaron en silencio hasta la casa de Tino. Éste se dio la vuelta e intentó mostrarse optimista, aunque ello le requería que usara toda su fuerza de voluntad. Una escueta sonrisa se formó en su rostro. Sabía que no estaba engañando a nadie. Berwald lo conocía demasiado bien.
Estuvo en silencio y miró hacia sus pies, antes de animarse a hablar con él.
—Lo siento. Estropeé nuestro tiempo juntos —Se disculpó el finés. No entendía cómo el sueco aún quería estar con él:—De verdad, lo lamento. Intentaré no ser tan… —Se mordió los labios.
Repentinamente una mano le acarició la mejilla. Berwald se aseguró de que nadie estuviera a sus alrededores antes de abrazarle contra su pecho.
—No te preocupes, todo estará bien —le reconfortó el sueco antes de apartarse del otro:—Descansa y hablaremos mañana —le prometió antes de depositar un suave beso sobre sus labios.
Tino asintió y antes de entrar a su casa, se dio la vuelta para regalarle una sonrisa mucho más brillante. Siempre sabía que decir, pensó.
Una vez que se despidieron, el sueco supo que tenía que ir a investigar. Quería darle una bonita sorpresa al finés, así que debía planearlo bien para que todo saliera perfecto.
Al menos, si se tenían que despedir, quería guardar un bonito recuerdo de ellos. ¿Qué mejor que un picnic que en un lugar remoto, donde nadie podría molestarlos ni juzgarlos por su relación? Sí, iba a hacer lo que fuera necesario para que eso sucediera. Sin embargo, para que aquello fuera una completa sorpresa, tenía que hacer algo que probablemente fuera muy doloroso para los dos. Sabía que, al final, valdría la pena.
Suspiró, tendría que emplear toda su fuerza de voluntad para lo que debía hacer.
Al día siguiente, Tino se acercó a saludar al sueco, quien se hallaba leyendo un libro.
—Hola, Ber. Lo siento por lo que pasó ayer, pero hoy estoy mejor —le saludó con gran entusiasmo. Quería resarcirle de algún modo.
—Me alegro —Ni siquiera se molestó en levantar la vista. Continuó con su lectura como si nada.
Tino estaba un tanto asombrado por la actitud del otro. Quizás se había levantado de mal humor. Porque no concebía la idea de que se hubiera enojado con él. Después de tantos años de conocerse, nunca lo había hecho. Aunque siempre había una primera vez para todo.
—¿Está todo bien? Lo siento si te ofendí o algo así —El finés no pudo esconder su desconcierto. Se rascó la nuca y como el otro parecería no notar su presencia, respiró profundamente:—Lo siento —Apartó la mirada y se dirigió hacia su asiento, como un perro abatido después de que su dueño le diera alguna paliza.
Ni siquiera se animaba a mirar al sueco de vuelta. ¿Qué había hecho mal? Durante toda la clase no había prestado atención al profesor. En todo lo que podía pensar era en lo que pudo haber causado que el sueco fuera tan frío con él. Quizás se había cansado de su compañía y no tenía el coraje para decírselo. No quería creerlo pero tal vez esa era la verdad.
Así transcurrió una semana. Berwald había sido completamente indiferente a él. Le saludaba pero no mostraba mayor interés. Pasaba el día entero leyendo en la biblioteca. Aunque sabía que aplicado, al igual que él, no creía que fuera indispensable vivir todos los días allí.
El viernes intentó una nueva técnica. Tino estaba listo para darse por vencido con el sueco. Tal vez si hacía algo distinto, volvería a prestarle atención.
—¿Qué tal si nos vamos a tu casa? Esta vez te acompañaré yo en lugar de que tú me acompañes a mí hasta casa —le propuso mientras que Berwald guardaba sus pertenencias. Trató de sonar lo más emocionado que pudo:—Podríamos tomar algún helado en el camino. Casi no hemos hablado en toda la semana —añadió.
Sin embargo, no recibió la respuesta que hubiera deseado.
—Lo siento. Tengo que hacer un pequeño viaje en tren —le contestó. No podía darle los detalles pues no quería arruinar lo que estaba planeando.
—¿Eh? —Tino estaba un tanto asombrado. Parpadeó varias veces antes de responder:—Oh, ya veo —Una vez más, le dejaba de lado:—Pues podría… —Pero el otro le impidió continuar.
—Lo siento. Lo dejamos para otra ocasión —le replicó cortante y se alejó, sin darle la oportunidad al finés de decirle algo.
Aquello le había roto el corazón a Tino. ¿Y si le estaba engañando con alguien más? Negó con la cabeza. Berwald no era capaz de tal cosa. ¿Cierto? Comenzaba a dudar de todo. Ni siquiera podía ir a preguntarle qué estaba pasando porque quizás ya había tomado el tren en cuestión.
Le dolía el pecho. El sólo pensar en que pudiera estar con alguien más le provocaba un profundo pesar. Hubiera preferido mil veces que le dijera la verdad. Seguramente estaba saliendo con una chica a sus espaldas y sólo por compasión no se lo estaba diciendo. Tal vez estaba esperando el momento de separarse para confesarle todo.
El sábado intentó hacer su tarea pero no podía. El sueco ocupaba todos sus pensamientos. Lo único que le hacía sentir mejor era la cachorra que ambos habían rescatado tiempo atrás. Tino le arrojaba con desgano una pelota, tratando de entender el comportamiento de su pareja.
—¿Crees que Berwald se ha enojado conmigo, Hana? —le preguntó a su cachorra mientras que ésta lo miraba, moviendo su rabo de un lado a otro, esperando a que el finés lanzara de nuevo el juguete.
Tino sonrió tristemente. Sabía que era absurdo preguntarle algo a su mascota. De vez en cuando miraba el teléfono, queriendo llamarle a Berwald y exigirle explicaciones. Pero si éste hubiera querido hablar con él, ya se habría puesto en contacto con él. Seguramente estaba demasiado ocupado con otra persona como para pensar en él.
Sin embargo, el domingo ocurrió algo para lo cual Tino no estaba preparado. Eran tal vez las cinco de la mañana, cuando alguien comenzó a golpear la ventana de su habitación. Al principio, pensó que se trataba del viento, por lo que no le dio mucha importancia. No obstante, los golpes no cesaron así que se vio obligado a levantarse para ver de qué se trataba.
Se limpió los ojos y abrió la ventana. Estaba soñando. Debía estarlo.
—¡Ber! —exclamó sorprendido:—¿Qué…?¿Qué estás haciendo aquí y a esta hora? —le preguntó.
—Baja la voz —le pidió. Miró por todas partes para asegurarse de que ningún vecino chismoso les hubiera visto.
—Lo siento —Y de inmediato, se apartó:—Entra —le pidió. Berwald no era de aquellos que pasaban desapercibidos precisamente.
Ya una vez adentro de la habitación del finés, éste seguía sin entender qué estaba sucediendo. Pero antes de que pudiera siquiera preguntarle qué estaba pasando, Berwald le atrajo hacia sí y le dio un fuerte abrazo.
—Lo siento —Se disculpó de inmediato el sueco. Le había costado muchísimo ser tan indiferente, pero sabía que si no hubiera sido así, Tino enseguida hubiera descubierto sus planes y eso era algo que no quería que sucediera.
—Yo… —El finés no sabía cómo responder. Quería demandarle explicaciones pero el estar tan cerca de él simplemente le hacía sentir bien y le hacía olvidar todo lo que había pasado durante esa semana.
—Ya te lo explicaré —le prometió antes de darle un suave beso sobre su frente:—Vístete, tenemos que hacer un pequeño viaje —le pidió antes de darse la vuelta.
—¿Un viaje? —le preguntó curioso.
—Tino, te lo explicaré pero el tren saldrá pronto —le repitió.
El muchacho se apresuró para cambiarse el pijama. Se preguntaba qué pensarían sus padres cuando se dieran cuenta de que no estaba allí. Se vistió tan rápido como pudo y apenas se disponía a salir de su habitación, escuchó un suave ladrido.
La cachorra estaba despierta y desconcertada por el repentino viaje de su dueño.
—¿Podemos llevarle, Ber? —Le daba lástima abandonarla a su suerte.
Después de todo lo que había pasado en la semana, lo último que quería hacer el sueco era negarle cosas a su pareja.
—Bueno, pero escóndelo en tu chaqueta —le pidió. No sabía cuál era la política del tren en cuanto a mascotas y prefería no saberlo. No quería poner en riesgo todo lo que había planeado.
Una vez que salieron de allí, Berwald tomó una canasta que había escondido detrás de un árbol y sin decir palabra alguna, se dirigió hacia la estación del tren. Tino quería preguntarle de que se trataba todo esto, pero al darse cuenta del silencio del otro, prefirió callarse. Estaba confundido y al mismo, curioso. ¿Qué se traía entre manos el sueco?
Luego de comprar los tickets, se subieron al tren. El más alto parecía no quería hablar al respecto.
—No vas a matarme, ¿cierto? —bromeó el finés, tratando de hacer un poco de conversación con el otro.
—Tino… —No le hizo una pizca de gracia aquella pregunta.
—Lo siento. Pero es que no me dices nada, ni siquiera a dónde vamos —No había prestado atención a la hora de comprar los tickets y ahora se estaba arrepintiendo de ello:—Ni siquiera una pista —añadió. Le miró con una expresión de cachorro triste, pero ni siquiera eso hizo efecto en Berwald.
—Llegaremos pronto —le prometió. Él estaba igual de impaciente. Se moría de ganas por ver la reacción de su acompañante.
Finalmente el tren se detuvo y Berwald le hizo una señal a Tino para que le siguiera. Éste se tambaleó un poco ya que la cachorra se movía en el interior de su chaqueta. Estaba ansioso por ver finalmente qué era lo que el sueco le tenía preparado.
Caminaron un largo rato. Berwald miraba por todas partes, hasta que repentinamente se detuvo. Tino se golpeó la cabeza contra su espalda, ya que lo estaba siguiendo muy de cerca, pero el primero apenas lo sintió.
—Al fin… —murmuró más para sí que para el otro.
—¿Qué cosa? —preguntó Tino. Esperaba que esta vez ya tuviera una respuesta decente.
A esas alturas, ya había amanecido. Estaban a pocos metros del parque nacional más importante del país. Habían finalmente llegado a destino.
—Vamos —Berwald ignoró una vez más la pregunta del finés y se dispuso a caminar hacia la entrada.
—¡Oye, Ber! —Tino hizo un puchero y corrió detrás de él para no quedarse atrás.
Tras ingresar al parque, el finés comenzó a conectarlo todo. Sus ojos se abrieron de par en par. No podía creerlo. Sencillamente no podía hacerlo. Quería arrojarse encima del sueco para agradecerle, pero éste continuaba caminando. Al parecer tenía un objetivo en concreto.
La cachorra, por su lado, estaba ansiosa por salir de la chaqueta de Tino de una vez por todas.
—Ya, ya —Tino mismo estaba muriéndose de la curiosidad. Sabía que no iba a poder retener al pobre animal por mucho tiempo más.
Finalmente llegaron a un sitio desolado del parque. El sol se reflejaba en la pequeña laguna que tenían a pocos metros de ellos. Berwald se dio la vuelta de inmediato y bajó su canasta. De inmediato, agarró a Tino por las caderas. La cachorra se escapó de inmediato y el finés se sonrojó. Era la primera vez que lo tocaba de ésa manera en un lugar tan abierto.
Por lo general, tenían que rebuscarse para encontrar privacidad. Sin embargo, ahí estaba el sueco, demostrándole su amor en un lugar tan público.
—Querías un picnic así que… —Berwald respiró profundamente:—Tal vez no podamos ir a una plaza pero pensé que esto te gustaría —añadió.
—Oh, Ber. Yo pensé que estabas enojado conmigo o que me estabas engañando —Se cubrió el rostro al apoyarse contra el pecho del otro.
—No. Quería que fuera perfecto así que me puse a investigar y hallé este lugar —le respondió antes de levantar el rostro del muchacho para contemplarle:—¿Te gusta? —le preguntó.
El finés se limitó a asentir. Estaba tan feliz que ni siquiera podía hablar. Tomó de las mejillas al sueco y le dio unos cuantos besos sobre sus labios. No podía describir lo mucho que había extrañado estar tan cerca de él. Iba a aprovechar ese paseo tanto como pudiera.
—Te amo, Ber. Esto es maravilloso —le respondió. Ahora se sentía mal por haber pensado en que el sueco le estaba engañando con una mujer.
—Disfrutemos de un buen picnic, Tino —le propuso antes de abrazarle nuevamente contra su pecho.
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