COINCIDENCIAS

I. PRÓLOGO

Convento, afueras de Rodorio, Grecia

Seis meses después de la Guerra Santa del Siglo XVIII

Tras recibir la noticia esa mañana, el hombre se dirigió al convento a paso acelerado, a pesar de que tenía que ayudarse con el bastón para caminar. El hombre llevaba más de seis meses sin ver a su hija, desde que el pueblo había sido atacado por un espectro de Hades durante la Guerra Santa. El hombre apretó el puño de su mano izquierda con fuerza, furioso. No podía creer lo que había escuchado, lo que le habían contado que acababa de ocurrir.

El hombre había conocido a Albafica, el difunto santo de Piscis, desde su llegada al Santuario para su entrenamiento. Siempre había pensado que el santo de Piscis, el protector de Rodorio era un hombre honorable, como todo santo de Athena. Y quizá si lo había sido, excepto por ese único pequeño detalle.

El florista de Rodorio nunca pensó que su propia hija sería la excepción.

Tras cruzar la mayor parte del pueblo, se acercó al enorme edificio, el cual tenía una cruz en el techo, y un pequeño campanario. Una modesta puerta de madera se colocaba en la entrada. Al llegar a la puerta del convento, el hombre la golpeó repetidamente con el bastón que utilizaba para caminar. Al no recibir la respuesta esperada, el hombre pateó repetidamente la puerta. Tras uno o dos minutos, una monja abrió la puerta, sorprendida, pero al verlo intuyó de quien se trataba. Se hizo a un lado para dejarlo pasar.

-Ah, es usted- dijo la monja, y se inclinó levemente- bienvenido, señor-

-Vine en cuanto recibí la nota- dijo el hombre, cruzándose de brazos, en un tono considerado insultante. La monja no dijo nada, solo sonrió levemente de manera empática- ¿cómo está mi hija, hermana?-

-No tiene nada de que preocuparse, señor. Agasha se encuentra en perfectas condiciones- dijo la monja- comenzó con los dolores apenas ayer, al anochecer. La criatura nació en las primeras horas de la madrugada. En un varón-

El hombre frunció el entrecejo aún más y se cruzó de brazos. La monja alzó las cejas al ver su reacción. Al parecer, no estaba nada contento por el desenlace de aquella historia. El hombre, sin embargo, estaba absorto en sus pensamientos. Albafica y Agasha. ¿Quién lo habría pensado? Respiró hondo, intentando tranquilizarse, o la monja lo haría sacar de ahí.

-¿Puedo ver a mi hija?- dijo el hombre de pronto.

-Por supuesto. Por aquí, señor- dijo la monja, mostrándole el camino.

El hombre la siguió entre los pasillos del convento, sus pasos y el ruido del bastón en el que se apoyaba resonaba mientras pasaban por los oscuros corredores, apenas iluminados por la luz del amanecer. Un grupo de monjas venían caminando de los claustros hacia la pequeña capilla, en sentido contrario al hombre del bastón. Pasaron por uno de los jardines. Finalmente, la monja se detuvo frente a la puerta de uno de los claustros, junto al jardín, y la señaló. La monja golpeó dos veces y la abrió.

-Gracias, hermana- dijo el hombre, entrando al pequeño claustro y cerrando la puerta tras de sí.

Agasha se veía mucho más crecida, a pesar de que apenas habían pasado seis o siete meses desde la última vez que la vio. Estaba tumbada boca arriba, apoyada en las almohadas, con una sonrisa cansada, mirando fijamente al pequeño bulto que tenía en sus brazos con una dulce sonrisa. La chica estaba absorta en el rostro de la criatura que no escuchó entrar a su padre. El hombre, tras mirarla unos segundos en silencio, se aclaró la garganta, llamando su atención.

-¡Padre!- exclamó Agasha al levantar la vista y ver de quien se trataba. Su exclamación no fue nada feliz, y su tono de voz la delató. Estaba asustada.

-Con que es cierto- dijo el hombre, cruzándose de brazos con un gesto decepcionado- creí que había algo de dignidad en ti, Agasha, pero me equivoqué. Viniste a esconderte en este convento, como un criminal, para evitar que me entere de esto. De esta abominación-

El bebé comenzó a llorar, y Agasha regresó su atención a él, moviéndolo suavemente para consolarlo. El hombre le lanzó una mirada. No cabía duda que ese pequeño, ese niño era realmente hijo del difunto santo de Piscis. Sus cabellos, sus facciones, sus ojos, era Albafica vuelto a nacer. El hombre le dirigió una mirada de desprecio.

-Mi hijo no es ninguna abominación, padre- dijo Agasha, abrazando y arrullando al bebé- y no vine a esconderme. Vine a refugiarme, de ti y de todos los habitantes de nuestra aldea, que seguramente me habrían apedreado tan pronto hubieran visto mi abdomen crecer-

-Una ofensa, y ya te volviste una insolente- dijo su padre, tumbando el cántaro con agua en la mesita de noche junto a la cama de Agasha, haciéndola quebrarse en el suelo, y haciendo que el bebé volviera a llorar- ¿qué no tienes respeto?-

Agasha guardó silencio, entre consolando al pequeño y continuando mirando a su padre de manera desafiante.

-¿Cuándo sucedió esto?- demandó saber el padre.

-No es tu asunto…- dijo Agasha.

-¡Merezco saber la verdad!- dijo el hombre- ¿qué sucedió?¿cuánto tiempo me estuviste ocultando que eras la meretriz de ese santo dorado?-

Agasha se ruborizó de furia, aunque en el fondo también estaba herida por el tratamiento de su padre hacia ella.

-Una vez, cuando fui a dejar las flores al despacho del Patriarca Sage, y cuando regresé…- respondió Agasha- padre, ¡yo lo amaba! Y nos hubiéramos casado si no hubiera…- hizo un pausa y bajó la mirada- cuando supe que estaba embarazada, entré al convento para ahorrarte el disgusto de verme así, y las hermanas han sido muy amables en dejar que me quede con ellas…-

-¡Si hubieras querido ahorrarme el disgusto, primero no te habrías acostado con Albafica!- gritó el hombre.

Agasha guardó silencio, abrazando a su hijo, mientras veía a su padre hervir de furia.

-Arreglaremos este desastre- dijo el padre por fin, de nuevo intentando tranquilizarse- dejarás al engendro del santo dorado aquí, con las monjas, y regresarás a casa, diciendo que estos meses estuviste cuidando a una tía enferma. Y te casarás con el chico de la panadería, tal y como teníamos planeado antes, y nadie nunca sabrá que tuviste al bastardo de un santo de Athena-

-¿Qué dices? ¡No! Por supuesto que no haré eso- dijo Agasha. El bebé comenzó a llorar de nuevo- lo que propones es una abominación. ¡No lo voy a abandonar, por nada del mundo!-

-¡Agasha!- exclamó el hombre- ¡vas a hacer lo que yo te diga!-

-¡No, padre!- gritó Agasha a su vez- no lo voy a dejar. Y es la última palabra-

El hombre estaba tan enfadado que se acercó a ella con la mano en alto. Agasha se ovilló, protegiendo con su cuerpo al bebé, y el golpe cayó sobre la cara de la chica. Ella dejó escapar un grito de dolor, cayendo de la cama al suelo, pero con su pequeño bien protegido. El grito hizo que un par de monjas entraran, alarmadas.

-¡Tú no eres más mi hija!- gritó el hombre- ¡no eres más que una prostituta, una calientacamas! ¡Yo te maldigo, a ti y al bastardo de ese santo dorado! Un día te vas a arrepentir de haberte comportado como la zorra de uno de ellos- tomó aire, y volvió a gritar- ¡maldigo a ese bastardo asqueroso! ¡Un día, uno de tus descendientes va a pagar esta afrenta!-

Y sin decir más, salió de la habitación y del convento, empujando a una o dos monjas en el camino, y dejando a su hija llorando y abrazando al recién nacido. Agatha lo besó en la frente con cariño.

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Narvik, norte de Noruega

Año del Nacimiento de Athena

Minos y Jorunn se habían escapado de la casa tan pronto como se había puesto el sol,y habían pasado varias horas afuera, en la nieve, cubiertos por gruesas mantas y mirando con atención el hermoso cielo nocturno. La niebla ya se había levantado, y las tímidas auroras boreales o luces del norte, comenzaban a aparecer en el cielo.

Además de las mantas que habían tendido en la nieve, ambos habían llevado un termo con chocolate caliente, el cual Jorunn destapó y sirvió dos enormes tazas. Le dio una a Minos, y tomó ella misma la otra. Se echó a reír, y apoyó su cabeza en el hombro del chico. El aliento de ambos era visible a pesar de ser de noche, iluminado por las auroras boreales.

-Gracias, Jorunn- dijo Minos, sonriendo y dando un sorbo a la taza. La chico sonrió y bebió un poco de chocolate ella también.

-¿Crees que esto que estamos haciendo es sensato, Minos?- preguntó la niña- mis tíos estarán furiosos si se enteran que nos salimos en la noche, a escondidas, a ver las auroras. Ya sabes lo que piensan-

-Mis papás no se enterarán de que nos escapamos, Jorunn, no te preocupes- dijo Minos con su sonrisa traviesa- ya se lo que piensan, creen que los lobos se acercarían a la casa…-

-Pero estamos lejos de la casa de tus padres, Minos- observó la niña- al menos cuatrocientos metros, en la nieve. Si los lobos llegaran a aparecer, no llegaríamos-

Minos hizo un gesto despreocupado, y dio un empujón amistoso a su prima, quien se echó a reír y le devolvió el favor. Pronto, ambos miraron hacia el cielo y dejaron escapar una exclamación de asombro.

-Wow… no me canso de verlas- dijo Jorunn- ¡son muy bellas!-

-Lo sé- sonrió Minos, dejándose caer en sobre su espalda, con sus manos en la nuca. Suspiró, y una nube de su aliento se formó sobre su boca. ¡Su vida era tan perfecta!

-¿Sabes como se forman las luces del norte, Minos?- le preguntó Jorunn, tras dar un sorbo a su taza de chocolate.

-Tiene algo que ver con los rayos de sol en el polo norte- dijo Minos- mi madre me explicó, pero sinceramente ya no recuerdo. Pero también escuché que hay una leyenda al respecto…-

-¿Una leyenda?- dijo Jorunn, esperanzada- ¡cuenta!-

Minos sonrió. Dio otro sorbo a su chocolate caliente, y volvió a cubrirse con las mantas.

-Cuenta la leyenda que es un zorro de fuego quien cruza el cielo de noche- dijo Minos, sonriendo, y al hacerlo mostró sus colmillos- ilumina el cielo con las chispas que se desprenden de su cola al arremolinarse la nieve-

-Vaya…- dijo Jorunn. La niña sonrió, y Minos se echó a reír también- ¿sabes lo que dice mi mamá? Dice que tú eres un zorro blanco-

-¿Un zorro?- dijo Minos, haciendo una mueca de fastidio, pero volviendo a sonreír- ¡un lobo blanco, mejor dicho!-

Jorunn se echó a reír. Claro, Minos parecía un lobo albino, sobre todo cuando sonreía y mostraba sus colmillos.

De pronto, el chico escuchó un ruido extraño. Un gruñido. Al principio pensó que no era nada, pero se levantó tras oírlo de nuevo. Jorunn gritó, al darse cuenta también de lo que estaba sucediendo. Minos se incorporó de golpe, y le cubrió la boca para hacerla callar.

-Son lobos, Minos…- dijo Jorunn, quitándose la mano del chico- son lobos… vamos a morir…-

-Shhhh…- dijo el chico en voz baja- tranquila, Jorunn. Yo los distraeré. Tu corre a mi casa a pedir ayuda-

Minos tomó la pala de nieve, la empuñó con sus dos manos y se preparó. Miró a su alrededor. Había al menos tres enormes lobos alrededor de ellos, dos grises y uno blanco, acechándolos y amenazándolos con atacarlos. Jorunn se levantó también.

-No puedo dejarte solo, Minos- dijo ella, aferrándose a su brazo.

-Necesitas correr, Jorunn, y correr rápido- dijo Minos, poniendo la pala en alto con una mano, soltándose de ella, y tomado uno de los leños de la fogata en su mano- ¡corre!-

Jorunn no se hizo del rogar, y se echó a correr hacia la casa de los padres de Minos, mientras éste peleaba, manteniendo la atención de los lobos. Uno de los feroces animales se lanzó contra él, y el chico lo golpeó en la cabeza con la pala. Sin embargo, no logró sino más que hacerlo enojar. Uno de los lobos comenzó a correr hacia Jorunn, y ella cayó al suelo, tropezando con una piedra en la nieve.

-¡Jorunn!- dijo Minos, aterrado y lleno de culpa, corriendo hacia ella. El chico golpeó al lobo y evitó que atacara a su prima. Con un movimiento, la ayudó a levantarse, y le dio un empujón- apresúrate, solo faltan unos pasos más. ¡Corre!-

Pero Jorunn no pudo correr. Uno de los lobos, el más grande de todos, saltó sobre Minos, haciendo caer al suelo, peleando por el lobo e intentando evitar que lo mordiera. El segundo cayó sobre la niña, mordiéndola en una pierna y haciéndola gritar. Minos no podía defenderla ya. El tercer lobo lo atacó, y el agudo dolor en su brazo hizo que el chico gritara con todas sus fuerzas, rompiendo el espectral silencio de la noche.

El grito de Minos alertó a la familia. Cuando salieron, se horrorizaron al ver lo que encontraron. Un lobo muerto. El pequeño cuerpo de Jorunn estaba tumbado en el suelo, la nieve manchada de sangre a su alrededor. A su lado, estaba la chamarra de Minos, hecha pedazos y empapada de sangre. Había también un rastro de sangre en la nieve, alejándose de la casa, pero no rastro del niño.

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Horas más tarde

A medio kilómetro de ahí

Minos abrió los ojos levemente. El lobo lo había arrastrado casi medio kilómetro de su casa. Se sentía terriblemente mal, mareado y nauseoso, con un horrendo dolor de cabeza. La herida en su brazo derecho seguía sangrando, y sentía que la vida se le escapaba con la sangre que estaba perdiendo. El niño cerró los ojos y suspiró.

Pronto, el dolor desapareció, y el chico adivinó que ya se acercaba a la muerte. Minos abrió los ojos, y vio junto a él a un hombre vestido con un hábito de sacerdote de color negro. Su presencia era calma y terrible al mismo tiempo. Y tenía algo extraño, una estrella negra en la frente.

-Esto…- dijo el niño en voz baja- ¿esto es la muerte?-

-Sí, bueno, no exactamente- dijo el recién llegado- yo soy Thanatos, dios de la muerte-

-¿Dios de la muerte?- dijo Minos- ¿realmente voy a morir?-

-Sí- dijo Thanatos- y por ello tengo algo que proponerte. Si quieres unirte a mi señor Hades, dios del Inframundo, y convertirte en uno de los tres grandes jueces del Inframundo, luchar por él, el rey del Inframundo te devolverá tu vida. Te concederá vida eterna-

Minos sonrió y se quitó la sangre de su mejilla.

-¿Vida eterna?- dijo Minos, alzando las cejas- ¿luchar por Hades?-

-Como lo escuchas- dijo Thanatos- pero tienes que decidir ya-

-De acuerdo, señor Thanatos- dijo el chico- acepto-

El dios de la muerte sonrió y le ofreció su mano. Minos la tomó sin dudar, con una sonrisa ensangrentada.

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Año 3 del nacimiento de Athena

Hospital Bambino Gesú, Roma, Italia

La mujer pelirroja daba vueltas de un lado a otro, entrelazando los dedos con preocupación. El hombre estaba solemnemente de pie, cruzando los brazos. Ambos estaban preocupados por el bienestar de su hija. Habían hecho el viaje desde Turín hasta Roma para que los médicos especialistas del hospital infantil la examinaran. ¡No podían aceptar el diagnóstico que les habían dado en Turín!

El médico principal salió de la habitación donde habían examinado a la pequeña, y se dirigió a los preocupados padres.

-Lo siento mucho, signor Lombardi- dijo el médico- los médicos de Torino tienen razón. Su hija padece diabetes tipo 1. No hay cura para esta enfermedad, pero se puede controlar con inyecciones frecuentes de insulina. Lo siento mucho-

Al escuchar aquello, la mujer se echó a llorar, y el hombre dejó caer su vaso de agua al suelo con coraje, derramando el líquido.

-¡No es posible!- dijo el señor Lombardi- ¡vinimos hasta acá para que nos dijeran algo distinto, dottore!-

-No puedo decirle nada distinto, signor- dijo el doctor- su hija Sofía tiene diabetes, y no hay nada que hacer al respecto, más que aprender a controlarla…-

-Bah- dijo el hombre, y salió del hospital dando tumbos. La mujer lo siguió, sollozando. El médico sonrió tristemente, y se volvió a la enfermera.

-Llama a Lucca- dijo el doctor- la pobre niña tiene tan poco apoyo de su familia, que le vendría bien tener un amigo que le enseñara a cuidarse-

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Poco más tarde

-¿Otra inyección?- dijo la niña pelirroja haciendo un puchero- ¿porqué?-

-Porque vas a comer, Sofía- dijo la enfermera- de ahora en adelante, tendrás que ponerte insulina siempre que comas-

Sofi se mordió el labio para no llorar cuando la enfermera la inyectó de nuevo. La enfermera la miró con compasión. La niña de diez años tendría que aprender a cuidarse sola, ya que sus padres carecían por completo de aceptación de la enfermedad que tenía.

-Oh, por cierto- dijo la enfermera- tienes una visita-

-¿Quién?-

Antes de que la enfermera respondiera, un chico de once o doce años entró a la habitación de la niña, llevando un pequeño maletín. El chico, casi un adolescente, era rubio y de rostro alargado, con vivaces ojos verdes y piel blanca. El chico sonreía ampliamente.

-Hola, Sofi- dijo el niño.

-Hola- dijo Sofi, mirando al recién llegado con curiosidad, aliviada de ver a otro chico ahí- ¿te conozco?-

-No lo creo- dijo el niño- me llamo Lucca. El dottore Bocaccio me envió a charlar contigo-

-¿Porqué haría eso?- dijo Sofi, frunciendo el entrecejo.

-Yo soy como tú, Sofi- dijo Lucca con una sonrisa amable- yo también tengo diabetes-

-Oh…- dijo la niña, sorprendida.

-Te voy a enseñar a inyectarte sola- dijo Lucca, abriendo su maletín y mostrándole su contenido. Traía varias jeringas y artefactos para mostrarle- no te asustes. No es difícil-

Sofi sonrió ampliamente. Se sentía mucho más confiada ahora que conocía a alguien más que era como ella. Que podía entender.

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Verona, Italia

Año 10 del nacimiento de Athena

-¿Aria?¡Aria!- exclamó una mujer de mediana edad, buscando entre los jardines de un parque en el pequeño pueblo de Verona. Una chica que largos cabellos castaños claros, casi rubios, surgió de entre los arbustos y sonrió. La mujer hizo una expresión reprobatoria. Tenía una mancha de tierra en la mejilla, y algunas ramas en su cabello- ¡Aria! En nombre de todos los dioses, ¿que has estado haciendo, hija?-

-Encontré una seta venenosa- dijo la chica, mostrándole un hongo rojo con puntos blancos sobre él- mamá, esto es peligroso para los visitantes. Imagina que un niño…-

-¡Aria!- dijo su madre, alzando la voz para hacerla callar- ¿qué voy a hacer contigo?-

La mujer realmente no sabía que hacer con Aria. Era pequeña, pero a su edad era la chica más bonita del pueblo, con sus enormes ojos redondos y sus facciones bellas, pero siempre andaba metiendo sus manos a la tierra, trepando árboles, mirando flores, sembrando semillas. ¡Nadie se iba a fijar en ella!

-Pero mamá, pudo ser peligroso- dijo Aria.

-¿Y se puede saber que estás haciendo entre los arbustos buscando plantas venenosas y…?- dijo la mujer.

-Hongos venenosos, mamá- la corrigió Aria, y regresó su atención al hongo rojo con puntos blancos, dándole vueltas y mirándolo como si fuera lo más interesante del mundo- es una falsa oronja-

-¡Aria!- dijo su madre, alzando la voz de nuevo, y haciendo que la chica diera un respingo- deja de hablar de esas plantas, ¡eres igual que tu padre!-

La chica sonrió levemente al escuchar ello.

-Mamá, la nonna dice que debo estar orgullosa de parecerme a papá- dijo Aria- que debemos estar orgullosos…-

-Vamos, Aria- dijo su madre, interrumpiéndola y tomándola de la mano como su fuera una niña pequeña- tenemos que ir a casa. Necesito tu ayuda, tu hermano está deprimido-

-¿Qué pasó con Lucca?- dijo Aria, alzando las cejas- creí que estaba muy feliz con su proyecto. Su nuevo compañero…-

-Sofi se va para siempre de Verona. Se va a vivir a Grecia- dijo su madre, interrumpiéndola- y ya sabes como tu hermano siempre ha estado enamorado de ella-

-Oh...-

Aria alzó las cejas. Su hermano mayor, que vivía con diabetes, igual que Sofía, había estado siguiéndola desde que tenía doce años, y Sofía llevaba siete años dándole calabazas. Si bien ambos tenían diabetes como algo en común, Sofi siempre había sido muy aplicada en sus estudios, y siempre se había negado a salir con él. Y una vez hacía un tiempo, Aria la había escuchado mencionar que quería irse a vivir en otro país, sobre todo porque sus padres ya no la apoyaban, ni con su tratamiento ni con sus estudios.

-Pobre Lucca- dijo Aria, pensativa- pero, quizá es lo mejor, ¿no, mamá? Es hora de que Lucca la supere. Sofi me agrada mucho, pero si no quiere a mi hermano, ¿qué vamos a hacer? Tiene que aceptarlo-

-¡Aria!- gritó su madre una vez más.

La chica puso los ojos en blanco. A su madre le gustaba gritar su nombre a cada rato.

-Está bien, tienes razón- dijo la chica- vamos, hablaré con Lucca. Y quisiera despedirme de Sofi antes de que se vaya a Grecia. La voy a extrañar mucho-

Aria se guardó el hongo en su bolso, se sacudió la tierra de las manos, y corrió hacia su casa, donde una cena de despedida estaba preparándose para su querida amiga.

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Entrada al Inframundo

Año 14 del Nacimiento de Athena

Byaku de Nigromante salió lentamente de Ptolomea y se dirigió lentamente hacia el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Iba caminando a toda prisa, sonriendo. Por primera vez estaba seguro de que se había cambiado al bando ganador. Hades y los dioses gemelos se habían suavizado bastante. ¡Era vergonzoso que se aliaran con Athena! Para comprobarlo, Byaku se unió al bando de Phobos y Deimos, como espía en el Inframundo. Cuando Didrika y Fleur de Lys le propusieron trabajar para ellos, no dudó en aceptar.

Cuando cruzó el río Aqueronte y llegó al límite entre los dos mundos, se encontró cara a cara con Fleur de Lys. Ésta le entregó un pequeño papel en sus manos.

-Tus instrucciones- dijo la mujer- ¿tienes algo para mí?-

Byaku asintió, y sacó un pequeño frasco de vidrio, con un contenido líquido, transparente. Lo puso en manos de la mujer.

-¿Eso es lo que creo que es?- dijo Fleur de Lys. Byaku asintió.

-No fue difícil- dijo Byaku- el espectro cuidador del río cree que fueron órdenes de Minos. No sospecharán nada- se aclaró la garganta- y tengo otra noticia: Hades e Hypnos visitarán mañana en la noche el Santuario de Athena, se reunirán ahí con ella y con Poseidón-

Fleur de Lys asintió.

-Le avisaré a Bellini- dijo ella- tengo entendido que están vigilando a los santos de bronce en Japón. Gracias-

La mujer le dio la espalda, y se apresuró a alejarse de ese sitio. Byaku sonrió y regresó a la octava prisión del Inframundo.

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Giudecca, Inframundo

Año 15 del Nacimiento de Athena

Minos se sentó en su silla con una sonrisa, mientras que miró a los lados. A su derecha, Radamanthys y Victoria estaban en la sala del trono, sentados lado a lado y con el fiero espectro tomando a la chica de la mano. A su izquierda, estaban Aiacos y Violate, la chica apoyando su cabeza en el hombro del juez de Garuda, con una sonrisa cómplice entre ellos. Frente, Hades y Perséfone charlaban animadamente, así como Thanatos y Agatha, sonriéndose mutuamente. Hypnos se mantenía en silencio, mirando distraídamente el libro que había llevado, ajustándose de tanto en tanto las gafas.

El juez de Grifo suspiró. Estaba feliz y extasiado por que todos sus compañeros eran felices y, por primera vez, sintió algo parecido a un vacío en su corazón. Además, pensó en lo mucho que amaba las auroras boreales, y que siempre había soñado compartir eso con alguien. Tenía curiosidad sobre como se sentirían sus compañeros estando enamorados.

-Estas terriblemente callado el día de hoy, Minos- observó Violate de pronto, alzando las cejas al ver la expresión seria del juez- ¿sucede algo?-

-Nada- dijo Minos, saliendo de sus pensamientos.

-Has estado terriblemente callado estos últimos días- observó Hades por su parte- desde que regresaste del Santuario de Athena-

-Estoy bien, muchas gracias- dijo Minos, cruzandose de brazos

-Ahora que lo mencionas- dijo Aiacos, mirando de reojo a Radamanthys por un momento, y luego fijando su atención en Minos- sí has estado un poco distraído-

-No es eso…- comenzó el espectro de Grifo.

-Yo te vi muy pensativo de camino a Ptolomea el otro día- comentó Radamanthys en una expresión que sonó como un gruñido, pero con una sonrisa torcida que hizo reír a Victoria.

Minos gruñó en voz baja. Sus dos compañeros se estaban vengando por todas las que él les había hecho. Hasta cierto punto, lo tenía merecido, sobre todo con Radamanthys. Oh, al pobre juez de Wyvern lo había torturado hasta la muerte, molestándolo con Victoria. Ahora que lo pensaba, con Aiacos también se había portado un poco mal. Sus dos compañeros seguramente estaban uniéndose en contra de él. Hades y los dioses gemelos les siguieron el juego.

-Ejem…- Pandora se aclaró la garganta, y de pronto se percataron de su presencia. Los presentes bajaron la mirada, todos excepto Radamanthys y Victoria, que estaban en sus propios pensamientos, ajenos de que ellos eran la causa del enojo de la mujer.

Minos sonrió levemente. Le daba un poco de pena la situación de Pandora, pero Radamanthys nunca se había visto tan feliz, y eso ya era mucho decir. Quizá sería bueno invitar a Lune a esas reuniones. Quien sabe, quizá podía juntar a su lugarteniente con Pandora. Uno nunca sabe lo que puede resultar si presentan a dos personas. Minos suspiró.

-¿Escucharon las noticias que traje el otro día?- dijo Minos, sonriente, pero en un claro esfuerzo por cambiar el tema y hacerlos olvidar que lo estaban molestando- supe que hasta Afro de Piscis tiene novia. Incluso Death Mask trajo a una chica misteriosa de Egipto-

La conversación giró en torno a eso, y Minos sonrió complacido, mostrando sus colmillos. ¿Distraído él? ¡Bah! Distraídos ellos que se dejaban cambiar de tema tan rápido.

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CONTINUARÁ…

¡Hola a todos! Espero que les haya gustado esta introducción. Minos es uno de mis personajes favoritos, sobre todo en Lost Canvas. Me tomé la libertad de hacer a Agasha un poco mayor de lo que realmente es en LC (o Albafica sería un pedófilo de lo peor), así como una que otra modificación. Espero no les importe. Muchas gracias por seguir leyendo mis locuras, y por sus reviews. Nos leemos pronto.

Abby L.