Capítulo 13
Abro mis ojos con dificultad, los malditos rayos del sol chocan en mi cara, olvidé cerrar bien las persianas, siento mi boca pastosa, saco mi desnudez de las cobijas y coloco mi culo en el borde de la cama. Dos de mis dedos se deslizan a mis sienes cuando a estás les da por martillar mi cerebro hasta casi perforarlo, mi habitación da vueltas, algo sube por mi esófago, salgo disparado al tocador para devolver el estómago, mi garganta arde con el paso de aquella asquerosa y maloliente expulsión. Son el nefasto recuerdo de la peda que me monté anoche.
Elevo mi vista para notar mí demacrado, ojeroso y lagañoso rostro mañanero. Luzco como la mierda, mi pelo está enmarañado, dándome una apariencia más a rastafari que mohicano. Abro el grifo del lavamos, empozo algo de agua para lavar mi cara, tal acción parece no solo refrescar mi piel sino que también mi memoria.
Flashes de la noche anterior bombardean mi mente. Música a volumen discreto ameniza la pequeña fiesta privada, tres botellas de distintos licores, botanas, líneas de cocaína y otras sustancias alucinógenas yacen en el mesón de la cocina del hogareño apartamento. Mi memoria cambia el escenario por otra más candente. Dos pares de manos acarician mi abdomen, dos bocas succionan cada una de mis tetillas. Dos húmedas lenguas lamen la longitud de mi miembro al mismo tiempo y en un ritmo acompasado.
Beso a la rubia.
Beso a la morena.
Ambas se besan.
Ambas me besan a la vez.
Un par de hermosas chicas hacen el amor frente a mí. Sentado en un sillón, me dedico a verlas darse placer. —Soy el único espectador de tan erótica escena. — Gimen y unen sus vaginas en una tijereta que las lleva al orgasmo, llevándose de paso el mío.
Una torcida sonrisa de suficiencia se coló en mi boca al rememorar todo aquello. Hacer un trío. Estar en medio de dos chicas es la jodida fantasía sexual de cualquier hombre.
Satisfacerlas.
Que te satisfagan.
No es mi primera vez en uno, más sí es el primero donde soy el único varón involucrado. — Si incluyera gemelas hubiese sido la cereza del pastel, pero no siempre se tiene lo que se desea.
Los vestigios de lo acontecido anoche se aclaran cada vez un poco más. Estaba aburrido en mi habitación y haciendo zapping televisivo. Escasos veinte minutos antes de la hora pactada, Neji avisa por el chat grupal que no podrá ir, y así sucesivamente fueron cancelando uno a uno. Tomé la iniciativa de ir por unas cervezas al bar donde trabaja la rubia; con la firme intención de encamarla nuevamente.
Es buena en lo que hace. Atiende su clientela a cuerpo de rey, gana con méritos cada centavo de su propina. Apenas me vio llegar, deslizó mi cerveza favorita por la barra hacia mí, conversaba a ratos conmigo, salimos al parqueo por un par de cigarrillos, y fue allí donde ella propuso tener una cogida casual después de salir del trabajo.
Ni de chiste pensé que su novia aparecería en el local, menos aún que la platinada la convenciera de hacerme participe en su noche pasional. Jamás hubiese creído que aquella despampanante trigueña que se abrió paso entre la multitud, robándose las miradas de los ahí reunidos, dejándolos con la baba caída o verdes de envidia; era la pareja de la rubia. Cada que Trinity mencionaba a su novia, me daba la idea de una mujer con pose masculina, —la estereotipé vilmente — casi caigo de espaldas cuando aquella deidad caminó directamente hacia la barra con sus oscuros ojos puestos en un punto fijo hasta estampar su carmines labios contra los púrpura de la rubia.
«— ¿Así que eres, Shikamaru? Iré al grano. Sé que te acuestas con mi mujer, soy consciente de sus necesidades y se las respeto. Además, a las dos nos gusta diversificar la temática en la alcoba. Ella alaba tu rendimiento, bien, es hora de confirmar o derogar su objetividad. Pasaremos un buen rato. Los tres. Si efectivamente resultas ser un buen amante y logras convencerme, pueda que seas invitado nuevamente. Eres atractivo. A simple vista se ve que gozas de buena salud. Servirás para nuestros propósitos.»—recordé que espetó la peli negra.
Y así fue… —me rifé el pellejo con cada estocada. Saciaría el deseo de ambas chicas o moriría en el intento. —cuando me uní al festín, la morena estaba acostada sobre el colchón con las piernas abiertas y la cabeza de la rubia entre ellas practicándole un oral intercalado con la intromisión de un dildo de velocidades mientras yo le destrozaba el culo. Luego se turnaron y fue el momento de penetrar el agujero pequeño de la piel canela. —Debo rendirle mis respetos a la rubia por tan exquisito gusto con las féminas. La de ojos achocolatados en un completo bomboncito de más de treinta años. —Las dos son insaciables. Me follé a una, luego a la otra.
Hicieron una pose tan pornosa que me fascinó. La rubia se subió sobre su chica, tomando la misma posición de cuatro patas, ambas dejaron sus traseros suspendidos en el aire- Podía apreciar claramente sus entrepiernas. Brindándome en charola de plata cuatro agujeros para que yo haga con ellos lo que me plazca, —y lo hice— escupí un poco de saliva en la palma de mi mano y con ella lubricar mi miembro. Tomé mi pene y lo hundí en una, lo saque y lo llevé a la otra vagina. Repitiendo la acción con una, después con la otra. Estaba jodidamente exhausto. Jodidamente sudado. Jodidamente enorgullecido de mí mismo por mantener el asta firme a pesar de haber consumido cuanto brebaje y droga me ofreciesen.
La orgía acabo hasta altas horas de la madrugada, —al menos fueron condescendientes de mi ardua labor y me permitieron dormir un rato. Cuando desperté cada una dormía tranquilamente sobre mi pecho — antes partir, repetimos la acción, esta vez en la ducha, culminó con una magnífica eyaculación en cada una de sus bocas.
Salgo del mundo de los recuerdos, con el ego henchido y una problemática erección a la que debía atender cuanto antes.
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Termino de ducharme. Voy de regreso a mi recamara a ciegas y por inercia. Tallo mis ojos con vehemencia, pero no me dejan de escocer. Para rematar, la maldita toalla se desliza de mi cintura y por poco voy dar al suelo cuando uno de mis pies se enredó en la tela. — ¡Mierda!—mascullo.
— ¡Esa boca muchacho!—regaña una ronca voz. — ¿Te cayó champú en los ojos?—pregunta papá.
—Sí. —afirmo al mismo tiempo que llevo mis manos a cubrir mis partes nobles. No es de mi agrado estar desnudo ante él.
— ¡Te ayudo!— exclama.
—No. Sí, ¿Podrías alcanzarme las gotas para los ojos que están en el botiquín, por favor?
El inconfundible olor del after shave de mi viejo se cuela en mi nariz y junto a su calor corporal, me anuncian que ha pasado a mi lado para adentrarse al baño. Aprovecho para guiarme con mis brazos extendidos, choco con el borde de mi cama y me apresuro a sentarme en ella y rápidamente poner las sábanas sobre mi masculinidad.
Papá se acerca hasta quedar frente a mí. — ¿Se te olvida que te sostuve desnudo entre mis brazos el día que viniste la mundo? ¿Qué limpié tu trasero de niño?, ¡déjate de tonterías!, ambos tenemos lo mismo aunque por lo visto se desarrolló más en ti que en mí. —señala rascándose la nuca y con su rostro sonrojado.
Ese es mi padre, un hombre con una facilidad de palabra insuperable, —capaz de convencer a una monja de hacerse puta si se lo propone, pero su cerebro hace corto circuito cuando se trata de expresar sus sentimientos; ese tema es su acabose y lo convierten en un cavernícola de la era actual.
—Créeme cuando te digo que no tienes nada de qué acomplejarte. —continuó mi padre con su verborrea. Provocando que un mañoso como yo, desee que la tierra se abra y se lo trague, empeora al notar el énfasis acentuado en la palabra "nada".
Que una mujer vanaglorie el tamaño de tu pene o enaltezca tu rendimiento en la cama, se siente jodidamente bien, pero que tu muy nervioso padre lo haga, es una experiencia espeluznante, más si la última vez que te vio sin ropa apenas te estaba cambiando la voz y tenías dos que tres vellos púbicos.—en verdad, Shikamaru. Has crecido bien y…
— ¡Ya me ha quedado claro, papá!— le interrumpí antes que alguno de los dos muriese de un infarto. Él, asintió aliviado. —Levanta la cabeza y abre los ojos. —solicitó y obedecí. — Dos gotas de aquel líquido se escurren sobre mis córneas. Mitigando el ardor. — ¿Mejor?—quiso saber.
— ¡Sí, gracias!, ¿Qué haces acá?—acoté.
—Te traje unos analgésicos. Tus arcadas se escucharon desde el otro lado de la ciudad., ¿Bebiste ayer?
«Bebí, me drogué y forniqué.»—pensé. Entendí que era absurdo pretender engañar al viejo. Es demasiado astuto como para dejarse embaucar. —Sí. No medí mi forma de beber anoche y hoy tengo una resaca de los mil demonios.
—Pasarse de tragos a cualquiera le sucede, pero todos los fines de semana ya es costumbre y tener un hijo alcohólico realmente crispa mis nervios. —«aquí viene la retahíla, ese es el fastidio de regresar a vivir casa con tu padre.»— debes moderar tu comportamiento, este no es un hotel o tu apartamento. Hay reglas en esta casa y lo sabes. —Exhaló como analizando lo que iba decir. —Las cosas hoy en día han cambiado, primero se acuestan y después se preguntan el nombre, espero que te dé la cabeza para cuidarte no solo de darme un nieto sino también de enfermedades, dime, ¿Lo haces? ¿Te proteges cada que intimas con una mujer?
Rasqué mi cabeza con la tensión a flor de piel. Me molesta ser regañado como si aún fuese un niño pequeño, — ¡Oye, papá!, es algo incómodo hablar de esto contigo. Fue embarazoso a los trece sigue siéndolo a los veintes; entiendo que te preocupes y para tu tranquilidad. Sí. Uso profilácticos siempre que…intimo.
Agita su cabeza en afirmación. —Perdona si te incómodo con lo que estoy por preguntarte, pero creo que ha llegado la hora de hablar al respecto. —arrugue mi entrecejo al no entender a qué se refiere. Lo veo dudar. Rascar nuevamente la parte trasera de su cuello y mirar a todo lado. — ¿Qué quieres saber, papá?— le apremio a formular su pregunta.
Exhala con nervios. Inhala fuertemente. —Tú…—«repite la acción respiratoria»— tú… ya sabes…—el misterio me está matando— te gustan las mujeres, juegas ambos bandos o…
Mis cejas se le elevaron hasta formar un arco perfecto. — ¡No soy gay, papá!—chillé.
— ¡Permíteme tener mis dudas!, No es para que te pongas a la defensiva, Shikamaru. No voy a juzgar tus inclinaciones. Eres mi hijo y respetaré tus preferencias, pero necesitaba salir de dudas. Nunca me has presentado una novia o siquiera mencionar una chica.
—Es porque no estoy interesado en centrar cabeza. Tengo mis asuntos con chicas, pero son estrictamente sexuales.
— ¡Santo Jesús!
— ¡Oh, vamos papá!, no me dirás que no hiciste tus cosas de joven.
—Bueno, sí, pero fui un caballero con ellas. Las respeté hasta donde me lo permitieron. ¡Mira!, en mi época…
Intimar, qué palabra tan mierda. —comencé a cavilar mientras veo gesticular a mi padre sin prestar cuidado a lo que dice. Era mejor desvariar que soportar una historia de su juventud.
Yo llamo las cosas tal y como son. Follar, coger, fornicar, echar un polvo; esa es la forma correcta de llamar a lo que hago cada que me meto entre las piernas de una mujer. Sin embargo, recordé que no estoy conversando con alguno de mis amigos, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano por corregir mi vocabulario, de haber soltado una de esas joyitas verbales mi padre me habría partido la cara o pude haberle provocado un patatús y no es mi intensión quedarme huérfano.
Él fue criado con otros principios. —misma educación que pretendió enseñarme, pero me emancipé antes de lograrlo. — Tiene una supuesta moral muy elevada y prefiero hacerme el desentendido porque de lo contrario, puede ser contraproducente para mis planes.
Además, no es que me acueste con niñas buenas que hay que despegar de las faldas de sus madres, así que desde mi desvirgamiento (1) con una mujer que ya no ovulaba, y la primera vez que follé con Trinity, creo que han sido las únicas ocasiones en que he montado a pelo, en todas las demás me he forrado hasta las amígdalas y sino porto preservativos pues toca hacer solo sexo oral.
Esa vez con la rubia me tranquilizó verla ingerir una píldora del día siguiente. La sola idea de embarazar a una chica por calenturiento me pone los pelos de punta. Que una desconocida lleve a mi hijo en su vientre y venga a joder mi vida con demandas por pensión alimentaria o pretenda con ello amarrarme, no está en mi lista de deseos por cumplir.
El practicarme la vasectomía ha surcado mi mente, y es increíblemente extraño retroceder el casete de mi memoria y recordar que de niño añoraba formar una familia. Eran pensamientos inmaduros y lejanos que me dan ganas de viajar en el tiempo para coscorronear a mi yo del pasado. No es que me disgustan los niños, al menos no los ajenos y de convivencia máxima de treinta minutos, simplemente no me veo calentando biberones o cambiándole el pañal sucio a una rechoncha, llorona y babeante réplica mía a escala.
— ¿Entendido hijo?—musitó papá, espero y no se dé cuenta que no presté atención al sermón que me había dado. — ¡Más claro ni el agua!—respondo.
—Creo que es todo, solo ten en mente que aquí también viven dos mujeres. Una de ellas está con las hormonas aceleradas. Es una etapa crucial de su vida donde toma como ejemplo a seguir a cualquiera que le preste un mínimo de importancia. Ella cree haber experimentado lo suficiente. Es como una esponjita que absorbe todo lo que le muestren y la cordura siempre debe prevalecer en el adulto.
—Shikaku. Shikamaru. Temari, ¡Hora de desayunar!—vocifera Karura desde la cocina. Papá se levanta como resorte, camina unos centímetros antes girar el pomo de la puerta al mismo tiempo que gira su cabeza hacia mí. — ¡Fue bueno hablar contigo muchacho!, y vístete o cogerás un resfriado. —musita con esa sonrisa característica de los Nara para luego desaparecer por el pasillo.
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Diez minutos después bajé sintiéndome más persona. —«El analgésico había hecho su milagro»— la mesa estaba abarrotada de viandas. Tomé asiento y alargué mi mano para alcanzar el recipiente con zumo de naranja, pero un dulce manotazo brindado por Karura evitó mis intenciones, provocándome extrañeza por su actitud.
— ¡Bebe esto mejor!—anunció. — Es jugo de tomate con apio. Te ayudara con la resaca—señaló guiñándome un ojo con picardía.
— ¡Gracias!—dije antes de dar un sordo al brebaje que caso devuelvo en una arcada.
—Al principio sabe horrible, pero te sentara bien en el estómago. Es una vieja receta bastante usada por los enguayabados allá en Suna. —añadió al ver mi cara de asco.
— ¡Buenos días! —canturrea la pequeña rubia escaneando a los dos adultos para después colocar sus ojos en mí para hacer un mueca que no sé si entender que es una sonrisa o no. — ¡Hola!—me saluda levantando su mano con desconfianza.
Levanto mi mano en respuesta mientras sorbo del rojizo jugo al que poco a poco le voy tomando gusto. — ¿Todo bien?—intento plantarle conversación, pero ella toma asiento al lado de su madre.
Ella asiente en afirmación y fue gracioso ver que el movimiento agitó coquetamente sus coletas.
Mientras desayunamos, disimuladamente la observo con detenimiento. De verdad que a la revoltosa rubia le está acentuando de maravilla su adolescencia. Ha sumado unos cuantos centímetros a su altura, está más delgada a excepción de sus mejillas que siempre han sido rollizas. La blusa colegial se entalla en las partes correctas de su menudo cuerpo. Evidenciando una estrecha cintura y unos pechos que a ojo de buen cubero (2) le calculo una talla 34 copa B. La falda plegada y a cuadros del uniforme del instituto, le llega a la mitad del muslo, dejando a la intemperie dos piernas tonificadas, su piel es suave al tacto; lo comprobé hace dos días que me la eché al hombro. Su rostro de muñequita tiene algunos esporádicos barros, —normales a su edad—camuflados con leve maquillaje; sus ojos están decorados por cejas gruesas y pestañas tupidas, rasgos característicos de los descendientes de zonas desérticas; su boca cubierta de bálsamo y su cabello está perfectamente engominado haciendo imposible que una hebra escape.
No necesita aclarar que es una niña rica. Ella exuda prepotencia, calza zapatillas colegiales en negro estricto y reluciente. Usa perlas en sus orejas, pulsera con intrincado delicado en oro y manicura en rosa pálido.
Tiene elegantes portes, — «hasta que se enoja y saca al camionero reprimido que lleva en su interior.»—resulta divertido verla arrasar con todo lo servido en la mesa. Como una termita devora un panqueque untado de nutella, tiene en espera una copa de frutas con yogur, un vaso de zumo de naranja, y un plato con una tostada francesa, huevos revueltos y dos lascas de tocino tostado. A su madre le vendría siendo más económico comprarle de un metro más de tela para su corta falda que alimentarla. —«que aproveche ahora que puede comer hasta hartarse y no subir un kilo.»
Dejo de verla antes de ponerme en evidencia y me dedico a charlar de política con mi padre y tomar mi desayuno.
—Hoy es tu cita con el ortodontista, ya solicité tu permiso de salida en rectoría. Debes estar en la casetilla del guarda a las dos. Pasaré por ti a esa hora. —anunciaba Karura poniéndose de pie con los platos sus platos sucios y los de papá.
— No quiero ir. Convénsela ¡por favor!, Skika otōsan —chilló la rubia.
— ¡Es por tu bien, princesa!
La rubia le hizo un puchero. Es demasiado inmadura para entender que si mi padre se pone de su parte, traería a colación una discusión con su madre, —lo cual no me importa que suceda y vendría a ser muy conveniente— pero él es muy inteligente, no pondrá en su propia contra a su mujer. Sabe bien cuando apostarle a la fierecilla y cuando inclinar la balanza para apoyar a la zorra.
—Nada de manipulaciones, niña. ¡No te servirán!, ahora termina de arreglarte rápido que estás atrasando a Shika kun, él te llevará al instituto. —Ya sabes dónde están las llaves del coche, ¿cierto?—dirigió su pregunta hacia mí, sin darse cuenta que a su espalda, su retoño tenía los ojos también en mí solo que teñidos de amargura.
— ¿Por qué él?—inquirió la rubia, anunciando con ello, una rabieta mañanera.
—Porque Shikaku y yo debemos estar en nuestros respectivos trabajos lo más pronto posible, —mi padre entendió que también debía apresurarse y se levantó de su asiento cruzando tras de mí dándome unos golpes en el omoplato y pellizcándole un moflete cariñosamente a la rabiosa a manera de despido— además, tu colegio queda en dirección opuesta. ¡Déjate de majaderías!, ve a cepillarte los dientes, recoge tus cosas y alimenta tu mascota.
—Ya alimenté a Kamatari y también limpié la suciedad.
— ¡Me parece excelente, cariño!—acotó Karura, y así ambas se enrumbaron al segundo piso, dejándome solo en el comedor.
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Presiono el claxon dos veces para apremiar a la revoltosa. Por fin sale dando doble paso a la cerradura, cargando en uno de sus hombros su mochila lila decorada con parches y la carpeta escolar cuya portada, es nada más y nada menos, que un descamisado Itachi Uchiha con pose de rock star en su brazo derecho. —creo que, sin temor a equivocarme, hasta sus bragas tiene la imagen del cantante. — ¡Deja de ser tan impaciente!—chilló azotando la puerta del coche al entrar.
—Terminarás destrozando el pobre auto parte por parte.
—No es justo que mi madre te dé el escarabajo y a mí no.
—Aprende a conducir como una persona normal y te lo dará. Así me ahorras el suplicio de verte. — espeté con una sonrisa ladina para que notase que le estoy gastando una broma. Ella me miró con una ceja arqueada. Le veo que quiere decir algo, pero las palabras no encuentran la salida. — Oye, gracias por lo de…
—No es que quiera arruinar este bello momento, pero si no nos apuramos te cerrarán el portón del instituto y yo debo hacer otras cosas. —interrumpí antes de que le diera un colapso al ver su orgullo mancillado por agradecerme. Sin más acelere.
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— ¿Y te dices informático?—mofó la rubia. —En internet puedes hallar lo que sea que busques incluso de drogas por si no lo sabes.
— ¿No me digas?—ironizo.
— ¡Pues sí te digo!— Presiono el volante fuertemente y respiro contando hasta cien, analizando los pros y contras de ahorcar a esta escuincla. —Además las drogas están en todas partes incluso en el instituto. La mayoría de chicos lo hacen. Fuman en los sanitarios, en las zonas verdes o detrás del gimnasio. Los profesores saben bien quienes son y cuáles son sus escondites, pero se hacen de la vista gorda. Creo que se cansaron de atraparlos para que al día siguiente estén haciendo lo mismo. Otros chicos suben fotos drogándose a sus redes sociales, como si fuese lo más cool. —parloteó la rubia.
— ¿Qué prejuiciosa resultaste?, el hecho de que a alguien le guste despejar su mente de tanta mierda no quiere decir que sea exactamente un adicto. Tu misma acabas de decirlo, muchos lo hacen. Te aseguro que no solo el chico malo o el de los barrios bajos sino también los niños fresas, las chicas populares, el deportista destroza vírgenes, hasta el ñoño y el nerd. ¡No hay jerarquía en esto niñita! No te dejes llevar por las apariencias. —Sentencié.
Sus labios cargados de brillo se torcieron en una mueca. «Le había cerrado la boca y no tenía con qué contratacar.»— ¿Qué hay de ti?, ¿solo fumas hierba o algo más?—soltó de buenas a primeras, con su delineada ceja arqueada en señal de victoria. Dejándome fuera de base por unos instantes. Formulando en mi cabeza una respuesta coherente que satisfaga la insaciable perspicacia de la rubia. — Hierba únicamente. Soy un consumidor casual no un adicto. —repliqué.
Aquellas verdes esferas se posicionaron en mí. Escudriñando cada parte de mi cuerpo. Ni parecido al primer día que le enseñé a conducir. Ese día colocaba sus ojos en cualquier parte menos en mí. Me bastaron unos minutos para comprender que su desasosiego se derivaba a que si me veía, la imagen de mi cuerpo desnudo se colaba fácilmente en su pervertida cabecita. Recuerdo que la encaré en broma y recibí una lluvia de manotazos de su parte, pero el rojo acentuado en su rostro la delataba aunque ella preferiría la guillotina antes de aceptar que era por eso.
— ¡Tienes razón!—rompe el silencio. — Garichú y Kanki lo hacen y no son adictos.
Retuve una risotada en mi boca o la rubia me asesinaría por "injuriar" a sus angelicales hermanos. —«Si supiera que esos dos son capaces de fuman hasta las copas de los árboles no estaría poniendo las manos en el fuego por ellos. Los Hermanos de la Arena hicieron estragos es su adolescencia. Rudos por excelencia. Fueron los más grandes dealers de la secundaria. La temporada vacacional con su padre en Suna era sinónimo de traer provisiones alucinógenas de excelente calidad. La marihuana de la tierra del viento no tiene punto de comparación, por eso los cabrones arrollaban buen billete y vendían la mercancía en un santiamén. Y con ellos fumé mis primeros porros.»— ¿Cómo sabes que lo hacen?
—Porque los he visto, soquete. Cuando están en casa lo hacen mientras remojan sus pies en la alberca y la guardan en un oxidado latón de galletas sobre la repisa de la bodega.
— ¿La siguen guardando ahí?, ¡Qué básicos!
—Sí, pero yo la muevo de lugar para que mi madre no la encuentre. No quiero que se enoje y acabe prohibiéndoles volver. Cuando le llegaron los rumores que ellos tenían problemas con la droga…—la pequeña rubia mordió su labio inferior y silenció, agitando sus coletas en negación. — ¡Olvídalo!, no quiero hablar de ello.
No había que tener cinco dedos en la frente para saber que el asunto estuvo de la mierda. El solo semblante de la fierecilla lo decía todo. Hubo serios problemas mientras estuve ausente. Por fin estaban cayendo las caretas y se descubría que yo no era la única puta manzana podrida de esta falsa familia perfecta.
—Mamá encontró unas viejas revistas para caballeros y películas de contenido adulto. Fue en una navidad pasada. Fue al ático a sacar las cajas con decoraciones y el ciprés artificial, estaban guardadas en…
— ¡Tu casita de muñecas!—me adelanto a decir. — y diles porno.
Sus mejillas se tornan coloradas revelando su inocencia. — ¿Siempre eres así de fresco para hablar?
— ¿Qué dije de malo?, es así como se les conoce: Por-no-gra-fía, no tengas miedo en decirlo. Además, macho que se respeta se la ha jalado en honor a una traviesa conejita. Es algo que viene de generación en generación, tu padre, mi padre incluso nuestros abuelos lo hicieron.
— ¡Eres un cerdo!
— Le decíamos pornoteca. El ático era nuestro discreto salón de pajas. —digo para enfadarla.
— ¡Quieres callarte, señor pervertido!
— ¡Ya - ya!, deja el drama, ¿quieres?—aúllo. — ¡Servida, señorita!—anuncio levantando mi barbilla para señalar la entrada del instituto.
La rubia toma el retrovisor para acomodarse el flequillo de su cabello antes de salir del coche. Veo que de su mochila cuelga un pompón en color lila y que los parches sobrepuestos hacen alusión de su banda favorita, otro del símbolo Paz & Amor, y que la caratula de su reloj de mano es un unicornio. —Temari, ¡por acá!—chilla agitando un brazo al aire una niña muy bonita que he de suponer es su amiga.
La ojiverde le devuelve el saludo con cariño. Iza su mochila. Gira a verme en mutismo total. —De nada… ¡tonta!—me adelanto a sus intenciones de agradecer, porque sé que para ella deberme un favor es casi peor que le diagnosticaran gonorrea.
Me saca la lengua como chiquilla malcriada. — ¡Soquete!—musita bajándose del auto. A unos pasos se encuentra de frente con su amiga quién de inmediato enrosca brazo con el de la rubia. No me pierdo detalle. Ambas van cuchicheando, y queda claro que es sobre mí porque la castaña gira discretamente a verme.
Levanto dos de mis dedos a manera de saludo, y ella se ruboriza ante mi acto. Cuando estoy por marcharme, noto que la carpeta de la rubia descansa a un lado del asiento. La tomo y salgo del coche, cruzo la calle y me encuentro con el guarda. —La rubia… mi…mi hermana dejó esto, ¿podría encargarle llevárselo?— exclamé fue espantosamente extraño decir que ese engendro es mi pariente.
— ¡Con todo gusto! Solo necesito que me diga el nombre de la estudiante, el grado que cursa y el número del salón de clase.
Rasqué la parte trasera de mi cuello. No tenía remota idea de esos datos. En eso recordé llamar a mi padre para averiguarlo. Saco mi móvil para llamar a mi viejo. Presiono el contacto y llevo el auricular a mi oído.
—Yo me encargo de llevársela a tu hermana, Shikamaru.
Aquella misteriosa voz se me hizo familiar. Giré para encontrarme con su dueña. De inmediato la boca se me cae y corto la llamada al escuchar mi padre responder. La veo de pies a cabeza. Los años le sientan bien. Sus pechos ya no están tan centrados como en sus mejores épocas y su cabello dejó de ser rubio y largo por uno corto y grisáceo. Más acorde a su edad. Uno que en vez de restarle belleza le suma elegancia y distinción.
Frente a mi tenía a la mujer más temida del instituto. El sueño erótico de más de un jovenzuelo. La misma con quién perdí mi inocencia.
Hasta aquí un capítulo más de esta historia. Como siempre espero y sea de su agrado. Quiero dedicarle esta capítulo a Karitnis- san y a Shaiell.
Si notaron al inicio, Shikamaru dice que no es la primera vez que el participa en un trío, pero si el único donde él es el único hombre. Este encuentro sexual será narrado próximamente.
Sin más me despido deseándoles un excelente fin de semana y que la luz de todo lo divino guie siempre su camino.
(1) La palabra persé, no existe. Es una forma de llamar a perder la virginidad muy usado en mi país.
(2) Es un refrán que quiere decir que alguien realiza algo sin tomar medidas o peso.