Dedicado a Japiera.
.
Disclaimer: Los personajes de Haikyuu! no me pertenecen y esta historia no tiene fines de lucro.
.
.
.
IWAiZUMI - CONTiNUO
I – "El presente continuo"
Por ChieroCurissu
Ni siquiera puedo decir: «Iwa-chan y yo somos inseparables». Duele no poder decirlo ni pensarlo en voz alta.
«No obstante, Iwa-chan, siempre te hablo en mi mente, como si me escucharas, como si estuvieras a mi lado insultándome y salvándome el pellejo al mismo tiempo».
No puedo decir «Iwa-chan y yo somos inseparables», pero puedo confesar que «Iwa-chan y yo éramos inseparables». La vida la vivimos en presente, pero casi todo lo pensamos en pasado, hasta el mismo presente, como si nos apropiáramos de él antes de vivirlo o algo así. El presente continuo, le digo yo.
Hajime Iwaizumi, de haberme escuchado, habría dicho algo como «Cierra el pico, Mierdakawa» o «Tienes las ideas más estúpidas, Basurakawa», porque de verdad Iwa-chan era de frases demasiado sinceras, las decía sin querer y con ellas se me iluminaba la cabeza, o me la despejaba, ¡qué sé yo!
Si los consejos o los insultos de Hajime no me hacían entrar en razón, siempre quedaba el recurso de los golpes; los cabezazos eran la especialidad de Iwaizumi cuando teníamos 18 años. Ahora ya no sé.
Iwa-chan permanece adolescente en mis pensamientos. Acá, por mi mente, los dos terminamos apenas la preparatoria. Dentro de mis recuerdos, el de los «éramos», Iwa-chan y yo «somos» un todo aparte. Un circuito de carreras de autos de juguete que rueda y rueda en un hueco de mi percepción adulta y presuntamente funcional.
Levantarme. Vestirme. Desayunar. Tomar el tren. Mover los pies uno tras otro como si compitieran entre ellos. Trabajar. Trabajar. Trabajar. Ver videos de vóley en el móvil. Comer. Trabajar. Trabajar. Desplazarme al gym para la rehabilitación. Entrenar. Entrenar. Entrenar hasta olvidar. Olvidar. Sudar. Ducharme. Volver a casa. Cenar. Dormir. Soñar que estoy otra vez en las grandes ligas. A veces, si se puede, follar.
Cuando me corro dentro de una chica, recuerdo vagamente el vértigo que sentí cuando participé en las olimpiadas. Cuando el orgasmo me contrae, es como si reviviera la excitante sensación de mi mano temblorosa rematando un balón. A veces, grito. Y cuando las cosas no salen bien con la chica en cuestión, siento como si el balón hubiera salido de la cancha.
«Es out, Iwa-chan», le digo, «perdimos el punto».
Generalmente, el ciclo de 24 horas se acaba sin que pase nada extraordinario y, al otro día, las mismas actividades regresan, se repiten con algunas variaciones. En ocasiones, los diálogos cambian, muchas veces ni siquiera me acuesto con ninguna chica… a veces, no me doy cuenta de qué es lo que es diferente. Sólo es un presente continuo.
«El punto es que, Iwa-chan, te hablo todo el tiempo de lo que estoy haciendo en mi rutina».
«Oye, ¿te imaginas si nos pudiéramos comunicar por telepatía?, hey, Iwa-chan, ¿y si de pronto me escucharas dondequiera que estés? ¿Qué me responderías».
Pero Hajime esta silente desde hace más de 10 años. No me contesta cuando le pregunto y nuestro diálogo imaginario se convierte en un monólogo mío que bien podría poner en duda mi cabalidad. No, Hajime no me responde, aunque tampoco es que lo llame de verdad. Desde aquel día en que amanecí sobre su pecho y nuestros ojos su cruzaron, ambos supimos que habíamos pasado de un «somos» a un «éramos».
—¿Es que no vas a llamarle nunca? —pregunta de vez en cuando Takahiro Hanamaki cuando coincidimos en un bar de Shinguku.
—Makki, ¿tú crees que Iwa-chan me llamaría antes?
—Eran mejores amigos —me dice, luego recuerda algo que no comenta… termina soltando algún diálogo ambiguo —. Sea lo que haya pasado, haya sido tan grave como fue, ¿no ha transcurrido ya demasiado tiempo?
—No, ya en serio, Makki, ¿crees que si nunca me decidiera a hablarle, Iwa-chan tomaría quizás la iniciativa?
Y Hanamaki Takahiro no me responde porque yo también lo he evadido. Mejor cambia el tema; ambos somos esquivos talentosos. No hay manera de decirle lo que pasó, pero Makki seguramente lo sabe; Mattsun también debe de saberlo.
«¿Verdad que sí, Iwa-chan?».
Por ellos dos me he enterado de la vida del Hajime Iwaizumi-adulto: ese que no caza bichos, ese que no insulta a sus semejantes –bueno, a mí-, ese que no juega vóley y no remata mis pases.
Es un Iwaizumi oficinista que aparenta ser ordinario, que vive soportando los calorones del Kyoto veraniego y ceremonioso. Trabaja en una empresa que importa matcha al resto del mundo y vive cerca del pueblo de Uji.
«¿De verdad, Iwa-chan? ¿Vendedor de té verde?». Eso quiero preguntarle, pero como ya no somos un «somos», sino un «éramos», replanteo mi pregunta favorita del pasado:
«Iwa-chan, ¿te acuerdas que nunca pudimos vencer al Shiratorizawa ni a Ushiwaka?, ¡qué tontería que haya sido Tobio-chan el que pudiera ganarles!».
Luego, imagino que me responde:
«¿No es acaso tu discípulo?», y lo imagino con su honestidad brutal, exclamando que soy un pésimo ser humano por desearle el mal a Kageyama y a Ushijima para así poder sentirme bien conmigo mismo.
Monologueo esas conversaciones muchas veces, quizás, en el fondo, esos sean mis rezos. Mientras trabajo, duermo, como, defeco, entreno, fornico y repito una y otra vez la rutina, en mi mente Iwa-chan y yo hablamos continuamente de nuestro pasado. Todo ocurre dentro de mí, y duele, porque por fuera soy demasiado brillante y sigo destacando por obra de la selección natural.
Así que no es que esté tan mal por lo que ocurrió con Hajime. Por fuera -en el exterior donde coexisten las voces que salen de la garganta- trabajo y estudio con ahínco; sonrío como siempre y soy víctima de las mismas ambiciones que toman el rumbo de mi vida desde que era un niño.
Desde que sé que Iwa-chan es una especie de agricultor y comerciante, me he puesto a pensar que cosechar matcha no está del todo opuesto a mi profesión. Ambos extraemos algo de alguien. Iwa-chan extrae el té de la tierra; yo extraigo sangre del cuerpo.
«Qué curioso, ¿no crees, Iwa-chan? », pregunto. «No tiene nada que ver, Idiotakawa», imagino que contesta.
Ahora mismo estoy en la parte de mi ciclo que se resume en: Trabajar-Trabajar-Trabajar. Ordinariamente estoy en el laboratorio del hospital procesando las muestras y pensando en el pasado –mi presente continuo- pero hoy tuve que cubrir el área de consultorios. ¿Quién iba a pensar que terminaría siendo químico farmacobiólogo?, ¿quién iba a pensar que se torcerían tanto mis deseos de ser astronauta?
«Aunque tenga la mejor sonrisa y la apariencia más impecable, los pacientes suelen tenerle tirria a los químicos, Iwa-chan».
Sospecho que Hajime se burlaría de mí. Se reconfortaría con el odio que me tienen los pacientes, especialmente los mocosos con rostro parecido a Tobio-chan o al cabrón de mi sobrino Takeru.
«¡Iwa-chan, no te mofes!, ¡también voy a picarte a ti!», y extiendo la jeringa, aprieto la liga contra el brazo musculoso de un hombre cualquiera, de esos de cara genérica como el mismo Iwaizumi.
Con esa expresión de bruto, pero con las facciones tan ordinarias, para mí era un misterio cómo Iwa-chan tenía tanto sentido común y una personalidad tan honesta y admirada.
«Habrá muchos hombres parecidos a ti, Iwa-chan, pero ninguno tendrá nunca tanta razón».
Trabajo. Trabajo. Trabajo. Cazo la vena de ese extraño que me hace mala cara, succiono la sangre, que va llenando los tubos de ensayo; imagino que Hajime es mi paciente y soporta con estoicismo y valentía el piquete.
«Uno para la química sanguínea, otro para biometría hemática, ¡ah!, el de reacciones febriles y el antidoping, ¿es que estás buscando trabajo en alguna empresa, Iwa-chan ficticio?».
A pesar de todo, mis compañeros de trabajo dicen que «tengo buena mano», es decir, que soy bueno para conseguir sangre de mis pacientes. A veces –justo como hoy- la jefa de enfermeras baja al laboratorio para pedirme que vaya a canalizar por vía intravenosa a pacientes con vena difícil en las áreas de hospitalización.
—Le tronaron las venas y no han podido canalizarla. Es la niña de la cama 4, en el piso de pediatría.
Número cuatro, como la camiseta de Hajime. Eso intento pensar, mientras preparo el equipo y aviso a mi superior que voy a salir del laboratorio para subir a piso.
Cuando termine la tesis del posgrado, es posible que me vaya de aquí. No es que no me gusten los hospitales porque la gente está triste todo el tiempo y hay muerte, enfermedad y desolación. No me incomoda ejercer la parte clínica de mi profesión, ni me molestan los olores a medicamentos y alcohol y, por más perturbador que suene, me reconforta cómo se ve la sangre cuando la extraigo de los cuerpos.
El problema de los hospitales es que son un recordatorio constante de mis lesiones y mis límites deportivos.
«Iwa-chan, ¿recuerdas lo que me dijo aquel médico cuando me recuperé de la rodilla por primera vez, en el instituto?, ¿de verdad no?, pues dijo algo como 'tienes que saber el límite de tus capacidades físicas'».
No sé por qué, cuando entro al hospital y camino por sus pasillos, recuerdo la voz de ese médico atentando contra mi amor por el vóley. Siempre me acuerdo porque el maldito algo de razón tenía, y no saber el límite de mis capacidades físicas me ha acarreado varias lesiones más en mi vida profesional.
«No me culpes, Iwa-chan, tú deberías ser siempre el que me regañe cuando me excedo». Pero Hajime ya no está para detenerme. No está para mandarme a no desvelarme ni a excederme en los entrenamientos.
El piso de Pediatría es el peor de todos. Aquí se deprimirían hasta los personajes de los manga shonen y los superhéroes de la Marvel. Aquí no hay niños -como Hajime- que cacen bichos y rematen balones.
«Ahora que lo pienso, Iwa-chan, ¿por qué llevabas el número cuatro en la camiseta en lugar del dos?; no es que Mattsun no lo merezca, ni nada por el estilo, quizás él y Makki se apuntaron antes que tú, ¿es eso?, no me acuerdo de nada».
—Cama 4. Piso de Pediatría. Niña con venas reventadas —mientras subo las escaleras, echo la mirada a la historia clínica que me dio la jefa de enfermeras. Anemia, eso es lo que puede resumirse. No pongo atención a nada más.
Saludo al personal del piso y entro directo a la sala donde está la cama cuatro.
—Quizás la debas canalizarla por el tobillo —recomienda un enfermero que no conozco.
—Tonterías —respondo y me aferro a mi propia reputación de tener «buena mano».
La niña, de ojos tan grandes y oscuros, tiene gesto de indiferencia, creo que es una manera que tienen los mocosos de actuar cuando están heridos o se sienten mal… no obstante, esa niña, causa una gran impresión en mí, porque luce aburrida y su carita, ¿cómo decirlo?
«¡Mi paciente se parece horrores a Kunimi-chan, Iwa-chan!, juraría que es su clon».
—¿Ehhhh? ¡¿Oikawa-san?! —mientras intentaba sacarle una risa a la Kunimi-clon, escuché esa voz que ya conocía y di media vuelta, para verle la cabeza.
—¡Pero si es Kindaichi!, ¿Qué haces aquí?
«Kindaichi, aún con el pelo más corto y diez años más, sigue teniendo cabeza de nabo. ¿Te imaginas, Iwa-chan, lo que debe sentirse tener esa forma de cabeza tan rara?».
—¿Oikawa-san, trabajas aquí?
«O sea, lo de Kindaichi es el cráneo y no el cabello, por eso, a pesar de que ha pasado tiempo, sigo pensando en que tiene la cabeza en forma de nabo, pero no me malentiendas, Iwa-chan, todavía pienso que la mejor característica de Kindaichi es su manera de jugar vóley y no su forma craneal».
—Llámame Oikawa-sensei ahora —me acomodo la bata de laboratorio y me río; le doy una palmada, Kindaichi está tieso. Recuerdo lo bien que se sentía chocar las manos con mis kouhai —. Oye, espera, justo estaba pensando en que esta niña es igualita a Kunimi-chan, ¿acaso tú?
—Papá, quiero ir a casa —la mocosa Kunimi-clon interrumpe, saca las manos de las frazadas y se las veo amoratadas por tanta vena reventada, ella habla como si tuviera pereza, sin aparente emoción.
—¿Papá?, ¿Kindaichi? —Miro otra vez la historia clínica. Siempre evito leer los nombres de mis pacientes para evitar afectos. A las chicas les digo algún cariño, a los ancianos los molesto y a los adultos los ignoro.
Aki Kindaichi. Eso dice.
«Iwa-chan, ¿cómo es que la hija de Kindaichi es igual a Kunimi-chan?, este tipo de cosas que de repente veo, me confirman que siempre hay enigmas en el cosmos, misterios propios de la vida, ¿no crees?».
—Por favor, Oikawa-san… —Kindaichi me mira tan fuertemente que asfixia. Es una mirada más feroz que la que me lanzaba cuando le daba demasiados pases a Hajime y ninguno a él. Antes tenía una mirada feroz pero discreta. Ahora es un ruego muy fuerte.
Kindaichi, según me acuerdo, tenía el número 12 en la camiseta del uniforme cuando yo iba en mi tercer año de instituto. Qué número tan lejano al que yo tenía, pienso.
.
.
.
«Iwa-chan, ojalá estuvieras aquí», pienso, mientras escucho la historia de Kindaichi, en la que me cuenta que esa niña es hija de la prima de Kunimi-chan que murió.
A la niña ya la he canalizado y la enfermera en turno le ha puesto los medicamentos intravenosos que necesita. Kindaichi y yo salimos al pasillo, donde me cuenta que la Kunimi-clon es solamente su hija adoptiva.
—¿Pero y Kunimi-chan?
Desvía un poco la mirada. A simple vista puedo notar que es un simple oficinista más en el poblado Tokio. Trae puesto un traje de mal gusto; Hajime, a pesar de esa apariencia todavía más ordinaria que Kindaichi, siempre supo vestir bien.
—En realidad… —sube y baja los ojos. Es tan grosero que un kouhai como él sea más alto que yo. Le miro las manos, si bien están ásperas, es más que visible que ya no son las manos de un jugador de vóley —. En realidad, Kunimi y yo compartimos responsabilidades en la crianza de Aki.
Eso dice. No necesita decir más que eso, porque me enervaría echar a andar mi imaginación. Bien puedo imaginar a hombres besándose y queriéndose, incluso follándose. Ahora, la verdad, es que prefiero abstenerme de imaginar a los queridos kouhai haciendo eso. Aun así le pregunto con desfachatez:
—¿Son pareja, cierto? ¿¡Quién lo habría pensado!?
Kindaichi no niega ni afirma nada, sólo se pone más torpe y colorado. Intercambiamos números. Trabaja en el área de ventas de una empresa de riego por goteo. Kunimi-chan, comenta, es informático.
—Ah, qué nostalgia, ¿y a Sendai ya no vas?, a veces me gustaría ir y echar una mirada por nuestro viejo club de vóley —yo me río, pero ya se está volviendo incómoda esta coincidencia. Kindaichi me gusta, sí que sí. Que esté con Kunimi-chan es de lo más raro pero no me molesta, que críen una niña y sean un cliché de un manga BL tampoco es malo.
No obstante, siento como si Hajime Iwaizumi estuviera también dentro de ese hospital, con el número cuatro en su camiseta, escondiéndose de mí. Tengo 28 años, soy un adulto presuntamente funcional, aun así…
—Iwaizumi-san me había dicho que eras químico y que trabajabas en un hospital, no me supo decir cuál, pero…
—¿Iwa-chan?, ¿Iwa-chan te dijo eso?
—Coincidimos en una junta de negocios en Kioto, le conté que tenía una hija con anemia, y él, de la nada, me dijo que eras químico y trabajabas en un hospital de Tokio mientras hacías un posgrado en la universidad.
—¿Eh?
«¡Iwa-chan! ¿¡Cómo es que sabes tanto de mí?!, ¿es porque Makki y Mattsun te cuentan de mí? ¿Cómo es que te atreves a hablarle de mí a Kindaichi?, ni siquiera me respondes cuando te hablo por mi mente, ¡qué malo, Iwa-chan!».
—Jamás pensé en encontrar a Oikawa-san aquí a pesar de lo que dijo Iwaizumi-san… —Kindaichi hace una reverencia entonces, se ha convertido en un ablandado padre de familia, ¡qué mundo tan loco! —. Gracias por ayudar a Aki-chan.
—No hay problema, después de todo se parece a Kunimi-chan, mi estimado kouhai… —me muerdo los labios. La rutina diaria se está rompiendo. Traigo el estómago quemado. Acidez. Reflujo. Agruras —. Dime, Kindaichi, Iwa-chan… ¿Iwa-chan dijo algo más de mí?
—Nada especial que yo recuerde, Oikawa-san.
—¿Intercambiaron números?
—Sí, claro.
«Que me dé el número. Quiero ese teléfono. Está bien si me quedo con tu número, ¿está bien si te llamo, Iwa-chan?»
—Oye, Kindaichi…
—Me alegra mucho que Iwaizumi-san y Oikawa-san sean tan inseparables como siempre— ¿Pero qué diablos está diciendo Kindaichi?, ¿le habré dicho algo que lo hizo malentender esta situación? ¡Hace 10 años que no hablo con Hajime!, ¡dame el teléfono de Iwaizumi, Kindaichi! ¡Dámelo! —. Cuando Akira y yo nos unimos al Aobajosai, hace ya tanto tiempo, siempre nos impactó mucho la unión que tenían los de tercero, especialmente admirábamos que Oikawa-san se preocupara por sacar lo mejor de sus compañeros, como setter eras todo lo contrario a Kageyama.
«No, Kindaichi, ese no es el punto, ¡díselo, Iwa-chan!».
—Oye, Kindaichi, de verdad…
—Oikawa-san, creo que es hora de regresar a mi trabajo —dice Kindaichi tras ver su celular —. Pedí permiso para venir a supervisar la hospitalización de Aki…
—Ah.
—Oikawa-san, le diré a Akira que te vi, ¿podemos mandarte mensajes, cierto?, estamos pensando en volver a jugar vóley en la asociación de vecinos del barrio cuando la niña esté mejor y…
—Espera, Kindaichi —no me puedo contener, así que lo agarro de los hombros y con la mayor calma posible, le pregunto: —¿Por qué dices que Iwa-chan y yo somos inseparables, como siempre?, dímelo, por favor.
Kindaichi Yutaro no entiende nada de nada, seguramente el dominante de la relación es Kunimi Akira, porque es más listo. Qué raro es todo esto. Mi presente continuo está alterado. Qué caos.
«Duele, Iwa-chan, ¿por qué me hablas a través de terceros?». Kindaichi toma aire, y me responde:
—Cuando le pregunté por Oikawa-san, Iwaizumi-san me dijo que te ve hasta en la sopa. Dijo que a veces, incluso, te habla y luego se da cuenta de que en realidad no estás con él, sino que él está pensando.
—¿Aaaaahhh?
«¡Iwa-chan, ¿qué se supone que significa eso?!».
—Tengo que irme, Oikawa-san —Kidaichi se guarda el teléfono —. Sé que estás en el laboratorio, pero es un alivio que trabajes en el mismo hospital donde está la niña. Nos veremos pronto, Akira se pondrá muy contento cuando sepa, si nos reunimos, tendrás que contarnos lo de los juegos olímpicos.
Me da un apretón de manos que me confirma que el adolescente que conocí se ha desvanecido; después se marcha con prisa. Veo de reojo hacia la cama cuatro, donde está la Kunimi-clon y descubro que la mocosa está entretenida con un videojuego, o algo así. Kindaichi es otro ser humano ahora… ni siquiera puedo decir que salió de un capullo y de oruga pasó a ser mariposa, no es algo tan sencillo, ni tan aceptable.
Agarro fuerzas del susto y me resbalo figurativamente hasta el laboratorio del hospital; está confirmado: mi rutina, el presente continuo que me distinguía, no renovará su ciclo por el momento.
Podré aparentar que Trabajo-Trabajo-Trabajo. Pero sólo soy un autómata, porque ahora mismo sólo pienso en Hajime, pero no en el Hajime del pasado, sino en el actual, el de 28 años, cuyo corazón palpita en Kioto.
Quisiera escuchar su latido, pero Kioto está lejos aun yendo en shinkansen.
«¡No puedo creerlo!, ¿por qué le dijiste esas cosas a Kindaichi?, ¿cómo le dices que me ves hasta en la sopa y que me hablas hasta en tu mente?, ¿a qué estamos jugando, Iwa-chan?, ¿por qué me haces eso?, ¿me has mandado mensaje a través de él? ¿o sólo has usado la ironía porque me detestas?».
—Mierda, Iwa-chan, contéstame o teletranspórtate —digo en voz alta —. Maldita sea.
No sé cómo, pero pasan las horas, termino de procesar las muestras y, a pesar de lo tortuoso que ha sido el día, acabo mi turno de trabajo. En teoría debería trasladarme a la universidad para estudiar un rato y buscar al asesor de mi tesis, pero al final decido irme al gimnasio. Entrenar. Entrenar. Entrenar. Y Sudar. Es justo lo que necesito.
«¿Cómo fue que el vóley, además de mi sueño, se convirtió en mi medio de catarsis?,¡esta vez es tu culpa, Iwa-chan!».
—¡Hola, Tooru-san! —se me cuelgan del brazo a la salida. Es la enfermera Sachiko, del área de geriatría. Siempre lleva las muestras de orina de los ancianos al laboratorio.
—Sachiko-chan…
—Terminaste tu turno, ¿cierto?, yo también. ¿No quieres ir a pasear?
Aquí, fuera del hospital, no se puede ver la puesta de sol porque los rascacielos la ocultan. Sé que anochece porque las luces neón ya están encendidas. Sachiko restriega su cuerpo contra el mío. Pasear significa ir a un love hotel en Shibuya.
—Nah, voy a entrenar —le digo, le entrecierro el ojo, para conmoverla.
—Siempre vas a entrenar a pesar de que tu lesión no mejora, anda, vamos a pasear, ¡puedo darte un entrenamiento especial!
—Ni hablar. Entrenamientos especiales sólo los tengo con Iwa-chan —me burlo y, con el mayor tanto posible, la echo de mi lado y me despido con un gesto.
La oigo gritar, sí, pero ya no le pongo atención. Imagino que dice algo como: «¿A qué te refieres con Iwa-chan?, ¿por fin tienes novia?, ¡pudiste haberlo dicho, insensible, por eso te va pésimo con las mujeres!».
«¿Habrá dicho algo así Sachiko-chan, Iwa-chan?», pregunto. Y sospecho que Iwaizumi de verdad me escucha, después de todo me ve hasta en la sopa. Quiero beber esa sopa.
No me va bien con las mujeres desde antes de lo Hajime, así que no es su culpa. Mi primera novia formal, en la preparatoria, me cortó porque le ponía más atención al vóleibol que a ella. Es frecuente que ese ciclo se repita, la mayoría de las chicas que quieren algo más que un acostón terminan rindiéndose. A veces me abofetean cuando me dejan, a veces lloran, cualquiera de las dos cosas hacen que mi sobrino Takeru se burle de mí y me pierda respeto.
«Mierdakawa, en realidad tu sobrino nunca te ha tenido respeto», alucino que dice Iwa-chan.
«¡Tú qué sabes!, hace 10 años que no lo ves », le digo al Iwa-chan ficticio, que vive en mi mente.
El Iwa-chan real, que coexiste en el mismo país que yo, no me responde directamente –no es que le llame en realidad- pero al parecer él habla continuamente de mí consigo mismo y con Kindaichi. Desde hace tiempo pensaba que habíamos pasado de ser un «somos» a un «éramos».
«Pero si de verdad me ves en la sopa y me hablas en la mente, ¿qué es lo que en verdad seremos, Iwa-chan?».
.
Continuará...
.
.
.
Notas: Siempre quise que mi primer fic de Haikyuu! fuera un IwaOi. Finalmente, después de muchos intentos, salió este primer capítulo de "Iwaizumi – Continuo". La idea general del fic me la ha dado la autora Japiera, aunque yo me he encargado de distorsionar y complicar el fic (que está dedicado ella). Al parecer es un poco difícil que yo pueda escribir cosas sencillas… sumado a eso, supongo que debo avisar que el próximo episodio estará un poco fuerte o "subido de tono". Me disculpo por los posibles errores que pueda tener este fic y, además, también prometo ir mejorando las caracterizaciones de los personajes.
¿Qué hizo que Iwaizumi y Oikawa se separaran 10 años? ¿Qué va a pasar con la pobre mente disfuncional de Oikawa y los mensajes que presuntamente le envía Iwaizumi a través de terceros? ¿Qué sentido tiene este fic?
Muchas gracias por leer.
Saludos,
ChieroCurissu.
PD. ¡Feliz 2017!
