Disclaimer: Saint Seiya The Lost Canvas es creación de Shiori Teshirogi y Masami Kurumada. Esto es un fanfic, y me enorgullezco de ello...


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Hacia las Estrellas

~Prólogo~

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12 de enero del año de 1740

Monsieur Dégel,

Han sido ya varios meses desde nuestra última correspondencia. Su última carta fue todo lo loable y lleno de frescura intelectual que puede ser una carta en nuestros días. Su respuesta a mi pregunta sobre lo que pensaba acerca de los contrastes entre las prioridades y ventajas que se le da a un varón, mientras se deja a la mujer en un estado menos que deplorable, fueron de mi total asombro y fascinación. El deseo de debatir al respecto aún corre dentro de estas mis venas y no hallo momento para escribirle a usted lo que sus palabras han provocado en mí.

Se preguntará entonces por qué he demorado tanto en responder. Pues bien, el turno de la respuesta ahora corre a mi cuenta y, me temo, no es tan sencillo como quisiera. Y es que la razón por la que me he visto impedida a escribirle de nuevo, no ha sido otra más que yo misma. Yo y mis pensamientos, ¡ay mis pensamientos y mis sentimientos! Qué erráticos y extraños son esas conmociones que nos inundan el corazón y nos hacen perder esa razón por la que los hombres de mi nación hoy parecen tan preocupados de admirar. Pero ya estoy desvariando en mí, ¿no lo cree? Sé que ahora debe tener usted ese curioso ceño fruncido que sólo hace cada vez que algo le resulta extraño. Lo recuerdo, era su gesto cuando lo encontré en aquel cuarto de la Mansión Vouivre, luego de acabar con ese malvado de Flint, una de las jewels de Madam Garnet.

Oh, pero, ¿no debería ser más cortés y preguntarle cómo se encuentra? Apuesto que ha habido misiones, que ha tenido que enfrentar villanos y enemigos. ¿Sería yo muy impertinente si le pido narrarme nuevamente alguna de sus labores en trabajo activo? Sabe usted que nada hay como la excitación de esta vida para inspirar a los novelistas de hoy en día. Y su vida, Monsieur , suele inspirarme como ninguna…

¿Y cómo está el clima? Yonville no ha visto un cielo soleado desde hace más de un mes, sólo las nubes del invierno llenan el cielo y parecen no querer marcharse. ¿Está el sol en Grecia? Espero que su clima sea mejor que el mío y que, en su caso, no haya nadie reprimiendo sus anhelos. Como lo es en el mío… Mamá volvió a reñirme hace una semana. Me encontró escribiendo a escondidas, en el armario de papá. Ella sigue pensando en mis ideas de ser escritora como una locura que me llevará a la ruina y a la de toda la familia. Lo mismo piensa Monsieur Farfaix, que no deja de reprocharle a mamá mi falta de atención a sus lecciones de botánica. Aún me parece curioso cómo una materia puede sonar tan aburrida de sus labios y en cambio tan llena de vida con sus letras, Señor Dégel. ¿Cómo puede ser que la vida parezca tan gris cuando miro hacia las calles, cuando camino por las aceras de mi pequeño pueblo, imaginando el destino que mamá y el mundo quieren para mí, y luego se llene de luz cuando pienso en usted y el enigmático sonido de su voz?

¡Oh, Dios mío!

Estoy atemorizada de mí misma, porque traté de negarme a esto la primera vez que lo sentí. ¿Sentirá repulsión si le dijera que soñé con usted? Lo vi, entre mis sueños, la otra noche, caminando entre la nieve, diciendo mi nombre como si me buscara. Justo después de su última carta, donde pronunció su sentir ante el desazón que una mujer como yo debe sufrir en medio de esta sociedad amante de la virtud que sólo hay en los varones. Lo pensé durante días, lo medité durante todos estos meses sin poder escribir por sólo pensar en usted. Pero fue hasta el día de ayer, que lo entendí. Ayer Ferdinand Thouluse vino a hablar con mamá, y aunque pocas palabras hemos cruzado él vino a pedir mi mano.

Mamá casi adoptó el color del hogar cuando se enteró que lo rechacé. Poco me importó (realmente soy impertinente), pero ella no lo entiende. Yo apenas si lo entendí.

No puedo aceptar a Ferdinand. No puedo aceptar a ninguno si el único hombre en mi mente es usted. ¿Soy osada? ¡Cuán vulgar debo parecerle! Traté de leer a los poetas de esta generación, para buscar mejores palabras, pero ninguno se allega a mis miedos, y al temblor que siento en el pecho cada vez que escuchó su voz en mis sueños, luego en mis recuerdos, y recibo de nuevo su abrazo para consolarme. ¿Recuerda a Ofelia, Señor Dégel? ¿Recuerda su locura? Primero por el amor a su padre muerto, luego por su pasión a Hamlet al que ya no vio. ¿No perdió el juicio por callar? ¿No se llevó a sí misma a la muerte por aquella verdad que sólo el río pudo ahogar?

Yo no quiero perder la cordura, ni quiero fallar a la honestidad. La verdad es esta:

Lo amo, mago del hielo. Amo todo lo que representa… ¡Lo amo porque sé que aunque lo haga no tengo esperanzas! Quizá en el futuro se reinventen las artes, se entornen los motivos de inspiración muertos por el intelecto de este siglo, o quizá un día el mundo ya no viva de sentimientos.

Pero en este día, Fluorite, la niña que lo conoció tras la tragedia, encuentra su luz y su amor en usted. La carga de mi confesión se puede quitar de mis hombros, confío en que su respuesta ante ésta será tan pertinente y eficaz como hasta ahora.

Mis sentimientos, de cualquier forma, serán siempre estos.

Hasta encontrar que los hielos del norte se derrumben.

Suya,

Fluorite.

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Sus ojos quedaron fijos en las letras, incluso cuando había finalizado la lectura hacía más de 10 minutos.

El silencio en la recámara principal de su Templo perduró, con un halito de soledad e intriga al que ya estaba acostumbrado. Leyó por segunda vez las mismas palabras, deseando ocultar un fallo, un índice de broma o error. La caligrafía tenue, de curvas poco cuidadosas, inclinadas las letras suavemente a la derecha anunciaron la verdad.

Todo era cierto.

Suspiró, lleno de pesar, reprochándose haber sido tan descuidado.

¿Acaso no lo había intuido? Ese cambio de actitud, en los casi tres años de correspondencia, la manera en la que las cartas de temas cotidianos se transformaron en la mención de hechos más íntimos, del intercambio de información que comprometía en más de una ocasión a su corazón.

De haber entendido aquellos signos tan discretos, los sobres rotulados con bellos ornamentos, el olor del perfume de alguna flor comprada precisamente para esos fines, de haberlo entendido… ¿Habría actuado?

Negó, para sí mismo, arrojando más juicio en su contra.

La pensó, sentada en su escritorio, redactando efusivamente cada palabra. La sonrisa expresiva de su rostro siempre alegre, siempre lleno de pasión por la vida. Una niña que a su edad había sufrido la muerte y la acechanza de enemigos salidos del mejor libro de aventuras. Una mujer con un futuro prometedor si se lo proponía. Una amiga a la que apreciaba con el mismo afecto otorgado a sus hermanos en Siberia.

Alguien a quien no podía herir con falsas promesas o endebles intentos de correspondencia.

Dobló de nuevo las hojas y las metió en el sobre donde había llegado. Abrió el cajón de su cómoda, un mueble envejecido cuya utilidad era la de un escritorio. La carta quedó sobre otras, avenidas con los meses y los temas de conversación. Un atisbo de tristeza amenazó sus ojos al cerrar lentamente la gaveta.

—Gracias, Fluorite.

Lo susurró claro, como si alguien pudiera escucharlo.

Caminó hacia la salida, fuera de la estancia que representaba sus propios aposentos, en dirección a su vida verdadera, a una donde las cartas no son suficiente para evitar el desorden o eludir la muerte.

Las últimas palabras de la carta se grabaron en su mente:

"Confío en que su respuesta será pertinente y eficaz…".

Y la tenía. Una aseveración contundente:

Ninguna.

Ni una sola carta más. Ni una sola palabra. Ni un atisbo de interés.

Porque Dégel lo sabía.

La muerte de un amor comprometido nunca ha sido el odio.

La muerte del sentimiento más arraigado sólo puede ser la indiferencia.

Por el bien de Fluorite, de ese futuro prometedor que ella ameritaba, esa sería su única y mejor respuesta.

Lo resistirá, se dijo… Ella lo resistirá.

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¡Sí, soy yo! Ya ha pasado mucho, ¿eh?

¿Me acompañarán en esta nueva aventura que será dedicada a Dégel y la pequeña (o tal vez no tanto) Fluorite?

Espero que sí...

Los dejo con este prólogo que de antemano ya rompe toda esperanza a algo romántico. Pero bueno, veamos qué sucederá.

¡Hasta la próxima semana!

(Los extrañé!)