En mi lecho de muerte: Diario de un amor imposible.
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Disclaimer: Naruto no me pertenece, le pertenece a su creador Masashi Kishimoto.
Advertencia: Posible OoC, What If?
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Si proteges, lo harás por impulso y satisfacción.
Si te asustas, sentirás mariposas y emoción.
Si callas, callarás con dolor y entendimiento.
Si perdonas, perdonarás a medias y sin resentimiento.
Si finges... fingirás por el bienestar de tu amor.
Y si lloras, llorarás solo por decir adiós.
Prólogo.
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En mi lecho de muerte: 25 de diciembre.
Siempre, desde que comencé a tener uso de razón, supe que como líder de uno de los Clanes más poderosos estaba destinado a cargar sobre mis hombros el peso de una interminable guerra. Producto de las largas cadenas de opresión que se presentaban en forma de odio y miedo humano.
Dos peligrosos sentimientos que, hasta el día de hoy, dominan cada rincón del mundo.
Algunas de las reglas implementadas por la enemiga llamada guerra no cambian con el paso del tiempo. No obstante, hay normas ya no son como solía recordarlas. Gracias al decreto de Hashirama Senju, quien fue y seguirá siendo eternamente mi enemigo; los niños dejaron de hacerle frente a las horribles matanzas entre muchas otras cosas.
Recuerdo que en nuestra época el juego de la guerra era por mucho distinto al actual. Constaba en una sola condición: matar o morir, sin importar nada.
Cuando era niño acostumbraba a quedarme parado frente a un pequeño río, que circulaba hasta el final del bosque muy aproximado a los condominios Uchiha. Me quedaba allí por horas, buscando una forma de solucionar o por lo menos retrasar la etapa inicial de lo que sería un problema sin el más mínimo punto de salida.
En aquellos días perduraban las grandes disputas selladas por el odio que reinaba entre Uchihas y Senjus, los cuales se aferraban a la errónea idea de que la paz llegaría al mundo ninja solo cuando uno de ambos Clanes haya terminado por perecer.
La guerra fue creada para llevar a cabo ese objetivo.
Las "brillantes" ideas de los Uchiha y los Senju, con respecto a encontrar la paz por medio de una matanza, solo eran caprichos típicos de los líderes que parecían más interesados en buscar poder y autoridad que entendimiento.
O al menos es así como yo solía ver las cosas.
Por esa razón me encontraba arrojando piedras todos los días en un mismo lugar. Mirando hacia el fondo del río con la escasa esperanza de que los cortos canales de agua no solo trajeran cadáveres de ninjas caídos en batalla, sino también una solución para frenar la rivalidad.
Lo más efectivo hubiese sido que los jefes de ambos Clanes firmaran un tratado de convivencia, era lo más la mejor opción. Sin embargo, la idea provenía de mi subconsciente y en ese tiempo yo no era más que un niño.
Tenía muchas prioridades por ser el hijo del jefe de los Uchiha, pero eso no garantizaba que los Senju o mi propio padre me escucharían. Después de todo... ¿qué adulto se toma la molestia de escuchar las "tontas" ideas de un mocoso? Ninguno que yo haya conocido en mi niñez o adolescencia.
Había una regla específica entre linajes, la cual dictaba que cualquiera que pensara diferente a las respectivas creencias de un clan propio sería considerado un traidor. Por lo que me atrevería a decir que en algún momento de mi vida fui un solitario traidor.
Un incomprendido soñador en un mundo acechado por las reglas sin sentido.
Hubo un periodo de tiempo en el que pensé que la solución a los problemas estaba en mis manos. Nunca olvidaré aquel sorpresivo día en el que Hashirama Senju y yo nos conocimos, porque gracias a él por primera vez en toda mi existencia pude entender lo que era la auténtica amistad y también… la alegría. Aquella frágil y temporánea alegría de saber que no era el único traidor en pensar como lo hacía.
En apariencia, ambos teníamos los mismos sueños e ideales. Aun así, nuestra rivalidad era tan grande, que literalmente la primera pelea que iniciamos fue por una piedra.
Hoy recostado en una cama, escribiendo estas prosas en mi lecho de muerte, esperando a que algún día alguien las encuentre, recuerdo a muchas personas que formaron parte de momentos importantes en mi vida. Algunos ocupan el papel de familiares y villanos, otros de héroes y amigos, o simplemente de villanos que resultan ser héroes y viceversa ante los ojos de los demás; pero ninguna persona fue tan especial como aquella mujer que desempeño el rol del amor a lo largo de mi existencia.
Una valiosa criatura que fue condenada a ser la esposa del tercer líder de los Senju.
Hablo por supuesto de Mito Uzumaki.
A cualquiera le sorprendería saber que a principios de mi adolescencia conocí a la princesa de los Uzumaki, puesto que nadie más aparte de Hashirama lo supo.
Esos capítulos, en los que sentí por primera vez un inigualable afecto hacia una mujer, han permanecido enterrados secretamente en lo más profundo se mi corazón durante todos estos años.
La mejor prueba de amor a veces es el silencio.
Ella es la primera que ocupa mis recuerdos.
Dicen que cuando llega el momento previo a la muerte, el alma evoca las vagas memorias que uno desea recordar. Algunas son buenos y otras muy dolorosos, no obstante, el sentimiento de paz es el mismo.
En eso consta mi último deseo.
Quiero recordarla y gravarme su rostro.
Quiero que, tras leer mis escritos, alguien más aparte de mi sepa quien fue ella y lo que sufrimos juntos.
Con estas palabras, estoy dando inicio a lo que fue la historia de un amor imposible.
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Continuará.