La serie de Once Upon a Time y sus personajes aquí mencionados no me pertenecen.

Gracias a todos por leer, por los likes, follows y por los reviews.

Ahora sí, puedo decir que hemos llegado al final de esta historia.

Les cuento rápidamente para que se rían un poquito de mí: La historia nació como un OS y cuando vi la respuesta positiva de los lectores decidí convertirla en un multichapter, pero yo pensaba que me serían suficientes 3 capítulos para contar todo lo que tenía planeado. Bueno, 30 capítulos y un epílogo después, puedo decir que soy pésima calculando capítulos de mis fics jajaja.

Después de 2 años, un mes y 3 días, por fin The Thing Desires Most ha terminado y no saben lo inmensamente feliz que me hace poder llegar hasta este punto.

Quiero agradecer a todos los que alguna vez se han paseado por este fic para leerlo. También a quienes se tomaron el tiempo de dejarme un review y en especial, a quienes me estuvieron dejando reviews capítulo con capítulo, brindándome su apoyo en esta travesía.

MIL, MIL GRACIAS en verdad, por el apoyo, por acompañarme, por alentarme y por las sonrisas.

Agradecimientos a autumnevil5, para quien, inicialmente, fue creado y planeado este fic.


5 años después

Las puertas del Castillo del Reino Blanco se abrieron para dar paso al Rey David que venía montado en su caballo con la guardia real tras él.

Atrás dejaron a los aldeanos que vivían cerca y se habían aglomerado en la entrada para recibir a su gobernante después de 15 días de ausencia.

Como estaban a cargo de dos reinos, tenía que hacer visitas regulares por, al menos, cortos períodos de tiempo para que el pueblo no se sintiera abandonado por su Rey.

De igual forma, el castillo no estaba desolado, era habitado por un par de hadas y Naranja se hacía presente la mayor parte del tiempo.

El príncipe Henry alternaba con David en las visitas periódicas para que no tuviera que estar separado por mucho tiempo de su familia. El pueblo le respetaba mucho por ser el padre de la Reina Regina.

Descendió de su caballo frente a la escalinata que llevaba a las puertas de su hogar sintiéndose muy ansioso

- ¡Papá! - sonrió emocionado al escuchar la alegre e inconfundible voz de su pequeño Henry de cinco años.

Se volteó, agachó y extendió sus brazos para su hijo que bajaba la pequeña escalinata corriendo hacia él

- ¡Henwy! - se escuchó otra vocecita que David sabía perfectamente a quién pertenecía.

Abrazó fuertemente a su pedacito de amor y besó su frente cerrando sus azules ojos un momento disfrutando de volver a tener a su primogénito en brazos

- Hola, pedacito de amor - le saludó en un amoroso susurro.

Abrió sus ojos para encontrarse con su otro pequeño de dos años que bajaba las escalinatas con mucho cuidado hasta que Pinoccho, de ahora 13 años, tomó su manita para ayudarle y en cuanto descendieron, el niño corrió lo mejor que sus piernitas le permitieron hasta su padre y hermano quien se había apartado para que su él pudiera abrazarlo

- Mi pequeño James - dijo el Rey tomando a su hijo en brazos y alzándolo para darle un sonoro beso en la mejilla haciéndole reír alegre.

El niño era un precioso rubio de ojitos azules como los suyos. Se parecía tanto a sí mismo, que Granny juraba de grande sería igualito a él. Aunque David veía mucho de Regina en su pequeño

- ¿Cómo estás, pedacito de amor? - le preguntó besando de nuevo su hermosa carita

- ¡Bien! - respondió tomando el rostro de su padre con sus dos manitas para dejar besitos por toda su cara haciendo reír al Rey. James se abrazó a él y David hizo lo mismo meciéndose un poco con su hijo en brazos

- Hola, Pinoccho - saludó al adolescente quien se acercó y también le dio un abrazo

- Qué bueno que ya regresaste - le dijo entusiasmado y el Rey sonrió agradecido

- David - escuchó que le llamaban y fijándose de nuevo en las escalinatas vio al Príncipe Henry descendiendo tomando de la mano a sus dos pequeñas hijas de cuatro años que venían con un trozo de papel cada una.

Eran unas adorables gemelas idénticas de cabellos rubios como los de su padre y hermosos ojos color chocolate como los de su madre

- ¡Papi! - exclamaron al mismo tiempo y se soltaron de la mano de su abuelo para correr al encuentro con su papá

- ¡Mis pedacitos de amor! - dijo David al verlas correr hacia él y se agachó de nuevo para recibirlas.

La pequeña Alexandra se abrazó de inmediato al Rey quien llenó su carita de besos

- Mi hermosa princesita - le dijo con una bella sonrisa en su apuesto rostro

- Hice esto para ti - la niña le entregó el pedazo de papel. Era un dibujo del castillo donde aparecían todos ellos - Henry dijo que te iba a gustar - y le sonrió de esa encantadora forma que le recordaba mucho a sí mismo

- Me encanta - respondió David a su hija - Es hermoso. Muchas gracias - besó su pequeña mejilla con amor y después, fijó su mirada en su otra princesita que se había quedado a unos pasos de ellos - ¿No vas a darme un abrazo, Caroline? - le preguntó dejando a James en el suelo quien de inmediato corrió al lado de Henry y Pinoccho para jugar.

La niña frunció su pequeño ceño, tal cual Regina solía hacerlo y le extendió el dibujo que el Rey tomó rápidamente

- Es muy bello, princesita. Muchas gracias - le dijo dedicándole una pequeña sonrisa y de inmediato su pedacito de amor corrió hacia él para colgarse de su cuello y comenzó a llorar - Oh, mi pedacito - besó su cabecita - Papá ya está aquí. No llores - le dijo abrazándola fuertemente a su pecho pero con delicadeza para no lastimarla.

La pequeña Caroline había heredado el carácter de su madre. Era terca y testaruda, pero también sensible y emocional, y siempre que David tenía que irse, lloraba cuando partía y también cuando regresaba, como ahora.

Y bueno, como buena gemela, Alexandra se unió a ellos y también sollozó un poco al ver a su hermanita llorar

-Te extrañé - dijo la pequeña Caroline tallándose un ojito cuando logró calmarse

- También yo a ustedes. Mucho - besó su cabeza - Ya basta de lágrimas - dijo limpiando la carita de sus dos hijas y después les dio un beso en la mejilla a cada una - Les traje un regalo - y alzó un par de veces sus cejas logrando entusiasmar a las gemelas

- ¡Sí! - gritó Henry tras ellos y el pequeño James también soltó una exclamación de alegría imitando a su hermano

- Vayan con John - les dijo.

Henry tomó de la mano a James y las gemelas se tomaron de la mano entre ellas siguiéndoles

- También tú, Pinoccho - le dijo al adolescente quien le miró un poco sorprendido, pero después hizo un gesto de agradecimiento y siguió a los pequeños

- Hijo - le saludó el príncipe mayor y se abrazaron calurosamente - ¿Cómo te fue de viaje? ¿Cómo está todo por allá? - preguntó

- Muy bien. Todo marcha de maravilla en el otro reino y el viaje, como siempre. Un poco cansado, pero bien - respondió el Rey mostrándose ligeramente ansioso y Henry sonrió sabiendo el porqué de ello.

De pronto vio que Granny y Geppetto, quienes llevaban un par de años siendo pareja, se acercaban a ellos para saludarle y el príncipe Henry tomó los dibujos de las manos de David para guardarlos. El Rey dio un fuerte abrazo a cada uno e intercambiaron saludos.

No pasó mucho tiempo para que en la puerta del Palacio apareciera su hermosa y majestuosa Reina. Ataviada en un precioso vestido color beige que entallaba perfectamente su hermosa figura con finos bordados de oro. Llevaba su cabello en un elegante semirecogido y portaba una delicada corona.

Y en sus brazos, traía a su pedacito de amor más pequeño.

Sonrió embobado ante esa bella imagen y se le escapó un suspiro enamorado. Así lo tenían su bellísima esposa e hijos: COMPLETAMENTE ENAMORADO.

Esta vez fue él quien caminó subiendo las escalinatas rápidamente y sin apartar la vista de su belleza y su bebé

- Majestad - le dijo con una sonrisa entre amorosa y coqueta cuando estuvo frente a ella e hizo una pequeña reverencia para después besar a Regina con amor, con pasión y con urgencia.

Dios… la había extrañado tanto. A ella y a sus pedacitos de amor. Eran su mundo entero y estar lejos de ellos era una verdadera tortura

- Te extrañé mucho, belleza - le dijo cerrando sus ojos y pegando su frente con la de ella

- También yo a ti, esposo - respondió la Reina soltando un suspiro enamorado y sintiéndose aliviada de tenerlo junto a ella de nuevo después de dos semanas que le parecieron una eternidad

- Pedacito de amor chiquito - saludó a su bebé que miraba con curiosidad su rostro, sus ojos o su nariz. No estaba seguro.

Era una hermosa princesita de tres meses con cabellito oscuro como el de Regina y ojos azules como los suyos. A la cual, habían llamado Elizabeth.

La bebé esbozó una tierna sonrisa al tiempo que movía sus piernitas y bracitos mostrando alegría en cuando le escuchó. La tomó de los brazos de su bella esposa para alzarle mientras le hacía cariñitos. La pequeñita soltaba risitas y balbuceos con sus manitas juntas y cerca de su pequeña boca

- Dios, estás enorme - dijo besando una de sus pequeñas mejillas - Sólo fueron quince días - miró sorprendido a su esposa quien sonrió divertida cruzándose de brazos ante la ocurrencia.

Regina veía a su bebé igual, aunque sí pesaba un poquito más

- ¿Cómo te fue? - preguntó a su esposo

- Muy bien - respondió David - Solo me hicieron mucha falta ustedes - dejó un beso protector y amoroso en su frente.

De pronto se escucharon las voces de todos sus pedacitos de amor llamándoles a ambos mientras corrían hacia ellos emocionados

- ¡Mami, mami, mami… Mira lo que me trajo papi! - dijo la pequeña Alexandra estirando sus pequeños brazos para mostrarle a su madre un precioso peluche

- Qué lindo - respondió Regina agachándose para estar más a la altura de su hija y admirar el regalo junto con ella.

Pronto se les unió la pequeña Caroline con su obsequio que también le mostró a su madre

- El mío también es bonito - dijo la niña

- Claro que sí, pedacito de amor - besó su frente con amor

- No corras, James - pidió David al ver que su pequeño hijo trataba de subir las escaleras como lo habían hecho sus hermanos.

Intentó ir por él, pero de inmediato Henry regresó por su hermanito para tomarlo de la mano y ayudarle a subir

- ¡Mamá! - exclamó James alzando el juguete que su padre le había traído de su viaje y corrió hasta su madre quien le recibió con brazos amorosos

- ¿Te gustó tu regalo, Henry? - preguntó David a su pedacito de amor mayor mientras mecía en brazos a su pedacito de amor chiquito que parecía estarse inquietando

- Sí - respondió el pequeño hojeando con emoción el libro que su padre le había traído de su viaje

- ¿Otro? - preguntó la Reina poniéndose de pie y alzando una de sus elegantes cejas. Miró a su marido fijamente.

Henry tenía una insana colección de libros y cuentos de hadas que adoraba le leyeran, aunque ya estaba aprendiendo a hacerlo. Le encantaba pasar horas en la biblioteca con Pinoccho, quien estaba entusiasmado con la idea de aprender a fabricar libros y entre ambos, inventaban historias que después les contaban a las gemelas y al pequeño James

- Este no lo tengo, mami - respondió el pequeño abrazándose a ella.

El Rey sólo le regresó una encantadora sonrisa a modo de disculpa y la hermosa Reina cerró sus ojos negando divertida acariciando los cabellos castaños de su pequeño príncipe

- Vengan, niños. Les preparé un delicioso postre de manzanas - dijo la vieja lobo.

Los pequeños saltaron de alegría y comenzaron a correr hacia el interior del castillo rumbo al comedor.

Pinoccho alcanzó James que no era tan rápido como sus hermanos, y se lo subió a los hombros haciendo que el pequeño soltara un gritito de emoción y aplaudiera al verse en las alturas.

Granny y Geppetto se tomaron de la mano y caminaron juntos al interior del palacio.

Los Reyes se tomaron de la mano también y entraron acompañados del padre de la Reina

- ¿Elizabeth ya comió? - preguntó el príncipe mayor a su hija justo en el punto en donde habría que caminar hacia el comedor o a otro lado.

Henry conocía muy bien a ese par y con seguridad estaban desesperados por tener aunque fuera un poco de tiempo a solas

- Sí - respondió Regina - ¿Verdad que sí, pedacito de amor? - le preguntó a su bebé a modo de cariño tomando sus pequeños pies con sus manos para moverlos un poquito, logrando que su hijita sonriera alegre al ver que interactuaba con ella

- Me la llevaré con sus hermanos entonces - tomó a la pequeña Elizabeth de los brazos del Rey y la bebé no pareció apreciar el movimiento porque lloriqueó inconforme - Shhh, ya, ya, princesita - susurró Henry con amor y la meció un poco dejando un besito en su pequeña frente.

Siguió hablándole a su nieta más pequeña mientras caminaba hacia el comedor.

David y Regina intercambiaron una sola mirada que lo dijo todo.


En cuanto cerraron la puerta de la biblioteca, el Rey tomó el rostro de su preciosa esposa y le besó con pasión y con mucho amor.

Sin esperar nada, se dejó caer en sus dos rodillas frente a ella y se metió debajo de su vestido.

Sus manos pronto encontraron la ropa interior de su mujer a quien podía escuchar respirar más pronunciadamente. Tomó la prenda y la bajó al tiempo que acercaba su boca a su intimidad para probarla.

Escuchó el gemidito estrangulado y sintió el estremecimiento en su pequeño y bello cuerpo cuando lamió. Regina empujó un poco sus caderas hacia él buscando más pero David las sujetó con firmeza con sus dos manos para mantenerla en su sitio

- Mmnnhh - gimió él mismo contra su húmedo sexo al saborearla en su boca y se relamió los labios para después volver a pasar su lengua insistentemente por los precioso y rosados pliegues que comenzaban a hincharse.

Regina se recargó por completo en la puerta de madera disfrutando de las atenciones de su esposo. Era tan, pero tan experto dándole placer con su boca, lo hacía realmente exquisito y con maestría. Como si hubiese nacido para ello.

Gimió gustosa cerrando sus ojos y dejándose llevar por el placer. La mano de David se posó en su pie izquierdo y le indicó que lo levantara para sacar su ropa interior.

Después, sostuvo su pierna en alto desde su muslo y con ello tuvo mejor acceso a su húmedo sexo

- Oh, Diosss - gimió cuando enterró su lengua dentro de ella.

Lo hizo con la confianza del hechizo que todos los lugares del Castillo tenían para que una vez que cerrarán la puerta, no se pudiera escuchar nada desde afuera.

Era algo que a Regina jamás le importó mientras fueron solo ellos dos e inclusive cuando su pedacito de amor mayor nació. Pero cuando Henry comenzó a tener más conciencia y empezaba a buscarles por el Palacio, la Reina decidió que debían ser precavidos.

Dejaron de tener sexo a mitad de cualquier pasillo y por eso estaban ahora en la biblioteca. Si por ella hubiera sido, lo habrían hecho en el primer rincón que encontraran, pero no podían arriesgarse a que alguno de sus pedacitos de amor les viera

- M-mi amor… - le llamó con la voz muy afectada al sentir esa conocida sensación en su vientre que anunciaba que la cúspide de su placer estaba cerca.

Al escucharla, David colocó la divina pierna de su Reina sobre su hombro y llevó su mano, ahora libre, hasta su ardiente intimidad

- ¡Oh! Síííí - gimió Regina cuando metió un dedo en su estrecho y húmedo interior.

Satisfecho, empezó a meter y a sacar su dedo un poco. No podía verla, se estaba guiando solo con los hermosos gemidos y jadeos que soltaba y con lo que le decía.

Introdujo un segundo al mismo tiempo que tomaba entre sus labios su pequeño e hinchado botón de placer que empezó a succionar mientras la penetraba de nuevo.

La escuchó lloriquear y eso le hizo esmerarse más en chupar su clítoris, en penetrarla más rápido, curvando ligeramente sus dedos para estimular el punto especial dentro de su bella esposa. Con su otra mano acariciaba su muslo y subía para acariciar su nalga también

- Ahí - pidió con la voz estrangulada y el vientre contraído, muy cerca del orgasmo. Tenía sus uñas encajadas en la madera tras ella. Ansiaba tocar a su marido, pero no podía hacerlo dadas las circunstancias.

Y casi de inmediato el orgasmo llegó, recorriendo su cuerpo entero como si fuese un rayo, haciéndola contener la respiración por algunos segundos, impidiéndole articular sonido alguno por la inmensa tensión

- Oh, belleza - gimió con ardor el Rey sacando sus dedos con cuidado para después volver a enterrar su lengua en su entrada bebiendo toda su exquisita esencia, ayudándola a bajar de su orgasmo al tiempo que desabrochaba sus propios pantalones para liberar su endurecido e hinchado miembro que reclamaba por atención.

Dejó un beso sobre su perfecto sexo y aspiró su delicioso aroma una vez más. Su miembro respondió dando un tirón ante la anticipación de estar dentro de ese cálido y estrecho interior donde pertenecía.

Sonrió al escuchar jadear a su Reina en búsqueda de aliento.

Salió de debajo de su falda con una sonrisa socarrona y al tiempo que besaba a Regina, quien se abrazó a su cuello de inmediato, con sus manos le ayudó a enredar sus divinas piernas alrededor de su gruesa cintura

- Te deseo tanto - susurró entre besos poniendo sus manos en el trasero de infarto de su esposa

- También yo a ti - respondió - Te necesito dentro - empujó su cuerpo contra el de su marido con algo de urgencia.

Una que el Rey, atendió de inmediato, porque no había nada que pudiera negarle a la dueña de su corazón, al eterno amor de su vida, a la luz que iluminaba sus días.

Llevó su mano derecha hasta su propio miembro colocando la húmeda punta justo contra la estrecha entrada, y con la confianza de que Regina estaba lista para recibirle, empezó a empujar algo acelerado.

La Reina gimió y se retorció un poco al sentirle adentrarse en ella de esa forma y en cuestión de nada, estaba completamente dentro de su interior haciéndola estremecer.

Gimió gustoso sintiendo el ardiente y estrecho sexo de su mujer ajustándose alrededor de su gruesa erección.

Regina suspiró entrecortadamente porque lo había extrañado mucho. Había extrañado tenerle así, tan íntimo y suyo. Tan dentro y perfecto en su interior.

El Rey comenzó a penetrarla de inmediato, a un ritmo suave y lento, pero firme. No había tiempo de esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro y ambos lo sabían.

Debían ser rápidos porque sus pedacitos de amor comenzarían a preguntar por ellos y corrían el riesgo de que se pusieran a buscarles. David acababa de regresar y con seguridad los niños querían pasar tiempo con él. Y encima de todo, estaban en uno de los lugares preferidos de su pequeño Henry.

Apretó sus nalgas haciéndola gemir sobre su boca y entonces aceleró el ritmo haciendo que Regina echara su cabeza hacia atrás y una sonrisa se dibujó en su apuesto rostro por ello. Amaba darle placer, con todo su ser.

Nunca iba a dejar de maravillarse en lo perfecta y majestuosa que era su amada Reina. Estaba sonrojada, con una ligera capa de sudor en su frente, sus apetitosos labios entreabiertos soltando pequeños jadeos, gemidos y suspiros de placer

- ¡Ah! - dio un pequeño grito sorpresivo cuando cambió el ángulo y entró en ella con fuerza golpeando con precisión ese punto especial en su interior.

Su esposa enterró su sonrojado rostro en su cuello y se abrazó con más fuerza a él comenzando a mover sus caderas en sincronía con sus penetraciones.

Aceleró el ritmo afanado en hacerla llegar mientras él mismo moría por venirse. Habían sido demasiados días sin su amada Reina, pero no se iba a venir antes que ella

- Vente, belleza. Vente - le pidió en el oído. Podía sentirla cerca - No te contentas - siguió hablándole y podía sentirla comenzarse a estrechar más sobre su erección que resbalaba dentro y fuera con facilidad por lo húmeda que estaba.

Regina gemía con los dientes y los ojos apretados. David imprimió un poco más de fuerza dejándola totalmente atrapada entre su bien formado cuerpo y la puerta de la biblioteca dándole ahora certeras estocadas que la estimulaba a la perfección haciendo que sus piernas temblaran alrededor de la cintura de su marido.

Fueron apenas un par de penetraciones más y entonces, la Reina empezó a venirse. Se retorció y convulsión entre los brazos del Rey soltando algunos gritos y lloriqueos porque él siguió follándola a través de su orgasmo. El placer era demasiado y casi insoportable, por lo cual, encajó sus uñas en la espalda de David por encima de sus ropas y mordió la piel expuesta entre su cuello y hombro.

El Rey gruñó placenteramente al sentir la mordida e impulsados por ello, emprendió un ritmo castigador con sus caderas hasta que llegó al orgasmo. Se enterró en lo más profundo dentro de su bella esposa y ahí se descargó con fuerza

- ¡Oh, carajo! - maldijo bajito con los dientes y los ojos apretados mientras la escuchaba lloriquear de placer y la sentía empujar sus caderas contra él, como pidiéndole más.

Amaba poderse venir dentro de Regina. Ni una sola vez durante todo el tiempo que llevaban juntos, le había privado de hacerlo. A su esposa le gustaba tanto como a él y era sumamente erótico que así fuera.

Soltó un suspiro largo en cuanto la sintió relajarse entre sus brazos y aprovechando que la sostenía con su cuerpo contra la puerta, alzó su mano izquierda para acariciar su largo y ondulado cabello

- Te amo, Regina - depositó un beso en su elegante hombro sobre la tela del vestido.

La Reina se irguió un poco y tomando su rostro con sus dos manos, le besó con tanta pasión que David pensó que sus piernas le fallarían.

Cuando separó sus tersos labios de los suyos ambos jadeaban en busca de aliento. Sintieron como el miembro del Rey abandonaba la intimidad de la Reina

- Ya veo que de verdad me extrañaste - le sonrió socarrón y Regina torció sus ojos en señal de fastidio, pero David sabía bien que estaba jugando - Pórtate bien, reinita - le advirtió y una hermosa sonrisa divertida se dibujó en el rostro de su bella esposa

- Debemos ir con los niños - le dijo recargando su frente en la de su marido y soltó un pequeño suspiro decepcionado porque no podía alentar a su marido a ponerse de ese humor tan… especial, aunque lo deseara con el alma

- Está bien, Majestad - dijo David haciéndose un poquito hacia atrás para permitirle a Regina bajar sus piernas y aprovechó para abrochar sus pantalones.

Se agachó sin previo aviso, tomó el pie derecho de la Reina y sacó su ropa interior. Se alzó y se la mostró a su esposa

- Me quedaré con esto como regalo - dijo mientras empezaba a buscar entre sus ropas un bolsillo donde guardarla

- David, ¡no! - Regina se abalanzó sobre él un poquito espantada porque, quizá un adulto no iba a hurgar en sus bolsillos, pero sus hijos sí que podían hacerlo.

El Rey rio alzando su brazo lo más que pudo y donde obviamente la Reina no podía alcanzar porque aún con sus altos tacones, era más bajita que él

- Maldito pastor pervertido - renegó molesta porque no alcanzaba y desde luego que no se iba a poner a brincar. No le iba a dar ese gusto.

Invocó su magia y desapareció la prenda de la mano de David haciéndola aparecer en su propio cuerpo y también, les dejó impecables a ambos

- ¡Hey! - exclamó el Rey - Eso fue trampa - dijo frunciendo su ceño mientras veía a su esposa caminar hacia la puerta

- Claro que no - respondió ella sonriendo divertida, aunque él no podía verla.

La alcanzó antes de que pudiera abrir. Enredó su brazo derecho alrededor de su estrecha cintura y pegó su pelvis en su trasero de infarto haciéndola sentir su miembro que comenzaba a endurecerse de nuevo en sus nalgas

- Te has ganado unas buenas nalgadas, reinita - besó detrás de su oreja haciéndola gemir y entrecerrar sus ojos.

Satisfecho, la jaló un poquito retrocediendo el también. Abrió la puerta y, en un movimiento rápido que no dejó que Regina pudiera protestar, se la echó al hombro

- ¡Bájame! - su tono de voz fue bajito, pero se percibió la histeria en el mismo - ¡Ahh! - gritó y se estremeció cuando le dio una fuerte nalgada que resonó por todo el pasillo.

Se mordió el labio inferior impidiéndose gemir al sentir esa aguda y deliciosa sensación recorrer su cuerpo entero.

Oh Dios, mentiría si dijera que no se excitaba ante la anticipación de que su pastor pervertido la nalgueara.


Al poco tiempo estuvieron reunidos con todos en el comedor y salieron al jardín para que los niños pudieran jugar un rato con su padre.

Regina se quedó en una de las amplias bancas con Elizabeth que a ratos se quedaba mirando fijamente su manita como descubriéndola.

Estaba acompañada de su padre, Granny, Geppetto, Nova y Pepe Grillo, quien con ayuda de la magia blanca de la Reina había vuelto a su forma humana después de darse cuenta que el pequeño Pinoccho ya no le necesitaba como antes. Ahora tenía un padre y una madre que cuidaban de él.

Desde luego que el adolescente y algunos enanitos también jugaban con los pequeños príncipes y princesas.

Cuando la noche comenzó a caer, se llevaron a los niños para darles un baño y los adultos aprovecharon para platicar amenamente en el comedor aguardando por la cena.

No pasó mucho tiempo para que las doncellas llegarán con todos sus pedacitos de amor listos para cenar.

Regina recibió con brazos amorosos a su bebé que se quedó dormida casi al instante sobre su pecho. Y mientras ella cenaba, ayudaba a que James también lo hiciera.

Sí, tal vez era un trabajo para alguna de las doncellas, pero la Reina seguía firme en su decisión de atender ella misma a todos sus hijos lo mejor que le fuera posible cuando estaba con ellos

- Sin jugar, pedacito de amor - le dijo acariciando con cariño sus rubios cabellos. Su pequeño volteó y le sonrió ampliamente para después regresar su atención al plato frente a él.

Por su parte, David se aseguraba que las niñas y Henry comieran bien. Al igual que Regina, le gustaba estar muy pendiente de sus pedacitos de amor cuando estaba con ellos y fueron 15 largos días lejos de su amada familia y por eso mismo ansiaba como nada atenderlos.

Cuando acabaron, los Reyes decidieron que era hora de poner a dormir a sus hijos.

David tomó a sus hijas de la mano y caminó por los pasillos con ellas, seguido del padre de la Reina con James en brazos y el pequeño Henry de la mano y junto a él, iba Regina con una adormilada Elizabeth en brazos que había despertado por el movimiento.

El príncipe Henry se despidió de sus nietos en las puertas de sus habitaciones, los llenó de besos y abrazos entre risas de los pequeños. Se despidió de David, de su hija, de la bebé y se retiró a sus aposentos.

El Rey tomó a Elizabeth de los brazos de la Reina y se llevó a Henry y a James a su cuarto para acostarlos. Regina hizo lo mismo con las gemelas.

Se sentó en la orilla de la cama que compartían, porque se negaban aún a dormir separadas. Les cantó una canción mientras acariciaba los rubios y ondulados cabellos de sus niñas arrullándolas para que se durmieran como lo hacía desde que eran unas bebés.

Dejó un besito en la frente de sus hijas, las arropó y movió su mano dejando solo una pequeña y muy tenue luz encendida por si despertaban a mitad de la noche y después, salió con cuidado de la habitación.

Se encontró con David en el pasillo, fuera de la habitación de los niños. Tenía a Elizabeth frente a él y la bebé le miraba con sus bellos ojitos azules algo atenta y después sonreía emocionada porque su padre le hacía una cara graciosa.

Sonrió enamorada al verlos

- Jamás me voy a cansar de verte con un bebé en brazos - habló llamando de inmediato la atención de su esposo quien volteó a verla - Te ves sumamente apuesto, encantador - se acercó hasta ellos y besó a su esposo sintiendo una manita de su hija en su mejilla izquierda

- Nuestro pedacito de amor tiene hambre - susurró contra sus labios

- Ven aquí, princesita - le dijo a su hijita y la tomó en brazos.

Caminaron unos pasos hasta las siguientes habitaciones pertenecientes a ellos y a Elizabeth

- Tomaré un baño - dejó un beso en la frente de su esposa y entró a la alcoba que compartían.

Regina entró a la de la bebé que estaba adorablemente decorada para ella y se sentó en el cómodo sillón para alimentarla.

No sin antes cambiar con magia el elegante vestido que llevaba por un largo, fino y provocativo camisón rojo oscuro con detalles de encaje negro en las orillas, con el cual, podía darle pecho más fácilmente a Elizabeth, quien sin perder tiempo empezó a comer con ganas cuando su madre le ofreció alimento y agarrando fuertemente el dedo índice de su mami con su manita siguió comiendo hasta que poco a poco se fue quedando profundamente dormida como siempre solía hacerlo.

La Reina sonrió enternecida al ver a su pequeñita dormida. La levantó para ponérsela en el hombro y darle leves palmaditas en la espalda antes de acostarla en su cuna.

La arrulló un poco para dormirla de nuevo tarareando una hermosa melodía, la misma con la que dormía a todos sus pedacitos de amor

- Te amo, princesita - besó su pequeña frente y la depositó con cuidado en el suave colchoncito y la arropó - Dulces sueños - susurró con mucho amor y acarició levemente su cabellito.

Caminó lo más sigilosa que pudo hasta la puerta que daba a su propia habitación y en cuanto cerró vio a su esposo sentado en la silla de su tocador que estaba de lado al mismo y de frente a ella.

Completamente desnudo y… muy duro.

El apetecible miembro del Rey apuntaba al cielo, hinchado y orgulloso.

Su cuerpo se llenó por completo de anticipación y sintió el cosquilleo en su sexo sabiendo bien que pronto empezaría a humedecerse al imaginarlo dentro de ella, follándola fuerte y duro como tanto le gustaba que lo hiciera

- Ven a sentarte en tu trono, reinita - le indicó como siempre, palmeando sus muslos y mirando a su mujer como si fuera su presa. Se dio cuenta que seguía portando su corona y no desaprovechó la oportunidad.

"Maldito pastor pervertido" pensó cerrando sus ojos un segundo y relamiéndose los labios. No fallaba jamás en sorprenderla.

La miraba fijamente mientras Regina caminaba con lentitud hacia él y Dios, su miembro dio un tirón al ver a la hermosura de mujer que tenía por esposa ataviada en ese camisón que le enloquecía. Era provocativo y se combinaba a la perfección con lo sensual y erótica que era su Reina.

Decidida a no dejarse intimidar colocó una rodilla sobre la silla, justo en medio de las piernas del Rey y se abalanzó sobre él para besarle. Las manos de David se posaron pronto en sus caderas acariciando y después bajaron hasta su trasero para masajearlo y desde luego, soltar una sonora nalgada que la hizo gemir bajito y con ardor

- Dije que sobre mi regazo - advirtió David alzando una ceja

- Oblígame - le respondió seductiva sobre los labios, alzando también una de sus elegantes cejas y envolviendo con firmeza su miembro turgente en una de sus delicadas manos haciéndolo tensarse y sisear de inmediato.

El Rey tragó pesado y se frenó a sí mismo de mover sus caderas para estimularse en la mano de su bella esposa. La miró estremecido y pudo ver la hipnotizante mirada retadora de la Reina.

Oh sí, su pequeña, provocativa y sensual esposa se acababa de meter en un serio problema.

Se levantó de imprevisto asustando un poco a Regina por el repentino movimiento y soltó su miembro al instante al tiempo que él la aferró de la cintura para que no cayera y la giró colocándola de frente al tocador.

Tragó pesado apoyándose con sus manos en el mueble frente a ella y podía ver a través del espejo el porte y mirada dominantes de su marido detrás de sí misma. Oh Dios, no podía esperar por lo que le haría

- Te encanta provocarme, ¿cierto? - le preguntó apartando su largo y sedoso cabello hacia un lado dejando su cuello y nuca expuestos. Acercó su rostro y se detuvo cuando sus labios estaban a nada de tocar su suave piel - Responde - demandó con la voz ronca y profunda.

Regina respiró entrecortadamente al sentir el tibio aliento de su marido contra su nuca y como la forma en la que le hablaba y sus palabras tenían el mismo efecto poderoso sobre ella que siempre. Se adueñaban de su cuerpo y de su mente amenazando con hacerla caer en un punto sin retorno.

Le era prácticamente imposible negarse a él. Era suya en todas las formas que una mujer podía ser de un hombre.

Suya y de nadie más

- Sí - respondió soltando un suspiro necesitado porque estaba muriendo por sentir las manos del Rey sobre ella

- Lo sé - sonrió al escuchar su respuesta y besó su nuca con cariño para después mordisquear un poco ganándose un pequeño gemido.

Se irguió y colocando su mano sobre su estómago la urgió a hacerlo mismo

- Adoro este bello camisón - le dijo acariciando con sus labios desde su nuca hasta su hombro semidescubierto mientras sus manos subían de sus perfectas caderas hasta su estrecha cintura - Enmarcan tu precioso cuerpo a la perfección - subió más hasta llegar a sus senos y los envolvió con delicadeza sabiendo que, a poco más de tres meses de haber dado a luz, estaban sensibles aunque no tanto como cuando la bebé nació.

El camisón tenía una abertura por la pierna derecha y el Rey coló su mano por ahí sonriendo socarronamente al encontrarse con una grata sorpresa

- ¿Sin ropa interior, Majestad? - preguntó besando el inicio de su espalda - Apuesto a que estás deseando que te tome… - jadeó en su oído y la escuchó empezar a respirar más aceleradamente - fuerte... - acarició su vientre bajo - y duro - se pegó a su trasero y se movió un poco paseando su miembro sobre sus nalgas cubiertas por la tela del camisón, dejando una pequeña mancha húmeda por el líquido pre seminal que expulsaba.

Regina encajó sus uñas en la madera del tocador sintiendo la dureza de David restregarse eróticamente por el medio de sus nalgas y podía sentir su intimidad humedecerse más.

Sí, quería que la follara en ese mismo instante…

Tragó pesado y se relamió los labios dejando escapar un gemido inconforme porque la mano que acariciaba debajo del camisón se negaba a tocarla donde le necesitaba.

David sonrió satisfecho al verla a través del espejo, con los ojos cerrados, el ceño levemente fruncido y los labios entreabiertos, con una hermosa expresión casi desesperada en su bello y sonrosado rostro.

Tomó la tela del camisón y empezó a levantarlo, Regina alzó sus brazos para permitirle sacarlo por su cabeza dejándola completamente desnuda frente a él a excepción de sus zapatillas

- Pero nada se compara con poderte ver así - colocó sus manos sobre sus brazos y besó su mejilla - Eres majestuosa y divina - Regina abrió sus ojos y soltó un suspiro entrecortado - Una Reina. MI Reina - mordisqueó el lóbulo de su oreja haciéndola estremecer - Híncate sobre la silla, de espalda a mí - indicó haciéndose un par de pasos hacia atrás para verla moverse.

Regina tragó pesado, pero hizo lo que el Rey pidió. Se subió a la acolchada silla apoyándose en sus rodillas y se dio cuenta de lo que planeaba hacer.

Estaba de lado al tocador y si volteaba hacia el espejo podía verles a ambos. Iba a ver cómo David la follaba desde atrás en esa posición.

El maldito pastor pervertido.

Recargó su frente con el respaldo acolchado de su silla sintiendo la mirada penetrante y posesiva de David sobre ella a su espalda. Lo sintió apartar su cabello de nueva cuenta hacia un lado, del que daba hacia la cama

- Mi hermosa Regina - colocó sus manos sobre su estrecha cintura y se inclinó para acariciar con sus labios desde su nuca hasta su trasero en una suave y delicada caricia que recorrió toda su espalda.

Después le quitó las zapatillas dejándola descalza. Besó su nalga izquierda y lamió desde ese punto hasta su nalga derecha la cual mordió

- Ah - gimió ardorosamente la Reina al sentir los dientes del Rey morder juguetonamente su nalga

- ¿Lista para tus nalgadas? - le preguntó acariciando donde había mordido. La vio asentir - Quiero que me veas, Regina - le dijo invitándola a voltear hacia el espejo y aguardo solo un poco hasta que por fin lo hizo - Quiero que veas como azoto tu precioso trasero. Como va enrojeciendo con cada una de mis nalgadas - habló con su voz dominante y apretó su nalga haciéndola entrecerrar sus ojos - Pero lo que más quiero, es que veas lo mucho que lo disfrutas - esta vez, la vio cerrar sus ojos y morderse el labio inferior.

Aguardo de nuevo por ella, muriendo de anticipación por comenzar hasta que por fin abrió sus hermosos ojos color chocolate, seguramente para ver qué estaba esperando y en cuanto lo hizo, soltó la primera nalgada ganándose un jadeó y un estremecimiento.

Le dio una segunda en su otra nalga y la vio relamerse los labios y reacomodarse sobre la silla, pero no cerró sus ojos ni apartó la vista.

Se veía tan hermosa así, arrodillada sobre la silla, desnuda, ofreciéndole su trasero, portando solo su corona que resaltaba su estatus de Reina.

Lista para dejarse nalguear por él.

Emprendió un ritmo firme y constante donde soltaba una y otra palmada intercalando entre sus preciosas nalgas. Tenía su mirada clavada en el hermoso rostro de su esposa que no apartaba la vista de sus manos cayendo sobre su ya sonrosado trasero

- Eso es. Ve como lo hago - le alentó - Mira cómo te encanta que te nalguee - la escuchó gemir alto - Lo hermosa que te ves así - le dijo soltando una fuerte nalgada que la hizo gritar y temblar.

Regina cerró sus ojos y volteó su cabeza hacia el frente aferrándose al respaldo de la silla con sus dos manos, sintiendo el dolor recorrer su cuerpo deliciosamente. Sentía sus mejillas arder con intensidad y su sexo reclamar por atención. Estaba muy mojada

- Ahhhh - gimió ahogadamente y sacó más su trasero al sentir los dedos de David acariciando su intimidad

- Estás empapada, reinita - siseó con ardor. La penetró con dos dedos de un solo empujón arrancándole un lloriqueo sorpresivo - Vente sobre mis dedos - ordenó y empezó a moverlos con precisión en su húmedo interior mientras emprendía de nuevo el ritmo de las nalgadas haciéndola gemir y lloriquear.

Las perfectas caderas de Regina se movían y tensaban, parecía no saber muy bien qué hacer, seguramente pérdida en esa delgada línea entre el dolor y el placer.

Apretaba los dientes tratando de contenerse mientras nalgueaba a su bella esposa que gemía dolorosamente, pero se empujaba contra sus dedos buscando más.

Se veía tan hermosa, con su precioso trasero enrojecido

- Oh, oh, oh, ohhhh - lloriqueó y empezó a venirse sobre los dedos de David sintiendo su mente nublada por algunos segundos gracias a la potencia del orgasmo.

Su bello y perfecto cuerpo temblaba y se tensaba por momentos mientras su interior se apretaba fuertemente sobre sus dedos. Los cuales, David sacó de inmediato para colocar la punta de su necesitado miembro en su estrecha entrada y entró de una en ella

- Sí - lloriqueó la Reina al sentirlo dentro - Fóllame, por favor, ¡David! - y empezó a gemir abiertamente porque su marido comenzó a embestirla con pasión desmedida.

La estaba tomando fuerte y duro como tanto sabía que le gustaba a su mujer. Lo hacía además porque ya no podía aguantar, necesitaba venirse con urgencia. Había sido demasiado lo que acaba de pasar, verla venirse mientras la nalgueaba.

La sujetaba firmemente de las caderas y la jalaba hacia él mientras se empujaba contra ella

- Así - lloriqueó ahogadamente - No pares, esposo - pidió con los ojos llenos de lágrimas porque su trasero estaba adolorido y con cada embestida golpeaba sus nalgas. Y además el placer era demasiado. Era intenso y penetrante.

Justo cuando sintió que estaba cerca de venirse, llevó sus manos hasta sus perfectos senos, los apretó con firmeza, pero sin ser brusco y curvó su cadera cambiando el ángulo de penetración

- ¡Ahí! - gritó Regina y volteó de nuevo hacia el espejo admirando el cuadro.

El Rey se veía sumamente apuesto y erótico con esa expresión de absoluto placer en su rostro mientras la poseía. Veía como entraba y salía de ella con fuerza y rapidez.

Oh, Dios. Lo amaba con todo su corazón

- ¡DAAAAVID! - gritó su nombre al tiempo que el orgasmo la golpeaba, su cuerpo se tensaba imposiblemente y algo líquido comenzaba a salir de su intimidad

- ¡Oh, belleza! - gimió el Rey al escucharla gritar su nombre y sentir que su orgasmo llegó de forma líquida.

Comenzó a venirse de inmediato y gruñó placenteramente eyaculando dentro del precioso y estrecho sexo de su esposa.

La escuchaba sollozar bajito de placer mientras la llenaba con su esencia, disfrutando de su ardiente semilla y de los remanentes del orgasmo en su divino cuerpo que se estremecía intermitentemente.

Salió de ella con cuidado y tomándola en brazos la llevó hasta la cama donde la recostó. Regina siseó y cerró sus ojos cuando su adolorido trasero hizo contacto con las suaves colchas.

Abrió sus ojos y pudo ver que David se colocaba sobre ella

- ¿Te gustó? - le preguntó con una sonrisa engreída. Esa que siempre le dedicaba cuando se venía de esa forma tan particular

- Sí, encantador - respondió fingiendo fastidio y lo vio agacharse para darle un sonoro beso en la mejilla y después, buscar sus labios para empezar a compartir besos apasionados, llenos de fuego y amor.

Regina enredó sus piernas alrededor de la gruesa cintura del Rey al tiempo que acariciaba con sus manos su amplia espalda

- Quiero hacértelo por detrás - le dijo con algo de súplica en su voz.

Así era siempre que él lo pedía. Por lo general era Regina quien proponía tener sexo anal. En todos esos años ambos habían descubierto que la Reina amaba ese tipo de penetración y casi siempre era ella quien se lo pedía a él.

Pero cuando la sugerencia venía por parte de David, siempre era así. No la presionaba jamás y se aseguraba que ella estuviera dispuesta a hacerlo antes de tomarla por ahí

- Mmhhjmm - respondió positivamente en medio del beso que compartían

- Te amo - murmuró con emoción el Rey.

Metió una de sus manos en medio de sus cuerpos y penetró su intimidad bañaba de la evidencia del orgasmo de ambos. Los sacó y los llevó a su entrada posterior para masajear un poco y después empezar a penetrarla con un solo dedo.

Se alzó para verla a la cara mientras la penetraba, la Reina le miró fijamente mordiéndose el labio inferior con gusto sintiéndole penetrar su entrada posterior. Frunció un poco su ceño ante la sensación.

Besó en medio de sus pechos metiendo y sacando su dedo suavemente, introduciéndolo un poquito más cada que entraba de nuevo.

Paseó su lengua por uno de sus endurecidos pezones y jugó un poco con la erguida protuberancia antes de tomarla entre sus labios para chupar y mordisquear. Después intercambio sus atenciones al otro divino pezón. Lo envolvió entre sus labios y mordisqueó con gentileza antes de chuparlo con intensidad

- Otro - pidió Regina retorciéndose debajo de él por la estimulación que estaba recibiendo mientras acariciaba su rubio cabello con una de sus delicadas manos

- ¡Mami! - ambos se quedaron congelados al escuchar el llamado de su pedacito de amor mayor que golpeó la puerta con la palma de su manita un par de veces antes de abrir.

Todo fue muy rápido.

Regina salió de debajo de David al tiempo que la puerta se abría y en ella, aparecía un camisón de dormir color plata junto con su debido albornoz alrededor de su cuerpo y el Rey, atravesaba la cama cayendo en seco debajo de la misma

- Pedacito de amor - dijo Regina poniéndose de pie y caminando hacia su pequeño hijo

- ¡Alteza! - la doncella que esa noche estaba a cargo de los pequeños, llegó espantada hasta la habitación llamando al pequeño príncipe - Majestad - hizo una reverencia al ver a la Reina - Lo lamento… Yo… - trató de excusarse con evidente nerviosismo

- No importa, Estela - respondió Regina levantando a su pequeño Henry en brazos y colocándolo sobre su cadera derecha constatando que pesaba bastante. En realidad ya casi no lo cargaba, pero de vez en cuando solía hacerlo porque le parecía aún muy pequeño y ella lo seguía viendo como su bebé - Yo lo llevaré a su habitación - le dijo sonriéndole a la joven.

La doncella asintió algo apenada porque había estado distraída con John, que era su novio, y no se dio cuenta cuando el pequeño príncipe salió de su alcoba para ir a la de los Reyes. Hizo la debida reverencia y salió de la habitación con rapidez

- ¿Y papi? - preguntó el niño mirando curioso alrededor del lugar buscándolo

- En el baño - respondió Regina besando su pequeña frente y salió cerrando la puerta tras ellos con su magia.

David soltó el aire que había estado conteniendo para no hacer evidente su presencia y empezó a reír un poco al tiempo que maldecía a la Reina por haberle hecho eso. ¿Es que acaso no pudo vestirlo también y ya?

Salió de debajo de la cama quejándose algo adolorido.


Regina entró con Henry a la habitación de sus niños para acostarlo. De inmediato se dio cuenta que James dormía profundamente

- Quiero que me cuentes el cuento que papi me trajo - buscó entre sus cobijas en cuanto su madre le dejó en la cama y se lo extendió cuando lo encontró. Se lo pidió con bellos ojitos color miel suplicantes

- Muy bien - accedió la Reina - Pero lo contaré muy bajito para no despertar a tu hermanito, ¿está bien? - le habló lo más bajito que pudo y su pequeño asintió entusiasmado metiéndose debajo de sus cobijas al instante, listo para que su madre le leyera.

Regina abrió el precioso libro de cuentos que David había escogido para Henry y comenzó a leerle teniendo toda la atención de su primer pedacito de amor.


El Rey, una vez vestido con sus ropas de dormir, se asomó a ver a Elizabeth y sonrió enternecido al ver a su bebé dormir pacíficamente con sus manitas cerradas en puños. Se atrevió a acariciar su cabecita muy sutilmente.

Salió por la puerta principal y se dirigió al cuarto de las gemelas sabiendo que Regina debía estar con Henry.

Abrió la puerta y vio que sus niñas dormían abrazando el peluche que les regaló. Alexandra tenía su manita libre sobre el rostro de Caroline y David trató de moverla con cuidado, pero su pedacito de amor despertó

- ¿Ya es de día? - preguntó adormilada

- No, princesita. Vuelve a dormir - susurró para no despertar a su otra hija

- Mañana podemos montar a caballo - preguntó bostezando

- Sí - respondió sonriendo enternecido porque las niñas habían heredado el espíritu libre de su bella Reina y amaban dar paseos a caballo - Pero ahorita es hora de dormir - acarició con su nariz la pequeña de su hija que sonrió ante el cariñoso gesto

- Te amo, papi - susurró la pequeña rubia

- También yo a ti, pedacito de amor - besó su frente con cariño.

Arropó a sus dos hijas de nuevo viendo como Alexandra se acurrucaba con su gemela y como inconscientemente, Caroline hacía lo mismo a pesar de estar dormida.

Sonrió enternecido y después, salió con cuidado de la habitación de sus hijas.


- Y vivieron felices por siempre - relató la Reina cerrando el libro de cuentos

- Gracias, mami - dijo Henry levantándose para abrazarse a su mamá

- A dormir, pedacito de amor - le dijo besando su cabecita.

Su pequeño asintió y se metió de nuevo bajo las cobijas mientras su madre lo arropaba y tarareaba una hermosa y conocida melodía. Sus ojitos se entrecerraban y los sentía muy pesados, pero alcanzó a ver el rostro de su padre

- Te amo, papi y mami - susurró adormilado

- También te amamos, pedacito de amor - respondió el Rey inclinándose para besar la mejilla de su primogénito.

De su primer hijo, de su primer pedacito de amor con su amada Reina y esposa.

Sus cinco pequeños eran producto del profundo, eterno y verdadero amor que sentía por Regina y ella por él. Y por esa razón todos habían nacido con magia pura y blanca como la de la Reina.

Aún recordaba cuando descubrieron que Henry poseía magia. Les dio un par de sustos, porque cuando tenía uno meses, podía desaparecer de los brazos de alguien para aparecer en los de otra persona.

Solo estiraba sus bracitos hacia quien quería que le cargara y desaparecía en una nubecita de humo blanco y aparecía en brazos de esa persona.

Naranja les recomendó restringir la magia del bebé hasta que tuviera una edad prudente para aprender a manejarla.

Recordaba lo mucho que Regina se angustió al pensar que estaría atando la magia de su bebé y que posiblemente le estuviera causando algún daño, pero de tan solo pensar que Henry pudiera desaparecer en medio de la noche deseando estar en los brazos de David cuando salía de viaje al otro reino se convenció que debía hacerlo.

El hada Suprema les aseguró que no estarían lastimando a su hijo de ninguna forma al hacer eso.

Y así había sido con todos sus pedacitos de amor. Esperarían hasta que fuera prudente darles lecciones de magia y David lo agradecía profundamente porque varias veces imaginó horrorizado a su pequeño Henry apareciendo entre ellos mientras follaban.

Al menos así, les daban oportunidad de disimular. Tal cual habían tenido que hacerlo hacía unos minutos antes.

Regina se levantó de la cama y se acercó a la de James para arroparlo mejor y besar su rubia cabecita.

Se tomaron de la mano y salieron cerrado con cuidado tras ellos

- ¿Viste a las niñas? - preguntó la Reina al verse prácticamente arrastrada por David hacia su habitación

- Sí - respondió metiendo a su esposa a la alcoba de ambos y cerrando, esta vez con seguro la puerta - A las tres - aclaró antes de que Regina quisiera ir a ver a la bebé.

Se abalanzó sobre ella y la besó enredando su mano derecha en sus suaves y perfumados cabellos mientras la izquierda acariciaba su espalda baja y un poco su seguramente adolorido trasero.

La llevó entre besos a la cama y sonrió cuando sintió la magia de su esposa alrededor de su cuerpo dejándolos desnudos a ambos.

Se subió de nuevo sobre ella abrazándola, acariciando con una mano su estómago y bajando por su plano vientre hasta su húmeda intimidad mojando sus dedos y acariciando un poco su hinchado sexo.

Después, llevó sus dedos mojados hasta su entrada posterior manejando de nuevo su apretado anillo.

Gimió gustosa en la boca de su marido sintiendo la suave y tierna caricia en su entrada posterior. David siempre era sumamente cuidadoso cuando la tomaba por detrás

- Mmhh - gimió un poquito más alto sobre los labios del Rey cuando metió su dedo medio y empezó a hacer círculos en su interior

- Eres irresistiblemente ardiente y sensual - siseó cerca de su oído con pasión contenida. Besó su mejilla con amor acariciando su largo y sedoso cabello que, gracias a su magia, volvía a estar impecable luego de la acción que tuvieron previamente.

Lo que más le fascinó es que la corona seguía adornando su hermosa cabeza

- Voy a meter otro - le dijo. Regina asintió y onduló sus caderas un poco buscando mayor estimulación - Te amo tanto - susurró contra su mejilla al tiempo que empujaba con su dedo índice.

La Reina contuvo un momento el aliento sintiendo la presión en su trasero. Era abrumante, siempre lo era. No dejaba de haber algo de incomodidad, algunas veces un poco de dolor, pero también muchísimo placer muy diferente del que obtenía al ser estimulada en su intimidad.

Se irguió para quedar hincado en medio de las piernas abiertas de Regina. Metió y sacó sus dedos con cuidado un par de veces mientras acariciaba sus senos y pezones

- El aceite, belleza - pidió acariciando su costado izquierdo con erotismo y el pequeño frasco apareció enseguida de él al instante.

Regina era ahora una experta usando su magia blanca y podía hacer TODO con su pensamiento sin necesidad de mover su mano siquiera y David estaba muy orgulloso de ella por eso.

Durante esos años habían pasado por algunas dificultades y de no haber sido por su hermosa Reina, la historia del Bosque Encantado sería muy diferente.

Tomó el pequeño frasco y lo abrió acercándolo al punto donde penetraba a su mujer. Sacó sus dedos dejando solo la punta de los mismos dentro de su ardiente interior y vertió el espeso líquido en los mismos.

Regina contuvo el aliento y se alzó un poco cuando el Rey metió sus dedos de un empujón obligando a su apretado interior a ensancharse alrededor de él de manera abrupta

- ¿Estás bien? - preguntó deteniendo sus movimientos

- Ajá - respondió la Reina tragando pesado - Sigue - le pidió empujándose contra sus dedos.

David retomó el ritmo de penetración con su mano mientras vertía el resto del aceite en su miembro. Arrojó el frasquito a un lado y masajeó su hinchada erección asegurándose que quedará bien impregnada.

Se inclinó después para poder besar su plano vientre con devoción. Amaba es parte de su escultural cuerpo que había visto crecer cuatro veces con el fruto del amor verdadero entre ambos

- Estoy lista - aseguró Regina sintiéndose arder por dentro. Incapaz de aguantar ni un segundo más sin tener el miembro de su marido dentro de su trasero

- Mi hermosa reinita está ansiosa - dijo socarrón acariciando con su mano llena de aceite sus senos, torso, plano vientre hasta llegar a su húmeda intimidad - Me calienta tanto saber que te mojas toda con solo tener mis dedos en tu trasero - masajeó su clítoris con algo de fuerza

- ¡Oh, Dios! - jadeó la Reina tensando un poco su cuerpo ante la estimulación

- Podría hacerte venir así primero - paseó sus dedos por sus hinchados pliegues, rodeando la estrecha y empapada entrada a su intimidad - Con mis dedos bien dentro de tu trasero - estimuló directamente su clítoris

- David - lloriqueó Regina estranguladamente, aferrándose a las sábanas con sus manos

- ¿Quieres venirte así? - preguntó y la vio negar rápidamente con su cabeza - ¿Cómo quieres venirte entonces, reinita? - preguntó dominante y autoritario sin dejar de estimularla con ambas manos

- Con t-tu miembro en mi trasero - respondió la Reina echando su cabeza hacia atrás sintiendo que se vendría en cualquier momento por toda la estimulación.

Estaba muy, muy sensible y receptiva. Sintió que su vientre empezaba a temblar ligeramente y alzó un poco sus piernas sintiendo el cuerpo en llamas

- Como tu desees, Majestad - dijo besando su estómago y sacando sus dedos. Tomó su miembro y lo colocó en el apretado anillo - Voy a entrar - tragó pesado y empezó a empujar suavemente observando atento el bello rostro de su esposa que había colocado sus delicadas manos en sus antebrazos aferrándose a él de ahí.

La escuchó gemir un poco incómoda cuando la cabeza entró y rápidamente llevó su mano hasta su intimidad para distraerla del posible dolor.

Aguardó unos segundos y volvió a empujar sin detenerse hasta que faltaba solo un poco para estar completamente dentro.

Pasó ambos brazos por debajo de su espalda para sostenerla y besó sus empujando su cadera con algo de fuerza enterrándose en el sumamente estrecho trasero de su esposa que gimió dolorosamente en su boca.

Besó su mandíbula, sus mejillas, su nariz y todo su bello rostro esperando a que se acostumbrara a tenerlo en su interior.

Una vez que eso sucedía, ella misma pedía que le diera con fuerza y rapidez por ahí y eso le encantaba

- Hazme tuya, mi amor - le urgió en cuanto sintió que podía ser penetrada. El miembro de David se sentía enorme en su entrada posterior, muy grande y grueso.

De inmediato el Rey comenzó a entrar y a salir de ella a un ritmo firme y constante. Regina colocó sus manos en su apuesto rostro le jaló hacia abajo para besarlo con arrebato retorciéndose debajo de él.

David respondió a sus demandantes besos e inconscientemente aumentó el ritmo de sus penetraciones. Era demasiada la estrechez, era exquisita y ardiente como ella

- Así, muévete así - pidió el Rey cuando Regina por fin pudo encontrar el ritmo de sus movimientos creando una perfecta sincronía que les envolvía a los dos.

La Reina envolvió la gruesa cintura de David con sus piernas y llevó sus manos para acariciar los hombros, espalda y nalgas de su esposo quien ahora besaba su cuello.

Gemidos, jadeos y palabras subidas de tono era lo audible en esa habitación. El golpeteo insiste de las caderas del Rey hundiéndose en lo más profundo de su Reina, en ese lugar prohibido de su cuerpo que no había sido de nadie más que de él.

Oh, se sentía tan orgulloso de ser el único que la había poseído de esa forma y descubrir que le gustaba tanto ser penetrada así, era una de las mejores sensaciones del mundo.

Estaba tan perdido en su propio delirio de placer que se sorprendió cuando Regina se alzó y le empujó un poco con sus manos, en una clara señal de querer que se quitara de encima de ella.

Se mordió el labio inferior cuando lo sintió salir, pero quería cambiar de posición. David se recostó y ella se subió de inmediato sobre él.

Tomó su miembro con su mano y lo puso de nuevo sobre su entrada posterior. Lo sostuvo mientras se empujaba un poco y cerró sus ojos frunciendo levemente el ceño cuando la cabeza entró, bajó un poco más y después quitó su mano dejándose caer por completo sobre él.

Ambos gimieron alto cuando estuvieron unidos de nuevo.

Regina se apoyó con sus manos en el bien formado torso de su Rey y empezó a cabalgarlo. Subiendo y bajando con algo de prisa, marcando ella misma el ritmo con el que quería ser follada.

Oh Dios, David sentía que no iba a lograr aguantar. Hacer venir a Regina de esa forma era un poco más tardado que hacerlo en su intimidad y verla así, clavándose ella sola en su miembro por detrás era… Extasiante.

Apretó los ojos tratando de aguantar cuando la Reina empezó a gemir y lloriquear alto… era extremadamente vocal cuando la penetraba por detrás.

A Regina le encantaba y no lo ocultaba y sólo esperaba que no lo hiciera para torturarlo.

Trató de llevar sus manos hasta las caderas de su esposa pero se arrepintió y se aferró de las sábanas. No quería limitar sus movimientos quería dejar que disfrutara al máximo, que fuera ella quien controlara el acto.

Encajó sus uñas en el pecho del Rey y lo escuchó sisear. Tenía sus ojos cerrados y estaba concentrada en llegar de esa forma. Se movía con agilidad sobre el miembro de su marido, subía y bajaba a una velocidad considerable que la llenaba de placer.

Estaba apoyada con sus rodillas en la cama y literalmente estaba montando a su esposo. Su excitación empezaba a escurrir por su intimidad por el placer que ser penetrada por detrás le traía y podía sentirse cerca del orgasmo.

Comenzó a gemir alto y echó su cabeza hacia atrás gozando abiertamente de la penetración anal con David como su único testigo.

Estaba hipnotizado viéndola subir y bajar, gemir y lloriquear con fuerza. Su hermosa Reina cabalgándolo, con su corona adorando su cabeza, perdida de placer.

Bajó su mirada y pudo ver su hinchado sexo empapado, como reclamando por atención y justo cuando pensó en llevar su mano para estimularla, Regina rasguñó su pecho, empezó a gritar y sus paredes anales se cerraron con fuerza alrededor de su miembro aumentando la presión.

Se alzó de inmediato alargando su brazo derecho para envolver su estrecha cintura y sostenerla para que no cayera.

Su espalda se arqueó perfectamente y David acarició desde su torso, por en medio de sus pechos hasta su cuello. La jaló para apretarla contra su pecho sintiéndola convulsionar a causa del orgasmo

- Eres perfecta - le dijo besando su sien derecha, muerto de excitación por haberla visto venirse así y empezó a mover sus caderas para penetrar a la Reina que se estremeció y empezó a lloriquear de nuevo temblando incontrolablemente porque en esa posición estimulaba su sensible clítoris - ¡Oh, ohhhh! - gruñó el Rey viniéndose muy fuerte dentro de la cavidad anal de su mujer quien, a causa de la nueva estimulación se vino de nueva cuenta - Mmmhh - gimió gustoso tragando pensando sintiendo como Regina tenía otro orgasmo. Gritó y se retorció entre sus brazos, apretando con excesiva fuerza su miembro en su interior - Sshhh - besó su cabeza escuchándola lloriquear bajito y se siguió derramando dentro de ella.

Tomó aire sintiéndose profundamente satisfecho como cada vez que tenían sexo y se dejó caer hacia atrás, con su amada Reina muy segura entre sus brazos, saliendo de ella en el proceso.

La escuchaba jadear en busca de aliento, subiendo y bajando sobre su pecho que también luchaba por aire. Acarició su cabello y con cuidado le quitó la corona para masajear su cráneo como tanto le gustaba hacerlo para relajarla.

Regina gimió bajito adorando con el alma esas atenciones que su marido tenía siempre con ella. Era tan reconfortante estar así con él, sobre su amplio pecho, escuchando el latir de su corazón, masajeando su cráneo y acariciando su cabello, dejando besos amorosos y posesivos en su cabeza y frente

- Te amo, David - susurró adormilada sintiéndose profundamente amada por su esposo y dejó un besito justo donde estaba su corazón - Te extrañe mucho - le dijo alzando su rostro para mirarle

- También yo a ti - respondió el Rey acariciando su tersa y sonrojada mejilla - Cada día sin ti fue una verdadera tortura. Pero ya estoy aquí - buscó su delicada mano izquierda y la entrelazó con la suya para llevarla hasta sus labios y darle un beso - Ya estamos juntos - le sonrió y ella asintió regresándole una hermosa sonrisa.

Soltó un suspiro admirando el bello y relajado rostro de su bella esposa. Dejó su delicada mano sobre su pecho para acariciar su espalda y su trasero. La vio fruncir el ceño levemente y sobó un poco sabiendo bien que sus nalgas estaban adoloridas.

Regina se acomodó de nuevo sobre su pecho y se quedó profundamente dormida entre los protectores y posesivos brazos de su Rey.

Se quedó algunos minutos admirando dormir a su hermosa Reina, sintiéndose increíblemente afortunado por tenerla entre sus brazos y de tener su amor.


La mañana todavía no comenzaba a anunciarse cuando la pequeña Elizabeth les despertó llorando a todo pulmón

- Yo iré - dijo David levantándose apresurado y trastabillando al principio. Estaba agotado por el viaje y por la actividad previa con su hermosa Reina.

Llegó hasta la cuna donde su bebé lloraba con su carita rojita y lágrimas resbalando de sus ojitos apretados

- Mi pedacito de amor - la tomó rápidamente en brazos y la pequeñita sollozó restregando su carita en el hombro de su padre y en cuanto se dio cuenta que no sería él quien la alimentaría comenzó a llorar de nuevo.

Besó su cabecita aspirando el suave aroma a bebé de su hijita y la meció un poco mientras caminaba hacia la habitación donde su esposa ya les estaba esperando.

Regina tomó a Elizabeth de los brazos de David y colocándose de lado, acostó a la bebé en la cama enseguida de ella y cerca de sus senos.

La pequeñita pronto empezó a comer mientras la Reina la admiraba llena de amor. El Rey se subió por su lado de la cama y se acercó lo más que pudo a ellas cuidando de no aplastar a Elizabeth

- Las amo, mis bellezas - dijo con la voz adormilada

- Duerme - Regina alargó su mano para acariciar el apuesto rostro de su esposo - En cuanto termine la voy a llevar a su habitación - sabía lo cansado que David debía estar por el viaje y de igual forma ella ya estaba despierta.

El Rey asintió inclinándose para besar la cabecita de su bebé

- Te amo - le dijo Regina y él le sonrió acomodándose un poquito alejado para no lastimar a su hijita si llegaba a moverse dormido.

Alimentó pacientemente a su bebé quien le miró la mayor parte del tiempo con sus bellos ojitos azules y una vez que terminó de comer, volvió a arrullarla con todo el amor del mundo hasta que Elizabeth se quedó dormida de nuevo. La acostó en la cuna de su habitación y regresó a la de ella para meterse en la cama con su esposo.

Se quedó un momento mirándole dormir apaciblemente. Era tan apuesto y se sentía muy afortunada de ser su esposa y tener su corazón.

Lo amaba con todo su ser y estaba profundamente agradecida con él por todo lo que había hecho por ella, por salvarla, por amarla verdadera e incondicionalmente, por hacerla muy feliz, por haberle dado cinco hermosos pedacitos de amor que, junto a él, llenaban su vida de luz y felicidad.


El Rey despertó cuando el sol comenzaba a asomarse por el horizonte.

Abrió sus ojos un poco desorientado y se dio cuenta que Regina no estaba en la cama. Volteó buscándola y pronto se dio cuenta que su esposa estaba admirando el amanecer en el pequeño balcón de su habitación.

Se colocó de lado hacia ese lugar y se dedicó a admirar a la hermosa Reina del Bosque Encantado. Era tan perfecta y era suya.

Y tragó pesado recordando cómo es que Regina había conseguido ese título.

Poco después del nacimiento de las gemelas se desató otra extraña guerra de Orcos que surgió aparentemente de la nada.

No tardaron mucho en darse cuenta que Azul había logrado escapar de la celda donde estaba encerrada con ayuda de algunas hadas que le seguían siendo fieles y orquestó todo ese plan para destruirles. Dotó a las criaturas con poderes sobrenaturales, usando hechizos con magia negra que había aprendido de los libros del Hada Negra en sus días como hada Suprema.

Fue una guerra donde Regina fue la pieza clave. Era el objetivo y también, la única persona que podía ponerle fin.

El hada Naranja había instruido durante poco más de un año a la Reina y su habilidad con la magia blanca fue notoria, pero no suficiente en un principio. Desafortunadamente, muchas personas, hadas y criaturas del Bosque murieron.

Se encargaron de custodiar como nada el Castillo del Reino Blanco que era el punto principal del ataque. A ambos les horrorizaba pensar que sus pedacitos de amor pudieran salir lastimados o peor.

David y Regina sabían bien que primero debían matarlos a ambos antes de llegar a sus hijos.

El Rey aún recordaba ese momento en el que creyó que moriría salvando a Regina de un ataque mortal del hada Azul. Su hermosa Reina estaba un poco lastimada, no de gravedad, pero lo suficiente para distraerla y poderla atacar. La ex hada Suprema lanzó un hechizo mortífero hacia ella y David se abalanzó sobre su esposa para cubrirla y recibir él el impacto.

Pero para sorpresa de ambos, Graham, quien se había unido a la lucha de lado de ellos, se interpuso recibiendo el golpe de magia que le mató al instante. Todos se quedaron aturdidos, pero afortunadamente, la Reina pudo reaccionar con rapidez derrotando al fin a Azul.

Naranja le quitó sus alas, a ella y a las hadas que le habían ayudado a escapar y todas fueron encerradas en el Sombrero. Después de eso, fue fácil terminar con los Orcos que aún sobrevivían.

Regina había salvado a todos los reinos pertenecientes al Bosque Encantado y por ello, había sido coronada como la Reina absoluta del lugar.

Una Reina reconocida legítimamente por todos los gobernantes que confirmaban el Bosque Encantado.

Cerró sus ojos agradeciendo de nuevo al cazador a quien llegó a odiar verdaderamente, pero que después de sacrificar su vida por la de él y la de Regina, no fue capaz de seguir haciéndolo.

En cuanto la guerra se dio declarada como terminada, las hadas junto con la Reina, él y la guardia real, se dedicaron a restaurar todos los lugares que habían sido atacados. Lamentablemente no podían regresar las vidas que se habían perdido, pero sí brindar todo el apoyo necesario.

Y ahora, Regina era amada por la mayoría, pero respetada por todos los habitantes del Bosque Encantado y vecinos.

Desde luego que había aun aquellos que no podían olvidar lo que hizo en sus tiempos de maldad, pero al menos ahora, la respetaban y vivían en paz con ella como la Reina del Reino Blanco y de todo el lugar.

Se levantó de la cama y caminó sigilosamente hasta ella envolviéndola con sus brazos por detrás haciéndola dar un saltito involuntario como era costumbre

- Buenos días, luz de mi vida - besó su mejilla con amor. La Reina soltó un suspiro y sonrió genuinamente relajándose en los protectores brazos de su marido

- Buenos días, mi amor - alzó su rostro para dejar un besito en su barbilla y llevó sus manos a los brazos de él para acariciarlo

- ¿Cómo amaneció la hermosa Reina del Bosque Encantado? - preguntó acariciando con su nariz el cuello de su esposa haciéndola reír y estremecerse entre sus brazos por el cosquilleo

- Muy feliz y enamorada - respondió cerrando sus ojos al sentir un beso protector en su frente.

David recargó su mejilla en la cabeza de su Reina y admiró el bello amanecer junto a ella permitiéndose perderse un momento en todos los maravillosos recuerdos que tenía junto a su amada Regina

- Es la sensación más maravillosa del mundo - dijo de pronto extrañando a la hermosa Reina con esa frase

- ¿Qué? - preguntó confundida.

El Rey la tomó por la cintura y la giró hacia él para tenerla de frente

- La segunda vez que estuvimos juntos. En el lago… - comenzó a relatar y cuando vio el reconocimiento en los bellos ojos chocolates prosiguió - Me preguntaste qué se sentía estar viviendo mi final feliz - le sonrió con los ojos emocionados y vio su precioso rostro llenarse de emoción también - Hasta hoy puedo responderte esa pregunta. Regina, tú no solo me diste un final feliz - tomó sus delicadas manos y las llevó hasta sus labios para besarlas y después sostenerlas frente a ellos - Me diste algo mucho más profundo y hermoso, algo que no sabía que podía existir y que descubrí junto a ti - suspiró enamorado - Me diste un muy feliz y nuevo comienzo - vio como los ojos de la Reina se llenaban de lágrimas

- Tú también lo hiciste, mi amor - le besó en los labios llena de emoción - Me enseñaste que había algo más hermoso que un final feliz. Me mostraste un mundo nuevo lleno de luz, de amor, de esperanza y de felicidad en el cual soy inmensamente feliz - se abrazó a él y de inmediato sintió los brazos amorosos y protectores de David alrededor de su cintura - Me has hecho la mujer más feliz del mundo al darme tanto amor, tanta comprensión y cariño - cerró sus ojos escuchando el corazón de su esposo y sintiendo sus manos acariciando su espalda con dulzura - Al darme cinco maravillosos hijos - sonrió sorbiendo un poquito su nariz

- Mi bella Regina - susurró con amor. Buscó su rostro con sus manos y se inclinó hasta que sus narices estuvieron a punto de rozarse - Tú también me has convertido en el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. Me has amado con todo tu corazón, me has guiado para ser un buen Rey y me has dado cinco hermosos pedacitos de amor - la besó con amor e intensidad - Regina, eres lo que tanto buscaba y que no descubrí hasta que comencé a amarte. Eres... lo que más deseaba en el mundo y con todo mi corazón - susurró sobre sus tersos labios y la besó tiernamente.

El Rey David y la Reina Regina empezaron a besarse con todo el amor puro, verdadero y eterno que sentían el uno por el otro.

Los rayos de sol empezaron a bañar sus cuerpos, mientras los besos y abrazos se fueron tornando apasionados, llenos de deseo y de amor y ambos sabían muy bien, que acabarían en la cama como siempre, amándose y entregándose en cuerpo y alma a su amor verdadero.

Y vivieron felices por siempre.

- Fin -