- Título: Entre tú y el mar: mis dos grandes amores.

- Autor: Babi Cullen

Disclaimer: Twilight y todas sus referencias no me pertenece, son de la escritora del best-seller, Stephanie Meyer.

- Algo que deben saber:

1.- Esta historia es de mi completa autoría, aunque no los personajes de la saga.

2.- Escribo solo porque me gusta. No soy una experta y puede que tenga muchos errores, pero trato de hacer lo que se puede.

3.- Espero que a ustedes también les guste.

ENJOY!

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Después de dos días en el hospital, hoy por fin me daban el alta y podía irme a mi casa. Amaba eso, por fin estar en mi cama. Si, estaría encerrado entre cuatro paredes, pero serían mis cuatro paredes, las de mi cuarto.

Mis padres regresaban el día de hoy a Seattle. Mi hermano les había llamado para informarles de lo que me había pasado y mi madre no dudo en devolverse en cuanto lo supo a pesar de los reclamos de mi padre para quedarse. Según el, y yo lo apoyaba, estaba bien y nada malo me pasaría ahora que ya me habían operado.

— Aun no entiendo por qué llamaste a mis padres y les contaste. Ahora por tu culpa no podrán disfrutar de sus vacaciones— reclamé colocándome la camiseta

— Es mi deber como hermano mayor contarles todo lo que te pasa a nuestros padres, así que no la agarres conmigo... Después de todo se terminarían enterando de todas formas— se encogió de hombros a la vez que jugaba con la silla de ruedas a dar vueltas.

— ¿Puedes dejar esa silla tranquila? Me desespera— le reclame, colocándome las zapatillas.

— Tal parece que no te sacaron al apéndice, sino que te implantaron un duende gruñón— reclamó como un niño pequeño al que habían reñido por una travesura.— Mejor hubiese dejado de mi cuñada te viniera a buscar, pero no, tenía que ofrecerme para que ella te tuviera todo listo en el departamento.

No pude hacer nada más que bufar por el comentario de mi hermano, pero en el interior no pude evitar imaginarme a un pequeño duende gruñón, enfurruñado en un rincón y con su ceño fruncido. Además me imaginaba a mi novia y notoria evitar sonreír internamente.

Cuando Emmett terminaba de atar mis zapatos entró el doctor con los papeles de mi alta en la mano y una sonrisa automática se posó en mi rostro. Al fin podría irme a mi departamento.

— Buen día— saludó con una sonrisa y nosotros le devolvimos el gesto— Bueno Edward, aquí está tu alta. Eres libre de poder irte, pero recuerda seguir las indicaciones y volver a control en una semana.

— Claro doctor, no lo olvidaré— contesté feliz

— Bien, ya te puedes ir— me tendió la carpeta y luego, junto a mi hermano, me ayudaron a sentarme en la silla de ruedas para salir del hospital.

Odiaba tener que usar esas estupideces, pero el médico había insistido en que era política del hospital y debía utilizarla por lo menos hasta que estuviera montado en el carro de mi hermano.

Una vez fuera de ese horrible lugar nos dirigimos a mi departamento. Al fin podría descansar entre MIS cuatro paredes y no las de ese hospital.

Al llegar, mi hermano me ayudó a llegar hasta el ascensor y marcó el botón para que bajara.

— Pero miren quien está de regreso— exclamó a mis espaldas la voz que más amaba escuchar

Me di la vuelta con cuidado y ahí la vi, de pie frente a nosotros y con bolsas con víveres en sus manos. Su sonrisa estaba más radiante que en otras oportunidades y... Me enamoraba.

Se acercó a paso lento hasta nuestro lado y me besó en los labios. Al instante sentí mis mejillas arder y de seguro estaba tan rojo como un tomate.

— ¡Uy, comida!— exclamó mi hermano sacándonos de nuestra nube y metiéndose a las bolsas. Suspiré audiblemente y negué con la cabeza. Me quejé y llame su atención — Lo siento, es que no he desayunado aún y tengo un hambre feroz.

— No hay problema— le sonrió mi ángel— Vamos a adentro. Así desayunamos y el convaleciente puede descansar.

Los tres nos adentramos en mi departamento, el que estaba más impecable que nunca y hasta la pecera estaba limpia y las cuentas pagadas, para irnos a la sala.

— ¿Qué haces?— preguntó mi castaña cuando me estaba sentando en uno de los sillones del salón

— ¿Me siento a descansar?— respondí sin estar completamente seguro de mi respuesta. Ella negó con la cabeza y suspiró

— Tú te vas a la cama, Edward Anthony— aclaró y se acercó a comerme del brazo para llevarme a mi cuarto— Te voy a llevar el desayuno a la cama y vas a descansar. En la tarde vendrán tus tíos a dejar a Pepper y tus padres creo que llegan hoy, así que necesitas recuperar energías.

Me sentía como un niño pequeño al que regañaban por una travesura, pero ella tenía razón. Necesitaba descansar y guardar fuerzas para cuando llegara Pepper y luego mis padres, estos últimos de seguro me regañarían por mi irresponsabilidad.

Sin reclamos y con su ayuda me fui a mi cama, donde me recosté y luego comí mi desayuno. Tenía hambre y no lo había notado hasta que Bella llegó con unas tostadas con mermelada, una taza de chocolate y un recipiente con fruta, todo muy delicioso.

Luego de eso caí dormido como si me hubiesen golpeado con un bate. La inconsciencia me había llevado a la negrura máxima, pero llena de paz y tranquilidad.

Unas voces a lo lejos me despertaron al rato. No sabía cuánto había pasado desde que me dormí, pero no debía ser mucho pues aún estaba de día afuera.

Se durmió después de desayunar. Creo que los analgésicos lo tienen un poco noqueado— le decía a alguien la dulce voz de mi amada novia.

Me lo imagino. Mi hijo es un irresponsable. ¡Podría haber pasado a peritonitis!— esa... Era mi madre. Estaba perdido.

Esme, calma. Edward hubiese ido al médico antes de que eso pasara— que mentiroso era mi padre. Él sabe que no me gusta ir al médico y sólo me hubiese auto medicado hasta que se me reventara el apéndice.

Escuché unos pasos acercándose hasta mi cuarto y me debatí entre hacerme el dormido o estar despierta, pero no alcancé a tomar una decisión cuando la puerta ya se estaba abriendo y por ella entró mi madre, seguida de mi padre y Bella. Además había que agregarle a Pepper, quien se lanzó sobre el cobertor para darme sus besos babosos.

Cuando por fin me dejó en paz y solo se fue a colocar a mis pies, mi madre se acercó para abrazarme con fuerza y llenarme de besos, claro que estos no eran babosos como los de Pepper.

— Ahora… ¡Quiero que me explique ahora mismo como es que dejaste pasar algo como una apendicitis, Edward Anthony Cullen!— me regañó tirando de mi oreja con fuerza— ¡Habla ahora, Anthony!

— ¡Ah, mamá! ¡Me duele! — me quejé tratando de huir de su agarre, pero no podía y de solo intentarlo me dolía herida de la cirugía.

— ¡Eso te pasa por descuidado! ¡No sé en que pensabas! — me seguía riñendo.

Con los gritos que daba mi madre y las risas de Carlisle y Bella resonando en el cuarto, la pequeña Pepper se desesperó y comenzó a ladrar y a gruñirle a mi madre para que me soltara, pero ella no tenía intenciones de hacerlo.

Una sola mirada de la furibunda Esme Cullen bastó para que Pepper se rindiera ante ella y dejara de defenderme. Sí, mi madre podía ser muy persuasiva cuando se lo proponía y esa misma mirada había conseguido grandes cosas cuando éramos pequeños con mi hermano.

Mi madre era un amor en varias ocasiones, pero era mejor no meterse con ella cuando se molestaba. Eso ya lo había aprendido mi orejita a la fuerza.

— ¿Bella, estás segura que no me parezco a Dumbo? — preguntó el aire cuando mi madre me soltó y tanto la aludida como mi padre se rieron de mis palabras. Mamá tampoco se aguantó y comenzó a reír ¡Claro, si el que había quedado con orejas de 20 metros había sido yo!

El resto de la tarde se pasó sin contratiempos y mis padres decidieron marcharse para dejarnos descansar tranquilos, después de todo me encontraba bien y estaba en buenas manos. Bella me cuidaba bien y se notaba que estaba cómodo e, incluso, enamorado.

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Nuevo capítulo. Espero que les haya gustado.

Gracias a todas las chicas que aún siguen por ahí dando vueltas y que me dejaron un review. De verdad gracias.

Besos y nos vemos.