Fruto prohibido

Resumen: Yuri Plisetsky es un orgulloso y tozudo alfa de diecisiete años, consentido y adinerado. Su padre adoptivo ha contraído nupcias nuevamente después de guardar el luto que lo había atado durante cuatro años.

A las vidas de los rusos llega un hermoso e inocente omega, provocativo y tímido.

Yuuri Katsuki está tan prohibido que a Yurio realmente no le interesa, mucho menos cuando el nipón gime fuerte a su oído y demanda más embestidas.

Capítulo 1. El otro Yuri.

[…]

Yuri Plisetsky estaba realmente enfadado. Todo en su rostro denotaba su mala leche, incluso en esos ojos verdes que refulgían cual brasas ardientes. El ceño fruncido y las manos fuertemente apretadas sobre la mesa.

Pero él era el único en estar enfadado realmente, porque frente a él, a una distancia de metro y medio se encontraba Víctor Nikiforov.

Víctor es un alfa al igual que Yuri, un hombre de tez sumamente blanca, como todos los habitantes de Rusia, preciosos ojos de color azul hielo y cabellera platinada. Poseedor de un rostro de facciones finas y masculinas, de gestos serenos y manos afables que justo ahora sostienen los cubiertos con elegancia. Él es, en teoría, su padre. No biológico, su verdadero progenitor había muerto hace diez años, y Yuri no tiene buenos recuerdos suyos.

Pero de Víctor sí, porque el de mata platina llegó a su vida cuando la adolescencia de un alfa comenzaba a hacerse mayormente notoria.

Tendría trece años cuando ese altísimo hombre cruzó el umbral de su puerta del brazo de su hermosa madre. Lila Plisetsky, una omega bellísima, de ojos azules y cabellera rubia cedió ante el encanto arrasador de Nikiforov, para molestia de Yuri.

El alfa menor no tuvo reparo en hacerle notar a su madre lo mucho que odiaba a Víctor pese a nunca haberle tratado.

Para su pesar, Lila estaba necesitada de afecto y ciertamente su abuelo Nikolai exigía otra figura masculina en la vida de su hija para heredarla. Fue así como después de un año de noviazgo, Lila contrajo nupcias con el alfa de estúpida sonrisa.

La pareja engendró a una niña llamada Mila, pelirroja y de profundos ojos azules como los de su fallecida madre.

Lo único bueno que pudo haber obtenido de Víctor, porque en realidad Yuri no lo quería ni en lo más minimo. Le parecía una burla de alfa. Víctor tenía esa tendencia idiota de actuar despreocupado frente a los omegas que conocía en la calle, siempre amable y dispuesto.

Odiaba que ese sujeto haya parado en su familia de rimbombante apellido. Y sobre todo, odiaba que justo él se haya quedado a cargo de la custodia tanto suya como la de su pequeña hermanita omega.

Su abuelo pensó que lo mejor era que Víctor se hiciera cargo de ambos, aunque Yuri insistió en irse con él. No soportaba a ese hombre.

Por otro lado, Víctor sólo era víctima de un adolescente alfa con las hormonas al tope. Sabía que Yuri era difícil de trato, mas nunca pensó que ni por los casi cuatro años que llevaban de convivencia se llevarían medianamente bien.

Todo con el muchachito rubio era de gritos e insultos. Víctor realmente quería que todo marchara bien, porque pronto las cosas tomarían otro color.

- Lo que acabas de decir es una aberración. ¡Cómo puedes siquiera pensar que yo aceptaré eso!

Víctor resopló. Continuo engullendo su deliciosa cena, no echaría a perder los encantos de Lilia, la ama de llaves sólo porque el adolescente gruñía y vociferaba su molestia. Ya había hablado con Nikolai, el padre de su difunta esposa, sobre su decisión acerca de aquel asunto. Él sexagenario no pareció molesto por ello, por el contrario, instó a Víctor a continuar con su resolución.

Mila necesitaba una figura omega en su vida, y cariño materno. Yuri comprendería tarde o temprano que a pesar de la partida de su adorada hija, la vida tenía que seguir su curso.

Ellos no podían detenerse, y Víctor tampoco, con lo joven que aún era.

- Gatito, es…-

- ¡Qué te he dicho que no me llames así, la puta que…! – Yuri arrojó los cubiertos, empujó la silla y se puso de pie como resorte. Ahuyentando el silencio para reemplazarlo por su firme voz alfa.

- ¿Hermanito, papi? –

Empero, la intromisión de Mila provocó que girara su rostro en dirección de la presencia femenina. Mila parecía confundida con esos enormes ojos mirándolo fijamente, la pequeña sonrisa en una mueca de asombro mezclado con miedo. Ella no presenciaba su hostil carácter como los demás, porque ella era especial y Yuri no se permitía mostrarle lo peor de él. En el lecho de muerte de su madre, le había jurado que haría lo que fuera por Mila, la protegería por encima de todos, incluyendo a Víctor.

- Hola nena – Víctor corrió junto a su hija recibiéndola con un caluroso abrazo de oso. La pelirroja olvidó el irritado rostro de su hermano mayor para enfrascarse en los brazos de su padre.

Lo había echado de menos durante las clases. Su abuelo había ido a recogerla con la excusa de que su papi tenía un asunto que atender con Yuri.

Mila era muy pequeña para entenderlo. Sin embargo, era una chiquilla muy inteligente, y sabía mucho sobre los alfas, gracias a que en clases les enseñaban sobre las tres razas existentes en el mundo.

Y su papi estaba solo. El aroma que manaba su cuerpo era agrio, como el limón y la sal. A ella no le gustaba olerlo así todo el tiempo.

Empero, hace unas semanas ella notó el cambio en su progenitor. Víctor sonreía con mayor frecuencia, como cuando mami vivía, y olía a chicle de cereza, algodón de azúcar. Ese dulce aroma se impregnaba en su ropa, y quizá por eso sonreía mucho.

- Papi, papi. Te hice un dibujo, y la maestra me dejó colorear mi libro blanco* - comentó extasiada, con esa sonrisita que a Víctor le encantaba tanto.

- ¿En serio? – la niña traía entre las manitas el dibujo antes mencionado y se lo mostró con gran orgullo a su padre.

Todo era observado por Yuri desde la mesa. No quería interrumpir los ánimos de su hermana. Prefería que Mila viviera en su mundo de colores.

Con el entrecejo fruncido, expresó una fingida disculpa e hizo amago de retirarse de la mesa, más la voz de Víctor lo interrumpió.

- Espera Yuri, aún no terminamos.

Yuri giró su rostro. El alfa mayor cargaba a Mila.

- Te equivocas Víctor; ya terminé de hablar.

- Pero yo no – dijo Víctor antes de que a Yuri se le ocurriera dar otro paso.

- No me interesa.

El adolescente apretó el paso directo a su habitación, ignorando la vocecita aguda de su hermana y los llamados de Víctor. No quería ver a nadie, sólo quería ensimismarse en su mundo ajeno a todos esos malditos problemas que lo acongojaban. Odiaba a Víctor, a su madre por haberse muerto, a su abuelo por no haberlo llevado con él. Y a ese tal Yuuri Katsuki que pretendía unirse a su familia.

[…]

- Lo lamento Víctor, ojala no hayas esperado tanto tiempo.

- En realidad si lo hice. Llegué a las doce en punto.

- Oh, no. – El omega tenía las mejillas arreboladas y la mirada en el piso, a modo de arrepentimiento.

Si bien Yuuri Katsuki era del tipo de omega, torpe y sin gracia. A Víctor le había atraído como el imán atrae el metal. Fue inevitable no caer ante ese chico de sonrisa fácil y mirada serena, pacifica.

Desde que había enviudado, nadie había llamado su atención como ese omega de menuda apariencia y figura esbelta.

Víctor era el Director Creativo de una importante casa de modas. Pasaba día y noche en la oficina; entre telas y bocetos, modelos atractivos, diseñadores.

La semana se le iba como arena entre los dedos. Las pocas oportunidades que tuvo para conocer a otro omega no le dejaron buen sabor de boca. La mayoría de los omegas buscaban protección económica y sexo sin control. Pocos se interesaban en formar una familia. Aunado a que Víctor pese a lucir jovial y atractivo, no era un hombre soltero. Tenía dos responsabilidades enormes que difícilmente eran aceptadas por un omega sin hijos.

Pensó que pasaría lo que le restaba de vida solo, hasta que conoció a Yuuri Katsuki, el asistente Christophe Giacometti, diseñador de origen suizo, que había contratado hace unos seis meses a un joven de tierras niponas para trabajar bajo su brazo.

Yuuri era lo más torpe que había en el mundo, sumamente tímido e inocente. Tenía apenas veintitrés años, un omega sin marcar, virgen a plenitud que atraía miradas de todos los alfas y betas posibles.

Desde que entablaron la primera conversación, Víctor quedó prendado del japonés. Su conquista le llevó tiempo, estuvo a punto de rendirse, no fue hasta que recibió un mensaje a su móvil por parte del chico de cabellera azabache aceptando su invitación a salir. A partir de ese momento, las salidas se volvieron frecuentes y Víctor se rindió ante la belleza discreta de Katsuki.

No sabía con exactitud que sentía Yuuri por él, salían y prácticamente era novios, aunque todavía no lo hacían oficial. Tampoco le preocupaba llegar lejos con el japonés, en algún momento el omega terminaría aceptando la intimidad con él, sin embargo, había algo que lo incomodaba, no tenía idea de qué.

- No te preocupes Yuuri, lo importantes es que viniste.

- Tú siempre eres condescendiente conmigo.

Yuuri empujó la única silla que adornaba la mesa y se sentó en ella con toda la elegancia que pudo reunir. Había demorado en llegar gracias al tráfico y que Chris lo había atorado con una tarea que para nada comprendía lo que realmente debería de hacer.

- Y bien, ¿quieres ordenar algo? – pregunto Víctor en tono amable.

- Sí, sí. Pero antes, ¿cómo tomaron tus hijos lo nuestro?

Víctor se permitió una sonrisa abierta, le gustaba cuando Yuuri se preocupaba por él a ese grado. Y que admitiera sin temor a que tenían algo más allá de una amistad.

- Bueno, mi hijo mayor es todo un caso pero seguro que cuando te conozca quedara tan prendado de ti como yo lo estoy, - Yuuri se sonrojó ante tal declaración.

- ¿Y si me odia?, me has dicho que es un chico muy duro, tal vez él…-

- Tonterías, te amará, ya lo veras. Lo conocerás mañana en la cena.