Capítulo 84

—¡Vamoooo-ooooos! Que vamos a perder el tren. —se quejó de nuevo Harry.

Era, por fin, el uno de septiembre. Harry y Draco, emocionados como si fueran críos de cinco años en cuerpos de once, revoloteaban a su alrededor. Severus sonrió con paciencia, asegurando la mano de Dahlia, de ocho años. Ella tenía el pelo negro de Severus, y su complexión delgaducha, pero sus ojos eran tan verdes y vivos como los de su madre, de la que también había heredado sus labios y nariz. Desvió la mirada a Lily, al otro lado de su única hija que compartían por sangre. Ella trataba de calmar a Harry, pero Draco no dejaba de hacer apuntes con aires de grandeza: sus típicos aires, cortesía de Sirius.

—Vais más lentos que las tortugas.

—Entonces, ¿por qué mejor no llevas tú tu carrito y así vamos más rápido los demás? —le pinchó Lily sin maldad.

—Pero yo ya llevo mi lechuza. Vosotros la molestaríais si os la dejara.

Draco se giró, abriendo la marcha de nuevo. Harry le siguió, molestándole por verse tan superior con su lechuza, que era de un color marrón, mientras la de Harry era de un imponente blanco, un color mucho más aristócrata según había recalcado el niño de gafas. Dahlia bufó, molesta y envidiosa a partes iguales, y preguntó:

—¿Y yo cuándo iré? —Severus calculó los años, aunque no le hizo falta una mente prodigiosa para ello.

—En tres años, ya lo sabes de sobra.

—Jo, pero yo quiero ir ahora.

—Pero vas a tener que esperar un poco. —le repuso Severus. —Dahlia, ya hemos hablado de esto. Cuando te toque tu turno, además, te alegrarás de haber llegado más tarde que Harry y Draco.

—¿Ah, sí? —la niña le miraba ahora con curiosidad. Lily le echó una mirada de soslayo, curiosa también.

—Bueno, confío en que en tres años ya sepan, al menos, cómo llegar a las cocinas. —Severus le guiñó un ojo a la niña. Su cara era pura emoción e ilusión, algo que no gustó del todo a Lily:

—Sev, no vayas dándoles ideas. Solo me faltaba que les alentaras a meterse en problemas.

—¿Yo? Nunca. —se fingió ofendido Severus.

Lily rió, haciendo que Draco y Harry se volvieran para verlos, intrigados. Ellos se subieron a los carritos, después de que Lily se negara a decirles de qué se reía. Dahlia también tenía los labios sellados: ella era tan terca como Severus, tranquila como Lily pero entregada a la acción y la aventura, como Draco y Harry. ¿Cuántas veces habían salido a explorar la finca de la mansión Prince? Ya había perdido la cuenta.

—Disculpen. —Severus se giró para mirar al muggle que le hablaba. Se habían quedado parados al otro lado del andén 9 y ¾ mientras los niños volvían a montar follón, emocionados. Los ojos de Severus pasaron a la señora, también muy muggle, y la niña de enredado pelo castaño, que llevaba su carrito de Hogwarts. —¿Podrían decirme dónde se encuentra el andén 9 y ¾, si no es mucha molestia?

—Tienen que cruzar esa pared de allí. —Severus le señaló con la barbilla el muro. El muggle le miró de arriba abajo, inseguro. —Espere un momento. ¡Niños! Ya basta. —Draco, Harry y Dahlia miraron a los muggles con ojos grandes y mejillas ruborizadas por la vergüenza. —Esta niña va a entrar a Hogwarts este año, y necesita ayuda para llegar al andén, así que portaos bien y ayudadla.

—¡Claro! —Harry saltó de su carrito, lechuza todavía en mano. —Yo soy Harry, él es Draco, también es nuestro primer año aquí. —Draco acudió reluctante, casi escondiéndose detrás de Harry. Su lechuza miraba con ojos enormes a Hermione.

—Hermione, Hermione Granger. Un placer.

—No te escondas, Draco. —murmuró Harry sin apenas mover la boca. —Entonces, ¿has vivido en el mundo muggle hasta ahora?

—¿Qué es un muggle? —preguntó ella.

—Un no-mago. —respondió Severus. Draco y Harry asintieron, mirándola con interés. —Se nos hace tarde. Lily, si hicieras los honores.

—Dahlia, ¿quieres venir con mamá?

—Entonces, ¿sabes cómo funciona la electricidad? —dijo Draco detrás de Severus.

Lily desapareció con Dahlia en el muro. Los señores Granger se veían algo horrorizados, y su hija parecía más interesada en contarle a Draco todos los interesantes secretos de la electricidad. Severus les echó una mirada a los niños, se aclaró la garganta para llamar la atención de sus hijos y les señaló con la barbilla el muro:

—Hora de ir a Hogwarts.

—¡Sí! —Harry agarró la mano de Hermione. Hermione agarró la mano de Draco y los tres corrieron hacia el muro. Lo último que supo de la niña nueva fue que su grito era demasiado agudo para su gusto.

—Entonces, hay que…

—Cruzar el muro, sí. Adelante, no duele. Tan solo échense a un lado cuando lleguen, u otro les atropellara con un carrito.

—Oh, claro, claro. —el señor Granger se reajustó las gafas. —¿Juntos?

—Sí, mejor. —le sonrió temblorosa la señora Granger.

Severus sonrió, viéndolos correr juntos hasta la barrera. Asió con fuerza el carrito de Harry, inspirando lentamente. Jamás se había imaginado que todo terminaría así, cruzando una barrera y dándoles el testigo a Draco y Harry, viéndolos partir hacia Hogwarts como sus padres no lo habían visto partir a él. Las aventuras se habían sucedido en el camino, pero estaba muy orgulloso de ese final, que realmente era un nuevo comienzo. Quizás sin la casa tan llena de niños podía dedicarle por fin un tiempo a su investigación para devolver a Narcissa Malfoy a la realidad, pensó con ambición mientras cruzaba la pared.


Nota: ¡Ta-dah! Hasta aquí la historia. Espero que os haya gustado; a mí me ha gustado mucho recibir tantos comentarios cada capítulo :) ¡Muchas gracias a todos!