EPÍLOGO.
1928.
Candy escuchó unos gritos, luego unas risas, y cuando quiso incorporarse sintió un peso sobre su espalda que le impedía levantarse.
- Ni se te ocurra pecas, - dijo el peso sobre su espalda.
- Terry, tu hijo tiene hambre, - refunfuño la mujer.
- Richard, tiene a su niñera, a su abuela Eleanor, a su abuelo Albert, a sus tías Annie y Paty, a su tío Archie. Y en un par de horas tendrá a su abuelo Richard y a su tía Caroline, igual tendrá hambre, además ya tiene un año, no es que no pueda comer lo que le den y… estamos en Escocia.
- Terruce Grandchester, además de tener que atender a Anthony…
- Se llama Richard.
- Richard Anthony, te recuerdo.
- Solo porque estaba tan nervioso en el parto que deje que le pusieras el nombre que quisieras.
- Está bien, además de tener que atender a nuestro hijo, tenemos invitados…
- De acuerdo, en una hora te dejo salir de la cama, en eso ellos habrán desayunado junto con nuestro hijo. – concluyó el hombre.
- No piensas que les extrañará que no hayamos bajado a desayunar Sr. Grandchester.
- Bueno, diremos que como toda la familia vino tarde nos quedamos despiertos planeando el cumpleaños de Richard, no le veo el problema.
- Terry Grandchester, usarás a tu hijo como escudo, no puedo creerlo.
- Qué, prefieres eso, o que la tímida se desmaye cuando les diga que tenía muchas cosas escritas en mi cuaderno, que prometiste cumplir en la noche para que yo aceptara venir hasta Escocia para el cumpleaños de nuestro hijo cuando pudimos haberlo celebrado en Londres o en Stratford. – dijo el hombre con cara de haber jugado su mejor carta.
- No te atreverías Grandchester, - le dijo la mujer tratando de incorporarse mientras se imaginaba la cara de Albert y Archie, y el desmayo de Annie. No era algo que le decías a tu padre adoptivo y a tu primo.
- Pruébame- le respondió volviendo a recostarse sobre su esposa para que no se moviera.
- Sabes que a veces te comportas peor que tu hijo…
- Es porque nos parecemos, solo deja que crezca un poco y será todo un Grandchester con pecas.
- Eso me temo.
- Lo sé… dijo el hombre volviendo a tomar su lugar sobre la espalda de la mujer.
- Terry…
- Umhhh…
- Que te dijo Albert ayer…
- Ahhh…hablamos de tu discusión con la tía abuela y de Elisa.
La mujer trató nuevamente de incorporarse sorprendida que su esposo y su padre supiera sobre la discusión con la tía abuela sobre las responsabilidades que tenía como hija del patriarca, aunque ese nombre ya estuviera en desuso. La conversación no había terminado nada bien. Sintió que nuevamente era oprimida por el peso de su esposo.
- Así que le dijiste que tu primera obligación era con tu hijo y con tu esposo; la señora pecas se rebeló contra la bruja Elroy. Por qué no me dijiste nada.
- No quería empeñar la estadía en Escocia con temas que ya no tienen sentido.
- Candy, en qué quedamos?
- Está bien, te contaré.
Candy comenzó a recordar como las decisiones que tomaron con su esposo habían causado un escándalo para los Andley y una cefalea intensa para el duque de Grandchester.
Luego de haber finalizado los trámites sobre el fidecomiso de Candy, la vida siguió en Stratford con algunas variables; Candy había empezado a equilibrar su tiempo en el hospital, y eso le daba más tiempo para el orfanato y para Terry, además había dejado la sociedad para la conservación del legado de Shakespeare.
Fiel a su naturaleza, Terry estaba feliz de no tener que competir por el tiempo de su esposa entre tantas actividades; pero también él tuvo que realizar algunos cambios, como acortar el tiempo en las giras, y cabalgar en horas del amanecer para pasar más tiempo con su esposa.
Sin embargo, una nueva tormenta estaba por desatarse en la siguiente reunión de accionistas de los Andley; para esta reunión, Terruce tuvo que vencer su resistencia a involucrarse en los negocios y asistir con Albert y George.
Cuando Terry habló con Albert, el rubio no puso muchos cuestionamientos, ya que si algo era importante para Albert era el bienestar de Candy, sin embargo, antes de aceptar revisó por su cuenta cada una de las cláusulas del documento para asegurarse que la tía abuela no podría intentar invalidar ese documento en caso de él o Terry faltaran.
El día de la reunión para la señora Elroy fue extraño ver al esposo de Candice en aquella reunión pero después de lo desatado por Elisa esperaba que el joven, simplemente hubiera asistido como un socio más, el dueño del 10% de las empresas Andley.
No hubo ningún tema fuera de la reunión hasta que George presentó los cambios legales por parte de la familia Grandchester Andley. Varios gritos de indignación se escucharon en la sala, se cambiaba toda la estructura de la empresa para algunos, para otros era otra más de las excentricidades del actor, más de uno pensó que las acciones tenían algún problema para que se le traspasaran a… una mujer.
La señora Elroy estaba indignada, es cierto que ella era la única mujer en el consejo, pero ella era una mujer mayor, y no una atolondrada como Candice. Era un escándalo, ese actor arrogante se había sobrepasado esta vez.
Luego de las murmuraciones respectivas, Terruce Grandchester informo al consejo de sus decisiones y de los motivos que lo llevaron a ello, sin mencionar a Elisa, aunque era de todos conocido el escándalo que la mujer había causado. Se revisaron las formas legales y como no había otra objeción que el hecho que una mujer joven era la involucrada, y un marido renunciaba a la tradición de manejar el patrimonio de su mujer, nadie pudo oponerse.
La rabia de la matriarca Andley hizo eco en Albert durante muchos días ya que Terry no le dio oportunidad de hablar al retirarse de la reunión en cuanto sus asuntos estuvieron arreglados, y luego se encerró a solas en su apartamento en Nueva York; sabía que la vieja mujer estaba demasiado aferrada a las tradiciones, para atreverse a visitar a un caballero solo en su casa, aunque el caballero pudiese ser… su nieto.
Albert trató en un inicio de ser educado y paciente con la tía abuela, explicándole las decisiones de Terry, y las implicaciones que tenía para los negocios, haciendo que muchos padres de herederas en Estados Unidos quisieran invertir en los bancos Andley para proteger a sus hijas de posibles timadores a futuro; pero la terca señora solo podía ver que la "atolondrada de Candice" como la llamaba era dueña y señora de su fortuna y peor aún de sus decisiones.
Al final el señor William Andley termino ignorándola al ver que no podía razonar con ella de la misma manera como ignoraba aquellos negocios que iban contra la familia. Luego de eso la mujer pareció darse por vencido al menos en relación a las decisiones de Albert y Terry.
La señora Elroy se encontraba en Escocia cuando los Grandchester llegaron para el cumpleaños del pequeño Richard Anthony; por lo que Candy no pudo seguir evadiendo a la vieja mujer. La matriarca no podía evitar expresar en su rostro arrugado y gastado el rencor que aún guardaba por Candy, aunque tratase de disimularlo. Al menos la huérfana pensaba, había logrado unir a los Andley con la aristocracia inglesa, aunque su esposo fuese ese aristócrata rebelde que prefería pararse en un escenario que en la cámara de lores, pero si el duque de Grandchester lo había permitido ella no podía discutir sobre el asunto.
- Candice, es bueno ver que aceptaste mi invitación
- Solo he venido a saludarla señora Elroy
- Tía abuela
- Solo he venido a saludarla tía abuela Elroy.
- Veo que no se te quita lo impertinente a pesar de haberte convertido en baronesa.
- Puede decirme para que me mandó a llamar
- Antes que nada déjame felicitarte por tu heredero, en cuanto me reúna con el duque de Grandchester discutiremos el futuro de la educación de tu hijo; como posible heredero de los Grandchester o de los Andley debe estar preparado tanto en diplomacia como en negocios.
- Me temo tía abuela que esa decisión solo depende de mi esposo y de mí, y no queremos preparar a Anthony para que sea un heredero, sino un hombre que pueda tomar sus decisiones y ser responsable de sus actos, - dijo la joven mujer comenzando a impacientarse con la charla de la vieja mujer.
- Eso es algo que decidirá tu suegro
- Eso es algo que decidiremos mi esposo y yo, y de lo que Richard ya está enterado. Además Anthony es el sexto en la sucesión al ducado de Grandchester, y en cuanto a los Andley, no sé qué lugar ocupara con relación a los hijos de Albert y Archie, o de Neal y Elisa.
- Veo que no puedo influir en esto tampoco… al menos por el momento. Pero no fue eso por lo que te mandé a llamar, quiero que convenzas a tu esposo de retirar esa tonta acción de entregarte tu fidecomiso para que tú lo manejes. O sino quiere ese dinero, hacer que vuelva a ser manejado por los Andley; como mujer tú sabrás la forma de convencerlo. Además recuerda que ese dinero es de los Andley, solo por el capricho de William que no solo te dio un apellido sino además parte de su fortuna, es lo menos que puedes hacer.
- Creo que mi esposo ya discutió esto con mi padre adoptivo, quien sabe no necesito su dinero, pues tengo una profesión que me permite ganarme la vida honradamente; pero acepté el regalo de Albert como lo haría una hija agradecida con su padre.
- Así que Grandchester no te ha quitado lo insolente, ya que no puedo hacerte cambiar de opinión, debo al menos recordarte tus obligaciones como la hija del patriarca
- Y cuáles son esas obligaciones según usted tía abuela
- Ya que vives en Inglaterra y no en América como correspondería debes fortalecer las relaciones de los Andley en Europa. Tu esposo y su padre son figuras reconocidas, así que en lugar de perder tu tiempo en hospitales y orfanatos deberías organizar cenas o comidas campestres para gente influyente que le permitan a tu padre y a tu esposo mejorar sus negocios y ahora los tuyos; al menos serías útil de esa manera, es una lástima que la duquesa no pueda acompañarte.
Estando en Escocia podrías organizar un mejor cumpleaños para tu hijo e invitar a las personas influyentes del área, o enviar invitaciones a las esposas para tomar el té.
Un rubor intenso inundó las mejillas de Candy mientras apretaba sus puños en la falda de su vestido.
- Ya basta señora Elroy
- Como te atreves insolente, - replicó la mujer
- No voy a volver a poner ninguna actividad como prioridad sobre mi familia, tengo un hijo pequeño que cuidar y un marido que requiere mi apoyo y mi compresión; tengo un maravilloso trabajo como enfermera y una vida satisfactoria con mi trabajo en los orfelinatos. Si requiere una mascota para proclamar la opulencia de los Andley tiene a Elisa para encargarse de eso. No quiero perderme los años de crecimiento de mi hijo, ni los problemas de mi esposo para volverme la imagen de los Andley. Si no requiere otra cosa me retiro.
La rubia no pudo evitar que su espalda se tensara al recordar la conversación con la anciana, luego de eso sintió que su esposo depositaba un beso en su hombro.
- Así que te le rebelaste a la vieja gruñona, señora Grandchester.
- Digamos que le deje en claro mis prioridades.
- Imagino que pasaran cinco años antes de que vuelva a dirigirte la palabra, pero al menos descansaremos de su interferencia un tiempo.
- Sí…Y Terry, ayer por la noche Albert te dijo algo sobre Elisa.
Terry se había encerrado en el estudio con su suegro para ponerse al día sobre muchos asuntos pero principalmente sobre lo relacionado con Elisa Leegan.
Los dos años en Montana habían sido una dura prueba para la heredera Leegan, quien ahora no salía a la calle sin guantes, para evitar que cualquiera pudiera ver lo lastimado de sus manos al encargarse durante dos años de los caballos en el rancho.
Durante ese tiempo Elisa había tratado de escapar por su cuenta del rancho, pero no podía ni siquiera escalar una cerca, así que sus intentos servían de risa a los cuidadores del rancho; además había escrito a su madre y a la tía abuela recibiendo siempre la misma respuesta, hasta que el tío William no estuviera de acuerdo con dejarla regresar a Chicago no podían hacer nada al respecto.
Actualmente Elisa había terminado su tiempo en el rancho, volviendo a Chicago e inventando la historia entre sus conocidos que había estado todo ese tiempo en Inglaterra por invitación de la duquesa de Grandchester. Lo que Elisa no sabía recluida como estaba, era que la duquesa había sido repudiada de su círculo social por sus acciones y la influencia del duque de Grandchester. El escándalo había llegado hasta América, por lo que no era creíble ser la invitada de una mujer que había desaparecido luego de su separación de la sociedad londinense.
El tiro de gracia de Elisa llegó durante una fiesta en la que Elisa se había burlado de Annie Britter diciendo que actualmente hasta una huérfana de dudosa procedencia podía convertirse en una dama de sociedad; Annie guardó silencio pero las palabras llegaron hasta su esposo quien no lo pensó dos veces y tomando el brazo de Elisa le había quitado el guante y había proclamado públicamente que las cicatrices en sus manos era por los dos año que había pasado cuidando los caballos de la familia en Montana como buena dama de establo. Ese había sido la estocada final para Elisa al recibir el más grande bochorno social y ser excluida de su círculo de "amistades". Además el fidecomiso a su nombre no retornaría a su lado hasta un par de años más pues aún no terminaba de pagar la deuda de lo robado a Grandchester…
La duquesa de Grandchester tuvo que resignarse a su trabajo como sirviente en Glastbury, pasando de la cocina a los campos cada día, a excepción de los domingos en que los trabajadores asistían a la iglesia local o celebraban picnics en los alrededores de la propiedad. En esos días la duquesa se dedicaba a escribir largas cartas a sus hijos contándoles sobre la situación en la que vivían y les solicitaba que le ayudaran a acabar con el bastardo que se atrevía a llevar el apellido Grandchester. Solo recibió respuesta de Caroline quien le pedía que se detuviera en su intento de dañar a su hermanastro, y ocupara su posición como duquesa al regresar sin intentar crearse más problemas; después de eso Caroline no volvió a recibir cartas de su madre. En cuanto a sus otros dos hijos educados como era su madre entre la ambición y la venganza, prefirieron ignorar a su madre que enfrentarse a su padre.
Luego de dos años de trabajo arduo, cero atenciones como duquesa y el abandono de sus hijos, Margaret Spencer regresó a Londres para enterarse que la esposa de su hijo mayor se había encargado de confirmar a toda la sociedad inglesa del trato que la duquesa estaba recibiendo en Glatsbury y las causas por la que estaba ahí. De alguna manera la intrigante mujer de su hijo esperaba congraciarse con la duquesa cuando regresase esperando que la vieja mujer retomara su poder dentro de la familia; pero la sociedad londinense afectada ya por los cambios en el mundo no vio con buenos ojos que se atentara contra la vida de un hombre, independientemente de su origen, pues aunque muchos eran aristócratas, en esas reuniones asistían también muchos ricos burgueses, así que solo una pequeña parte de aquel mundo sintió un poco de compasión por la vieja duquesa; tras lo cual prefirió aislarse a Bath sugiriendo que necesitaba una época de reposo, sin ocuparse por lo que pudiese ya pasar a sus hijos y sin querer saber sobre su esposo.
Lady Cadawell, fiel a su forma de ver el mundo pasó trabajando dos años en la finca, intentando educar a las mujeres que tenía a su alrededor, quienes no estaban interesadas en los modos de aquella amargada mujer, sin embargo, al menos respetaban que intentara enseñarles a leer por lo que Cadawell, formo su pequeño grupo, y comenzó a separarse de la duquesa. No era que el corazón de lady Cadawell comenzara a descongelarse, era que simplemente eso la hacía de alguna manera superior a su prima la duquesa. Al finalizar su tiempo en la granja emigró a la India donde se hizo pasar por la institutriz de la realeza, hasta que fue descubierta y expulsada de la familia con quien trabajaba; nunca volvieron a saber de ella.
Tomas Spencer, no dejó su afición por las apuestas; cada vez que el barco en el que estaba asignado atracaba por provisiones o reparaciones, se dedicaba a jugar llenándose de nuevas deudas y estando en la mira de personas de dudosas intenciones. Un año después de haber ingresado en la marina fue hallado muerto en un muelle al intentar estafar a un mercader asiático.
- Sabes Terry… llegue a pensar que este día no llegaría.
- A que te refieres pecosa
- Pensé que me pedirías el divorcio, o que me dejarías para quedarte en Hollywood.
- Pecosa atolondrada, siempre sacando conclusiones antes de tiempo.
- Mira quien lo dice…
- También llegue a creer que te estaba perdiendo, pero no iba a resignarme tan fácil…
- Bueno, querido esposo ya es hora que atendamos a nuestros invitados.
- Aún no ha pasado mi hora, así que me rehúso a dejar mi almohada.
- Me has dicho de todo pero nunca me has llamado almohada
- Prefieres que te llame, mi adicción, porque es el otro nombre que te podría dar esta mañana.
- No empieces Terry, hay muchas cosas que hacer este día
- Está bien, por esta vez tienes razón, pero quiero esperar los 15 minutos que me debes, mi cuaderno lo dejó muy claro hace algunos días.
- Eso era algo que quería hablar contigo, no crees que ya es hora que esos cuadernos desaparezcan, que sucedería si alguien más lo leyera, si nuestro hijo llegara a leerlos.
- No hay problema, que aprenda de los errores de su padre.
- Terry, estoy hablando en serio, no solo seguimos escribiendo sobre lo que pudiese molestarnos en el día a día sino que además el señor empezó a escribir sus antojos nocturnos.
Terry no pudo evitar una carcajada al ver a su esposa sonrojarse a pesar de los años que tenían juntos; seguía tan adorable a sus ojos como cuando era una adolescente.
- No veo que te hayas quejado amor mío, - dijo el caballero acomodándose nuevamente sobre su "almohada".
- Dime, que pasaría si ese cuaderno lo leyera tu hija o tu hijo sobre su madre.
- No tenemos una hija
- Aún no, pero es posible que en algunos meses la tengamos, y no querrás que aprenda de su padre.
- Candy estas diciendo que seré padre nuevamente
- Seremos caballero, y espero sea una niña.
Terry se levantó ante la noticia, y le dio vuelta a su esposa para besar su estómago.
- Candy, por qué no me lo habías dicho
- Quería que fuera en Escocia, este es nuestro lugar especial.
- Tenemos que decírselo al duque, a Albert, al elegante y la tímida, a la gordita, mi hermana va a estar feliz, y mi madre te secuestrara para ir de compras. – dijo el caballero visiblemente emocionado.
- Cálmate Terry, primero lo primero, me prometes que quemaras esos cuadernos y que te comportaras en la fiesta de Anthony.
- Lo que quieras pecosa…
- Bueno es hora de levantarnos y darles la noticia no te parece…
- Candy te adoro, un nuevo bebé, una niña quizás, siempre quise una niña. Amo a mi hijo pero un padre necesita una princesa a la que consentir.
- No sabemos si será una niña, y si así consientes a Anthony no quiero imaginar que harás si tenemos una hija.
- Si lo es, solo espero que no sea tan terca como su madre.
- O tan altanera como su padre.
- Bueno, creo que no nos aburriremos esposa mía.
La noticia como Terry lo había dicho fue una algarabía en la familia, un nuevo integrante de la familia Grandchester Andley estaba en camino. El día transcurrió entre juegos, pastel y regalos para festejar al pequeño Richard Anthony quien pasaba de los juegos a los brazos de sus abuelos, sus tíos y sus padres.
Cuando los adultos se habían retirado Terry se llevó a su hijo a montar con él a caballo, como un regalo extra de cumpleaños; Candy los miraba desde la escalinata de la casa pensando en la nueva vida que crecía dentro de ella, y que no importara todas las duquesas, Elisas o Cadawell del mundo mientras se tuvieran unos a otros, todo estaría bien.
FIN
Agradecimientos a todos los lectores que me acompañaron en esta travesura literaria. Gracias infinitas. Espero volver a verlos en algunos meses con una nueva historia.
Por el momento dejemos a Terry y a Candy disfrutando de su familia.
Hasta pronto,
Saharaloto
