Le había fallado. Le había fallado a él. Le había fallado a ambos. Había jurado a Inko proteger con su vida a aquel que sería el futuro símbolo de la paz. Le había prometido a Izuku, que le educaría y le criaría hasta convertirlo en el héroe que estaba destinado a ser.

Toshinori Yagi, el que hasta hace poco había sido el héroe número uno, se sentía tan impotente, tan vacio ahora. Debió verlo venir, debió de prestarle más atención a Izuku, ¡oh Izuku! El pobre niño había tenido que soportar una carga tan pesada durante esos últimos días...

Debió saberlo, debió preveer que el chico iba a sacrificarse por él. Izuku, testarudo y optimista, le había prometido que cambiaría el destino a su lado ¡Y lo hizo! Vaya que lo hizo. El pequeño héroe al final del día cumplió su promesa. Contra todo pronóstico, cambió el destino. Su querido mentor ahora estaba a salvo. Su querido maestro estaba vivo. ¿Pero a qué precio?

Pesadas lágrimas caían por las mejillas de aquel hombre que la gente solía llamar El Símbolo de la Paz. Perdóname, perdóname, perdóname ¡PERDONAME! gritaba entre sollozos el desconsolado hombre, mientras sostenía junto a su pecho una sudadera que había pertenecido a su fallecido sucesor. La abrazaba contra su pecho, con tal fuerza que sus nudillos estaban blancos. Y doliá tanto. Dolía tanto estar ahí en la habitación del chico que tanto le admiraba e idolatraba. Dolía tanto. La habitación de Izuku, toda llena de mercancía de su héroe favorito, cómo no, era un doloroso recordatorio del fracaso del que había sido el héroe número uno. De su fracaso como mentor y como maestro. Oh si, el grande, el poderoso All Might había fallado miserablemente en proteger a la persona que más lo admiraba, que más lo quería, a su fan número uno, al que era su sucesor. Al chico que había llegado a amar tanto como se puede querer a un hijo. Su hijo.

Toshinori no se atrevió a ir al funeral de Izuku. No podría soportar mirar a la cara a Inko Midoriya. Simplemente no podría soportarlo. Al menos no por ahora. Sabía que no estaba bien, sabía que tenía que dar la cara, que no podía ser un maldito cobarde. Pero justo ahora, el dolor era demasiado.

Le había fallado a Inko.

Le había fallado a Izuku.

Quizás si alguien le hubiera podido decir a Toshinori lo feliz que sentía Izuku, sabiendo que había sucedido en poner a salvo a esa pequeña niña, Eri, su corazón estaría menos contrito . Quizás, si alguien hubiera podido decirle cuán feliz se sintió el chico en sus últimos momentos de lucidez, sabiendo que había tenido éxito en salvarle la vida a ese hombre al que veía como al padre ausente que nunca tuvo, su padre, Toshinori tendría un poco de consuelo. Pero nadie podía decírselo. Nadie mas que Izuku, sabía como habían sido sus últimos momentos. Solo Izuku podia darle ese consuelo. Pero Izuku estaba muerto.

En su lugar, Toshinori se quedó allí, en el cuarto del chico, aferrándose, a esa prenda de ropa, aferrándose a esa sudadera, como si su vida pendiera de ello, con la esperanza de sentir un poco de lo que quedaba del joven héroe. Como si al abrazar a ese pedazo de tela, lo estuviera abrazando a él, a su niño. A su hijo.

Te fallé mi chico…

Te fallé Izuku…

Perdóname.