Discalimer: Ni Harry Potter ni Percy Jackson, así como sus universos, no me pertenecen. Pertenecen a J. K. Rowling y a Rick Riordan respectivamente


La traición.

Dio un puñetazo en la mesa mirando con furia a su mejor amigo, al que consideraba casi como un hermano, las palabras de Sirius Black le habían molestado.

— Retíralo — Le exigió — Retira tus falsas acusaciones ahora mismo.

— No puedo hacerlo, James. Todo lo que te he contado es cierto.

— No te creo. No puede ser cierto. Ella nunca me haría algo así — Frunció el ceño molesto, se negaba por completo a prestar oídos a esas palabras — Lo que te pasa es que estás celoso. Siempre te molesto que cambiase mis prioridades al casarme.

— Te equivocas, amigo.

— No lo creo — Susurró en un tono de voz peligroso — Ahora, sal de mi despacho. Tengo que organizar el mundial.

— Pero James...

— No, Sirius. No sigas hablando. No digas más a menos que quieras jugarte nuestra amistad.

— Como quieras, James — Dijo resignado — Sólo espero que no sufras cuando descubras la certeza de mis palabras.

— ¡Largó! — Elevó la voz, atrayendo las miradas de quienes estaban en este momento por el pasillo — Y no vuelvas a dirigirme la palabra a menos que se trate de un tema de trabajo.

A pesar de lo que todos esperaban, James Potter, uno de los más habilidosos activos de la orden el fénix, había decidido trabajar para el departamento de Deportes y Juegos Mágicos en lugar de convertirse en auror. En ese departamento ascendió rápidamente, convirtiéndose en apenas unos meses en jefe de uno de los subdepartamentos. El comité de organización de eventos deportivos.

La proximidad de los mundiales, hacía que tuviese que invertir más horas de las que le gustaba en el ministerio. Eran ya pasadas las diez de la noche cuando abandono su despacho en el ministerio y se dirigió a su casa; ya había avisado a Lily que llegaría tarde, no le gustaba hacerla esperar. Por el camino se detuvo en una floristería muggle a punto de cerrar, para comprarle un ramo de rosas a su esposa. Le extrañó un poco que a esas horas hubiese una floristería abierta, pero le venía bien, y no parecía ninguna trampa de mortífagos. Ellos no considerarían, como tapadera. Algo tan inocente como aquello.

— Espero que le gusten — Le deseó la mujer que lo atendió; una hermosa y joven dama de cabellos del color del trigo.

— Gracias. Que pase una buena noche.

— Igualmente caballero.

Al entrar en su casa notó algo, todo estaba igual que siempre y al mismo tiempo no lo estaba. La casa estaba en penumbra, completamente a oscuras para ser tan sólo iluminada por las farolas de la calle. Sobre el respaldo de una de las sillas, había una chaqueta, la reconocía como la de uno de sus amigos. No le dio importancia. Sabía que todos solían pasarse por casa, así que era probable que la hubiese olvidado. Pasó de largo la cocina, no tenía sentido detenerse allí, pues le había dicho a Lily que no era necesario que le preparase la cena.

Comenzó a subir las escaleras, anticipando la sorpresa que le daría a Lily con ese ramo de flores; era su aniversario, no el de bodas, sino el de cuando habían decidido comenzaba a salir. Llegó a la puerta de la habitación, abriéndola y encendiendo la luz.

— Sorpre... — Se quedó sin palabras ante lo que vio en su propio dormitorio. Su esposa estaba junto a Peter, y lo que allí estaba sucediendo quedaba bien claro.

Dejó caer el ramo de flores al suelo sin pronunciar la más mínima palabra. Se dio la vuelta, bajó las escaleras y salió de casa. Sirius había tenido razón en lo que horas atrás le había dicho, Lily lo engañaba. Estaba muy enfadado y molesto, no podía creer que aquello fuese cierto, y mucho menos con uno de sus amigos. Entró en un bar, cercano a la floristería donde minutos atrás había comprado las rodas. Se sentó en la barra y pidió al camarero que le sirviese la bebida más fuerte que tuviesen.

— ¿No le gustaron las flores? — Escuchó una voz femenina a su lado.

— ¿Perdona? — Inquirió, dirigiendo su mirada a quien le hablaba — Oh, es una larga historia, creo. Complicada.

— Se me da bien escuchar; sobre todo a aquellos que saben elegir bien las flores.

— Es algo que prefiero olvidar más que hablar.

La mujer con la que había entablado conversación era la misma del puesto de flores. La miró bien, encontrándola más hermoso que antes; quizá por la decepción que sentía era por lo que antes ni la había mirado una segunda vez.

— El puesto de flores. ¿Es tuyo? — Preguntó por hablar simplemente de algo.

— En efecto. No sólo tengo ese modesto puesto de flores, sino varios invernaderos a lo largo de América. Entre otras cosas.

— Pues estás un poco lejos.

— A veces la ocasión lo amerita — Le dijo misteriosamente la mujer — Hace tiempo que atrajiste mi curiosidad.

— ¿Tu curiosidad?. No te conozco de nada — Las palabras de la mujer lo habían sorprendido. La miró a los ojos; sus ojos castaño verdoso habían sufrido un cambio, desapareciendo de esos colores — Tú no eres humana — Murmuró, sin percatarse de lo cerca que estaba de los labios de la mujer — Eres una diosa.

Pocos entre los magos creían en los dioses, la mayoría de los que lo hacían eran magos de sangre pura. Los mestizos y nacidos muggles no creían en ellos, por lo que esas creencias y cultos habían caído prácticamente en el olvido. No para él, aunque Lily se hubiese reído en su cara cuando se lo mencionó. Él, James Potter, era consciente de su linaje. Hacía cuatro generaciones que la sangre Potter se había mezclado por primera vez con sangre divina.

— Muy bien, legado de Júpiter. Ahora... ¿me dirás quién soy?

James susurró el nombre de la diosa, conocedor de la dualidad greco-romana de los dioses; apostando por la forma griega de la diosa, guiándose únicamente por su instinto y lo que recordaba de la mitología en esos momentos. Antes que pudiese hacer nada, la diosa lo besó. James dudó unos instantes, pero al final correspondió a aquel gesto, dejándose llevar.

A la mañana siguiente, despertó en un hotel, se vistió y regresó a su casa. Era domingo, así que no tenía por qué ir al ministerio aunque ganas no le faltaban.

— ¿Dónde has pasado la noche? — Le preguntó Lily.

— Con una mujer — Respondió son simpleza — Voy a darme una ducha.

— ¿Cómo?, ¡Me engañas y tienes la desfachatez de admitirlo tan tranquilo!

— No me hagas hablar. Tu no estabas jugando a las casitas con Pettegrew precisamente — Replicó en un tono helado — Ahora, si me disculpas voy a darme una ducha.

(***)

Habían pasado nueve meses, en ese tiempo y tras algunas discusiones, Lily y James habían decidido darse otra oportunidad y continuar con el matrimonio. Ahora Lily estaba embarazada de diete meses y, sabía que era completamente suyo. El árbol genealógico de la mansión de su familia así lo indicaba. Lo curioso es que también había indicado la existencia de un segundo niño en formación, uno que sería el primogénito, al menos por su parte. Sabía lo que significaba, y no le había dicho nada a Lily. Hacerlo sería admitir que no confiaba en ella, en que el niño que portaba en el vientre era realmente suyo; eso sin contar, que ella detestaba todo lo que tuviese que ver con la mansión. "Demasiado Sangre pura", decía.

Estaban cenando cuando sonó el timbre. James se levantó a abrir la puerta, seguido de cerca por Lily. Al abrirla reconoció a quien estaba en el umbral cargando a un bebé, era la diosa con la que había estado nueve meses atrás.

— Este es tu hijo — Le dijo la diosa aquel treinta y uno de julio — Nacido esta misma mañana.

— ¿¡Cómo!? — Estalló Lily — ¡Es un bastardo!¡No te atrevas a meterlo en casa, James!¡Que esta fulana se marche por donde ha venido con esta abominación!

— Ten cuidado con tus palabras, mortal. No te conviene desafiarme — Le advirtió la diosa con voz amenazante.

— A mí nadie me amenaza —Respondió Lily haciendo ademan de sacar la varita.

— ¡Basta Lily! El pequeño se queda en casa. Es mi hijo y pienso responder por él.

Lily se metió desairada en el interior de la casa, completamente enfadada. Su enfado podía palparse en el ambiente. Eso a James le daba igual en esos instantes, no iba a dejar a su hijo en la calle. Sabía que los dioses tenían prohibido criar a sus hijos, y en la calle el bebé moriría o iría a parar a un orfanato.

— Tu esposa tiene suerte que no me agrade matar inocentes.

— Se lo agradezco.

— Ah, se me olvidaba. Hermes le dio su bendición, así que no te asustes si de en algún momento se pone a hablar con las serpientes.

James tomó al niño en brazos y cerró la puerta al marcharse la diosa. Se dirigió a la cocina buscando con qué alimentarlo.

— No pienso dar de comer al bastardo, y no dormirá en la habitación de nuestro hijo — Dijo recalcando la palabra "nuestro" — Esa cosa es un hijo ilegitimo y nunca estará por encima de nuestro hijo. No lo toleraré, James. No has actuado de forma correcta esta noche.

— Es mi hijo y con eso basta — Proclamó — Y no te preocupes, Harry Teseus Potter tendrá su propia habitación.

— Bien pues. Ya que te empeñas, tu bastardo es solo cosa tuya.

James no dijo nada al respecto. Subió al recién nacido al desván de la casa y allí le hizo su habitación. Ser un genio en transformaciones tenía sus ventajas. Las paredes quedaron pintadas de azul cielo y cómoda cuna estaba vestida de sábanas blancas.

Como sabía que Harry tarde o temprano llegaría a él, tenía preparado un colgante para el bebé. Solo para asegurarse que Lily no lo dañaba. Si Harry estaba en peligro regresaría a la seguridad antes que le pasase algo irremediable. Así lo había hecho en conjunto con los duendes.

— ¿Sabes qué, Harry? Mañana iré a Gringgotts para abrir una cuneta para ti.

Como era tradición en su familia, el nacimiento de un hijo le abría una cuenta. El depósito inicial era de dos mil galeones, y dejaban la orden que cada cumpleaños se le transfiriesen quinientos desde la bóveda familiar; por otro lado si los padrinos querían podían ingresarle la cantidad que deseasen. Miró a Harry, consciente que era importante elegirle unos buenos padrinos, gente de confianza. Sirius seguía sin hablarle, ningún intento por recuperar a su amigo había servido. Petegrew desertado completamente. Remus era factible, pero Lily ya le había pedido que fuese el padrino del hijo que esperaban.

— Le preguntaré a los Tonks — Murmuró — Al menos Andrómeda comprenderá la situación.

(***)

En septiembre nació el segundo hijo de James Potter. Fue un quince de septiembre, lo llamaron Theon Brian Potter. Nombre escogido completamente por Lily. Habían acordado que el segundo nombre fuese el de James, pero al final ella lo cambió por otro, James sospechaba que lo trataba de castigar por haber aceptado a Harry en casa. Estaba claro que la mujer estaba molesta con la presencia de Harry, pero no le había hecho nada, James celaba mucho al pequeño.

James apareció en el hospital con Harry, un niño que tenía ya casi dos meses. El gesto de amargura de Lily al ver a Harry lo decía todo. No podía hacer nada contra el niño pero sí que pudo "filtrar" a la prensa su existencia y condición de bastardo. Muchas familias sangre pura no hicieron caso, tener bastardos no era algo raro ni que supusiese deshonor, pues con ellos podían surgir nuevas ramas familiares, además que en más de una ocasión un bastardo había supuesto que la familia no cayese en el olvido. Todo ello semanas antes de dar a luz, ni con esas se deshizo de lo que consideraba un engendro.

— ¿Tenías que traerlo?

— No iba a dejarlo solo.

— Podrías haberlo dejado con los elfos o con sus padrinos.

— Sabes perfectamente que gracias a la que has armado no puedo hacer eso.

— Y tú que el que lo tolere en casa, mientras no lo vea, no quiere decir que tenga que tolerar que este en medio del que debería ser nuestro momento.

James no dijo nada, sabía que no tenía caso discutir con ella. Lily seguía igual que en Hogwarts, completamente intransigente. Si seguía con ella era por compromiso, y porque ahora estaba Theon. Un niño no debía sufrir la separación de sus padres. Si este no estuviese se habría divorciado, de hecho eso era lo que tenía que haber hecho desde un principio, pero el amor le había llevado a darle otra oportunidad a aquella relación. No los abandonaría, tenía sentido del honor y la responsabilidad.