No sabía qué patrón seguían los superiores cuando se trataba de nuevos "reclutas", como les gustaba llamar a sus conejillos de indias, pero al parecer, ya era hora de nuevos miembros. Tres niños entraban a los laboratorios Ackerman; ahora eran once en total.

Como siempre, los nuevos objetos de prueba eran de diez años de edad, justo como cuando Levi también ingresó, hace siete años. Sin embargo, no podía sentirse igual al resto, tampoco podía verse a sí mismo entrando por esa puerta años atrás, pues él había visto a su madre morir naturalmente, y no era necesario que alguien se lo aclarara, sabía que a esos niños les habían arrebatado su familia y su vida.

—Mina, Mikasa y Thomas, ahora son parte de ustedes y sus apellidos cambiarán a Ackerman. Podrán conocerlos luego—dijo Hanji, sub comandante de la Legión de Reconocimiento y líder de los laboratorios.

Los niños lloriqueaban, confirmando las especulaciones de Levi, aunque había una excepción; Mikasa, la niña de en medio, no lloraba. Fría y sin expresiones. Su rostro indiferente era mucho más doloroso que uno lloroso y sonrojado, después de todo, sólo tenía diez años de edad.

Fueron llevados a las salas principales, dejando al resto en su día libre. Su monótona rutina no cambiaba aunque tuvieran nuevos compañeros. Miembros de todas las edades compartían la misma caseta, con habitaciones separadas por edades y no por sexos, "niños" y "adolescentes". Según los miembros mayores, esta insegura medida se debía a que no les importaría investigar la sexualidad o embarazo de un Ackerman; aunque también sabían que podían obligarlos a hacer lo que quisieran.

—Ya fueron advertidos, ¿no crees?— preguntó Petra a Levi, cuando los niños nuevos se sentaban junto a los demás en las mesas extendidas, luego de ser traídos a la caseta para siempre. Mas éste no respondía, sólo observaba de vez en cuando.

La muchacha de dieciséis años se refería a la advertencia que todos habían recibido alguna vez al entrar a ese mundo oculto, "olvídate de todo lo que hayas vivido antes de venir aquí, nada de actitudes deprimentes". Los niños comían normalmente, ya no lloraban y obedecían la advertencia. Una vez más, había una pequeña excepción, aunque no en su frívolo semblante, pues Mikasa era la única que no comía.

—Es normal, supongo— dijo Gunther, bebiendo su ración de té diaria.

No es como si esos niños le interesaran a Levi, pero sabía que eran diferentes. ¿Cómo se sentirá el encierro?, se preguntaba Levi, pues él nunca había sentido la diferencia entre libertad y encarcelamiento. No tenía motivos por los cuales huir, no tenía quien lo esperara, quedarse allí no era un problema para él. Estrechar alguna breve amistad no era una opción para Levi, eso le daría razones para rebelarse y ansias por una vida diferente. Aún así, tenía curiosidad por aquel sentimiento desconocido para él y más que real para esos nuevos niños. Pero afirmando su contradicción, no se permitiría a sí mismo acercarse demasiado a dichas personas.

Su día continuó como siempre, demasiado regular al tratarse de una tarde libre. Pero al caer la noche, siendo el único huésped despierto debido a su insomnio, creyó oír un extraño sonido viniendo desde el comedor principal. No le importó ignorarlo, a pesar de que alguien estuviera intentando forzar la ventana, pronto llegarían los guardias de la entrada a detener a quien merodeaba por el patio.

Sin embargo, los pequeños pasos sobre el suelo de madera eran cada vez más audibles y molestos. Presa de su aburrimiento, prefirió verificar de quien se trataba. Se levantó de su cama y sin despertar a nadie, se acercó con cautela al comedor principal.

Aunque no se tratara de la persona más elocuente o amigable del resto, recordaba a cada uno de sus compañeros. Supo identificar a la responsable de aquel alboroto a media noche.

—Mikasa.

La mencionada se volteó de inmediato, muy asustada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque no llegó a derramar siquiera una gota. Con sus pequeños dedos enrojecidos por la fuerza, cubrió su boca, impactada. Levi pudo notar como la niña había logrado abrir una pequeña abertura en la ventana, así como las vendas y algodones en sus brazos; el procedimiento de eugenesia había comenzado y ella sólo quería escapar. Aquella imagen casi despertó compasión en Levi. No podía decir que Mikasa le agradaba, pues no la conocía y solía mantenerse indiferente en situaciones similares, pero algo en ella lo atraía: su llanto contenido.

Sin pronunciar palabra alguna, Levi se acercó al perchero de la misma sala, tomó un abrigo y se marchó del comedor, esperando que Mikasa comprendiera su indicación. Junto a los abrigos, las llaves de toda la casa estaban colgadas. Sintió sus pequeños pasos de niña y el tintinear metálico de las llaves; había captado su "ayuda". Sin embargo, Levi no la ayudaba como tal. No se trataba más que de un golpe de realidad que quería que tuviera; Mikasa no podría escapar solamente haciéndose paso por la ventana, no era tan sencillo y ni siquiera él mismo podría escapar sin ayuda.

El molesto sonido cesó, había escapado. Y como Levi lo esperaba, no tardó en oír como varias personas abrían la habitación de los niños. Habían traído de nuevo a Mikasa.

A la mañana siguiente, Mikasa desayunaba junto a los demás, no tenía reparos en dejar su morada mejilla al descubierto. Al parecer, la habían castigado antes de llevarla hacia su habitación.

Levi sólo miraba de reojo a los nuevos niños, sin importarle demasiado. Cuando su mirada se topó con Mikasa, lo primero que llamó su atención fueron sus asquerosas manos. Tomaba el pan con los dedos muy sucios, empapados en sangre seca.

—¿Tanto así deseas escapar?

—¿Qué?— preguntó Auruo a Levi; éste último jamás hablaba solo.

No respondió, se puso de pie y fue hacia Mikasa. La tomó del ante brazo y obligó a que lo siguiera hasta la cocina. Una vez allí, la ayudó con un banquillo a que llegara a la canilla. Sabía que podría simplemente obligarla a lavarse las manos sola y no enjuagarlas él mismo, limpiando con delicadeza cada uno de sus dedos. Mientras secaba sus manos, luego de limpiar la sangre seca entre sus dedos y uñas, pudo ver las heridas que llevaba.

—Podrás comer después. Sígueme.

Mikasa obedeció y para Levi no fue necesario volver a tomarla del brazo. Sin embargo, se detuvo cuando vio a donde se dirigían. La enfermería del laboratorio. A él no le molestó, era bastante normal que, por más fuerte que se viera la niña, comenzara a temer a ese lugar.

—También me hacen esas cosas aquí...—dijo con seriedad, volteándose hacia la niña desde la puerta.

No recibió respuesta.

—Estamos igual en eso... Sólo te curaré las manos, nada más.

Mikasa accedió y lo siguió a paso lento por la enfermería. Ambos se sentaron en la camilla mientras Levi desinfectaba sus heridas. La niña soportaba muy bien el ardor, sin molestar a quien se ocupaba de ella.

—¿Por qué no huyes?— preguntó la niña y así Levi, oyó su voz por primera vez, aunque no se molestó en contestar.

Colocó los apósitos protectores en ocho de sus diez dedos.

—Ya está— dijo Levi, ahora guardando el alcohol y las vendas sobrantes—. Al menos podrías decir gracias— ahora era la niña quien no respondía —. Tsk...

—Levi, el comandante dice que ya puedes quedarte para tu sesión— dijo un asistente de los doctores. Miró por última vez a Mikasa y entró al laboratorio.

Al entrar al laboratorio, siguió las indicaciones de siempre: quitarse la camisa y esperar en la camilla con el número de su edad, diecisiete.

Avísanos cuando lo sientas más fuerte.

Hazlo hasta que no puedas más.

—¿Qué sientes ahora?

Recibía todas esas preguntas que tanto se esforzaba por responder mientras lo ataban a la camilla y probaban los electro choques en su cuerpo, cuando lo obligaban a levantar pesadas cargas sobre sus hombros, y toda clase de pruebas que medían su fuerza y resistencia.

Luego de tantos años, aún debía contener sus gritos de dolor; era insoportable. Se preguntaba cómo fue capaz de soportar tanto desde niño. Si según los superiores, él era el más fuerte y aún así le costaba mucho tiempo contener sus lágrimas, cómo sería para los recién llegados. ¿Cómo podría una niña... esos niños, aguantar tanto sufrimiento involuntario?

—Podrán hacerlo— dijo Erwin, pareciendo leer la mente de Levi; odiaba que lo conociera de esa manera—. Si tú y tus compañeros mayores pudieron soportarlo desde los diez años, Mikasa también lo hará.

—¿Cómo das por hecho que ella me agrada?— preguntó con seriedad, secando su cabello, luego de acabar con la sesión diaria.

—Aunque te muestres indiferente, sé que puedes simpatizar con los niños. Aún más si ella se parece tanto a ti.

—No, no se parece a mí. A ella le arrebataron su familia, ¿verdad? No se los perdonaría si me lo hicieran a mí.

—No te arregles tanto que todavía te falta el entrenamiento al aire libre— fueron las últimas palabras de Erwin antes de marcharse.

—¿Levi?

—Dime — respondió el mencionado al asistente.

—Necesitamos el laboratorio libre para tu siguiente compañero.

Así Levi se retiró y los días pasaron y a nadie le interesaba saber qué tanto resistían sus compañeros, tampoco qué sentían o cómo habían llegado allí. Eran considerados escoria por los habitantes del exterior, cuando se les encargaba alguna tarea fuera de los campos de eugenesia, claro está, entonces tampoco se valoraban demasiado ahí dentro.

Cuando el entrenamiento al aire libre terminaba, tenían permitido merodear por los alrededores hasta que sonara la bocina que les indicaba que debían entrar. Levi acostumbraba a cabalgar o simplemente a alejarse del resto.

Durante las dos semanas que Mikasa llevaba allí, Levi siempre la veía sola y excluida de los demás niños. Entonces, no fue extraño encontrarla en su recorrido a caballo. Decidió ignorarla, pues él solía alejarse aún más y su presencia no le molestaría.

Frecuentaba una pequeña arboleda fuera de la zona permitida, sin alejarse demasiado. Cerca de los arbustos había un bar con músicos a los que disfrutaba escuchar desde afuera, porque sería peligroso entrar. Nunca divisaba a nadie por esos tenebrosos lugares, entonces podía echarse sobre la maleza y disfrutar de la tranquila soledad.

Sin embargo, cuando la tarde caía era hora de regresar, sólo si no le apetecía aguantar el regaño o castigo de Erwin por llegar tarde. Después de todo y su actitud algo rebelde, nunca había demostrado deseos por huir.

Cuando regresaba, volvió a toparse con Mikasa, ella también lo vio, pero fue ignorada nuevamente. Mas esta vez, se encontraba más cerca de su posición, a una distancia mayor de la caseta.

Era una niña callada y aún no tenía amigos. Sus ojos siempre brillaban, aunque Levi sabía que las causantes de su resplandor eran sus propias lágrimas contenidas, que en verdad sólo quería llorar. También era consciente de las risas y miradas que recibía por su extraña apariencia, por su actitud rara. Debía aceptarlo, en parte, sí le recordaba a él. Pero la capacidad para defenderse era uno de los factores que los diferenciaban.

Volvió a divisarla, volteando su rostro, pues comenzaba a dejarla atrás, cuando notó la presencia de más personas junto a ella; en un lugar tan solitario, sin ser amigos... Si en verdad se parecían tanto como Erwin creía, Mikasa podría defenderse... Pero eran demasiados y la niña sólo llevaba dos semanas de entrenamiento.

Escondió su caballo detrás de unos árboles y comenzó a acercarse a sus compañeros sigilosamente, sin que lo vieran. Se quedó observando lo que sucedería y fue Mikasa quien dio los primeros golpes, también podría decirse que hizo retroceder a dos de los ocho muchachos. Como estaba solo, no tuvo problemas en reírse mientras observaba como Mikasa se hacía respetar. Sin embargo, todos se acercaron al mismo tiempo, dejando a la niña sin oportunidades para defenderse. Y todo el problema no se resumía sólo a los golpes que recibiría Mikasa, sino que en medio del forcejeo por ambas partes, los mayores estiraban su ropa, intentando quitársela.

Fue suficiente para que Levi no lo pensara dos veces.

—No dejaré que toquen a esta— espetó furioso.

En cuanto los demás lo vieron acercarse, sólo pensaron en escapar. Pero para satisfacción de Levi y Mikasa, logró golpear a dos de ellos antes de que salieran disparados en la dirección contraria.

Cuando Levi dirigió su atención a la niña que se levantaba del suelo con dificultad, se percató de su condición desarreglada, le habían quitado la chaqueta y desabrochado su pequeña camisa. No era un degenerado como sus "compañeros", ella era una niña pequeña, desvió su mirada de inmediato cuando Mikasa intentaba cubrirse con rapidez, levantó su chaqueta por ella y se la entregó cuando hubo terminado.

—Gracias...— la oyó decir finalmente.

Antes de responder, Levi se agachó a su altura; algo bastante peculiar debido a su metro sesenta.

—Tienes que aprender a defenderte, lo suficiente como para que no importe la cantidad de personas con las que te enfrentes.

Mikasa asintió, mirándolo fijamente al igual que él.

—¿Cómo te llamas?

Eso reconfortó a Levi. No era su primer favor con ella y que ni siquiera le respondiera lo frustraba.

—Levi, Levi Ackerman. Como tú, Mikasa Ackerman.

Había olvidado la última vez que fue tan amable con alguien, si alguna vez lo había sido, pues le sonrió a la niña cuando terminó de hablar y fue correspondido por ella. Era demasiado tierno para alguien como él.

—Confiaré en ti.

—¿Qué? ¿Por qué? Ni siquiera me conoces— respondió Levi, dejando de sonreír al igual que la niña, poniéndose de pie nuevamente.

—Porque dijiste "como tú", por eso.

—Qué mierda... Ya, vayámonos.

Ambos regresaron a caballo y esta vez, Levi no volvió solo. Fue consciente de ello cuando, antes de ingresar cada uno a su respectiva habitación, Mikasa no se marchó sin antes darle las buenas noches.

Contianuará

Espero que les haya gustado :) Estoy abierta a cualquier tipo de crítica constructiva. Tengo los bocetos de la historia y las situaciones en mi cabeza, pero ni siquiera estaba segura de publicarlo. Aún así, muchas gracias por haber leído hasta aquí, planeo continuarla hasta el final. Saludos!