Un hombre se asomó desde lejos. Sherlock se aferró a su madre cuando pensó que se trataba de quién estaba huyendo porque eso hubiera sido tan vergonzoso, pero sólo se trataba de un joven cercano a la edad de John. Cabello negro, y facciones que le recordaban a su padre; sin tener en cuenta la sombrilla peculiar que el hombre cargaba en el brazo. Tal vez era un familiar cercano, aunque él no fue capaz de ponerle nombre al rostro.
Cualquiera que fuera el caso, su madre se rehusó a decir una palabra hasta que tuvo a Sherlock de vuelta en su habitación y la visita terminó por irse. Entonces, regresó al cuarto de Sherlock con un par de tazas de chocolate caliente. Esperó a que su hijo tomara un poco, y ella hizo lo mismo mientras esperaba a que Sherlock terminara por tranquilizarse. Cuando estuvo casi segura de que lo estaba, se atrevió a preguntar—: ¿Te hizo algo?
Sherlock negó con un gesto.
— ¿Te dijo algo? Porque eso también cuenta como abuso.
Una vez más, Sherlock sacudió la cabeza. Tan sólo así, en su viejo cuarto, se dio cuenta de la situación.— Él cree que soy infantil.
— ¿Por qué?
Sherlock hizo a un lado su taza, poniéndola sobre la mesita de noche.— No lo sé. Sólo entiendo que no me quiere cerca, y no estoy dispuesto a sentirme mal por alguien que ni siquiera conozco.
Su madre asintió.— Puedes quedarte aquí, si eso es lo que quieres. Pero tendremos que pensar en algo. Tal vez puedan mandarte de vuelta a la casa de citas.
Ella lo dejó, después de aconsejarle que debería darse un baño para tranquilizarse y después dormir un poco. Le prometió que no le diría a nadie que se encontraba ahí, y bajó a la cocina para preparar algo de comer. Sherlock hizo lo indicado, y tras dormir la mayor parte de la tarde, se decidió a bajar a la sala y comer un par de sándwiches mientras jugaba con el piano. Las mismas partituras del día de su partida seguían en el atril, así que tuvo que improvisar un poco con lo que se le había quedado grabado en la mente. Su madre se unió a él con un libro en el brazo y leyó mientras él recordaba melodías enseñadas en lo que parecía ser una vida atrás. Fueron interrumpidos por los golpes en la puerta.
Su madre se alarmó, y Sherlock dejó de tocar casi al instante. Se mantuvo estoico en su lugar mientras su madre iba a atender la puerta.
— Hola —le saludó, casi tan serio como siempre—. ¿Está Sherlock aquí?
Él entendió que se trataba de John, cuando su madre lo negó.— No, ¿no debería estar contigo?
— Vamos, sé que está aquí. Sólo dígale que quiero hablar con él.
La señora Holmes puso un brazo para cortarle el paso hacia la entrada. John se asomó desde ahí.— ¡Tenemos que hablar! ¡Sé que estas aquí porque oí el piano!
Sherlock salió de su escondite entre la entrada del salón donde se encontraba el piano, cruzado de brazos y en pijama. Una pijama de seda rosa que se veía tan cara como el último reloj que tuvo John. Ese que se echó a perder con el agua.— Cualquiera pudo estar tocando el piano.
— Lo sé, pero ayer estabas cantando la misma canción.
Le hizo una señal a su madre, y sólo entonces ella se permitió relajarse. Aunque permaneció esperando cerca de la puerta.
— ¿Qué quieres, John?
Él hizo una mueca.— Quiero que vuelvas, pensé que estaba claro.
— ¿Y lo quieres de verdad? ¿O es porque le tienes miedo al gobierno?
John alzó una ceja.— Sólo un tonto les tendría miedo.
Sherlock no respondió.
— Vamos... ¿Me vas a hacer decirlo? Sólo tu madre podría oírlo.
Él esperó, aún con sus brazos cruzados.
— Lo quiero de verdad, Sherlock.
Una sonrisa se le formó en los labios, pero se desvaneció rápido.
— No vas a volver, ¿no es así?
Sherlock miró al hombre frente a él. Era un jodido sueño. Jodido, porque se convertía en una pesadilla en el momento en que abría la boca y comenzaba a hablar. Pero un sueño, al fin de cuentas. Él sintió que una vida entera a su lado le volvería loco, y tal vez tenía razón, pero en ese momento no había modo de saberlo. Así que, Sherlock sólo estaba siguiendo a su cerebro. A esa sensación que te pide alejarte cuando te encuentras en peligro, que suele confundirse muchas veces con el amor, o con simple ansiedad.
— Sólo deja que te invite a salir, ¿de acuerdo? Una cita, y después te olvidas de mi, si eso es lo que quieres al final.
