Él era de esos chicos que nunca se habían enamorado puesto que no expresaban sus opiniones abiertamente, debido a su quirk, claro, siempre se mantenía alejado.

Y como un cliché, terminó enamorado de la única persona que bajaba la guardia al hablarle.

Sus ojos inevitablemente buscaban esos mechones despeinados de Midoriya Izuku entre la multitud, y, mordiéndose los labios escapaba de la mirada ajena que no tenía la gracia de encontrarse con la suya.

Enamorarse la primera vez es extraño, se trata de buscar todas las explicaciones posibles, un dolor de estómago, el clima cálido, malentendidos, hasta una abducción alienígena es más probable que esa palabra tan corta y díficil de pronunciar sin morir en el intento:

"Amor"

Aceptarlo es aún peor, esta vez se trata de buscar todos los contras posibles: no es correspondido, nunca se fijará en mi, no quiero que dejemos de hablar... mientras nada comenzaba; Te das cuenta cuando pasa algo, o cuando no pasa, puede que de la nada tengas el impulso de querer estar más cerca de esta persona o puede que un amigo te de un golpe en la nuca para que avances, pero Shinsō no tenía ninguno de los dos. Estaba desesperado por alcanzar un final a todas esas "molestas" sensaciones que no lo dejaban dormir por la noche y lo hacían soñar despierto.

Lo intentó una noche, buscó en internet formas para confesarse y se sintió como un tonto. Enojado abrió la mensajería instánea, tipeando una rápida invitación para salir con una falsa excusa para hablar de... ¿de qué? Ahora que lo pensaba no tenía nada que decirle a Midoriya, nada que no lo pusiese nervioso, se enojó más y se fue a dormir.

Luego de una semana sus ojeras trapeaban el piso detrás de él, las voces de los demás se escuchaban tan lejanas y amuebladas, ni las clases despejaban su mente. Su enojo era equivalente a sus ojeras, se decía a si mismo que lo dejara todo, que esto no era parte de su personalidad, que se estaba comportando irresponsablemente, pero no podía parar. Se estaba ahogando con sus emociones.

Luego de dos semanas se hartó, luego de fracasar en una prueba que arrugó y tiró a la basura, fue directamente a los salones de la clase A justo cuando el culpable de todo salía en compañía de sus amigos, tómandolo de la muñeca lo arrastró hasta el patio vacío.

Era mediodía y hacía un calor del demonio, Izuku limpiaba el sudor de su frente pensando que esto era extraño, planeando las mil y un posibilidades por las que Shinsō querría hablarle, enfocandose en él para aplacar sus dudas, vio como la mirada violácea era potente y su postura un poco intimidante. Ahora no solo pensaba en las razones por las que lo citaría al patio donde no pasaba ni un alma, sino también las formas más rápidas de escapar repasando mentalmente que por nada del mundo hablara, formó una sonrisa nerviosa que se quedó congelada incómodamente el pasar de los minutos.

-Me gustas. -dijo Shinsō simplemente y frunciendo el ceño agregó- más que como un conocido o un amigo.

Y los recuerdo de ambos chicos con el pasar del tiempo se fue desvaneciendo después de esas palabras, Shinsō pensó que lo arruinó todo pero con lo que pasó los días siguientes se sintió como si tomase agua después de un largo viaje, ahora se encontraban sus miradas cada que podían y pensaba que estaba más tonto de lo normal por desviar la mirada sintiendo la cara caliente; o las veces que se encontraban por los pasillos y hablaban un poco; o cuando almorzaban juntos, cuando reían (es decir, Midoriya reía y Shinsō formaba una mueca tímida con los labios), cuando pasaban después de clases o el fin de semana juntos, eran pequeñas cosas que se convirtieron en lazos fuertes y desencadenaron en la palabra que Hitoshi pensaba prohibida meses atrás.

Era un tonto... es, de hecho, pero no lo pasaba mal si estaba acompañado.