Disclamer: Ni BNHA o LWA son de mi pertenencia. El primero es propiedad del mangaka Kōhei Horikoshi, animado por el estudio Bones. Mientras que el segundo pertenece a Yō Yoshinari y Trigger. Lo único mío es la trama y personajes originales, que aparecen en la historia.

N/A: Porque soy una chica completamente cursi, con plots de fanfics realmente obvios. Era natural que fuera a escribir de esto. Lean las notas de autoría más serias al final del capítulo, por favor.

Advertencia: Post-Series. Errores ortográficos. Ligero OOC.


Y alguien me dijo una vez: Cuando el árbol termine de nutrir a las hojas, estas volaran con el viento, hacia lo desconocido, pero con seguridad.


Capítulo I

Graduación y Despedidas

Midoriya Inko se levantó de la cama con una sensación de ligereza que no había experimentado desde hace catorce años.

Como todos los días, bajo a la cocina a prepararse un desayuno ligero. Escuchando las noticias por la radio, haciendo un breve repaso mental de los ingredientes a mano para el almuerzo del día. Todo con una serenidad a la cual no podía relacionar a ningún suceso en específico.

Fue entonces que, elevando la vista y fijándola en el calendario pegado sobre la superficie lisa de la nevera, vio la fecha enmarcada en un rojo neón.

Su letra nunca había sido la más bella en clase de caligrafía, e incluso a veces, Izuku solía tener problemas para comprender la lista de las compras, años atrás, cuando aún vivían juntos.

Pese a todo, Inko entendía su letra a la perfección, capaz de leer las palabras enmarcadas con demasiado fuerza en el papel. Adornadas con estrellas, corazones y un boceto en miniatura de la cara de su hijo.

GRAN DIA. GRADUACION DE IZUKU. 15:00 PM.

Ah, cierto. Hoy era su graduación.

Tras terminar el desayuno, Inko dio las gracias por sus alimentos, como era costumbre. Para seguidamente, correr por el estrecho pasillo, resbalando, cayéndose de rodillas, hasta llegar a su habitación. Enviando una mirada frenética a su reloj de alarma.

Las agujas del reloj marcaban las 13:15 PM.

Si su rostro empalidecido, Inko no tenía forma de saberlo.

Revolvió fuertemente su cabello, ya había desperdiciado más de toda la mañana. Ahora que lo pensaba, se había vuelto una mala costumbre el poder dormir hasta el mediodía y algo más. Su esposo no estaba en casa nunca dado su trabajo, sumada la mudanza de Izuku a los dormitorios escolares. El saberse sola en la casa, además de no tener una carga tan grande en las tareas de un hogar que ahora ocupaba una sola persona, le tentaron a extender sus horas de sueño.

¡Pero eso no era importante ahora!

Abrió el armario, dejando escapar un suspiro de alivio al ver que el traje que se había dado el capricho de comprar para el gran día aún seguía colgado, limpio y pulcro.

Solo quedaba el darse una ducha rápida.

Mirándose en el espejo mediano de la mesa de luz, vio sus ojeras y arrugas, día a día más notables. Se mordió los labios con pena, no era muy fanática del maquillaje, pero debería hacer una excepción por hoy.

Después de todo, Izuku merecía que al menos su madre diera una buena impresión.

Mientras se dirigía al baño, abriendo el grifo del agua caliente de la ducha. E incluso aun después, tras secarse y cambiarse en su traje color salmón. Midorimiya Inko repaso el trayecto de su vida hasta ahora.

Una infancia normal, padres amorosos, amigos que se habían distanciado de ella tras terminada la secundaria. Un esposo-ahora ausente por el trabajo-quien conoció en sus días de universidad, formando posteriormente una familia, un hogar al casarse, dando nacimiento a su único hijo: Izuku.

Inko todavía podía revivir el dolor de su corazón, ese día que Izuku fue diagnosticado como quirkless, persona corriente, parte de aquella minoría a nivel mundial que no poseía ningún kosei.

Ella debería haber podido hacer más, se dijo, inspirando profundamente.

Apoyarle, asegurándole poseer lo necesario, sostenerlo entre sus brazos, afirmando sus sueños una realidad. Que él también podría ser un héroe.

En lugar de eso, sucumbió a la realidad, negando tal posibilidad, disculpándose con Izuku como si eso fuera capaz de remediar en algo el destino.

Entonces, el mismo destino decidió-tarde, pero era mejor que nunca-el ponerse en favor de Izuku.

Conociendo a All Mitgh, despertando finalmente su quirk, teniendo su tan ansiado sueño al alcance de sus manos al fin.

El día que él le había mostrado su nuevo poder, Inko recordaba el haber llorado hasta quedarse dormida, murmurando a cualquier divinidad dispuesta a oírle, palabras de agradecimiento contra la almohada.

Pequeñas lágrimas se agolparon en las esquinas de sus ojos, secándolas con rápido pasaje de sus dedos.

No era el momento de estar triste. Hoy era el día en que el sueño de su hijo se vería finalmente realizado, en que tantos peligros pasados y por venir le esperaban en el futuro-para su preocupación-como obstáculos implacables que ella sabía, superaría.

Le dio a luz, eso en cierta medida le brindaba conocimiento de causa.

Golpeándose con energía las mejillas, procedió a maquillarse. Cuando termino de esparcir la base y rizarse un poco las pestañas. Medito sobre ponerse o no perfume, decidiendo hacerlo de todas maneras.

Reviso su cartera: su billetera, identificación, celular, tarjeta para el tren, y al menos cerca de diez paquetes de pañuelos descartables-porque ella sabía que lloraría, y que Izuku lloraría, nunca estaba de más ir preparado de antemano-; sin olvidar por supuesto la cámara fotográfica y video.

Volvió a mirar su reloj, marcando las 14:10 PM. Yuei estaba bastante lejos de casa, y a esta hora el tren debía estar cerca de la hora pico. Sin mencionar que no sería lo más seguro a causa de la gran cantidad de actividad criminal que Inko sabia se sucedía en esta fecha precisamente.

Era una especie de tradición, para los héroes a decir verdad. Año tras año, no importaba si se trataba de Yuei u alguna otra escuela. Los criminales parecían creer ingenuamente que con la graduación de los nuevos novatos. Los héroes profesionales que enseñaban en las mismas no iban a detener sus actividades criminales como era su trabajo.

Lo divertido era, por supuesto, que los recién graduados-por lo que le comento Izuku-podían ir directo a la acción, como una especie de celebración.

— "Espero no suceda nada" —pensó con aprensión, Izuku debía tener al menos, una graduación tranquila, una tarde rodeado de sus amigos y compañeros, llorando a lagrima suelta— "los padres de Uraraka-chan irán, tal vez debería llevar un presente para ellos. Lo mismo con los de Iida-san"

Uraraka era una chica dulce, enérgica y positiva. Era una de las pocas amistades femeninas, un buen contraste con la naturaleza tímida de su hijo. Iida-kun era un chico serio, respetuoso y confiable. En el periodo de tres años, ellos habían sido los que más solían ir a verla en compañía de Deku. También conocía a otros amigos de su hijo como Todoroki-kun, Tsuyu-chan o Kirishima-san.

No obstante Uraraka e Iida eran la compañía recurrente, Inko creía necesario darles algo los padres por criar a tan buenas personas, actualmente los mejores amigos de su hijo.

Bueno, podría pasar a comprar algo si tomaba un taxi y adelantaba un poco más de camino. Decidida, bajo por las escaleras del complejo departamental. Una vez fuera del mismo, saco su celular del bolso, y llamo a la estación de taxis.

Nada.

Corto, esperando un par de minutos más para volver a marcar. De nuevo no recibía respuesta, pero no cedió, la tercera era la vencida.

Tras lo que parecieron unos largos tres segundos.

— ¿Hola? —la voz en línea era monótona. Inko trato de ignorar que no hubiera dado los buenos días. Se oía relativamente joven, era de esperar— ¿Necesita transporte?

—Oh, sí. Buenos días, quería saber si era posible que me enviaran un taxi a…—dando la dirección, Inko miro las manecillas del reloj público, dispuesto al otro lado de la calle, en la inmensidad de su forma, marcando las 14: 18 PM— ¿Cree que sería posible que llegara en brevedad? —inquirió, tras terminar de dictar la dirección.

Necesitaba llegar rápido.

—Lo siento—al parecer, la suerte de hoy estaba echada y era mala—estamos muy congestionados en ciertas rutas, ya sabe. Como hoy se gradúan los alumnos de U.A incluso las camionetas de las televisoras son un problema—demonios, pensó Inko—lo más rápido que podría llegar el taxi seria dentro de una hora como mucho.

¡Una hora!

—No, gracias de todos modos—cortando la comunicación Inko trato de conservar la calma. Tal vez no fuera lo más recomendable el tomar el tren, pero por el otro lado no le quedaba de otra.

Su traje se arrugaría un poco por estar apretujada entre la marea de personas que estarían con ella, igual que ingredientes en un sándwich. Puede que incluso su pelo recién lavado terminara con aroma a tabaco de los pasajeros que no conocían la diferencia entre el área de fumadores, y no fumadores del tren.

Pero de que ella iba a ir a la graduación de su hijo lo haría.

Sin embargo, justo cuando estaba comenzando su marcha-sus dos primeros pasos-el sonido de una bocina llamo su atención.

Dándose la vuelta, Inko noto un auto acortar distancia, de dos metros a uno, hasta detenerse al lado de la acera.

Viéndolo de más cerca, el auto era de un extravagante color naranja, igual de pequeño a esos autos antiguos, de los que daba la impresión que solo podrían entrar cuatro personas.

Sorpresivamente una cabeza castaña emergió de la ventana, naciendo de Inko un chillido involuntario.

— ¿Necesita ir a algún sitio?

— ¿Eh? —Inko estaba confundida, ¿esta desconocida se estaba ofreciendo acaso el llevarla?—P-Pues a decir verdad si—respondió con reticencia. Ser la madre de un aspirante a héroe le había enseñado por las malas a que, a veces, era mejor prevenir que lamentar. Por todo lo que sabía la otra bien pudiera ser parte de alguna organización criminal—Iba a pedir un taxi para adelantar camino pero…—deteniéndose, negó con la cabeza—No, no está bien. Ya veré como ir, no se preocupe por mí.

—Oh ¿segura?

Inko le sostuvo la mirada-los ojos de la otra eran de tonalidad rojiza- un par de segundos, para luego fijarse en que en la pantalla de su celular señalaba las 14:35.

—Bueno…—avergonzada, Inko enfrento el rubor que sabía se alzaba en sus mejillas—Si no es molestia…Y siempre que vayamos por el mismo camino que usted.

—Bueno, dudo que vayamos por el mismo camino, pero incluso si nos desviamos nosotros tendremos más tiempo para hacer nuestras cosas—animada, la mujer abrió la puerta de golpe. Detrás de su figura, Inko noto al conductor, un hombre de cabello oscuro—Mi nombre es Kagari Kaede, y este hombre es mi esposo Atsushi—abriendo la puerta del asiento de pasajeros. Kaede golpeo con energia la espalda de Inko—Vamos, no tenga pena, es normal que la gente se ayude en tiempos de necesidad o no.

— ¡G-G-Gracias! ¡son muy amables! —agradeció Inko, mientras se acomodaba en el asiento, disimulando el dolor que produjo en ella el golpe. Kaede-san tenía mucha fuerza.

—No es molestia para nosotros—intervino Atsushi, con una sonrisa un poco más afable, viéndola desde el espejo retrovisor. Inko no pudo dejar de notar que parecía tener un aire travieso en sus gestos—además, el tráfico es horrible, y por la ropa que trae me imagino que ira a ver una graduación—estaba tan seguro, noto ella, que no parecía una interrogante. Sin duda él estaba afirmando lo obvio—nosotros también nos dirigimos a una. Claro que lo nuestro es con un horario algo más especial-concluyo, mostrando los dientes al sonreír.

— ¿Enserio? —era curioso, los nervios que sintiera así como la ansiedad mermaron considerablemente. Así que este era un matrimonio con hijos también— ¿sus hijos asisten a U.A?

—Yo y mi esposo somos normales—justo antes de que Inko articulara su mortificación sobre su error, Kaede movió la mano con suavidad, como si ella misma hubiera apartado las palabras, tratándolas tal cual si fueran volutas de polvo; sonriente—Y tenemos una niña, es hija única, bueno…aunque está este pequeñín también—Al sonido de su risa, Inko registro que a lo que se refería Kaede, era a la criatura que descansaba en una jaula de metal al lado suyo, ocupando el otro costado del asiento de pasajeros. Se trataba de un gato negro, algo gordo, aunque claro que podría ser que la gran cantidad de pelaje engañara sus sentidos—se llama Tulus.

—Hola Tulus— extendiendo los dedos, Inko sintió la textura raposa de la lengua felina lamer las yemas de sus dedos—Es bonito—comento con una sonrisa.

—Es de nuestra hija—Atsushi tiro de la palanca de cambios, comenzando a conducir— ¿La U.A, verdad? —tras que Inko asintiera con la cabeza, el auto se puso en marcha—Nos queda en el camino a decir verdad, nosotros tenemos que doblar en la esquina pasado ese sitio.

—Y ya que estamos en eso…—Kaede, al parecer, era una de esas mujeres que se oponían al cinturón de seguridad. Dándose la vuelta, se puso de rodillas en su asiento, recostando los brazos en la cabecera. Mirando a Inko con interés—¿Cómo se llama tu hijo?

—Se llama Izuku.

— ¡El niño del festival deportivo! ¡aún recuerdo su carrera!

Inko se llevó con las manos al rostro, algo apenada, pero feliz. El entusiasmo de Kaede le trajo recuerdos de ese día, cuando tras ganar la carrera y que Izuku volviera a casa, los vecinos habían ido a felicitarles.

—Es una lástima que perdiera en su segundo combate en las finales. Pero se nota que es un buen muchacho—agrego Atsushi con ligereza—Kaede, dame una mandarina.

—Espera un poco—refunfuñando, Kaede estiro el brazo hasta la separación de los asientos delanteros, abriendo una bolsa de mandarinas en trozos, secas— ¿Quiere un poco…?—al percatarse de que el silencio de Kaede era una pausa, Inko no pudo evitar el parpadear—Tu nombre.

— ¡Midoriya Inko! —que maleducada había sido. Aceptar un viaje gratis, sin presentarse apropiadamente siquiera.

—Tranquila, tranquila, ten una mandarina—con soltura, Kaede puso un trozo de mandarina seca en las manos de Inko.

—Gracias.

—Kaede, mi mandarina.

—No seas un niño Atsushi—con diversión, Kaede tiro a su esposo el trozo.

Inko abrió los ojos al ver como el mismo, dando vuelta apenas su cuello, atrapaba el dulce en el aire.

—Extraño cuando Akko hacia lo mismo con el umeboshi—confeso la castaña, soltando un largo suspiro.

— ¿Es "Akko" su hija? —cuestiono Inko, aunque estaba segura de que lo era. Kaede había adoptado un aire sutilmente nostálgico, ausente, que solo las madres permitían salir a flote ante el más mínimo pensamiento sobre su progenie.

—Oh, claro. Su nombre completo es Atsuko, pero desde niña le decimos así—con los ojos ahora más brillantes, Kaede pareció retornar a su usual entusiasmo. Inko encontraba eso sorprendente—Es nuestro pequeño orgullo. Ha estado estudiando fuera, en Europa.

— ¡Eso es increíble! —grito Inko, admirada. No solo por el nivel de promedio académico que debería tener un estudiante estos días para estar al nivel de países extranjeros, sino también por el idioma. La pequeña Akko seguro era del tipo intelectual como su hijo— ¿No les es difícil?…Mi hijo se mudó a los dormitorios en su primer año—lo que aún era un trago amargo a decir verdad, no se acostumbraba a lo silenciosa que se había vuelto la casa—no me imagino ser capaz de soportar tanta distancia sin ponerme paranoica.

—Bueno…—Kaede cerró los ojos, llevándose un trozo de mandarina a la boca, tras rebuscar en la bolsa de forma vaga—El primer año fue difícil, pero nuestra hija siempre se encarga de enviarnos cartas o postales. Hizo buenas amistades y se lleva bien con sus maestros. Por eso tal vez estoy algo más tranquila.

—Pero yo la extraño—Atsushi se oía un tanto serio.

—Pero él la extraña—Kaede rodo los ojos, sonriendo—Atsushi no vayas a lanzarte sobre Akko y llenarle el uniforme de mocos o a avergonzarla.

—No lo voy a hacer…—Inko contuvo la risa, Atsushi parecía un cachorro regañado por el tono ofendido de su negativa-Pero si tiene novio…

—Fue a una escuela de niñas, Atsushi.

—Pero dijo que un tal Andrew nos recibiría al llegar.

—Porque es su amigo, Atsushi.

Inko rio de buena gana. El matrimonio Kagari sin duda era divertido, tal vez Akko fuera igual a sus padres. Una buena niña sin duda.

—¿Por qué tu hijo quiere ser héroe, Inko?

—Eso es porque—no esperaba esa pregunta de parte de Atsushi, pero eso no significaba que no fuera capaz de responder—creo que es porque admira mucho a All Mitgh—ante el silencio de la pareja, Inko supuso que ellos igual sabían del retiro del héroe, aunque era obvio que lo supieran, el retiro de All Mitgh había sido noticia mundial en todo el mundo—Desde pequeño admiro sus actos heroicos, siempre quería que comprara sus posters, juguetes o mercancías. Mi esposo lo consentía en ese aspecto, siempre enviando el dinero para sus cosas. Incluso en ocasiones enviaba muñecos o mercancía de colección por correo exprés cada cumpleaños. Izuku era muy feliz cuando eso sucedía.

—Oh, así que tu Izu-chan, también es un pequeño coleccionista fanático uh.

— ¿También?

— ¡Si, nuestra Akko es precisamente igual! solo que ella no admiraba a All Mitgh, o a ningún héroe en particular.

— ¿Entonces a quién? —para Inko era difícil concebir que existiera persona incapaz de admirar a All Mitgh o a los héroes en general.

—Bueno, sucedió una noche en que decidí llevar a Akko a ver una función de magia. Impresionante si me dejas decírtelo, me emocione muchísimo también. Pero Akko quedó prendada de todo eso: La magia, el espectáculo, y de esta mujer que…

—El nombre de la bruja era Shiny Chariot, querida.

— ¡Eso! Mira que Akko me mataría si supiera que de no estar en casa ella me he ido olvidando del nombre de su idol.

— ¿Una bruja?—Inko no comprendía lo que Kaede le decía— ¿no que las brujas existen solo en los cuentos? —tal vez ellos no se referían a una bruja real, sino a una usuario de quirk del tipo ilusorio o algo por el estilo.

Kaede sin embargo negó con la cabeza, ampliando la curva de sus labios.

—Las brujas existen.

Inko callo, los ojos rojizos de Kaede brillaban tanto que era imposible decir que sus palabras no tenían sentido. Eran ojos seguros, orgullosos y llenos de afecto.

—Ya llegamos, Inko-san—la voz de Atsushi rompió el extraño momento en que Inko se había vuelto envuelta con Kaede—sí que hay muchos autos, baje con cuidado.

—Lo hare, muchas gracias a ustedes—agradeció, abriendo la puerta del pasajero.

—Descuida, fue agradable conocerte—añadió Kaede, bajando a la par con ella—espero que algún día volvamos a hablar si es posible.

—Seria agradable, no tengo muchos amigos a decir verdad—reconoció con timidez la mayor.

—Bueno, ¡buena suerte, Inko-san! —súbitamente, Inko se dio cuenta que Kaede, un poco más alta que ella, estaba apretándole en un abrazo amistoso, muy fuerte-¡Algún día tenemos que organizar una cena! ¡Sé que nuestros hijos se llevaran bien!

—¡C-C-Claro! ¡Me encantaría!

Con una última sonrisa comercial de parte de Kaede, y unas rápidas felicitaciones para Izuku de Atsushi. El auto naranja desapareció, al doblar por la esquina.

Y por unos momentos, a Inko le pareció percibir como el espacio se abría, y vislumbrar por el rabillo de su ojo, un portal de luz de suave matiz aguamarina.

—¿Midoriya-san?

Inko pestaño, bajando la mirada para encontrarse con una extraña criatura, una especie de oso o topo. Oh, era el Director Nezu.

—Buenas tardes, Director.

—Me alegra tener a una madre tan ejemplar como usted aquí. Por favor permítame guiarle hasta el la sala de audiencias, iniciaremos la ceremonia en breve.

— "Es real"— comprendió entonces Inko, siguiendo la pequeña figura de Nezu al adentrarse en el campus— "a partir de hoy Izuku es un héroe" —miro el cielo azul, despejado, sin nubes— "cumpliste tu sueño" —murmuro en la privacidad de su mente.

Midoriya Inko permitió que la ligereza que no había sentido en catorce años, se transformara en orgullo.


El Bosque de Arcturus brillaba.

No en el sentido literal de la palabra por supuesto. No obstante, para Chariot du Nort la magia que manaba de las hojas, la hierba, flores, de los troncos de los árboles, desprendiendo un tenue resplandor en medio de la oscuridad de la noche; hacia parecer que así era.

El antiguo bosque no era como antes: muerto, seco, nocivo. La fauna y flora mágica salvajes se desplazaron lejos. Las plantas carnívoras arrancaron sus raíces de la tierra, para buscar refugio en los rincones más oscuros del bosque, las bestias sencillamente dormían en las sombras, en las cuevas, sin enfrentarse a la luz del sol.

Arcturus renació más fuerte, colorido. Su magia, vista desde lo alto de la Tronco Sagrado, recordaba al suave respirar de un infante, entregado al sueño, llevando a los oídos de la bruja una melodía similar a un palpitar.

Era increíble pensar que Akko fue capaz de conseguir lo imposible, aun después de dos años.

Chariot cerró los ojos, permitiéndose el percibir como el aire fresco, limpio, vivo; se deslizaba por entre sus cabellos, su rostro, sus dedos. A la magia abrazarle, dándole la bienvenida.

Una sonrisa se extendió por los labios de Chariot. Akko logro no solo revivir las siete palabras del camino de Arcturus, también fue capaz de usar el Grand Triskellion. Restaurando la magia del mundo.

Lo que Chariot no hizo.

Soltando un suspiro, Chariot jugo con las puntas al final de su media coleta. Era curioso, años atrás cuando ella perdió de vista el objetivo de sus sueños, cometiendo uno de los crímenes más atroces-en su opinión, por supuesto-, creyó que lo mejor sería ocultarse del mundo. Cambiar de rostro no era una opción, pero si podía cambiar el color de su cabello.

Recordó verse en el espejo la primera vez que probó el hechizo. Tenía los ojos llorosos, consecuencia de otra noche donde las memorias de su última función parecían reproducirse con una vivacidad tal que pensó por un instante estar viviendo el momento una vez más.

Sentir el peso del gigantesco arco en su brazo, ver la magia abandonar los cuerpos de la audiencia, seguidos del sonido sordo de la misma caer al piso. Adultos, niños, ancianos.

Chariot siempre tuvo presente lo vivido ese día, acosándola al punto en que ya su propio nombre-el nombre de la bruja cuyo sueño era traer sonrisas al mundo, mostrando lo maravilloso de la magia, para erradicar el odio y la tristeza-no eran digno de estar ligado a su ser.

Aquel día, tres meses después de que aquella cicatriz adornara la superficie lunar. Chariot du Nort murió y Ursula Callistis nació.

Por un tiempo, no estaba segura de que acciones tomar o a quien recurrir. Croix –su única amiga, camarada de aventuras, y confidente-le odiaba profundamente. En el mundo de las brujas no era tomada enserio, aun desde sus días de escuela, no importaba lo mucho que hubiera avanzado en sus estudios; las brujas conservadoras despreciarían su presencia en Luna Nova.

Las brujas no eran estrellas del espectáculo, y si lo eran, al menos se habían tomado la molestia de graduarse. No como ella, abandonado su educación, ante la oportunidad de realizar su sueño.

Era vergonzoso a decir verdad, así como temible la idea de que pudieran decirle las otras profesoras al volver, rogando permitírsele retomar sus estudios. No quería ni podía volver con su representante tampoco, había huido de él cuando este pregunto que había hecho ella a la gente, a la luna.

Estaba sola, completamente sola.

Sin embargo, Úrsula considero irónico lo favorable de su suerte ante la adversidad. Cuando su camino se cruzó con el de Miranda Hoolbroke.

Chariot la recordaba, la amable directora de Luna Nova. Con su dulce sonrisa, su mano amorosa-ahí en su mejilla-y su suave, comprensiva voz. Aquel día, en que reunió el suficiente coraje para volver, al menos hasta la entrada de Luna Nova.

—¿Qué ha sucedido Miss du Nord? —Ursula recordó como "Chariot" derramo primero una lagrima y después dos—Te ves triste.

Para después, romper a llorar.

Ursula conservaba tales recuerdos como los primeros de su vida. Porque a pesar de conseguir cambiar el color de sus cabellos, cubrirse con una magia de distracción, Miranda Hoolbroke le reconoció, no haciendo más pregunta que esa, dejándole llorar en sus brazos.

Ursula recordaba haberle contado fragmentos, pero no la verdad por entero. De hecho, sabía que la Directora sospechaba que en su historia se escondía algo más, pero no la presiono nunca. En cambio, le permitió retomar sus estudios, bajo su guía. Le ofreció un techo, instruyéndola personalmente, para finalmente tras diez años entregarle su diploma en privado.

En el mismo no figuraba el nombre de Chariot du Nord, sino el de Ursula Callistis. Siendo de ese día que Chariot comenzó a acostumbrarse más a ser Ursula, a amar a la tímida, un poco insegura, pero feliz Úrsula, la profesora de Astrología.

O al menos, había comenzado a sentirse así, hasta la llegada de Akko.

Atsuko Kagari, una niña de quince años, una chica normal. Cuya determinación había revivido una de las Siete Palabras, una chica japonesa, soñadora de aspiraciones enormes.

Enormes y dolorosas.

Úrsula revivió en su mente haberse paralizado por unos segundos al oír el nombre de Shiny Chariot abandonar sus labios. ¿No era posible cierto?

Akko no asistió a uno de sus espectáculos, ¿verdad?

Por qué de haberlo hecho, eso significaba que sus errores al conjurar hechizos, la dificultad para canalizar sus poderes y su incapacidad para volar en escoba. Era todo a causa suya.

Desde ese momento, Úrsula no supo que hacer, Chariot no sabía que pensar. No obstante, la respuesta era obvia. Le apoyaría, ayudándola a convertirse en la mejor bruja que pudiera llegar a ser.

Si Úrsula conseguía guiarla por buen camino, moldeando a Akko en una bruja digna de recorrer el camino de Arcturus, tal vez era posible arreglar todo finalmente.

Era posible cumplir el sueño arrebatado a Croix. Chariot descansaría en paz, olvidada; pero manteniendo la memoria de una muchacha que quería darle a otros alegría y no como aquella que destruyo parte de la Luna, robando la magia a miles de personas.

Con optimismo imagino a Akko alzándose, superándola, descifrando la última palabra.

Y lo hizo, pese a saber la gravedad de los pecados que Chariot había cometido. Aun cuando ella-Úrsula le mintió-, sonriendo dulcemente, abrazándola, perdonándola.

Pidiéndole que siguiera siendo Úrsula, alegando que necesitaba a su maestra.

Ese fue, tal vez, el primer y único instante en que Chariot y Úrsula fueron una sola persona. No la sombra de la estrella que alguna vez brillo o el recuerdo de la luz que aquella desprendió cual estela, dejando solo bellos recuerdos tras de sí.

Akko le había salvado, así como ella había inspirado en la jovencita un objetivo, una meta, un sueño. Mismo sueño que esta noche se manifestaría.

De hecho, los preparativos ya debían estar casi listos. A su nariz llegaba la mixtura de aromas que desprendieran los calderos desde el patio exterior, a millas de distancia. Oh, sopa de hígado y murciélago, que rico.

De un momento a otro algo cambio en el aire, el perfume de las flores pareció desaparecer, resaltando más el de la tierra mojada, el de las hojas de los árboles.

Chariot.

—Buenas noches, maestra Woodward.

Tras aquel saludo casual, una suave brisa de viento tomo la fuerza de un pequeño torbellino, envolviendo hojas caídas, poniéndolas a bailar en espiral, uniéndose unas con otras, formando un cuerpo.

Era el hada de las palabras de Arcturus, espíritu residente del Abismo de la Luna Azul, siempre velando por el bosque. Alguna vez, una de las Nueve Viejas Brujas, fundadoras de Luna Nova.

Quien en el pasado, y aun ahora consideraba una maestra, su guía y superior.

—Chariot—los ojos brillantes de Woodward lucían felices—ha pasado tiempo.

—Ciertamente.

Con gracilidad, el espíritu se deslizo hasta situarse sobre la baranda hecha de raíces, al lado de su ex alumna, su largo y transparente vestido de hojas parecía desintegrarse por momentos al danzar la tela con el viento.

—El viento susurra el momento de despedirse.

—Si…—era doloroso en cierto sentido, extrañaría las clases con Akko, así como con las demás niñas. Tras todo el incidente del misil mágico, el grupo se había vuelto más unido, buscando su guía, al igual que Akko, incluso Diana—Ellas se irán, pero estoy satisfecha con eso. He cumplido mi deber.

—Me alegro, Chariot—confundida, la aludida parpadeo, elevando la mirada a su derecha. Woodward, más alta, portaba una sonrisa aliviada en el rostro—que ahora seas feliz.

— ¿Me veo tan feliz? —apenaba imaginar su culpa, tristeza y arrepentimiento tan obvios para su antigua mentora—A lo mejor es verdad—admitió tras una pausa—después de tantos años, nunca creí que pudiera sentirme así.

—El camino que has recorrido, fue tu camino-hablo el espíritu, su voz llena de sabiduría y enigma—Cuando el Claiomh Solais estuvo en mi poder, yo solo conseguí llegar a emplear tres palabras.

—¿Solo tres?

—Debe ser sorprendente para ti—riendo con ligereza, Woodward extendió su inmaterial una mano, aprisionando una libélula pasajera—En el tiempo antiguo, cuando la magia aún era poderosa, cuando el mundo aún era unido. Las estrellas nos revelaron sus secretos, nos brindaron el conocimiento.

—Las siete palabras de Arcturus.

—Exacto. Las siete palabras mágicas, que habrían de guiarnos, aun cuando nos perdiéramos. En su momento, yo tampoco fui capaz de entender porque las otras cuatro no llegaban a mí. Pensaba: Soy incapaz, las estrellas han perdido su fe en mí.

—Maestra…

—Pero cerca del final de mi vida, las estrellas me hablaron del futuro.

—Eso significa—que Woodward lo sabía, aun antes de que Croix se presentara, con Chariot acompañándola, Woodward era consciente de sus existencias—¿Por qué nunca me lo dijo? —trato de no sonar herida.

—De haberlo hecho nunca hubieras crecido—abriendo la palma de su mano, la libélula voló cerca, posándose en uno de los cuernos de madera que coronaban la cabellera de hojas—Las estrellas tenían un plan, mi papel fue decidido desde el momento en que nací, el tuyo desde el momento en que para ellas comprendieron tus deseos de traer felicidad al mundo, tú eras la esencia de aquello que la magia había perdido.

—El papel de Akko—hasta donde había oído, podía discernir qué era lo que Woodward trataba de explicarle. Su maestra había sido la creadora de un legado, elegida desde el momento de su nacimiento. Chariot era la esencia de dicho legado, lo que significaba que Akko era…—Ella debía heredar todo. La razón de que la última palabra careciera de significado era porque esa palabra siempre estuvo destinada a que ella le diera uno.

Woodward volvió a extender la mano, acariciando la coronilla escarlata. Chariot no tembló ante el frio contacto, se sentía segura.

—Las estrellas nos han amado a las tres por igual, en tres tiempos diferentes. La luz de esa niña, capaz de aceptar todo y aferrarse a ello como parte de su vida, era lo que las estrellas estuvieron esperando todo este tiempo—apartando la mano de la cabeza, Woodward guio a la misma a acobijar la mejilla—Pero no hubiera sido posible sin tu guía, sin las experiencias que tu viviste, gracias a las cuales creciste. Lamento nunca haber podido disculparme por ponerte a ti una carga tan dura, por no ser capaz de decir la verdad a Croix—los ojos brillantes se tornaron tristes, borrándose la sonrisa de su boca—Ustedes dos siempre fueron mis alumnas favoritas, mis dos estrellas brillantes.

Chariot sonrió, llevando su propia mano, rozando las partículas mágicas presionadas gentilmente contra su mejilla.

—No se sienta triste, maestra. Ahora todo está bien.

—Si…-las partículas de magia se dispersaron, estaba desapareciendo-Tienes razón, Chariot…-hablo, interrumpiéndose a sí mismas, presionando los labios en un rictus contemplativo—No, Úrsula-se corrigió sonriendo, las hojas que formaran su cuerpo estaban comenzando a desprenderse-Sé que todo estará bien, aunque…necesito que hagas algo por mí.

—¿Qué?

—Lleva a esa jovencita a la Fuente de Polaris. Las estrellas dicen que es el momento, su momento.


Los dos estaban sentados en la arena, en confortable silencio.

Izuku se permitió dirigir los ojos al horizonte abierto-mismo que el recordara obstruido-contemplando como el viento generaba ondulaciones en el mar, llegando a la orilla, mojando la arena con espuma.

Era difícil creer que en el pasado la Playa Municipal de Dagohba fuera un tiradero de basura. De hecho, él nunca había dejado de interrogarse porque en primer lugar la playa municipal había llegado a ese estado.

Uno de los factores podría ser que los accidentes u incidentes cotidianos relacionados con los quirk-fueran o no actividades criminales, efectos colaterales de combates-aumentaran la cantidad de escombros a niveles alarmantes, hasta el punto de saturar los tiraderos y basureros oficiales.

De cualquier manera, estaba agradecido por ello.

Izuku amaba cuando la luz del sol golpeaba a tempranas horas de la mañana la superficie del agua, dando la impresión de que más allá del horizonte, era posible alcanzar a la titánica estrella, extender la mano, tocar su luz, sostenerla entre los dedos.

Muchas veces, antes de volver a casa terminado su entrenamiento matutino, Izuku volvía a la playa. Contemplando el escenario con una calma y paz que nunca creyó poder experimentar algún día.

Durante el transcurso de sus tres años, siempre trato de descifrar la razón de que este sitio fuera tan especial. Aquella playa alguna vez abandonada y obstruida, ahora despejada y limpia, le brindara tal tranquilidad.

Ahora creía saberlo.

—Cuesta creer que hace tres años eras un niño tan enclenque.

—Sí.

—Midoriya, my boy—sin cruzar miradas All Mitgh, o como se llamaba en estos días, Toshinori Yagi jugueteo con el nudo de su corbata—Lo hiciste.

—Sí, lo hice—en el pasado, hubiera llorado, como cuando fue capaz de limpiar la playa antes del tiempo límite, la superación de su primera prueba—Lo logre—repitió, sonándole insólitas las palabras que salían de su boca.

Ninguno de los dos dijo nada. Izuku observo las manos enguantadas de su traje heroico. No eran visibles, aunque las cicatrices debajo de la tela, entonaban a su corazón: Es real, somos la prueba, es real.

Después de tanto tiempo, de soñarlo, desearlo, rogarlo.

—Cuando yo me gradué— comenzó el rubio, sacando a Izuku de su ensimismamiento—Mi maestra me trajo aquí. Claro, antes no había basura tampoco.

—¿De verdad?

—Sí, cuando la ceremonia termino. Mientras todos mis compañeros salieron entusiasmados a atrapar villanos, mi maestra me llevo aparte y me dijo que quería hablar conmigo.

—¿Hay algo que quiera decirme?

Cielos, pensó Yagi, conectándose su mirada azul con la mirada turmalina del muchacho. Si, quería hablar de muchas cosas a decir verdad: De lo feliz, orgulloso y aliviado que se sentía, impaciencia por verlo recibir el diploma, junto con la licencia heroica oficial.

También quería contarle muchas otras cosas que no venían al caso.

El tipo de películas que le gustaban, consejos amorosos- estaba seguro- que el chico no necesitaría por un buen tiempo-al menos no hasta que arreglara su problema la más mínima proximidad del género opuesto-; de su propia infancia como un niño a un pre adolescente sin una particularidad en específico.

Pero el tiempo era esencial y ambos ya habían gastado media hora ahí.

—Sí, lo hay—admitió con seriedad, tomando entre sus dedos un puñado de arena—Es algo similar a lo que mi maestra me dijo—tomando aire, soltó un suspiro pesado, saboreando tentativamente las palabras en sus labios sin decirlas—Eres débil mentalmente.

—Lo sé.

Parpadeando, Toshinori le dirigió una mirada curiosa, aun con el puñado de arena preso en su palma cerrada.

—Lo sabes—gorjeo, casi riendo. Evidentemente, era obvio que Izuku lo supiera, el muchacho tenía un gran intelecto—Mi maestra me dijo una vez esto: Esta bien tener un corazón amable, con intenciones nobles. Nadie podrá jamás juzgar tu altruismo, nadie excepto tú.

—Pero con ello viene un problema—con una media sonrisa, Izuku sostuvo una concha a un lado de su pierna derecha, inspeccionándola-Solo yo podre culparme luego.

—Exacto. Las vidas que puedas salvar, las vidas que no—dejo caer lentamente la arena entre sus dedos—Tienes una especie de vena imprudente cuando se trata de salvar a los demás. Te lo pidan o no. A ti no te basta con salvar sus vidas, también sus espíritus—soltando un bufido, se froto las palmas contra el pantalón de vestir, esperando despegar de ese modo los granos de arena en su piel callosa—en ese sentido, eres un poco similar a mi maestra. Por lo cual me gustaría pedirte un favor.

Este, se dijo Izuku, era un momento de suma intimidad, de esos momentos profundos que no se repiten nunca volviéndose a mencionar, una especie de pacto silente, secreto, de los dos.

All Mitgh nunca pedía nada, pero Toshinori Yagi lo estaba haciendo.

De un humano a otro, de una persona normal a otra-otro secreto de ambos-; Izuku deseaba corresponder a su sinceridad, a la honestidad de su petición.

—Si me es posible cumplir ese favor—porque Izuku intuía que iba a pedirle—Lo cumpliré.

All Mitgh le vio, mucho más lejos por sobre la sombra de sus ojos. Escrutando su espíritu, midiéndole, probándole.

—No seas idiota—severidad fue lo primero en abandonar su boca—No te arriesgues en salvar a todos, me gustaría que entendieras eso.

—Y lo entiendo.

—A veces me pregunto eso. Recuerdo cuando comenzabas a comprender la magnitud de tus poderes, cuando te inicie en tu entrenamiento. Pelea tras pelea, combate tras combate, siempre te rompías algo: una pierna, las manos, los dedos, el brazo—mordiendo el interior de su mejilla, Izuku trato de no sonreír con sorna. Encontrando que su maestro le sonreía de modo cómplice—Y aunque apruebo tu valentía y arrojo. Si te arriesgas, vas a morir—al decir lo último, por un instante, Izuku comprendió lo confuso que parecía resultar el término ahora para All Mitgh, que había desviado su mirada de la suya.

Él no había esperado por sobrevivir otros tres años, se dio cuenta. No, eso era erróneo, no se trataba de que no hubiera esperado sobrevivir, de que lo había aceptado, sino del hecho de que no esperaba vivir más que All Mitgh.

Porque Yagi Toshinori seguía vivo, pero All Mitgh se había ido.

Izuku sabía que aquella era precisamente, la verdadera e importante muerte a la que su mentor se refería.

One For All era un quirk excepcional, un quirk capaz de heredarse, que acumulaba la fuerza, la voluntad y el deseo de luchar por la justicia de cada persona que lo poseía. Él ahora era en términos numéricos, el noveno. Teniendo la responsabilidad de un día, heredarlo a alguien digno, a alguien que considerara con el derecho de seguir el camino del héroe si tal era su deseo.

Su vida era valiosa por eso mismo. No solo por la gente importante que dejaría atrás, lamentando su perdida, su madre, sus amigos. No, su vida ya no era solo suya si no que se había convertido en la llama de una antorcha que debía ser pasada a la siguiente generación.

—¿Qué hará ahora?

—¿Hm?

—Tras la graduación.

—Me tomare unas vacaciones, creo que me las merezco, después de todo.

—Por supuesto—Izuku rio, levantándose del suelo, sacudiéndose el jumper, extendiéndole la mano brazo—Ya es tarde no le parece—comento.

Aquello pareció activar un resorte en el mayor, incorporándose de un salto, irguiéndose en su toda su altura, sudando la gota gorda al revisar su celular.

Ya eran más de las 15:00. Nezu seguramente estaría alargando el discurso por ellos.

—Shit, we are so late! —bramo, para luego morderse las uñas—El Director Nezu no va a dejar nuestra ausencia pasar—un plan, un plan tenía que pensar en un plan.

—All Mitgh.

—Give me a moment, child.

—Tu mano—sin dar momento a una respuesta, la mano enguantada se enlazo con la desnuda, en un agarre firme—Muchas gracias.

Toshinori Yagi sonrió, luchando contra el ascendente torrente de sangre que anhelaba salir de su boca. Hoy no iba a ser el día en que arruinara su traje.

—No hay necesidad, tú mismo llegaste hasta aquí.

—All Mitgh—con repentina timidez, Izuku alzo una ceja, torciendo los labios con algo cercano a la pena ajena—Hay un modo de llegar rápido.

—¿Entonces que esperamos?

—Tengo que cargarte.

—… ¿En tu espalda me imagino?—un tono rosado coloreo sus delgadas mejillas—no es como si me molestara el "bride style", pero con mi edad es algo vergonzoso.

—¡Obvio que en la espalda! ¡me moriría de vergüenza si tuviera que cargarlo como si fuera una chica!—¿por qué a veces hacia y decía cosas tan penosas?, tal vez ese fuera el único punto en contra que tenía su héroe.

—Ok—subiéndose en la espalda ancha-antes delgada, frágil—aferro los dedos a los hombros con toda la fuerza que quedaba en el—Estoy listo.

Izuku asintió, concentrando el poder primero en sus piernas, después en las rodillas, en cada dedo, en las plantas de los pies. Comenzando a correr, para luego tomar impulso y saltar, repitiendo el proceso. De la calle, al techo de un hogar, la terraza de un edificio, hasta finalmente aterrizar en la entrada de los dormitorios.

Si corrían ahora, puede que llegaran a tiempo para la entrega de diplomas.


Estaba nerviosa, casi segura de tener una bola de hierro atorada en el estómago-la tarta de chocolate había sido un placer de última hora, pero no creía que estuviera en malas condiciones-; convenciéndose de que de alguna u otra forma, la incomodidad que experimentaba era seguramente a causa de alguna de las pociones de Sucy.

Limpiándose las palmas sudorosas en la falda del uniforme, Akko opto por tomar aire, tratando de poner su mente en blanco, de apartar los pensamientos negativos de su mente.

— "Animo, Atsuko"—se dijo con energía— "Esta es tu primera presentación, no puedes arruinarla" —no quería hacerlo tampoco, conste, era un evento especial.

Un poco más tranquila, pero no menos ansiosa, dirigió una mirada a las cortinas de color azul rey. Eran cortinas viejas, llenas de bordados dorados cuyas formas curvas emulaban la forma rugosa de ramas, troncos y árboles. Por encima del bordado, ahí en un espacio amplio, podía ver lo que sucedía del otro lado.

En su primer año, Akko nunca había prestado realmente atención a la magia de clarividencia o a su alcance, pero en cierto modo justo ahora eso le quitaba un peso de encima.

La directora estaba ya en el podio, vestida con un chal rosa pálido, además del cabello expuesto, sin su característico sombrero, acentuando el aire risueño que tuviera la anciana bruja.

"Hoy es una noche hermosa, no les parece"

Akko noto el candor de sus ojos esmeralda al decirlo.

"Cuando yo fui niña mi padre me dijo algo muy especial cuando cumplí los ochos años. Me dijo que cada persona es diferente, pero que todos experimentamos las mismas cosas. Me sentó en sus piernas, tan fuertes en ese entonces, me vio a la cara con ese aire solemne que le confería su bigote, aclarándose la garganta: Miranda, eres una persona excepcional, al igual que tu madre lo fue. Pero eso no significa que no te encuentres con otras personas iguales a ti, diferentes, tal vez mejores. A lo largo de tu vida vas a vivir un número infinito de experiencias, de aventuras grandes o pequeñas, vas a llorar, a reír, a pelearte, a reconciliarte, volverte a pelear, disculpándote o que se disculpen contigo. Vas a vivir, Miranda"

Akko trago saliva al tiempo en que arrugaba su nariz, sorbiendo los mocos que le resbalaban. La voz de abuelita de la directora tenía ese tono conciliador que conmovía.

"Desde que me volví directora años atrás, pude comprobar las palabras de mi padre, de verlas como una realidad. Cada estudiante de nuestra escuela, llega aquí como punto de partida. Fortalezas, debilidades, talentos, actitudes e historias personales de diferente naturaleza. Interactuando día a día, rivalizando o congeniando unas con otras, riendo, llorando, jugando, peleando, aprendiendo a vivir. Por eso, siempre es triste verlas irse, caminar lejos de las puertas de la escuela, despedirme de ellas. A veces, nos reencontramos, como iguales, como educadoras de la siguiente generación, con la misión de pasar nuestras tradiciones y conocimientos al futuro. Otras, tengo el placer de oír, ver y recibir noticias de sus logros. De saber que su viaje no ha hecho más que empezar…"

No estaba llorando, definitivamente no lo estaba haciendo. Las cortinas estaban muy viejas, llenas de polvo. La suave brisa nocturna sencillamente guiaron las partículas de mugre hasta sus ojos.

"Por eso mismo, quiero que escuchen atentamente lo que voy a decir: Vivan su vida sin arrepentimientos, incluso si cometen errores, Luna Nova no desaparecerá. Sus puertas siempre van a estar abiertas para ustedes. Buena suerte"

Secándose las lágrimas con el puño de las mangas holgadas de su uniforme. Akko abrió la boca, tomando una gran bocanada de aire, para después exhalar el mismo con lentitud, calmándose, centrándose.

El momento había llegado.

Aun con la mirada fija en la pantalla, Akko vio el espacio llenarse de una neblina purpurea que envolvió el escenario y los terrenos adyacentes, exceptuando las butacas.

No mucho después, el silencio nocturno se quebró, al igual que la tierra. Grandes, largas estrías se manifestaron, elevándose la tierra al emerger a una velocidad inhumana grandes tallos. Era justo como ver la historia de las habichuelas mágicas en vivo y en directo, solo que en lugar de un gran tallo de habichuela que perforaba los cielos, gran cantidad de sombreros coronaron los tallos.

Eran hongos de todas las formas y colores, con motas, manchas, con delicados filamentos que daban la impresión de estar finamente decorados por la naturaleza misma. Resultando en un seto peculiar y encantador.

Akko alzo un puño en alto. La primera fase del acto había sido completada con éxito.

Sus oídos captaron entonces el asombro de la audiencia, dirigiendo las manos y dedos alzados al cielo con insistencia. Sucy se meció de atrás a adelante, izquierda a derecha, firmemente aferrada a su siempre confiable sombrilla-hongo.

Akko agito a su varita, teniendo una ampliación del acto. La cara de Sucy estaría de perfil, pero para la japonesa no pasó desapercibida la suave curva que formase su boca.

Era tan diferente de cuando la conoció, medito. La Sucy de antaño no sonreía casi nunca, y si lo hacía, generalmente era con un aire cómplice, malicioso, sádico.

Esta Sucy, descubrió, era una de las facetas que en el pasado, jamás se permitió manifestar. Su lado amable, que expresaba una sutileza atípica de su persona.

Finalmente, cuando la punta de sus pies toco el sombrero más grande, con un grácil giro capaz de teñir de verde a cualquier experimentada bailarina, Sucy lanzo al aire su sombrilla, desenfundado su varita, reuniendo poder, apuntando de forma certera.

El hongo soltó chispas ante el impacto de la magia, subiendo al cielo cual cohete encendido en fecha festiva, agrandándose, para después explotar, alto en el firmamento. Convirtiéndose sus partículas en pétalos de flor multicolor, flotando en el aire.

Era hora de la fase dos.

Todavía a merced del viento y empujados por la brisa nocturna, los pétalos se dividieron en hileras que recordaran el fluido de los ríos, formando cristales ovalados, plataformas de tonalidad del arco iris, formando una aureola de fantasía.

Lotte apareció entonces en su escoba, agitando su varita al tiempo en que se abría paso entre la selva de hongos, elevándose en espiral hacia el cielo.

Con un pase de su varita cada plataforma dio la bienvenida a diferentes instrumentos: Un piano, una batería, violines y chelos, xilofones, arpas, flautas, tambores, platillos.

Akko salto impaciente, sin perder de vista a su amiga pelirroja situarse-aun en su escoba- en el centro de la orquesta, moviendo los labios, comandando a los espíritus y hadas a emerger de los instrumentos a, a desempolvar sus hogares, con el fin de que el mundo oyera sus voces, su música una vez más.

Akko diviso desde su sitio la cabellera roja del señor Yason, riendo al ver como sus ojos se llenaban de lágrimas orgullosas, mientras que a su lado, la señora Yason cerraba los ojos, seguramente con intensión de escuchar más claramente a la orquesta.

Al igual que la voz de Lotte, quien había comenzado a cantar.

I want to see the new world that will expand

Once i reach the shooting star

I've been chasing so frantically.

Lotte, siempre dulce y comprensiva Lotte. De las tres, reconoció Akko, fue la que más cambio de sus amigas. Antes tímida y un tanto insegura, dirigía ahora la orquesta, empleando su varita a modo de batuta con un ritmo y harmonía sin igual, que resultaba imposible concebir que fuera la misma de antaño.

Al comenzar la segunda estrofa de la canción, del cielo descendieron al menos cuarenta brujas montadas en sus escobas, con Amanda O'Neill al frente, muy por delante de las otras liderándolas.

Era casi como ver las formaciones aéreas militares. Formación en flecha, separándose, girando, en zigzag, en círculos, curvas extraviadas dejando tras de sí estelas de humo verde esmeralda.

Por su parte, Amanda se abalanzo en picada, soltándose de la escoba, casi como si se estuviera tirando de una piscina, con los brazos extendidos. Reuniendo fuerzas en sus piernas, elevándolas, girando el cuerpo por entero. Aterrizando de puntillas en la delgada madera de su escoba, que había aparecido en el último momento para impedir el impacto.

Los aplausos y vítores no se hicieron esperar. Ante los cuales la americana correspondió con un coqueto guiño, estirando el brazo derecho, dedo índice en alto.

Unísonamente todos los ojos del público se fijaron en la masa de humo verduzco que brotara de la paja de las escobas del resto del grupo, mezclándose, tomando consistencia, adquiriendo forma.

Un poderoso batir de alas aparto el humo de golpe, revelando la figura inmensa, poderosa, imponente de la criatura antagónica en miles de relatos.

Ante el rugido bestial-mismo que ocasiono que algunos tantos recularan sobre sus asientos, y otros se abrazaran entre si-Amanda chasqueo los dedos, ordenando a su escoba el levitar hasta estar cara a cara con la criatura.

Akko no pudo evitar sonreír ante el brillo excitado, el aire confiado en los ojos de Amanda, aquella actitud retadora de su rival y amiga.

Sin perder un segundo, Amanda esquivo con un movimiento lateral el aliento ardiente del dragón, girando en círculos alrededor de su cuerpo, burlándose de su pobre puntería. Extendiendo los brazos, o las piernas, los brazos, las manos, equilibrándose con un muslo, las muñecas. Bailando con gracia y encanto delante del peligro.

Justo cuando el dragón daba la impresión de que finalmente le daría alcance, abriendo sus inmensas fauces para devorarla. Amanda se separó de la escoba, sosteniéndola con ambas manos en obvia posición de bateo.

Fue entonces que la escoba brillo, aumentando de tamaño, el doble o el triple de grandes que el propio dragón. Golpeando la figura, moviendo la escoba cual pincel gigante sobre un lienzo, un movimiento fluido, limpio, certero, que deshizo a la bestia al instante, volviéndola polvo. Asiéndose en el último segundo, de una escoba ajena.

La de Jasminka.

Sin decir una palabra-pero con ese aire amigable de costumbre-la bruja rusa planeo alrededor del humo, con la varita en alto, recolectando el humo con cada vuelta.

Al cabo de unos minutos, el humo ceniciento se tiño de un tono rosado neón. Akko estaba segura que un libro de record reconocería la gigantesca creación de Jazmín como el algodón de azúcar más grande del mundo, la galaxia y el universo.

Claro que Akko tenía otras preocupaciones al respecto.

— "No te lo comas, por favor, aguanta" —estaba mal dudar de Jasminka, pero si algo había aprendido Akko del convivido, era que Jasminka nunca perdía la más mínima oportunidad para comer.

Era su cómplice a la hora de escabullirse a la cocina a medianoche después de todo.

Para suerte suya, Jasminka siguió el programa acorde a lo pactado. Juntando tanto aire como fuera posible en sus pulmones, soplo fuerte, enviando el algodón de azúcar a volar, tornando luego los fragmentos con la forma de miles de animales que volaron hasta llegar a las bocas abiertas tanto de los espectadores.

Y a la de ella por supuesto. Akko negó con una resignación amistosa al verse tragarse un tigre y un elefante, pasándole a Amanda una ballena cuando esta se sentó en la escoba.

Jasminka nunca cambiaria al parecer. Pero esto estaba bien para Akko, ya era momento de la penúltima fase.

Como si alguien hubiera cortado las luces de repente, una repentina oscuridad pareció haberse tragado todo y a todos, con excepción de Lotte y su orquesta mágica que seguía tocando, guiados por la voz de la finlandesa.

Akko suspiro maravillada al minuto siguiente, cuando las velas un inmenso galeón se abrió, arrojando un brillo dorado, que invitaba a volver a soñar con la infancia.

La gran embarcación irrumpió desde los aires. Akko no pudo hacer más que sonreír con conocimiento de causa. Constanze sí que se había esforzado esta vez. De los cañones de la fragata salían burbujas mágicas que irradian una luz igual de atrayente que los faros que guiaban a los marineros por las noches.

Akko estiro los labios, tocando la superficie de una pequeña burbuja que había llegado inadvertidamente a su derecha. La misma pareció absorberla de a poco, cubriendo su cuerpo de pies a cabeza, comenzando a irradiar el mismo una luz fluorescente.

Al ver la pantalla, y a las personas en un estado similar al suyo, Akko supo que todo marchaba sobre ruedas. Y aunque Constanze no pudiera verla desde aquí, Akko igualmente elevo el pulgar al ver el rostro de la pequeña capitana a cargo del timón en la pantalla mágica.

Finalmente, detrás de la luna nació un haz de luz. Al inicio, la audiencia parecía creer que se trataba de una estrella fugaz. Pero Akko sabía bien de quien se trataba.

Cabalgando en el mismo unicornio hecho a base de agua cristalina que usara para ganar el festival Shamain en su primer año, Diana Cavendish emergió, con la varita en alto, portando una sonrisa radiante en el rostro.

Akko se tomó un momento para observarla. En el pasado, tenía que admitir, siempre había tenido envidia de Diana. Sonaba tonto e incluso un poco ridículo, pero ya no existían razones para negarlo más.

No solo poseía la inteligencia o el talento que tanto parecía complacer a profesoras como Finnelan. En principio Diana tenía lo que ella no, que eran objetivos. Revivir el mundo mágico, restaurarlo a como era antes, mantener vivo el legado Cavendish.

Era desesperante, molesto incluso, el ser comparada con Diana. Porque cuando se comparaba a alguien con Diana Cavendish, no existía forma de siquiera llegar a resultados decentes.

O al menos eso era lo que pensaba antes.

Rememoro sus pasadas fricciones, sus peleas verbales, sus roces. Recordó la angustia de Diana por el destino de la casa que alguna vez habitara su madre, el sueño lejano que quería realizar, el ideal que esperaba alcanzar como persona, siguiendo los pasos de Beatrix Cavendish.

A su mente vino, por supuesto, aquella conversación mantenida más por Diana que por Akko, cuando devastada por las verdades arrojadas cruelmente a su cara-la traición de Croix, las mentiras de la maestra Úrsula, el crimen de Chariot-ella había perdido el rumbo, la luz, deseando que todo fuera un mal sueño.

Sus palabras, aquel: Yo creeré en ti. Porque creer es tu magia.

Esas palabras fueron su salvación.

Porque eso significaba que eran iguales, que no existían barreras, nunca lo hubieron desde el inicio, si no que sencillamente habían estado tan celosas la una de la otra-ella por no poseer el talento mágico necesario, Diana por haber dejado sus sueños de lado a diferencia de ella- que cuando Akko sostuvo la última tarjeta premium en sus manos, supo entonces que el lazo que compartían ahora, no podía ser otra cosa que amistad.

Ahora, tras dos años de pijamadas, sesiones de estudio, fiestas de cumpleaños, juegos, bromas y charlas. Akko era capaz de decir con orgullo que tenía una amiga llamada Diana Cavendish.

Y en el caso de Diana, quien rasgaba el oscurecido con su varita cual si cortara una cortina, permitiendo ver el gran manto de estrellas, de incontables cuerpos celestes; podía decir que estaba esperando con entusiasmo a que su amiga Atsuko Kagari entrara en escena.

Finalmente era su turno.

Con la varita en ambas manos, Akko imagino la forma que deseaba tomar.

Alas de águila, hermosas alas que fueran capaces de volar alto, por sobre las nubes, hasta la luna.

Alas que reemplazaran a la escoba.

— ¡Metamorphie Faciesse!

La magia le cubrió, dando un par de ligeros pasos hacia atrás, rodeándose el cuerpo con ambos brazos, tomando carrera, atravesando la cortina, saltando con toda la fuerza que pudiera reunir en sus rodillas.

Abriendo los brazos-las alas- se elevó por encima de los hongos, de las escobas, de la fragata, la orquesta. Deteniéndose delante de la silueta blanca de la luna, aleteando con fuerza, marcándose el contorno de su cuerpo con la luz.

Hermosa, efímera, una criatura mágica, oculta de los ojos mortales cuyos irises rojizos exponían un potente aire enigmático, sobrenatural.

Con una ligereza no propia ni siquiera de las mismas aves, inclino el cuerpo al frente, deslizándose, extendiendo las alas, permitiendo que el aire le guiara ahí en el firmamento. Permitiendo que la satisfacción le invadiese al contemplar las miradas admiradas, así como el aliento retenido de la audiencia.

Dio un giro por sobre el eje de su larga y delicada pierna-pata en estos momentos-cubierta de plumas de un negro alabastro que parecía reflectar las estrellas como luceros intermitentes.

Akko se centró en visualizar la coreografía pulida los últimos meses con ayuda de Amanda.

Trato, primero, de pensar en la forma controlada en que los patinadores artísticos se mantenían en unión con el hielo. Claro, no había superficie que la sostuviera, pero Akko tenía la dirección del viento como guía, apoyo, siendo su trayecto la curva que separaba a los espectadores del escenario.

Con entusiasmo, y un rápido batir de sus alas. Akko extendió un pie delante del otro, deslizándose en el aire, sonriendo ante las exclamaciones ahogadas de los espectadores al verla tan de cerca, tanto como para que ella extendiera una de sus alas y rozara sus rostros.

Fue entonces que le vio.

Una niña-posiblemente familiar de alguna estudiante-con los labios levemente abiertos, le miraba absorta, siguiendo cada voltereta, cada maniobra, giro.

Ilusión visible en sus retinas.

Akko lo percibió entonces, la creciente adrenalina de saberse admirada, de ver a la niña grabar su rutina en lo profundo de su retina, la ensoñación que en estos momentos representaba, como fue capaz de captar su atención.

Sus labios temblaron al formar una sonrisa triunfadora en favor de ignorar las calientes lágrimas y el tamborileo lleno de gozo de su corazón.

Era como verse en un espejo, diez años atrás. Asombrada, encantada, enamorada de la magia de Chariot.

Orgullo, alivio, felicidad, alegría. Akko sintió todo eso desbordarse, llenarla al punto de perder el aliento. El saber que después de tantos años de soñarlo, sin rendirse en ningún momento, todo su trabajo duro mostraba el fruto de su esfuerzo.

Era el momento de cerrar con broche de oro.

Poco a poco, la velocidad con que volara disminuyo, superponiéndose una tonalidad celeste fluorescente a lo largo y ancho de su cuerpo. Envolviéndose a si misma con ambas alas, contrayéndose dentro de sí, volviéndose un orbe de luz.

Que al ascender aumentaba exponencialmente de tamaño hasta explotar en un torbellino de color y luces. Mismo que se deshizo revelando nuevas alas, más brillantes.

Alas de mariposa.

Alas plateadas, tan inmensas que generaban un buen contraste de proporciones con su cuerpo, también con la piel cubierta por una versión más ceñida de su uniforme, olvidada la capucha.

Moviéndose con soltura, relajo los miembros, recostándose sobre la comodidad del seto de hongos, extendiendo ambos brazos, palmas abiertas, unidas, igual a un viajero ansioso por que una gota de agua cayese de milagro en sus manos.

Fue entonces que las palmas gigantescas comenzaron a llenarse. Primero fue la fragata de Constance, seguida de Amanda y Jasminka, con el resto de la comitiva y alumnas del colegio. Para los espectadores, aquello se les antojo a la vieja historia de Gulliver y los Liliputienses. Siendo el un gigante, y ellos tan diminutos como hormigas.

Akko se abstuvo de soltar un chillido alegra al oír los aplausos, los vítores y comentarios halagadores dichos a gritos.

Pero no, aun no era el final.

Percatándose por el rabillo del ojo el descenso de Sucy junto a Lotte-ambas en una misma escoba, ahí en su hombro-, entonando la segunda el último verso de su canción.

Akko escruto en la oscuridad como los instrumentos desaparecían tras una cortina de humo, formándose grietas en la superficie cristalina de la aureola donde antes tocasen las hadas.

El relincho del unicornio llego a sus oídos, al igual que Diana, quien desmonto del mismo, grácil, diga, dirigiéndole una sonrisa divertida al cruzarse los ojos de ambas.

Akko contemplo la aureola resquebrarse, convirtiéndose en una lluvia de cristales de todas las gamas posibles.

Akko vio estrellas en aquella llovizna multicolor. Cerrando los ojos, tratando de acordarse lo que se suponía debería decir. No es que tuviera miedo, ni tampoco entro pánico. Sencillamente quería transmitir sus sentimientos en palabras.

Estaba agradecida por muchas cosas: Sus amigas, su mentora, sus padres, la magia. Sus labios se abrieron, seguros, confiados.

—Pidan un deseo, desde el corazón.

Estirando el cuello, Akko soplo suavemente, golpeando su cálido aliento- igual beso de una madre sobre la frente de sus hijos-los cristales, mutando estos en estrellas fugaces, una lluvia de asteroides que se perdió en el horizonte, reinando el silencio y asombro

En la lejanía, alumbrada sutilmente por el brillo de los cometas que la pasaban de largo, Ursula Callistis miro desde lo alto el jolgorio que despertó finalizado el show.

—Mi deseo se ha hecho realidad, Akko.


La situación presente o mejor dicho, la serie de eventos que les impulso a moverse al unísono, con el mismo destino en mente, podría calificarse de diferentes maneras: coincidencia, memoria muscular, por poner ejemplos.

Sin embargo, Izuku entendía lo que todos pensaban. Desde Uraraka, Iida, Todoroki, Tsuyu hasta Aishido, Kirishima, Mineta y Kacchan, igual que el resto de la Clase A.

Ninguno había dicho palabra alguna durante los cinco minutos en que tardaron en entrar al salón de clases de primer año, sentarse en lo que cada uno de ellos recordaba, sus asientos asignados.

Desde la ventana podían contemplarse los cerezos en flor. Sus delicados pétalos abiertos, abiertos al mundo sin miedo, pese a marchitarse prontamente.

Le hubiera gustado señalar eso, las flores de cerezo, romper el hielo usando algún comentario optimista –dadas la circunstancias-capaz de aligerar la tensión del ambiente

Pero lo cierto es que no podía.

Ahora eran héroes. Héroes reales, profesionales dispuestos a entregar sus vidas día a día, modelos a seguir para las futuras generaciones, hombres y mujeres capaces de inspirar sueños, metas, anhelos. Agentes de la paz y la justicia, defensores de los inocentes.

Ya no eran niños.

— "A lo mejor de eso se trata" —se dio cuenta, levantando la comisura de sus labios, entornando con nostalgia los ojos, observando a cada uno— "Ya no somos niños, ya no podemos poner ningún tipo de excusa de ahora en adelante" —de ahora en adelante cada uno iría por su lado, enfrentando sus propios obstáculos, sus miedos.

No en soledad por supuesto, porque si había algo que Izuku quería creer, era independientemente de lo que sucediera a futuro, sus amigos, sus compañeros de clase velarían los unos por los otros, se ayudarían los unos a los otros.

Conste, no era fácil el dejarlos ir. No después de haber pasado tantas aventuras, penurias y problemas en su primer año-en este mismo salón que abandonaron al entrar en segundo-, que era más de lo que los nuevos alumnos que entrarían años por venir, pudieran experimentar.

Dirigió su mirada a la cabellera rubia clara de Kacchan.

Desde niños, él siempre había admirado al otro, siempre siguiéndole cual sombra, se daba cuanta ahora, con la esperanza de verlo crecer, de convertir todo aquel potencial con el que fue bendecido en un poder sin paragón que le permitieran convertirse en un héroe sin igual.

Pero en lugar de eso-incluso hoy día, Izuku se preguntaba la verdadera causa-, aquel niño al que el llamara con cierta timidez "amigo", resulto siendo una persona que calzara perfectamente con la definición de un "villano".

No era su actitud violenta, su lenguaje corporal, su arrogancia, modales o incluso su sed de combate lo que, en ocasiones, provoco en Izuku sentimientos realmente conflictivos y negativos.

Era el hecho de que abusara de su quirk con el solo propósito de dañarle.

Nunca le había dicho nada a nadie-ni a su madre, ni a Uraraka, Iida o All Mitgh-acerca de quien había sido artífice de sus heridas, quemaduras menores o moretones ocasionales ocultos bajo su uniforme de escuela media, antes de U.A.

Ninguno sabia del sudor frio que recorrió su cuerpo por diez años de amistad, del temor y terror constante en su rutina diaria, tampoco de los insultos, las palabras hirientes. De sus libretas quemadas.

No iba a mentir, lo cierto es que Izuku se había pasado la mitad de su vida odiándole con la misma intensidad que le admiraba, resultaba frustrante ver sus puntos buenos también, permitiendo que el deseo de ser considerado un igual creciera en él, para poder algún día, verse a las caras sin temblar ante su presencia, sin que sus palabras pudieran hacerle ya más daño, sonreírle con suficiencia, para retrucarle con tono firme que lo había logrado, que era un héroe como siempre dijo que seria.

Por supuesto el destino tenía otros planes en mente para Bakogou, del mismo modo que lo tuvo para él.

Tras su secuestro, tras su pelea al mudarse a los dormitorios, Izuku pudo notar un quiebre, una apertura en el denso exterior de su antiguo compañero de juegos. Vio sus lágrimas, su frustración, oyó sus sentimientos.

Ilógicamente, eso le molesto mucho.

Bakogou Katsuki era el niño que le empujaba, quien creía gracioso tirar sus zapatos y útiles en el cubo de basura, quemar sus libretas, llamarlo por aquel apodo tan despectivo, negarle siquiera la posibilidad de soñar que él también podía ser capaz de convertirse en un héroe.

Reflexionando un poco, puede que durante aquella disputa en que ambos pelearon con sus puños, ventilando la frustración compartida que sentían el uno por el otro, Izuku tuvo una epifanía.

Le había gustado golpearle, y no le molestaría volverlo a hacer. Aunque, era más que obvia la solución. Tenían que hablar sin llegar a lo físico.

Más fácil era decirlo que hacerlo.

Fue entonces que Izuku sintió el foco de su cerebro encenderse con una idea. No era muy propio de su persona a decir verdad. Uno de sus rasgos era la humildad, además estaba seguro de que Iida pegaría el grito al cielo donde a Izuku terminara comprometiendo la propiedad escolar.

Con una sonrisa confiada, abandono su asiento, captando de ese modo la atención de sus compañeros, misma que se volvió más grande al ver como quitaba los seguros de las ventanas, abriéndolas.

—¡¿Deku?¡—Ochako fue la primera en romper el silencio, abriendo la boca como un pez al ver cómo, de un salto, Izuku se posiciono de cuclillas sobre el alfeizar de la ventana.

—¡Midoriya-kun, bájate en estos momentos!, ya no seremos estudiantes, pero esto sigue siendo propiedad escolar—la voz de Iida no se había hecho esperar, de igual modo como sus peculiares gestos con las manos, avanzando a paso firme en dirección a su amigo con naturales intenciones de detenerle.

Por otro lado, Bakogou entorno los ojos con peligrosidad e irritación.

—¿Qué diablos me miras, maldito nerd?

Izuku se tomó sus buenos segundos para responder. Las pausas dramáticas solían tocarle la fibra sensible a Kacchan.

—A puesto a que para el final del día atrapo más villanos que tú, Kacchan. Puedes tomarte el día libre.

Sin más que agregar, Izuku salto de la ventana, alejándose, dando la impresión de que volaba en al aire. Liberando una estruendosa risa.

En la distancia, podía oír los insultos de Bakogou, así como la animosidad del resto de sus compañeros, naturalmente dispuestos a sumarse a la acción, limpiando las calles del crimen.

Tal era su deber como héroes, después de todo.


Más allá de los terrenos de la zona del Norte, en medio de los escombros de lo que en antaño fuera el Santuario de Adivinación-según recordaba Akko en sus clases de historia mágica-, el recinto sagrado en el cual las Nueve Brujas fueron instruidas por las mismas estrellas, donde los secretos del universo les eran revelados, residía la Fuente de Polaris.

El Gran Oráculo, para algunos, La Primera Bola de Cristal para otros.

La fuente capaz de despertar el verdadero potencial de una bruja, de dotarla del poder durmiente en la misma, e incluso de reconocerla como alguien digna de reclamar para si el poder de las estrellas.

En otros tiempos, cuando la magia fue abundante.

Sin embargo, con el paso de los años al disminuir el flujo de energía mágica, la voz de los astros celestes ya no era reconocible, sus palabras no eran más que susurros indescifrables. Quienes se atrevían a ir en busca de su favor, guía o consejo volvían con las manos vacías.

Excepto Chariot.

Akko contemplo la espalda recta de su maestra e idol, caminando la una junto a la otra por el sendero que conducía a Polaris.

Todavía era difícil pensar a ambas-Chariot y Ursula-como una sola persona. Chariot fue-por gran parte de su vida-, su modelo a seguir, la meta, la motivación. Ursula Callistis no era Chariot. Ursula era el opuesto, menos brillante, pero no menos importante.

Ursula le apoyo, contuvo, defendió, protegió. Nunca se dio por vencida con ella, como si fue el caso del resto de las profesoras, jamás aparto la mano, sino que la extendió, siempre amorosa, comprensiva.

Le dolió saber la verdad-de Chariot, de Ursula-pero Akko comprendió que tal dolor no era necesario a estas alturas. Fuera su culpa o no-como más tarde le revelo Croix antes de marcharse-, Akko no veía motivos para sentirse traicionada.

Al final, aquel día en que converso con Diana, mismo en que Lotte se arrojó a ella con desespero y ojos llorosos, cuando Sucy le pico con la punta del Shiny Rod, seguida del alivio en la voz agitada de Amanda, al igual que la escueta sonrisa de Constance y la transparente alegría de Jasminka, que Akko lo supo.

Ella era amada, su lugar siempre había estado ahí.

Esta era su historia, sus conflictivos sentimientos los obstáculos a superar, era el preludio para el final del primer capítulo.

—Hemos llegado—informo Ursula.

La muchacha detuvo sus pasos, un tanto más delante que la mujer. Enfrente, yacía el gran arco de ramas entrelazadas, con las estrellas de la constelación de la Osa titilando, y pasado el umbral, expuesto el infinito, al igual que la larga escalinata.

Mordiéndose el interior de la mejilla, dio un tentativo paso al frente, frenándose al instante.

¿Y si Polaris volvía a rechazarla?

Resultaba terrible el siquiera imaginarlo.

Inesperadamente, sintió dos manos aprisionar sus brazos con fuerza, para luego frotarse contra la longitud de los mismos, en un gesto de confort, de apoyo.

—Todo saldrá bien, Akko—animo la mayor.

Asintiendo en respuesta a la otra, Akko ascendió escalón por escalón, sin apresurarse, con paso relajado, firme.

Durante el ascenso, Akko mantuvo la cabeza en alto. Calmando su corazón, acordándose de todos los buenos momentos vividos. De las peleas, los pleitos, las pequeñas aventuras, los inesperados peligros.

Su pecho se estrujo, comenzando a picarle los ojos, llorando de forma queda. Era infantil, muy poco maduro de su parte, especialmente en este momento.

Pero es que no podía evitar ya extrañar todo esto, este sitio, la escuela, a sus amigas. Las incontables experiencias vividas le habían hecho crecer como persona, y ella, terminado esta audiencia final partiría lejos del sitio que guardaba tres años de memorias importantes, buenas y malas por igual.

Tenía el deseo de planear e ir a picnics con todas ellas, ver películas de terror, pasarse notas mágicas a altas horas de la noche con bromas mal escritas, jugar a la ouija-siempre sugerido por Sucy-ayudar a Constance con sus proyectos, ir a la ciudad a divertirse con Amanda, enseñarle a Lotte a leer manga, educar a Diana en el uso de un gameboy.

Eran tantas las cosas que aun quería hacer.

Sus pasos cesaron al llegar a la cima y ver sobre la plataforma circundante, sostenida en medio del vacío, la Fuente de Polaris.

Era el momento de la verdad.

—He vuelto—anuncio con simpatía, como si la Fuente fuera un amigo a quien no veía desde hace mucho tiempo-Nunca te dije mi nombre ¿verdad?-era increíble ver los sutiles cambios de su rostro reflejados en la superficie del orbe líquido-Mi nombre es Atsuko Kagari.

Kagari Atsuko…

— ¡¿Hablas?! —miro en todas las direcciones posibles, incluso bajo sus zapatos.

Kagari Atsuko…Joven Bruja de las Estrellas.

— ¿Bruja de las Estrellas? —sonaba genial, pero no comprendía la razón de todas esas voces superponiéndose las unas a las otras, en coro. Era un eco que se expandía en todas las direcciones.

Extiende tus manos.

— ¿A si? —levantando los brazos por sobre su cabeza, Akko abrió las palmas, tanto expectante como confundida en partes iguales.

Polaris no respondió.

En su lugar, el escenario nebuloso y estrellado ahora no era nada más que negrura. La Fuente se había ido, las escaleras parecían no haber existido desde el comienzo. Quedando solamente, siete cuerpos celestes, siete estrellas brillantes.

Siete estrellas que formaban la constelación de la Osa Mayor.

Pestaño, una, dos veces. Temblando sus labios, como si una fuerza desconocida, pero suya, intrínseca en ella, supiera de que se trataba aquello.

—Alkaid, quien lidera—sus labios se movieron por inercia—Mizar, cuya sombra a veces es Alcor, y otras ella misma. Alioth, la brillante.

Al nombrarlas, las estrellas ardieron, desprendiéndose de la negrura, cual clavos de la madera, arrojándose en su dirección, fundiéndose en una luz cegadora, pero carente de forma.

—Megrez, la cola que nunca se pierde de vista. Phecda, que se mantiene firme. Merak, los muslos de la Osa—la energía que sostenía entre sus dedos eran tan familiar, tan cálida, tan amable—Dubhe, la poderosa espalda.

Siguiendo el mismo patrón que las demás, las cuatro estrellas restantes se desentendieron de la oscuridad a la que estaban atadas, bajando, en su dirección, para reunirse con las demás. Enroscándose los zarcillos de luz cual si fueran enredaderas, deteniéndose tras unos segundos, para revelar el resultado de su unión.

Akko contuvo el aliento, incrédula, feliz.

—Es el Shiny Rod-balbuceo en voz baja—Creí que ustedes, querían volver a casa.

Nos dejaste ir.

—No entiendo.

Nos dejaste ir, para los humanos es difícil dejar ir. Es difícil olvidar. El amor, el dolor, la tristeza. Nuestra luz vive aún tras perecer, pero la de ustedes no se compara ni a un parpadeo. La luz de sus vidas es tan efímera como sencillo nos resulta existir

Akko torció los labios, con los ojos llorosos. Las voces de las estrellas se oían tan cercanas, familiares, bondadosas. Sosteniendo el Shiny Rod en sus manos situación le producía congoja. Como si una parte de ella hubiera regresado, tras extraviarse.

—Sonara tonto, pero las extrañe—admitió, limpiando su nariz y lágrimas con el dorso de su brazo.

Y nosotras a ti, por eso decidimos volver. Kagari Atsuko, antes de que tu vida termine en el futuro lejano, queremos estar cerca de ti. Queremos seguir jugando contigo, tener más recuerdos felices.

—No siempre van a ser felices.

Lo sabemos, lo sabemos. Pero creemos en ti. Nuestra niña, nuestra querida amiga. Acepta la bendición de Polaris, eleva el Claiomh Solais, recibe nuestro poder.

Akko apretó los labios. Por mucho tiempo, y tal como lo había sospechado su profesora, ella siempre supo que para conseguir la aprobación de Polaris no bastaba con encontrarla, sino con esforzarse.

Y lo había hecho, realmente.

Pero…¿Seria ella capaz de estar a la altura de las expectativas que las estrellas estaban dispuestas a depositar en ella?.

Tranquilizando su respiración, Akko llevo una mano a su corazón, mirando con detenimiento el bastón en sus manos.

¿Qué pretendía conseguir ella a futuro con este poder?

Las yemas de sus dedos presionaron fuerte su propia carne, sintiendo las pulsaciones, escuchando sus propios latidos.

—Mi historia no empezara a menos que crea en mi magia, en mi propio corazón—tomando el Shiny Rod en ambas manos, sintió la magia bombear desde su corazón a cada miembro de su anatomía, llenándola—Gran Fuente de Polaris, Oráculo de las Estrellas. Te imploro en tu infinita sabiduría, concédeme el poder en mi dormido, despierta mi potencial oculto—recito, brillando las piedras incrustadas en la madera tallada, siete luces de un dorado reconocible.

De cada una de las piedras emergieron esferas de luz, tan pequeñas como luciérnagas, posándose en sus hombros, nariz, cabello, orejas, manos, dedos, piernas, rodillas. Pudiendo ella ver, apenas a través de sus pestañas, como la negrura del vacío se esfumaba, al igual que la fuente.

Pasados unos segundos, Akko sintió una suave brisa de aire caliente despojarla de las partículas de luz, quedando con la sensación de besos amorosos, amables, cálidos.

—Veo que las estrellas te han tomado un cariño especial.

Con un respingo, Akko se dio la vuelta, encontrándose con su profesora, la mirada fija en la varita sostenida entre sus manos.

—¿Qué sigue ahora?-pregunto de repente, con un brillo misterioso en sus ojos.

—¿Qué?

—De tu historia, ¿qué es lo que sigue tras esto?

Akko apretó el mango del Shiny Rod con ambas manos, el corazón latiendo a mil por hora, emocionado, ansioso.

—No tengo idea—confeso, para después mostrar su blanca dentadura, sus ojos luminosos, desbordando confianza—¡Pero sé que será emocionante y excitante!

Por lo general, el futuro lo era.


N/A: ¡Bien, con esto se acaba el primer capítulo!

Antes de que me tiren tomates podridos-porque obviamente tras escribir 34 paginas, no esperen actualizaciones prontas, tengo una vida fuera de aquí saben-denme la oportunidad de decir lo siguiente.

Cree esta historia en vista de mi sorpresa a no encontrar crossovers entre ambas series, realmente, ¡con tantas similitudes que hay entre ellas!

Fue entonces que se me ocurrió hacer una historia post-serie, donde eventualmente sucederá lo expresado en el resumen. Claro que tomara su tiempo el llegar a ese punto, tal vez en dos capítulos más, por ello pido paciencia.

Tronco Sagrado: Es el nombre que decidí darle a la torre que se encuentra en el Bosque Arcturus, justo donde estaba sellado el Grand Triskellion.

Kaede & Atsushi: Los padres de Akko. No vistos en canon, pero de acuerdo con un mini manga especial que saco Trigger, tengo entendido, con la venta de la ova (o película) de LWA, se muestra la existencia de los padres de Akko. No obstante Kaede y Atsushi no son sus padres "canon", sus personalidades al igual que sus apariencias físicas son completamente obra de mi imaginación.

Quería darle a Akko unos padres afines a ella. Akko es un personaje tan loco a veces, pero determinado, y no sé ustedes, pero no veo a Akko capaz de ir a una escuela de magia sin permiso de sus progenitores. Por esta razón, uno de los mayores rasgos en común entre este matrimonio es que el mismo tiene plena confianza, amor y mucho apoyo que brindar a su hija. Espero los amaran, porque los van a ver casi a diario aquí.

Tulus: Durante el Cap.2 de LWA, se mostró un flashback de Akko en su infancia, mostrando que es dueña de un gato negro. Como el gato no aparece en la Academia, asumí que necesariamente tuvo que dejarlo con sus padres. Le puse como nombre Tulus porque con tanta referencia a películas de Disney en LWA, pensé que el nombre de uno de los Aristogatos quedaba perfecto.

Midorimiya Hisashi: Según Horikoshi, el padre biológico de Izuku. No se le ha visto, pero le dio un nombre. De acuerdo a la información dada en los databook, y dependiendo de las traducciones, se ha dicho que él trabaja fuera para mantener a su familia. Uno de mis headcanons es que debido a su ausencia en el hogar, lo mínimo que se creía y veía capaz de hacer era comprar regalos a Izuku.

Déjenme soñar, porque el fandom en ingles no para de decir que es un padre de mierda y el hombre ni ha salido.

Quien sabe…si es que Horikoshi no lo usa en un futuro tal vez incluya mi propia versión de Hisashi en la historia.

Otros headcanons:

1-Woodward, al igual que Chariot, solo fue capaz de encontrar cierto número de palabras, pasando a Chariot su sabiduría, consiguiendo ella por cuenta propia desbloquear las otras tres. Para que finalmente Akko le diera significado a la última. He tenido este headcanon desde el capítulo 15, cuando Ursula explica a Akko el origen de la magia. La triada elemental, el tres como número mágico-junto con el 7-que cerró el ciclo de uso del Shiny Rod. Por eso mismo el mismo, al ver el ciclo completado volvió al cielo.

Claro que yo quería a Akko con el Shiny Rod, ¡porque maldita sea es de ella!

2-Como no se ha revelado si Chariot tiene padres o no, algo que dudo mucho al ver su flashback en el capítulo 23. Uno de mis headcanons es que ella es huérfana o ultima descendiente de una familia bruja asociada a Luna Nova, ya fuera como porteros o maestros.

Otros detalles pequeños

La canción que canta Lotte es el primer ending de la serie "Hoshi wo Todoreba" interpretada por Yuiko Ohara. La razón de que Lotte cante en ingles se debe a que lo creí más apropiado, dado que es el idioma estándar de Luna Nova. La misma es cantada durante todo el acto mágico de graduación.

Elegí la canción, no solo porque representa en parte a Akko, sino por el sentimiento de agradecimiento, de amistad, compañerismo y amor que acompaña la letra. Una canción, yo creo, de Akko para todas sus amigas y profesoras, por estar con ella tantos años.

Cualquier crítica constructiva será bien recibida, de igual forma, si están interesados en saber sobre futuras actualizaciones, pueden tratar de visitar mi página de facebook. La misma es accesible desde mi perfil de usuario, aquí en FF.

Eso es todo, muchas gracias por leer.