El lobo más grande gruñó lo suficientemente fuerte como para estremecer al lobo más pequeño que trataba de seguir su paso.

Copos de nieve blanca caían sobre el duro pelaje de ambos, el viento azotaba sus orejas y tenían los ojos inflamados con el siempre vivo y torturador sentimiento de que en cualquier momento ese pequeño botón olfativo se les caería, convertido en frígido hielo ardiente.

Presentaban un aspecto imponente, y a la vez, desgastado.

Continuaron desplazándose río abajo, atravesando una angosta llanura encabezada por delgados á en busca de alguna cueva amplia y seca donde formar una nueva madriguera.

El lobo más pequeño duplicaba en tamaño a cualquier lobo normal. Tenía el pelaje negro, bastante espeso para cubrir su hinchado vientre y protegerlo de las inclemencias invernales, sus ojos azules, cual pedazos de cielo claro, se encontraban irritados, humo espeso salía por su hocico y delgadas hileras de baba bajaban entre las encías inflamadas. Cansado, muerto de hambre y al borde de la inanición no aminoraba el paso a pesar de haber dejado de sentir las sangrantes almohadillas hacía ya varias horas.

No se detuvo, ni siquiera cuando la primera contracción le hizo soltar un lastimero gimoteo.

El lobo más grande, gigantescamente antinatural, tenía el pelo dorado, casi rubio y ojos azules. Cargaba varias pieles rasgadas, envueltas en tiras de lianas, era lo único que habían podido rescatar de su antigua cueva, antes de que un grupo de humanos prendiera fuego dentro de su hogar.

Casi tan abatido como su compañero, se dio la vuelta para darle una lamida de consuelo, pero este lanzó una dentellada rabiosa.

Decidió alejarse, sintiendo el rechazo de Levi.

Necesitaban comida, refugio y pieles. Sobretodo agua.

Los cachorros estaban a punto de nacer, su pequeño compañero no soportaría un kilómetro más.

El lobo de piel dorada se sintió miserable.

Hace muchos años, cuando aún era un joven cachorro, había conocido a su compañero. Nunca olvidaría aquel día, en el momento en el que la segunda camada de su madre por fin pudo salir de la cueva para ver los rayos del sol. Ahí estaba él, su pequeño hermanito, tratando inútilmente de ponerse de pie y bufando al no poder lograrlo. Olía a omega, el pequeño cachorrito omega de la manada, y él era un alfa fuerte y sano, un perfecto compañero. Lo amó. Prometió que siempre estarían juntos y serían felices, y a su querido omega nunca le faltaría nada.

El tiempo terminó enseñándole que aquellas solo habían sido vanas ilusiones. Su padre se los había dicho cuando ellos decidieron partir. Allá afuera, lejos de la protección de su manada, el mundo era un lugar hostil para dos lobos jóvenes que trataban de iniciar una nueva vida con sus propias fuerzas.

Si tan solo hubiesen obedecido…

Jadeó, buscando enfriar aquellos recuerdos.

Faltaba poco para llegar a la ladera de la montaña, donde encontrarían cuevas y estarían a salvo de la tormenta.

Movió ambas orejas, tratando de animar a su compañero, pero no escuchó respuesta.

Una bola de pelo negro yacía más atrás, gimoteando, casi enterrada por la nieve. Había roto su fuente.

Rápidamente, volvió sobre sus pasos para enseñarle los colmillos. Es siempre motivaba a su terco compañero. No esta vez, pudo ver lo que le decían esos cansados ojos, se quedaría aquí y pariría sobre la nieve.

Un poco asustado, decidió atrapar su cuello con los dientes y arrastrarlo sobre la nieve, formando un sucio camino de sangre.

No podía morir.

No le dejaría morir.

Cuando llegaron a una gruta, hizo todo lo posible para arrastrarlo sobre el hielo duro, hasta la piedra plana que forraba la fría superficie.

"Encontré una nueva madriguera" quería decirle, pero por su hocico poco adaptado para hablar solo salieron lamentos ininteligibles.

Tendido en el suelo, su compañero se contrajo, jadeando con fuerza y comenzando la labor de parto. Se trataba de su primera camada, sería difícil y bastante doloroso.

Sin embargo, su trabajo como alfa había terminado, los omega parían solos. Su madre, su abuela y sus antepasados se las arreglaron solos para traer al mundo nuevas camadas de peligrosos lobos.

La naturaleza era cruel, pero maravillosa. Y él no pensaba interponerse en su camino.

Como pudo, salió de la gruta en busca de alimento.

Ellos no eran cualquier tipo de lobo mestizo que comiera diminutos animales salvajes.

Ellos, los de su clase, eran especiales porque su dieta estaba basada en humanos. Humanos que en pleno invierno se encontrarían ocultos en sus madrigueras hechas de madera y protegidas con fuego o instrumentos punzantes que hacían daño. Viviendo en grandes manadas que solo causaban daño al bosque.

Escurridizos e inquietos, los humanos nunca fueron presa sencilla. Solo había una forma de atraparlos, una que solo los de su raza conocían.

Llegó al borde de un barranco y dejó que sus músculos se contrajeran, sus huesos crepitaron y su pelaje fue haciéndose cada vez más escaso hasta que todo su cuerpo tomó la forma de un humano, un hombre grande con el cabello rubio desaliñado y el bigote sucio. Ellos eran cambiaformas.

Esperó durante tres días, botado en el camino, hasta que un carromato se detuvo y una familia se apiadó de él. Mike los asesinó a todos, robó sus ropas y arrastró los cuerpos hasta la madriguera, donde un agotado Levi terminaba de arrojar el último cachorro muerto para que sirviera de alimento a cualquier animal perdido en la tormenta, en el bosque, nada debía desperdiciarse.

Cachorritos de pelo dorado, con la lengua azul y los párpados hundidos.

Había llegado demasiado tarde.

—Lo siento tanto —masculló con la voz ronca, mientras el lobo negro se abalanzaba sobre el primer cadáver, hundiendo las fauces en la tierna carne para llenar su estómago.

Un lamentó proveniente del montón de hojas, que Levi había reunido, alarmó lo sentidos de Mike quien volvía a su forma original de lobo y tenía los sentidos mucho más alertas.

Trotando, se acercó al montículo para ver a un diminuto cachorro de pelo café y ojos verdes, llorando en busca de su madre.

Y la naturaleza lo volvió a hacer, entre tanta sangre y desolación, tanta muerte y hambre, ella volvía a levantarse victoriosa con el brote de una nueva vida.

—…Es un alfa —reveló Levi. Desnudo sobre la piedra, con la piel blanca llena de verdugones y quemaduras en los firmes músculos y la boca rebosante en sangre mientras manipulaba un pedazo de carne entre sus delgados dedos.

Mike se quedó hipnotizado por la visión.

Hace ya tanto tiempo había visto a su hermano en su forma humana, su cabello negro como la noche llegaba hasta sus hombros y sus ojos azules se volvieron más claros.

—Su nombre es Eren —volvió a decir bajo la atenta mirada del lobo dorado—, porque será un cazador de humanos.

Un nuevo cambiaformas había nacido en el bosque.

-WOLVES-

Capítulo uno: Cambiaformas

Los cambiaformas terminaron viviendo ocultos en el corazón del bosque, estando en la cúspide de la cadena alimenticia no había quien los detuviera. Más los peligros a los que debían enfrentarse no eran pocos y preferían vivir en pequeñas manadas compuestas por el alfa padre y la omega madre.

¿Cómo se originaron?

Nadie lo sabía a ciencia cierta.

Una maldición, un don, el trato con un demonio. Los rumores corrían entre la gente que se paraba en dos patas y no tenían pelo. Con el paso delos siglos esos rumores quedaron en el olvido, enterrados en viejos recuerdos de ancianos locos que contaban cuentos de terror a sus nietos y los humanos terminaron olvidando su existencia.

Los cambiaformas comenzaron a decrecer y pocas crías sobrevivían en cada camada.

Por ello, cuando sobrevivió, Eren era un milagro ante los ojos de Levi.

La nieve se convirtió en agua y el agua en verdes plantas que rodearon la gruta, el verano ardió en lo alto y los arboles derramaron sus hojas para dar paso a otra tanda de nieve que volvió a llenar los caudales de los ríos en primavera. Solo entonces terminaron de refaccionar la nueva madriguera y convertirla en algo llamado hogar.

Las pieles nuevas, tendidas a lo largo de la piedra, sirvieron de alfombra para que su inquieto cachorro jugara. Tenían un viejo arcón de madera y ropas que arrebataban a su alimento. Un cambio de botas para cada uno y utensilios de humanos a los cuales daban algún uso de vez en cuando. –Levi insistía en que lo pequeños círculos de plata eran buenos para cubrir las grietas de la cueva-

Eren prefería los suaves peluches robados a niños de carne tierna y los destruía con los dientes. Travieso e hiperactivo, solía gritar durante la noche y morder todo lo que se le atravesara en el camino hasta que Levi le reprendía en silencio.

Durante el otoño, Mike y Levi llenaron las provisiones de carne seca y semillas. Pocos humanos pasaban por el rio y los peces resbaladizos sirvieron de alimento para Eren que en su forma humana exigía frutas y carne asada.

Eren aprendió a caminar en dos patas cuando cumplió tres años, perdió dos dientes de leche en una caída de cuatro metros y mató su primera ardilla a los cinco.

Cuidar a un niño no era fácil, fue horrible. Siempre recordarían cuando Mike montaba a Levi, en uno de sus preciados momentos de privacidad, y su pequeño hijo saltó sobre el lobo dorado enseñando la docena de escorpiones que había atrapado esa tarde.

Recibió una paliza de parte de su padre pero mamá Levi lo acurrucó en su pecho durante la noche mientras lamia las lágrimas de sus mejillas secas.

Como lobo, tenía la libertad de correr tras Levi y explorar el territorio.

Mike le enseñó a hablar el lenguaje humano cuando cumplió seis y Levi le enseñó que plantas servían para matar a las odiosas pulgas y cuales eran venenosas. Atraparon sapos en el rio y despedazaron juntos a un viajero perdido que se había metido en la gruta durante la noche.

Sus ojos se tornaron verdes, como dos joyas brillantes y luminosas.

Trotaba y se revolcaba en la tierra para luego ser tundeado por Levi o se disfrazaba de arbusto quedándo horas bajo las hojas mientras Mike perdía la paciencia en su búsqueda.

Dejó de mamar a los ocho años y la carne de pescado dejó de ser su plato predilecto, pero amaba las frutas que colgaban de los árboles y recogía en una bolsa especial cuando trepando con sus manos humanas.

—Eren —dijo un día por primera vez, desnudo en el rio mientras Levi lavaba el lodo acumulado en su cuerpo.

—Tu nombre es Eren —afirmó su madre omega, limpiando sus oídos con fuerza.

—Baba —señaló abajo.

Los cachorros de cambiaformas siempre tenían dificultad para aprender el lenguaje humano. Eren no era la excepción.

—Agua —corrigió Levi.

—Humanos —señaló, con los ojos grandes y el dedo índice extendido en dirección contraria a la corriente—, comida.

Alerta, Levi viró la cabeza en dirección al par de caballos que se acercaban.

Mike había ido de caza, no llegaría hasta dentro de dos días.

—Quédate en tu forma humano —ordenó Levi cuando su cachorro comenzaba a encogerse. No había necesidad de matarlos cuando no tenían hambre.

Eren asintió jugando con sus piernitas.

Dos humanos con barba se acercaron, cada uno con un arco en la espalda y un arcabuz en la cintura –el nuevo invento que con un grito y pólvora mataba al fuerte zorro y hacia llorar a los cachorros de venado- Sudorosos, con olor a establo y algo picante. Eran inofensivos.

—Encontré un omega, es mi día de suerte —sonrió el hombre de sombrero y anteojos — ¿Estás perdido?

—Y tiene un hijo —mencionó el otro, sin apartar la vista de Eren—, pero es un alfa.

—Soy un forastero —dijo Levi, como le habían enseñado que dijera cada que se topara con un humano.

—Forastero sin pareja por lo visto ¿Cómo te llamas?

—Levi.

—Soy Gelger —indicó el alfa humano de anteojos— y este es mi colega Keith, ambos somos alfas. Es un placer conocerte.

Los humanos también se dividían en alfas y omegas- y betas- pero no sabían cómo utilizar tan codiciado don que la naturaleza les había otorgado. Para los cambiaformas, era una buena noticia, fácilmente podían infiltrarse entre ellos sin ser detectados, confundidos con viajeros o vagabundos, eran ignorados.

—Eren, sube —Levi extendió las manos para cargar a su cachorro.

Eren gruñó bajito, pero hizo lo que le pidieron y ocultó la cara en el hombro de su madre.

—¿Tu hijo no puede hablar? —preguntó Gelger, bajando del caballo para inspeccionarlos.

—No es asunto tuyo —bufó Levi, saliendo del agua con gran estrépito.

—Oh, vaya necesitas algo de ropa —dijo Gelger al verlo desnudo.

—No había visto un omega así en años —dijo Keith, también bajando del caballo para interceptarlo.

—Tú estás casado —regañé Gelger.

—Podemos compartir.

Levi ignoró la discusión que sostenían, Eren y él solían secar su cuerpo bajo el sol luego de tomar un baño en el rio. Ahora no podrían hacerlo. ¿Debería volver a la cueva? Nunca antes se había topado con humanos alfa, mucho menos había intercambiado palabra con ellos.

Los cambiaformas no jugaban con la comida. Era sucio y Levi amaba la limpieza.

—Escucha, señor Levi —Gelger se interpuso en su camino, con una sonrisa demasiado pesada, cuando dio cuenta de que su "presa" quería huir—, conozco una taberna caliente y segura —ronroneó despidiendo un fuerte olor a tabaco— estoy seguro de que no querrá viajar con su hijo en este estado, no sabemos qué tipo de fiera pueda encontrar en el camino. Es peligroso.

Levi inclinó la cabeza, frunciendo el ceño. Su cachorro iba a resfriarse si no lo llevaba a la madriguera, no necesitaba visitar una taberna con dos humanos.

—Un lugar seguro ¿Entiendes? —insistió el alfa— solo queremos protegerte.

Eren estornudó, cerrando los ojos para quejarse. Levi lamió su mejilla tratando de que se quedara quieto.

—Gelger —Keith notó algo raro—, déjalo, ese omega no puede entenderte.

—¿Alguna vez has montado en caballo?

Los ojos azules de Levi miraron a las bestias, con correas en el hocico, que pastaban yerba a su lado.

Negó con la cabeza.

—Caballo —dijo Levi, era la primera vez que pronunciaba el nombre, lo hizo bien. Estaba progresando, pronto sería tan bueno como Mike y a lo mejor algún día fueran a cazar juntos.

—Caballo —repitió Eren.

—Sí, caballo —emocionado, Gelger tiró de las riendas del suyo—, su nombre es Zanahoria ¿Te gusta pequeño? ¿Quieres montar un momento mientras tu madre y yo platicamos?

Los ojos de Eren brillaron de felicidad, soltando frases embarulladas que apenas si podía pronunciar bien.

—Eren —silenció Levi— ¿Quieres montar al caballo?

—¡Sí!

Gelger extendió la mano hacia su compañero, exigiendo una manta, sin apartar la mirada del fascinante omega.

—Keith, yo voy primero —pidió— tu ayuda al niño a jugar con Zanahoria.

Keith aceptó a regañadientes, clocando la manta sobre los hombros del niño alfa que apareció a su lado. Mirando con fascinación a la yegua marrón que dejó de pastar, posando sus negros ojos asustadizos sobre el niño.

No era, ni sería, la primera vez que se aprovechaban de omegas perdidos. Y el olor de Levi era increíble, las más fuertes feromonas que alguna vez hayan encontrado. Valía la pena esperar su turno.

El animal no dejó que Eren se acercara, mucho menos que pusiera una mano sobre su terso pelaje.

Keith regañó a la yegua, que generalmente era amable con los niños, tirando con fuerza de la brida para que el niño alfa pudiera sentarse en la montura. Esta relinchó, en completo estado de pánico.

Eren miró a Keith, devastado, sus verdes ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a mordisquear la manta con furia.

Sin saber qué hacer, Keith dejó de torturar a la yegua y pasó una mano por su cabeza rapada mientras Eren se ensañaba con la manta.

¿Sería idiota este niño?

—Escucha, somos hombres de paz y tú eres un omega —más allá Gelger había logrado recostar al omega desnudo y posaba sus labios sobre su blanca piel, jadeando mientras desabrochaba sus pantalones— solo estamos haciendo lo que la naturaleza quiere que hagamos.

Keith había visto muchas escenas como esta. Generalmente Gelger era rápido y eficaz, pero los omega gritaban, lloraban y se defendían con uñas y dientes, incluso los omegas idiotas. En cambio este omega no hacía nada más que mirar que su hijo estuviera bien y que su piel secara correctamente.

Parecía tener el control sobre lo que pasaba. Sobre ellos.

No olía a miedo ni rechazó.

Mirando a Gelger como se mira a un perrillo descarriado que no sabe lo que hace.

Y sus ojos, azules como el hielo le ponían la piel de gallina, si, olía increíble y tenía un buen cuerpo, pero también era extraño. Muy extraño.

La yegua pegó un fuerte grito y Keith se desentendió de la escena para ver que ocurría.

—¿Qué haces, niño? —preguntó viendo como el pequeño alfa se sujetaba de la pata derecha de la yegua, negándose a soltarla.

—Hambre —susurró bajito.

Keith se inclinó para alejarlo, pero el repentino grito de Gelger hizo que retrocediera y sacara el arma con la rapidez de un rayo. Mirando aterrorizado al gigantesco lobo negro que rompía el cuello de su amigo en un par de segundos, procediendo a enseñarle los dientes como si reconociera el peligro que representaba su arcabuz.

Joder, no estaba encendido.

Temblando, levantó la mano izquierda para encender la mecha, siempre atento a la mirada de hielo de la bestia. Si lograba apuntarle –solo disponía de una bala- lograría salvar su vida.

—Niño, no te muevas —susurró a Eren sintiendo el sonido de sus pasos sobre la yerba.

Eren dio un grito al escuchar el fuerte llanto del arcabuz, que hizo eco en todo el bosque, sus huesos crujieron y se encogió hasta adoptar su verdadera forma lobuna, saltando sobre el hombre que hizo daño a su madre e hincándole el diente en la nuca.

—¡Monstruo! —gritó Keith, soltando el arma para liberarse del lobo que no dejaba de herirle el rostro.

Levi sintió una llama abrasadora subiendo por su pata izquierda, miró la sangre y supo que había sido rozado por una bala.

El fuerte relincho de las yeguas hizo que volviera de su aturdimiento, cuando Keith caía siendo despedazado por Eren. Eren y sus fuertes colmillos decididos a acabar con la vida del humano y perforar su corazón, sus verdes ojos se hallaban concentrados en la faena, gruñendo con fuerza hasta que dejó de sentir el aliento del hombre.

Cuando Mike volvió a la madriguera, Levi le dijo que Eren había cazado su primer humano sin ayuda de nadie.

Desde entonces su padre solía llevarlo a la orilla de los ríos para atrapar presas pequeñas.

Los niños eran un blanco fácil.

Agazapados entre los arbustos, Mike y Eren pasaban un buen tiempo observándolos en tanto sus madres lavaban cestos de ropa sobre la piedra. Eren solo tenía que correr, robar un niño y volver con su padre por entre los fuertes gritos de las mujeres.

Eren se volvió aficionado a esa incursiones. Empero siempre tenía tiempo para salir con Levi a recolectar lavanda y hojas de eucaliptos que mantendrían lejos de la madriguera a las minúsculas alimañas chupasangre.

Una mañana de esas, cuando Levi y él volvían del campo, advirtieron la presencia de un carromato varado en el camino.

—Son los monstruos —musitó Eren, frunciendo el ceño –había heredado ese gesto de su madre- y oscureciendo las orbes aguamarina de sus ojos.

Levi escuchó la melodía de una flauta y el grito de varios niños cantando a coro mientras un hombre de mediana edad y su mujer trataba de sacar la rueda del barranco.

—No, estos son humanos buenos —explicó a Eren.

—¿Y se comen?

—Solo cuando tienes hambre.

Sus estómagos se encontraban llenos, por el momento, por lo tanto siguieron adelante e incluso Eren ayudó gentilmente al humano. Siendo obsequiados con un tarro de miel y panes de cebada.

La mujer los despidió con un gesto de la mano, conmovida al ver como un omega tan joven cuidaba de su hijo en tierras tan devastadas por las fieras. Les deseó suerte y ambos se quedaron de pie para ver como el carromato se perdía en el horizonte.

Esa fue la primera vez que Eren probó algo tan dulce como la miel, le gustó tanto que no quiso convidar una sola gota para su madre.

Desde entonces sus excursiones dejaron de limitarse a la recolección de frutas y flores, recorrían varios kilómetros en busca de colmenas –mientras Mike estaba ocupado buscando alimento- y azuzaban a las abejas para dar un par de lengüetazos antes de que estas volvieran con la intención de hundir sus peligrosos aguijones en su piel.

Fueron los mejores momentos de su vida, amaba a Levi y adoraba monopolizar gran parte de su tiempo.

El cachorro de lobo creció, creyendo que la vida no cambiaría jamás y siempre permanecería a lado de su madre, en la calentita y confortable madriguera.

Hasta que Mike lo bajó de su nube esponjosa de amor, una tarde que ambos retozaban en el suelo, y dijo él ya no era un cachorro que dependiera de su madre a toda hora y Levi ya estaba listo para engendrar su segunda camada.


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. La portada fue dibujada por asterisco, yo solo edité el nombre.

._. Un nuevo ereri da comienzo, no se preocupen, terminará en 30 de Julio. Bloquearon mi facebook, por lo tanto no puedo publicitarlo y quizá nadie lo lea (laura sad), pero si estas aquí...gracias y te amo.

DATOS:

PARTICIPA DEL FASFESTERERI en la página ๕𝒮𝓱𝒾𝓷𝓰𝓮𝓴𝒾 𝓷𝓸 𝒜𝓿𝓮𝖗𝓎๕ (Shingeki no avery) cofcofayudamecontuvotocofcof

Pareja: Eren x Levi (ERERI)

NOTAS: Para los lobos el incesto no es un tabú