Notas/Disclaimer:

Estos personajes son propiedad de Nintendo y de los señores Anouma y Mijamoto. Se los he robado un poco más para seguir jugueteando. Para entender esta historia se requieren unos conocimientos mínimos del universo Legend of Zelda, y si te has leído la historia predecesora (Leyenda del Despertar), seguramente lo disfrutarás más.

Al final me he decidido a narrar los sucesos que ocurren durante Breath of the Wild, 100 años después del Cataclismo. Va a ser un camino extraño este que vamos a recorrer, pero muy divertido (al menos para mí J). Los que no hayan jugado al juego y no quieran spoilers… pues este no es su lugar xD La historia no será exactamente igual que en el juego pero aun así resulta muy spoileante, es inevitable.

Espero que os guste tanto esta historia como la anterior, será algo más melancólica y oscura, ya que Link tendrá que recorrer parte de este camino de amnesia y confusión sin su partner favorita.

I – Abre los ojos

Abre los ojos.

La voz venía de un lugar muy lejano, más allá de los sueños.

Abre los ojos.

Ahora la oía un poco mejor… pero no podía ser real. Una luz muy fuerte y cegadora comenzó a llenar la oscuridad.

Despierta…

Y haciendo un enorme esfuerzo, abrió los ojos. Lo primero que vio fue un extraño techo, en el interior de una caverna. Un entramado de luces misteriosas y dibujos tallados en la roca. No sabía dónde estaba, pero su cuerpo flotaba con una suave cadencia sobre un líquido algo más denso que el agua.

Quiso moverse, pero todo le pesaba demasiado. Hasta los ojos le dolían como si no hubieran sido usados en mucho tiempo. Intentó mover una mano y ésta tardó en obedecer las instrucciones de su mente. Luego movió la otra. Y un pie. Poco a poco, todo su cuerpo fue despertando. Entonces el líquido en el que flotaba comenzó a drenarse por sí sólo, y él se incorporó muy despacio sobre la urna donde había estado descansando su cuerpo.

Estaba dentro de una espaciosa caverna donde el aire era viejo y viciado, como si no se renovase a menudo. Puso los pies en el suelo y le fallaron las rodillas, tal vez iba demasiado rápido para lo que su cuerpo le permitía hacer. ¿Qué lugar era aquel? ¿Por qué estaba allí? Cerró de nuevo los ojos para ver si la voz de la joven mujer volvía a llamarle, pero nada sucedió. Tal vez sólo había sido una alucinación de su cabeza que trataba de despertarle de un largo sueño.

Caminó por el interior de la caverna en busca de alguna pista y vio que había una puerta de piedra bloqueando la salida. Eso quería decir que estaba encerrado allí a propósito, por voluntad de otros. Siguió inspeccionando la cueva y al mirar una vez más al techo observó que el entramado de luces que había sobre su urna se prolongaba y llegaba reptando por las paredes hasta alimentar una pequeña columna o pedestal, a un lado de la puerta de piedra. Se acercó y nada más tocar la columna, más luces reaccionaron y un mecanismo se abrió, revelando un objeto pequeño, una piedra rectangular. Tomó la piedra entre las manos y ésta se encendió de manera automática, no era un libro, no era un arma, no era nada que supiera identificar… pero tenía una especie de ventana luminosa que parecía estar ahí para mostrar información. La piedra era rara y a la vez… familiar. Tocó la pantalla de luz de la piedra con la yema de los dedos y entonces la puerta de la cueva reaccionó y comenzó a abrirse. Nunca había visto una magia tan extraña.

No tenía nada que perder, así que salió de la sala en la que había despertado para entrar en otra aún mayor, donde el aire era mucho menos viciado. Recorrió la segunda galería de roca, pero no halló nada, ni siquiera entramados ni dibujos luminosos en el techo o las paredes. Notaba el viento en las mejillas, más adelante debía estar la salida al exterior. Guiado por su instinto avanzó por pasillos de piedra y roca, y tras escalar un pequeño muro medio derrumbado… luz.

Cegado por el exterior, tardó un tiempo en adaptarse. Entonces inspiró con fuerza, llenó sus pulmones con todo el aire fresco y puro que le rodeaba. Una inmensa sensación de libertad le invadió y echó a correr con toda la energía que le permitían sus maltrechas piernas. Pisó la hierba suave y verde que le acariciaba los pies con cada zancada, se llenó de aromas de bosque, corteza de árboles, flores y riachuelos frescos y salvajes. El sol le calentaba las mejillas y la brisa fría de la montaña llenaba de vigor cada poro de su piel. La sensación era gloriosa y corrió llenándose de vida hasta quedar sin aliento.

El aire fresco que erizaba su piel desnuda le hizo darse cuenta de que estaba en un sitio muy elevado, más de lo que pensaba. Caminó hasta el borde de un desfiladero y observó el paisaje del mundo que se abría ante él. Había montañas más altas en la lejanía, podía ver la nieve reluciendo en las cimas. Mucho más le impresionó la presencia de un enorme volcán que predominaba en el paisaje. Podía ver bosques y valles, y ríos que serpenteaban a lo lejos en las llanuras. Y también vio una zona sombría y oscura, pero estaba tan alejada que apenas podía distinguirla. ¿Dónde estaba realmente?

Después de deambular de un lado a otro durante largo rato, el sol comenzó a caer por el horizonte y el ambiente se volvió mucho más frío. Sólo vestía unos calzones interiores y no tenía nada con lo que cobijarse, así que inició un lento retorno a la caverna, donde al menos sabía que podría estar más protegido de la intemperie. Tenía un hambre atroz. El estómago se le encogía pidiendo alimento, pero lo único que pudo encontrar fueron algunas moras y bayas que crecían cerca de la entrada rocosa de la cueva. Se llevó lo que pudo a la boca y entró en la caverna, echándose a dormir en un rincón que encontró protegido.

Link, se me acaba el tiempo.

Despertó bruscamente, con el corazón encogido en un puño. La voz no podía estar sólo en sus sueños o en su cabeza… había algo más.

Estaba muerto de frío. La escarcha de la mañana se había formado en el suelo de la cueva y él se levantó en medio de aquella gélida humedad. Salió al exterior con la voluntad de explorar la zona donde había despertado, e iría ampliando cada vez más el perímetro. Tendría que fabricarse un buen refugio para pasar las noches y buscar leña para encender un fuego, así que decidió comenzar su actividad cuanto antes, eligiendo el este como punto de partida en su búsqueda.

Mientras caminaba colina abajo, el viento le trajo un agradable olor. Era comida asada, carne de caza o algo similar. Así que… no estaba solo. Se dejó guiar por el apetecible aroma y topó con una enorme charca al borde de un bosque de coníferas. Iba sumergirse para cruzar cuando se paró en seco. La charca tenía aguas cristalinas y pudo verse a sí mismo como en un espejo. Ni siquiera recordaba su propio aspecto así que se detuvo a observar su reflejo en la charca. Era joven, alrededor de la veintena o incluso menor. Tenía el pelo del color del trigo viejo, cuando está muy tostado al sol y los ojos de un azul intenso, del color del cielo en un día de verano. Había una pequeña cicatriz atravesando su ceja derecha y tenía las mejillas consumidas por la delgadez. Una fina capa más próxima a la pelusa que a la barba de un hombre le empezaba a cubrir el rostro, dándole un aspecto desaliñado. Pensó que su propia imagen le haría darse cuenta de quién era y por qué estaba allí… pero no ocurrió nada, ni recordó nada. Se llamaba Link, eso sí, la voz se refería a él con ese nombre y fuese verdad o no, decidió adoptarlo como válido.

Después de haber tomado más conciencia de sí mismo, buscó el origen del olor a comida. El estómago se le retorcía de ansiedad, anticipándose a un banquete que no sabía si podría degustar. Tras unos matorrales en la entrada del bosque, vio el humo de una pequeña hoguera. Con todo el sigilo del que era capaz, se aproximó para ver mejor. Había un trozo de carne asándose en el fuego, y una pequeña tienda de campaña. Un hacha descansaba junto a un montón de leña a medio cortar y una cesta repleta de manzanas rojas y relucientes brillaba con los reflejos de sol que se colaban entre los árboles. Pero no había nadie cerca, quien quiera que fuese el dueño del campamento, lo había abandonado no hacía mucho para ir a otro lugar. El estómago le rugía de hambre. Desde su posición tan sólo tenía que alargar un poco la mano hasta la cesta de manzanas y…

—¡Eh! ¡Alto ahí, ladrón!

Pegó un traspiés al sentirse descubierto y cayó de espaldas contra la hojarasca del suelo. Abrió un ojo y descubrió una larga y espesa barba ondeando sobre su cabeza. Se puso en pie y vio que el dueño del campamento era un anciano de gran altura. Entre la barba poblada y blanca y la vieja capucha que le cubría era difícil ver su rostro, pero pudo apreciar dos agudos ojos azul oscuro que le miraban acusadoramente.

—Yo… lo siento. —se disculpó, revolviéndose el pelo con una mano en signo de arrepentimiento.

El hombre se quedó en silencio y de repente echó a reír con una estruendosa carcajada.

—¡Vamos, vamos! No he matado a nadie por intentar robarme una manzana. Pero debes saber que no está bien. Si me la hubieras pedido con buenos modales, te la habría dado. No hay más que verte para darse cuenta de que debes haber pasado mucha hambre. Y bien, ¿quieres descansar en mi campamento?

Asintió enérgicamente y siguió al anciano, que le invitó a sentarse junto a él en la hoguera. Después el viejo le lanzó una de las manzanas de la cesta y comenzó a devorarla como si no hubiera nada más apetecible en el mundo.

—Come con calma, muchacho, o terminarás atragantándote. Hay muchas más, así que no te apures. —carcajeó el anciano, con una risa grave que hacía retumbar el suelo —Y bien, ¿sabes dónde estás?

—¿Quién es usted?

—¿Será posible? ¿No sabes que es de muy mala educación responder a una pregunta con otra? —protestó el hombre, pero Link seguía observándole con seriedad —Yo no soy nadie. Sólo soy un anciano, si te sirve eso. ¿Y tú? ¿Acaso tienes la más mínima idea de quién eres tú?

—Yo soy Link.

—Ah, claro. Eso parece, ¿no? Yo lo que veo es que eres un muchacho perdido y hambriento. Toma, come otra manzana —dijo el anciano lanzándole otra fruta de la cesta. Link fue a morderla, pero desvió los ojos hacia la carne asada. —No, eso no es para ti. Eso hay que ganárselo, ja ja ja.

—No sé dónde estamos —reconoció Link, pegando un mordisco a la manzana.

—Bien, esto ya es otra cosa, igual podemos llegar a entendernos si dejas atrás esa desconfianza. Estamos en la Meseta de los Albores.

Link se encogió de hombros, mientras se chupaba los dedos, empapados con el jugo de la manzana.

—Ven conmigo —dijo el anciano, poniéndose en pie —te lo enseñaré.

Salieron juntos de la arboleda para ir a una pradera que estaba en un lugar más elevado. Caminaron unos pasos y el anciano se detuvo para apuntar a un lugar con el dedo. Era una vieja construcción que Link no había podido apreciar en su inspección inicial de la zona. Parecía una iglesia o un enorme templo abandonado. Una de sus torres estaba derrumbada y la hiedra había cubierto casi por completo la pared norte.

—¿Ves eso de ahí? En ese lugar se celebraban ceremonias muy importantes… hace muchos años. Es como un lugar sagrado. Toda esta meseta era en realidad un lugar importante para las gentes del reino de Hyrule. Por eso se construyó sobre este terreno elevado, para que las gentes pudieran elevar sus rezos a la Diosa Hylia con mayor facilidad.

Link se dio cuenta de que, efectivamente había un inmenso desfiladero delimitando los bordes de aquella planicie. De alguna manera era casi como estar aislados del resto del mundo que se extendía en el horizonte. Se preguntó cómo pudo llegar a despertar en un lugar tan remoto e inaccesible, pero no abrió la boca para preguntarlo.

—Antes, este era un reino próspero y hermoso. Pero como ves, ahora todo está en ruinas —dijo el anciano con pesar.

—¿Usted vive aquí solo? —se atrevió a preguntar Link.

—Puede decirse eso… sí. Tengo una cabaña cerca del río. Hay buenos peces ahí. Y también tengo este bosque cerca para cazar y cortar leña, aquí los inviernos son muy duros y hay que estar preparado. Lo que me recuerda que ya es hora de que recoja el campamento y vuelva a casa. Dime, ¿piensas ir a ese templo para visitarlo?

—No.

—Entonces, ¿qué piensas hacer? —preguntó el anciano, escrutándolo con la mirada.

—Pues yo… también buscaba leña en el bosque, como usted.

—Siento decirte que no me convences, muchacho. No puedes andar por ahí medio desnudo y sin saber dónde estás. Si aceptas ayudarme en todo lo que yo te ordene, puedo permitir que pases un tiempo conmigo en la cabaña. No pareces estar en tu sitio y un poco de ayuda no viene mal. ¿Qué me dices? No hago ofertas de este tipo todos los días…

Link agachó la cabeza. El viejo tenía razón, él no tenía nada, no era nadie. Sólo era un joven desorientado que oía voces. Tal vez estuviera enfermo o tal vez se había golpeado tan fuerte que era incapaz de recordar nada de lo que había pasado en su vida. ¿Quién le habría puesto en la cueva y en la urna con aquel extraño líquido? ¿Habría sido el viejo? Link percibía que aquel hombre sabía mucho más de lo que parecía, y desconfiaba de él… pero acompañarle era la única opción que le parecía válida dada su situación.

—Está bien, iré con usted. —aceptó Link.

Después de recoger el campamento, echaron a andar. Link llevaba un buen brazo de leña que el anciano le obligó a cargar, además de la tienda, la cesta de manzanas y el hacha, mientras que el anciano se limitaba a alumbrar el sendero con un farol, ya había empezado a caer la noche y era fácil tropezar en el camino.

—Y dime Link, ¿qué es eso que llevas ahí metido?

—Nada que pueda interesarle —dijo Link con aspereza, tratando de esconder sin éxito la piedra mágica que le hizo salir de la cueva y llevaba metida de mala manera en la cintura de sus calzones.

—Oh, de veras que no imaginaba que serías tan desconfiado. Lo pregunto porque viendo que no posees ni ropa ni zapatos, sorprende ver que lleves un objeto tan peculiar contigo.

—Mire. Usted me ha ofrecido casa y yo le estoy ayudando como prometí. Pero de esto prefiero no hablar ahora.

—Está bien, está bien. No volveremos a hablar de eso. Sólo que me ha llamado la atención ver ese ojo tallado en la piedra. El ojo sin párpado es el símbolo del pueblo sheikah, no sé si lo sabías. Los sheikah son una tribu muy especial y también muy antigua. Siempre han estado unidos al destino del reino de Hyrule y han sido los protectores de la Familia Real durante miles de años. Poseen muchas habilidades, son guerreros infalibles, pero también grandes pensadores. No me extrañaría que ellos tuvieran algo que ver con esa piedra que tienes.

—¿Conoce usted a alguno de esos sheikah?

—Ja, ja, ja —volvió a reír el viejo con su risa de ultratumba —a alguno que otro, sí.

—¿Vive alguno por aquí, en esta meseta?

—Me temo que no. Ellos viven muy alejados de este lugar. Llevo sin ver a ninguno de ellos por aquí desde hace muchos años. Hemos llegado —anunció el anciano elevando el farol para hacer más visible el camino.

La cabaña era pequeña, pero parecía acogedora y resistente. El sonido alegre del río cercano llegaba hasta allí, y estaba edificada en una zona clara, sin árboles, por lo que podía admirarse un cielo inmenso y salpicado de estrellas. El viejo pidió a Link que dejara la leña en el cobertizo exterior y se fue hacia la puerta, pero la bloqueó con su inmenso cuerpo, impidiendo a Link la entrada.

—Muchacho, quiero ser muy claro contigo —anunció el viejo —en esta vida, las cosas hay que ganárselas. Como te he dicho puedes estar aquí conmigo, pero has de devolverme de alguna manera cada una de las cosas que haga por ti. No resulta fácil vivir en este mundo y comprobarás que las cosas no salen gratis. Hoy me has ayudado a traer esa leña, así que eso te da derecho a elegir entre un buen plato de sopa de pescado y un atuendo para que no andes por ahí medio desnudo. Tú eliges.

—¿Acaso no me va a dejar entrar ahí con usted? —preguntó Link sin salir de su asombro.

—El techo también hay que ganárselo, y no te va a salir barato. Por hoy dormirás en el cobertizo de la leña y estoy siendo muy generoso. Ahora dime, ¿la sopa o la ropa?

Link detestó al viejo de inmediato. Si tuviera suficientes fuerzas golpearía su odiosa nariz de boniato con todas sus ganas, pero el estómago le rugía de hambre.

—Elijo la sopa —dijo Link, guiado por su deseo más primario.

—Espero que lo hayas pensado bien, aunque… ahora que lo pienso. Si me das esa piedra que llevas ahí, podrás tener las tres cosas. Cena, ropa y cama de plumas bajo techo. ¿Qué me dices?

—Ya le he dicho que elijo la sopa. Y deje de preguntar por esto, está soñando si cree que voy a dárselo a usted como si nada —respondió Link con mal humor.

—De acuerdo, de acuerdo. No hace falta ponerse así, menudo carácter.

El viejo desapareció entonces en el interior de la cabaña y Link esperó con paciencia a que éste volviese con su merecida cena. La sopa de pescado estaba deliciosa, era caliente y reconfortante. Link devoró hasta la última gota, y lamió el plato dejándolo reluciente. El anciano ya debía estar durmiendo, porque no había luz en el interior de la cabaña, aunque sí había un hilo de humo saliendo por la chimenea.

Link se acercó a la leñera para refugiarse. Se sentía igual que un perro o una especie de mascota obligada a dormir en el umbral de la puerta de su dueño. No había nada con lo que fabricar una cama, ni un saco viejo, ni restos de tela, nada. Aquel viejo estúpido y egoísta sabía guardar muy bien sus posesiones y no había nada que Link pudiera usar para su beneficio personal, el anciano no dudó en esconder la tienda de campaña ni el resto de enseres que habían traído del campamento del bosque. Rindiéndose y sintiéndose vencido por el agotamiento, se hizo un ovillo junto a los troncos apilados y se echó a dormir.

Despertó de madrugada, tiritando de frío. El estómago se le había vuelto a vaciar y se lamentaba por el hambre. Link pensó en coger algunos de aquellos troncos para hacer un fuego… pero luego se arrepintió. No tenía yesca ni nada con lo que prender las llamas. Y si el viejo se enteraba de que le había robado aunque fuese un solo tronco, se lo haría pagar caro de alguna manera. Debió elegir la ropa. La sopa era una cena demasiado ligera y no le había aportado nada, sin embargo una camisa y pantalones le habrían ayudado a pasar la noche. Construyó una especie de refugio recolocando los troncos a su alrededor y se metió dentro. Al menos el viento nocturno no llegaba hasta allí, su situación había mejorado… un poco. Se abrazó a la piedra mágica y trató de dormirse de nuevo, si el viejo intentaba robársela durante la noche se daría cuenta porque pensaba tenerla bien agarrada. Aún no conocía su utilidad más allá de permitirle salir de la cueva en la que despertó, pero aquel objeto le transmitía una extraña sensación de familiaridad… y eso le hacía sentirse seguro. Además, si la piedra estaba encerrada con él en la cueva tenía que ser por algo, y no iba a descansar hasta averiguarlo.