Notas del traductor: Dice Jillian que hay notas al final…


Dobby lo había criado bien.

Por lo tanto, a pesar de que estaba asustado, y a pesar de que estaba desesperadamente enamorado, Draco tomó la varita de su madre y avanzó. Tenía los hombros cuadrados y la cabeza en alto. Después de todo, él era un mago. Hogwarts debió haber sido su hogar.

Mientras andaba por los pasillos de la dañada escuela, también recorrió los corredores de su afligida memoria. Su vida había estado marcada por la miseria, pero también había cosas buenas. En Dobby y los otros elfos, había encontrado cuidadores que lo habían atendido con el afecto que sus padres le habían negado. En Harry, había encontrado una amistad valiosa que había madurado en algo que hacía que su corazón latiera más rápido, y que su vientre ardiera con deseo. Al final de su vida, su madre se había preocupado lo suficiente por él como para sacrificarse. Pero ahora, estaba listo para entregar todo lo que él era, para mantener al mundo (y a Harry) a salvo.

Oh, Merlín… Lo que daría porque las cosas fueran diferentes, pero las circunstancias le habían otorgado una terrible misión. Solo él podía asegurarse de que el Señor Tenebroso no regresara nunca…

Sus resueltos pasos los dirigieron al comedor, indemne. Parecía ser ajeno a la violencia que lo rodeaba. Los hechizos lo pasaban, e incluso el miedo que debía haber sentido era un concepto abstracto que ya había perdido hacía tanto.

Por fin, logró llegar. Vio a Harry de pie frente a un encolerizado Voldemort. La voz del chico se notaba calmada y con una madurez mayor a sus diecisiete años. El corazón del rubio dejó de latir un segundo, mientras se escondía detrás de una columna cercana. Tenía que ser preciso; de otro modo, no funcionaría.

—¡Dumbledore está muerto! —siseó Voldemort—. Su cuerpo se descompone en la tumba de marfil, en los terrenos de este castillo. ¡Yo lo he visto, Potter, y no regresará!

Los magos a su alrededor retrocedieron, al oír el cruel comentario.

—Sí, Dumbledore está muerto —dijo Harry con calma—, pero tú no fuiste quien provocó su muerte. Él escogió su propia manera de morir. Dime, en qué plano existencial, podría un idiota como Theodore Nott ganarle al más grande mago de todos los tiempos. Simplemente caíste en el camino que Dumbledore había planeado para ti hace mucho tiempo.

—¿Qué tipo de sueño infantil es este? —La voz de Voldemort revelaba un ligero toque de incertidumbre.

—Dumbledore ya estaba muriendo cuando Nott lo acabó.

—Aunque eso fuera verdad, yo tengo la varita. Yo soy el amo de su poder.

—Puede que tengas la varita, pero no su poder. Theodore le quitó la varita a Dumbledore y yo lo desarmé en la mansión Malfoy. Yo soy el verdadero amo de la varita de saúco.

—¡Eso no importa! —chilló Voldemort—. No importa porque, a diferencia de tu Dumbledore, yo no puedo ser asesinado. Siempre existiré y no hay nada que un niño como tú pueda hacer.

—¿Hablas de Draco? —preguntó Harry, y Voldemort se congeló—. Sé lo que le hiciste. Cómo lo convertiste en tu receptor para que siempre tuvieras una oportunidad de regresar. Pero no lo permitiré.

—¿Y cómo planeas conseguir eso? El ritual que lo une a mí es más viejo que él.

Draco pudo ver la sombra de duda en los verdes ojos de Harry. Su elección era clara y Draco estuvo más que seguro de la necesidad de sus acciones. Apretó la varita de su madre, tratando de sacar valor de ella.

—Lo conseguiré. NUNCA lo tendrás —prometió Harry, y Voldemort se rio ante sus palabras.

—¿Te atreves…?

—Sí, me atrevo, porque lo amo… Lo amo y él es más fuerte de lo que crees. Él es tan fuerte como Dumbledore, y como él, te derrotará.

Sus palabras retumbaron en la cavernosa sala. Hubo un jadeo colectivo, ante la sorprendente declaración del moreno. Ginny Weasley se mantuvo quieta, justo en la entrada. Casi dejó caer la varita por la sorpresa.

Un brillo rojo apareció en el techo encantado encima de ellos, cuando un borde del brillante sol apareció sobre la marquesina de la ventana más cercana. La luz golpeó los rostros de Harry y su enemigo al mismo tiempo. El rostro de Voldemort se volvió una mancha ardiente. Harry escuchó el grito de ira, mientras gritaba su última esperanza al cielo.

—¡Avada Kedavra!

—¡Expelliarmus!

Era el momento. Draco salió de detrás de la columna y avanzó hacia el par. Vio las llamas doradas que brotaron entre ellos, en el centro del círculo que habían formado, marcando el punto donde sus hechizos se encontraron. Con resolución, saltó hacia el eje de las maldiciones. El hechizo de Harry lo atravesó sin hacerle nada, pero el de Voldemort hizo contacto directo. La verde luz de la maldición asesina abrumó dolorosamente todos sus sentidos y lo hicieron caer al suelo. No había esperado que el dolor fuera tan malo. La magia de Voldemort se sentía como la mordida de una serpiente venenosa, corroyendo cada célula a su paso. Draco vio a Harry caer de rodillas enfrente de él. El cuerpo que una vez fue Voldemort estaba olvidado, debido a la preocupación por el chico que moría.

—¡Draco! ¡Oh, por Merlín, Draco! ¡Alguien que nos ayude!

Con lo que le quedaba de fuerza, Draco negó con la cabeza. No había nada que alguien pudiera hacer ahora. El destino había tomado su curso y había retirado del mundo al Señor Tenebroso y a su potencial receptor.

Mientras el veneno recorría su cuerpo, Draco escuchaba la voz de Harry cada vez más baja. Sus cansados pulmones trataban de tomar aire, incluso cuando su corazón latía más lentamente. Pudo sentir los brazos del moreno a su alrededor, levantándolo del suelo. Las articulaciones y los músculos del rubio se tensaron.

La magia negra abrumaba su sistema. Sentía como si un fango helado recorriera sus venas, infectando cada órgano que recorría. Por fin, sus pulmones se rindieron y su pálida tez se volvió de un pálido gris, por la falta de oxígeno. Su corazón se detuvo. Draco rodó los grises ojos y los cerró.

—¡DRACO! —fue lo último que escuchó.

XxXxXxXx

Cuando su corazón murió, su mente tuvo unos momentos más antes de irse. Estaba listo y en paz. Voldemort se había ido para siempre. La maldición había destruido la parte de sí mismo que había plantado en Draco.

La chispa de su magia también se había ido. Y eso estaba bien. Moriría cual squib, justo como había vivido.

XxXxXxXx

—¡A un lado, Potter!

Harry alzó la mirada destrozada hacia el odiado profesor. Severus Snape estaba ante él. Sus ropas arrugadas y usadas, y su cabello desarreglado, le daban el aspecto de un cuervo agravado. Confundido, abrazó a Draco con más fuerza. Snape gruñó con impaciencia.

—Inútil Gryffindor. ¿Estás acaso tan listo para dejarlo ir? Todavía no está muerto.

—¿Qué?

—Todavía no está muerto, pero lo estará si no me lo pasas y prefieres comenzar tu duelo prematuro.

Harry alzó a Draco, hacia los brazos de Snape.

—¿Está seguro? —susurró con gravedad.

—Un alto a la muerte, Potter… ¿Qué nunca escuchas? —y con eso, se desapareció a los confines de su laboratorio de pociones.

Fue como si una nube de incertidumbre se hubiera alzado sobre los que estaban reunidos en el salón. Vítores por la muerte de Voldemort junto con llantos de alivio. Aquellos que habían perdido a sus seres queridos lloraban por el dolor. Harry vio que los Weasley estaban rodeando a su hermano caído. Fred estaba muerto. Sabía que en algún lugar del castillo, encontraría los cuerpos de Nymphadora Tonks y Remus Lupin. Los iba a llorar, pero ahora necesitaba estar con Draco. Buscó a Hermione y la encontró abrazando a Ron, que estaba llorando. La chica le hizo un gesto y el moreno se dirigió a los calabozos de Slytherin.

Aunque no había caminado por los pasillos de Hogwarts por más de un año, su cerebro no tuvo problema en encontrar el camino a los dominios de Snape. El lúgubre salón era tan poco atrayente como lo recordaba. Los frascos llenos de sustancias nocivas cubrían cada repisa posible y las largas mesas de los alumnos seguían acomodadas para evitar que los calderos llenos de ingredientes no se afectaran entre ellos.

Atravesó con rapidez el salón hasta llegar al laboratorio privado de Snape. La puerta no estaba cerrada con llave, por lo que entró sin tocar. Snape había puesto a Draco sobre su escritorio y le estaba dando una sustancia lechosa usando un gotero. Una nube de vapores curativos rodeaba al par.

—¿Cómo está? —preguntó Harry con gentileza. Snape continuó su tarea sin ofrecerle una respuesta. El Gryffindor tuvo suficiente sentido común para reconocer que no debía interferir con el proceso del maestro. Se conformó con sostener la mano sin vida de Draco, mirando mientras Severus Snape trataba de lograr lo imposible.

XxXxXxXx

Cada pocos minutos, Snape interrumpía su trabajo para realizar un escaneo complejo del cuerpo de Draco, usando su varita. Harry contenía la respiración, sabiendo que el maestro estaba buscando señales de vida. Luego, negaba con la cabeza y continuaba aplicando los emplastos en sus sienes y pecho, o le daba alguna otra preparación. Los tortuosos minutos se convirtieron en desesperantes horas, y Harry se ponía más abatido. Hermione entró por un momento para darle un abrazo y reportarle que los mortífagos sobrevivientes estaban siendo reunidos. La chica tendría que irse al ministerio a presentar su declaración al consejo provisional que se había establecido. Esperaba poder retrasar el momento en el que tuvieran que llamar a Harry. El chico hizo un gesto y le deseó buena suerte. Esperaba que Ron lo perdonara por no estar ahí para llorarle a su hermano. Hermione le había dicho que el pelirrojo entendía.

Entonces, miró a Draco y esperó. Era casi medianoche cuando Snape cesó sus esfuerzos.

Harry lo miró fijamente, temiendo lo peor. No podía expresar sus miedos, por lo que Snape lo hizo por él.

—No hay más que yo pueda hacer. Ahora depende de él. Su cuerpo está en estasis, pero si su corazón no comienza a latir en la próxima hora, ya habrá cruzado del otro lado. Ahora, los dejaré a solas.

Mientras salía de la sala, su mano se posó ligeramente en el hombro de Harry. El chico lo miró brevemente, con lágrimas en los ojos.

—Sé fuerte, Potter, por su bien.

Harry asintió sin decir nada y se giró hacia Draco una vez más. Esos momentos podrían ser los últimos que tuviera con él. Con una temblorosa mano, pasó sus dedos por los mechones rubios. A pesar de que su cabello estaba desordenado, se sentía la suavidad de un bebé en las raíces. Su mano recorrió la frente y tocó la punta de la nariz. Se veía bien, puntiaguda y bastante Malfoy. Los labios delgados y secos fueron lo siguiente. No pudo evitar darle un tranquilo beso, esperando su despertar, pero su príncipe no lo hizo. Sus labios sabían dulce y ligeramente a medicina, por la poción que había recibido. La triste mirada de Harry recorrió el resto del cuerpo de Draco.

La dureza de su vida lo había vuelto menudo y de forma pequeña. Sus clavículas parecían de pájaro y sus hombros eran huesudos. En algún punto, Snape le había quitado el viejo suéter que se había puesto, dejándolo con una playera blanca y unos pantalones de mezclilla que alguno de los Weasley había dejado. Hermione le había regalado un par de sus zapatos deportivos negros. Draco había estado agradecido por todo lo que le habían dado. Su dulzura y humildad le habían dolido a Harry. Se aseguraría de que, a partir de ese momento, Draco no tendría que desear algo o tener que depender de caridad para sus necesidades básicas.

Eso era, claro, si vivía.

Con todas sus opciones agotadas, Harry cerró los ojos y se apoyó contra el rubio. Su frente tocó la fría de Draco.

—Por favor, vuelve —susurró.

XxXxXxXx

Sentía los párpados pesados e imposibles de abrir, pero el inconfundible aroma de los ingredientes de pociones le indicó que estaba en el laboratorio de alguien. Trató de hablar pero su garganta estaba seca y dolida. Había algo pesado sobre el pecho.

Draco movió ligeramente la cabeza pero mantuvo los ojos cerrados. Con mucho esfuerzo, consiguió levantar la mano para empujar lo que presionaba su esternón, pero estaba demasiado débil. Su mano se rindió a la mitad del camino y se enterró en los gruesos mechones de su compañero durmiente.

Conocía ese cabello. Draco sintió a su corazón latir con emoción y, con renovados esfuerzos, trató de abrir los ojos.

Al mismo tiempo, Harry se movió y se despertó, a tiempo para ver la vida iluminando los orbes grises. Una gran sonrisa se posó en el rostro del moreno y tuvo que contenerse para no llorar.

—Harry —dijo Draco. Su voz era un murmullo rasposo, pero Harry lo entendió a la perfección.

Harry asintió y se rindió a las lágrimas. Con amor, mezclado con alivio, buscó los labios de Draco y se perdió en su suave calor. En ese momento, entendió lo que tenía y supo que nunca más se arriesgaría a perderlo.

XxXxXxXx

Días después, cuando Draco se sintió lo suficientemente fuerte como para que el enderezarse no provocara que se desmayara (y después de haber sido llamado un "idiota sin cerebro con tendencias Gryffindor" por Snape), se volvió aparente que necesitaría recuperarse en San Mungo. El maestro de pociones contactó a la parte de daños causados por hechizos del hospital, para alertarles de la llegada de Draco. Como su sistema comprometido no podía soportar magia, una camilla lo llevaría a la estación de Hogsmeade, donde tendría que tomar el tren a King's Cross. Arthur había arreglado que un auto, del tipo que no vuela, para recogerlo y llevarlo al hospital.

Después de mucha consideración, Snape dejó a Draco, a regañadientes, al cuidado de Harry. No podía soportar el expreso de Hogwarts, por lo que usaría la red Flú para llegar directamente. Por tanto, Harry y un muy arropado Draco se encontraron sentados en su compartimiento privado. El mago había pedido que una de las bancas fuera transformada en una cama, en la cual acomodó a su compañero. Draco suspiró y se relajó sobre las suaves almohadas.

—¿Estás cómodo? ¿Puedo traerte algo? —preguntó Harry, mirando afuera en busca del usual carrito de golosinas.

—No, gracias. Todo lo que necesito está aquí —replicó con falsa modestia, y se giró para ver el paisaje por la ventana. Harry se lamió los labios y sus ojos se tornaron más oscuros, pero no respondió.

Los momentos que siguieron fueron silenciosos. Harry movía las manos, incómodo. Un miedo sólido comenzó a formarse en el estómago de Draco. Ya había sobrepasado sus límites.

Fue como si Draco se encogiera ante la mirada del moreno. Bajó la mirada y se acurrucó contra sí, para protegerse. La felicidad se desvaneció de su semblante y pareció ponerse más pálido. Eso lo reconocía. Este era el Draco que, en su momento, había decidido que no merecía la amistad de Harry.

Sin pensarlo dos veces, rodeó con los brazos al rubio y lo acercó a su pecho.

—¿Por qué te sientes así? —preguntó, mientras encontraba la desinteresada mirada gris con su propia.

Draco apartó la mirada con pena. Era demasiado doloroso para admitirlo.

—Por favor, dime —insistió Harry.

Le tomó un rato, pero consiguió encontrar su voz.

—Creo que acabo de darme cuenta de que, cuando este viaje en tren termine, probablemente no te volveré a ver.

Harry estaba impactado.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir?

—Nada ha cambiado, Harry. Tú eres el héroe del mundo mágico y yo sigo siendo un squib. No se supone que nuestros caminos deban cruzarse de nuevo. Debes tomar tu lugar entre tu gente, y yo tendré que abrirme paso en el mundo muggle… Pero, Harry, nunca te olvidaré. —Sus labios temblaron por la emoción—. Entiendo lo que significa ser mago ahora. Esos pocos momentos que sentía mi magia, todo estuvo bien, aun con la mancha de Voldemort. Sentí como si perteneciera a Hogwarts, pero ahora todo es igual. No pertenezco a ningún lugar.

—¡No! ¡Tu lugar es a mi lado! —gritó el mago. Estaba perdiéndolo de nuevo.

Draco negó con la cabeza.

—Tu lugar es al lado de Ginny Weasley. Ella te ama, su familia te ama y ella es una buena opción para ti. Sé que ahora piensas que yo también lo sería, pero eso es por todo lo que ha pasado. Tarde o temprano, entenderás que nunca podrías ser feliz con alguien como yo. No tengo magia. No tengo familia, y no tengo un sickle a mi nombre. Simplemente, no funcionaría —dijo, con dolorosa rotundidad.

El corazón de Harry latía con fuerza en su pecho, y el chico se dejó caer en el asiento. Aun después de todo lo que había pasado, Draco no podía ver su propio valor. Diecisiete años de ser tratado como si no valiera nada nublarían su juicio por siempre. Harry tendría que pelear con las inseguridades de Draco por los años venideros. Pero estaba dispuesto a arrojarse a la refriega.

—¿Por qué no puedes ver lo que los demás pueden? Tuviste la oportunidad de conservar tu magia, y hasta controlar lo que Voldemort dejó atrás, pero no lo hiciste. Debió haber sido tentador, especialmente después de sentir tus propios poderes, pero renunciaste a ellos para salvarnos a todos. Hasta renunciaste a tu vida, y eso es lo más generoso que alguien podría haber hecho. Estoy enamorado de ti pero temo que nunca pueda merecerte.

Draco apartó la mirada.

—No digas eso —susurró, consciente de sí mismo.

Harry ansiaba besarlo y acercar su cuerpo hacia él. Ansiaba recorrer con su lengua la dulce y pálida extensión de su piel. Tomarlo entre sus brazos y sentirlo en su boca, pero Snape les había advertido encarecidamente que no debía hacer nada de eso, por lo que se conformó con tomarlo de la mano y acercar su extremidad a sus labios. Draco lo miró, parpadeando, encantado por la acción. El cabello del moreno rodeaba su rostro. Sus labios eran húmedos y suaves, comparados con la dura piel del rubio. Fue entonces cuando el Expreso de Hogwarts se detuvo con su tradicional chirrido. Harry dejó que la mano cayera, con reticencia, pero le sonrió con calidez.

—Cuando estés mejor, te mostraré lo mucho que en verdad vales para mí —dijo, y ayudó al confundido Draco a ponerse de pie.

Salieron del tren y se encontraron con una multitud vitoreando. De inmediato, Draco se fue para atrás y se escondió detrás de Harry.

—De hecho, están aquí para ti.

Y así era. Cientos de magos y brujas agitaron sus varitas, hacienda que unas chispas multicolores invadieran la estación del tren, en un arreglo de luz cristalizada. Niños pequeños, con túnicas en colores pastel, saltaran arriba y abajo, en un esfuerzo para ver al salvador del mundo mágico. El recién instaurado ministro Shacklebolt, junto con lo que parecía ser cada miembro del ministerio, aplaudían con entusiasmo. Draco podía ver a los individuos que quedaban de la Orden del Fénix y el Ejército de Dumbledore, rodeando la plataforma. Molly Weasley tenía lágrimas en los ojos, y Hermione y Ron se veían contentos.

Una pancarta azul y dorada estaba suspendida mágicamente sobre la multitud. Decía "Gracias" y "Draco" alternadamente, con una letra cursiva grande. Parvadas de lechuzas mensajeras volaban en círculos, celebrando, junto con un brillante fénix. Éste complacía a la multitud con su melodioso canto.

—¿Por qué? —fue lo único que pudo preguntar el squib.

Harry negó con la cabeza con sorpresa, y puso sus manos sobre los hombros de Draco. Vio que el chico se había puesto más pálido y se mordía el labio con ansiedad.

—Están aquí para agradecerte por darle al mundo una segunda oportunidad —dijo con calma, pero el rubio no cedía—. Solo saluda —le aconsejó Harry.

Y así lo hizo, causando una ola de vítores y aplausos. La multitud del ministerio se acercó al par. Shacklebolt ofreció sus gracias oficiales y le informó a la audiencia que Draco sería premiado, en lo subsecuente, con la Orden de Merlín, primera clase. Los Weasley los envolvieron en abrazos y Hermione le dio un beso al rubio en la mejilla, para obvio descontento del moreno. Ginny Weasley se mantuvo apartada; al ver lo fuerte que estaba agarrando Harry a su amado, se conmovió. Ginny era una verdadera romántica. Para cuando le ofreció la mano a Draco, su corazón ya se había resignado y su sonrisa era sincera. El rubio le regresó el gesto.

Ya era tarde cuando Draco se encontró por fin en el ala de recuperación de San Mungo. Acomodado en un alegre cuarto, con todo y una cama para las visitas, por fin pudo respirar y dejarse ir. El mago que amaba estaba durmiendo a su lado y Harry siempre volvía las cosas mejor.

Pero podría estás más cerca.

La poción que le había dado la medibruja le daba sueño y lo desinhibía sorpresivamente. Con una actitud resuelta, tan diferente a su usual timidez, se levantó de su cama y se metió a la de Harry. El moreno se sorprendió pero se calmó cuando reconoció al intruso.

—¿Me extrañaste? —preguntó, conociendo ya la respuesta.

Draco sonrió.

—No pude resistirme. Te ves tan atrayente con tus lentes torcidos y tu cabello en puntas por todos lados.

—Solo alguien que saltara en medio de un Avada Kedavra encontraría atractiva mi desorden. La mayoría dirían que necesito desesperadamente un cambio de look, o al menos un peine.

—Ninguna de las dos. Me gustas tal y como eres.

—Es bueno saberlo. Tú también me gustas. Es más, me atrevería a decir que en verdad te amo.

—Igual… Ahora, hazte a un lado. Tengo esta necesidad de estar en tus brazos.

Harry rio pero se movió para hacerle espacio.

—Qué demandante. Veo que tengo que conocerlo de nuevo, señor Malfoy. Dado que ese es tu apellido ahora, ¿sabes? Shacklebolt va a ponerlo en el registro del ministerio y todo eso.

—Lo sé. Aunque, me gusta Potter… Es bastante sexy —le aseguró Draco, a modo de broma.

—Entonces, quédatelo. Es todo tuyo si así lo deseas, pero aun creo que Malfoy debe ir en algún lugar de tu nombre.

El squib lo pensó por un momento.

—¿Qué tal "Draco Potter Malfoy"? Dobby nunca me dio un segundo nombre.

—Creo que es perfecto. Como tú.

Draco respondió enterrando la nariz en el cuello de Harry y depositando una docena de besos en su camino. Harry estiró el cuello para alentarlo a continuar. Con valor, la mano de Draco recorrió el torso del otro chico y se acomodó en un punto especialmente sensible. Harry contuvo el aliento pero le instó a que siguiera. El rubio lo tocó experimentando, deleitándose con su respuesta. Sería maravilloso explorar esa parte de su relación, en los meses y años siguientes. Siempre habría algo que descubrir y algo que aprender y atesorar. Después de una vida entera de no pertenecer en ningún lugar, ahora encontraba a alguien con quien estar.

XxXxXxXx

Unas semanas después.

—No hay mejor momento que el presente —dijo Harry, mientras descendía sobre su nueva Nimbus por los dilapidados jardines. Draco estaba agarrado con fuerza de la cintura de su novio. Siempre había soñado con volar, pero hacerlo con el antiguo buscador estrella de Gryffindor era un reto para cualquiera con un corazón palpitante y un poco de sentido común.

Draco se hundió en el pasto ante él y consideró besarlo con agradecimiento. Como todo buen Gryffindor, Harry se mantuvo completamente ajeno al encuentro cercano con la muerte de Draco. Desmontó de la escoba y caminó hacia las puertas de la mansión Malfoy.

—Venga, Draco. ¿Qué te entretiene?

Las temblorosas piernas de Draco lo mantenían pegado al suelo. Con unas cuantas inhalaciones, consiguió hacer que la sangre circulara a sus extremidades y se puso de pie. Fulminó con su gris mirada al moreno, que por fin entendió su problema.

—Vaya… ¿tan malo estuve?

Draco no se dignó a responder. Simplemente, caminó esquivando a su bruto amante. Harry pasó saliva y se preguntó qué había pasado con su dulce y discreto Draco. Últimamente, se había vuelto un poco altanero. Seguía siendo amoroso, pero con un toque de petulancia.

Hermione dijo que por fin estaba aprendiendo a quererse a sí mismo. Ron solo rio por lo bajo.

La mansión Malfoy se alzaba orgullosa y firme. Draco el squib se detuvo ante las impenetrables puertas y cerró los ojos. Harry se mantuvo detrás de él y esperó, conteniendo la respiración.

Al principio, nada pasó. Luego, las pesadas puertas de hierro se despertaron y abrieron lentamente, para su amo legítimo. Una luz descendió sobre la antigua casa y los terrenos cobraron vida, junto con la casa misma. Harry dejó salir el aire que tenía. Gracias a Merlín.

El rubio se veía impactado. Se había preparado para una posible falla, pero la realidad era que la mansión en la que había nacido lo había reconocido como parte de ella.

Él era un Malfoy.

Pertenecía a ese lugar.

Ickis, Oblina y Krummy corrieron a recibirlo. El chico abrazó a los fieles elfos y pensó en Dobby, y cómo siempre había creído en él.

—Dobby—. Este momento también era su triunfo.

Los distintivos pasos de Harry a su lado hicieron que el rubio estirara la mano para tocarlo. El moreno estaba sonriendo y, al verlo, el corazón de Draco latió con más fuerza.

—Te amo —dijo, y jaló al mago hacia sus brazos. Los elfos vitorearon cuando el grandioso Harry Potter besó al igualmente grandioso Draco Potter Malfoy, con todo el fervor de dos personas que se han encontrado al final de un largo y arduo viaje.

Por fin se separaron, y entraron de la mano a la mansión.

—Bienvenido a casa, amo Draco.

FIN


Notas finales de la autora:

Gracias a todos los que leyeron esta historia y comentaron en ella. Pensé escribir un epílogo pero creo que la última escena con Harry y Draco, de vuelta donde todo comenzó, queda mejor. Espero que les haya gustado esta versión tan diferente de Draco (aunque puede tener algunos trazos de Malfoy canon). Cuando escribí esto, me debatí si debía hacer que Draco salvara su magia de algún modo, pero está tan bien sin ella, y creo que el hecho de que se cargó a Voldemort sin ella es bastante satisfactorio.

Notas finales del traductor:

No puedo decir más que Gracias por seguirme en esta historia. Veamos qué nuevos proyectos se nos pegan.

Como siempre, gracias también por sus comentarios y sus palabras de aliento. Sepan que las llevo en el corazón aunque yo apeste para responder, porque pues el niño es flojo…

Adigium21

05/06/2018