Capítulo tres:

El recuerdo del que llora.


A pesar de haberse dicho a sí mismo que se iría después de unos días seguía en esa casa, incapaz de dejar a aquellos dos hermanos solos. La sonrisa pura de Romeo y la actitud amable de Feliciano le hacían sentir que estaría traicionándolos si se iba, si los dejaba solos; además le había prometido a Romeo no lastimar a Feliciano. Le había prometido no traicionar la confianza que aquel chico de ojos miel había puesto en él.

¿Cómo podía romper una promesa a una persona que había confiado en él?

Lovino miró fuera de la ventana del auto, viendo las personas y edificios pasar rápidamente. Su cara lucía demasiado tensa para alguien que iba a un teatro, cosa que los dos hermanos Vargas notaron. Feliciano miró el rostro de su amigo por el espejo retrovisor, mientras que Romeo se ponía de rodillas en su asiento para ver hacia atrás. Lovino los miró a ambos con una ceja alzada, siendo el único gesto que recibió devuelta una sonrisa por parte de Romeo. Sonrisa que, de hecho, se veía un poco rota gracias al vendaje que tenía junto al labio.

De aquel día ya había pasado una semana.

— ¿Qué pasa, Romeo?

—Estás muy serio para una salida al teatro, ¡verás a Feli actuar! ¿Por qué la cara larga?

—Uh, perdón. Recordé… cosas —Lovino desvió un poco la mirada, causando que el menor de los Vargas lo viera con preocupación. Romeo miró hacia su hermano mayor, quien sonrió ligeramente con la mirada aún en el camino—.

—Ahora que lo pienso, Lovi, no nos has dicho el porqué un día apareciste en nuestra sala.

Lovino se tensó. Eso era lo último que quería tener que explicarles, pues hacerlo haría todo mucho más difícil y los dejaría como objetivos fáciles para Alfred y Oksana. Se mordió el interior de la mejilla, mirando hacia sus manos que estaban entrelazadas sobre sus piernas.
Debía inventar una excusa y rápido, o de lo contrario…

—Es decir, si no te sientes cómodo no debes decirnos nada justo ahora, pero espero que llegues a tenernos la confianza como para decirnos algo así. Somos amigos después de todo, ¿no?

Un escozor se hizo presente en sus ojos, pero prefirió ignorarlo y simplemente asentir.
Mas no sonrió, porque sabría que su sonrisa sería fingida.

Y ya les había mentido demasiadas veces como para mostrar una sonrisa falsa.


Romeo tenía demasiada razón para estar emocionado por ver a Feliciano actuar: el chico era estupendo. Cada una de sus expresiones, sus acciones, sus diálogos… Se le hacía difícil creer que estuviera siguiendo un guión. Todo lo que hacía se veía tan genuino, tan real, casi quería ir al escenario y seguir con él aquellos diálogos. Claro que él no era un actor, pero Feliciano lo motivaba a querer intentarlo. Lo motivaba a ir al escenario con él, a mostrar aquella buena actuación y sentir que hacía algo por diversión por primera vez en años.

La sonrisa en sus labios era genuina.

Cuando el telón se cerró él junto a muchos otros espectadores se pusieron de pie, aplaudiendo al unísono. Y aunque sabía que los demás espectadores aplaudían al elenco en general, él aplaudía únicamente por Feliciano.
Sólo por Feliciano.

Y Romeo notó eso, sonriendo ligeramente.

—Vamos a ver a Feli.

Lovino asintió, la suave sonrisa aún siendo presente en su rostro. Ambos fueron tras bambalinas, usando pases que Feliciano les había dado horas antes, y buscaron con la mirada al mayor de los Vargas. Cuando lograron divisarlo Romeo corrió hacia él para abrazarlo y decirle que había hecho un muy buen trabajo, cosa a lo cual su hermano respondió con una sonrisa bastante alegre. Lovino lo siguió con un poco más de calma, alzando su brazo y enseñándole el pulgar para intentar decirle el buen trabajo que había hecho sin palabras. Feliciano correspondió dicho gesto, riendo un poco.

—No sabía que eras tan buen actor, en verdad me sorprendiste.

—Je, bueno, algo debía ser capaz de hacer bien, ¿no? —Romeo le miró con cierto reproche, golpeándole el brazo burlonamente. Feliciano sólo pudo reírse—.

—Feli, no digas eso, ambos sabemos que eres bueno para demasiadas cosas.

—Lo que digas, Romeo. Mejor dime qué quieres cenar hoy para comprar los ingredientes camino a casa.

— ¡Estofado, estofado!

—El estofado lleva mucho tiempo, Romeo…

— ¡Estofado!

Lovino sólo podía mirar a ambos hermanos con una pequeña sonrisa en los labios. Ellos actuaban tan despreocupados acerca de todo, que el simple hecho de que sólo pensaran en ellos dos le causaba envidia.

La vida de los mortales era tan calmada.


Aquellos en la sala eran bastante unidos entre ellos, bromeando de forma pesada y riendo a pesar de saber que estaban siendo constantemente observados. Ya había un tipo de orden dado para ciertas cosas, además de que ya todos sabían manejar con las personalidades de los demás.
Pese a la situación, todos habían logrado ser casi como una pequeña familia.

Lovino miró hacia Natalia, quien estaba hablando con Iván sobre ballet, y no pudo evitar sonreír ligeramente. Su amada pocas veces se veía tan calmada, tan feliz; le daba felicidad a él mismo pensar que poco a poco estaba mejorando. La había visto bastante afectada por toda la mierda que estaban viviendo en ese lugar, que su novia pudiera tener un poco de calma en aquel infierno le era bastante placentero.
Porque ninguno de ellos merecían toda esa basura. Ellos no habían pedido nacer inmortales, maldita sea. Ellos no habían pedido aquella vida de no morir y ver a personas amadas ir y venir sin poder hacer nada. Lovino vio morir a sus padres de vejez. A sus hijos. A sus nietos. ¿Es esa una vida que alguien querría?

Lo dudaba.

Lovino estuvo a punto de ir hacia su novia e Iván pero la puerta se abrió, entrando Alfred con una cínica sonrisa que causó un pesado silencio en la habitación. Nadie dijo nada, sólo se sentaron en círculos mientras el rubio de lentes se ponía de pie en medio de aquel círculo con un arma de fuego en mano. Su sonrisa se amplió, causando la rabia empezar a nacer en todos.

Oksana y yo hemos llegado a cierta conclusión. ¿Han notado cómo siempre nos fijábamos en mejorar las armas, pero no nos fijábamos en apuntar hacia otros lugares? Bueno, hemos mejorado eso también. El poder explosivo de las balas sigue siendo superior al de las balas normales, pero…

Alfred no continuó hablando, en lugar de eso sólo apuntó hacia Iván. El ruso ni se inmutó, esperando a que el bastardo se dignara a disparar.
La mano metálica del científico apretó el gatillo, pero la bala nunca impactó la cabeza de Iván.

Alfred había disparado hacia el corazón.

Una herida de ese tipo no los inmovilizaba, por lo que el resto de inmortales esperaron a que el más alto se levantara y gruñera, enojado porque había arruinado otra buena camisa.

Esperaron y esperaron.

Iván jamás se movió.

Hannah miró nerviosamente en dirección de Eduard, el chico devolviendo la mirada con preocupación y mirando hacia el resto. Toris, Feliks, Raivis, Natalia… Lovino. Todos miraban hacia el inerte cuerpo del que alguna vez actuó como el padre de todos allí, esperando a que se moviera de una vez para reírse en la cara de Alfred, diciéndole nuevamente que era un inútil como aquella vez que le arrancó la mano sin esfuerzo alguno.

Pero ese deseado momento jamás llegó.

Alfred rió con cinismo, empezando a carcajearse en su lugar. El hijo de puta lo había logrado. Ellos… Ellos habían encontrado una manera de exterminarlos.

¡No puedo creerlo! ¡Oksana, mira, por fin lo logramos! —Alfred no dejaba de reír de manera maniática, apuntando su arma hacia el ahora muerto Iván y comenzando a descargar el cartucho en su rostro—. ¡No lo puedo creer! ¡Por fin puedo ver tu cuerpo muerto, bastardo! ¡Te dije que pagarías por el día que me quitaste la mano! ¡¿Creíste que estaba mintiendo, escoria?!

Lovino tenía su ceño profundamente fruncido, apretando los puños. Lo único que quería era taclear a Jones y matarlo con la misma arma que había creado, pero estaba paralizado por el miedo. Ellos habían encontrado una manera de matarlos. Ellos por fin podrían acabar con cada uno de ellos sin piedad alguna. Ellos…

Alfred recargó el arma y disparó contra el pecho de Natalia. Después contra Toris. Contra Feliks. Contra Raivis. Contra Eduard.
Cuando apuntó hacia Hannah, la chica demasiado petrificada por el miedo, el cuerpo de Lovino se movió.

El italiano arremetió contra Alfred, aunque el científico logró disparar de igual manera. Oyó a Hannah gritar desgarradoramente, pero no tuvo tiempo para voltear a mirarla. Sólo pudo gritar un «¡Corre!» antes de que sus puños empezaran a golpear el rostro del rubio. No dejó de hacerlo. Ni siquiera cuando sintió el hueso romperse contra sus nudillos. Ni siquiera cuando le destrozó el ojo derecho. Ni siquiera cuando tomó el arma de las manos del científico y la usó para terminar de desfigurarle el rostro.

Lovino no estaba pensando racionalmente. Estaba demasiado ofuscado por el odio y la sed de venganza como para hacer caso a cualquier parte lógica de su mente.

Robaste tanto de mi puta vida… Me usaste como un jodido conejillo de indias. ¿Acaso disfrutabas todas las putas veces que nos desmembrabas? ¿Todas las putas veces que rogábamos para que te detuvieras, maldito hijo de perra? ¡¿Acaso disfrutaste de todas las putas veces que nuestros cerebros quedaban regados en el jodido suelo y lo único que los demás podíamos hacer era mirar?!

Las manos de Lovino estaban temblando a ese punto, ya sin fuerzas para seguir arremetiendo contra el científico. En lugar de eso sólo se quedó sobre su cuerpo inmóvil, llorando y gritando cuánto lo odiaba. Cuánto deseaba que se pudriera en el maldito infierno.

Y Lovino estaba tan cegado por el odio que olvidó un simple detalle.


Se levantó tan de repente del sofá que se cayó, siendo su rostro la parte que recibió todo el impacto. Soltó una maldición por lo bajo, sentándose en el suelo y acariciando su nariz, notando entonces lo mojadas que estaban sus mejillas. Ah… Había llorado mientras dormía.
Oyó unos pasos dubitativos a sus espaldas, congelándose en su lugar. Pensaba que era Feliciano, pues el Vargas mayor solía despertarse a mitad de la noche para ir al baño. Sus sospechas se confirmaron cuando las luces de la habitación se encendieron, notando el rostro preocupado de Feliciano en el reflejo del televisor. Frunció un tanto los labios, mirando hacia el suelo.

—Lovi…

—Sólo tuve una pesadilla, no debes preocuparte.

Feliciano no parecía muy complacido con dicha respuesta, pues caminó hasta sentarse en el sofá donde Lovino antes estuvo acostado. El mortal lucía demasiado preocupado, como si… supiera algo más.

— ¿Quién es Natalia? Estuviste repitiendo su nombre mientras dormías. También llamaste a una chica llamada Hannah.

El inmortal miró hacia el rostro de Feliciano casi con rabia, queriendo gritarle que no se metiera en sus jodidos asuntos. Pero al verlo ahí, tan preocupado, esperando pacientemente su respuesta…
Lovino sintió los ojos arderle, para empezar a llorar otra vez.

Y a pesar de que Feliciano lo había abrazado, buscando consolarlo, Lovino no dijo absolutamente nada.

Si ellos se enteraban correrían peligro.


Respondiendo reviews.

Guest: Believe me, I just wanted her to die at that right moment! I was legitimately angry while writing that, but its necessary for the plot! I just love Romeo so much that I give him tender moments with the boys before everything goes wrong. And thank you again for your review and your support to the story!

Nota extra: Hannah es el nombre que le doy a Liechtenstein, ya que la roleaba con dicho nombre. ¡Espero no les moleste!