Demonios, ahora sí me tardé muchísimo. Casi un año en continuar este fanfic. No puedo darles excusas, sinceramente tengo ideas salteadas de escenas que quiero poner. Sin embargo me complace admitir que no estamos lejos del final y tengo como propósito terminar este fanfic en este año.

Ahora que estamos en cuarentena me esforzaré en seguir.

Sin más demora. ACCIÓN.

CAPITULO 17: REENCUENTRO EN DALE.

La noticia del encarcelamiento de Maïn llegó a oídos de la princesa la mañana siguiente, su corazón se encogió de dolor pensando en aquella mujer que tan amable había sido sufriendo lo mismo que ella en aquellas celdas. Todas las enanas eran instruidas en la batalla pero ese tipo de tortura era algo que apenas ella consiguió tolerar al no dejar de pensar en sus hijos y en la esperanza de verlos a salvo; esperaba que Maïn tuviera esa misma convicción pensando en Gimli.

Tan concentrada estaba en el plan que se desarrollaría esa noche que no pensó que algo malo le hubiese pasado al infante pelirrojo. La noche anterior sin la princesa en casa y su madre encarcelada, Gimli empacó comida que había conseguido gracias al viejo minero amigo de la familia, su abrigo para protegerse del crudo invierno y un par de cuchillos de cocina, pues no consiguió armas que pudieran ayudarle.

Decidido y con la mirada fiera de un guerrero se escabulló entre los pasillos y estatuas de los reyes anteriores llegando a una puerta escondida en uno de los laterales de la montaña.

Quizá su estatura mucho más pequeña que la de los soldados había permitido que saliera sin ser visto, al empujar la puerta de piedra el helado aire golpeó sus mejillas provocándole un estremecimiento. No mentiría, tenía unas inmensas ganas de llorar pero se paró derecho pensando en las historias que su padre le contaba, donde él era – obviamente – el protagonista, su padre era su héroe y no lo iba decepcionar.

Así la diminuta figura del infante se perdió en el camino que daría hacia Dale.

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Pasó un día entero desde su llegada a Dale sin avistamientos del mago, todos sabían que no podían seguirlo esperando aunque eso no evitaba que el hobbit tuviera un mal presentimiento de todo eso, había algo en el aire que le impedía estar tranquilo.

-No vamos a dejar la ciudad, este es nuestro hogar –dijo Bardo renuente a las palabras que decía Balin.

-Mi señor, por favor… por su pueblo no puede estar aquí. Hay orcos siguiéndonos pero no solo eso, un ejército viene de Gundabad por la montaña y ahora que el reino es débil la conseguirán –dijo el canoso enano al señor de Valle.

-No ha habido orcos en siglos, incluso el dragón fue la única amenaza que se ha presentado en el Valle ¿por qué ahora? –quisieron responderle pero en realidad no estaban seguros, Bolgo y Azog no actuarían así por simple venganza y aunque no estaban seguros siempre había algo más.

-No lo sabemos pero tenemos la sensación de que algo muy grande se aproxima. Levantaremos Erebor e impediremos que ataquen Valle, si nos ayuda le prometo una cantidad de la riqueza que mi padre guarda en la montaña –dijo Thorin mirando a Bardo con firmeza. El hombre sabía que podía confiar en el enano, en el tiempo que lo conoció nunca había roto su palabra.

-¿Qué necesitan? –preguntó Bardo.

-Armas, las suficientes para pelear contra un ejército de enanos y la promesa de ayuda si la requerimos de nuevo –ambos nobles se miraban como si una pelea se suscitara telepáticamente aunque sabían que era imposible, Bardo fue el primero en flaquear soltando un suspiro de frustración. No quería arriesgar a más gente de su pueblo por peleas que no le concernían pero… si lo que dijo es verdad entonces… tendría que ceder.

-Bien, en unas horas tendrán sus armas y transporte para llegar a la montaña –

-Transporte no –todos llevaron su mirada hacia Bilbo quien se sintió inesperadamente cohibido –llamaremos la atención, no podemos permitir que nos vean llegar a la montaña. En primer lugar ni si quiera podemos llegar por la puerta principal –ninguno había considerado esa cuestión hasta que Bilbo lo hizo.

-Tiene razón, sería peligroso –concordó Bofur.

-Hay muchas entradas secretas en la montaña, pero son entradas secretas que no se podrían usar a menos que tuviéramos la llave o supiéramos las palabras para usarlas –dijo Dwalin.

-Podríamos esperar al anochecer y trepar por las puertas –dijo Fili.

-No podrán –dijo Bardo –las cornisas son vigiladas por soldados de Thráin cada noche, las guardias no paran en ningún momento del día –

-Entonces necesitaremos una distracción –opinó Thorin.

-Bien, será su plan ¡Bain! –Llamó a su hijo –dile a los guardias que traigan armas de la armería, y pide a las costureras que le den ropas grises a nuestros invitados –

-¿Por qué ropas grises? –preguntó Glóin con aquella voz tosca que bien podría parecer grosera para algunas personas.

-Camuflaje. El camino a la montaña es boscoso y de pura piedra gris. Llamarán menos la atención si se cubren con ese color –se iba a retirar cuando la mano de Thorin retuvo el brazo de Bardo.

-Gracias por esto, señor de Dale –Bardo asintió con una leve sonrisa en sus labios dispuesto a seguir con sus labores –preparémonos, saldremos en unas horas –Todos se retiraron del salón buscando sus cosas para irse, Bilbo fue el único miembro que se quedó. Se acercó a Thorin tomando una de sus pesadas manos entre las suyas dando un beso en la comisura de los labios del enano.

Ambos estaban intrigados por la ausencia del mago, pero ya no podían aguantar más tiempo. Bilbo le dedicó una sonrisa conciliadora.

-Todo va a salir bien –entonces los brazos del enano lo rodearon en un fuerte abrazo que envolvió casi toda su figura.

-Lo sé, haremos que salga bien –

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Mientras en Dol Guldur, el Maiar conocido como Gandalf estaba indefenso tras su intento de atacar al rey brujo de Angmar dándose cuenta que no era solo eso. La oscuridad que una vez perteneció a Morgoth ahora estaba en su antiguo sirviente, que se disponía a pelear por dominar la Tierra Media.

Encarcelado. Sangraba más de lo que quería admitir sintiendo la magia oscura de aquellos que una vez fueron hombres. Nueve hombres que poseyeron anillos de poder. Nueve reyes. Nueve a los hombres condenados a morir.

Ahora no eran más que sombras y niebla que servían a un ser mucho más poderoso al que alguna vez le cedieron su confianza.

Sauron despertaba.

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-Nunca podremos agradecer tal muestra de amistad –dijo Thorin estrechando la mano de Bardo.

-La amistad no se debe agradecer, príncipe Thorin –sonrió –se debe retribuir, confío en que si Dale los necesita… -

-Vendremos, no lo dude –dijo Bilbo sonriente estrechando la mano de Bardo también. Pero entonces un gemido de dolor alertó a los presentes -¡Kili! –Exclamó el hobbit ayudando al enano a reincorporarse, tocó su frente notando como ardía a pesar de que sudaba frío –Tienes fiebre y estás pálido… enfermaste –

-Estoy bien –sentenció frustrado.

-No lo estas –iba a gritarle al hobbit que se encontraba lo suficientemente bien pero la mirada preocupada del mediano lo hizo ceder, soltó un bufido como si fuera un cachorro regañado recibiendo ayuda de Kili.

-Puedes quedarte si lo necesitas, tenemos un médico que puede ayudar –dijo Sigrid con voz calma.

-No necesito ayuda –

-Kili –llamó su tío –volverás a la montaña, y verás a tu madre de nuevo… pero la verás cuando estés sano –el menor iba a replicar pero fue interrumpido tajantemente por su tío –Dís ya ha tenido suficientes preocupaciones para anexarle el verte en este estado; además si te viera así la cabeza que rodaría sería la mía –sentenció para aligerar la tensión del príncipe más joven –la compañía te necesita a salvo –Kili no rebatió más, solo asintió.

-Yo me quedaré con él –dijo Fili acompañando a su hermano al interior del palacio de gobernación.

-Yo también, por algo soy el médico de esta compañía –dijo Dori caminando hacia ellos.

Thorin les dedicó una última mirada antes de desviarla a Glóin.

-Glóin, te quedas –

-¿Qué? ¡Pero no es justo! –

-Glóin –sentenció Thorin –confío en que los mantendrás a salvo… por Dís –un puchero sobresalió de su espesa barba rojiza mientras asentía no muy conforme con quedarse –El resto, vámonos –ordenó sin lugar a réplicas.

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Las horas pasaron y Kili no estaba mejor, el médico no sabía que tenía pero al ver que tenía la carne de la pierna oscura propuso amputarla. Basta decir que la espada de Fili se mantuvo demasiado tiempo cerca del cuello del médico como para hacerlo huir.

-¿Qué lo hirió? –se preguntó el enano rubio, con desesperación.

-La flecha… la flecha que le dispararon en el bosque –El reconocimiento en sus miradas les hizo darse cuenta que ese era el motivo.

-No tenemos medicinas para lo que sea que le hayan hecho los orcos –dijo Bardo pasando su mano por su cabello en un gesto de frustración.

-No creo que sea simple veneno, tiene que ver con magia negra –dijo Dori –no hay mucho que podamos hacer –dijo afligido el enano.

-No, no, no. Mi hermano no va a morir así –un gemido de dolor se propagó en la habitación justo cuando un orco rompió la ventana. Todos se pusieron en guardia pero fue Bardo el que con una estocada de su espada le atravesó el pecho distrayéndolo para posteriormente cortarle la cabeza.

-¡Sáquenlo de aquí! –exclamó el señor de Dale. Los enanos a duras penas lograron cargar a Kili hacia el pasillo; escucharon gritos en el exterior percatándose que no eran los únicos desafortunados que recibían la presencia de los sirvientes de Morgoth.

Lo llevaron por varios pasillos hasta llegar a una puerta desconocida, ahí se dieron cuenta que era la cocina. Glóin con un barrido de su brazo quitó todo lo que había en la mesa central dejando solo una bolsa llena de nueces que sirviera de almohada.

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Bardo peleó con los orcos que se inmiscuyeron a su hogar buscando entre las habitaciones a sus hijos. Ordenó a todos los sirvientes ocultarse o pelear mientras seguía buscando a sus hijos. Corrió a la biblioteca ubicando a Sigrid que con su arco tensaba flecha tras flecha disparándolas a la multitud de orcos que habían destrozado las ventanas.

-¡Sigrid! –exclamó.

-¡Papá! –la chica se acercó corriendo a su padre lanzándose a sus brazos. Cerraron la puerta bloqueándola con un mueble que había a un lado. Sabían que no los detendría por mucho pero sí lo suficiente para que pudieran buscar a Tilda y Bain.

-Busca a Tilda y Bain. No salgan de aquí y escóndanse con los enanos –dijo cuándo se metieron en un armario a dos pasillos de la biblioteca.

-Pero ¿y tú? –

-Tengo que ir a dirigir a nuestros soldados. Protege a tus hermanos y a nuestros invitados, confío en ti –

-Papá, ten cuidado –dijo abrazándolo, lo estrechó entre sus brazos deseando que no se fuera nunca. Justo ese mismo abrazo le recordó al último que le dio a su madre hace casi un año antes de su deceso –vuelve a salvo –

-Lo haré, querida –se despidió con un beso en su frente antes de salir corriendo para buscar a su ejército. Sigrid por su lado corrió por los pasillos en busca de sus hermanos.

Disparó flechas ante cualquier intruso que se encontrara sin piedad en sus pupilas, solo con la meta de encontrar a su familia. Cuando los encontró, Tilda estaba agazapada tras una mesa mientras Bain daba estocadas torpes pero certeras a los orcos que se cercaban. Sigrid disparó a los tres que quedaban para permitirse llegar hasta sus hermanos.

-¡Sigrid! –exclamaron los menores abrazándola con fuerza.

-Debemos buscar a los enanos y escondernos –

-Debemos irnos –dijo Bain.

-No, papá dijo que nos quedemos y cuidemos de los enanos. Vamos a hacer eso, así que andando –dijo.

Muy tarde se dio cuenta la mayor de los hermanos de que sus flechas se habían acabado, pues justo un orco se acercaba a ellos. Bain se preparó con la espada en mano apretando el mango entre sus dedos, aunque no llegó a usarla, pues justo cuando el orco se acercaba para embestirlos una daga voló directo a la cabeza del desagradable monstruo provocando su muerte y posterior caída al piso. Los niños giraron sus cabezas hacia un costado ubicando a Fili quien les sonrió aliviado.

-Vamos, vengan –dijo el rubio. Al momento los jóvenes corrieron hacia el enano a lo que sabían, era la cocina; agradecieron al rubio hasta que vieron a Kili sudoroso y temblando sobre la mesa mientras Dori cambiaba paños húmedos por otros más fríos para bajar su fiebre.

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Gimli divisó no muy lejos una multitud de hombres peleando con una horda de orcos encabezados por un sujeto de negra cabellera al igual que su barba, se lanzaba a los orcos sin temor cortando cabezas y clavando su espada en incontables armaduras.

El enano nunca había estado en un campo de batalla, no se sentía listo aún a pesar de que en los entrenamientos se hubiera mostrado emocionado por pelear. Ahora que veía de cerca las pupilas inamovibles en cuerpos que alguna vez respiraron ya no se sentía tan azuzado al respecto.

Sintió su labio temblar al ver un orco aproximarse a su escondite. Tenía una larga cicatriz en uno de sus ojos y no tenía labios que cubrieran sus puntiagudos dientes. Una flecha cortó el aire clavándose en el hombro derecho de la armadura del orco desviando su atención. El arquero que le había disparado no era otro más que el mismo hombre de cabellera oscura sin miedo en la mirada.

-Me hablaron de ti, Bolgo hijo de Azog ¿Le ofrecerías una buena pelea al señor de Dale? –una grotesca sonrisa se dibujó en el rostro del orco. Dijo palabras inteligibles para él antes de lanzarse sobre el nombrado señor de Dale.

Gimli decidió aprovechar la distracción y correr entre callejones y escaleras en busca de vestigios de enanos, necesitaba a su padre pronto. Quería verlo y que lo hiciera sentir seguro otra vez.

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Llegaron a la falda de la montaña cuando los colores rojizos y naranjas cubrían el cielo como si estuviera en llamas. Se cubrieron más en sus capas y caminaron lento siguiendo senderos escondidos entre las rocas junto a las grandes estatuas de reyes de antaño.

Bilbo admiró las grandes figuras talladas, asombrado por tal habilidad que poseían los enanos. Justo entre las escaleras divisó varios guardias haciendo rondas.

El sol se ocultó con demasiada rapidez llegando el punto en que la única que iluminaba su camino era la luna. La compañía se acercó a una de las laderas de la montaña cerca de las escaleras teniendo mejor visibilidad de los soldados.

-Por aquí… -dijo Balin –ser el más viejo tiene sus ventajas, conozco ciertos lugares donde hay pasadizos –dijo el enano internándose en una grieta en la montaña seguido por el resto. El interior podría causarle claustrofobia a cualquiera pero no se detuvieron. Siguieron hasta que la grieta se hizo más espaciosa llegando al tamaño de un pasillo pero no había nada al fondo –no… les juro que aquí había una puerta… yo… vine muy joven con la misma luna brillando sobre nosotros –

-Tal vez Thráin cerró todas las entradas –dijo Dwalin consolando a su hermano, si embargo cuando la tenue luz de luna viajó por la grieta en la montaña llegó a iluminar la piedra frente a ellos dando paso a una puerta, brillante y con una escritura que todos conocían pero ninguno sabía.

-Es élfico… ¿por qué está la escritura de los elfos en nuestra montaña? –preguntó Nori.

-Durin era amigo de los elfos, supongo que es un lugar así para que solo enanos o elfos puedan entrar –dijo Thorin.

-Pero ¿qué dice? –se preguntó Ori.

-Dice: Aquel que guarda el corazón del ser querido, diga la palabra del amante –dijo Bilbo sorprendiendo a la mayoría de la compañía haciendo que Thorin esbozara una orgullosa sonrisa –mi madre me enseñó algo de élfico –

-Los hobbits sí que son una caja de sorpresas –dijo Dwalin –entonces, es un acertijo –

-La palabra del amante ¿algún ser querido de Durin, tal vez? –Mientras los enanos discutían qué podía significar, el mediano repetía la frase en su cabeza buscando el significado, quizá no fuera un acertijo sino algo más literal.

-Quizá… meleth nîn –al decirlo en voz alta la puerta se abrió ante los sorprendidos enanos. Cuando el raspar de la piedra se detuvo se encontraban en uno de los pasillos del mercado de Erebor. Bilbo se giró hacia ellos con una amplia sonrisa.

-¿Cómo lo hiciste? –preguntó Bofur.

-La palabra del amante, significa que diga cómo le dices a la persona que guarda tu corazón, aquel al que amas. Solo dije meleth nîn. Cuando lo pensé supuse que era obvio –

-¿Qué significa? –preguntó Dwalin. Los ojos de Bilbo conectaron con los de Thorin dedicándole una dulce sonrisa.

-Significa mi amor en élfico –dijo dándose vuelta para internarse en el pasillo. El resto lo siguió dejando atrás a un ruborizado príncipe quien apenas pudo dar dos pasos enfrente cruzando la puerta deseando terminar pronto todo eso para al fin besar los labios de su amado hobbit.

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Saltando por los tejados de las casas ambos elfos y el montaraz se dirigieron al único lugar lógico en que podían residir los enanos y esa sería el edificio de gobernación donde vivía el señor de Dale. Ignorantes de la situación que acontecía dentro llegaron rompiendo un par de ventanas sobresaltando a los príncipes.

-Soy Legolas Hoja-Verde, ella es Tauriel. Venimos buscando a la compañía de enanos de Erebor –Tauriel miró a los presentes, eran solo niños… ¿Realmente Legolas creía que estos niños los recibirían cuando se veían tan asustados? Incluso Aragorn se preguntó si Legolas conocía el tacto al hablar.

-Disculpen la intromisión, nos iremos si tan solo… -

-¡Ayuda! ¡Ayúdenos! –Todos giraron para ver a Glóin exaltado –no está respirando bien, por favor… -el pánico amainó cuando notó a los elfos -¿Dónde rayos estaban? –reclamó. Tanto tiempo con los enanos los hizo ver que esa era una muestra de afecto como decir "Los extrañamos".

-¿Qué sucede? –preguntó Legolas.

-Es Kili –no necesitó más información, ambos elfos se precipitaron a la puerta de donde salió el enano percatándose de que ahí también se encontraba Dori, Fili y Kili; éste último moribundo en la mesa con la piel cetrina y escalofríos que hacían temblar sus rodillas.

-¡Kili! –se acercó la elfa con la voz acongojada, revisó su cuerpo ubicando la pierna oscurecida por el veneno de Morgoth, apenas rozó la herida aún abierta que despedía un olor fétido a podredumbre cuando un grito de dolor desgarró la garganta del enano más joven. Lágrimas se hacinaron en los ojos de la pelirroja que estaba renuente a dejarlas salir.

-¡Lo encontré! –dijo Bofur pero de un momento a otro llegaron orcos de todas las ventanas y puertas posibles de la cocina. Los elfos prepararon sus arcos y cuchillos para atacar a los orcos. Legolas disparó a la cabeza de varios dándoles una muerte rápida, Tauriel por otro lado estaba tan llena de ira que decidió cercenar las cabezas de unos cuantos o clavándolos en zonas estratégicas para que se desangraran. Bain tomó su espada y la clavó en algunos de ellos poniéndose frente a los enanos.

Sigrid hizo que su hermana se escondiera bajo la mesa mientras ella tomaba un cuchillo y lo lanzaba con gran puntería al orco que intentaba acercarse al enano de sombrero gracioso –como decidió llamar a Bofur –, tomó otros instrumentos de cocina lanzándolos a sus enemigos, fallando en ocasiones.

Aragorn cuidaba la espalda de Legolas aunque éste no lo notara, varias veces casi pierde la cabeza si no fuese porque el montaraz detuvo los ataques clavando su espada en el pecho de sus enemigos.

-Tauriel, debemos ir a buscar a Bolgo. Estos orcos no son simples lacayos, son generales directos de él –dijo acercándose a la puerta pero un gemido lastimero los detuvo identificando al autor de aquel sonido. Kili se retorcía de dolor en la mesa mientras Tilda limpiaba el sudor de su frente con un trapo húmedo. La pelirroja miró al enano, luego a Legolas, cambiando la dirección de su mirada imposibilitada a tomar una decisión.

¿Qué hago? ¿Qué hago? Se repetía.

Cambió su mirada a Bofur que estaba tendido en el suelo aun impactado por la reciente batalla, tenía en sus manos un ramillete de Athelas.

-¿Dónde conseguiste eso? –dijo Tauriel arrebatándoselo de las manos.

-¿Qué vas a hacer? –preguntó preocupado el enano.

-Voy a salvarle la vida –miró a Legolas con súplica obteniendo un resoplido de fastidio por parte del elfo quien simplemente asintió. Aragorn se mostró confundido.

-Solo son flores, esa hierba se le da a los cerdos para comer –dijo obteniendo una risa arrogante de Legolas.

-Son Athelas, hoja de rey. Aprenderás al menos algo en todos tus años de vida observándonos ahora que con tus sucios compañeros del norte –Tauriel comenzó a dar órdenes a diestra y siniestra. Tilda le pasó un tazón para deshojar la planta, Aragorn le pasó agua fría en una jarra para verterla en el cuenco mientras ella recitaba un hechizo en élfico.

-Jamás pensé vivir para presenciar la medicina elfica –dijo Dori con emoción, que podría ser mayor si su príncipe no se estuviera muriendo.

Mientras recitaba la pelirroja presionaba la herida con la masa de hierbas que había hecho. Kili soltó un alarido de dolor pero de ese no siguió ningún otro. Los ojos el enano se aclararon dejando que la bruma rodeara a aquella figura brillante que lo mantenía unido a la tierra de los vivos. Podía decir que era más hermosa que Yavanna, más hermosa que todas las flores en primavera, y esa figura luminiscente solo lo observaba a él.

Su corazón amainó hasta tener un latido regular, y el dolor en su herida se volvió casi nulo aun cuando la elfa seguía untando el ungüento con mayor presión para que entrara entre la carne herida. Tauriel creyó que el enano se desmayaría, pero no fue así; solo la miró por todo el rato que le aplicó la medicina. Cuando lo soltó un suspiro cansino salió de los labios del castaño para quedarse dormido.

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Dís se aseguró de que todos los soldados estuvieran en la cena que había preparado, no había ni un solo soldado vigilando ni en lo más profundo de la montaña. Todos estarían dormidos en unos cuantos minutos si las cosas iban como fueron planeadas. Los hongos del bosque negro podían ser alucinógenos muy útiles contra el dolor, en cantidades medias un somnífero eficiente, pero en grandes cantidades era perceptible en una comida con la primera mordida, sin embargo no evitaría la muerte instantánea de su receptor.

Pero ella no quería matarlos, sería un destino noble de su parte. Los dormiría el tiempo suficiente para que pudiese pelear con su padre y reclamar el trono.

Con la espada escondida bajo su capa caminó por entre callejones de la montaña escuchando leves sonidos de aviso. Un graznido le ayudó a saber que todos los soldados ya se encontraban comiendo.

Siguió por los pasillos seguida por unos cuantos de sus hombres armados y escuchó el canto de un zorzal anunciándole que un primer soldado había bostezado. Eso significaba que máximo una hora, todos ellos ya estarían dormidos y podría entrar a la sala del rey sin ser seguida.

-Quiero que en cuanto se duerman arrastren sus cuerpos y los aten en el comedor, si despiertan eviten que salgan –le dijo a los encapuchados tras ella quienes se dispersaron para ir a la cocina.

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No pasó mucho tiempo cuando Kili abrió los ojos, su entorno le era ajeno exceptuando aquella figura pelirroja a su lado.

-Tauriel –dijo débilmente llamando la atención de todos en la habitación quienes se habían sumido en un largo silencio nada incómodo, más bien un silencio para descansar de la reciente batalla. La pelirroja lo miró esbozando una tímida sonrisa.

-Descansa… -la elfa notó como los ojos del enano se achicaban con pesar.

-Tú no eres ella –afirmó –Ella está muy lejos de mi… -dijo con voz pastosa, pero perceptible para todos, y aun así pareciera que solo existían ellos dos –ella es una luz brillante que camina con las estrellas. Fue un sueño nada más –una silenciosa lágrima se deslizó de su lagrimal siendo acogida por el pulgar de la elfa al acunar el rostro del enano -¿crees que ella hubiera podido amarme? –Tilda contuvo el aliento emitiendo un gemido de sorpresa, sin embargo ninguno en aquella habitación estaba mejor. Legolas apretaba los puños sintiendo su corazón estrujarse dentro de su pecho, los gestos que hacía no pasaron desapercibidos para el montaraz.

Tauriel acarició su mejilla. Kili sostuvo aquella mano sin eliminar el contacto que ésta tenía con su rostro. Así la elfa eliminó sus dudas. Quería al enano y lo quería para siempre a su lado.

-Sí, ella podría –dijo eliminando la distancia lanzándose a los labios de Kili quien sorprendido de que su alucinación respondiera, llevó su mano libre a la nuca de la pelirroja sintiendo su sedoso cabello entre sus dedos y el vello de su cuello erizarse.

Si es un sueño no quiero despertar se dijo el enano. Se dio cuenta que no era un sueño cuando se separaron y se escuchó una puerta azotar no muy lejos. Legolas no había podido soportar más eso y salió raudo de la habitación antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse.

-¿Tauriel? –el enano se veía sorprendido provocando una risa de la elfa al ver aquella cómica expresión de asombro.

-Hola, Kili. Mi príncipe –no necesitó más para lanzarse de nuevo a la pelirroja para besarla con mayor ímpetu.

Todos los enanos se miraron incomodos ante la muestra de afecto de la elfina y el enano, sin embargo fue Fili quien rompió el silencio en la habitación carraspeando la garganta aunque eso no sacó de su ensimismamiento a la pareja en el centro de ella.

-Bueno… creo que necesitamos más agua y vendas… -dijo Fili, ambas princesas miraban con ensueño a los protagonistas de la escena hasta que el enano rubio dijo eso.

-¡Yo iré! –dijo Tilda ganándose una mirada de pánico por parte de sus hermanos.

-Claro que no, es peligroso, los sirvientes se fueron y el pozo está muy lejos –dijo Sigrid.

-Soy pequeña y rápida, volveré antes de que te des cuenta –dijo la niña haciendo un puchero indignado –seré cuidadosa, lo prometo –dijo la menor. Los hermanos mayores intecambiaron miradas inconformes pero sabían que la niña no dejaría de insistir.

-Bien, ve por el agua pero te acompañaré hasta la salida, después iré por más vendajes a la enfermería y nos vemos al pie de las escaleras –dijo Sigrid.

-¡Hecho! –

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En algún punto del pasillo dentro del mismo castillo escuchándose a lo lejos los yelmos y espadas chocar, rugidos y gritos, eran ignorados completamente por el elfo y el montaraz. Legolas tenía una mirada asesina, iba rumbo al exterior con toda la intención de desquitar su dolor con unos cuantos orcos.

-¡Legolas! –le llamó por enésima vez el azabache siendo ignorado de nuevo. Harto de hablar sin obtener respuesta tomó la muñeca del príncipe elfo y lo llevó a la pared acorralándolo al colocar sus brazos a ambos lados de su cabeza impidiéndole alejarse –Deja de ignorarme –

-Hay una amenaza allá afuera, no tengo tiempo que perder contigo y tus niñerías –dijo dispuesto a alejar de nuevo al montaraz pero éste sacó su espada y apuntó a Hoja Verde.

-Dije que ya basta –el elfo lo miró unos segundos con irritabilidad palpable, pero con agilidad sacó sus dos cuchillos y atacó. Aragorn lo vio venir, y con sencillos movimientos los esquivó respondiendo al combate con su espada.

Las hojas de sus armas chocaban sacando chispas al contacto fiero de ambos guerreros, Legolas se lanzó al Dúnedain desviando la espada del hombre a un lado para poder atacar a su cuello, pero Aragorn era fuerte y no permitió que eso sucediera mucho tiempo.

El rubio acorraló con sus cuchillos al hombre dispuesto a encajarlos donde pudiera, pero en otro movimiento Aragorn le dio un golpe con la empuñadura de su espada haciéndolo retroceder. En el exterior los soldados de Dale peleaban con ferocidad contra el enemigo, mientras tras las paredes de piedra elfo y hombre se reñían con violencia cargados de adrenalina.

Un par de movimientos fueron suficientes para hacer caer al príncipe elfo, al ser desarmado debido al golpe que le propinó el montaraz en el estómago. Aragorn apuntaba con su espada al príncipe tendido en el suelo quien se sostenía en sus propios antebrazos; ambos respirando pesadamente. Aragorn bajó su espada sintiendo su mano temborosa y la dejó en el suelo cuando se hincó frente al elfo quien lo miraba lleno de rabia.

-Tu corazón sostiene una carga muy pesada ¿qué es lo que guarda? –preguntó el hombre mirándolo directo a los ojos. Legolas parpadeó un par de veces confundido soltando el aire que no sabía que estaba conteniendo.

-Duele… no quiero verla con él, no quiero… la amo –dijo el príncipe mirando fijamente al montaraz aun con el ceño fruncido. El silencio que se situó solo era amortiguado un poco por la batalla al exterior.

-No es así – cortó el silencio – no la amas –

-¿Tú qué sabes sobre mí? –

-El amor no se basa en poseer, sino en dar. No la amas porque si lo hicieras estarías feliz de verla con alguien a quien ama y que la ama –Legolas abrió los ojos sorprendido por tal epifanía – no te digo que no dolerá, sino que seas feliz cuando el dolor se apacigüe porque ella está feliz –Legolas lo miró sin saber que sus ojos se empañaban.

Legolas había perdido a su madre, aquella elfina que había amado con su vida al igual que su padre. Ahora perdía a la mujer que siempre estuvo con él como una fiel compañera, leal a su lado, dolía perder…

-No quiero perder más –dijo soltando esas palabras casi en un gemido de dolor, sus ojos soltaron ríos de lágrimas que desembocaron en su barbilla, el dolor era profundo pero de pronto una calidez envolvió su cuerpo cuando los brazos del montaraz lo rodearon.

-Perder es parte de la vida, está bien; perder no es un castigo… cuando pierdes algo es porque llegará algo mejor –tímidamente respondió al abrazo aferrándose a la gabardina de cuero que cubría a Aragorn. El sonido de su llanto amortiguó en el hombro del hombre quien buscó transmitirle todo el cariño del que fuera capaz.

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Dís se escabulló por los salones de oro para llegar al trono donde se encontraba el rey, llegaría por el pasillo a su derecha consiente de que su padre no tenía buena vista de ese lado. Lo tomaría por sorpresa. Ahora que los soldados estaban dormidos sería su oportunidad de salvar a su pueblo y reclamar el trono.

Se internó en el salón del trono con pasos silenciosos hasta que se percató de que el trono estaba vacío. El tercer graznido que escuchó debía avisarle que su pare estaba ahí pero al parecer fue mentira. Se acercó con cautela mirando en todas direcciones viendo el lugar desierto hasta llegar a un metro del trono. Vio la piedra del Arca adornando el centro provocándole un nudo en la garganta. Quizá si destruía esa cosa todo volvería a ser como antes.

-Mi hija –esa voz hizo que Dis diera la vuelta desenvainando la espada ubicando a su padre –pareciera que no te he enseñado nada –tras él había al menos una docena de guerreros armados.

-Me enseñaste cómo no quiero ser –

-Además de que siempre que hagas aliados, debes asegurarte que lo sean –dijo él esbozando una sonrisa. La princesa observó a su padre con su único ojo refulgiendo con furia.

-No te acerques –dijo ella subiéndose sobre el trono y quitando la piedra de su lugar –o la hago trizas –

-¿Cómo podrías? No eres tan fuerte… -

-¿Quieres apostar? –Metió la piedra en su armadura para lograr sostener la espada con ambas manos –le quitaste todo a tu propio pueblo y traicionaste a tu familia. Eres un enano sin honor del cual su palabra vale lo mismo que la de un trasgo –sentenció con rabia –por una vez, ante tu hija… deberías de pelear sin ser un cobarde –el rey, herido en su orgullo desenvainó su espada acercándose a su hija con la mirada vacía de sentimientos.

-Entonces… que así sea -

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Tilda corrió al pozo en el interior del pequeño palacio ubicándose en una plazuela donde justo en el centro se encontraba su fuente de agua. Corrió tomando una cubeta cercana para colocarla al lado del pozo mientras ella tiraba de la cuerda para que la polea le permitiera sacar agua. Un chirrido y un gimoteo llamó su atención; desvió su mirada a una de las salidas de la plaza donde se cerraba una puerta dejando ver una figura, un poco más baja que ella, robusta y encapuchada.

-¿Hola? –Parece que sobresaltó a la figura que gimoteaba porque al instante se detuvo –soy Tilda ¿estás bien? –la figura se quitó la capucha dejando ver a un enano, pero no se veía como los otros, era pequeño y con las facciones aniñadas a pesar de la barba que cubría su barbilla.

-No… me perdí… buscaba a mi papá y no sé dónde está –dijo el niño, Tilda se sintió afligida por el enano, así que dejó de lado la cuerda escuchándose un chapoteo cuando la cubeta del pozo cayó al fondo.

-No te preocupes, yo te ayudo a encontrarlo ¿sí? Pero primero, ayúdame a llenar esa cubeta de agua –el niño se limpió las lágrimas y corrió a ayudar a la niña. Francamente, sacar el agua fue más fácil con la ayuda de su nuevo amigo. Sabía que los enanos eran fuertes pero no creyó que cargaría la cubeta llena de agua como si contuviera motas de algodón.

-¿A dónde vamos ahora? –

-Sígueme, tenemos que llegar pronto a la cocina –ambos infantes corrieron al pasillo llegando al pie de las escaleras donde se encontraron con Sigrid. La mayor iba a preguntar pero ninguno de los niños prestó atención y corrieron escaleras arriba con Sigrid a sus espaldas.

Abrieron bruscamente la puerta, el enano dejó la cubeta en el piso para que Sigrid la llevara a un lado de la mesa donde yacía Kili. Dos miradas se encontraron sintiendo el dolor, la alegría, tristeza y emoción en un mismo latido de sus corazones.

-Khagam… -dijo Gimli al borde de las lágrimas sintiendo que su cuerpo caería de rodillas. Glóin, al escuchar a su hijo llamarle padre en Khúzdul hizo todo más real. Se precipitó sobre el cuerpo de su hijo estrechándolo en sus brazos.

-Mi niño, Gimli –no contuvo sus lágrimas sintiéndolas resbalar por sus mejillas hasta perderse en su espesa barba -¿estás bien? ¿Estás herido? Por Mahal… estás tan delgado –dijo con aflicción.

-Estoy bien. Te extrañé mucho –dijo el infante correspondiendo al abrazo, quería quedarse ahí para siempre pero a su mente llegó el recuerdo de su madre siendo arrastrada por los hombres del rey –no tenemos tiempo, debemos irnos –

-¿Cómo evadiste al grupo de orcos que llegó a la ciudad? –dijo Dori.

-Me escabullí entre los callejones y me cubrí con algunos matorrales –dijo el niño –papá, los soldados encerraron a mamá en las mazmorras, tenemos que ir por ella –Glóin abrió sus ojos con sorpresa cambiando unos segundos después por una ira cegadora.

Antes de que pudiera hacer o decir algo se escuchó el chirrido de la puerta paralela a aquella por donde entraron Tilda, Sigrid y Gimli dejando ver al montaraz y al príncipe elfo.

Gimli conectó su mirada con la del elfo recién llegado hipnotizado por la belleza sobrenatural del rubio haciendo que su estómago se revolviera y su corazón latiera fuertemente contra sus costillas. El elfo lo miró inquieto por la penetrante mirada del infante hasta que el pequeño pelirrojo lo apuntó con una mirada decidida.

-¡Eres el ser más hermoso que he visto! –lo único que se pudo oír fue una carcajada nasal ahogada de Tauriel, por el contrario todos los enanos que quedaron se veían entre impactados y asqueados, menos Kili que estaba aún bajo el trance que le dejó el saberse correspondido. Incluso Aragorn se mostró consternado por la punzada de celos en su estómago al ver al niño zafarse de los brazos de su padre para acercarse al príncipe elfo -¡Sé mi esposo! –las princesas contenían la risa de manera inútil al igual que su hermano. Aragorn era el único que no reía además de Glóin.

-Lo siento niño, éste elfo ya tiene prometido –dijo Aragorn tomando al elfo de la cintura, pero en dos segundos Legolas se alejó de su agarre.

-¿Disculpa? No tengo dueño, y si fuera así no sería un montaraz narcisista o un enano de montaña –miró fríamente a sus dos pretendientes notando que ninguno le estaba prestando atención, ambos estaban ocupados lanzándose miradas desafiantes.

-Am… oigan, tenemos que irnos de aquí –dijo Bofur mirando por la ventana como desde el cielo se veían unos cuantos murciélagos que bien conocía y sabía que su único propósito al ser creados eran como herramientas de guerra. Legolas tomó su arco cuando divisó a Bolgo dando órdenes a sus orcos para que le siguieran, al parecer perseguían algo o a alguien. Pero en su mente solo tenía claro que ese bastardo debía morir.

-Tauriel, mantenlos a salvo –dijo.

-¿Tú que harás? –por primera vez desde que llegaron se separó solo un poco de Kili prestando atención a Legolas.

-Voy a matar a Bolgo –

-¡No puedes ir solo! –

-¡Tauriel, es una orden! –sorprendida se puso rígida cuando el príncipe desapareció por la puerta. Aragorn le dedicó una breve mirada de consuelo yendo tras el elfo recibiendo un mudo agradecimiento por parte de la pelirroja. Tauriel terminó de introducir lo que quedaba de athelas del cuenco en la herida del enano para después vendarlo y apretarlo a pesar de los quejidos de dolor de Kili.

-Tenemos que irnos, no estamos seguros aquí –

-Papá nos dijo que nos quedemos –dijo Bain pero Tauriel lo ignoró ayudando a Kili a sentarse.

-Tenemos dos opciones, morir escondiéndonos o morir peleando ¿Cuál prefieren? –entonces los tres hermanos se dedicaron vistas fugaces decidiendo lo que harían.

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Legolas llegó a una callejuela mirando los murciélagos en vuelo. No atacaban pero parecía que buscaban algo o analizaban el campo de batalla; pudo vislumbrar a lo lejos a Bardo agotado y arrinconado por Bolgo. Se veía resignado a morir pero eso no sucedería, no ahora que Hoja Verde había localizado a su presa.

Se lanzó con agilidad pasando por los obstáculos en su camino hasta caer sobre el orco rodando calle abajo. Al detenerse ambos se pusieron de pie amenazándose mutuamente con sus armas. Con su vista periférica pudo alcanzar a ver al desgarbado muchacho que vivía con los Dúnedain.

-¡Aragorn! ¡Ayuda al señor de Dale! –dijo Legolas haciendo su primer movimiento de ataque.

Aragorn sostuvo con su hombro a Bardo ayudándolo a caminar. El montaraz no dudó en llevarlo con la multitud que se reunía cerca del mercado. Pidió ayuda a dos hombres para que lo llevaran con ellos, su preocupación se desviaba solamente a Legolas.

Por otro lado, el príncipe elfo chocaba su espada contra la de Bolgo escuchándose el chirriar del metal contra metal. Buscando desarmar a su enemigo, Legolas atacó la muñeca del orco consiguiendo que su arma saliera volando a otro extremo de la calle, dispuesto a por fin clavar su espada en su pecho se sorprendió cuando el orco evitó el ataque sosteniendo su espada y con fuerza descomunal la lanzó lejos.

El orco golpeó su frente con la del elfo haciéndolo trastibillar, lo envolvió en sus brazos y lo estrujó deseando escuchar sus huesos romperse, pero Legolas era escurridizo, así que aprovechando la ligereza de su cuerpo, con un pie se apoyó en una pared y empujó haciendo al orco chocar su espalda violentamente con la pared contraria. Legolas sacó sus cuchillos listo para clavarlos en su garganta, dos estocadas fallaron cuando Bolgo las evadió hábilmente.

El orco dio un puñetazo a su rostro y otro a su estómago antes de lanzarlo a la pared. Otros dos orcos llegaron a atacar a Hoja Verde pero una espada le cortó el cuello a uno mientras Legolas le rompía el cuello al otro con sus manos.

-¿Estas bien? –preguntó Aragorn con la respiración agitada al igual que el príncipe elfo. Intentaba regular su respiración y recobrar la lucidez luego del golpe que se había dado en la cabeza –Estas sangrando –dijo preocupado el montaraz.

Legolas, confundido por la afirmación sintió la humedad resbalar de su nariz. Se llevó la mano a aquella zona notando que efectivamente tenía sangre. Su pecho se movió arrítmico y sus latidos se dispararon. Estaba furioso.

-Ahora quiero matarlo aún más –nadie desde su juventud de entrenamiento le había sacado una gota de sangre. Ahora que alguien lo había logrado, ese alguien perdería cada gota de sangre que guardara su cuerpo.

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Caminaron por laberintos interminables dentro de la montaña escuchando apenas murmullos entre las paredes de piedra, pasaron por el gran comedor de los guerreros viendo como aquellos que debían proteger a su gente los amagaban, golpeaban y humillaban. Como las enanas luchaban por mantener sus vestidos en su lugar lejos de las manos de los guerreros. Escondidos decidieron tramar un plan.

-Ori, Bombur; quiero que vayan a las mazmorras y saquen a todos los prisioneros –ordenó Thorin –Bofur, Bifur, Nori, Oin, hagan que los soldados de ahí los sigan ¿bien? Llévenlos a las fraguas. Dwalin, Balin, Bilbo, nosotros vamos a buscar a mi padre y al resto de los soldados; donde esté mi padre estará mi hermana –

Todos fueron a hacer lo ordenado. Ori y Bombur se precipitaron a las mazmorras bajando un camino interminable de escaleras hasta que dieron con el lugar. No había ningún soldado y no entendían por qué, pero no pensaron mucho en ello, eso debía ser muy buena suerte para ellos.

Con sus armas en mano fueron pasando celda por celda rompiendo los cerrojos bajo la atenta mirada –cargada de esperanza –de cada enano en ellas, llegando a la última Ori observó una figura conocida.

-Maïn –dijo el menor cuando la enana dejó de esconder su rostro en sus rodillas para verlo.

-Ori… -El enano se adentró en la celda tendiéndole la mano.

-Tenemos que irnos –ella la tomó con mínima fuerza, estaba temblorosa y le habían cortado la barba.

-¿Dónde está Glóin? –preguntó mirando de Ori a Bombur.

-Él está bien, pero lo importante ahora es irnos –ambos ayudaron a la enana a salir viendo afuera al resto de los prisioneros quienes los miraban aliviados –Thorin ha vuelto –y ese alivio pronto se volvió en regocijo.

Por otro lado: Bofur, Bifur, Oin y Nori se internaron en el comedor llamando la atención de los soldados.

-Vaya… nos vamos unos meses y se vuelven más imbéciles de lo que eran, además de carecer de el mínimo de orgullo para obligar a damas a acostarse con ustedes –dijo Nori.

-¿Qué esperabas? No son capaces de hacerlo por si mismos que tiene que usar la fuerza –dijo Bofur.

-No hay mejor descripción para una horda de cobardes con espadas –dijo Oin todos los soldados dejaron de lado a los enanos sometidos cuando Bifur soltó una sarta de insultos en khúzdul que les hizo hervir la sangre.

Corrieron siendo seguidos por aquel ejército escuchándose el eco de sus armaduras chocar contra sus espadas y sus cotas de malla. La adrenalina los hizo correr sin detenerse hasta llegar a la fragua.

-¿Y ahora qué? –preguntó Bofur viéndose rodeados por los soldados. Bifur les hizo voltear hacia los rociadores de emergencia que estaban sobre sus cabezas. Todos intercambiaron miradas cómplices.

-¡Hey! ¡Imbéciles! Tengo que decirles que su capacidad de razonamiento me tiene impresionado –dijo Nori, todos corrieron escaleras arriba seguidos no tan de cerca por el ejército –puedo decir que llegan casi al nivel de una mosca, aunque haciendo pruebas quizá la mosca les gane por un par de puntos –dijo poniendo rojos de ira a los guerreros. Antes de acercarse más, Oin tiró de la palanca dejando salir cascadas de agua arrasando con el ejército, la fuerza fue tanta que los mandó al suelo dejándolos inconscientes y fuera de combate.

Los cuatro festejaron con golpes de camaradería entre ellos.

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El choque de espadas siguió de la misma forma que empezó, rudo y fiero sin estrategia; cargado únicamente del dolor en ambos corazones. La enana ya estaba agotada de la batalla, no seguiría en pie mucho tiempo; la falta de comida le estaba pasando factura en ese momento que ni la adrenalina podría ayudarla; entonces en un momento de divagación la espada le fue arrancada de la mano con la fuerza de una estocada.

La enana retrocedió sosteniendo su costado con una mano mirando a su padre mientras respiraba agitadamente.

-Ya fue suficiente de esto, no puedes vencerme –la princesa tomó la piedra en una de sus manos dando una mirada a su padre, ahogada en resentimiento la lanzó por el precipicio escuchándose caer hasta el fondo de la montaña. Entonces los ojos de Thráin pasaron de ver al precipicio a su hija.

Su seño estaba fruncido de una manera que pareciera que su piel se rompería para juntar sus cejas. La espada retumbó al caer justo cuando Thráin dirijo un puñetazo al rostro de su hija, el anillo de fuego en su anular quedó marcado en su mejilla haciéndola caer al suelo.

Los oídos de la enana zumbaban sin reconocer lo que pasaba a su alrededor solo percibiendo como la cargaban y la arrastraban fuera del salón del trono. Poco a poco su visión regresaba dejando de ver manchas blancas y oscuras para darse cuenta a donde la llevaban.

Esa era su rendición, pero llegaría ante Mahal sabiendo que lo había intentado. Los guardias la empujaban bruscamente hasta aquella piedra aun pintada de un color negruzco debido a la sangre que se había derramado. Su padre estaba mirándola fijamente desde un costado viendo solo vacío en sus ojos.

Su gente estaba de rodillas frente a la piedra de ejecución mirándola con lágrimas en los ojos, quería consolarlos y decirles que todo estaba bien, quería ver a sus bebés por última vez… quería ver a su hermano. Pero ya no sería posible.

Ahora fue cuando perdió completamente la esperanza. Cerró los ojos esperando su destino escrito con el filo de un hacha empuñado por un don nadie. Para ella no había forma más digna de morir, defendiendo lo que creía, defendiendo a su familia, amigos y a su pueblo. Esbozó una sonrisa sintiendo una lagrima escurrir por su mejilla. Sintió el filo del hacha en su cuello para ser alzado nuevamente por su verdugo.

Muchos enanos lloraban, gritaban, suplicaban siendo reprendidos por la guardia del rey.

Esperaba ver a su amado y a su hermano Frerin para que la guiaran pero el corte nunca llegó, solo es sonido del metal clavándose en la roca a escasos milímetros de su nariz. No podía creer la mala puntería de su verdugo hasta que algo desató sus muñecas, giró su vista para ver a Dwalin sonriéndole con dulzura.

-Dwalin… -Entonces lo entendió, miró entre la multitud en dirección contraria a la flecha que se había clavado en el brazo del verdugo. Frente a todos se encontraba Thorin hijo de Thrain, hijo de Thror… Heredero del rey bajo la montaña.

Dís no reprimió su sonrisa al ver ahí a su hermano seguido de Balin y con un extra ¿Quién era ese adorable enano sin barba?

Los iniciales murmullos se convirtieron en ovaciones en un par de segundos exclamando lo que todos eran conscientes: el futuro rey había llegado.

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Espero que les haya gustado. Estoy feliz de poder subir algo más en esta historia. Me ha acompañado casi toda mi carrera universitaria y siento que ha evolucionado satisfactoriamente.

Comentarios positivos y negativos son bienvenidos, mis amores.

¡Ciao!

CaocHatsune.