Había pasado casi un mes desde la última vez que vio a Midoriya. Sin embargo, para Todoroki, era difícil saberlo con exactitud; especialmente ahora que había vuelto a sus días monótonos. Era como si el tiempo no pasara.
El muchacho permanecía tirado en la cama, en silencio, observando el techo como si pretendiera descifrarlo. Si abandonara la habitación, lo único que escucharía a su alrededor serían preparativos de su enlace con la princesa Yaoyorozu. Y, aunque se tratara de un día en el que él sería el protagonista, pocas veces era incluido en esas decisiones.
Si no era para ensayar la ceremonia o para probarse el traje, su presencia no era requerida.
Y así, Todoroki permanecía en sus aposentos, esperando a que las horas pasaran más deprisa. En aquel momento el joven príncipe volvió la vista al jarrón situado al lado de su cama. Ahí dentro seguía la rosa que le regaló Izuku. Lentamente y, siendo apenas consciente de sus acciones, Todoroki se incorporó para cogerla.
Entonces suspiró derrotado al fijarse en que, por mucho que se negara, siempre terminaba pensando en él, extrañándole... preguntándose cuándo volvería a verle. Sabía que sería más sencillo si aceptara que todo había acabado; pero, aunque no lo admitiera, Todoroki seguía teniendo esperanza. Después de todo, era lo único que le daba fuerzas para seguir afrontando el resto de su reinado.
El chico se pasó los dedos por el pelo, tratando de peinarlo. Nunca se lo había dejado tan largo y, pese a que le resultaba algo incómodo, no tenía intención de cortarlo. De hecho, era divertido cuando su padre le recordaba lo inadecuado que era para un príncipe llevar el pelo largo o lo ridículo que estaba. Que al rey todavía le incordiasen sus pequeños actos de rebeldía era algo que Todoroki no quería perder.
Pero, sobre todo, el joven príncipe estaba manteniendo una promesa.
Su cabello apenas le llegaba a los hombros y, por Midoriya, estaba dispuesto a dejar que siguiera creciendo. Aunque Midoriya lo hubiera propuesto a saber por qué la misma mañana en la que despertaron juntos. Aunque se tratara de algo completamente anecdótico. Para Todoroki, se trataba de algo más importante y, por encima de todo, no iba a olvidarlo.
Era imposible.
Jamás olvidaría todo lo que había pasado desde que había conocido a Izuku; todas las tardes en el acantilado, cuando galoparon bajo la lluvia, cuando le robó su primer beso o cuando Izuku fue tan despistado que no sabía ni encontrar la silla de su yegua. La de veces que Todoroki se había sentido culpable por parecerle motivo de risa el comportamiento tan torpe del chico. Y todas las ocasiones que había querido abrazarle, tocarle más, sentir más de él.
No quería rememorar todos aquellos recuerdos que no volverían, pero era incapaz de no dibujarlos en su mente cada día.
Mientras sostenía la rosa, Todoroki pensó que en algún momento goteó, pues así lo mostraban las dos pequeñas gotas que habían ido a parar a su colchón.
Sin embargo, el chico se llevó una sorpresa al darse cuenta de que su visión se volvía borrosa. En su garganta empezó a hacerse notar un pequeño pero molesto ardor. Entonces Todoroki no tardó en sentir unas cuantas lágrimas recorriendo sus mejillas.
Se llevó una mano a la cara, incrédulo, como si no entendiera lo que estaba ocurriendo. El muchacho comenzó a retirarse las lágrimas de forma inútil, pues no dejaban de salir más.
Estaba llorando.
Y, al parecer, estaba fuera de su control.
Entonces dejó caer la rosa sobre el colchón y se cubrió la boca; su labio inferior temblaba y no sabía cómo pararlo.
En esos momentos era incapaz de recordar la última vez que había llorado de esa misma manera. Seguramente cuando era niño. Una vez se despertó después de haber llorado durante una pesadilla, pero no era nada comparado a lo que le estaba ocurriendo en ese instante.
Llorar significaba un signo de debilidad y, desde luego, no era algo que debiera verse en un heredero al trono. Sin embargo, en esa ocasión estaba solo; aunque inapropiado, era demasiado tentador dejar por fin de contenerse.
Y así, Todoroki siguió llorando en silencio.
No necesitó un espejo para saber que, probablemente, tendría un aspecto horrible. Sentía su cara arder, su mirada seguía algo borrosa por las lágrimas... y lo único que se escuchaba era el desagradable sonido que hacía al sorberse los mocos.
Era embarazoso, era humillante... y, aun así, Todoroki empezó a sentirse muy aliviado, como si se hubiera quitado un peso de encima.
El chico volvió a tirarse en la cama boca arriba y, mientras terminaba de calmarse, se retiró los últimos restos de lágrimas. Entonces respiró profundamente, preguntándose cuántos minutos habían pasado.
Todoroki sentía que, de alguna manera, cargaba en ese momento con la culpa de algo tan banal como haber llorado. No acostumbraba a expresar todo lo que sentía por muy gratificante y satisfactorio que fuera.
Y, sin embargo, no se arrepentiría si tuviera que repetirlo.
Bakugou permanecía sentado en la celda, dejando que su espalda se apoyara en los barrotes de forma despreocupada. Desde la conversación con Nedzu, no se había dignado a hablar con nadie más, aunque no es que recibiera muchas visitas: además de los centinelas que le traían la comida, en muy raras ocasiones aparecía Todoroki.
El joven príncipe había perdido a sus confidentes; desde que tuvo que decir adiós a la reina y a Midoriya, se sentía solo. Y en cuanto a Nedzu... Todoroki pensó que ya había abusado demasiado de su confianza. Ya había perdido una oreja por su culpa y no iba a compartir nada que lo expusiera a más desastres. Su profesor ya sabía cómo se sentía y, después de todo, estaba demasiado involucrado.
También había noches en las que Todoroki visitaba los mausoleos, desesperado por querer hablar con su madre, por querer convencerse de que ella le estaba escuchando desde alguna parte. Pero el chico necesitaba algo más y, al no encontrar el reconforte que deseaba, decidió entonces empezar a visitar a Bakugou.
Bakugou no era precisamente un interlocutor ejemplar, pero, para el joven príncipe, era suficiente con tener a alguien con quien poder hablar.
El joven bárbaro estaba dejando que su espalda se resbalara lentamente sobre los barrotes, importándole poco si terminaba desparramado en el suelo. Lo único que le llamó la atención en esos momentos fue, un día más, la voz del príncipe.
- Quiero ver al prisionero.
Katsuki resopló para sí mismo. Tenía claro que Todoroki no le caía bien y, sin embargo, se estaba acostumbrando a su presencia.
En cuanto los centinelas le cedieron el paso, Bakugou escuchó a Todoroki acercarse.
- Bakugou - dijo el príncipe.
No esperó ninguna respuesta, pues su compañero difícilmente le dirigía la palabra. Entonces Todoroki se sentó sin prisas cerca de Bakugou, separados siempre por aquellos barrotes fríos. Al fondo de la celda vio el plato sin tocar de Katsuki.
- ¿No vas a comer? - preguntó Todoroki.
- ¿A qué demonios has venido ahora? - le respondió sin dirigirle la mirada.
Aunque no le estaba mirando, Todoroki se encogió de hombros.
- No lo sé, la verdad - dijo - Me siento muy raro.
- ¿Por qué sigues viniendo?
Entonces Bakugou se llevó las manos a la nuca, acomodándose. Por su parte, pese a que Todoroki solo recibía respuestas de rechazo, le resultaba entretenido poder mantener por fin una conversación, aunque fuera tan fallida como aquella.
- Porque somos amigos.
Aquella respuesta fue pronunciada con tanta seguridad que Bakugou no pudo evitar mirarle completamente incrédulo.
- ¿Qué dices? Ni de coña.
Todoroki se mantuvo unos segundos en silencio tratando de reflexionar sin mostrarse ofendido.
- ¿No? - preguntó el chico - Pero hemos pasado mucho tiempo juntos.
Bakugou volvió a retirar la vista tras dejar escapar un resoplido, agotado de escuchar tanta estupidez.
- Tú no has tenido amigos en tu puta vida - soltó.
- Supongo que no.
El joven bárbaro esgrimió una mueca de fastidio; la actitud tan ignorante e incompetente de Todoroki siempre le irritaba. Sin embargo, no resultaba demasiado insoportable.
El príncipe era un Todoroki, y Bakugou odiaba a los Todoroki. Pero, después de todo y aunque no lo admitiera, resultaría injusto juzgarles a todos de la misma manera que Bakugou odiaba que se hiciera con su pueblo.
En ese momento Todoroki se dio cuenta de que llevaban unos minutos en silencio.
Era cierto que apenas conocía a Bakugou. Al menos, no tanto como seguramente lo conocía Kirishima. Aunque era difícil que pudiera saber más de él en una situación tan inadecuada como la que se encontraban, el joven príncipe podía entender la frustración de Bakugou; el hecho de haber perdido a sus gentes y, posteriormente, su libertad.
Lo comprendía y, por ello, pensaba que conocía a Bakugou. Pensaba que, después de todo, eran amigos.
- Te sacaré de aquí cuando me case - declaró de pronto Todoroki.
Bakugou simplemente exhaló una pequeña risa.
- Eres un ingenuo de mierda - aseguró - Aunque te conviertas en rey por una estúpida boda, Endeavor va a seguir haciendo lo que quiera.
Entonces Todoroki dejó escapar un suspiro.
- Solo quiero ayudarte.
- Pues no lo necesito. Y menos de ti. Cuando me vaya de aquí encontraré a Kirishima y no volveréis a vernos.
Bakugou se había girado levemente con la firme intención de darle la espalda a Todoroki. Se mantuvo sentado, con los codos apoyados sobre sus rodillas y la cabeza baja.
- Está con Midoriya.
Al joven bárbaro le costó unos segundos reaccionar.
- ¿Eh? - dijo sin levantar la vista.
- Kirishima. Está con Midoriya - repitió Todoroki - Está bien.
El muchacho miró al príncipe como si no le estuviera hablando en su idioma. Si Bakugou siempre había detestado el rostro inalterable de Todoroki, en aquellos momentos le resultaba aún más molesto.
- ¿De qué hablas?
- Estuvieron aquí - respondió Todoroki simplemente.
El rostro de desconcierto de Bakugou terminó convirtiéndose en uno de fastidio, convencido de que se estaba riendo de él.
Entonces, rápidamente, Bakugou alargó un brazo entre los barrotes y sujetó a Todoroki de la camisa antes de darle tiempo a reaccionar.
- ¿Cómo que Kirishima ha estado aquí? - gruñó entre dientes, a escasos centímetros de la cara del chico - ¿Cuándo?
Bakugou le había dejado claro a Kirishima que se pusiera a salvo y, desde luego, lo último que necesitaba el chico era entrar en el castillo.
El joven príncipe le observó sin apartar la mirada ni resistirse a su agarre.
- Izuku vino a verme una noche y Kirishima lo ayudó. Pero se marcharon antes de que amaneciera; están a salvo - explicó - A los centinelas no les gustará ver que el prisionero me tiene sujeto por el cuello.
El muchacho sopesó la advertencia de Todoroki, pues estaba en lo cierto. Pese a que el joven príncipe no era de su agrado, no era inteligente llamar la atención en los calabozos. Por ello, decidió soltarlo.
- Así que yo aquí y tú, mientras tanto, echando un polvo - refunfuñó, acomodándose de nuevo en su sitio.
Todoroki no dijo nada, como si estuviera pensando en las palabras de Bakugou.
Tras unos largos segundos, el joven bárbaro volvió a dirigirle la mirada. Al observarle tan tranquilo después de pronunciar una declaración tan atrevida, Bakugou arrugó el gesto.
- ¿¡En serio!? - le replicó - ¿¡Aquí dentro!?
Todoroki simplemente se encogió de hombros.
- No sé qué me pasó.
A pesar de que no podía expresarlo con palabras, el chico recordaba a la perfección cómo se sintió aquella noche; cómo cada fibra de su piel ardió bajo las caricias de Midoriya y cómo, inexplicablemente, en su estómago se sucedían unas adictivas cosquillas cada vez que pensaba en la posibilidad de ser descubiertos.
Todoroki se revolvió el cabello, abrumado por aquellas desconocidas sensaciones.
- Y ¿de qué te ha servido? - gruñó Bakugou mientras permanecía con la espalda pegada a los barrotes - No vas a volver a verle.
- Ya lo sé... - Todoroki suspiró, acomodándose de igual manera de espaldas a los barrotes - Creo que te envidio.
Ante aquel comentario, Katsuki tuvo que contenerse para no estallar de ira.
- ¿Me estás vacilando?
- Tú serás libre en cuanto salgas de aquí - continuó como si no hubiera escuchado el enfado de su compañero - Podrás volver con Kirishima mientras que yo...
Como si hubiera llegado a una importante conclusión, Todoroki guardó silencio. Le resultaba algo tan evidente que estaba lejos de sorprenderle, pero nunca antes lo había llegado a verbalizar.
- Yo... no quiero casarme.
Las palabras de Todoroki hicieron un pequeño eco en la celda, como si su confesión amenazara con quedarse grabada en las paredes.
- No quiero casarme - repitió, sonando con más determinación.
- Ya te he oído - le respondió Bakugou, cortante - Igual tienes suerte y todo acaba antes de que tengas que casarte.
El joven príncipe le miró, confundido.
- No te entiendo.
- Digo que el monstruo que acabó con mi tribu sigue por ahí fuera - explicó Katsuki sin alterarse lo más mínimo - Me gustaría ver las caras de esos idiotas cuando venga; a ver si tienen huevos ahora de seguir diciendo que la masacre nunca existió.
- ¿No tienes miedo?
Entonces el joven bárbaro le dirigió una afilada mirada.
- ¿Miedo yo? - respondió - Pienso matar a ese hijo de puta por lo que le hizo a mi pueblo - aseguró mientras se colocaba las manos detrás de la cabeza, despreocupado - Le voy a estar esperando.
Aunque admiraba de alguna forma el tesón de Bakugou, Todoroki se quedó sopesando sus advertencias.
- ¿Sabes cuánto tardará en venir? - preguntó el muchacho.
- Y yo qué sé. Pero este reino tiene los días contados.
Era evidente que Bakugou seguía detestando el reino de Endeavor; desde luego, tenía motivos para hacerlo. Y, por ello, no mostraba ninguna intención de hacer algo para ayudarlo y evitar su destrucción.
Sin embargo, si las palabras de Katsuki eran ciertas, Todoroki debía, al menos, intentar evitar una nueva masacre.
Después de todo, sus gentes no tenían por qué pagar el precio de un rey incompetente.
Pasó el tiempo con pesada lentitud hasta que, finalmente, llegó el día de la ceremonia. Justo días después de que Midoriya y Kirishima se toparan con Sorahiko.
Si lo que decía el chamán era verdad, no podían permitir que le ocurriera algo en el reino. Por ello, los chicos se ocuparon de que Sorahiko no se comportara de manera demasiado impulsiva, pues estaba decidido a luchar aunque fuera por su propia mano.
Midoriya y Kirishima necesitaban saber más sobre Chisaki, sobre cuándo estimaba Sorahiko que llegaría y qué podían hacer para impedirlo.
Pero, sobre todo, cómo proteger mientras tanto a un chamán y a un dragón dentro de un reino que condenaba cualquier uso de magia negra.
Después de que Midoriya y Kirishima consiguieran esconder al anciano en casa, Inko escuchó con atención al hombre. Según avanzaba, el rostro de la mujer adoptó una expresión de inquietud. Desconocía si era por la tranquilidad con la que Sorahiko relataba la posible catástrofe que estaba a punto de suceder o simplemente por lo que estaba escuchando.
Como todo el reino, Inko conocía la leyenda de la noche de la masacre. Pero ignoraba que fuera más que eso, que una leyenda popular. Que aquella gestión de Endeavor provocase el enfrentamiento de los dos reinos y que la existencia de la magia se hubiese mantenido oculta desde entonces era demasiado que asumir en tan poco tiempo.
- Y... ¿el último de los Bakugou está en el castillo?
Más de una vez y, aunque lo hubiera escuchado a la perfección, Inko pedía que se lo repitieran. Sobre todo porque no estaba segura de cómo reaccionar.
Mientras tanto, Midoriya se culpaba a sí mismo en silencio; desde que decidió poner fin a su relación con Todoroki, se mantuvo al margen de todo lo que le rodeaba. De todo lo que habían vivido juntos, la masacre de la tribu y su último superviviente, la magia... Algo que pretendía cerrar y dejar atrás y que, en esos momentos, concluía que era lo más estúpido que había hecho nunca.
- Todo es cierto... - empezó Izuku - Cuando... cuando estuvimos en el bosque los guardias nos encontraron antes de que llegáramos hasta Sorahiko. Todo lo que dice es verdad.
Tras aguardar unos segundos, Inko volvió a hablar.
- Este reino nos hará callar antes de creer esta historia; la magia y todo el que la maneje está sentenciado - comentó - Tenemos que irnos de aquí.
- ¿¡Qué!? - exclamó Midoriya.
- Si la leyenda es cierta, este reino desaparecerá también. Y no parece que seamos rivales para él - dijo Inko mientras miraba a Sorahiko para buscar su confirmación.
- No, desde luego que no - respondió, despreocupado - Pero por mucho tiempo que huyáis, Chisaki terminará regresando.
- Tenemos que hacerle frente - insistió Kirishima con determinación.
- Lo que no comprendo es qué pintáis vosotros dos en esto - cortó el hombre a los dos chicos - Yo soy el único que puede anular su magia si es que vuestro rey se digna a permitírmelo.
Entonces Midoriya habló con decisión. Con la seguridad que hace tanto tiempo había añorado.
- Porque estoy cansado de estar quieto - aseguró - Mamá, sé que solo quieres irte para protegernos y que harías cualquier cosa por mí, pero... - entonces Midoriya miró a sus compañeros sin perder la intención en su discurso - Si huimos, estaríamos repitiendo lo mismo que hizo Endeavor en la masacre. Y... yo no quiero darles la espalda. Ni a ellos ni al príncipe.
Midoriya habló a su madre mientras le sostenía la mirada, a escucha de todos sus acompañantes.
- Son nuestros amigos - recordó Kirishima.
- Izuku... ¿y si os pasa algo?
- No nos pasará nada. Te lo prometo, mamá - afirmó el chico - Pero esto es algo que necesito hacer. Necesito estar... orgulloso de mí.
Finalmente, Inko miró a los muchachos, así como a Sorahiko. Se levantó y abrazó a su hijo con fuerza, como si temiera perderle ahí mismo. La mujer ya había tenido esa horrible sensación una vez y, después de todo, no quería volver a imaginarse al chico lejos de su lado de nuevo.
- Tened cuidado, por favor...
- Mamá... - murmuró Izuku mientras le devolvía el abrazo.
Antes de que pudiera arrepentirse de dejarle marchar de nuevo, Inko deshizo el abrazo.
- Yo le protegeré, señora Midoriya - aseguró Kirishima, sonriendo - Me encargaré de traerlo de vuelta a su lado.
Izuku miró a su compañero, agradecido. Pensó entonces que, si ya no iba a haber más secretos ni más razones para ocultar sus aventuras, Kirishima merecía, por fin, ser reconocido como quien realmente era.
- Mamá... quiero que sepas que, si no hubiera sido por Kirishima, lo habríamos tenido muy difícil ahí fuera - empezó - Puede que la magia sea peligrosa, pero no siempre es así... quiero decir...
Midoriya se aclaró la garganta antes de continuar.
- Kirishima es un dragón. Y es nuestro amigo - declaró - Perdona por habértelo ocultado.
Cualquiera en el lugar de Kirishima debería haberse sentido nervioso tras haber sido descubierto. Sin embargo, hacía mucho que el joven dragón había dejado atrás su lado más inseguro; él estaba orgulloso de quien era y de haber encontrado gente que le había aceptado.
Llevaría muchos años hacer que la gente se adaptara a la magia y a criaturas tan fantásticas como los dragones. Pero, en esos momentos, Inko solo veía al chico que había cuidado de su hijo cuando él más lo necesitaba.
- Kirishima... - le dijo al chico mientras mostraba una pequeña sonrisa - Gracias por haber protegido a mi hijo.
Midoriya sonrió aliviado.
Ya no había nada en sus corazones que pudiera detenerlos. Sin más secretos ni más negaciones, salvarían el reino. Serían ellos los que, finalmente, cambiarían el destino de sus gentes.
- ¿Nos vamos ya o nos quedamos aquí? - preguntó Sorahiko, cansado de esperar.
Los trajes de ceremonia siempre destacaban por su alto diseño y su poca utilidad.
Además, daban muchos problemas en el momento de ponérselos; por ello, el propio Nedzu se había ofrecido a ayudar a Todoroki.
No era solo por su indudable espíritu servicial; Nedzu sabía que, después de que su enlace con la princesa Yaoyorozu tuviera lugar, no iba a ser fácil volver a hablar con Todoroki. Y así, al menos aprovecharía esa oportunidad para estar con él una vez más.
- Es admirable lo poco que os molesta vuestro cabello - comentó el roedor mientras observaba al príncipe peinarse.
En ese momento Todoroki detuvo sus acciones.
- ¿Hasta cuándo vas a seguir tratándome de vos? - preguntó sin acritud.
- Bueno... debo acostumbrarme a ello ahora que seréis el rey, ¿verdad?
Todoroki se mantuvo en silencio unos segundos y, finalmente, retomó su actividad.
- Supongo.
Nedzu se retiró para alcanzarle las botas a Todoroki. Cuando se volvió a acercar a él, se dio cuenta enseguida de lo ausente que estaba el joven príncipe. A pesar de las advertencias severas del rey y de sus castigos, Nedzu nunca perdería lo mucho que había aprendido de su alumno.
Por mucho que su sordera fuera a más, el roedor siempre sería capaz de averiguar si algo no iba bien.
- ¿Estáis nervioso? - preguntó Nedzu al ver que Todoroki estaba centrado en cepillar el mismo mechón de pelo una y otra vez.
- No... La verdad es que no.
Todoroki miró su reflejo en el espejo como si pretendiera descifrarlo y, tras dejar escapar un suspiro, dejó el cepillo sobre la mesilla.
- Estaba pensando. Es que siento que... no sé. Se supone que hoy mi vida va a cambiar, pero yo creo que va a seguir igual - explicó - Que voy a estar aquí metido siempre. A las órdenes de mi padre.
Hacía días que el joven príncipe sentía que se había alejado de Nedzu, que había dejado de oírle por culpa de su sordera... Sin embargo, en ese instante podía afirmar que su profesor le estaba escuchando con atención.
- Mi señor, así lo elegisteis al regresar al castillo.
"Yo no lo elegí" pensó Todoroki. Pero, desde luego, era una mentira demasiado descarada como para pronunciarla en voz alta.
- Lleváis años burlando a los hombres del rey - le recordó Nedzu - Podríais haberlo hecho una vez más.
- No tenía elección - murmuró Todoroki al recordar el momento en el que decidió respetar los deseos de Midoriya. De cómo pusieron fin a una relación que, en realidad, no acabaría.
- Siempre hay elección, mi señor - comentó el roedor.
Finalmente, Todoroki le dirigió la mirada a Nedzu.
- ¿Cuándo te has vuelto tan... deslenguado?
Nedzu se encogió de hombros levemente y dejó finalmente las botas cerca de Todoroki.
- Será cosa de la edad. Os pido disculpas.
El joven príncipe se acomodó en su asiento sin dejar de mirar a su profesor que, a su manera, también parecía que había perdido el entusiasmo por los días venideros.
- Tú viviste la masacre. Sabes igual que Bakugou que ese monstruo anda suelto - apuntó Todoroki.
- Y, con todo, sé que vos tampoco habéis perdido la esperanza; sabéis que hay una salida desde que decidisteis no volver a cortaros el cabello.
Al haber mencionado su pelo, el joven príncipe se pasó los dedos por el cabello de manera instintiva, con delicadeza para evitar despeinarse.
- Sin esperanza no hay forma de que pueda seguir adelante - se excusó Todoroki.
Nedzu estaba feliz de saber que, con el tiempo, podía comprender a su alumno cada vez con menos dificultad. Y, sin poder evitarlo, esbozó una pequeña sonrisa.
- Tened esperanza entonces.
Todoroki volvió a mirar pensativo su reflejo.
A pesar de que su sensatez le decía que se estaba aferrando a nada, una pequeña parte de él necesitaba creer en esa salida. En ese anhelo que le brindaba Nedzu; en saber que todo acabaría bien al volver a reencontrarse con Midoriya.
- ¿Estás seguro de lo que dices? - preguntó Todoroki después de volver a dirigirle la mirada.
Por su parte, Nedzu se mantuvo sonriente; ingenuo como Bakugou siempre solía describirle.
- Solo tengo una corazonada.
Por fin las puertas del castillo abrieron y los habitantes del reino no tardaron en aglomerarse, impacientes por entrar. Con la sala del trono ya preparada para la ceremonia, un par de centinelas se encargaban de vigilar la entrada y controlar que la gente pasara de forma ordenada.
- Esto es un escándalo, ¿es que no saben que no puedo estar de pie tanto tiempo? ¡Exijo entrar ya!
- Paciencia, abuelo, ya falta poco - le pidió Uraraka mientras le sujetaba del brazo.
Las estaciones más cálidas del año se estaban acercando y, por ello, era extraño ver al anciano cubierto con una amplia prenda de abrigo. Sin embargo, al tratarse de una persona mayor, no estaba demasiado fuera de lugar.
Cuando ambos llegaron a la entrada, el anciano continuó quejándose, por lo que Uraraka no tuvo más remedio que hacerle callar.
- Perdónenle, son muchos años - se excusó la chica mientras sonreía.
Los caballeros le dirigieron una mirada de desconfianza al anciano, quien apenas era reconocible bajo aquel abrigo.
- ¿Podemos pasar ya? - preguntó amablemente Uraraka - Estamos deseando disfrutar de la ceremonia.
Al ver que todavía quedaban muchas personas por entrar, los centinelas finalmente les permitieron el paso.
La mayoría de gente en el reino desconfiaba de Uraraka desde que sus padres experimentaron con la magia negra. Aunque aquello era cosa del pasado y no se habían tomado cargos contra la chica, Uraraka era, en ocasiones, el centro de muchas miradas.
Solo cuando por fin estuvieron dentro, la muchacha soltó aire casi de forma brusca.
- Te has pasado un poco - le dijo al hombre - Además, mi abuelo no es tan cascarrabias.
- Estamos dentro, ¿no? Es lo que importa.
Mientras caminaban aparentando despreocupación, Uraraka se acomodó entre sus ropajes las partituras de Bakugou.
- Espero que a los chicos les vaya bien - comentó la chica.
- No nos queda otra que esperar que encuentren a Nedzu - respondió Sorahiko, recolocándose su abrigo para no dejar su apariencia a la vista, especialmente delante de los caballeros que se movían dentro de la estancia.