Realmente lamento la tardanza, se suponía que esto se tenía que subir muchisimo antes, pero no pude terminar de escribir ya que se me había borrado el documento donde estaba trabajando y tuve que empezar de nuevo.

Gracias a todos los lectores que me apoyaron con esta historia y las demás. En serio, su opinión es muy valiosa para mi. :D

Más de catorce mil palabras, me he desvelado escribiendo y corrigiendo y finalmente terminó con el especial del cumpleaños de Kaiba basado. Ahora tendré que ponerme con el especial de navidad... o los especiales.. Quien sabe...


Yo no inventé Yugioh ni sus respectivos personajes, todo pertenece a Kazuki Takahashi, quien hasta el día de hoy admiro su trabajo y esfuerzo por mantener viva esta obra de arte.


El sol nuevamente iluminaba las cortinas de la mansión, ni una vida reaccionaba ante su luz hasta que parpados pesados comenzaron a moverse antes de haber escuchado la alarma preparada para el horario debido. Kaiba Seto era de aquellos que no dormían con la misma facilidad con la que despertaban. Su alarma debía sonar en diez minutos y su cuerpo ya pedía despertarse. Sin embargo, no se iba a quejar, la noche anterior había dormido un poco mejor que de costumbre, dedujo que el motivo sería porque no había trabajado en todo el día.

Mientras su cuerpo se tomaba su tiempo para moverse, Kaiba no podía evitar preguntarse sí al faraón le sucedía algo parecido al dormir; quería saber sí tenía dificultades para dormir, con qué soñaba, cuáles eran sus pesadillas, cuáles eran sus miedos. Sacudió su cabeza. El cansancio le hacía pensar tonterías.

La alarma sonó. Un pitido agudo vibró en sus sensibles oídos, movió su mano hacia el aparato, silenciándolo completamente. Dejó salir un suspiro pesado al ver el reloj.

06.05 am.

Mokuba no lo despertaría a esa hora, quizás ni él estaría despierto en este momento. Debía aprovechar la oportunidad para irse a trabajar, aunque la idea de dejar al faraón solo en su mansión no era muy interesante.

Un chillido se escuchó salir de la puerta, la cual se abría lentamente. Dedos pequeños pudieron ver los ojos azules del castaño, pequeños, pero no lo suficiente como para ser de Mokuba. Tenían que ser del otro Yuugi.

- Sí tienes pensado entrar, entonces, abre la puerta de una vez. – Kaiba no dudó en demostrar su temprana irritación. La puerta se abrió en su totalidad con el ruido de lo que podría haber sido una patada y reveló la figura de su rival, quien estaba vestido con una camiseta negra de mangas largas y unos pantalones del mismo color; este detalle asombró a Kaiba, viendo cómo el faraón estaba sin el pijama y levantado tan temprano. Además. No pudo evitar notar que llevaba una bandeja con un plato y una taza, su contenido todavía era invisible.

- Buenos días a ti también. - Respondió el faraón con una cara de pocos amigos y muchas víctimas. Caminó hacia la cama de su rival, apoyando levemente la bandeja mientras observaba al castaño acomodarse para dejar un espacio. Parecía algo atolondrado al mirar el contenido de la bandeja, pues era una taza llena de café con crema que formaba la figura de un dragón extendiendo las alas, y en el plato, dos tostadas con manteca y un poco de dulce de color naranja encima.

- ¿Qué es esto?- Kaiba preguntó bruscamente señalando la bandeja. Había jurado escuchar cómo el otro Yuugi tragaba saliva con nerviosismo, llevando sus manos a sus bolsillos, desesperadamente evitando la mirada. El castaño no recordaba bien lo que había sucedido anoche, sólo recuerda lo cansado que estaba su rival y cómo le había evitado el trabajo de hacer la cena. Chasqueó levemente su lengua pensando en su torpe 'amabilidad', sí es así cómo debería llamarla.

Antes de eso, el faraón dormido en su hombro, su suave respiración que rozaba su mentón. Nunca se había sentido tan relajado hasta ese entonces, tal es así que cedió ante el sueño también, dejando reposar su cabeza encima de la de su rival. Sus rostros estaban tan cerca cuando despertaron… Sacudió sus pensamientos, pidiendo que se vayan, aquellos que lo emboban, lo distraen de su camino y su ideología.

-Tu desayuno.- Masculló el faraón.

Sus ojos se abrieron como platos, era un desayuno muy elaborado para haberlo preparado el faraón, quien no sabe reconocer una simple lechuga. Sonrió ante su propia torpeza, ¿cómo podría haber pensado que él faraón fue quien preparó tal café, o que haya sido capaz de colocar manteca y dulce sin que se desparramen por los bordes de la tostada?

-Agradécele a Mokuba de mi parte.- No sabía dónde estaba Mokuba, quizás se haya ido a trabajar antes del tiempo estimado para asegurarse que su hermano no trabajara. Tan pequeño y tan terco. Sin embargo, sólo una persona y nadie más, fue capaz de obligar o asegurarse de que el faraón haga un buen trabajo sirviendo a su rival, y ésa, era Mokuba.

El ceño del faraón se arrugó bastante al escuchar semejante respuesta salir de la boca del castaño, sonaba burlón a sus oídos. Estaba indignado. Apretó sus puños entre sus brazos y lo miró fijamente. - ¿Qué tiene que ver Mokuba? – Por supuesto que sabía que su rival estaba insinuando que él no era capaz de hacer un desayuno tan simple. No iba dejar que lo mofara de esa manera.

Kaiba no borraba esa sonrisa tan presumida. – Pues, fue él quien hizo éste desayuno. ¿No es así?- A pesar de que el otro Yuugi detestaba ser subestimado, reía ante la idea de romperle la burbuja a Kaiba, esa burbuja que le repetía varias veces que el faraón sólo era útil en los juegos y nada más que en eso.

-Lamento decepcionarte, Kaiba, pero éste desayuno lo preparé yo.- El faraón dijo sin evitar sonar igual de presumido que su rival. –Aun cuando tu hermano me dio órdenes exclusivas de que no te molestara mientras duermes, supuse que despertarías en la mañana de todas maneras.- Añadió.

Kaiba estaba sorprendido de que su rival haya ignorado las pesadas órdenes de Mokuba, teniendo en cuenta las necesidades del castaño. El otro Yuugi se tomó las molestias de levantarse lo suficientemente temprano como para preparar un desayuno para su terco oponente. Su corazón latía, finalmente recordaba aquellos labios semiabiertos la noche anterior, su aliento… Su cálido aliento.

-¿Qué haces ahí parado? ¿Esperas una medalla? Era lo que tenías que hacer, vasallo.- Kaiba respondió bruscamente sacudiendo de nuevo sus molestos pensamientos. El faraón pudo sentir sus puños temblar, ya estaba cansado de su engreído rival.


El otro Yuugi se había mantenido lejos de Kaiba, por lo menos hasta la tarde, pues no quería que se repitiera lo de la noche anterior ni mucho menos quería acabar golpeando su cara. Eran dos situaciones inevitables cuando estaban cerca.

Kaiba tampoco se hizo presente a sus ojos mientras se distraía por la mansión, observando libros, habitaciones, intentando abrir cajones cerrados con llave. El faraón sabía que se estaba metiendo donde no le incumbía pero Kaiba tenía un corazón de cuatro cerraduras y vagamente había tocado la primera de ellas. ¿Por qué sus amigos habían aceptado tal misión como abrir el corazón de Kaiba? ¿Por qué él? ¿Por una infantil suposición de un niño como Mokuba?

El reloj marcaba que ya había pasado cinco horas lejos del castaño, cuando el faraón ya había pensado que Kaiba estaba inspirado con más órdenes. ¿Estaba esperando a Kaiba acaso? Era su oportunidad para llamar a Jounouchi.

Corrió hacia lo que sería su habitación, pues ahí dormía y ahí tenía el bolso de Yuugi, el cual llevaba su libreta personal con los números de teléfono de todos, incluyendo a Jounouchi.

Pasó las hojas pequeñas de la libreta buscando el nombre del rubio, desesperado al ver que no lo encontraba. Repitió su pasada de hojas, revisando atentamente el contenido de cada página. Suspiró de alivio, su corazón latía con rapidez, un nudo en su garganta que marcaba los nervios que aumentaban. Encontró el nombre de Jounouchi Katsuya escrito en una de las hojas con un número abajo.

Llevó la libreta cerca de un teléfono para comenzar a marcar.

Un pitido retumbaba constantemente por sus oídos, pateaba el aire con frecuencia para calmar sus ansias.

Tenía que hablar con Yuugi, con Jounouchi, con alguien, pero este juego es un error.

-Hey, aquí Jounouchi Katsuya.- Una voz conocida y esperada apareció en el teléfono. El faraón no pudo evitar sonreír.

-¡Jounouchi-kun!- Exclamó con alegría. – Necesito hablar contigo…- Las palabras del faraón fueron interrumpidas por la anhelada voz del rubio.

-… no puedo atender su llamada en este momento, pero espera la cosa… el tono, y deje su mensaje.- El otro Yuugi se tomó unos minutos para darse cuenta que quien le hablaba era su contestadora, resistió la tentación de lanzar el teléfono contra una pared. Tenía que salir de la mansión y buscarlo personalmente, eso es lo que haría, por eso se dirigió hacia la gran puerta nuevamente, pero el delicioso olor que invadía su interior interrumpió sus pasos. Cada vez que se acercaba a la cocina, el olor se volvía más fuerte.

Sí el faraón se preguntaba dónde estaba Kaiba o qué estaba haciendo, pues su pregunta ya fue contestada al ver a Kaiba en la cocina, cortando una cebolla con demasiada delicadeza. Sus dedos se movían en sintonía y sostenían el cuchillo ligeramente, sus cortes eran perfectos, no tenían comparación con los del faraón, aunque él no quiera admitirlo. La concentración de su rival seducía al otro Yuugi, pero la triste mirada permanecía en el castaño, llamando de otra manera la atención del faraón.

Caminó unos pasos más cerca, observando mejor lo que cocinaba en las ollas, y notando más los movimientos de sus manos trabajando con el cuchillo. Kaiba no movió la cabeza, sino sus ojos para captar la atención de su curioso rival. Un olor mezclado a cebolla y caldo de verduras invadía la cocina, el calor del vapor del agua que ya estaba por hervir chocaba las pequeñas mejillas del faraón y sus ojos, sólo apuntaban a una persona y esa persona, también le dedicaba su mirada.

-Mokuba no vendrá a casa esta vez. El almuerzo es sólo para nosotros.- Kaiba rompió el hielo mientras detenía sus movimientos. El otro Yuugi todavía se encontraba confundido, pues pensaría que Kaiba le iba a ordenar que hiciera el almuerzo, pero él está ahí cocinando sólo para él y para el faraón, su rival, su 'vasallo'. No se veía frustrado, ni impaciente, su comportamiento era un misterio.

- ¿Qué haces? – El faraón pregunta torpemente, sin saber sí preguntaba qué era lo que cocinaba o cuáles eran sus planes.

- La comida que arruinaste ayer, la estoy cocinando como se debe. – Respondió el castaño, los ojos del otro Yuugi seguían los movimientos de las manos de Kaiba que arrastraban los pequeños pedazos de cebolla hacia una olla más pequeña. Definitivamente no tenía comparación con la forma que había tomado la vez anterior.

Kaiba lo observó por unos segundos, a quien estaba posicionado a su lado, con la mirada torpe. Dio unos pasos hacia atrás y le cedió el espacio que él antes estaba ocupando. El faraón arqueó una ceja.

-Quiero que cortes esa cebolla.- Kaiba dijo señalando a la otra cebolla que se encontraba en la tabla de madera. No tenía aquella capa que dificultaba al faraón para cortar, así que no sería ninguna complicación. El otro Yuugi 'obedeció' y decidido tomó el cuchillo, presionando con fuerza la hoja contra la verdura, haciendo una cortada brusca causando que tome una forma poco elegante, como sí un monstruo la hubiera mordido con su gran mandíbula. – Mal. – Es lo único que se escuchó decir del castaño. El faraón trató de ignorarlo, pero le molestaba su propia ignorancia y sólo continuó cortando como él sabe hacer. Kaiba chasqueó la lengua. – Lo estás haciendo mal, vasallo. No debes apresurarte, debes apoyar ligeramente la hoja del cuchillo sobre el borde, luego presionas hacia abajo como si dibujaras la forma que debe tomar. – El consejo de Kaiba rebotó por los oídos del faraón mientras él mismo apoyaba sus manos suavemente con las de su rival, simulando el movimiento que quería expresar y enseñándole cómo cortar una simple cebolla. No sabía qué era más incómodo, sí su rival explicando algo tan básico o sus manos encima de las suyas; eran suaves y frías, pero grandes, casi cubrían sus pequeñas manos.

Dejó de concentrarse en el joven castaño que estaba cerca de él debido al ardor que comenzó a sentir tanto en sus dedos como en sus ojos. ¿Qué estaba pasando? El olor provenía de la cebolla, eso seguro, extrañamente se combinaba con la presión en sus dedos que lo quemaba, sus ojos lagrimeaban y dolían intensamente. Se hizo hacia atrás escurriéndose los ojos y emitiendo un ligero gemido de dolor. - ¡Algo me está quemando! – El faraón dijo con desesperación. - ¿Qué le pusiste? – Preguntó casi como si fuera una acusación.

Kaiba arqueó una ceja. – Es lo que hace la cebolla, contiene azufre entre sus componentes que luego se desprende cuando la cortamos, es lo que causaría tal reacción. – Contestó con simpleza. El faraón hizo oídos sordos, estaba concentrado en deshacerse del ardor. Kaiba no pudo evitar sentir la necesidad de reírse en su cara, aun así decidió sólo guardar el recuerdo del faraón, su rival, en completa desesperación por algo tan normal.

- ¿Cómo lo detengo? – El otro Yuugi preguntó torpemente. Kaiba se limitó a sonreír levemente y 'arrastrar' al faraón a una de las canillas donde dejaría salir agua fría y mojaría su cara. Su mano pasó bruscamente por sus ojos hasta su mentón. El faraón ignoró tal brusquedad, llevó ansiosamente sus manos hacia el agua fría y volvió a mojar su cara. La sensación de fuego incendiando su cara desapareció lentamente.

Se volteó para ver un trapo casi rozando su nariz, ofrecido por su rival para secar su rostro empapado. Lo tomó sin quejas, pero con un ligero rubor debido a la vergüenza que sentía. - ¿Cómo a ti no te ocurrió nada? –

- Llevo tiempo cocinando, faraón, estoy acostumbrado. – La palabra 'faraón' retumbó por la cabeza del otro Yuugi, ¿Kaiba dijo eso?

- ¿Cómo me dijiste? – Estaba atónito, ¿acaso Kaiba le dijo 'faraón'? No 'vasallo, no 'Yuugi', sino 'faraón'. Kaiba pareció darse cuenta del error que cometió, mordió el interior de su mejilla y volteó su mirada hacia cualquier lado que no sea el rostro de su rival.

- ¿Eres estúpido, vasallo? – Fue la única respuesta del castaño. El faraón suspiró frustrado y decidió no discutir.

Kaiba sólo se dedicó a continuar cocinando para ambos, el otro Yuugi imaginaría que su rival tenía sirvientes para eso y desde que 'despertó' en la mansión, no vio ninguno que no sea Isono. ¿Será obra de Mokuba? Era vergonzoso pensar en eso, que los dejaran solos como si fueran a avanzar en algo. Ya era difícil para el faraón que Kaiba lo saludara correctamente.

No había notado que Kaiba ya estaba vestido, con otra camisa, esta vez de color negra y unos vaqueros que le quedaban mejor que el pantalón que le había elegido ayer. No pudo evitar sonreír levemente al pensar en ello. Se dio una palmada en la frente; no podía pensar así, era estúpido.

Luego de unos largos minutos de aburrimiento para el faraón, los platos habían llegado a la mesa. Definitivamente no tenía comparación con el desastre que había cocinado él en el día de ayer, la salsa no tenía esos cubitos negros que le daban un sabor amargo, los fideos se deslizaban por los dientes del tenedor y seguro que el sabor era exquisito. El plato en sí se veía elegante.

Kaiba se sentó en la silla frente al faraón. – Come. – Fue lo que masculló.

El otro Yuugi sonrió. – Gracias por la comida. – Dijo al aire y con el tenedor llevó los fideos a su boca, sintiendo el cosquilleo del dulce sabor de la salsa de tomate junto con una sensación conocida que es la de la cebolla, esta vez no estaba quemada, no era difícil de tragar, al contrario, su sabor generaba cierto placer que le hacía querer más.

El castaño observaba a su rival, comía con una estúpida sonrisa en su rostro, y maldición, comía demasiado rápido. Recordaba lo mucho que le costó al vasallo tragar la comida que él mismo había cocinado y ahora, come como sí su estómago fuera un pozo sin fondo. Estos dos días sólo vio distintas facetas del Rey de los Duelos, las que podrían humillarlo, las que Seto Kaiba nunca creyó que iba ver. Esto era perfecto, vio a Yuugi desesperarse al no poder cocinar un plato tan básico y lo vio a punto de vomitar lo que había cocinado. Ahora, acaba de revelar lo tragón que puede ser.

Por unos segundos, el faraón se sintió observado, dejó de masticar para notar que esos ojos azules lo estaban apuntando como si estuviera siendo analizado. - ¿Sucede algo? – El otro Yuugi preguntó bruscamente sin haber tragado antes. Kaiba sonrió levemente y llevó su dedo índice a la comisura de su propia boca. El faraón no comprendió el gesto, hasta que lo imitó y sintió algo viscoso en su labio inferior. El rubor invadió sus mejillas cuando se dio cuenta de que estaba comiendo sin cuidado y rápidamente tomó una servilleta para limpiarse.

Kaiba se estaba riendo internamente, viendo como su rival intentaba evitar su mirada mientras la vergüenza lo inundaba. Se hizo el distraído bebiendo un poco de té.

- Tonto Kaiba. - El otro Yuugi dijo en su cabeza sin perder la oportunidad de lanzarle una mirada asesina luego de haberse limpiado. Sin embargo, Kaiba no lo estaba mirando, bebía tranquilamente de su té y tenía los ojos cerrados. A pesar de todo, Kaiba se veía un poco descansado, sus ojeras permanecían en su lugar pero no eran tan intensas como antes. Su rostro era agradable.

Sintió una puntada en su pecho cuando observó su brazo, sus mangas arremangadas hasta el codo revelaban una ligera marca que era un poco más oscura que el resto de su piel. Era la misma marca que vio en la espalda de Kaiba, una cicatriz.

El castaño abrió sus ojos en cuanto dejó de beber el té, estaba siendo observado, su rival tenía aspecto de haber visto un fantasma. Siguiendo sus ojos se enteró que era lo que Yuugi tanto miraba. Se agitó, su corazón temblaba, se sentía completamente desnudo. Su cicatriz, estaba viendo la cicatriz en su brazo, o por lo menos, lo poco que reveló al haber arremangado sus mangas. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?

Inmediatamente acomodó sus mangas, cubriendo enteramente sus brazos. Kaiba apretó sus dientes, su rival aun lo miraba. ¿Acaso le tenía lastima? – Estúpido Yuugi. – Kaiba dijo en su cabeza.

Los ojos de Yuugi brillaban, se veía preocupado. La paciencia de Kaiba se estaba acabando. – No necesito que me mires como si fuera un cachorro abandonado. – El castaño rompió el silencio con rabia.

- ¿Por qué lo dices? – El faraón preguntó astutamente, Kaiba no iba a caer en juegos.

- ¡Sabes bien a lo que me refiero! – Respondió con furia. No quería hablar de ello, pero no podía soportar que le tuvieran lastima, y mucho menos sí es su rival. – No necesito de tu lastima, Yuugi. –

El faraón se acomodó en su asiento para mirar a los ojos a su desesperado rival. – No estaba teniéndote lástima, Kaiba. – Contestó con honestidad. – Sé que no la necesitas, no conozco bien la historia detrás de esas cicatrices, pero sé que tienen que ver con Gozaburo, y tu lucha por proteger a Mokuba. No tienes que hablar de eso, sí no es lo que quieres. – Kaiba escuchó atentamente a las últimas palabras, Yuugi, estaba considerando su incomodidad, no estaba intentando hurgar en una vieja herida. No sabía sí agradecer que Yuugi haya estado presente durante lo sucedido con Noah o no, hacía que esta conversación sea menos complicada. No parecía esperar una respuesta ni mucho menos dar vueltas sobre el mismo tema, todo dependía de Kaiba sí confiar su solitaria lucha o no. ¿Cómo se siente ser escuchado?

Suspiró un aire que no sabía que estaba reteniendo. – Sólo te diré que lo tomo como una victoria, no es algo del que deba… - Las palabras de Kaiba fueron interrumpidas.

- Lo sé. – El faraón dijo sobre su silencio. – Ni tú ni yo vamos a lamentarnos por sea lo que sea que te haya sucedido en tu niñez. – Kaiba quedó sorprendido al saber que Yuugi lo comprendía más de lo que esperaba. ¿Debería ser más precavido entonces?

Kaiba se quedó sin palabras, mantuvieron el silencio por unos minutos, hasta que uno de los dos decidió levantarse de la mesa. El faraón fue el primero en dejar la silla, sin decir palabra comenzó a lavar su propio plato y lo demás que Kaiba usó para cocinar.

El castaño de ojos azules lo miró, observó su posición, su forma de mantenerse recto. No importa cuántas veces lo humille, siempre tiene esa postura de Rey. Apretó sus dientes así como sus puños. Sin palabras, aun sin palabras. Su corazón todavía está latiendo, ¿qué es esto? Se sentía patético, vulnerable. Todo por una maldita cicatriz, ni siquiera vio la cicatriz entera y ya sabe que tiene unas cuantas más. ¿Por qué? ¿Por qué cuando esas marcas dibujaban la palabra 'victoria' en su espalda, se siente tan claustrofóbico, tan perseguido?

No importa lo que pase, Gozaburo siempre estará pisando sus talones al mismo tiempo que el otro Yuugi. Kaiba pensaba desesperadamente en una forma de sacar a Yuugi de su cabeza, de su vida entera. Antes suponía que el fantasma de Gozaburo era causa de Yuugi, sin embargo, son dos fantasmas distintos y puede asegurar, que son demasiado molestos.

El faraón no sentía lastima por su rival, aunque no podía evitar estar preocupado. Quizás Kaiba lo vea como una victoria, quizás lo sea, pero su soledad y tristeza se puede ver en su mirada. Sus ojos azules son un mar lleno de rabia y confusión. ¿Cuál será su futuro?

Sus pensamientos se detuvieron con el brusco sonido de un plato cayendo sobre los demás platos sucios. Kaiba estaba posicionado a su lado para apoyar su propio plato, no tenía que demandar que el otro Yuugi lo lavara, él ya había captado el mensaje. Sin embargo, su rostro estaba duro como la piedra, tan inexpresivo.

El faraón fingió estar ciego, sólo continuó con su labor y dejó que Kaiba se marchara sin decir nada. Kaiba necesitaba tiempo. – Pero yo no tengo tanto tiempo. - Aquellas palabras sonaron en la cabeza del faraón, con un nudo inevitable en su garganta.

Luego de dejar la cocina casi brillante, el faraón aprovechó la ausencia de Kaiba para tomarse un descanso. Aunque la duda permanecía, y quería ver a su rival, quería ser capaz de leer su corazón. Sí tan solo tuviera la llave en su mano, sabría cómo usarla.

Miró hacia la ventana, donde el sol salía, las flores bailaban en el jardín con el ligero viento que las golpeaba. Tan bella vista, puede sentir el calor del sol aun estando lejos, en el interior de la mansión desde el día ayer. No le vendría mal salir al exterior por un poco de libertad.

Se volteó para poner a prueba su plan, pero una figura recta y alta estaba en el camino. Kaiba lo miraba con sus brazos cruzados, sus delgados labios en línea recta y su ceño fruncido. El faraón pensó en mil órdenes que estarían volando en la cabeza de Kaiba en este momento a punto de salir por su boca para realizar su catarsis.

Sus labios se movieron, estaba por hablar. Sus puños estaban apretados. ¿Estaba dudando?

- Ven conmigo, vasallo. – Fue lo primero que dijo para romper el hielo. No fue una orden directa, entonces. El faraón sólo obedeció.

Salieron de la cocina y caminaron por un pasillo, el cual estaba un poco oscuro y frío. El sonido de sus pisadas rebotaba contra las paredes. El otro Yuugi tenía una perfecta vista de la espalda de Kaiba, no necesitaba ver su rostro para imaginar cómo se veía en ese momento. A pesar del ambiente y la curiosidad que tenía de lo que estaba a punto de hacer Kaiba, el faraón se encontraba relajado, siguiendo los pasos de su rival mientras lleva sus manos a sus bolsillos.

Sintió la necesidad de hablar con su compañero, el silencio era familiar al que se encontraba dentro del rompecabezas. Yuugi llevaba demasiado tiempo dentro del rompecabezas, el faraón estaba acostumbrado a la sensación de soledad y la frialdad del entorno, pero Yuugi, él es quien siempre se encuentra afuera, no en la oscuridad donde lo único que escuchas son tus propios pensamientos.

Al poco tiempo que pensaba más en ello, la calma se desvanecía, el frío aumentaba. Un nudo se formó en su garganta nuevamente mientras sus manos temblaban. Sólo veía las paredes achicarse cada vez más, caminando hacia la oscuridad eterna sin mirar un rostro ni oír un grito.

El faraón caminó un poco más rápido, llegando a alcanzar los ojos del castaño, que se encontraban fijos en el camino. No había fallado al imaginar su aspecto. Necesitaba por lo menos ver su rostro inexpresivo, sólo necesitaba eso para saber dónde se encontraba parado.

En cuanto miró hacia adelante, la calidez volvió a su cuerpo al ver la luz al final del pasillo, había pequeñas ventanas tanto en las paredes como en la gran puerta que estaba delante de ellos. Kaiba abrió esa puerta, revelando el hermoso exterior del largo pasadizo oscuro.

Todo un campo de flores, el aroma tan natural era inolvidable, el canto de los pájaros generaba una sensación de paz y armonía. Los árboles se movían a lo lejos, el frío del viento no era el mismo frío de hace unos segundos. El otro Yuugi estaba sonriendo inevitablemente, no tenía comparación el observar las flores desde la ventana de una cocina con estar presenciando su belleza aquí misma.

El faraón caminó hacia el jardín, sintiendo el pasto entre sus pies, las flores rozando sus piernas, con la punta de los dedos apreciaba su suavidad. Se volteó a mirar a su rival, con sus ojos brillantes y felices. Kaiba no se movió de la entrada, sólo lo observaba, posicionado en la pequeña plataforma de madera. ¿Éste era el plan de Kaiba? ¿Traerlo hasta aquí? ¿Por qué? El faraón mantuvo sus dudas para después, quería disfrutar la paz que llenaba su corazón en estos momentos.

Se recostó en el pasto, apoyándose sobre su propia espalda con la mirada hacia el cielo despejado. Estaba hipnotizado por el encanto del cielo, se hundía en su color y su pureza. Incluso cuando se encuentra lleno de nubes, a punto de teñirse de gris y crear una tormenta, o cuando está completamente oscuro con sólo unos pequeños puntos brillantes conocidos como las estrellas; el cielo tiene su atractivo. Alzó su mano, fingiendo que podía llegar hasta él, que podía tocarlo y fusionarse con su pureza.

- Es tan sereno aquí. – La voz grave de Seto Kaiba se combinó con su vista al cielo. El castaño estaba ahora parado a su lado, el otro Yuugi no movió su cabeza para corroborarlo.

- ¿Por qué me trajiste hasta aquí? – A pesar de lo grosero que sonó al preguntar, al faraón sólo le importaba su curiosidad.

- Te veías tan embobado con esa ventana que deduje que te interesaba pasar por este lugar. Sí no es así, podemos irnos ahora mismo. –Las palabras de Kaiba sonaban como una astuta amenaza para escuchar por unos segundos al faraón rogar. El otro Yuugi podía imaginar la sonrisa orgullosa que estaba dibujada en el rostro de su rival.

- No te equivocaste. Fui demasiado obvio, lo admito. – El faraón contestó. - ¿Te gusta estar aquí? – Comenzó a sentirse inquieto al escuchar silencio de parte del castaño, estaba a punto de romper el hielo cuando Kaiba decidió hacerlo primero.

- Como dije, es sereno. A veces es necesario un ambiente así para poner los pensamientos en orden. – La honestidad escapó de los labios del castaño. El otro Yuugi decidió levantar un poco la mirada para observar la expresión en el rostro de su rival. Otra vez esa expresión de tristeza, Kaiba no parece notarlo, pero sus sentimientos son alcanzables en este jardín. ¿Será posible?

Un silbido se escuchó en el viento en sintonía con el canto de los pájaros. Nadie dijo nada por el momento.

El faraón volvió a mirar al cielo, sin pensar demasiado lo que iba a decir. – Estoy aquí, Kaiba. – Fue lo primero que dijo, su voz sonaba calmada y segura.

- Puedo verte, es inevitable cuando te encuentras justo a mi lado recostado en mi jardín. – La contestación irónica de su rival hizo que el faraón chasqueara su lengua.

- No, quiero decir… - El otro Yuugi suspiró e intentó retomar sus palabras. – Este lugar me hace olvidar ese dolor en el pecho que siento cada vez que estoy dentro del rompecabezas, aquella oscuridad que emana en mí, mis oídos laten cuando pienso allí dentro, causando un eco en todo el lugar; es lo único que puedo escuchar, lo único que puedo ver es un laberinto que me rodea y puertas de las que yo no tengo idea adonde me llevaran, pero te aseguro que 'soledad' es la palabra que se encuentra escrita en cada una de ellas. Cuando salgo de allí y veo la gente a mí alrededor, mis amigos, mis compañeros; cuando creo que estoy luchando solo, los veo allí, a mi lado. – Kaiba escupió una ligera risa, interrumpiendo las palabras del otro Yuugi.

- ¿Acaso ese es otro discurso acerca de cómo la amistad puede crear milagros y elimina tu soledad en menos de cinco segundos? Despierta, vasallo, tarde o temprano volverás a una cueva silenciosa donde lo único que cuenta es tu propia voz, porque sólo estarás tú ahí. Al final del día siempre lucharas con tu propia fuerza, sin depender de nadie. – Dijo Kaiba.

- Exactamente. – El faraón contestó con tristeza, lo que llamó la atención de Kaiba, quien comenzó a escuchar atentamente. – Como sé que puedo contar con el apoyo de mis amigos, simplemente no lo quiero, no quiero depender de ellos, no quiero que me sigan en un camino que ni yo conozco. Esta pelea es mía, no tengo por qué involucrarlos. A veces pienso que tengo razón y a veces no. ¿Qué diferencia hay entre pelear solo y pelear acompañado? La respuesta sólo se obtiene cuando tienes a alguien a tu lado, alguien con quien encajas a la perfección, alguien que te completa. –Suspiró ligeramente para escapar de aquel molesto nudo en su garganta. – La respuesta la tuve con mi compañero, con Jounouchi-kun… - El nombre de aquel rubio causó que Kaiba apretara los puños, el faraón ignoró tal reacción completamente inundado en su repentino momento de honestidad. -… contigo. – Murmuró, pero llegaron inevitablemente a los oídos del castaño.

- ¿A qué quieres llegar con todo esto? – Kaiba respondió con agresividad, intentando ignorar su ansiedad, sin evitar tartamudear levemente.

El faraón sonrió un poco. – Puedo sentir tu soledad desde aquí, Kaiba. – Dijo con simpleza. Kaiba de nuevo se sintió invadido. – Quería que sepas que yo también siento ese vacío, a pesar de mis amigos, y no quiero que sientas lo mismo que yo. –

- Yuugi… - Fue lo único que Kaiba pudo decir. Sus rodillas temblaban, sus manos comenzaban a sudar. ¿Qué era este sentimiento?

- Y pronto dejaré de estar aquí… - El faraón se interrumpió a sí mismo para evitar futuras confesiones hacia su rival. Sin embargo, no podía evadir la angustia que sentía en estos momentos.

- Es curioso que digas eso cuando pretendes hacerme entender que puedo contar contigo. – Kaiba comentó bruscamente.

- Es el punto central, Kaiba. – Contestó el otro Yuugi. – Me preocupa tu futuro. –

Kaiba apretó sus puños así como sus dientes, observó a su rival estirado en el pasto, suspiró con tal fuerza que creía que se quedaría sin aire, sólo para que Yuugi fuera capaz de escuchar y enterarse de su rabia. - ¿Quién eres tú para preocuparte por mi futuro? No necesito que se preocupen por mí, vasallo, y tampoco tengo que escuchar todo esto. Soy perfectamente capaz de vivir con nadie más que conmigo mismo, no necesito de ti. Estuve diez años sin depender de nadie, y tú no cambiaras mi costumbre. – El castaño aclaró con firmeza.

- Típico Kaiba. – Dijo el faraón en su cabeza. –Creo que no me has entendido, Kaiba. No te considero incapaz, ni mucho menos dependiente, solamente espero que obtengas la respuesta, así como yo la tuve. – Eso acabó con la conversación, creando un silencio interrumpido nuevamente por los pájaros a su alrededor. La paz aún seguía ahí, pero la tensión también se encontraba en el aire.

El otro Yuugi, todavía apuntaba hacia el cielo profundo, habían aparecido unas cuantas nubes pero no las suficientes como para cubrirlo. Había dejado de sonreír. ¿Por qué? ¿Cómo una simple discusión con Kaiba puede ser capaz de borrar la felicidad que estaba sintiendo alrededor de las flores? Sin embargo, no pudo evitar pensar en su repentino ataque de honestidad hacia él. Tenía razón, no debía escuchar todo eso, aunque por lo menos quedará en su memoria cuando el faraón se marche. ¿Servirá de algo? ¿Es realmente bueno que Kaiba lo recuerde en su ausencia?

El faraón estaba por levantarse e irse, el lugar había dejado de ser sereno en los segundos de silencio que tuvieron. No tuvo oportunidad de ponerse en pie cuando algo se puso frente a él e invadió su espacio… sus labios.

Los labios de Kaiba estaban sobre los suyos, sus ojos se abrieron como platos mientras veía que su rival los tenía cerrados dejándose llevar completamente por el encuentro, la conexión entre sus bocas. El otro Yuugi se hizo hacia atrás, pero no para rechazarlo, sino para dejarlo entrar.

Rodeó el cuello del castaño con su delgado brazo, tirándolo hacia abajo para que lo acompañara en el pasto. Kaiba ahora estaba encima de él, aun no se separaban, el faraón dejó de mirar al cielo para mantener sus ojos cerrados y sentir como Seto acariciaba su lengua con la suya. No se separaban para respirar, no querían abrir los ojos y volver a la realidad, querían mantenerse conectados, abrazados en su propio calor. ¿Cuál era este sentimiento? Ya no había tristeza, pero no sentían la serenidad. No podían mirarse a los ojos, pero no estaban incomodos.

Sus cuerpos no podían estar más pegados, los dedos de Seto acariciaban las pálidas mejillas del otro Yuugi, quien lo despeinaba con sus pequeñas manos en su castaño cabello sedoso. Separaban sus bocas para recuperar el aire y volver a juntarse en menos de dos segundos, aun sin abrir los ojos. No murmuraban un nombre, no pensaban, no se miraban, sólo se sentían y eso nada más.

Una hermosa melodía acompañaba el momento, una melodía aguda y molesta a los oídos de ambos. Con dificultad se separaron, Seto separó sus manos del suave rostro del faraón para llevarlas a su bolsillo y sacar su celular, el cual se encontraba sonando constantemente.

- Mokuba. ¿Qué sucedió? – Kaiba atendió la llamada con la poca voz que tenía, sin notar que tenía la voz ronca. Sus dedos rozaban su labio inferior, se iba dando cuenta de cómo la humedad en sus labios se secaba por cada segundo que pasaba.

Mokuba insistía en avisarle que llegaría a la mansión tarde en la noche, a Kaiba no le sorprendía pues, habían días en los que llegaba tarde a la mansión por razones de trabajo, sí Mokuba quería ocuparse de la empresa, le debía suceder lo mismo. No es una idea que le gustara, sin embargo, hoy es el último día así que, a partir de mañana Kaiba volverá a trabajar con libertad. Al pensar que es el último día, volteó a mirar al otro Yuugi, quien le devolvió la mirada, sus movimientos se sincronizaron. Ambos miraron hacia otro lado con sus rostros teñidos en rojo.

En cuanto Kaiba cortó la comunicación con su hermano, cayeron a la realidad. Se besaron, la tentación era demasiada y por si fuera poco, fue Kaiba quien empezó la escena. El castaño quería golpearse a sí mismo por haber hecho tal estupidez.

Kaiba se puso de pie y le dio la espalda a su rival, para no mirar aquellos labios que recién había conocido. A punto de marcharse sin decir nada. El faraón tampoco sabía que decir, sí Mokuba tenía razón, Yuugi tenía razón, sí él también quería esto… Él también lo quería. Su cabeza daba vueltas, mucho le costaba volver a levantarse. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a decir? Fue una jugada inesperada y ninguno de los dos sabe de quién es el turno y que movimiento deberían hacer.

Alguien extendió su mano para ayudar al otro Yuugi a levantarse, quien estaba demasiado embobado como para pensarlo dos veces. Las mismas manos que sostenían tiernamente su rostro mientras sentía las honestas reacciones de su corazón eran las que estaban ayudándolo a ponerse de pie, eran las de Seto… Kaiba.

No se miraron aun así. – Mokuba llegará tarde. – Kaiba rompió el hielo con torpeza. El faraón apretó su mano; estarán bastante tiempo solos en la mansión.

- Entremos. – Dijo el otro Yuugi con su voz ronca.


No sabían que opinar, ni sabían cómo es que pasaron de estar en el jardín a la habitación de Kaiba, sólo que el castaño no pudo evitar sentirse cansado repentinamente y manifestarlo vagamente y el faraón no estaba de humor para discutir. Ninguno de los dos lo estaba.

Extrañaban sus miradas, mirarse sin sentir un revuelto en sus estómagos o realizar lo inevitable, repetir lo sucedido, lo que no negarían que fue maravilloso y a la vez, un infierno que los está quemando lentamente en forma de duda y temor.

Kaiba se echó en su cama sin importar que el otro Yuugi se encontrara presenciando su vulnerabilidad. Sus ojos azules apuntaban al techo, estaba pensativo, el faraón sabía que sería quien rompería el silencio nuevamente. Normalmente sería el otro Yuugi quien obligaría a Kaiba a hacer frente a sus sentimientos, es por eso que estaba aquí después de todo, pero fue demasiado cuando él también tiene un peso qué cargar.

- Gozaburo quería que fuera su heredero perfecto, el cual él podría controlar. Me latigaba cada vez que hacía algo que él consideraba que estaba mal, cuando no estudiaba, cuando era… libre. Trataba de mantenerme lejos de Mokuba para que no tuviera que sufrir lo mismo que yo, aunque las heridas físicas eran lo de menos. – Kaiba comenzó a decir, llamando la atención del faraón. Las confesiones continuaban, ¿quién diría que el día en que Kaiba abriría su corazón acabaría lanzando sus pensamientos como balas de cañón? - Mokuba estaba lejos de mí, yo tenía que aguantar las presiones de Gozaburo, pero lo que él no sabía es que yo lo estaba controlando a él. Controlaba todos sus tiempos, analizaba cada uno de sus movimientos y debilidades, tenía la mente demasiado básica, vulnerable a mi control. Cuando le saqué lo único importante en su vida, huyó como un cobarde. – Una sonrisa orgullosa se dibujó en el rostro del castaño.

El faraón tragó saliva, Kaiba le estaba confiando su historia. Su rival se esforzó mucho para proteger la vida de Mokuba, y conseguirle una demasiado estable, pasaron de vivir en un orfanato, a ser adoptados por un padrastro rico y abusivo, para luego convertirse en dueños de una companía, donde ellos eran los jefes. Ellos dos, solos… Como siempre ha sido. ¿Qué sucederá cuando Mokuba crezca?

- Yuugi… - Murmuró el castaño. El faraón caminó lentamente hacia él para dar con su mirada, ignorando su agitación. – Te diré algo, te contestaré a toda tu cháchara en el jardín, sólo sí tú me prometes una cosa. – No sabría deducir qué era lo que Kaiba querría de él, luego de lo sucedido en el jardín, todo es una confusión, todo es una posible bomba a punto de estallar. Sin embargo, asintió levemente con su cabeza. Kaiba volteó su cara para no fijar su vista en la de su rival, intentando desvanecer el rubor en sus mejillas y el estúpido nudo en su garganta. Tomó aire y no dudó en poner a prueba al faraón. – No te vayas. – Seto pidió.

"No te vayas…"

Las palabras hicieron eco en la cabeza del otro Yuugi. ¿Acaso Kaiba le estaba rogando? ¿No quería que se vaya de la habitación, de su mansión o… de su vida? El latido se ponía en sintonía con el doloroso pedido de su rival. Esto tenía que ser un sueño o un chiste de mal gusto, pero nunca se imaginaría que un 'no te vayas' saldría de la boca del castaño y especialmente que esté dirigido hacia él, el faraón, a quien siempre jura derrotar, jurando que así lo olvidará y dejará atrás.

- Kaiba… - Susurró el otro Yuugi.

El mencionado apretó las sabanas con fuerza, retomando su orgullo. – Supongo que es demasiado pedir. – Kaiba masculló.

¿Qué sentido tenía pedir algo así? Cuando ninguno de los dos sabía qué hacer con su compañía.

Kaiba se negó a volverlo a mirar a los ojos hasta recibir respuesta, pero ambos quedaron en silencio nuevamente hasta que uno de los dos se quedó dormido, y ese fue Kaiba, quien estaba completamente exhausto.

Su rostro se veía más relajado, su respiración serena hipnotizaba al faraón presente en la habitación. Sus mechones castaños caía sobre sus ojos, su cuello estirado permitía que se pudiera apreciar su elegante forma. Sus labios semi-abiertos… Sus labios…

El corazón del faraón latía con fuerza, no ignoraba sus sentimientos. El otro Yuugi llevaba un tiempo enamorado de su rival, dudando de sí él siquiera pensaba en establecer una relación sana. Llevaban un vínculo que no se podía evadir, desde más de tres mil años, se decía que eran amigos. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué comenzaron con el pie izquierdo? ¿Hubiera sido lo mismo?

A pesar de llevar filosofías distintas y caminos separados. Siempre están juntos, no son muy diferentes… Se completan.

Kaiba puede ser un completo idiota a veces, alguien arrogante y dispuesto a lo que sea para conseguir lo que quiere, acabaría con cualquiera que se interponga en su camino, sin importar quién. Lo recuerda… recuerda cuando amenazó con matarse en cuanto Yuugi ganara, fue una jugada sucia pero desesperada, es inolvidable cuando fue el otro Yuugi a quien no le tembló el pulso para atacar. Aun así, Kaiba pide que no se vaya.

Cuando estuvo a punto de rendirse frente a la presencia del dios Osiris, fueron las palabras de su rival las que lo trajeron de vuelta.

Su cuerpo sin vida entre sus brazos durante el enfrentamiento con Dartz, fue la última gota que rebalsó el vaso del faraón. No quería recordar cómo se sentía tener a alguien amado, sin alma, sin vida, sin su brillo en su mirada, entre los brazos.

Alguien amado…

El faraón sonrió ante la palabra 'amor', sí es eso lo que define este sentimiento, pues que así sea.

La punta de sus dedos sintieron la suavidad de los labios de su arrogante rival, los labios que hace unos minutos habían tocado los suyos. – Kaiba… Yo… - Murmuró inconscientemente, acercándose lentamente a su rostro, rozando su nariz, compartiendo la respiración. Sus labios querían alcanzar los suyos nuevamente, preparados para abrazarlos en un profundo calor.

Unos puñetazos dieron con una puerta. Un escandaloso grito se escuchó a lo lejos.

El faraón se alejó rápidamente de su aun dormido rival, caminando a pasos ligeros hacia la gran puerta donde se escuchaban los golpes. Fue un camino largo que le dio tiempo para escuchar mejor de quien eran esos gritos. - ¡Yuugi! – Una voz muy conocida, lo que el faraón anhelaba escuchar hace unas horas.

El otro Yuugi abrió la puerta y reveló la figura de un rubio desesperado. - ¿Jounouchi-kun? ¿Qué haces aquí? – Preguntó con torpeza. El rubio entró sin más, cómo sí fuera su propia casa.

- ¿Cómo que qué hago aquí? Tú me llamaste. – Contestó agitado. - ¿Sucedió algo? Traté de llegar lo más rápido posible con mi bici. – Apoyó sus manos en los pequeños hombros del faraón, lanzando una mirada de padre preocupado. – Traje el rompecabezas por si acaso. – De su cuello colgaba el mencionado artefacto. A esta distancia, el otro Yuugi es capaz de volver a hablar con su compañero, quien estaba haciendo un pacto de silencio.

- Jounouchi-kun… Yo… - El otro Yuugi tartamudeó.

- ¿Te encuentras bien? Te ves muy pálido. ¿Dónde está el cretino de Kaiba? – Jounouchi preguntó sin nivelar el volumen de su voz. El parpado del faraón tembló al escuchar el insulto hacia su rival.

- Intenta no hablar demasiado fuerte, está dormido ahora mismo. – Susurró.

Jounouchi alzó una ceja. -¿Por qué debería…? – Comenzó nuevamente a gritar, esta vez añadiendo un poco de indignación. Hasta que su mirada cambió. –Oh, claro, sí está dormido, podrás escapar de aquí sin problemas. – Dijo con una sonrisa de oreja a oreja. No era precisamente lo que el faraón tenía en mente en ese momento, quizás si hace unas cuantas horas, cuando Jounouchi no se dignó a contestar el llamado.

- No, no ahora. No debería irme. – El faraón dijo entre una mezcla de firmeza y vulnerabilidad.

Jounouchi chasqueó la lengua. - ¿No creerás todas esas patrañas de que el cretino abrirá su corazón? – Preguntó con incredulidad. – Maldición, ni siquiera sé sí tiene corazón. – Murmuró con rabia. – Yuugi, Kaiba es un patán, siempre será un patán y nada va a cambiar eso. –

El otro Yuugi no podía fingir la seguridad que siempre suele tener. Se limitó a tragar saliva y analizar su próximo movimiento. – Yo no lo creo, Jounouchi-kun. – Respondió pensativo. Jounouchi observaba que su amigo estaba demasiado distraído, no tenía sus ojos llenos de fuerza y seguridad, y todo se debía al desgraciado de Seto Kaiba. Tenía que convencer a Yuugi de alguna manera.

- Yuugi, ¿acaso Kaiba tuvo algún avance? – La palabra 'avance' alteró al espíritu del faraón, la única imagen que se le cruzó por la cabeza es la de los ojos cerrados de su rival mientras saboreaba cada parte de su boca. Las mejillas del faraón se tiñeron inevitablemente de rojo. Esa fue la respuesta suficiente para Jounouchi, la que le da la seguridad de que algo fuera de lo normal sucedió.

Apoyó sus manos nuevamente sobre los hombros del otro Yuugi y lo sacudió. - ¿Yuugi? ¿Qué es esa expresión? ¿Qué sucedió? – Sí Kaiba se aprovechó de Yuugi de alguna manera, no lo iba a permitir, tenía que proteger a su amigo de esas manos sucias.

La cabeza volvía a darle vueltas, no era el momento para soportar las interrogaciones de Jounouchi. Se soltó de los brazos del rubio y se hizo unos pasos hacia atrás. – ¡No me presiones, Jounouchi-kun! – Exclamó el faraón. – Necesito poner algunas cosas en orden, me ayudarías mucho sí simplemente no te metieras. – Ignoró el tono agresivo que estaba usando en estos momentos.

Jounouchi estaba atónito, por lo menos el otro Yuugi mantenía su fuerza de voluntad, pero era demasiado sospechoso, temía dejarlo solo. Le extendió el rompecabezas.

El faraón sacudió su cabeza. – No, quédatelo, me lo devolverás mañana. – Aclaró con seguridad. El rubio apretó sus puños y apartó su mirada, no podía creer esto, tenía que guardar sus palabras y marcharse. – Sólo… Llámame ante cualquier problema, prometo contestar. – Miró a su amigo a los ojos. – Promete que contarás conmigo. –

El otro Yuugi mordió su labio inferior; eran demasiadas promesas en un solo día. ¿De qué serviría llamar a Jounouchi? ¿Cómo reaccionaría sí se enterara de que besó a quien él más odia? Quien intentó matarlos alguna vez…

Asintió con su cabeza. – Lo prometo. – Murmuró. En cuanto quedó eso arreglado, Jounouchi estaba dispuesto a pasar por la puerta e irse.

El faraón dejó salir el aire que no sabía que estaba reteniendo.

- Veo que ya tomaste tu decisión. – Una voz grave y profunda invadió su tranquilidad. La figura alta y recta de Kaiba apareció detrás de él. – Te aprovechaste. – Susurró con furia.

El faraón intentó procesar las palabras. ¿Se perdió de algo? - ¿A qué te refieres? – Preguntó torpemente.

- Tú sabes bien a qué me refiero, no soy estúpido, vasallo. – El faraón contaba los segundos para que Kaiba golpeara una de las mesas, se veía bastante alterado, sin embargo, estaba controlado. – Aprovechaste mi momento de vulnerabilidad, en cuanto caí dormido, llamaste a tu perro leal para que te sacara de aquí. ¿No es así? –

El otro Yuugi alzó una ceja. Le daría la razón, sí hubieran tenido esta discusión en la mañana, ese plan ya era parte del pasado.

No podía alcanzar sus ojos, los labios de Kaiba estaban apretados. ¿En serio es eso lo que cree que sucedió? Sí sabía que Jounouchi estaba aquí, entonces escuchó la conversación. ¿No escuchó la parte en la que le decía a Jounouchi que no quería irse? Kaiba era más perspicaz que eso, ¿Qué le pasa?

El castaño sonrió levemente. –Pero estamos a mano, vasallo. – Dijo repentinamente. – Creo que no te olvidas de lo que sucedió en el jardín. – 'jardín' era otra palabra que hizo al faraón temblar, y el camino que estaba tomando esto, lo inquietaba mucho más.

- Kaiba… - Murmuró casi sin palabras, entendiendo a lo que su rival se refería. Sin darse cuenta sus manos estaban temblando, así como sus rodillas mientras se formaba un nudo en su garganta.

Sus ojos azules penetraron sus ojos amatista. – Estaba poniéndote a prueba. – El faraón apretó sus puños.

- ¿Cómo eso funciona como una prueba? ¿Qué hay de lo que me confesaste en tu habitación? – El otro Yuugi discutió con incredulidad. - ¿Era una mentira? – Preguntó con temor a la respuesta.

El silencio invadió la sala por unos segundos, hasta que Kaiba se decidió a responder. – Quizás… - 'quizás' no era una respuesta para el faraón, quien apretó sus dientes con furia al escucharlo.

- Sé que no es verdad, Kaiba. – Planteó el faraón. - ¿Sabes por qué estoy aquí? Porque Mokuba me lo pidió, insistió en que tú sentías algo por mí, que yo era capaz de lograr que abras tu corazón, porque eso era lo que tú necesitabas. – Kaiba no se creía lo que escuchaba, ¿cómo podría Mokuba pensar algo así? Él mismo le dijo que era una oportunidad para humillar a su rival, la otra idea era demasiado… Cursi.

- Eso es estúpido. – Masculló.

-Pero es la verdad.- Una sonrisa orgullosa se dibujó en el pequeño rostro del faraón. – Tú le dijiste a Mokuba que te sentías bien a mi lado, tú me pediste que no me vaya. – La insistencia del faraón estaba haciendo que Kaiba perdiera la paciencia. Con fuerza lo empujó contra la pared, acorralando a su rival. Otra vez cerca, otra vez rozando narices, se reflejaba su figura en el brillo de sus ojos, que sólo lo miraban a él.

- Escucha, vasallo, puedo estar así de cerca contigo y no sentir nada más que odio. ¿Cómo podría sentir algo por quien me arrebató mi honor? Lo que más quisiera ahora es que desaparezcas. – Su voz tensa y penetrante, generaban un frío incómodo. Ya no era placentero tenerlo tan cerca, ya no compartían calor como antes, esto era angustiante… decepcionante. – Todo lo que haya sucedido contigo que puedas pensar que es amor, en realidad era un juego. La palabra amor no estará nunca en mi diccionario, ni mucho menos al lado de tu nombre. –

¿Por qué dolía? Dolía escuchar tales palabras, el faraón no podía defenderse, se sentía vulnerable. Quería empujarlo, golpearlo, gritarle, besarlo, o correr lejos. Abrió la boca para responder, pero no salió nada más que silencio. – Mejor será que te vayas. – Susurró el castaño. – Y… -

-No te preocupes, no volveré a aparecer. – Interrumpió el faraón con la voz firme, a pesar del ardor que sentía en su pecho, como si le hubieran clavado una daga filosa. Empujó a su rival y se dirigió hacia lo que sería su habitación, donde se encontraban todas sus cosas, o por lo menos, las cosas de Yuugi, para tomarlas y largarse de este lugar.


No quería ver a Jounouchi de nuevo, luego de lo que sucedió, no estaba de humor para soportar sus gritos o intentar detener que vaya a 'darle su merecido' a Kaiba. Fue llevado por un chofer de Kaiba hacia la tienda de juegos, la casa de Yuugi. Luego llamaría al rubio y le pediría que le devuelva el rompecabezas.

Estaba anocheciendo, las estrellas comenzaron a aparecer en el cielo.

Todos lo miraron con extrañeza cuando este atravesó la puerta. Estaban el abuelo Sugoroku, Anzu, Honda, Jounouchi y… Mokuba. Sí quería evitar una explicación, no era su oportunidad, debía darla ahora mismo o se las vería feas.

Se tomó sus minutos, Anzu se ocupó de que le dieran tiempo para hablar. No fue fácil para el faraón escuchar que lo único que Kaiba deseaba es que desaparezca, quizás otra vez se lo hubiera tomado con naturalidad, pero luego de que haya 'jugado' con sus sentimientos de esa manera, dolía… mucho.

Respiró y explicó.

Luego de confesar todo lo que sucedió en la mansión, el silencio invadió la tienda. Casi todos estaban con la boca semi-abierta. El faraón intentó adivinar quién sería el primero en reaccionar. Jounouchi…

- ¿¡SE BESARON!? – Gritó Jounouchi.

- ¡KAIBA! ¡SEMEJANTE BASTARDO! – Honda le siguió por detrás. - ¡Hay que darle su merecido! – Honda y Jounouchi estaban preparados para salir de la tienda con unos fierros gruesos para hacerle una visita al arrogante rival de Yuugi. Sin embargo, Anzu los detuvo.

- También quiero darle una buena, chicos, pero hay cosas que no encajan aquí. – Anzu trató de mantener la calma. – Kaiba-kun no es la clase de persona que diría cosas como las que le dijo a Mokuba-kun con respecto al otro Yuugi, o que lo besaría para decir que estaba jugando. – Llevó su mano a su mentón mientras pensaba con profundidad. – Quizás sí estaba jugando, pero no con los sentimientos de Yuugi, sino con los suyos. – Un eco de confusión retumbó en la sala.

-¿Desde cuándo te volviste experta en psicología, Anzu? – Preguntó Honda con ironía.

- Y además, pareces su abogada defensora. – Añadió Jounouchi. Anzu no pudo evitar golpearlos a los dos.

- ¡Cállense ustedes dos! – Les gritó con impaciencia, entonces se volteó hacia Yuugi. – Tú me entiendes, ¿verdad, Yuugi? –

El otro Yuugi llevaba colgado el rompecabezas, sin embargo se mantuvo presente en la conversación, aun cuando sólo quería encerrarse y olvidarse de todo lo sucedido. Kaiba parecía bastante honesto, pero Anzu tenía razón, algo no encajaba. – Es el juego de la negación. -Una voz anhelada, suave y amable sonó en la cabeza del faraón. Era la voz de Yuugi, quien con su aspecto sereno contestó a la pregunta de Anzu. – Kaiba-kun suele ponerse a la defensiva con demasiada facilidad, que haya tenido unos segundos de vulnerabilidad, no significa que haya decidido abrir su corazón. Será difícil para Kaiba-kun confiar en alguien más que en Mokuba-kun. – Aclaró Yuugi.

- Aun así… Fue demasiado claro. Yo también tengo sentimientos, compañero, yo también pierdo la paciencia. No puedo soportar que me humillen de esa manera. – Discutió el faraón.

- ¿Fuiste humillado, otro yo? – Yuugi preguntó astutamente. La palabra no era 'humillación' sino 'dolor'. Se sintió traicionado, aun cuando Kaiba no le prometió nada, el beso significó algo para él. Finalmente el faraón había asumido sus sentimientos por su rival, entonces tenía que llegar él y arruinarlo como siempre.

- El juego de la negación… - Masculló el faraón. Anzu sonrió.

- ¿Ya ven? Yuugi comprendió lo que les estaba diciendo. – Dijo con emoción, pero cambió rápidamente a una mirada más seria. - ¿Qué quieres hacer, Yuugi? –

El otro Yuugi cerró sus ojos, pensó en cuando Seto se sonrojaba, cuando casi se besan en el sofá, que lo haya llevado al jardín de flores, donde se besaron, sus manos sobre sus mejillas, acariciándolo con ternura. Un beso tranquilo pero apasionado, estaban conectados y eran pacientes, respetaban sus tiempos y aun así, no pensaban en nada más que en sentirse. Luego recuerda a Kaiba, su arrogancia, quien lo tiró de la cama en el primer día, quien buscaba siempre la excusa para mantenerlo ocupado y gritarle órdenes a más no poder, cuando tuvo que tragar la comida que él había quemado, cada vez que sentía la humillación arder en sus mejillas, pero sobretodo, y lo peor de todo… Ser empujado contra la pared, su rostro frente al suyo, su ceño fruncido dispuesto a decirle que quería que desaparezca.

- No lo sé… - Murmuró.

- No tienes que dudar, Yuugi, Kaiba es lo que es. – Comenzó a hablar el abuelo Sugoroku. – Es un patán. – Dijo con simpleza. Jounouchi sonrió con orgullo y se posicionó al lado del anciano para abrazarlo.

- ¡Exactamente! Yuugi, el abuelo tiene razón. – Jounouchi apoyó la opinión del anciano con un torpe entusiasmo. Anzu no pudo evitar darse una palmada en la frente por la vergüenza ajena. – No vale la pena, hay muchos peces en el mar. – Dijo guiñándole el ojo a Anzu, quien no pudo evitar sonrojarse. El faraón no tenía interés en Anzu, y aunque lo tuviera, no saldría con ella, no debería quitarle la oportunidad a su compañero. No era justo.

- Quizás deban tragar su orgullo y hablar sobre el tema. – Ofreció Anzu.

El otro Yuugi guardó esa opción, aunque no estaba demasiado seguro en cómo terminaría, sí acabarían matándose o besándose.

- Yo apoyo lo que dice Anzu. – Dijo Yuugi con una sonrisa.

- No se puede hablar con alguien tan arrogante y egoísta como Kaiba. – Comentó Honda sin perder oportunidad para insultar al castaño.

Mientras el faraón se detenía a pensar, había algo que le llamó la atención, y eso es… Que Mokuba no había dicho esta boca es mía desde que comenzó la conversación, tuvo una pequeña reacción pero luego de eso, se mantuvo al margen. Quizás se estaría guardando sus opiniones para su hermano. - ¿Tú qué opinas, Mokuba? – Preguntó el otro Yuugi, pues el muchacho era quien lo conocía mejor, quizás podría aceptar uno de sus consejos, aunque el último no fue el mejor y ni siquiera fue un consejo.

El niño sentado sobre una de las mesas se mantuvo inexpresivo, casi parecido a su hermano mayor. – Yo hablaré con él. – Dijo sin más, preparándose para irse.

- Asegúrate de hacerle saber que no se saldrá con la suya luego de haber lastimado a Yuugi. – Añadió Jounouchi.

El otro Yuugi se alteró. - ¡No! – Exclamó. – No quiero que sepa que me hirió de alguna manera. –

- Pero quizás recapacite sí se entera que te ha lastimado. – Dijo Anzu. El otro Yuugi apretó sus puños.

- ¡Es Kaiba de quien estamos hablando! ¡No le importa! – Gritó el faraón con su voz temblorosa, sintiendo el calor de las lágrimas a punto de caer. Pestañeó con desesperación para no demostrar alguna debilidad.

Mokuba sonrió levemente mientras sostenía el picaporte de la puerta para salir. – Buenas noches, Yuugi. – El muchacho no podía describir la rabia que estaba sintiendo en ese momento. Oh, Seto lo va a escuchar.

Kaiba estaba en su escritorio ordenando sus papeles, sin poder ahogar sus pensamientos, con un pilón de libros y carpetas preparados para hundirlo en trabajo y más trabajo. Sin tener a Mokuba, o alguno de sus sirvientes preocupándose por él, tener la mansión vacía tenía sus beneficios. Aun así, se sentía demasiado solitario, sin escuchar los escandalosos ruidos del faraón… de Yuugi, haciendo un vago intento por limpiar o cocinar. Sus pucheros, los discursos que le lanzaba para intentar cambiar su filosofía. - "no quiero que sientas lo mismo que yo." – Esa frase se repitió inevitablemente en la cabeza del castaño. ¿Por qué se sentía tan frío?

Ordenaba las hojas por número, una pila de diez hojas por lo menos, un clip, seis pilas, perfectamente acomodadas, encajaban bastante bien.

Encajaban… Kaiba se rió ante la palabra, otra vez con eso, ¿algún día Yuugi saldrá de su cabeza? Ya no lo volverá a ver. Nunca más. Era lo queesperaba… lo que más quería, ¿no? Eso fue lo que dijo.

Un fuerte golpe a una de las puertas fue lo que sacó a Kaiba de sus pensamientos, Mokuba estaba gritando su nombre. No se levantó a buscarlo ya que parecía que el muchacho ya se estaba ocupando de llegar hasta él. Su teoría se comprobó cuando la puerta de su habitación fue la próximavíctima de una de las patadas del niño.

Kaiba ignoró su ceño fruncido y siguió ordenando los papeles. Las pequeñas manos de Mokuba golpearon el escritorio. No funcionó.

El muchacho tiró al suelo toda la pila de papeles mezclando los que no estaban encajados con los que sí, creando un desorden que Kaiba tendrá que arreglar más tarde y comenzar de cero. Sin embargo, Kaiba no se movió de su lugar, apretó los puños, sí, pero no manifestó la frustración que estaba sintiendo en estos momentos.

- ¿Me puedes explicar que sucedió con Yuugi? – El chico preguntó como si fuera una mamá descubriendo la travesura de su hijo.

- Supongo que fue a llorar al grupo de idiotas. – Kaiba contestó con una sonrisa burlona. Mokuba apretó sus dientes.

- Para que sepas, el otro Yuugi está dispuesto a olvidar que siquiera te conoció. ¿Eso te parece bien? – Kaiba acarició su sien con la punta de sus dedos tratando de evadir las puntadas en su cabeza.

- No me importa, realmente. – Contestó Kaiba ignorando la puntada en su pecho al decirlo.

Mokuba sonrió. – Yo sé que me estás mintiendo. – Entonces, Kaiba lo recordó, lo que Yuugi dijo que le confesó algo a su hermano menor.

- ¿Acaso yo te dije que me gustaba estar con Yuugi? –Preguntó con incredulidad. Se formó una sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Mokuba.

- Claro, bajo los efectos de unos cuantos calmantes. – Respondió el niño con orgullo. Kaiba tragó saliva, ¿su hermano hizo eso? ¿Qué otros horrores habrá dicho? ¿Qué confesó?

- ¿Dije algo más? – No pudo fingir su nerviosismo, causando que Mokuba afirmara su teoría.

- ¿Por qué no nos preocupamos por el hecho de que le dijiste al otro Yuugi que no le importabas luego de HABERLO BESADO? – Kaiba no iba a tener oportunidad para mentir, Mokuba no se lo permitiría.

Kaiba apretó sus dientes, cerrando sus ojos, recordando aquel momento de tentación. No volverá a suceder, no perderá ante Yuugi de nuevo. – Lo estaba probando. – Masculló vagamente.

Mokuba chasqueó su lengua. - ¿Qué clase de prueba es esa? Es la excusa más absurda que has hecho. Hermano, sé lo que sientes por el otro Yuugi, no puedes fingir. –

- ¿¡Cómo puedes saber algo que ni yo sé!? – Exclamó inconscientemente, creando un silencio incomodo entre los hermanos. – No quiero estar con alguien que se alejará de mí al rato que me acostumbre, Mokuba. – Intentó calmar un poco el tono de su voz hacia su hermano menor, sin poder evadir el temblor en su voz que causaba el molesto nudo en su garganta.

Mokuba lo consiguió y comprendió el temor que sentía su hermano. Deducía que podía ser algo así, Seto creó una barrera en su corazón hace mucho tiempo, una que a veces su hermano no puede traspasar. El único que tiene la llave es el otro Yuugi, pero al momento que él intenta acceder, Seto cambia la cerradura. – Deberías expresarle ese miedo al otro Yuugi, hermano. – Mokuba ofreció con un tono sereno.

Era el turno de Kaiba para chasquear su lengua. – No voy a permitir que conozca mi debilidad, no después de haber jugado conmigo también. –

Mokuba no pudo evitar gruñir. – ¡Él tenía planeado quedarse hasta el final, idiota! – Exclamó con impaciencia. – Quería quedarse contigo, hasta que TÚ lo echaste. – El castaño se sintió patético ante cada palabra de su hermano mientras apoyaba su dedo pequeño en su pecho.

Kaiba suspiró, analizando su próxima jugada… no… No era un juego.

Su decisión por un lado, había una duda que no lo dejaba pensar. - ¿Qué hacías con los amigos de Yuugi de todas maneras? Creí que trabajarías hasta tarde. – Le preguntó a Mokuba.

- Nunca dije que llegaría tarde por el trabajo. – Contestó con malicia. – Lo averiguaras sí te levantas y hablas con el otro Yuugi de una vez por todas. – Ordenó con la rabia que le quedaba.

Yuugi dejó que el faraón descansara dentro del rompecabezas, sin dejar que se entrometiera luego de haber recibido el llamado de Mokuba. Kaiba llegará a la tienda en cualquier momento y tenían que dejar todo preparado.

Realmente hubiera deseado haber estado al lado de su otro yo cuando él estaba en la mansión, quizás esto no estaría pasando, entonces su otro yo no estaría triste. Yuugi respeta a Kaiba, pero sí no consigue arreglar las cosas esta noche, nunca se lo perdonará.

- No entiendo por qué tenemos que hacer esto después de lo que sucedió. – Dijo Jounouchi, quien era el que menos contento estaba con el plan. Yuugi sólo le sonrió. Jounouchi tomó la cinta roja. - ¿Estás listo? – Preguntó acercándose a su pequeño amigo.

- Habría que preguntárselo a mi otro yo. – Contestó guiñando su ojo. Jounouchi no podía fingir una sonrisa, esto no era para él.

- Sin embargo, no lo harás, ¿verdad? – Yuugi negó con su cabeza, al recibir esa respuesta, el rubio suspiró. – No puedo creer que estés de acuerdo con esta relación, Yuugi. Sabes bien todo lo que hizo Kaiba, y quien es Kaiba, entonces… -

- Porque mi otro yo sabe quién es Kaiba-kun hago esto. – Interrumpió Yuugi. Jounouchi alzó una ceja.

-Sí lo conociera no estaría tan triste. –

-Porque lo conoce es que está triste. – A este punto Jounouchi ya no podía comprender. Kaiba y el otro Yuugi siempre fueron personas demasiado complicadas, no mentiría que por lo menos eso era lo que tenían en común. – Sé que es difícil de entender, Jounouchi-kun. – Yuugi rió levemente mientras pasaba su mano por su propio cabello. – Pero Kaiba es la persona que mi otro yo eligió, y él no suele tomar malas decisiones. –

Jounouchi volvió a suspirar. – Siempre hay una primera vez para todo. Ojala tengas razón. – Se miraron a los ojos, la mirada amatista de Yuugi reflejaba demasiada confianza y seguridad que casi pensaría que es el otro Yuugi, pero no, era Yuugi mismo, quien cuando se trata de su otro yo, de sus amigos, no tartamudea. Eso era lo que Jounouchi respetaba y reconocía de su mejor amigo, lo que le molestaba que nadie reconociera, que Yuugi no reconociera. Apuntó sus ojos a la cinta roja en su mano, sonriendo con torpeza. – Sigo pensando que la cinta está de más. – Yuugi le devolvió la sonrisa.


Vieron un auto lujoso estacionarse frente a la tienda. No podía ser otra persona, eran Kaiba y Mokuba. En cuanto sintieron el timbre, el abuelo Sugoroku se acercó a la puerta con quejas para abrirla al indiferente castaño. La mayoría en la sala no estaban a gusto con el plan, pero tenían que ayudar al otro Yuugi.

Se reveló la figura de Seto Kaiba, quien tenía a su lado al pequeño Mokuba con una leve sonrisa. Todos lo recibieron con un grito que decía 'feliz cumpleaños'. Habían decorado el espacio pequeño con un cartel que decía lo mismo, en el centro una gran mesa con un pastel bien cocinado y decorado con crema de un color azul. Anzu fingía una sonrisa, Honda y Jounouchi no lo intentaban tanto como ella, sólo lanzaban miradas asesinas que luchaban contra las de Kaiba, quien no se mostró sorprendido ni mucho menos agradecido, con sus ojos buscaba la pequeña sombra de Yuugi. No se le encontraba por ningún lado.

- ¿Dónde está Yuugi? – Fue lo único que dijo el castaño de ojos azules. Entonces fue que Mokuba entró en acción y se posicionó delante de su hermano mayor con una sonrisa de oreja a oreja.

- Enseguida te lo traemos, pero tienes que cerrar los ojos. – Dijo el muchacho.

- Mokuba, yo no… - Las quejas de Kaiba fueron esperadas, y Mokuba no se movió de su lugar hasta que su hermano obedezca.

- Entonces no veras a Yuugi. – Dijo el niño mientras se cruzaba de brazos. Kaiba suspiró frustrado y cerró sus ojos. Mokuba volvió a sonreír y le indicó a Anzu que trajera a Yuugi.

La joven corrió hacia la habitación de su amigo. – Yuugi, ¿estás listo? – Susurró. Todavía no era el otro Yuugi, los brillantes ojos amables de su mejor amigo la reflejaban. El faraón tenía su encanto, pero nada reemplazaba la sonrisa de Yuugi, aquella que la hacía sentir viva. Sacudió su cabeza. ¿Por qué los estaba comparando?

- ¿Estás listo, otro yo? – Preguntó Yuugi.

El otro Yuugi no comprendía lo que estaba sucediendo, no quería ver a nadie, ni mucho menos a Seto Kaiba. La humillación no acababa, el día no acababa. Sólo quería olvidarse de todo esto. Aunque no podía negar que sentía un ligero entusiasmo por volver a ver esos ojos azules, por imaginar que todo saldrá bien y volverá a sentir esos labios tan delgados y cálidos.

- No lo sé, compañero, no creo que esto sea… -

- Vamos, Anzu. – Dijo Yuugi ignorando las vagas dudas de su otro yo, sabía que estaría nervioso, pero tenían que hacer esto, debían que empujar a los dos al avance o sino nunca se volverían a ver y se quedarían con la duda. Deben hacer frente a sus sentimientos.

Sorprendentemente, Kaiba seguía con sus ojos cerrados, sobretodo porque Mokuba lo tenía vigilado. Estaba moviendo su pie impacientemente, murmurando palabras que ni su hermano pequeño podía escuchar pero se imaginaba que podría ser.

Yuugi apareció en la sala, aun sin ser el Yuugi que Kaiba quiere ver, todavía faltaba algo, un pequeño detalle. Yuugi permitió que Jounouchi lo tomara en sus brazos como un hombre sostiene a su mujer cuando estánrecién casados y estrenan su nueva casa. Yuugi mantenía su sonrisa maliciosa mientras Jounouchi no podía evitar sentirse un poco incómodo y ruborizarse levemente. El rubio caminó hacia Kaiba con Yuugi entre sus brazos, también murmurando algunas quejas.

- Muy bien, ya puedes abrir los ojos. – Ordenó Mokuba intentando evitar que una carcajada saliera de su boca.

- No vayas a escapar, otro yo. –Fue lo último que le dijo Yuugi a su otro yo, antes de que cambiaran de lugar.

En cuanto el castaño abrió sus ojos, lo primero que vio es a un imbécillanzándole a su rival. Por suerte, Kaiba tenía buenos reflejos y lo tomó con rapidez. ¿En qué locura se metió?

Estaba sosteniendo a Yuugi como si fuera un bebe, lo cual no era muy difícil, él es tan pequeño, tan ligero. Tenía sus ojos levemente cerrados, a los poco segundos que pudo apreciar tal detalle, vio como los abría lentamente, intentando reconocer donde se encontraba.

Lo primero que vio el faraón es el rostro de su rival totalmente confundido. Su corazón volvía a latir agitado, quería soltarse, moverse pero no podía, algo lo estaba sosteniendo y no eran sólo los brazos de Kaiba. Miró sus manos, estaban rodeadas con una apretada cinta roja, lo mismo con parte de su torso y piernas. Qué patético.

Literalmente, le entregaron al faraón con moño y todo. Kaiba no podía creer lo que estaba viendo. Era patético.

- Mokuba… - Kaiba llamó la atención de su hermano.

- ¿Si, hermano? – Mokuba atendió aun intentado resistir a sus ganas de reír.

- ¿Qué es esto? –Preguntó apretando sus dientes, sin dejar de mirar al faraón, quien le devolvía la mirada con su ceño fruncido y sus mejillas ruborizadas.

- Es tu regalo, hermano. – Mokuba contestó casi como si lo estuviera cantando.

Kaiba pudo sentir como el faraón se tensaba entre sus brazos. Su rival era su regalo nuevamente, casi olvidaba que era su cumpleaños con todo lo que sucedió, ya se olvidó cómo es que llegaron hasta aquí. Todo porque dejó que su hermano menor le diera calmantes.

El otro Yuugi sintió como Kaiba aflojó sus manos. Pronto sentiría la dureza del suelo nuevamente. – Ni se te ocurra. – Protestó con firmeza. Kaiba sonrió y lo soltó, dejando que caiga contra el duro suelo de madera. Sus amigos corrieron a ayudarlo.

Kaiba se volteó hacia la puerta, dispuesto a irse. – Espera, Kaiba, ¿no ibas a arreglar las cosas con él? – Jounouchi corrió a detenerlo.

- ¿Es una broma, verdad? – Kaiba respondió con arrogancia. Lo que fue suficiente para que Jounouchi perdiera la paciencia, estaba preparando sus puños para que se encuentren con la cara del castaño pero el otro Yuugi lo detuvo.

- Deja que se vaya, Jounouchi-kun. – Murmuró con rabia. El rubio obedeció, aun con sus puños tensos. Kaiba se marchó sin decir más. – Idiota. -Dijo el faraón en su cabeza. Repentinamente todos los recuerdos que tiene con Kaiba volaron por su mente; el tag-duel, cuando Kaiba lo protegió con su propio monstruo, en el duelo con Dartz, sus últimas energías las utilizó para protegerlo nuevamente, sus palabras de apoyo cuando él se sentía completamente derrotado. Fue Kaiba quien lo puso de pie, fue Kaiba quien lo apoyó en su duelo con Marik. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa para Kaiba? Necesitaba la respuesta, no podía dejar esto así, sobre todo cuando sus amigos se esforzaron por ayudar. Kaiba no se iría tan fácilmente.

Corrió como pudo, ya que la cinta le dificultaba moverse. El faraón se encontraba ahora afuera de la tienda, cerrando la puerta detrás de él sin permitir que los demás escucharan su conversación. - ¡Espera, Kaiba! – Gritó el otro Yuugi, aun envuelto en su cinta roja tratando de mantenerse firme. Kaiba estaba a unos pasos lejos, se volteó para mirarlo con indiferencia. - ¿Por qué viniste? – Tenía que haber una razón por la cual Kaiba decidió volver a verlo, y no tiene que ser porque Mokuba lo obligó, cuando alguien toma una decisión y sobretodo Kaiba, simplemente cumple su promesa. – No me iré hasta que seas honesto conmigo. – El faraón no pudo evitar recordar la voz suave de Seto pidiendo que no se vaya.

- Soy yo quien está a punto de irse. – Kaiba respondió caminando hacia la limusina.

- ¿Tienes miedo, Kaiba? – Aquella pregunta detuvo el paso del castaño.

- ¿Qué quieres, Yuugi? – Se volteó nuevamente para escucharse mejor, caminando un poco más cerca de él.

- Te contestaré eso, sí tú me contestas primero. ¿Qué haces aquí? – Sus miradas se enfrentaron, estaban lejos, pero aun así impactaban como todas las veces.

Kaiba tomó aire, no podía escapar. Fue por eso que llegó hasta aquí, y una vez más se hizo hacia atrás. ¿Es un cobarde? No, sólo protege una de las cosas más importantes para él, algo que casi nadie tuvo en cuenta y esos son sus sentimientos, sin embargo, Yuugi fue el primero que lo ayudó a mejorar como persona, a ser un mejor hermano para Mokuba. Sus sentimientos son gracias a él. ¿Debería tomar el tren o perder el viaje? ¿Caminar o tropezar?

- No te mentí cuando quería que me prometas que no ibas a irte. – Masculló mirando hacia el suelo, pero fue suficiente para que el faraón lo escuchara. Era un comienzo. - ¿De qué sirve saber lo que siento cuando de todas maneras vas a desaparecer? – Apretó sus puños y pestañeó varias veces para evadir el peligroso calor de las lágrimas.

El faraón se mantuvo en silencio por unos segundos, podía comprender a la perfección lo que estaba sintiendo. – Temía que dijeras eso. – Respondió. El mismo temor fue el que los mantuvo lejos. Kaiba se sorprendió, no era la respuesta que esperaba. – Sin embargo, por alguna razón sigo aquí. – Lo que no significaba que iba a quedarse, Kaiba estaba seguro de eso. No podía evitar el maldito destino.

Kaiba sonrió aun así. Lo miró de pies a cabeza, no podía tomarlo en serio cuando llevaba ese moño en la cabeza, o tenía las muñecas completamente atadas, parecía que recién se escapaba de un secuestro. – Deja que te ayude. – Se ofreció mientras caminaba sin esperar respuesta, se posicionó frente a su rival, sin mirarlo a los ojos, sólo se dedicó a desatar la cinta. En algunos extremos se podía, pero en otros lugares como sus manos o piernas, debía cortar la cinta. Ninguno de los dos llevaba una tijera, ni tampoco se atrevían a entrar a buscar una.

Kaiba decidió usar sus dientes, se agachó para romper la cinta en sus piernas. El faraón intentó mirar hacia otro lado para evadir la vergüenza que estaba sintiendo, no podía desvanecer su rubor. Una vez que sus piernas estaban libres, era el turno de las manos. Las manos frías de Kaiba sostenían las manos pequeñas del faraón y las extendió hasta sus labios. El otro Yuugi se agitó en cuanto sintió el calor de su boca rozando la piel de sus muñecas. Un tirón lo liberó, la cinta ya no estaba más en sus manos, sin embargo, Seto no lo soltó.

- Estas temblando. – Señaló Kaiba, y era verdad, las manos del faraón no estaba frías pero sí temblaban inevitablemente. – No puede ser, ¿acaso está nervioso? – Se preguntó el castaño en su cabeza. El faraón sólo lo miraba, en algo estaba pensando, mordió su labio inferior y tragó saliva. De repente, tenía su rostro demasiado cerca, pero no sintió sus labios sobre los suyos, sino que estaban en su mejilla. Un beso tierno en su mejilla fue suficiente para que Seto se sintiera cálido.

El faraón sonrió, una sonrisa hermosa y genuina. – Feliz cumpleaños, Seto. – 'Seto', su nombre mezclado con su voz, resonó en su corazón. ¿Cómo iba a dejar que se le escape?

Tiró de sus muñecas y lo acercó hacia él para unirlo nuevamente en un cálido y apasionado beso. Llevó sus manos a su cintura, permitiendo que el faraón extendiera sus manos en su cabello, profundizando el beso.

Aún con sus ojos cerrados, Seto recordó que le había faltado deshacerse de una de las cintas. El moño en su cabeza, lo desató mientras se mantenía ocupado con sus labios.

Se apoyó en la puerta, sintiendo el peso de Seto abrazar su pecho. Otra vez sus manos sostenían suavemente su rostro, no volvería a sentir frío sí esto permanecía en su memoria. Su respiración golpeando la suya, separándose por pocos segundos para recuperar el aire y murmurar sus nombres con puro deseo.

Sus cuerpos se juntaron de nuevo, iluminados por las estrellas en el cielo oscuro. Los latidos de sus corazones eran demasiado fuertes para soportar. Uno de los dos estaba por gritar, por liberar ese sentimiento que llevaban guardado.

- Te amo. - Esas dos palabras fueron liberadas por los dos al mismo tiempo, en esos pocos segundos que separaban sus labios. Se miraron cuando sus susurros se encontraron en sintonía. No podían evitar reír.

Esto no era un juego.

El faraón casi cae de espaldas cuando la zona firme donde se encontraba apoyado había desaparecido, pero Seto lo sostuvo entre sus brazos, sin permitir que se aleje de él. Observando que la puerta ya no se encontraba cerrada y estaban todos los presentes en la tienda mirando a la pareja con una sonrisa de oreja a oreja, o por lo menos, Anzu y Mokuba mantenían esa expresión. Jounouchi y Honda parecían que estaban a punto de desmayarse.

- Ya era hora, chicos. Estoy orgulloso de ustedes. – Dijo Mokuba fingiendo que secaba una lágrima de su ojo. La pareja no podía ocultar su sonrojo.


La celebración no se pospuso a órdenes de Mokuba, pero Kaiba se mantuvo firme ante el horario, ya que no quería terminar trabajando hasta tarde de nuevo. El muchacho no dejaba en paz a la pareja, incluso los obligó a que compartieran la porción de pastel. A pesar de que se sentían incomodos ante la invasión del niño, no podían negar la felicidad que tenían al estar juntos.

- ¡Kaiba! – Llamó el otro Yuugi, posicionado en el marco de la puerta, luego de que la fiesta haya terminado y lo demás se hayan ido a sus casas. Era turno de Kaiba para retirarse.

El castaño detuvo sus pasos y volteó a mirarlo con una sonrisa. – Seto. – Lo corrigió.

- Seto. - Repitió el faraón riendo levemente. - ¿Puedo ir contigo? Creo que olvidé algo en la mansión. – Dijo mientras jugaba con sus dedos.

- Deja que Isono te lo devuelva mañana. – Kaiba ofreció.

- ¡No! – El tono nervioso del otro Yuugi apareció en la escena, llamando la atención de su rival. – Quiero decir, no recuerdo qué es y necesito buscarlo. – Aclaró aun jugando con sus dedos. Seto sonrió nuevamente y extendió su mano hacia su rival, quien la tomó devolviendo la sonrisa con una más pequeña. Subieron a la limusina entrelazando sus dedos.

Mokuba los miró a los dos con una sonrisa maliciosa. – De nada. – Fue lo que dijo para romper el hielo. Kaiba no perdió oportunidad para lanzarle una mirada asesina.

Una vez llegaron a la mansión, Mokuba entró corriendo sin olvidarse de guiñarle el ojo a su hermano mayor antes. Mientras tanto, Seto y el faraón se encontraban de nuevo hablando en el marco de la puerta.

- ¿No vas a entrar? – El castaño preguntó notando que el faraón aún estaba nervioso y dudando. Kaiba alzó una ceja. - ¿Estabas mintiendo? –

El faraón sonrió maliciosamente. – Digamos… -

- Le diré a Isono que te lleve de vuelta. – Kaiba se estaba preparando para hablar con Isono, pero el faraón tomó de su brazo.

- No, está demasiado oscuro y no confío en tus sirvientes.- El castaño lo miró con incredulidad.

- ¿Desde cuándo? –

- Desde que quiero pasar la noche contigo. – Confesó con seguridad, provocando que Seto se sonrojara. El faraón amaba verlo de esa manera, tan agitado y nervioso.

No podía ignorar que él también lo quería, que le fascinaba ver cómo su rival mordía su labio inferior cuando sus ojos apasionados lo reflejaban. Cuando las estrellas señalaban lo más bello de su aspecto y su piel pálida resaltaba a la perfección.

- Bueno, estábamos acomodando la habitación que tú ocupabas, así que no podrás dormir ahí esta noche. Tendrás que pasarla en mi habitación, y deberíamos… compartir la cama. – Seto inventó una excusa. El faraón lo besó levemente en sus labios.

- Qué terrible. – El faraón dijo con ironía.

Una vez llegaron a la habitación, se encontraron con el menor de los Kaiba recostado en la gran cama de Seto, sus ojos cerrados y su tranquila respiración indicaban lo dormido que estaba. Seto sabía que lo hizo apropósito, pero no iba a quejarse, no podía echarlo. A Mokuba le gustaba dormir con su hermano, luego de su esfuerzo trabajando en la empresa y su ayuda para juntarlo con el otro Yuugi, merecían una recompensa. Lo mínimo que podían hacer Seto y el faraón es dejarlo dormir.

La pareja estaba agradecida con él niño, si no hubiera sido por él, no saben en qué estarían ahora. Quizás Seto se estaría ahogando en papeles y el otro Yuugi inundado en la oscuridad. También se tenía en cuenta el apoyo de los amigos de Yuugi, o por lo menos, el faraón lo tenía en cuenta, sobre todo el esfuerzo de Jounouchi para no golpear a Kaiba.

Mokuba quedó en el centro de la cama rodeado por la pareja que juntaba sus manos uniéndose en un abrazo que incluía al muchacho. – Encontré la respuesta. – Dijo Seto nivelando el tono de su voz para no despertar al niño. El otro Yuugi estaba atento a lo que Seto tenía para decir. – Definitivamente no es lo mismo luchar solo que luchar acompañado. – El faraón sonrió. – Y siempre voy a elegir luchar solo, - La sonrisa se borró levemente de su rostro. – pero sí luchar acompañado significa luchar contigo a mi lado, entonces nunca dejaré de tomar esa opción. – Seto acarició la mano de su rival con una honesta sonrisa. El faraón resistió la tentación de besarlo, porque sí se dejaba llevar tendría que pasar por encima del muchacho durmiendo con ellos.

- Seto… - Murmuró feliz, podría dormir en paz ahora mismo, si no fuera por una duda que lo atormentaba. - ¿Qué somos… tú y yo? – Preguntó con temor.

- Somos… tú y yo, y nada más. – Ninguno de los dos necesitaba una explicación, ya sabían, ya habían dejado en claro que se amaban. No tenían tiempo para dudar.

A la mañana siguiente, no hubo un agudo pitido para despertar a nadie. Seto había olvidado encender la alarma, aun así fue el primero que despertó. Podía decir que los primeros segundos que abrió los ojos, se tomó por sorpresa ver la figura de su rival durmiendo pacíficamente, pero en cuanto recordó lo sucedido en el día de ayer, sonrió inevitablemente.

Se levantó cuidando no despertar a las dos personas que se encontraban descansando plácidamente en su cama. Se ocupó de ducharse y vestirse para ir a trabajar, además de acomodar lo que Mokuba había desordenado para hacer recapacitar a su arrogante hermano.

Antes de abandonar la habitación, se volteó a mirar la imagen de las dos personas más importantes en su vida. – Yuugi, otro Yuugi… Faraón… Mi rival… - No apartó sus ojos de su amante.

- ¿Qué se le debe dar al hombre que lo tiene todo, y sin embargo, algo le falta? - La pregunta de Pegasus resonó en su cabeza.

Todo lo que pasaron juntos, las veces que el otro Yuugi lo apoyó y confió en él, sin importar que tan alejado permanecía Seto, el otro Yuugi siempre estaba ahí dispuesto. Él fue quien lo salvó de la oscuridad, quien lo hizo sentir… completo.

Ellos se completaban, sin duda. ¿Qué haría cuando él desaparezca?

Promete nunca olvidarlo, así como él no lo olvidará; Promete nunca dejar de desearlo… de amarlo, y no permitirá que se vaya de su vida, nunca. Nunca.

Las personas que ama, están ahora en su cama, dormidos, habiendo compartido la noche.

No podía pedir un mejor regalo.


La escena de la cebolla y el cielo; los sentimientos de Kaiba: ¿Recuerdan cuando dije que tuve que empezar a escribir este capitulo de nuevo? Es una lastima porque la escena de la cebolla me costó bastante, aunque no lo crean, yo había tenido un ataque de inspiración y conseguí hacer una metafora con la forma apurada de cortar del faraón y compararlo con los sentimientos de Kaiba, sin embargo, no me salió la segunda vez que escribí la escena y lo compensé con el faraón apreciando el cielo.

Pues, Kaiba es alguien que mantiene su belleza a su manera, puede estallar como una tormenta y aun así ser un encanto. Quizás algunas personas no estén de acuerdo, pues Kaiba hizo unas cuantas cosas malas pero lo ha compensado bastante. Atem es quien limpió su corazón de aquella oscuridad, de hecho, Takahashi ha mencionado que Atem es quien mantenía el balance de su corazón, y al haber desaparecido todo se descontroló dentro de él y por eso se vuelve tan escandaloso en la ultima pelicula, "El lado oscuro de las dimensiones". De aquí viene la teoría de que Kaiba teme estar unido al faraón por terminar siendo lastimado y abandonado.

Kaiba necesita del faraón, eso es un hecho.

La soledad de Atem y las discusiones entre los rivales: También tengo la teoría de que el faraón siente demasiada soledad dentro del rompecabezas, que en realidad detesta estar ahí adentro, y puede llegar a ser una persona claustrofóbica por ese hecho. No es por exagerar, claro.

A veces pienso que a Atem lo manifiesto como si fuera la reina del drama más que el rey de los juegos, pero es alguien demasiado complejo, un espiritu del faraón que no pertenece a tal mundo moderno, con sentimientos hacia personas que no puede alcanzar ya que ... repito... no pertenece a ese mundo, es algo triste y complicado para él.

Hablando de complejidades, no saben lo dificil que es plantear una discusión entre Atem y Kaiba, cuando defiendes un solo punto de vista y tienes que poner sobre los zapatos de ambos. *suspira* Así es como tiene que ser un escritor.

En fin, no quiero hacer esto demasiado largo, espero que les haya gustado. Gracias de nuevo a todos los que me leyeron, los que dejaron review y los lectores silenciosos. Aprecio mucho que les haya gustado mi historia, y a los que no, diganme cual es el error y lo tendré en cuenta.

Estoy en una seria busca de un beta-reader, pero eso ya es otra historia.

Manden review, mensaje privado, haganme saber su opinion, sea buena, mala o lo que sea.