Capítulo 1.
Candice White-Rowan observó por enésima vez su reloj, esperaba por él, su socio de negocios. Su fama de coqueto no le era desconocida, y no por primera vez en la vida maldijo en silencio a su hermana por orillarla a tomar las riendas del negocio en vez de ella, lo cierto es que conocía de sobra a William Albert Andrew, sus familias habían sido amigas por generaciones, además de socios de negocios, Candy esperaba impacientemente sentada tras el engañosamente sencillo escritorio de cedro de su oficina en el último piso de un imponente rascacielos neoyorquino, tenía 25 años, había graduado de la universidad de Harvard, con un Bachelor Degree en Bussiness Administration y un Master en Desarrollo Sustentable, los últimos dos años los había pasado viajando por el mundo desarrollando proyectos de uso de energías limpias en países tercer mundistas.
Su padre, Victor White-Rowan era un multimillonario hombre de negocios, él y William C. Andrew habían continuado con el legado de un gran imperio de compañías trasnacionales heredadas de sus padres, y a su vez de sus abuelos, y así por generaciones, ambos eran hombres cabales, exitosos, educados casi casi como hermanos, que creían en la familia, y en enseñar a sus hijos el valor del trabajo a pesar de que lo tenían todo.
Candy tenía una sola hermana, Anne, era mayor que ella por un par de años, y aunque en teoría debería ser la que se encargara de los negocios, ella prefería la vida social, y las relaciones públicas, los números simplemente no se le daban, era una it girl neoyorkina, con un excelente gusto para vestir y un pilar de la alta sociedad, se dedicaba a obras de caridad, tenía un Bachelor Degree de la Sorbona en Historia del Arte, y un Master en restauración de obras de arte, por lo cual era curadora del Met.
Victor siempre había creído en dejar que sus hijas siguieran su llamado, y él y William creían en seguir al frente de los negocios hasta el último de sus días, con tal de dejar a sus hijos perseguir sus propios sueños, sin embargo, Victor había sufrido un ataque al corazón recientemente, y su cardiólogo le había indicado que definitivamente hacerse cargo de los negocios por el mismo no era una opción por el momento. Su encantadora esposa, Katherine le había convencido de dejar los negocios, y él había tenido que mandar llamar a su hija menor.
Por su parte William C. Andrew estaba convencido de que era tiempo que su único hijo varón se hiciese cargo de la empresa, y sentara cabeza, William Albert Andrew era un hábil hombre de negocios, pero a su vez era un aventurero, que al igual que Candice vagaba por el mundo, sin embargo, mientras una desarrollaba proyectos en países tercermundistas, Albert buscaba nuevas posibilidades de inversión, tenía 33 años, y era imposiblemente guapo, tenía un tinte de rebeldía en su personalidad y una fama de seductor con la que no podía, su hermana, Rosemary Andrew solía burlarse de esto, a lo que él respondía que no era su culpa que las mujeres cayeran rendidas a sus pies solo porque les sonreía o las saludaba con cortesía.
En ese momento salía de uno de los mejores restaurantes de la ciudad de New York, sin prisas, ni preocupaciones abordó el auto deportivo que esperaba por él, un lujoso Porsche color negro, sabía que debía ir a las oficinas, su padre le había dicho que debía reunirse con Candice White-Rowan, ya que ella tomaría la dirección de la filial de New York, lo cual a Albert le parecía una locura, la chiquilla rubia y pecosa era una atolondrada, a quien le gustaba trepar árboles y escapar de las reuniones formales, no en vano había pasado los últimos dos años haciendo de madre Teresa por el mundo.
Albert se preguntó no por primera vez como es que esa pequeña revoltosa se iba a enfrentar a los socios e inversores potenciales, y así se lo había hecho ver a su padre en Londres, quien a su vez le había sonreído enigmáticamente y le había recordado sin rodeos que él mismo había sido quien le había enseñado a Candy a trepar árboles…
Flashback, dos semanas atrás.
Sí padre, cuando tenía cinco años, y era un pequeño paquete de energía que se empeñaba en seguirme a todas partes, era cuestión de seguridad enseñarla a trepar árboles…
William, hijo, si no quieres hacerlo lo entenderé e iré yo mismo a apoyarla en tomar la dirección de la filial, o bien, puedo pedirles a tus primos Cornwell que lo hagan, sin embargo, preferiría que lo hicieras tú.
¿Porqué? Sabes que tengo varios viajes planeados.
Sí, lo sé, pero eres mi hijo, mi heredero, quien tomará el puesto de presidencia en Europa cuando yo me retire o falte, y ella, es quien tomará el puesto de presidencia en América ahora que Victor necesita un descanso, así que creemos que sería bueno para ustedes que reanuden sus relaciones, ¿hace cuánto que no ves a Candy?
Supongo que desde su presentación en sociedad a los 16, no lo sé, no lo recuerdo, y bueno, siempre ha mantenido un perfil bajo, así que ni siquiera aparece en los medios, la imagen pública de los White-Rowan es Annie, tal vez ella debería tomar la presidencia… Padre, no quiero ir a hacerla de niñero, de una chiquilla recién graduada.
No es una chiquilla recién graduada, tiene 25.
Y cero conocimientos de negocios.
Tiene estudios en negocios y en desarrollo sustentable.
Está bien, me rindo, ¿cuánto tiempo debo hacerla de niñero?
Seis meses, tal vez un año, tienes razón en que no está familiarizada con los negocios…
Me destierras a América por un año.
No te destierro, y no tienes que permanecer en América, puedes llevarla contigo a tus viajes, después de todo, también necesitara aprender e ello.
Padre…
Vamos William, es una chica lista…
Y hermosa. - dijo Pauna Andrew interviniendo por primera vez en toda la conversación entre su hijo y su marido.
Madre, ya sé que tienes tu lista de candidatas, pero créeme Candice White-Rowan jamás podría ser parte de esa lista, es como una hermanita pequeña.
Perfecto hijo, mejor para mí, así puedo respirar tranquila sabiendo que no te romperá el corazón, porque si tú tienes tu fama de seductor, ella tiene la suya, de inalcanzable, y de deshacerse de los pretendientes de alto perfil.
Tú y Katherine deberían hacer otra cosa además de platicar de nosotros sus hijos. – le dijo Albert con una sonrisa coqueta a su madre.
Y tú deberías dejar de quejarte y planear ese viaje a New York. – le dijo su madre con una sonrisa igual a la suya.
Bien, no puedo con los dos, haré lo que pueda por enseñarle a la pequeña revoltosa a comportarse como una mujer de negocios.
Gracias hijo. – le dijo su padre con una sonrisa ofreciéndole un vaso de whisky.
Albert no había dicho nada más y se había dedicado a hacerse cargo de los pendientes más urgentes, y a poner al día a sus primos Allistear y Archie Cornwell quienes se harían cargo de algunas cosas mientras él se instalaba en New York, ese día había quedado de reunirse con ella en la oficina de presidencia hacía una hora, pero si mal no recordaba la pequeña Candy era la impuntualidad personificada, y sabiéndose un hombre poco paciente decidió mejor llegar tarde, se tomó su tiempo con su almuerzo, y con la hermosa mujer que lo acompañaba, una vieja amiga, por supuesto, y ahora se disponía (con toda la paciencia que media botella de buen vino y un excelente almuerzo podían proporcionarle a uno) a esperar por la pecosa heredera de Victor White-Rowan.
Entró con paso despreocupado al lujoso rascacielos del centro de Manhattan, provocando que las mujeres a su paso dejaran sus labores por un momento y deleitaran su vista con el imponente hombre que entraba con su garbo de hombre de mundo como sí la tierra que pisaba no lo mereciera, vestía un impecable traje color gris claro de tres piezas, con camisa color cerúleo de cuello y puños blancos, finos zapatos color vino de cuero italiano, y corbata a rayas azul marino, con su bien formada percha y estatura de 1.95 William Albert Andrew estaba acostumbrado a llamar la atención.
Se dirigió al elevador que lo llevaría hasta el piso de las oficinas de presidencia del consorcio Andrew - White-Rowan y utilizó su tarjeta color negra para hacer que el elevador funcionara, cuando las puertas de inmaculado acero y cristal templado color negro se abrieron, Albert puso una sonrisa en su descaradamente guapo rostro y salió del ascensor, se dirigió con paso seguro al mostrador de granito color carbón dónde una guapa chica de cabellos castaños y sofisticados lentes color rojo de Chanel esperaba, Patricia O´Brian, la joven y guapa asistente personal de Victor White-Rowan le devolvió la sonrisa con la confianza que los años de conocerlo le confería, vestía impecable entubados pantalones color negros con una fina camisa de seda en color gris, Albert la conocía de sobra y estaba seguro que su engañosamente sencillo atuendo estaba complementado por zapatillas que seguramente eran una obra de arte, y que nada era sencillo en realidad, sino escandalosamente caro, después de todo Patty O´Brian no necesitaba trabajar en realidad.
Buenas tardes señor Andrew. – le dijo ella con un tono en extremo formal que denotaba una nota de burla.
Buenas tardes Patty, recuerda que mi nombre es Albert. – le dijo él siguiéndole el juego.
Sé de sobra que su nombre es Albert señor Andrew, así como también sé que acostumbra ser amable con todas las recepcionistas de las filiales.
Vamos Patty, no soy un monstruo, y tú no eres una recepcionista. –
Lo sé, y precisamente por eso debo advertirle que la señorita White-Rowan está que echa chispas. -
¿Por qué? ¿Acaso le impidieron la entrada al edificio con su mascota exótica de turno? – le preguntó Albert con una sonrisa burlona recordando todas las veces que la chiquilla había adoptado algún animal desvalido e insistido en cargar con el pequeño bicho por todas partes.
No señor Andrew… -
Basta con lo de señor Andrew, Patty, tú padre es amigo del mío, porque insistes en trabajar de asistente nunca lo entenderé tal vez, pero, al menos llámame Albert como lo haces en el club, y quita esa sonrisa burlona del rostro. –
Bien Albert, has llegado dos horas tarde, y la señorita White-Rowan…
Candy, Patty, se llama Candy, y también la conoces… son mejores amigas, así que dejemos la charada a un lado. -
Bien, ya que no me dejas interpretar mi papel de asistente de dirección a gusto, debo decirte que Candy está furiosa. –
¿Por qué la hice esperar? Vamos, no te preocupes por eso, le invitaré un helado y lo olvidará. – le dijo con una sonrisa.
Hacía dos años que Patricia O´Brian le había pedido a su padrino, Victor, que le permitiera ser su persona de confianza, y Victor sabiendo de sobra que era una joven prudente, inteligente y talentosa, además de amiga de sus hijas no lo había pensado dos veces, si bien el padre de Patty era un hombre acomodado de rancio abolengo, la chica insistía en trabajar, y su puesto no era precisamente el de una secretaria, sino era la mano derecha y directora de relaciones públicas de la oficina de New York, y ahora que Candy se haría cargo, su mejor aliada.
Patty se dio por vencida, dejaría que Albert Andrew se diera cuenta de que Candy ya no era una chiquilla revoltosa y de que estaba en serios problemas al haberla hecho enojar, ni siquiera le advirtió que se encontraba atendiendo a uno de los inversionistas más importantes, Richard Grandchester, quien se suponía Albert debía atender al día siguiente, pero que había llegado sorpresivamente ese día y Candy sin dudarlo lo había hecho pasar a la oficina que fuera de su padre.
Observó como Albert caminó hacía la oficina esperando borrar el berrinche de la que él suponía una chiquilla con una propuesta de llevarla a comer helado, estaba segura de que el orgulloso William Albert Andrew estaba a punto de reencontrarse con la única mujer que podía hacer con él lo que quisiera.
Albert llamó levemente a la puerta y escuchó una suave y bien modulada voz femenina dar permiso de entrada, esperaba encontrar la oficina revuelta, y a Candy en pleno berrinche, seguramente vistiendo jeans, una t-shirt color negro con alguna banda de rock impresa en el frente y botas Timberland, ¿Qué más se podía usar para ir de aldea en aldea? Pero cuando abrió la puerta se topó con que la mujer dentro de la oficina no estaba sola, sino acompañada por Richard Grandchester, y seguramente esa mujer era una de las altas ejecutivas de la compañía, porque estaba sentada en uno de los cómodos sillones de piel color marrón de la oficina, perfectamente erguida, impecablemente vestida y conversando amigablemente con Richard.
Por primera vez en mucho tiempo, Albert se sintió confundido, tal vez se había equivocado de oficina.
Albert, que bueno que llegas. – lo saludó Richard amablemente poniéndose de pie, mientras la rubia se ponía de pie con seriedad.
Albert correspondió al saludo, y después procedió a brindar su atención a la hermosa mujer que tenía frente a él, vestía una pencil skirt de cintura alta color gris Oxford con una fina camisa color blanca de cuello grande y puños dramáticos, era delgada y de constitución delicada, su cabello rubio cobrizo estaba cortado en un LOB justo a la altura de su clavícula y con el frente más largo, era perfectamente lacio, y por joyas llevaba unos discretos aretes de lo que pudo reconocer como zafiros y un enorme anillo color dorado en el dedo índice de sus bien manicuradas manos, caminó con gracia y soltura hasta él a pesar de que los finos tacones de aguja de sus pumps color azúl eléctrico se hundían un poco en la mullida alfombra, era simplemente hipnotizante, Candy salió de su mente, podía hacer el berrinche que quisiera, pero después de su conversación con Richard se dedicaría a conocer más a la mujer que tenía frente a él.
William Albert Andrew, a sus pies señorita… estoy seguro de que no nos han presentado porque de ser así recordaría su nombre. – le dijo con una sonrisa seductora mientras tomaba su mano para besarla. La mujer no parecía nada impresionada por él, y eso lo desconcertó.
Llegas tarde. – le dijo mientras le señalaba uno de los sillones para que tomara asiento. – Richard me comentaba sobre el complejo turístico que estamos construyendo en Tailandia, y Patty muy amablemente me pasó el informe, así que no nos has hecho falta, pero por el momento me es imposible atenderte, así que porque no te nos unes y le respondes a Richard las cosas que yo no pueda responderle, ya que el proyecto fue desarrollado por ti. – le dijo con toda seriedad.
Albert la miró confundido por unos segundos, el timbre de reproche velado en su voz, la figura menuda, los ojos color verde esmeralda que se oscurecían cuando se enojaba, esas pecas que salpicaban artísticamente su nariz, y cuando se sentó y cruzó la pierna su falda se alzó un poco y pudo ver en su rodilla la gruesa cicatriz producto de una caída de la bicicleta mientras él le enseñaba a montarla.
Frente a él estaba no una chiquilla, sino una mujer hermosa y segura de sí misma, que de seguro pensaba que él era un playboy impuntual que se dedicaba a coquetear con las ejecutivas de la empresa, esto estaba mal, definitivamente mal, por primera vez en mucho tiempo a Albert Andrew le importó lo que una mujer pensara de él.
Recobró su aplomo rápidamente y tomó asiento no dónde ella le había indicado, sino a su lado, observó la mirada divertida de Richard y dio gracias al cielo que fuera Richard quien atestiguara la incómoda situación, y no un inversionista nuevo.
Procedieron con la reunión y Albert admiró la forma confiada en que Candy hablaba de un proyecto que solo conocía en papel, después de todo no tenía más de tres días familiarizándose con los negocios, y tuvo cuidado de intervenir cuando fuese necesario sin dejarla en evidencia, después de tres cuartos de hora Richard se despidió satisfecho pidiendo que le dejaran saber cuándo viajarían a Tailandia, porque le pediría a su hijo Terry que los acompañara en representación de él, después de despidió con antigua caballerosidad de Candy besando galantemente su mano, y dio un firme apretón de manos a Albert mientras con una sonrisa enigmática le decía.
Suerte, estoy seguro de que la necesitarás. –
Albert lo acompañó hasta el ascensor y después se detuvo un momento en el escritorio de Patty mirándola acusadoramente.
Trate de advertírtelo. - le dijo ella sin rodeos - ahora anda, ve y ofrécele ir por un helado a ver si te funciona. – le dijo ella burlonamente.
Vas a pagar por esto Patricia O´Brian. – fue la réplica del rubio mientras se dirigía a la oficina.
Entró y la encontró de puntitas frente al alto librero tratando de guardar la carpeta del proyecto en su lugar, lo cual era simplemente inútil, porque era demasiado alto, pero le dio tiempo de deleitarse con sus bien formadas curvas. Sin decir nada se acercó por detrás de ella y tomando la carpeta de la mano la puso con facilidad en el estante alto que para ella había sido imposible alcanzar, el aroma a flores de su perfume lo tomó por sorpresa, pero más lo sorprendió que ella se diera la vuelta para encararlo quedando su boca tentadoramente al alcance de la suya.
Albert, no sé a que piensas que juegas, pero, no soy una más en la larga fila de mujeres que tienes a tu disposición, accedí a aprender de ti, primero porque tu reputación en los negocios es todavía más increíble que tú reputación con las mujeres, y segundo, porque es una manera de darle paz mental a mi padre, pero créeme que no haré el ridículo siendo una más en tus conquistas, así que ahora hazte a un lado y déjame pasar. -
La voz de Candy era firme y calmada, pero por dentro su mente y sus hormonas eran un torbellino, el aroma intoxicantemente masculino de su loción, su duro cuerpo tan cerca del de ella, su descarada masculinidad, y perfectas facciones… Candy estaba segura de que debía ser un pecado ser tan insolentemente apuesto.
Albert Andrew siempre había tenido ese efecto en ella, Candy lo había amado desde que tenía uso de razón, Albert era su héroe, su protector, el príncipe azul de sus fantasías infantiles, y el crush de su adolescencia, había sido su pareja en el cotillion, pero esa noche mientras bailaba con ella, para Candy había sido evidente que él no la veía más que como una pequeña hermanita, y decidió que por su sanidad mental debía cortar su contacto con él, la relación de camaradería se enfrió, después de todo él era un hombre de 24 años, y ella una chiquilla de 16.
Albert clavó su mirada azul cielo en ella y Candy sintió como sus piernas se volvían de gelatina.
Lo siento pequeña. – le contestó con el tono afectuoso de antaño, pero sin dar un solo paso hacia atrás. – para compensarte puedo llevarte por un helado. – le dijo él con una sonrisa condescendiente.
¿Es en serio William? ¿por un helado? ¿acaso tengo 5 años? –
No, pero aún a los 16 el mejor remedio para todas tus penas era un helado de triple chocolate, dudo mucho que ahora a tus 25 eso haya cambiado. – le contestó él con una media sonrisa.
Candy puso su mano en su amplio y bien marcado pecho y pretendió empujarlo a un lado, un acto inútil por supuesto.
Vamos preciosa, no te enojes, en verdad me disculpo por haberte hecho esperar, y prometo ser el más útil de los hombres durante el próximo año. –
¿El próximo año?
Así es, las instrucciones de mi querido padre es que debo ser tu sombra durante el siguiente año.
Candy tomó aire y dejó soltar un suspiro tenso.
¿Tan mala compañía crees que soy? Anda, solíamos divertirnos, prometo que dejaré que me ganes en la carrera hasta el elevador. – le dijo él tentadoramente.
William… -
¿William de nuevo? William es mi padre, nunca me has llamado William. –
Bien, Albert, hazte a un lado, que por esa puerta puede entrar cualquiera y no se vería nada bien, que la presidenta de la oficina en New York este acorralada entre el librero y el presidente de las oficinas europeas. - le dijo ella con toda la calma e indiferencia que fue capaz de reunir.
Albert sabía que ella tenía razón, así que se hizo a un lado muy a su pesar, justo cuando la puerta se abría y un hombre un poco más joven que él con los inconfundibles rasgos de los Andrew asomaba su cabeza por la puerta.
Candy, traje helado de triple chocolate para celebrar tu regreso, y hay una función de cine en el parque… - dijo Anthony antes de percatarse de la presencia de Albert.
Anthony. - dijo la rubia con deleite, mientras se acercaba con una radiante sonrisa al primo de Albert, apenas un par de años mayor que Candy.
Anthony saludó a Candy con un beso en la mejilla y un fuerte abrazo, tenía meses de no verla, pero solían hablar por Skype, y ahora vivirían en la misma ciudad, Anthony no se hacía ilusiones, sabía de sobra que Candy aún deliraba por Albert, y él estaba locamente enamorado de su novia, Isabella, una hermosa chica española de cabellos negros y ojos grises. Pero no pudo evitar notar la molestia de su primo por la interrupción.
Albert, ¿por qué no vienes con nosotros? –
No creo que el señor Andrew se digne a sentarse en el pasto con el traje de diseñador que lleva puesto. – le dijo ella con mirada burlona.
¿Así que el helado de triple chocolate ya no es el remedio a todas tus penas?
¿Según tú cual es mi pena el día de hoy?
Obviamente tener que lidiar conmigo durante el próximo año.
Albert, traje suficiente helado para los tres, bueno, para los cuatro, ahora viene Patty, así que porque no nos sentamos en ese sofá mientras hablamos de los pendientes de la semana, y comemos la delicia culinaria que es definitivamente nuestra adicción compartida. – le dijo Anthony conciliadoramente tratando de calmar los ánimos, sabía bien que eso podía volverse una discusión interminable entre ambos, al parecer era difícil deshacerse de los viejos hábitos.
Albert asintió y fue hasta el sofá, al poco rato entró Patty, y Anthony le pasó a cada quién un cuarto de helado y su cuchara, Candy se sentó en la alfombra y se deshizo de sus zapatillas, revisando los pendientes y escuchando con atención a Anthony y a Patty, mientras Albert se dedicaba a contemplarla, cuando el helado y los pendientes se terminaron Albert seguía sin saber de qué tanto habían hablado, pero podía recordar perfectamente la localización de cada una de las pecas de la respingona nariz de la rubia.
Eso era por demás una locura, no era posible, esa pequeña rebelde y revoltosa, era su hermanita, así que debía dejar de alucinar, comportarse a la altura, y dejar de verla como un bobo que no ha visto antes a una mujer.
Candy había hecho un esfuerzo sobrehumano para concentrarse, pero sentía la mirada de Albert clavada sobre ella, tal vez analizándola, y decidiendo si podría con la responsabilidad, suspiró para sus adentros, ese sería en definitiva un año muy largo.
