[La Mujer Perdida: Capitulo 2]
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– Espero que te agrade el arroz, porque hice bastante– dijo Arnold mientras señalaba uno de los compartimentos en la nevera – también hice vegetales al vapor, pollo, pastel de carne, cacerola lentejas y algo de carne en salsa.
– Eso suena como comida para un ejercito – dijo Helga.
– Te alcanzará por lo menos para cinco días – respondió Arnold mientras que se quitaba el delantal y lo ponía detrás de la puerta de la cocina, en donde Helga lo tenía en primer lugar.
– Diría que no me quiero aprovechar de tu gentileza, cabeza de balón, pero no es verdad, es muy fácil aprovecharse de un tipo bonachón como tu – dijo Helga quien se encontraba tendida cual larga era en su sillón. De repente, ella se sentó en el sofá y lo miró con aquella impactante mirada que nunca dejaba de sorprenderlo.
– Arnold – comenzó ella dejando salir un largo y cadencioso suspiro – no tienes que hacer esto por mi. Te lo agradezco, pero lo que pasó quedó en el pasado, lo digo en serio, no tienes porqué molestarte.
– No es una molestia – negó él muy consiente de que este sería el momento de enfrentar sus errores, pero con la firme convicción de que haría todo lo posible por evitarlo. – esto no tiene que ver con nada que hubiera ocurrido entre nosotros. Helga, a pesar de todo, siempre fuimos amigos, y yo quiero cuidar de una buena amiga – dijo Arnold, a lo que ella respondió con una sonrisa indulgente y casi sarcástica.
– Haz lo que quieras, Cabeza de balón, sé que no importa lo que yo diga, tú terminarás haciendo tu voluntad, siempre ha sido así.
– Eso no es justo Helga– dijo Arnold avergonzado.
– ¿ Lo vas a negar? – preguntó ella mirándolo a los ojos.
– No, no lo voy a negar. Que tengas una buena noche– dijo Arnold quien tomó su chaqueta y se marchó tan rápido como pudo. Y aún así, él estaba completamente seguro de que no sería la última vez que los dos se verían.
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[Trece años antes]
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– ¿Recuerdas esa ocasión en qué pasamos toda la noche hablando en la terraza de Rhonda? – preguntó Arnold mirando hacía el cielo estrellado.
– Sí, lo recuerdo – dijo Helga sonriente mientras tomaba otro vaso de ponche – ¿estás seguro de qué esto no contiene alcohol, cabeza de balón? – preguntó ella mientras señalaba su vaso de plástico rojo.
– Por su puesto que no tiene una sola gota de alcohol, yo mismo lo preparé, es solo soda con algo de jugo – dijo Arnold mientras miraba alrededor.
Arnold Shortman era famoso durante su niñez por sus divertidas fiestas y por su disposición para ayudar a los demás, y a él le gustaba ser conocido por esto. Sin embargo, una vez llegó a los Estados Unidos, todos parecían haber olvidado aquello, por lo que él quería darles una razón para recordarlo. Arnold decidió que quería brindar una gran fiesta en la azotea de su casa, como las que solía brindar cuando era niño. Hasta ahora, todo salía a la perfección. Los faroles que colgaban de lado a lado se veían bellísimos, y la música hacía que todos bailaran sin cesar.
Helga aceptó bailar con él varias piezas mientras que todos les dirigían miradas curiosas. Para la mayoría, Helga era aquella chica con mala actitud y un ex novio algo violento, mientras que Arnold era "el nuevo", por lo que parecían ser una pareja completamente dispar.
– Estoy algo mareada – dijo Helga mientras que buscaba un asiento – ¿Estás seguro de qué esa cosa no tenía alcohol? – preguntó ella mientras se tomaba la cabeza con ambas manos.
– Claro que sí– dijo Arnold cada vez más preocupado por ella.
– Me siento mal, cabeza de balón, quiero irme a casa – dijo ella.
– No tienes que hacerlo, no en ese estado, puedes dormir en mi cama, nadie te molestará – dijo Arnold quien realmente no deseaba enviarla de vuelta con sus disfuncionales padres.
Justo cómo Arnold le había prometido tiempo atrás, cuando ella apareció en su habitación llorando y con una enorme herida en la cara. Arnold no había hecho ninguna pregunta, él no necesitaba hacerlas, pues sabía a la perfección que todo era consecuencia de la revuelta vida familiar de Helga. Aquello no era nuevo. Él siempre supo que el hogar de la chica no marchaba bien, no había que ser un genio para hacerlo, pero no se imaginó que ella necesitara tanto de alguien.
Helga G. Pataki parecía completamente impenetrable cuando ambos eran niños, y aún ahora, ella no se veía cómo la clase de personas que requerían ayuda de nadie. Y con todo, él no quería enviarla a casa sola, a enfrentarse con una madre alcohólica y un padre violento, quienes parecían estar peor que nunca.
– Helga – llamó Arnold a la chica que dormía en su cama – ¿quieres algo? ¿una aspirina? – preguntó él preocupado.
– Tío Jerry – dijo Helga quien yacía boca abajo en su cama. Ella levantó ligeramente su torso y lo tomó del cuello de su camisa.
– Tío Jerry – repitió- por favor no me mandes de vuelta, no quiero volver a Hillwood, por favor no me hagas esto.
– Helga, Helga – respondió Arnold tomándola por los hombros – No soy tu tío Jerry, soy yo, Arnold.
– Arnold… cabeza de balón – dijo ella dedicándole una sonrisa. – yo te conozco, siempre has sido tan bueno conmigo – continuó ella dedicándole una mirada dulce muy poco característica de ella.
– Siempre te he querido – dijo ella – pero eso tu lo sabes.
– No, no lo sabía – contestó Arnold dedicándole una sonrisa.
– Si, siempre lo he hecho – dijo ella quien lo besó en los labios – ¿Tu no dejarás que me lleven, no es verdad?
– No tendrás que ir a ninguna parte, Helga, estás segura aquí– respondió él dedicándole una sonrisa. De repente, a Arnold la vio tranquilizarse aún más.
– Gracias Arnold – dijo ella tras lo que se volvió a acostar en la cama.
Arnold subió las escaleras hacía la azotea lentamente sin entender que estaba pasando. Él estaba seguro de que el ponche no tenía alcohol, no entendía porqué Helga se comportaba así. De repente, él se dio cuenta de que la única que se comportaba erráticamente no era su novia. Todos en la fiesta parecían algo desorientados.
– Gerald – dijo Arnold mientras lo tomaba por el brazo.
– ¡Arnold!– exclamó Gerald quien parecía tan confundido como Helga– Harold, Sid y Stinky pusieron ginebra en el ponche, ¿puedes creerlo? Y los del equipo de fútbol trajeron cervezas, esto es una locura.
– ¿Ginebra? – preguntó Arnold asustado. Él sabía a la perfección que a Helga no le gustaba beber. Ella siempre decía que no quería terminar como Miriam, así que procuraba no tocar una gota de licor.
– ¿Qué se supone qué le diré a Helga? – se preguntó Arnold preocupado.
– No te preocupes, estoy seguro de qué no se molestará contigo, está loca por ti, aunque no lo quiera admitir – contestó Gerald. De repente, Arnold recordó las curiosas palabras de Helga.
– Gerald.
– ¿Si?
– Helga estaba algo extraña, decía una y otra vez que no quería regresar a Hillwood, que quería quedarse con el tío Jerry ¿sabes a qué se refería? – preguntó Arnold.
– Oh, olvide contártelo – dijo Gerald sorprendido– cuando teníamos 15 años, las cosas en la casa de Helga se pusieron mal, realmente mal. Nadie sabe muy bien que pasó, pero escuché a mis padres decir que los servicios sociales amenazaron a los Patakis con llevársela a un hogar de paso del gobierno.
– ¿Es en serio? – preguntó Arnold sorprendido.
– Muy en serio, Hermano, muy en serio. – respondió Gerald quien hablaba más coherentemente– al parecer, el gobierno no les quitó a Helga, pero ellos la enviaron a vivir con uno de sus tíos. No tengo la menor idea de cómo se llamaba el sujeto, pero debe ser ese tal Jerry de quien estaba hablando. Desafortunadamente, él murió un año después, creo que fue un accidente de tráfico, y ella tuvo que volver a Hillwood.– concluyó.
Arnold tan solo tomó un vaso de ponche, no se atrevió a volver a tocar el tema. Pero aquello le abría la puerta para entender un poco más a Helga de lo que él había pensado. Él no podía creer que él ya llevara poco más de seis meses saliendo con ella y no se hubiere enterado de todo aquello.
– Supongo que ella no quiere hablar sobre eso– dijo la chica.
La emoción de la fiesta tan solo se calmó cuando el reloj marcó las tres de la mañana. Todos comenzaron a retirarse a sus casas, o a continuar la celebración en otro lado. Arnold finalmente regresó a su habitación.
Arnold paseó por los silenciosos pasillos de la casa de huéspedes hasta que llegó al estudio de su abuelo. Era una verdadera suerte que ellos no se encontraran en casa. En ese momento, Phil y Gertrude se encontraban en San Lorenzo, en la que Arnold imaginaba que sería la última vez que la abuela pudiera ver a su único hijo. Ella estaba muy enferma, y el abuelo no se encontraba mucho mejor, era cuestión de tiempo antes de que él se tuviera que enfrentar a la dolorosa realidad de la muerte.
Lentamente, él inspeccionó los anaqueles llenos de polvo, y encontró la vieja foto de sus padres que él solía mirar cuando era niño, los tres se veían tan felices. Él no tendría más de un año, y Miles y Stella lucían como los orgullosos padres primerizos que eran. Desafortunadamente, ahora él sabía que aquel cariño no era suficiente. Sus padres no eran buenos padres, o tal vez, simplemente no tenían la misma filosofía de vida que tenía Arnold, probablemente la separación los hizo demasiado diferentes, casi irreconocibles.
Aquella terrible soledad, y el sentimiento de pérdida era un lazo que siempre lo había unido a Helga. Ella a diferencia de Gerald, comprendía verdaderamente lo que significaba saber que había algo terriblemente incompleto en sus vidas, pero ella no tenía a alguien como sus abuelos que genuinamente se interesaran por su bienestar. A pesar de lo anterior, él no le había podido perdonar del todo que no hubiera contestado sus cartas. Helga no lo sabía, pero cuando le escribió fue la época más oscura de su vida.
Él tenía 15 años, se sentía más vulnerable que nunca, y estaba comenzando a darse cuenta de que sus padres en realidad no estaban tan interesados en él, cómo en mantener su excitante modo de vida, por lo que la mudanza a San Lorenzo había sido un catastrófico error. Él realmente necesitó a Helga, pero ella nunca apareció.
Arnold se dio media vuelta y regresó a su cuarto, en donde encontró a su novia profundamente dormida en su cama. Arnold se sintió mal por ella, debía encontrarse bastante incómoda, ya que aún llevaba sus zapatos y su chaqueta de jean puestos.
– ¿Arnold? – preguntó ella levantándose suavemente. La cola de caballo en la que ella siempre llevaba su cabello estaba completamente destruida y sus ojos tenían una especie de neblina.
– Hey…– dijo él mientras se sentaba en la cama junto a ella – lamento decírtelo, pero el ponche si tenía alcohol. Fue culpa de Harold, Sid y Stinky.
– Miserables – murmuró ella – les sacaré el apéndice de la manera antigua – dijo. Arnold rio ante este comentario, y retiró suavemente el cabello de su rostro.
– ¿Te sientes bien? – le preguntó Arnold a Helga.
– No, realmente no me siento bien – respondió ella – ¿puedo quedarme aquí?
– Por su puesto.
Helga se paró con dificultad de la cama y se quitó la chaqueta y los zapatos. Después, ella comenzó a desabrochar sus jeans.
– M-me que-quedaré en el sofá – tartamudeó él mientras que se ponía de pie.
– No, no lo hagas, no tienes porqué hacerlo – dijo ella.
Nuevamente, Helga le dirigió esa hipnótica mirada que ella había perfeccionado con el paso del tiempo, la misma que era capaz de paralizarlo al instante. Ella puso sus manos en sus hombros y lo empujó delicadamente hasta la cama. Él se dejó guiar por ella, pues una parte de su cerebro sabía que si alguna vez llegaba a tener la oportunidad de estar con ella, sería Helga quien lo iniciaría, no él.
En un golpe de adrenalina, Arnold tomó la cintura de Helga y la puso sobre la cama. Por primera vez en la noche, él inspeccionó atentamente la expresión de Helga, y se dio cuenta de algo que muy en el fondo él siempre supo: ella estaba completamente enamorada de él. Arnold la besó, pero esta vez se sintió como si fuera la primera, quizá esa fue la razón para que dejara de lado su sentido común, y olvidó momentáneamente que ninguno de los dos estaba completamente sobrio.
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– He cometido un terrible error – se dijo Arnold a sí mismo cuando la luz del sol lo levantó él día siguiente. Pero aquel sentimiento sólo se intensificó al ver a Helga dormida a su lado. Probablemente, ella no tendría recuerdo alguno, y aquello le dolía más que nada.
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Helga abrió los ojos muy lentamente, pero no encontró a Arnold a su lado, él permanecía sentado al borde de su cama, con los codos apoyados sobre sus rodillas y una mirada de derrota en sus ojos. Fue allí que comprendió que todo había sido un gigantesco error.
–Tengo que irme – murmuró Helga apresuradamente quien se levantó, se vistió y salió de la habitación sin decir otra palabra.
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[Trece años después]
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Arnold visitó a Helga varias veces durante las ocho semanas siguientes, la rutina siempre era la misma. Él llegaba a su casa, hacía la comida, hablaban un rato, a veces veían una película en internet y él se marchaba a su casa. Arnold apreciaba la incipiente amistad que se estaba formando entre los dos.
Y a pesar de todo, aún no llegaban al tema más delicado, aún no llegaban a lo que había ocurrido durante su baile de graduación. Durante mucho tiempo, él se culpó una y otra vez por lo sucedido. Sin embargo, después de terminar su segundo año en la universidad, él prometió que no volvería a pensar en ella. Arnold Shortman sepultaría el recuerdo de Helga G. Pataki. Pero ninguno de sus intentos habían dado resultado hasta ahora. Helga seguía ahí, su culpa seguía ahí, y él tenía el feo presentimiento de qué se estaba enamorando nuevamente de ella.
Arnold paró su automóvil en el aparcamiento en frente del conjunto de edificios en los que vivía Helga. En aquel momento, él vio una pelea muy cerca de él.
– Esto es tu culpa, Francis – gritó una chica que de inmediato reconoció como Helga.
– ¿Mi culpa? – preguntó él furioso – deberías agradecer el gesto, vine a visitarte después de todo lo que pasó, eso debería ser más que suficiente.
– ¿Mas que suficiente? – preguntó ella furiosa – No quiero volver a verte, Francis, no quiero volver a saber de ti.
– Eres una zorra, Helga, todos dicen que ya tienes a alguien nuevo, un sujeto que viene a tu apartamento casi todas las tardes.
– Puede ser, puede ser que sea así – respondió Helga altivamente - puede ser que yo tenga a alguien, pero ese es mi problema, no el tuyo, Francis – gritó ella a todo volumen.
Lo que pasó a continuación, sucedió en un intervalo de un par de segundos. Arnold vio al sujeto levantar la mano hacía Helga, con toda la intención de abofetearla, por lo que él supo que era hora de actuar. Sin embargo, como era de esperarse, él no llegó lo suficientemente rápido como para impedirlo. Helga cayó al piso con un fuerte impacto, y Arnold vio el mundo de color rojo, no se había sentido tan furioso en mucho tiempo.
Justo cuando él iba a alcanzar al sujeto, Helga se levantó y con una velocidad mucho mayor que la de Arnold le hizo una llave, sosteniendo dolorosamente su brazo a su espalda. Francis gritó por el dolor, mientras que ella lo acorralaba contra su automóvil.
– Prometí hace mucho tiempo que no dejaría que nadie me tocara nuevamente, si te vuelves a acercar a mi nuevamente, llamaré a la policía– prácticamente gruñó Helga.
– Esta bien, está bien, me iré de aquí – dijo el sujeto – Olvídalo Helga, estás loca – gritó mientras abría la puerta de su automóvil y entraba en él cerrando con un fuerte golpe.
– ¡Púdrete Helga!
– ¡Púdrete tu! – gritó ella a su vez. Arnold se acercó lentamente a ella, mientras que por primera vez notaba una delgada línea de sangre que salía de su nariz.
– Será mejor que entremos, Helga – dijo tranquilamente Arnold mientras que tomaba su hombro.
– Si, eso será lo mejor – respondió ella mientras que se limpiaba la nariz con la manga de su cardigan.
– La Doctora Bliss tenía razón, tengo un pésimo gusto para los hombres – dijo ella mientras que lo dos caminaban de vuelta al apartamento – no he escogido a un solo hombre decente a lo largo de mi vida. Ni uno solo– se quejó ella. Arnold tuvo la impresión de que ella solo decía aquello como un comentario casual, pero no evito que lo hiriera. Después de todo, él era uno de esos fracasados con los que había salido.
Los dos llegaron a la cocina, en donde él se apresuró a sacar los ingredientes que había comprado en el supermercado y ponerlos sobre el mostrador, mientras que se decía a sí mismo que no había pasado nada, que todo estaba completamente bien, y si seguía actuando de aquella manera, no tendría que enfrentar el lado malo de Helga.
– ¿Cómo dijiste que se llamaba este plato, Arnoldo? – preguntó Helga mientras que pelaba silenciosamente las papas.
– Focaccia de papas, te encantará, Helga, es una especie de pizza, y podrás usarlo en tus desayunos durante días – explicó Arnold alegremente mientras le decía a su traidor cerebro que todo estaba bien, a pesar de que Helga se viera mortalmente seria y callada.
– Para terminarla, debes cortar las papas muy finamente, así – dijo él mientras le enseñaba a Helga la manera de hacerlo. Ella tomó el cuchillo y comenzó hacerlo en el mismo silencio en el que se había mantenido desde el incidente con su ex novio.
– ¿Están bien así? – preguntó ella, a lo que Arnold contestó con una sonrisa.
– Están perfectas– respondió. Él le dio los toques finales al plato, y juntos lo metieron al horno.
– Sólo tardará unos 20 minutos – dijo en el mismo tono alegremente falso que había utilizado todo el tiempo. Al levantar su mirada hacía Helga se dio cuenta de algo que no había visto. Nuevamente, el mismo hilo de sangre comenzaba a salir de su nariz, y un feo moretón se estaba formando cerca a su ojo.
– ¡oh, no! – dijo Arnold mientras que sacaba del refrigerador un molde de hielo. – Mira nada más, probablemente deberíamos llevarte al médico Helga.
Ella recibió el molde de las manos de Arnold, pero cuando él se acercó a ella con la intención de retirar la sangre con una servilleta, recibió un fuerte manotazo que hizo que retrocediera un par de pasos hacía atrás. Fue entonces que comprendió que el momento que había esperado finalmente había llegado.
– ¿Qué crees que haces? – preguntó ella furiosa – no me toques. – dijo. Helga se marchó hacía el sofá, al otro lado de la sala de estar y se sentó frente al televisor mientras que sostenía fuertemente el molde de hielo contra su rostro. Desafortunadamente, él hilo de sangre aún seguía colgando de su nariz. Pero a Arnold verdaderamente se le congeló la sangre cuando la escuchó reír de una manera fría y casi tétrica.
– Es curioso, cabeza de balón – comenzó ella mientras volvía a limpiar la sangre con la manga de su camisa – pero me hice la promesa a mí misma que nunca dejaría que un hombre me volviera a poner una mano encima nuevamente. Cando dejé el viejo barrio pensé que todos esos días habían quedado atrás, y hasta el día de hoy, había tenido mucho éxito, nunca pensé que tendría que volver a enfrentar una situación como esta.
– Lamento mucho lo que te hizo ese idiota – dijo Arnold preocupado.
– Yo también lo lamento, lamento escoger siempre los mismos patanes – se quejó Helga, quien levantó la mirada hacía él.
– Arnold – inició ella – Qué es lo qué se supone que haces aquí? – preguntó.
– Pensé que éramos amigos, que tal vez…
– Los amigos no se tratan los unos a los otros como basura, cabeza de balón, los amigos por lo menos tienen la decencia de pedir perdón cuando hacen algo malo, y estoy segura de que ¡yo no hice nada malo!– dijo Helga quien fue subiendo el tono de voz progresivamente hasta que se transformó en un fuerte grito.
– No, Helga, no lo hiciste, lo que sucedió fue mi error – dijo Arnold tratando de calmarla mientras que pedía internamente una y otra vez que ella no lo echara de su apartamento, le había costado 13 años conseguir esta oportunidad, y no podía perderla luego de esas semanas en las que se había dado cuenta de que progresivamente le estaba entregando su corazón a Helga Pataki nuevamente.
– No, fue mi error. Yo debí ver las señales desde la primera vez que estuvimos juntos – dijo ella molesta – no quisiste hablarme en varias semanas, Arnold. Me sentí utilizada y desechada, fuiste la primera persona con la que tuve relaciones.
– ¡Eso no es cierto, Helga! – se defendió Arnold quien sabía muy bien que esa acusación no era verdadera – soy culpable de muchas cosas, pero esa no es una de ellas.
– Si no lo eres, entonces, ¿cuál es tu explicación?– dijo ella furiosa. En ese momento Arnold fue consciente de una terrible realidad, él nunca le dio una explicación coherente a su comportamiento. Recordando el pasado, él y Helga sólo se reconciliaron luego de que él la invitara a tomar una malteada, pero nunca se tomaron el tiempo para hablar de lo sucedido. En aquel entonces, Arnold sólo estaba feliz al ver que ella lo había perdonado.
– Yo me sentía culpable, Helga. Yo me sentía muy culpable – dijo Arnold mientras exhalaba lentamente – aquella noche tu no estabas en tus cinco sentidos, siempre creí que de alguna manera u otra me había aprovechado de ti y del hecho de que habías bebido mucho. Me sentía tan avergonzado que pensé que no tenía derecho de volverme a acercar a ti – confesó Arnold conmovido por aquella verdad que había guardado por tantos años.
– Arnold, yo lo inicie, yo sabía muy bien lo que hacía. Yo te quería a ti – respondió ella – tu pudiste haberme dado alguna explicación, pero en cambio, pensé que me odiabas y te entristecías por haber tenido tu primera vez con alguien a quien no querías. Tu no me dijiste nada, sólo desapareciste por tres semanas, ni siquiera respondiste mis llamadas.
– Lo lamento, lo lamento tanto – dijo Arnold negando– pensé que no recordarías nada y que deseabas explicación a de lo que había pasado aquella noche, esperaba que en cualquier momento llegara la policía a buscarme.
– Arnold, ¿cómo pudiste siquiera pensar eso? ¿Por qué no hablaste conmigo? – preguntó Helga cada vez más molesta.
– Yo, no quería hacerte más daño, realmente te amaba, Helga – confesó Arnold. Aquellas palabras cayeron como una bomba entre los dos.
Arnold había guardado aquel secreto por casi 13 años, él amó a Helga Pataki cuando los dos tan solo tenían 17 años, la quiso como a nadie. Pero lo que más lo aterrorizaba, es que Arnold Shortman de 30 años todavía la amaba, aunque no fuera de la misma manera apasionada y aniñada de aquel entonces, ahora, aquel sentimiento había cambiado en algo más adulto. Se materializaba en la certeza de saber que quería pasar su vida con aquella persona, pues tras semanas de visitas él todavía seguía sintiendo que ella lo complementaba, que equilibraba su personalidad aburrida y soñadora con una dosis de cruda realidad.
– No te creo – contestó Helga mientras que por primera vez dejaba salir un par de lagrimas. – Tu nunca me quisiste, eso fue lo que me dijiste la noche del baile de graduación– dijo.
– Nunca quise lastimarte, Helga – dijo Arnold tratando de hallar una forma para llegar a ella.
– Pues lo lograste, aunque no hubieras querido, lo lograste – contestó ella en un tono peligrosamente bajo y frio.
– Estaba tan molesto con mis padres, con la situación, mi abuela cada día se veía más enferma, y yo sabía que mi abuelo no duraría mucho más que ella – dijo Arnold – tú eras la única persona presente, la víctima que tuvo que soportar mi colapso nervioso.
– No me habría importado soportarlo si me hubieras dicho la verdad de la noche de la fiesta, yo pensaba que tu no me querías. – dijo Helga.
– Eso no era cierto– contestó Arnold dando un paso hacía adelante y tomándola por los hombros – yo te amaba, aún creo que lo hago, es un amor diferente. Helga, hemos pasado unas hermosas semanas juntos, yo…
– No– dijo ella conteniendo la respiración y cerrando los ojos con firmeza – no puedo dejar que esto pase, no otra vez, Arnold tienes que irte.
– Por favor Helga, no me hagas esto, llevo 13 años lamentando todo lo que pasó – dijo él mientras que la miraba seriamente.
– ¡No! – dijo ella – no volverás a convencerme, no volveré a dejar que alguien como tu me lastime – dijo ella separándose de él – por favor vete, Arnold.
– Helga, sé que estás herida, por lo menos déjame llamar a un médico– dijo ella.
– No, no, no, prometí que ningún hombre volvería a golpearme, y fallé, pero tu no volverás a humillarme – dijo Helga – lárgate de aquí.
Arnold sabía que no era el momento de insistir. Helga no sólo estaba molesta con él. Ella estaba muy afectada por aquel sujeto que la golpeó. Pero Arnold también sabía que no dejaría las cosas como estaban, él no se rendiría, no esta vez.
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[Trece años antes]
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– ¿Cómo recordaste que este es mi helado favorito? – preguntó Helga mientras jugaba con el pitillo de su malteada de chocolate con dos cerezas y extra de crema batida.
– No podría olvidarme del día en que te vi pedirla, Helga – respondió Arnold sonriente– fue durante ese día de los inocentes en el que fingiste quedarte ciega. Me obligaste a cargarte a través de la calle y a pagar una malteada que ni siquiera bebiste– dijo. Helga soltó una sonora carcajada.
– También te obligué a hacer mi tarea, y a ser mi perro lazarillo, ¿Aún recuerdas esa broma del pudín de chocolate? Es un clásico, cabeza de balón – dijo ella quien reía fuertemente. Arnold no pudo evitar sonreír al verla, su risa era contagiosa, y no podía creer que hubiera soportado sin tenerla a su lado durante aquellas semanas.
Arnold siguió comiendo su helado mientras recordaba lo que había sucedido la noche de la fiesta en su casa. Él jamás podría olvidar cada instante, cada beso. Arnold siempre había sentido una profunda compasión por Helga, pero no esa noche, porque aunque fuera por un breve momento, él tuvo la impresión de que ambos se entendían, de que los dos podían comprender el dolor del otro, y la profunda tristeza que ocasionaba la soledad. Ella tomó la iniciativa, pero solo fue cuestión de tiempo antes de que él respondiera con igual pasión, y eso era justamente lo que lo estaba carcomiendo por dentro, se suponía que él era quien había bebido menos. Él debió protegerla, y evitar que aquello hubiera pasado.
– No has respondido mis llamadas – dijo Helga quien se puso seria de repente.
– Lo lamento, pensé que no querrías hablar conmigo – respondió Arnold.
– Eso no tiene sentido, Arnoldo– se burló Helga quien arrugó el seño cómo solía hacerlo cada vez que se burlaba de él. Fue entonces que Arnold decidió que lo mejor sería no volver a hablar acerca de lo sucedido y tratar de recuperar su relación.
– Helga – dijo Arnold mientras mirándola comer su malteada de chocolate como si aún fuera la niña de 10 años que le había jugado una broma del día de los inocentes – ¿Quieres ir a la graduación conmigo? – preguntó. Él le pareció verla sonrojándose, pero ella no respondió, por lo que él comenzó a sentirse humillado.
– Quiero decir, toda la escuela sabe que somos novios, no debería preguntártelo, pero aún así quiero hacerlo, para estar seguros, sólo para estar seguros, porque yo… – balbuceó torpemente Arnold.
– Quiero ir contigo, cabeza de balón. – dijo Helga dedicándole una sonrisa.
– Me haces muy feliz, Helga, pasaré por ti a las siete – contestó Arnold.
– Perfecto.
– Perfecto.
El día de la graduación llegó, y cuando Arnold se bajó del viejo Packard verde de su abuelo no se sorprendió al ver que su hermosa chica había escogido un vestido rosa para la noche de graduación. Ella se veía radiante, y Arnold sonrió al ver cuanto se esforzaba ella por parecer indiferente a pesar de que él sabía que ella estaba muy emocionada.
– Te lo digo, Arnold, estoy lo único bueno de esta ridícula noche es que no volveremos a ver a esos simplones que llamamos amigos – se quejó Helga mientras él conducía, pero lo gracioso de la historia era que él sabía realmente cuanto los iba a extrañar.
– ¿Y qué hay con este ridículo vestido? ¿y este ridículo cabello? – preguntó Helga quien pasó a burlarse de sí misma y a decir que ninguna de aquellas cosas le importaban, a pesar de que él mismo la había visto en varias ocasiones buscar vestidos de graduación en internet y suspirar al ver fotos de románticas parejas elegantemente vestidas bailar.
– Como tú digas, Helga, como tú digas – dijo Arnold condescendientemente mientras tomaba la mano de su novia y la besaba.
– Si, yo tengo razón, Arnoldo, esto es una completa tontería– dijo mientras abría su diminuto bolso y sacaba un espejo para retocar su peinado. Arnold sonrió, Helga parecía dura pero él sabía la verdad, ella era muy vulnerable y sentimental detrás de toda aquella máscara.
Arnold y Helga llegaron al salón de bailes, que en realidad no era más que el gimnasio de su escuela ligeramente decorado con globos y serpentinas baratas, pero aún así, todos parecían estarla pasando muy bien.
– ¡Oh! – exclamó Arnold – escucha, es el tango, deberíamos bailarlo, tu sabes, por los viejos tiempos.
– Sí claro, Arnoldo, como digas– aceptó ella – pero no me vayas a pisar.
– No te preocupes, mi ciega amiga, estás en buenas manos – dijo Arnold haciendo referencia a aquellas palabras que le dedicó durante aquella noche del día de los inocentes cuando él ya había descubierto su fachada.
– Eres un idiota, cabeza de balón.
Arnold y Helga bailaron lo más que pudieron, comieron y se unieron a Phoebe y Gerald en su mesa, todo parecía marchar perfectamente, hasta que su profesor titular se acercó a la mesa con un gesto grave.
– Ya regreso – le dijo Arnold a Helga mientras que se ponía de pie y seguía a su profesor. El señor Patrick le dijo que tenía una llamada por cobrar en la dirección. Arnold sacó su celular del bolsillo interno de su chaqueta, pero no había ninguna llamada perdida.
Arnold abrió la puerta de la oficina del director y tomó el auricular del teléfono que era uno de los pocos artefactos de disco que había visto desde su niñez.
– ¿Hola?– preguntó Arnold.
– Hola, Arnold – respondió una voz que al instante Arnold reconoció cómo la de Miles.
– Arnold, menos mal pude localizarte. Papá dijo que no debía llamarte, que él se encargaría de todo, porque no quería arruinarte la noche, pero creo que es completamente necesario que sepas esto, y que vayas de inmediato al hospital – dijo Miles en un tono serio que Arnold raras veces lo escuchaba utilizar.
– ¿A qué te refieres papá? – preguntó Arnold algo molesto – dejé la casa de huéspedes hace unas horas, es completamente imposible que algo hubiera pasado en este corto tiempo.
– No es imposible– respondió Miles – Papá llamó y dijo que había tenido que llevar a tu abuela a urgencias, ella no paraba de toser, y los doctores dijeron que era mejor que permaneciera hospitalizada.
– Eso es imposible– dijo Arnold – tan sólo he estado fuera de casa por unas horas.
– No es imposible –repitió Miles esta vez molesto – Arnold, no me importa lo que estés haciendo, necesito que vayas al hospital.
– Estoy en mi baile de graduación.
– ¡Esto es importante, Arnold! – gritó Miles a través del auricular. Arnold sabía que aquello era realmente importante, y también sabía que el hecho de estar en su baile de graduación nunca hubiera sido impedimento para ir a ayudar a los únicos padres que conoció por casi 12 años, quienes no habían hecho otra cosa más que darle amor y cuidado durante toda su vida. Sin embargo, había algo en el tono, y en la forma de expresarse de Miles que le ponía los nervios de punta.
– Supongo que tu irás de inmediato a comprar un tiquete de avión– dijo Arnold mientras esperando un rotundo sí por parte de su papá.
– Ehh… Arnold, tu sabes que es complicado, los estudios que Stella y yo estamos haciendo son complejos, no podemos pedir una simple licencia como dos empleados normales, necesitamos que tú te encargues de todo, eres un muchacho muy maduro, tu mamá y yo confiamos en ti, sabemos que nadie podría asumir las responsabilidades que has llevado a cuestas– dijo su padre en aquel tono condescendiente, que pretendía ser paternal pero que en realidad era una de las tantas formas que utilizaban sus padres para evadir sus responsabilidades.
– ¡Eso no es cierto, papá! – dijo Arnold perdiendo la paciencia – Eso no es cierto, siempre es lo mismo con ustedes dos. Mamá y tu viven sus maravillosas vidas en un mundo de fantasías, evadiendo la vida real y sus responsabilidades. Durante años contaron con los abuelos para que se hicieran cargo de mi, yo no pretendo abandonarlos ahora, pero no dejaré que se deshagan de ellos como lo hicieron conmigo.
– Arnold, eso no es cierto. Nosotros acordamos que volverías a los Estados Unidos para que pudieras ir a la universidad y hacer tu vida.
– ¡La única razón por la que estoy aquí es porque ustedes quieren deshacerse de mi !– gritó Arnold furioso.
Él nunca había estallado de esa manera, cuando Miles y Stella tomaron la decisión unilateral de enviarlo de vuelta con sus abuelos, ellos nunca se molestaron en pedir su opinión, sólo lo hicieron por su propios y egoístas motivos. Era claro que ninguno de los dos sabía ser padre, y no pretendían serlo ahora, pues siempre habían cosas más importantes, gente más importante que su propia familia. En aquel momento, Arnold tomó la decisión de que no importaba lo que finalmente hicieran sus padres, él cuidaría a sus abuelos, así tuviera que hacerlo solo.
Arnold recordó cada uno de los momentos que pasó con Phil y Gertrude, cada una de sus palabras, cada una de sus enseñanzas. Ellos habían sido sus padres, no aquellos dos extraños con quienes aún no hallaba suficientes características en común. Era curioso, pero él siempre había buscado esa parte faltante, ese vacío, esa familia perfecta que se suponía debería tener, sin saber que siempre estuvo ahí frente a él. Arnold de enjuago las lagrimas y colgó el auricular sin decir una palabra más.
Mientras avanzaba por el largo pasillo de la escuela publica segundaria 118, Arnold recordó todos y cada uno de los desesperanzadores momentos que vivió en San Lorenzo. Él se vio a sí mismo en su casa en el pueblo en el que solía vivir, sentado en una mecedora de yute, mientras que veía las polillas acercarse a la famélica bombilla, en tanto el calor húmedo de la selva de Centroamérica lo envolvía completamente. Un par de amigos lo habían visitado durante la tarde, pero eran ya cerca las ocho de la noche y él se encontraba completamente solo y sin el menor interés de salir.
Fue en aquel callado y solitario momento que Arnold decidió escribir su primera carta a Helga. Arnold no entendió claramente por qué la escogió a ella precisamente entre todos sus conocidos, probablemente, se debía a qué ella era la única que podría comprender la soledad en la que vivía en ese momento. Arnold podría tener muchos defectos, pero no era completamente ciego, él había visto que detrás de la presencia fuerte de su amiga había una melancólica soledad, la misma que él ahora experimentaba.
No era que Arnold no apreciara a San Lorenzo, era un buen país, y había hecho grandes amigos allí, pero ver la imagen perfecta que siempre tuvo de sus padres escaparse entre sus dedos cómo si fuera agua era demasiado para él. Sin embargo, ella no respondió, y allí comenzó a surgir su resentimiento. La segunda carta fue aún más emotiva, la escribió después de que sus padres hubieran partido rio abajo en un viaje a la frontera del país, y lo hubieran dejado sólo por 8 días.
Pero, su mayor secreto, lo qué nunca le confesaría a nadie era que luego de que hubiera conseguido el e-mail de Helga a través de Gerald. Él le escribió muchas veces, tantas, que había perdido la cuenta, confiando en qué esta vez sus mensajes sí la alcanzarían. Arnold se llenó de ira mientras que avanzaba por el pasillo hasta el estacionamiento donde había dejado el Packard verde de su abuelo.
Helga siempre había sido este punto difícil en su vida, ella siempre pedía algo de él, pero nunca se encontraba dispuesta a dar, ¿Porqué no lo había ayudado cuando más la necesitaba? En aquel momento en el que se encontraba al borde del abismo, en ese preciso instante luego de que se hubiera dado cuenta de que sus mensajes nunca fueron leídos. Arnold se sentía como si estuviera en una especie de cuarto oscuro y sin aire, donde sus gritos de ayuda no podían ser escuchados por nadie, probablemente, eso fue lo que ese día lo llevó al borde del rio que rodeaba el pueblo.
Arnold nunca habló de ese momento de debilidad con nadie. Él nunca fue una persona depresiva, y sabía que nadie quería verlo en ese humor, por lo que hizo lo más adecuado con su naturaleza y trató de esconder todo lo que sentía para complacer a los demás, y así vivió hasta ese momento, en un profundo silencio.
– ¡Arnold! – gritó Helga mientras que atravesaba el estacionamiento con su vestido rosa ondeando en el viento. Si él no se hubiera encontrado tan furioso, hubiera pensado que era una imagen maravillosa, pero la sangre de Arnold bullía como nunca lo había hecho, estaba furioso, y por primera vez en su vida, quería dejar de escuchar los problemas de los demás, y ser escuchado.
– Arnold – exhaló ella mientras tomaba su antebrazo – ¿Qué sucedió? ¿tu abuela se encuentra bien? ¿era tu papá quien te llamaba? – preguntó ella.
– Sí, aparentemente, quieren que vaya al hospital a acompañar a mi abuela. El abuelo tuvo que llevarla al médico mientras estábamos en el baile. Él debió llamar a papá confiando en que él viajaría desde San Lorenzo, después de todo, no ha visto a los abuelos en años, pero no, papá dijo que no vendría, tiene cosas más importantes que hacer, siempre hay cosas más importantes para ellos dos– dijo Arnold resentido mientras se ubicaba frente al Packard dándole la espalda a Helga. Ella decidió tener uno de esos raros momentos de gentileza y puso suavemente sus cabeza sobre su hombro.
– Iré contigo, tu no estás solo, Arnoldo– dijo ella. Pero una ráfaga de ira se apoderó de él, y la retiró bruscamente de su lado.
– Tu no eres mucho mejor que ellos, Helga – dijo Arnold furioso. Ella trató de balbucear algo, pero él estaba muy furioso cómo para dejarla continuar.
– Tu no eres menos egoísta que papá y mamá.
– No te entiendo... – murmuró Helga ligeramente asustada.
– A las cartas, te escribí dos veces mientras estaba en San Lorenzo. Te mandé no se cuantos mails, pero no me respondiste, y yo, yo realmente te necesité. Sé que es idiota, pero pensé que tal vez pensé que no te habías olvidado del todo de mi, que sentías algo de cariño…
– Arnold, no te engañes, realmente te quiero, siempre lo he hecho, yo…
– ¡Silencio!– dijo él – tu no sabes, no sabes lo que sentí cuando no recibí aquellas cartas, sin nadie con quien hablar, nadie con quien pudiera desahogarme. Yo incluso… incluso llegue a pensar que lo mejor era saltar al rio – confesó Arnold quien nunca había tenido el valor suficiente para admitírselo a sí mismo. Helga parecía completamente horrorizada.
– Arnold… – dijo ella con profunda compasión. Pero Arnold no quería su compasión, no quería más que herirla, y que se sintiera como él.
– Eres tan egoísta como ellos, no mereces nada de mi, y no quiero saber nada más de ti. Debí saber que todo esto era un error, al igual que lo que ocurrió hace tres semanas, un enorme y gigantesco error. Helga Pataki, quiero que te alejes de mi, si no estuviste cuando más te necesité, no quiero volver a verte.
– Un error, ¿Lo de hace tres semanas, fue un error? – murmuró ella horrorizada.
– ¡Por su puesto que fue un error! – gritó Arnold– lo admito, yo tuve la culpa, espero que estés satisfecha de escucharlo. Pero si tengo algo claro en este momento es que quiero que te largues, tu y tu abusivo padre, y tu alcohólica madre de mi vida, porque estoy seguro de que su hija no es más que basura tal y como ellos…
El sonido de una fuerte bofetada combinada con el dolor del golpe en su mejilla lo hicieron reaccionar. Helga lo había golpeado tan fuerte que había tenido que recostarse sobre el automóvil para evitar caer al piso. Él había olvidado que no lidiaba con una florecita mustia. Ella era nada menos y nada más que la temida Helga G. Pataki, y él había sido un completo imbécil.
– Me voy – dijo Helga tomándolo fuertemente del cuello de la camisa – pero quiero que sepas por qué no contesté tus cartas. Puede que hubiera estado mal, pero llegaron en un terrible momento. Papá finalmente lo logró, me mandó a cuidados intensivos, y Miriam por poco sufre un colapso, ella consiguió convencer a mi tío Jerry que vivía en Florida de que me recibiera. Fue una época oscura, y por eso nunca conseguí el valor para contestar tus cartas, supongo que era más fácil permanecer callada que abrirse a otro ser humano. Yo no vi tus mails porqué mi terapeuta escolar dijo que no era prudente abrir los correos que me enviaban mis padres mientras vivía en Florida, ya que podrían afectar mi tratamiento.
– Pensé que no volvería a verte, pero tío Jerry murió y yo tuve que regresar a este basurero, lo odio, odio todo lo que hay aquí, odio estás viejas casas, esta escuela, y ahora sé que también te odio a ti– dijo Helga mientras lo sostenía fuertemente del cuello de la camisa.
– No es excusa para no contestar tus cartas, sé que fue desconsiderado, pero ya deberías saberlo, soy una perra, y ahora he descubierto que yo no soy la única de nosotros dos que es completa basura – prácticamente gruñó Helga.
Arnold tuvo que recostarse un momento contra la puerta de Packard para no caerse, tras lo que se subió con mucha dificultad al automóvil. No fue sino hasta que él se encontró en el asiento del conductor que su ira desapareció y fue reemplazada por una completa vergüenza.
– Qué fue lo que hice… – dijo Arnold horrorizado. No hacía menos de un mes había dormido con Helga mientras que ella se encontraba vulnerable, y ahora le decía todo aquello. Arnold, quien era conocido cómo un tipo bonachón y aburrido, quien siempre tenía que ver lo mejor en la situación, y hacer lo posible por ayudar a todo el que se lo pidiese, había herido a la única persona que parecía entenderlo.
Arnold tomó su cabeza entre sus manos, no entendía cómo había sido capaz de decirle aquello. Por su puesto, él estaba tan concentrado en su dolor que pareció olvidar que justo al mismo tiempo ella estaba pasando por la época más oscura de su vida. No entendía cómo había sido capaz de despreciar las circunstancias de Helga, por supuesto, tener un par de padres estúpidos y ególatras era malo, pero él nunca había tenido que vivir tal grado de soledad al que se había visto expuesta Helga.
Él sabía que tenía que reparar ese desastre como fuera, pero por ahora, debía conducir al hospital.
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Debió saberlo, no había forma de que él la quisiera. Arnold Shortman, el hijo dorado de Hillwood no podía querer a una niñita estúpida, rota y problemática como ella. Helga observó el paisaje nocturno de aquel muelle en donde Arnold y ella se sentaron a ver pasar los barcos durante ese fatídico día de acción de gracias en que los dos escaparon de sus casas.
En aquella ciudad no había lugar para ella, lo mejor sería dar media vuelta y marcharse muy lejos de allí, tal vez la viuda del tío Jerry pudiera recibirla por unos meses, mientras que comenzaba la universidad, entonces, se mudaría y no tendría que volver a ver a Arnold.
En ese oscuro momento Helga pensó que tal vez todo estaría mucho mejor si se metía al rio y se quedaba allí para siempre.
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[Trece años después]
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Arnold pasó 13 años lamentando aquella decisión. Él fue completamente inútil para su abuelo en el hospital, pues no había nada que hacer más que sentarse a esperar. Si él no hubiera esperado dos días para ir a ver Helga, tal vez él hubiera podido prevenir su partida. Por eso, él no permitiría que las cosas volvieran a terminar como en aquel entonces, la buscaría cuantas veces fuera necesario, pero no permitiría que aquello pasara nuevamente.
Afortunadamente, las circunstancias también eran muy diferentes. Esta vez Helga no podría huir tan fácilmente. Él sabía donde trabajaba, y estaba cien por ciento seguro de que ella no dejaría su trabajo por una pelea que había tenido lugar más de una década atrás.
Tras interminables llamadas, mensajes, mails, más llamadas, más mensajes y más mails. Helga finalmente contestó.
– Me estás colmando la paciencia, cabeza de balón – dijo ella acompañando sus palabras de un emoji iracundo. – ¿Acaso no sabes cuando rendirte? – preguntó.
– Sabes a la perfección que no – respondió Arnold con un emoji que sacaba la lengua.
– Por su puesto que no – escribió Helga. – ¿qué es lo que quieres, Arnold?
– Quiero hablar contigo, en persona – respondió Arnold. – ¿qué te parece si almorzamos mañana? – preguntó. Arnold intuyó que ella preferiría verlo en un lugar público, en vez de en la intimidad de su apartamento.
– Está bien – respondió Helga. – nos veremos mañana a la una en el restaurante que queda cruzando la calle junto a mi oficina, se llama le Bistro, te estaré esperando.
Arnold le agradeció por la oportunidad y se despidió de ella. Si algo había aprendido tras años de tratar a Helga era que había ocasiones en las que debía presionarla, pero una vez se lograba llegar a cierto punto con ella, era definitivamente mejor dejarla en paz, o se corría el riesgo de terminar con una nariz rota, y a juzgar por la paliza que había estado a punto de propinarle a su ex novio, esa parte de ella seguía inalterada.
Al día siguiente, Arnold entró al restaurante con el corazón en la mano, esta era su oportunidad, y más valía no desaprovecharla. Un mesero le dio la bienvenida y lo guió a la sección de fumadores, en donde encontró a Helga con un libro en la mano y un cigarrillo encendido.
– Hola Helga– dijo Arnold mientras que la saludaba. Ella levantó la vista y él se dio cuenta de que ahora ella usaba lentes para leer, no podía creer que en dos meses no hubiera notado aquello.
– Ni siquiera te atrevas a burlarte, cabeza de balón, la verdad es que no me estoy haciendo más joven, y tu tampoco– dijo señalándole las incipientes entradas a cada lado de su cabeza que había heredado de sus padre.
– No sabía que este café tuviera zonas de fumadores, ni siquiera sabía que aún existieran zonas de fumadores – dijo Arnold.
– Soy escritora, muchos de los escritores de la revista en la que trabajo fumamos – respondió ella mientras metía su libro en su bolso de cuero.
–Vaya, es todo un descubrimiento saber que los escritores son inmunes al cáncer de pulmón – dijo Arnold sarcásticamente. Helga le dedico una mirada cargada de veneno, pero apagó su cigarrillo a medio terminar en el cenicero en la mitad de la mesa.
– Bien, cabeza de balón, aquí estamos ¿de qué quieres hablar? – preguntó Helga cruzándose de brazos.
– Yo… Yo… Yo…
– Solo tengo una hora de almuerzo, Arnoldo – lo presionó Helga. Arnold entendió que aquel era el momento de la verdad, esta vez, podría solucionar los errores del pasado, o por lo menos disculparse con Helga por todo el daño que le hizo.
– El otro día, tu dijiste que siempre pensaste que yo te había desecho, y yo… y solo quería decirte que nunca pensé de esa manera. Tu eras muy importante para mi, por eso, cuando te marchaste de mi casa mañana me sentí muy mal, pensé que no habías tomado la decisión de dormir conmigo libremente, y aquello me estaba torturando.
– Yo no lo creí así, cabeza de balón – dijo Helga seriamente – yo creí que te lamentabas, porque habías perdido la oportunidad de tener tu primera vez con una persona a la que realmente amabas, y todo por mi culpa, yo había iniciado todo aquello. Yo pensé que hubieras querido tener esa experiencia con alguien como Lila.
– ¿Quién? – preguntó Arnold confundido.
– Lila, Lila Sawyer, fue nuestra compañera por años, ¿Acaso no la recuerdas? – preguntó Helga sorprendida, pero, por más que forzaba la memoria no podía recordarla – ¡Arnold! - exclamó Helga entre escandalizada y sorprendida.
– Lo siento, no la recuerdo, ha pasado más de una década, he conocido a muchas personas – contestó él tratando de defenderse.
– Lila, una pelirroja, bajita, con pecas, aburrida y bonachona como tu – describió Helga – estuviste loco por ella cuando teníamos 10 u 11 años, no puedo recordarlo. Una vez escribí en una pared "Arnold quiere a Lila", y ella te persiguió por todas partes, pero después resultó que tu no le gustabas, pero ella a ti sí.
– ¡Ya recuerdo! – dijo Arnold de repente – ¿Tu fuiste la que escribiste eso, Helga? ¿tienes alguna idea de cuantos problemas me causaste con esa broma? – Preguntó. Helga estalló en risas al escuchar eso.
– Si cabeza de balón, fue muy divertido, muy divertido. – dijo ella carcajeando fuertemente.
– Siempre has sido una mujer muy cruel, Helga Pataki, pero me temo que esa vez la broma se fue en contra tuya, debió ser realmente terrible verme enamorarme de otra chica, en especial, porque en aquel entonces tu estabas loca por mi – se burló Arnold sarcásticamente. Helga dejó de reírse.
– Supongo que lo dices por lo que sucedió en industrias futuro– dijo Helga.
– Por eso, y por todos esos tiernos, pero algo perturbadores libros de poesía que escribiste sobre mi – dijo Arnold mientras veía a Helga ruborizarse de una manera en la que nunca lo había hecho, desde sus orejas hasta su cuello se llenaron de color.
– No sé a que te refieres– dijo Helga.
– Por favor– comenzó Arnold casi arrogantemente – ¿recuerdas esa vez que pasamos siete horas jugando Super Mario en tu casa, cuando éramos novios? – preguntó.
– Si– murmuró Helga.
– Me pediste que buscara uno de los controladores en tu armario, y cuando finalmente pude alcanzarlo, una gran caja café cayó encima mío. Aún recuerdo todos esos cuadernos rosa, iguales a uno que encontré en el bus escolar cuando teníamos 9 años – narró Arnold.
– ¿Por qué no me dijiste nada? – preguntó Helga aún más sonrojada.
–Pensé que era tierno, algo aterrador, pero muy tierno, Helga– respondió Arnold.
– Me siento tan avergonzada– dijo Helga riendo.
– No tienes porqué hacerlo, eras una niña de nueve años con un enamoramiento juvenil, eso es completamente normal. Además, ya eres una mujer adulta – dijo Arnold restándole importancia.
– Ese es del tipo de cosas que nunca dejan de producir vergüenza – contestó Helga. – espera un momento, entonces, ¿ tu no estabas enamorado de Lila?
– ¡Claro que no!– contestó Arnold preguntándose de donde había sacado aquella tonta idea, a la única chica que persiguió durante su último año de segundaria fue a Helga. – ¿De donde sacaste esa idea?
– No lo sé, simplemente pensé que querías a alguien mejor que yo– admitió Helga.
– Ahora, esta todo el asunto de lo que te dije en el estacionamiento, me siento tan mal por aquello, creo que eso fue lo peor de todo– dijo Arnold.
– ¿Realmente crees que eso fue lo peor? – preguntó Helga riendo– no seas idiota, cabeza de balón. Como si un par de palabras bruscas fueran suficientes para herirme. Yo sabía que estabas molesto por el asunto de las cartas, también sabía que estabas furioso con tus padres y que contenías todos estos sentimientos, como una especie de olla a presión que estallaría en cualquier momento. No Arnold, esas palabras no me hirieron, lo que realmente me torturaba era pensar que yo había estado en lo correcto, que tu realmente querías desecharme luego de haberme utilizado, mientras que yo estaba completamente enamorada de ti.
Helga habló certera y confiada al principio, pero al final de su discurso, Arnold pudo ver sus ojos cristalizarse y su voz temblar, a pesar de que ella todo el tiempo le dirigió una suave sonrisa.
– Nunca pensé en desecharte, Helga, esa es la suposición más equivocada que has podido hacer, yo te amaba, y aún lo hago – contestó Arnold.
En ese momento, el mesero llegó con los platos que habían ordenado minutos antes, y por primera vez desde su rencuentro en el hospital, él sintió cierta felicidad en el ambiente. Definitivamente, aquel era un buen día.
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[trece años antes]
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Arnold había esperado un par de días para que el animo de Helga se calmara. Además, la situación en su familia no podía ser peor. Todos los inquilinos pensaban que muy pronto venderían la casa, para que su abuelo pudiera mudarse a un hogar de ancianos, por lo que había mucho trabajo que hacer.
Sin embargo, al segundo día de su pelea con Helga, él decidió ir a verla. De seguro ella ya habría podido enfriar su ira, y lograría hablar de una manera más civilizada con ella. Mientras conducía a la casa de Helga, Arnold no pudo dejar de pensar en la noche de la fiesta. Aquella había sido su primera vez, y había significado mucho más de que él nunca sería capaz de expresar con palabras, le dolía pensar que Helga pudiera considerarlo un error, y aún peor, que él supiera que fue producto de su irresponsabilidad.
– Ella parecía feliz, parecía quererme – se dijo a sí mismo Arnold mientras conducía. A pesar de lo anterior, él no podía desprenderse de la imagen de Helga molesta al día siguiente. Ella se vistió y lo dejó sin una sola palabra, lo que significaba que algo debía ir mal. Arnold lo había arruinado todo.
Arnold estacionó el Packard verde a unas cuantas calles de la casa de Helga, se bajó y tocó el timbre. Miriam se tomó su tiempo, pero finalmente le abrió con aquella sonrisa adormecida que siempre llevaba en su rostro.
– Oh, Alfred, eres tú – dijo ella tomándolo de la mano –Pasa, pasa. – dijo mientras lo llevaba dentro.
– Señora Pataki…
– Ven Alfred, tu y yo tenemos que hablar, vamos a la cocina – dijo ella amablemente mientras le indicaba que se sentara en la isla del centro. Arnold lo sentía, había algo terriblemente malo en Miriam Pataki.
– ¿Quieres café? – preguntó Miriam.
– No, muchas gracias, yo quiero…
– Si quieres – dijo ella mientras que encendía la hornilla con la cafetera encima. En ese momento, Arnold comprendió que nunca había visto a Miriam Pataki tan borracha como en aquel entonces. Ella apestaba a vodka, y estuvo cerca de quemarse varias veces con la estufa, pero aún así, él no se atrevió a decir nada, podía sentir su resentimiento creciendo conforme pasaban los minutos.
– Bien… – empezó ella sentándose junto a él frente al mesón de la isla. – Alfred, siempre me caíste bien, parecías un buen chico, y cuando Olga estaba contigo se veía un poco más feliz. Ella siempre parecía molesta por todo, pero yo tenía la impresión de que la hacías más feliz– dijo Miriam con su omnipresente vaso en la mano.
– Señora Pataki…
– ¡Silencio!– exclamó ella subiendo la voz mientras que golpeaba el mesón con la palma de su mano. Arnold se dio cuenta de que no era impresión suya, ella estaba realmente molesta – voy a Hablar yo– dijo Miriam arrastrando las palabras y con sus furiosos ojos mirándolo a través de sus lentes.
– Algo pasó entre ustedes hace casi un mes. Olga no me cuenta nada. Ella piensa que no me doy cuenta de lo que sucede en esta casa, porque como dice Bob, soy una buena para nada. Pero, la vi entrar aquella mañana llorando, y desde entonces todo ha sido muy raro. – continuó Miriam erráticamente mientras él se sentía palidecer cada vez más – ayer llegó aquí muy tarde, con su lindo vestido arruinado, nuevamente llorando, y hoy me dijo: Mamá he decidido mudarme a Florida, me quedaré allí hasta que empiece en la universidad.
– ¿Qué? – preguntó Arnold preocupado – Ella aún le falta graduarse.
– Dijo que va a presentar el examen para graduarse – continuó Miriam – ¿Qué sucedió, Olga? Le pregunté. Ella no quiso responderme. Bob pensó que había sido nuestra culpa, siempre lo es, ninguno de nosotros es un padre modelo. Pero, para ser franca, Alfred, no puedo sacarme la idea de la cabeza de que esto es tu culpa.
– Señora Pataki… – comenzó Arnold cada vez más sobrecogido. Miriam Pataki tenía razón, ninguno de los dos era padre modelo, pero de alguna manera, aquella mujer se había dado cuenta de lo sucedido y ahora exigía explicaciones que era incapaz de dar.
– Quiero saber exactamente qué fue lo que le hiciste a mi niña, Arnold Shortman – dijo Miriam en tono tan frío y certero que parecía tratarse de su hija, y él se dio cuenta de que era la primera vez que recordaba su nombre.
– Yo le dije cosas que no debí decirle, la ofendí.
– ¿Me crees estúpida, jovencito? – preguntó Miriam llevando su vaso a sus labios – Olga es hija de Bob Pataki, ha tenido que soportarlo toda su vida ¿Realmente crees que un par de palabras bruscas la ofenderán?
– Lo lamento mucho, Señora Pataki, nunca pensé que ella se alterara tanto como para marcharse– dijo Arnold quien no previó lo que pasó a continuación. Ella lo tomó fuertemente por el cuello de la camisa.
– Escúchame bien, sé que tu le hiciste daño, yo lo sé, conozco a los de tu calaña, aléjate de mi hija, ya te lo dije, no soy una madre modelo, pero no soy estúpida. Ella me prometió que esperaría a marcharse cuando empezara la universidad. Esto es tu culpa, la perdí y jamás la recuperaré. Tu eres el culpable, sé que tu la lastimaste – dijo Miriam quien cada vez se oía más y más errática, al punto que al final, Arnold no entendía sus palabras.
Él no supo cómo logro escapar del agarre de Miriam, pero en cuanto lo hizo se precipitó hacía la puerta de la cocina. Tal vez, si se daba prisa, podría alcanzar a Helga en la estación de buses, tal vez aún quedaba esperanza.
– Señora Pataki, por favor, dígame dónde se encuentra Helga, necesito hablar con ella una vez más, necesito saber a dónde fue.
– Alfred– empezó Miriam mirándolo con sus ojos azules llorosos e hinchados, con tal intensidad, que Arnold por primera vez supo de donde había heredado Helga su impactante mirada. – En Florida, pero no te diré a donde fue, ella está muy lejos de aquí, Olga dijo que preferiría no verte nuevamente, lo mejor será que no la busques.
Arnold pasó la siguiente hora en su automóvil tratando de digerir lo que había ocurrido minutos antes. Él sabía que Miriam tenía razón, no debía buscar a Helga, debía dejarla en paz de una vez por todas. Arnold nunca se había sentido tan culpable como en aquel momento. Helga tenía una vida complicada y él la había hecho más miserable. Arnold no pudo contener las lagrimas, había estado solo en San Lorenzo, y nuevamente estaba solo en Hillwood. El escenario cambió, pero la situación era la misma.
Él nunca fue bueno para dejar pasar las cosas, no era de las personas que se daban por vencidas, pero esto era diferente, tenía que dejarla en paz, que ella continuara con su vida, así se le rompiera el corazón en el camino.
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[Trece años después]
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– Desde que comenzaste a ir a mi apartamento he gastado una fortuna en ingredientes de cocina, cabeza de balón – murmuró Helga molesta mientras empujaba un carrito de supermercado por entre los anaqueles del mercado.
– Te aseguro que gastabas el doble cuando pedías comida china todos los días– dijo Arnold tomando un par de bolsas de harina del anaquel.
– En ese punto tienes razón, Arnoldo – respondió ella sarcásticamente. Después, ella dio un paso hacía adelante y tomó la lista de las manos de Arnold.
– Mostaza Dijon – leyó– ¿Qué diablos es una mostaza Dijon? ¿Qué son hiervas a la provenzale? Cuscús, quinua, salsa de calamares, esto es inútil, ¡Arnold!
– Son especias muy importantes si queremos tener una cocina moderadamente decente en el nuevo apartamento– dijo Arnold mientras que recuperaba su lista.
– Además, yo acordé dejar que metieras todos tus libros al nuevo apartamento si tu me dejabas hacerme cargo de la cocina– respondió Arnold ligeramente molesto.
– ¡Los libros son muy importantes! – se defendió Helga.
– Los libros no se pueden comer– respondió Arnold.
– Arnoldo, no solo de pan vive el hombre, además, querías que deshiciera de Ricardo III– dijo Helga escandalizada.
– ¡Tienes cuatro copias!
– ¡Es Shakespeare!. Dos de esas ediciones costaron una fortuna– respondió ella.
– Puedes leerlos en línea.
– Cierra la boca, Arnoldo – dijo ella lentamente – fingiré que no dijiste eso – Arnold negó con la cabeza mientras tomaba una botella de vinagre de vino rojo del anaquel.
– Eso es muy caro – dijo Helga,
– Al igual que tu suscripción al diario de Hillwood, pero yo no te lo echo en cara. Además, ¿quién lee los periódicos impresos hoy en día? – preguntó Arnold.
– Voy a llevar el cereal del conejito – dijo Helga mientras tomaba del anaquel una de esas cajas de cereales artificiales azucarados.
– ¡Helga! – exclamó Arnold escandalizado por el hecho de que ella siguiera consumiendo esa basura, a pesar de que él diligentemente se ocupaba de mantener su cocina surtida con toda clase de granolas orgánicas caseras.
– ¡Arnold!
Los dos caminaron a la caja registradora, pagaron y emprendieron el viaje de vuelta al nuevo apartamento que habían rentado para los dos en el barrio de Helga. Mientras conducía, Arnold dejó que ella acariciara su cabello. Los últimos seis meses habían sido una locura. Helga y él siguieron saliendo a almorzar, a tomar unas copas, e incluso ella había aceptado acompañarlo en uno de sus incómodos viajes a San Lorenzo.
Arnold recordó momentáneamente los meses que siguieron a la hospitalización de su abuela. Él entró en una fuerte depresión, pero se cuidó mucho de que nadie pudiera notar sus sentimientos. Además, tenía demasiado por hacer cómo para detenerse. Miles y Stella viajaron a los Estados Unidos un par de días después de la noche del baile de graduación.
Pero lo peor llegó el día de la ceremonia, Arnold no vio a los padres de Helga, por su puesto, ella se había marchado antes de terminar la escuela, y él sentía como si le hubiera arrebatado la posibilidad de tener ese precioso momento para darle un adiós a esas personas con las que había compartido media vida.
Su abuela murió durante el invierno. Fue uno de los episodios más tristes en la vida de Arnold, ya que él solo tuvo que buscar un hogar para su abuelo, cerca a su campus universitario, y rentar la casa de huéspedes, mientras que se preparaba para iniciar su carrera universitaria.
–A pesar de que me moleste que compres todas esas cosas caras, estoy muy feliz de poder vivir contigo, cabeza de balón – dijo Helga acariciando la mejilla de Arnold.
– A mi me molestan todos tus libros, pero estaré más que feliz de desempolvarlos si tu sigues a mi lado– respondió él. Ella sonrió.
– Eres tan cursi – respondió Helga.
– Tu también lo eres – dijo Arnold.
Arnold continuó conduciendo. Habían pasado casi 27 años de su vida corriendo el uno detrás del otro, pero finalmente se habían encontrado. Él tomó la mano de Helga y la besó de la misma manera en que lo hizo la noche del baile de graduación. Finalmente tenía su segunda oportunidad, y estaba feliz de haberla aprovechado tan sabiamente. Afortunadamente, no tendría la necesidad de otra, porque finalmente no estaba sólo, la única persona que parecía comprenderlo finalmente estaba a su lado.
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FIN
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Hola a todos. Supongo que ya vieron The Jungle Movie, no sé ustedes, pero para mi fue maravillosa, me encantó, fue la conclusión de la historia que siempre quisimos, todavía sigo conmovida, en especial porque la gran mayoría de nosotros ya habíamos perdido la fe de qué podría darse.
Espero que les gustara el capitulo, estoy muy contenta de volver a mi fandom original, aquí fue donde comencé. Muchas gracias por haberme incluido dentro de sus categorías, de verdad es muy importante para mi.
RESPUESTA A LOS REVIEWS
Elisa Aguilar: Hola, muchas gracias por comentar, me alegra mucho que te haya gustado espero que este final colme tus expectativas.
Frany Fany Tsuki: Hola gracias por el review. Helga es mi personaje favorito, de todos los fandoms en los que he estado, ella es mi personaje femenino favorito, es conflictiva, temperamental pero a la vez es una persona muy sensible y vulnerable, siempre pensé que era un personaje muy pero muy profundo cómo para estar en una serie infantil.
Yo ya había escrito un par de fics en esta sección (uno sin completar, upppsss) y otro al que le tengo mucho cariño, fue mi primer fic largo completado, el primero que me tomé en serio, no es el mejor, eso te lo aseguro, pero si tiene todo mi corazón en él. La verdad es que quería escribir esta historia desde el punto de vista de Arnold porque cuando yo escribía aquí siempre me ponía del lado de Helga, como que siempre me costó trabajo relacionarme con Arnold, por eso hice lo que siempre hago: si tengo problemas para entender un personaje me obligo a escribir desde su punto de vista y así lo entiendo un poco mejor. Nuevamente, muchísimas gracias por comentar.
Sandra D: Hola, gracias a ti por dejar comentario, espero que te agradara este capitulo, jejejeje a mí también me gusto esa escena, esas son de las divertidas para escribir.
Elisa Ventura : Gracias por tu comentario, el argumento era algo que había tenido en la cabeza por años, pero finalmente saqué tiempo para terminarlo, espero que el final del fic sea de tu agrado.
Haruri Saotome: ¡Hola! Gracias por tu comentario, y por todos tus comentarios en mis otros fics, realmente es genial que te gustara tanto esta historia cómo para que te llevara a buscar las otras que tengo en tu peril, de verdad que muchas gracias por tus comentarios.
