Ranma 1/2 es una obra cuyos derechos pertenecen a Rumiko Takahashi. Este fanfiction está realizado sin ningún ánimo de lucro y con el mero objetivo de divertir y entretener.

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Honor

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Capítulo 1: Indomable

Los firmes pasos sobre el suelo de madera sonaban amortiguados, con una cadencia rítmica, propias de una tranquilidad que se encontraba lejos de sentir. Pero ante todo debía mantener la calma, debía verse sereno, controlar sus emociones y anhelos como el artista marcial que era.

La vieja mujer que camina delante de él era pequeña y enjuta, apretaba su pelo cano en un alto moño, y sus pasos ocultos por su tradicional kimono hacían que pareciera volar sobre el suelo, deslizándose por la superficie igual que un patinador sobre el hielo.

Finalmente se detuvo ante una puerta igual que cualquiera de las que habían dejado atrás. En una gran casa tradicional como aquella donde los cuartos de honor estaban situados al fondo, todos cercados por un hermoso jardín interior de piedrecitas blancas rastrilladas y estanques de aguas claras, aunque a él le parecían de lo más oscuras en aquel momento.

La anciana se situó en un lateral de la puerta, recogió la manga de su kimono y con un movimiento perfecto, fruto de años de experiencia abrió la puerta con absoluta elegancia.

No dijo una palabra, ninguno de los presentes necesitaba presentaciones. El hombre entró en el cuarto cuya luz mortecina de tan solo una lejana lámpara prendida apuntaba hacia los rostros sombríos, casi tanto como sus corazones.

La mujer cerró la puerta a su espalda y se apresuró a desaparecer con sus livianos pasos por el pasillo.

El silencio que precedió a su marcha se le hizo insoportable. Ante él descansaba sobre un mullido futón su viejo maestro. Estaba débil, y tan delgado que la piel se le pegaba a los huesos dándole un aspecto cadavérico. Había llegado su hora, la edad no perdonaba y en aquellos momentos el viejo Happosai respiraba su último aliento antes de abrazar la muerte, de unirse a ella como si fueran viejos amigos.

Amigos...

Tragó saliva mientras contemplaba el rostro del hombre que se mantenía sentado a su lado, con la espalda recta y gesto severo. El que una vez fuera su compinche de travesuras, su mejor, su único amigo, ahora convertido en el más odiado de todos los adversarios con los que se había topado.

Sus miradas se cruzaron un segundo antes de que ambos las apartaran, asqueados. No tenían nada que decirse, ya no. Entre ellos dos solo quedaba un ardiente y enfurecido odio que crecía a cada día que pasaba.

Por eso estaban allí, por eso ambos habían acudido a la llamada de Happosai.

—Genma… —murmuró el anciano, tendiendo la mano al recién llegado. Su voz era débil, apuntalada, como un susurro.

Y él no pudo hacer otra cosa que aceptarla, se sentó a su lado, justo en frente del que una vez fuera como un hermano para él.

—Estoy aquí maestro —respondió mirando la boca seca y los ojos idos del anciano, parecía intentar encontrar fuerzas, salir del embotamiento del delirio.

—Gracias al cielo, pensé que moriría sin volver a veros juntos —dijo mientras sus pupilas le enfocaban durante una milésima de segundo. Tendió su otra mano al hombre que permanecía recto y en completa tensión—. Soun… mi preciado alumno.

Pareció dudar, pero igualmente tomó su mano, concediendo al anciano su súplica.

—Os entrené a ambos por igual, os quise como a los hijos que nunca tuve —hablaba entre respiraciones, intentado expresar en aquellas pocas y sentidas palabras todo lo que no quería llevarse a la tumba—. Mi único deseo es que mi estilo sobreviva, que ambos continuéis con la tradición del estilo libre.

—Maestro —interrumpió Soun, pesaroso.

—Quiero volver a veros juntos, quiero que unáis vuestras escuelas.

Ambos hombres se dirigieron iracundas miradas por encima del cuerpo del anciano, con el odio vivo ardiendo en sus ojos, con la absoluta certeza de que aquel último deseo era algo imposible; ideas vanas de un viejo en su lecho de muerte.

—No espero que ese pesar que os ha perseguido durante tantos años desaparezca sin más, por eso preparé algo… Kaede —llamó con una voz cada vez más débil, y como si hubiera permanecido a la espera en todo momento, la anciana abrió unos centímetros la puerta, lo justo para dejar una caja de robusta madera, no mayor que una de zapatos.

Luego volvió a cerrar con un movimiento limpio y silencioso.

—Es la técnica secreta de la escuela —murmuró, aún con las manos de ambos hombres entre las suyas—. Quien la tenga será el heredero de mi estilo.

Los ojos de ambos estaban fijos en la caja, sus manos temblaban de pura ansiedad.

Se asomaron discretamente para ver el contenido. Dentro de ella, bien acolchados entre suave lino blanco, había dos pergaminos idénticos.

—Ninguna de las dos partes vale nada sin la otra, no tienen sentido si no se leen en conjunto. Prometédmelo tercos alumnos, tontos hijos míos… que algún día volveréis a caminar juntos, que aunque yo no lo vea, la senda, mi legado, la escuela volverá a florecer. Fuerte, grande… uno. —su última palabra apenas fue audible, un murmullo seco tras el cual sus ojos se fijaron en el techo y sus manos, que agarraban las de sus alumnos, quedaron laxas y sin vida.

—¡Maestro!

—¡Maestro!

Ambos gritaron apenados viendo como el anciano expiraba, y el calor residual de su cuerpo, ahora que ya no latía su corazón, comenzaba a extinguirse dando lugar a la palidez más absoluta.

Derramaron lágrimas reales: de tristeza, de añoranza y de agradecimiento con aquel hombre que tanto les había enseñado a lo largo de los años, aquel que, pese a todos sus errores, había sido como un padre.

Ambos salieron de la estancia dejando a su maestro descansar en soledad. Cada uno portaba en su mano su mitad del pergamino, aquello que en sus últimos instantes les había confiado su maestro. El único y real conocedor del estilo libre.

Se quedaron de pie y en silencio en aquel pasillo vacío, contemplando el relajante jardín zen iluminado tan solo por la luna.

Y la tristeza por la pérdida fue suplantada por la ira y la rabia que durante tanto tiempo llevaban sintiendo. Genma Saotome se ajustó las gafas y carraspeó fuerte, llamando la atención del hombre que a cierta distancia le miraba receloso.

—Al final de su vida el maestro se volvió un sentimental —murmuró, dando pié a Soun a continuar con la conversación.

—Eso parece, quién lo hubiera imaginado.

—No tienes nada que hacer, dame tu parte del pergamino y acabemos con esto —soltó de golpe, avivando las llamas del rencor que ambos se profesaban.

—El maestro me lo legó, no te creas que dejaré la técnica final del estilo libre en tus manos —contestó Soun, apretando el pergamino, dispuesto a plantar batalla.

—¿Así lo quieres?¿Dejarás que esa técnica muera sin más?¿Ese será el regalo que hagas a nuestro maestro? —contraatacó Genma, sabiendo que acababa de golpear al hombre en su punto débil.

—Antes muerta que corrompida.

Se sostuvieron las miradas un segundo, con los dientes apretados y gestos firmes de desaire. Eso es lo que había, eso sería todo por su parte.

—La técnica será mía, solo estás prolongando lo inevitable.

—El día que muera te invito a venir a quitármelo de mis manos frías, pero hasta entonces… tendrás que esperar.

—¡Tendô! —gritó Genma, con su mirada inflamada en pura rabia—. No me subestimes.

Y el hombre de gesto adusto y mirada opaca comenzó a caminar, dándole la espalda y alejándose por el pasillo, no sin antes pronunciar una última frase lapidaria que solo escuchó él.

—Nunca lo hago, Saotome.

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En la quietud del bosque, a varios kilómetros de cualquier lugar conocido, un joven se esforzaba por llevar a término su entrenamiento. Sus tobillos se encontraban encaramados a la rama de un árbol, de tal forma que su cuerpo pendía boca abajo como si fuera un murciélago.

A la tarea de mantener el equilibrio con el empeine de los pies, se unían las flexiones de torso.

Finalmente y cuando llegó a quinientas flexiones se desprendió de la rama y aterrizó en el suelo con una perfecta pirueta. Se limpió el sudor de la frente y se encaminó hacia la pequeña cabaña en la que se encontraba alojado. Por el camino recogió algunas ramas de árboles que le ayudarían a aprender el fuego para calentar el baño.

Caminó durante varios kilómetros hasta que atisbó en la lejanía la pequeña y confortable construcción en madera, pero de repente algo activó sus sentidos. Dejó las ramas y rápido como un felino trepó hasta una de las copas de un árbol cercano.

Había alguien. No estaba solo.

Miró hacia el tupido suelo del bosque, retirando con cuidado alguna de las ramas a la par que tenía cuidado de no revelar su posición. Sus movimientos eran tan silenciosos como las pisadas de los pájaros en la hojarasca.

Fue entonces cuando lo vio. Una figura humana se dirigía hacia la caseta y más que alegrarse esbozó una mueca al reconocer sus movimientos.

Había pasado mucho tiempo, y aún así nunca parecía suficiente.

Saltó de una rama a otra y finalmente aterrizó en el suelo con tanta pulcritud que habría merecido la mejor puntuación en una olimpiada gimnástica. Se deslizó entre los matorrales hasta situarse a la espalda del hombre.

—Viejo… —murmuró llamando su atención, el hombre se giró sin sorpresa alguna en su rostro.

—¿Te escondías de tu padre? —preguntó con voz dura, impersonal.

—¿Qué haces aquí? —se limitó a preguntar él, cruzándose de brazos.

Se sostuvieron la mirada durante unos segundos que parecieron eternos, evaluándose en silencio mientras el vaho de sus respiraciones al chocar contra el frío clima se deshacía en el aire.

El chico le encontró más viejo, más obeso y cansado que en la anterior ocasión, pero lo que jamás variaba en el rostro de su padre era su expresión; sus ojos negros, duros y vacíos. Su mueca incontestable.

—Tengo que hablar contigo de un asunto.

Minutos después ambos entraban en la cabaña, el chico había recuperado los leños de madera y los apiló en una cesta de mimbre situada junto a un agujero en el suelo de un metro cuadrado. Un tímido madero se mantenía apenas encendido, enterrado entre las cenizas que ayudaban a mantener el calor. Se agachó junto a su pequeña hoguera y moviéndola con habilidad situó ramas pequeñas sobre troncos más grandes.

Sopló con delicadeza las brasas hasta que el calor prendió en llamas y se alejó satisfecho, retirando de su rostro restos de ceniza.

Sobre la hoguera colgaba una estructura tradicional de madera y una cadena servía para soportar ollas y así calentar agua o alimentos.

El chico situó un caldero mediano lleno de agua sobre el fuego, echó dentro algunas raíces y hierbas así como unas cuantas verduras. Se sentó en el borde de la estructura, no se molestó en girarse y ver que hacia su progenitor, solo con sus sentidos le bastaba para saber que estaba rebuscando en el pequeño refrigerador algo que echarse a la boca.

—¿No tienes carne? —preguntó el hombre mientras se sentaba a su lado masticando una bola de arroz, pero él no se molestó en contestar.

Su padre terminó de tragar de forma grosera y durante unos instantes ambos contemplaron las llamas lamer la madera con su danza hipnótica, iluminando tenuemente sus rostros en la oscura estancia.

—¿Recuerdas aquello de lo que hablamos? —Asintió sin dejar de mirar el fuego, el agua comenzó a hervir en el caldero—. Ha llegado el momento, no podemos esperar más tiempo.

Los ojos azules del muchacho brillaron un instante. Había esperado aquello, lo había temido durante años. Por fin abandonaría aquel lugar sepultado entre las altas montañas chinas y regresaría a su hogar.

—¿Qué tengo que hacer?

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"Se busca maestro"

Observó el escueto anuncio sin pizca de emoción, era tal y como se lo había relatado su padre. Una excusa perfecta.

Hacía menos de tres horas que había regresado a Japón, con su gruesa mochila de viaje a cuestas y sintiéndose exhausto, había pocas cosas que le sedujeran menos que entrar en aquel lugar.

La casa tenía unas proporciones gigantescas, más propias de una residencia del período edo.

¿Qué tipo de personas le esperaban allí dentro? Pocas habían sido las advertencias de su progenitor, aunque bien sabía que su padre nunca había sido hombre de muchas palabras.

Solo dos muy escuetas: La primera, "nunca confíes en ellos" y la segunda "ni se te pase por la cabeza encapricharte con alguna de esas crías".

Ante tal mención no pudo evitar enrojecer. Su vida en China había transcurrido de forma caótica, mudándose continuamente, aprendiendo técnicas imposibles de los más respetados anacoretas. La mayor parte de sus clases y exámenes los había tomado a distancia, y las pocas veces que había asistido a la escuela lo hizo en pequeñas poblaciones, con apenas media docena de chicos de su edad. La idea de entablar conversaciones de más de tres palabras con una persona desconocida era algo que aún le generaba ansiedad. Y más si se trataba de una chica.

No le gustaban las chicas, en el mejor de los casos eran superficiales y ruidosas. Estaba demasiado centrado en su propio arte como para dejar que su pensamiento divagara en ideas tan poco apropiadas como aquellas.

Sacudió la cabeza y su trenza negra y larga azotó el aire al compás, se dio un par de palmadas en las mejillas y aguantando la respiración caminó hacia el interior del lugar. Debía andar con mil ojos, aquella era la tarea más importante que llevaría a cabo en su vida, lo único que le permitiría restaurar el perdido honor de su familia.

En su naturaleza no estaba el engaño, mucho menos la desconfianza, pero con los años… ah, con el peso de la culpa y la soledad su corazón atormentado había comenzado a adoptar nuevas formas, de tal manera que convertirse en alguien que no era no le suponía mayor problema.

Se adentró en la casa, en las fauces de una morada ajena sabiéndose un intruso. Tratando de disfrazar sus aviesas intenciones con un gesto más propio de un turista perdido. Debía acostumbrarse, debía actuar tal y como se esperaba de él.

No dio más que unos pasos cuando le llegó un sonido familiar, una respiración entrecortada por el esfuerzo de la práctica. Con curiosidad subió los peldaños de lo que parecía un viejo dojô de madera y atisbó entre sus puertas una escena inesperada.

Dentro había una chica, debía ser una de ellas. Se movía de forma contundente, llena de energía lanzando potentes patadas al aire que hacían que su largo y negro cabello se pegara a su rostro por el sudor. La observó con detenimiento, con la misma intensidad de un explorador al descubrir una nueva especie animal.

Era fuerte, pero a la vez estaba llena de debilidades. La forma en la que apoyaba el pie en el suelo era demasiado burda, la posición de su tobillo dejaba lugar a un golpe demoledor.

Sus brazos flexionados y pegados a su tronco parecían de principiante, sus golpes podían ser cuatro veces más potentes si pulía un poco su técnica. Y sin embargo la determinación de sus movimientos era arrolladora, solo comparable con la furia del mar embravecido al chocar con las rocas del espigón.

Sin duda tendría que tener cuidado con ella, pues no parecía el tipo de persona apacible y confiada. No, ella no era moldeable, era un volcán lanzando cascotes al aire en forma de patadas, brutales y desacompasadas.

Era alguien con quien hubiera preferido no tener que tratar.

Y de pronto la explosión se detuvo, contuvo un golpe en el aire, como si se hubiera quedado de piedra por un encantamiento, giró la cabeza y le miró. Le vio con sus ojos marrones y su rostro blanquecino cubierto de sudor, con sus cabellos negros revueltos y su respiración entrecortada.

Ranma contuvo el aliento sin saber porqué, esperando ser descubierto en sus pensamientos. De alguna forma creyó que en aquellos ojos marrones se escondía la capacidad de ver a través de su mentira, de adivinar todo lo que pasaba por su cabeza.

—¿Quién eres?

Tragó saliva, las relaciones sociales no eran su fuerte. En su mirada podía apreciar la suspicacia, el gesto desdeñoso con el que le examinaba.

—Mi nombre es Suô, vengo por lo del puesto de maestro. —Sus primeras palabras no fueron tan inverosímiles después de todo, incluso logró controlar el ligero temblor de su voz.

—No necesitamos un maestro, lárgate. —Se apresuró a responder ella mientras echaba hacia atrás su larga melena de un intenso movimiento de cuello y se ajustaba el cinto.

—P-pero el cartel de fuera... —Por un momento toda la sangre de su cerebro se congeló, no podía ser que de entrada su plan hiciese aguas.

—Ya hemos contratado a un maestro —le aclaró —. Llegas tarde, la vacante está ocupada.

—¿Desde cuándo? —insistió, terco. Cierto era que no estaba acostumbrado a tratar con desconocidos, pero una cosa estaba clara, aquella chica era una imbécil maleducada.

—Desde hace tiempo, y si ya has acabado con tu interrogatorio haz el favor de salir de mi casa. —La muchacha avanzó hacia él y sin mediar una sola palabra pasó a su lado, bajó las escaleras del dojô y se dirigió hacia la puerta de entrada con paso resolutivo.

Ranma no pudo evitar seguirla, prácticamente desesperado.

—¿Y ya está? Me he tomado la molestia de venir hasta aquí, lo mínimo sería hacerme una prueba.

Ella continuó caminando hasta afuera de la casa, tomó el cartel y lo quitó de la entrada, poniéndoselo bajo el brazo y volviendo a ingresar por el camino de gravilla.

—¿Qué? ¿No aceptas un no? —respondió airada, con sus ojos ardiendo y el entrecejo fruncido, pero el chico no se aminoró, se mantuvo firme adivinando que, tal vez, aquel enfado no lo había provocado él, solo lo había avivado con su interrupción.

—No me digas que tú eres el maestro —aventuró con una sonrisa torcida—. Es eso, ¿verdad?

—¿Y qué si lo fuera?

—Yo soy mucho mejor que tú. —No estaba fanfarroneando, lo pensaba de verdad, se cruzó de brazos reafirmando su postura y la chica tiró el cartel al suelo, encarándolo malhumorada.

—Eso no va a pasar.

—¿Ah? —Entrecerró los ojos sin entender nada.

—¿Acaso eres sordo?

—No sé de qué hablas.

Y realmente no lo sabía, pero mucho se temía que de alguna manera u otra terminaría por averiguarlo. Los ojos de ella le miraban con un desprecio injustificado, tan intensamente que sintió como se arrugaba ante su implacable actitud.

—Akane, ¿quién es tu amigo?

Su conversación, o lo que fuera que estaban haciendo se vió interrumpida por un hombre alto, de gesto adusto y ojos pequeños. Su tez morena conjugaba con sus cabellos negros que dejaba caer sobre sus hombros, y un grueso bigote adornaba su labio superior, haciéndole ver intimidante. Ranma se apresuró en sus conclusiones, sin duda era él.

Estaba delante del mismísimo Sôun Tendô.

Le costó reaccionar a tiempo, aún a su pesar inclinó la cabeza en señal de respeto.

—No es mi amigo, al parecer su nombre es Suô y viene por el puesto de maestro —se apresuró a aclarar, cruzando los brazos bajo sus pechos y sin perderle ojo.

—Oh, dime chico, ¿donde aprendiste artes marciales? —preguntó interesado, a lo que Ranma se dio prisa en recitar aquel discurso bien estudiado, la versión de su vida que de ahora en adelante sería su única verdad.

Sabía que la mejor forma de esconder una mentira era contar medias verdades, de esa forma no caería en la tentación inconsciente de buscar la sanación que provoca la franqueza.

—Estudié en China.

—¿Y aún así dominas el Kempô japonés?

—Sí, señor.

Ante su respuesta pudo escuchar perfectamente el resoplido de incredulidad y fastidio que emitió la chica que continuaba a su lado, observando hosca.

Por pura prudencia se mordió la lengua.

—Eso está por ver. —Más que una declaración fue un reto, el chico elevó una ceja en un claro gesto de fastidio reprimido, si esa pequeña maleducada quería una paliza estaba más que dispuesto a dársela.

—¿Necesitas una demostración? —Su tono contenido corrió el riesgo de volar por los aires, había algo en su actitud, en su semblante huraño que despertaba su ira.

—Cuando quieras —respondió orgullosa.

Ranma ardía de ganas de demostrar sus habilidades, más si cabe de cerrarle la boca a aquella chiquilla.

—No. —Su duelo fue suspendido de golpe. Con voz autoritaria Soun Tendô se plantó entre los dos contendientes y observó al recién llegado fijamente. Ranma apenas era un par de centímetros más alto que él, tragó saliva soportando la inspección con el corazón latiendo en sus sienes.

Una vocecilla interior le gritaba que apartara la vista, que aquel hombre podía descubrir quién era en realidad si le daba la oportunidad de seguir con su escrutinio. Por más que su padre se lo había asegurado una y mil veces, era demasiado raro que Soun Tendô no supiera de su existencia.

—Si consigues darme un golpe el puesto es tuyo.

Aquello sí que le pilló por sorpresa, en el rostro del patriarca no había duda alguna. Quería un combate contra él. Sopesó lo pros y los contras en una décima de segundo y en seguida supo que debía hacerlo, siempre había sido una posibilidad.

—¡No papá! Deja que luche yo. —Se quejó la chica indignada, pero de nada le sirvió pues el hombre la ignoró por completo y haciendo un amable gesto invitó a Ranma a seguirle.

Caminaron de regreso al dojô y antes de entrar se quitaron los zapatos, Ranma se desprendió de su pesada mochila de viaje. La muchacha les siguió a una distancia prudencial, golpeando con furia la gravilla con los pies, como una niña contradicha. Entraron en la sala forrada en madera clara, pulida y barnizada a la perfección. Por las ventanas superiores se colaba el aire y la claridad del día, que en sus últimas horas se antojaba anaranjado.

No hablaron más, se saludaron calladamente con una inclinación, en un gesto de respeto y ambos contrincantes adoptaron poses de combate.

Ranma intentó concentrarse en analizar al hombre que tenía delante, ignorando las afiladas miradas que esa chica le dirigía, sentada junto a la puerta. En su cabeza se repitió media docena de veces que no debía vacilar, pero tampoco mostrar todas sus cartas.

Su estilo no era para nada convencional, y precisamente en ese detalle radicaba su capacidad de sorpresa. Debía vencerle sin llamar en exceso su atención, no más de lo necesario.

Sin duda más fácil decirlo que hacerlo.

Dado que Soun Tendô no parecía interesado en iniciar la pelea, dio un paso al frente lanzando un golpe débil con sus puños más en busca de una reacción que intentando golpear de primera intención. Su enemigo reaccionó deprisa esquivando sin problemas e intentando capturar su brazo para así ejecutar una llave, pero el chico no se dejó.

Podía ir un poco más rápido. Apoyando su peso sobre su pierna izquierda lanzó una patada directa al hombro, y sin que a Soun le diera tiempo a reaccionar encadenó esta con otra media docena de patadas acrobáticas en una suerte de juego de pies más rápidos que la vista.

El hombre levantó el antebrazo amortiguando la golpiza y entonces llegó su turno de atacar. Su mano surgió desde su hombro en un movimiento rápido, casi prodigioso, más parecía una serpiente moviendo su largo cuerpo que una extremidad humana.

Era endiabladamente rápido, mucho más de lo que creyó. Le esquivó por apenas milímetros, doblando su tronco arriba y abajo intentando que aquella danza envenenada no lograra golpearle, antes de que se diera cuenta estaba sudando.

No aguantaría mucho más así, saltó sobre su cabeza en una espectacular pirueta e intentó encontrar su punto débil a la espalda, pero Soun ya la estaba esperando, se defendió magníficamente con un barrido de pies que Ranma esquivó por los pelos, alzando una de sus piernas y dando un salto hacia atrás.

Fue entonces cuando lo vio, ahí estaba el hueco que había estado buscando. Se agachó y giró al tiempo que su puño izquierdo se cerraba potente en extensión. Se detuvo apenas un milímetro de su rostro, abanicando un aire huracanado que hizo que los cabellos de su enemigo se sacudieran.

Un silencio estático inundó el dojô.

Soun recompuso su postura.

—¿Cómo has dicho que te llamabas?

—Suô.

—¿Y tu nombre?

—Ranma.

—Bienvenido, Ranma —dijo haciendo una inclinación más leve que su saludo inicial, el chico le imitó, nervioso.

—G-gracias, no le decepcionaré.

Acto seguido el patriarca familiar se retiró del dojo, no sin antes pararse junto a la chica quién siquiera pestañeaba, solo le miraba muda, no sabría decir si de asombro o de indignación.

—Akane, explícale sus horarios y obligaciones.

Y sin más que añadir se perdió por el camino.

La incomodidad era tan real que prácticamente podía degustarse, ambos se miraron de reojo. Ranma se secó el sudor de la frente y ella se puso en pié. Agarró la mochila que el chico había dejado tirada sin cuidado en el suelo y se la echó al hombro, desenvuelta, que en comparación con su pequeña estatura quedaba casi ridícula.

No obstante al artista marcial no le pasó por alto la fuerza de sus brazos y su mirada indómita, sin duda estaba entrenada.

Sin previo aviso le lanzó el abultado petate y el chico lo atrapó al vuelo, sabiendo que nada de lo que había pasado era de su agrado, y no obstante ahí estaba, obedeciendo sin rechistar las órdenes de su padre.

—La primera clase empieza a las 7, cada una dura dos horas con una pausa para comer. En la tarde los jueves y los martes darás clase a la asociación de mujeres, los lunes, miércoles y viernes hay dos grupos, los menores de 12 años y los mayores de 15. La cena se sirve a las ocho y muy a mi pesar supongo que estás invitado, ¿alguna otra duda?

Parpadeó intentando asimilar la información, pero mucho más le confundía el tono hosco, la clara advertencia que leía en sus palabras.

—No, y prefiero cenar por mi cuenta, gracias. No vayas a escupir veneno sobre mi comida con esa lengua de víbora. —Debió contener sus palabras, sin duda alguna debió de guardarse su opinión.

Ella le miró asombrada, abrió los ojos y su boca se curvó ligeramente.

—Hazme un favor —dijo suave, aproximándose un paso más a él, invadiendo su espacio personal sin pudor ni permiso. Ranma contuvo el aliento mientras las manos de la chica resbalaban rápidas sobre su pecho y asían con fuerza su camisa, arrugándola en sus puños.

No pudo evitar fijarse en su rostro por primera vez, bajo aquella expresión de asco, de profundo disgusto se escondían unos ojos marrones gigantescos. Tiró de él y se vio arrastrado por su fuerza bruta, por el empuje violento que parecía poseer todos sus actos.

Ni siquiera lo vio venir, la chica estrelló su rodilla contra su estómago en un golpe certero y brutal. Se quedó sin aliento un par de segundos antes de caer de rodillas intentando comprender lo que acababa de pasar.

Ella le contempló desde su altura, sin atisbo de piedad o arrepentimiento.

—Mañana... no aparezcas —dijo antes de darse la vuelta y dejarle allí, abandonado a su suerte.

Ranma tardó unos minutos en conseguir sobreponerse, se palpó el estómago y se quedó tirado boca arriba sobre las viejas maderas que crujían ligeramente bajo su peso.

Era cierto que tratar con mujeres no era una de sus mejores cualidades, pero aquella experiencia había rozado lo absurdo. Esa chica le odiaba, le odiaba de verdad.

No se esperaba tanto rechazo, y menos sin haber dado siquiera una excusa. Excepto lo de llamarla "víbora", claro.

Se puso en pie sobándose el durísimo golpe, preguntándose si le entraría la cena o directamente la vomitaría. Esa chica... si hubiera sido un hombre le habría roto todos los dientes.

Con un suspiro salió del dojô y caminó calle abajo, debía buscar un lugar donde pasar la noche, algo le decía que el día de mañana no sería mucho mejor.

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Eran las 6 y media de la mañana cuando se presentó delante de la casa de los Tendô. Una ligera niebla cubría la calle, que mezclada con el frío provocaba que sus mejillas se tornaran coloradas. Pensó que lo mejor era empezar con buen pie, o al menos dando una buena imagen.

Cogió aire unas cuantas veces mientras abría y cerraba las manos. Mierda, estaba nervioso. La culpa era de esa niñata, aún le molestaba el golpe. En su cabeza había pensado una y mil formas de devolvérselo, pero por más vueltas que le daba no estaba bien pegar a una mujer, así fuera una insoportable.

Iba a traspasar la puerta cuando el objeto de sus pensamientos casi choca con él. Salía a correr, vestía unas mallas deportivas y una coleta baja que terminaba en un lazo anudando su cabello.

No dijo una palabra, evidentemente mortificada por su presencia pasó a su lado como una exhalación. ¿Qué se había pensado?¿Que realmente no aparecería? El chico sonrió para sus adentros anotándose una pequeña victoria.

Se recompuso y entró en el dojô no muy seguro de qué debía hacer, pero no le hizo falta esperar demasiado pues por la puerta vio aparecer a otra muchacha. De rostro sereno y sonrisa perenne, parecía la representación en carne y hueso de la diosa kanon.

—Tú debes de ser Suô-kun —dijo con una voz apacible que conjugaba a la perfección con su apariencia.

Ranma se apresuró a hacer una inclinación, tal y como le había explicado su padre, esa debía ser otra de las hijas de Tendô.

—Qué educado —Apostilló llevándose una mano a la mejilla y sonriendo ligeramente—. Padre nos habló ayer de tí, dime, ¿has desayunado?

El estómago del chico contestó por él con un descomunal rugido, las mejillas de Ranma se colorearon de pura vergüenza. Tan nervioso había estado por tener un buen comienzo en su primer día de trabajo que no había probado bocado, aunque aquello pareció divertir a su interlocutora.

—Ven, he hecho arroz de sobras. Te dará tiempo antes de empezar las clases.

Y él, obediente y hambriento la siguió. Se quitó los zapatos en el recibidor de la casa y pudo apreciar la sencillez y austeridad del lugar. Se trataba de una gran construcción, quizás en otros tiempos perteneciente a una familia adinerada de muchos miembros.

Tenía un aire ceremonial y una pulcritud digna de admirar.

Llegaron al salón donde una gran mesa rectangular se asentada en el tatami llena de diferentes platos. El chico la observó sobrecogido, tan acostumbrado estaba a vivir solo, a la comida para uno, a los fideos ramen deshidratados del supermercado que se percató, asombrado, que hacía años que no disfrutaba de una comida casera. No tenía siquiera el recuerdo de haberlo hecho.

—Adelante. —Le invitó ella, y Ranma se sentó en el lugar que le había indicado, recibiendo un tazón de arroz de sus amables manos—. Come cuanto quieras, necesitarás energías. — continuó tomando ella misma un tazón y picoteando con sus palillos un poco de encurtido.

—G-gracias —contestó, conmovido por su amabilidad. Pero inmediatamente una parte de su aturullada cabeza le recordó que no debía bajar la guardia, que aquella amable cara podía ser una máscara traicionera.

Se llevó los palillos a la boca con un pedazo de pescado y enseguida sintió el delicioso sabor de la comida recién hecha, el bocado prácticamente se deshacía en su boca. Reprimió un suspiro de placer y continuó comiendo sin poder expresar su agradecimiento.

Lo acababa de decidir, si algún día se casaba lo haría con una mujer que supiera cocinar.

—Vaya, que apetito... — dijo ella viendo a su invitado dar bocados cada vez más grandes y veloces—. Dime, ¿cuál es tu nombre?

Tragó la comida que tenía en la boca corriendo el riesgo de atragantarse.

—Me llamo Ranma. —No había ningún motivo para no usar su nombre real, ya bastante complicado le resultaba atender a aquel apellido falso.

—Ranma-kun, yo me llamo Kasumi. Y si no es indiscreción, ¿qué edad tienes?

—Acabo de cumplir 19 años. —Continuó él, sin percatarse del interrogatorio mientras tomaba un huevo y prácticamente lo engullía de un solo bocado.

—Qué curioso, igual que Akane.

De pronto la comida comenzó a saberle amarga. Obviamente hablaba de ella. Su disgusto debió ser más que evidente ya que Kasumi arrugó el entrecejo.

—Os conocísteis ayer, ¿no?

—¿Y no huiste espantado? Sorprendente. — Ambos giraron la cabeza para descubrir a la tercera persona que acababa de inmiscuirse en su conversación.

Se trataba de una chica de mediana estatura, delgada y con buena figura. Llevaba el pelo corto con un peinado moderno y su expresión la delataba como una husmeadora nata.

—Nabiki, ¿no desayunas antes de ir a la universidad? —le invitó Kasumi, y ella se sentó a la mesa en frente de Ranma, evaluándole con seriedad.

—H-Hola, encantado. —Saludó tímido.

—¿Tanto necesitas el trabajo? Te informo que en el combini de la esquina buscan empleados y pagan mucho mejor.

—¡Nabiki! No seas grosera con nuestro invitado. —La amonestó, pero ella hizo caso omiso de la advertencia, le miró impaciente a la espera de una respuesta.

—Yo soy un artista marcial, no quiero trabajar en una tienda.

—Aahhh... con que era eso. —Sonrió de medio lado, sus palabras parecían decir que había comprendido, pero su expresión la contradecía.

—Nabiki. —Le advirtió de nuevo Kasumi, esta vez con un tono menos amable, y Ranma, entendiendo que se encontraba en una situación cuanto menos extraña, se dio prisa en acabar su plato.

Posó el tazón sobre la mesa y juntó sus manos tan solo un segundo en señal de agradecimiento.

—Gracias por el desayuno, pero me gustaría comenzar a trabajar cuanto antes. —Y era cierto, aquella chica de mirada astuta le incomodaba lo suficiente como para querer abandonar toda aquella y deliciosa comida.

—Qué trabajador. —Le sonrió amable Kasumi.

Se puso en pie y se encaminó de regreso al dojô, quería empezar con un suave calentamiento antes de que llegasen sus primeros alumnos.

Pero sus intenciones se vieron de nuevo truncadas por ella. ¿Como habían dicho que se llamaba?¿Akane? Le estaba esperando, cruzada de brazos y con sus leggins de correr le miraba desde la puerta principal.

Según se aproximaba Ranma pudo notar el sudor perlado que adornaba su rostro, estaba claro que había hecho una carrera de buena mañana, quizás más enérgica de lo que tenía planeado.

—¿Qué te pasa en la cabeza? —soltó ella violentamente —. ¿No te ha quedado claro que no eres bienvenido?

—Sólo quiero trabajar —respondió el chico sin ganas de pelear.

—Ah, ¿sí? Puede que a mi padre le hayas impresionado, pero yo no soy tan fácil. Si quieres el puesto tendrás que vencerme.

Ranma sonrió de medio lado, si había algo que le encantaba era un buen reto. Levantó una ceja burlón y le hizo un gesto de asentimiento.

—Detrás de tí —dijo indicándole hacia el dojô.

El día se antojaba prometedor.

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Aclaraciones:

Período Edo: Período que abarca desde 1603 hasta 1868 en la historia de Japón. Se caracteriza por el mandato del showunato.

Kanon: Deidad de origen budista con forma de mujer que suele referenciarse como ejemplo de belleza y bondad.

Combini: Pequeños establecimientos abiertos 24h que venden comida, periódicos y prácticamente cualquier cosa que se pueda necesitar en una urgencia.

¡Hola a todos!

¿Cuanto tiempo ha pasado? Ya me contesto yo, ¡demasiado! Perdón por tan larga ausencia, lo cierto es que ahora me cuesta mucho esfuerzo encontrar aunque sea un huequito en mi agenda para dedicar a mis amados fics. Durante todo este tiempo mi cabeza ha seguido funcionando por su cuenta y riesgo, imaginando nuevos escenarios e historias que jamás tenía tiempo de escribir. No puedo decir que el panorama haya mejorado, pero al menos, me he propuesto intentar sacar mis fics adelante, aunque sea espaciando más las actualizaciones. Muchas gracias por leer y por tenerme paciencia, ya sabéis que jamás dejo un fic sin completar, así que espero que me tengáis fe en esta nueva aventura.

Y mil gracias a mi querida beta reader y correctora Nodokita, por acompañarme, una vez más, en mis locuras.

Un saludo.

LUM