39. Epílogo
Apenas habían pasado unos días desde la caída de la base de la Primera Orden, pero la noticia había volado ya por la Galaxia.
Por lo que se contaba, un número importante de soldados y miembros del ejército de Hux había desertado, lo que había dejado a las tropas restantes seriamente mermadas. Sin embargo, todavía había grupos que resistían, especialmente en aquellos planetas que la Orden había tomado bajo su mando.
Ahora le tocaba a la Nueva República aprovechaba el giro de los acontecimientos y dar una vuelta de tuerca a la situación para restaurar su poder.
Rey esperaba que lo hiciera de un modo distinto a la vez anterior y que todo lo ocurrido durante los últimos años les pusiera sobre aviso para hacer las cosas un poco mejor. Por suerte, gente como Finn estaba ahora en lo más alto de la resistencia. Si su amigo conseguía llegar hasta el senado y hacía que prevaler su voz, las cosas podían tomar un rumbo muy satisfactorio para todos.
En el Halcón, Ben, Yang Sook y Rey también habían empezado a encarar su propio futuro.
Después de una parada técnica en un planeta menor del Borde Exterior, en el que aprovecharon para reabastecer suministros y arreglar un par de averías que la batalla de Apoptiona había dejado en la nave, retomaron su viaje, esta vez con destino a Glee Anselm, donde aterrizaron en uno de los pocos puntos terrestres del mundo acuático. Una vez en tierra, los tres usuarios de la fuerza se reunieron en la rampa de acceso a la nave, que estaba ahora abierta hacia un muelle de embarque.
—¿Estás segura de que quieres que te dejemos aquí? —le preguntó Rey a la nautolana una última vez, pues ya habían tenido esa conversación antes, durante la estancia en el planeta menor y también durante el viaje hacia Glee Anselm—. Puedes venir con nosotros, si quieres. Hay lugar de sobra en el Halcón. Y tu ayuda siempre es bienvenida.
—Puede que más adelante —repuso la antigua Caballero de Ren, esbozando una de sus tenues sonrisas que reservaba para los pocos allegados que tenía—. Estoy convencida de que nuestros caminos volverán a cruzarse y de que todavía tenemos que hacer grandes cosas juntos. Pero ahora necesito reencontrarme con mis antepasados para volver a ser yo misma.
—¿Eres de Glee Anselm, Yang Sook?
—No, nací en Hosnian Prime. Pero mis padres sí que eran de aquí.
Rey comprendió al instante:
—¡Oh! Entonces tu familia…
—Sí, estaban en Hosnian cuando la Starkiller destruyó el sistema. Por eso necesito saber si el resto de mi familia está al corriente de lo que pasó y si les han dedicado un ritual de despedida, como marca la tradición anselmí.
Rey asintió. Sin embargo, una parte de ella se preguntaba cómo había podido Yang Sook seguir a las órdenes de Hux después de aquello. Ese malnacido había destruido no solo la cuna de la República, sino billones de vida entre las que se encontraban las de los padres de la nautolana.
La sensibilidad de la nautolana le permitió captar el pensamiento impronunciado de Rey:
—Me fui de Hosnian siendo muy joven, apenas una niña, cuando me uní al templo Jedi de Skywalker. Nunca he sentido mucho apego al planeta, ni tampoco he tenido una relación muy estrecha con mis padres. Lo que hizo Hux no fue prudente estratégicamente y, además, comportó una gran cantidad de muertes innecesarias. Amenazar y destruir no lleva a la gente hacia tu terreno, sino que la aleja. Sin embargo, no me afectó de forma personal. Por eso no me resultó tan difícil seguir en la Primera Orden, porque mis intereses estaban por encima de eso.
—Ya.
—Sé que no me entiendes, Rey de Jakku, y que nuestras formas de ver las cosas son muy distintas. Pero me alegra que a pesar de nuestras diferencias sigamos siendo compañeras y también que hayas perdonado lo que os hice.
—No es que no te entienda, pero…
—Lo sé: pero tú y yo somos seres distintos, con caminos distintos que nos han llevado hasta donde estamos. Es imposible que nos comprendamos a todos los niveles. Lo importante es que lo intentemos.
Rey asintió y le tendió una mano a la nautolana.
—Sabes que puedes contar con ello.
Yang Sook devolvió el gesto y después, se centró en Ben, que había permanecido en silencio todo ese tiempo, escuchando la conversación que ellas dos mantenían.
—Sé que no hace falta que te lo diga, pero cuídate, maestro.
—Lo haré. Y espero que tú también lo hagas.
—Descuida.
—Te deseo toda la felicidad que no has tenido hasta ahora, Yang Sook.
—Gracias, Ben. Yo te deseo que encuentres la paz al fin.
Una vez la antigua caballero se hubo ido y la rampa volvía a estar sellada, Ben y Rey regresaron a la cabina para iniciar la partida.
Antes de tomar asiento, sin embargo, Rey se volvió hacia Ben y dijo:
—Todos los amigos y compañeros que nos han acompañado durante esos meses han empezado a buscar su propio camino y creo que nosotros deberíamos hacer lo mismo. Pero antes, hay algo que tanto tú como yo tenemos que hacer.
Él no dijo nada, pero asintió en silencio. Sabía perfectamente a qué se refería la chica. Enfrentarse al pasado y dejarlo en su sitio era la única manera de seguir avanzando. No se trataba de matarlo, como él insinuó en una ocasión, sino de mirarlo fijamente a los ojos y aceptarlo, para después dejarlo ir. Y aunque aquello era algo que le aterrorizaba hacer, en el fondo era consciente de que necesitaba hacerlo.
Los dos lo hacían.
._._._._._.
El planeta rojizo se dibujó ante ellos con el mismo aspecto desértico que tanto había llamado la atención de Rey la primera vez que lo vio.
Descendieron por la atmósfera en dirección a la ciudad de Sulanate, pero antes de alcanzarla Rey desvió la trayectoria hacia la granja de Potus Pot. La joven había avisado al granjero de su llegada, así que cuando el Halcón aterrizó y ella y Ben bajaron de la nave, Pot ya los estaba esperando.
—Buenas tardes —los saludó, con cordialidad, al verlos—. Bienvenidos.
—Hola, señor Pot —respondió Rey, estrechándole la mano—. Como le conté, venimos a visitar la tumba de Leia. Espero que no le causemos demasiadas molestias.
—No te preocupes, querida. Siempre eres bienvenida en mi casa. Y más si lo que te traer aquí es un motivo como ese.
—Gracias —agradeció la chica. Y después añadió, haciéndose a un lado para presentar a su acompañante—: Él es Ben Solo. Es el hijo de la princesa Leia.
Potus Pot dejó entrever su sorpresa, pero no dijo nada más al respecto. Rey no tenía claro si el ser conocía la identidad de Ben como Kylo Ren. Algunos miembros de la antigua resistencia lo sabían, pero no todos. Y aunque Leia le tenía mucha confianza al granjero, Rey no estaba segura que fuera la suficiente para confesarle algo así.
La conociese o no, el granjero se limitó a estrecharle la mano a Ben y a darle el pésame como buen amigo de la princesa que había sido durante muchísimos años. Algo que el otro aceptó con una reverencia.
—Voy a acompañarle hasta la tumba, si no le importa —dijo entonces Rey.
—Claro, adelante.
—Volveré enseguida.
Rey y Ben caminaron en dirección norte. El lugar estaba un poco apartado de la casa principal, pero no demasiado. Un breve paseo por el terreno pedregoso les llevó hasta allí.
Anochecía y el sol se estaba volviendo de un color rojo intenso, que daba al lugar un aire onírico. Soplaba un viento cálido, que no resultaba molesto. Desde que la resistencia abandonara Kagurall, sobre el punto en el que habían encendido la pira en memoria de Leia los lugareños habían levantado una construcción triangular de piedra blanca, que relucía con los últimos destellos de luz.
Rey sintió que el corazón se le encogía una vez estuvo frente al recordatorio y no supo decir si el sentimiento era suyo o de Ben. Por eso lo cogió de la mano y se la estrechó, y también usó el vínculo que los conectaba y dejó que sus mentes compartieran por un instante el dolor y el desasosiego que la escena les producía.
La guerra había terminado, pero Leia se había ido. Y aquella era una verdad que les atravesaba el corazón como un sable.
Pasado un tiempo, cuando el sol ya se había puesto por completo y la penumbra empezaba a hacerse más intensa, Rey deshizo ambos lazos: el de la mano y el de la Fuerza. Aprovechó que volvía a tener ambas manos para ella y sacó un cordón de cuero que llevaba anudado al cuello, escondido bajo la camisa, y del que colgaba uno de los dos anillos de Leia.
—Toma —le dijo a Ben, mientras se lo tendía—. Prometí que te lo daría, pero no había encontrado el momento.
Ben tomó el objeto y lo observó. Era un anillo con una filigrana intrincada, de un metal de color verdoso. Recordaba habérselo visto a su madre de niño y pensó que la joya debía de tener muchos años. Después de examinarlo, lo guardó en uno de sus bolsillos.
—¿Quieres que me quede? —preguntó Rey, a su lado.
—No hace falta.
—¿Seguro?
—Seguro.
—Bien. Estaré en la granja.
Él apenas asintió.
Los pasos de Rey se alejaron lentamente, crujiendo sobre el suelo arenoso de la granja. Y, al saberse solo, el recuerdo de lo que había ocurrido en Coruscant volvió a la mente de Ben.
"Si solo hubiese podido impedir que esa nave alzara el vuelo…" se dijo, mientras observaba la tumba y pensaba en alguna de las mil formas que podría haber usado para impedir que la Cillia despegara. Debería haberla destruido antes de lanzarse tras Rey y Yang Sook.
—Pero no hubieras podido hacerlo.
La voz vino de atrás y él se volvió, con la mano en el cinturón, donde guardaba el sable.
Pero tras él solo encontró a la misma Leia joven que había visto en Apoptiona. El fantasma en la Fuerza que lucía el vestido blanco y los recogidos circulares a lado y lado de la cabeza.
—Madre —dijo, con la voz más grave que de costumbre, pues la sentía áspera por la emoción.
—Ben.
Ver así a la mujer que había sido su madre era una experiencia completamente nueva para él, una experiencia que de algún modo le permitía sentirla más cercana. Ahora ya no era una senadora ilustre, ni tampoco una princesa inaccesible o una líder de la resistencia. Era solo una mujer con sueños y esperanzas, con ganas de luchar por un futuro que, como todos los futuros, había resultado ser más agridulce de lo que ningún joven puede imaginar.
—¿Por qué dices que no habría podido impedirlo?
—Porque yo no te hubiese dejado.
Él frunció el entrecejo, sin entender. Pero la joven Leia parecía divertida con la situación y antes de seguir hablando dio un par de vueltas alrededor de la construcción triangular que simbolizaba su tumba. ¿Estaría disfrutando del hecho de haberse convertido en un fantasma? ¿O le gustaba seguir atormentando a su hijo incluso después de la muerte?
Quizás solo quería alargar un poco más de ese encuentro, antes de dejarlo ir.
—Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir esa noche, Ben. Tuve una visión después de nuestro encuentro y por eso también supe que era la única manera de devolverte la luz que tanto insistías en esconder y terminar la guerra.
La revelación no lo dejó indiferente.
—¿Te sacrificaste por mí? —preguntó, entre sorprendido y molesto.
La joven Leia se limitó a encogerse de hombros, mientras clavaba esa mirada negra en él.
—No solo por ti. Pero sí, en parte lo hice.
—¿Por qué?
—Porque te quiero, Ben.
—Eso no es…
—¿Verdad? —completó ella—. Oh, sí lo es. Y lo sabes. Que yo haya cometido tantos errores no cambia mi amor por ti. Ni el tuyo por mí. Y que tú insistas en obviar esa parte, tampoco la borra.
Ben apretó el puño con rabia. Ella tenía razón, pero no podía entender que se llamara amor a algo que dolía tanto y que había traído tanto sufrimiento.
Aunque pronto esa rabia se convirtió en otra cosa: en tristeza por el hecho de que las cosas hubiesen sido así; en lástima por sí mismo y también por su madre, por haber sido incapaces de encontrar el modo de quererse; y también compasión por una mujer que, a pesar de haberlo intentado tan duro, no había conseguido su objetivo. Y esos sentimientos subieron por su cuerpo hasta su garganta y se hicieron un nudo ahí.
—¡Yo nunca te pedí tal cosa! —quiso gritar. Pero en realidad la exclamación salió como un ruego lastimero de su boca.
—No lo hice porque tú me lo pidieras, lo hice porque quise. Era mi modo de redimirme. Como también lo hicieron tu padre y tu tío. Los tres teníamos pecados por expiar.
—¡Pero soy yo el que debería haber pagado por ellos! ¡Yo soy el monstruo!
—No lo eres, Ben. No más que todos nosotros. Todos llevamos oscuridad dentro, pero a ti te obligaron a enfrentarte a ella desde muy pequeño. Y no supimos como remediarlo.
»Por otro lado, tú no tienes que pagar por nuestros pecados, sino por los tuyos. Y tienes una vida entera por delante para hacerlo y buscar la redención. Has traído dolor a la Galaxia, así que busca el modo de compensarlo. Nuestra manera de hacerlo es cederte el testigo y ofrecerte una segunda oportunidad.
El nudo en su garganta se estrechó hasta el punto de ahogarlo y él no pudo hacer otra cosa que dejarlo ir. Cayó de rodillas y se abrazó al fantasma de su madre, que de algún modo se hacía corpóreo en un plano más allá del físico, y dejó que las lágrimas que había contenido durante tantos años se derramaran al fin.
—Yo solo quería que me aceptaseis —gimió.
—Lo sé, Ben. Y creí que lo hacía, pero me equivocaba.
—Siento haberlo matado. No quería… ¡Pensaba que era lo que tenía que hacer, que eso me ayudaría! Pero me equivocaba.
—Lo sé. Y él también lo sabe.
Después de abrazarlo, de intentar transmitir algo de comprensión a través de la Fuerza, Leia lo separó de ella y lo obligó a levantarse otra vez.
—Ya te dije que no puedo cambiar el pasado. Ninguno de los dos podemos. Pero tú tienes un futuro que perseguir. Sé que nuestro recuerdo y el de todo lo ocurrido te acompañará allá donde vayas, y que el dolor estará siempre presente. Pero es algo con lo que tendrás que aprender a vivir. Pero ten en cuenta que no estarás solo y que habrá gente contigo que te ayude a sobrellevar esa carga. Como Rey.
Ben asintió.
—Es una chica muy especial que ha hecho grandes cosas por la Galaxia, pero también es frágil como tú. Cuídala, Ben. Y dile que la quiero mucho.
—Lo haré.
Y con esas últimas palabras, el fantasma de la joven Leia desapareció sin borrar de su rostro esa sonrisa sincera.
Ben observó la construcción de piedra una vez más. Su madre tenía razón: el dolor no se iría, pero tenía que aprender a vivir con él. Y hacer algo para compensar todos sus errores parecía una buena manera para sobrellevarlo.
Metió la mano en el mismo bolsillo en el que había guardado el anillo. Lo sacó, junto con otro objeto que había puesto ahí también antes de bajar del Halcón. Eran los dados dorados que pendían de la cabina, aquellos con los que tanto había jugado de niño y que su padre siempre había atesorado como algo importante. Dejó ambos objetos sobre la tumba y después regresó a la granja.
._._._._._.
Rey lo esperaba en el Halcón y, sin preguntar ni decir nada, lo abrazó y dejó que llorara en su hombro durante un buen rato, mientras compartía sus lágrimas y le acariciaba la espalda para reconfortarlo.
Ben se limitó a agarrarse a ella como si fuera a hundirse en la oscuridad en cualquier momento y la luz de Rey fuera lo único que todavía lo mantenía a flote. Pero, poco a poco, la tristeza fue deshaciéndose y se volvió lo suficientemente liviana para llevarla a cuestas sin desfallecer, como el resto de cargas que siempre iban con él. Otra muesca más no iba a matarlo, y todavía menos si podía compartirla con alguien más.
—Potus Por nos ha invitado a cenar —le dijo Rey, cuando al fin se separaron—. Pero si no te sientes con ánimos le diré que mejor en otra ocasión.
—No. Está bien. Vayamos.
—Vale. Pero tómate tu tiempo, ¿de acuerdo? —insistió Rey, mientras le acariciaba la mejilla, recogiendo con el pulgar las lágrimas que todavía las humedecían.
Él asintió y después tomó esa misma mano que lo acariciaba y se la llevó a los labios para besarla con suavidad, recorriendo el dorso, los nudillos y los dedos. Y cuando terminó la condujo hasta su pecho y la apretó contra su corazón.
—¿Sabes? —confesó—. He visto a mi madre.
En Apoptiona, Rey también había visto los fantasmas de Leia y Luke, cuando acudieron en ayuda de Ben. En ese momento había entendido lo que el mismo Ben le había explicado en Naboo, cuando le dijo que había sido Luke el que lo había ayudado a salvarla. Y por eso el comentario no le pareció extraño, sino que comprendió y asintió.
—Hemos podido hablar —añadió él—. Y entendernos un poco mejor.
—Me alegro mucho.
—Y espero que no te importe, pero he dejado el anillo en la tumba. Siento que era allí donde debe estar. Pero te agradezco que me lo hayas dado.
—No pasa nada. Lo entiendo —repuso ella, sincera, porque sabía que cada persona vivía el duelo a su manera y que, aunque para ella era importante conservar ese recuerdo, Ben tendría su propia manera de hacerlo.
—Y hay una cosa más: Leia me pidió que te dijera que te quiere mucho.
Rey sintió que, otra vez, las lágrimas acudían a sus ojos. Sonrió y dejó que una de esas lágrimas traicioneras escapara por el rabillo del ojo.
—Gracias, Ben. Me alegra mucho saberlo.
Y rodeó una última vez sus hombros para abrazarlo.
._._._._._.
A la mañana siguiente retomaron su viaje, de camino hacia el último destino que les quedaba por visitar.
El viaje desde Kagurall había sido silencioso, porque los fantasmas de ambos flotaban en el aire y los ensombrecían. Los de Ben más ligeros ahora que se había enfrentado al fin con ellos, pero demasiado recientes para dejarlos marchar aún; los de Rey aún como una sombra sin rostro a la que debía dar nombre para dejar marchar.
La fosa común estaba cerca de Ciudad Cráter, perdida entre la arena del desierto infinito de Jakku. Era un simple agujero en el suelo, con una gran losa de piedra como única tapadera e indicativo. A nadie le importaba lo que había ahí dentro y por eso a nadie se le había ocurrido darle mayor visibilidad. Un droide de carga era el encargado de levantar la losa cuando hacía falta echar dentro los restos de alguno de los seres que acababan muertos en las calles de la ciudad y no tenían quien se ocupara de ellos. Era un pozo de nada para aquellos que no eran nadie.
—¿Es aquí? —preguntó Rey en cuanto vio la piedra, después de caminar por el desierto siguiendo los pasos de Ben.
Y, aunque no hacía falta respuesta alguna y la pregunta estaba hecha con la única intención de llenar un silencio que se hacía demasiado opresivo, él asintió. Y después dijo:
—¿Estás segura de esto, Rey? Podemos volver más adelante, cuando estés lista. No tiene por qué ser ahora.
El deseo de echar a correr y no mirar atrás era muy poderoso, y volverle la espalda a aquel agujero de nada, muy fácil. Pero no era el camino correcto, porque si ahora se iba, Rey sabía que jamás encontraría la fuerza necesaria para volver. Así que apretó con más fuerza el bastón-láser que llevaba con ella y que la hacía sentir un poco más segura, y asintió.
—Sí, lo estoy. Debo hacerlo.
Y, tras ello, de acercó a la lápida, que estaba medio enterrada en la arena. Se arrodilló sobre ella y puso la mano sobre la piedra gris, que sintió caliente por el sol de Jakku.
Allí estaban sus padres, que la habían vendido a cambio de bebida.
"No eran nadie" pensó, al recordar lo que Ben le había dicho en el Supremacía. Ella lo había sabido siempre, pero el hecho de que alguien se lo confirmase la rompió hasta hacerla pedazos. Y ahora podía ver la evidencia con sus propios ojos.
—¿Les viste? En tu visión —quiso saber.
—No creo que necesites oírlo.
—Cuéntamelo.
—Rey…
—¡Cuéntamelo! —exclamó, volviéndose hacia él para dirigirle una mirada llena de dolor y lágrimas.
Ben dudó. Pero a pesar de saber lo mucho que dolía conocer la verdad, se la contó, porque también sabía de propia mano que era lo único que podía aliviarla un poco ahora:
—Eran un par de jóvenes ladronzuelos, con una mala vida y muchas deudas, y tú naciste casi sin querer. Sobrevivían a base de pequeños robos, pero la bebida y el juego les habían dejado muchas deudas. Uno de sus acreedores se enteró de tu existencia y amenazó con matarte si no le pagaban, así que se les ocurrió que venderte a Plutt sería una manera de ganar dinero y mantenerte alejada de él. Pensaban regresar a por ti, algún día, cuando las cosas se hubiesen calmado. Pero la muerte los alcanzó antes de hacerlo.
Rey permaneció arrodillada sobre la lápida, dejando que las lágrimas cayeran sin control por sus mejillas. Pensó en los recuerdos difusos que tenía del día en que viajó hasta Niima Outspot con sus padres, y como su madre le había prometido que aquello sería algo temporal y que en cuanto pudiesen regresarían a por ella.
Agarró un puñado de arena entre los dedos y la apretó con fuerza en su palma, sintiendo como las partículas se clavaban en su piel. Al menos el dolor de la mano calmaba el de su corazón.
Y entonces Ben se acercó y se arrodilló junto a ella, rodeándola con un brazo para atraerla hacia él.
—Piensa que ahora tienes una familia de verdad. Finn, Rose, Chewbacca. Y Poe Dameron también. Es como ese hermano imbécil al que odias, pero en el que siempre acabas pensando de vez en cuando. Incluso Leia, aunque ya no esté.
Ella soltó la arena y asintió. Después se limpió las palmas en los pantalones y con esas mismas palmas, se apartó las lágrimas de la cara, mientras sorbía la nariz. Lo miró y sonrió.
—Y tú también.
—Y yo también —concedió él, devolviéndole la sonrisa.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Adónde vamos a ir?
—Podemos empezar por los planetas que siguen en manos de lo que queda de la Primera Orden. Estoy seguro de que a la Nueva República le llevará mucho tiempo ponerse de acuerdo sobre cómo actuar y esa gente necesitará ayuda. Y después, ya iremos viendo sobre la marcha. La Galaxia es muy grande, ¿no te parece?
—Sí. Tienes razón. Hay muchos lugares a los que ir y muchas cosas que hacer para convertir la Galaxia en un lugar mejor.
—Entonces, ¿a qué esperamos?
FIN