Capítulo 3

Contra cara


Tocaron a la puerta y los dos nos miramos con espanto. Él rápidamente cubrió mi boca con una mano. —Sí. —decidió responder con un dejo.

—¡Oh, disculpe!, ¿Tardará mucho? —se le escuchó preguntar a un sujeto.

—Hombre si te soy sincero, llevo horas aquí metido, ¿tú que crees?

No se oyó ruido alguno, minutos después el individuo dijo—: ¿Creo que mejor voy al baño del otro vagón?

—¡Viejo, es lo más prudente!, ¡Esto aquí huele muy mal!

—¡Gracias por avisar!

Quitó su mano de mi boca, y me fue inevitable no reírme, desdichadamente no podía hacerlo a carcajadas.

—¿Qué querías que le dijera? —inquirió, imitando mi risa. —¡Mira, hombre!, acabo de echarme un polvo de muerte lenta, dame unos minutos y estaré listo, ¡Ah y cuidado al entrar!, puede que encuentres algún fluido corporal adherido por ahí.

—¡Baka! —le regañé, surtiéndole un suave puñetazo en su hombro.

Mutuamente nos acomodamos nuestras ropas entre besos y toqueteos. Retoqué mi maquillaje. ¡Lista! —anuncié.

—¡Excelente!, ideé un plan. Saldré primero, me quedaré a la par de la puerta, si alguien llega a ocupar el baño, lo devolveré. Te aviso y sales rápido, ¿vale?

—¿Qué les dirás?

—Lo mismo que al anterior. Que tuve pringa pie. Solo en casos de extrema necesidad alguien se mete a un baño después de ser usado por una persona con diarrea así que se irán apenas los informe.

—¡Puerco! —exclamé.

—¿Por?, ¿Acaso tu no lo haces? —Si es así pues permíteme decirte que eres anormal.

—¡Obviamente hago del dos! —respondí entre dientes y muerta de vergüenza. —Pero no soy afín de pregonarlo a los cuatro vientos como tú.

—¡Exagerada!, además, por si no lo has notado aquí huele a sexo.

Lo cierto es que no lo había percibido, pero apenas el hombre tardó en decirlo y yo comencé a olfatear cuál sabueso de cacería. El corazón me palpitaba a mil por hora, moriría de pena si alguien advirtiera que estuve encerrada haciendo cochinadas con este papanatas. Mi mente se desbloqueó, reaccionando inmediatamente para izar mi bolsa y registrarla frenéticamente hasta dar con mi cosmetiquera. La abrí removiendo los polvos traslucidos, el labial, el rímel y otros artilugios de belleza por todo lado —¡Bingo! —acerté con el objeto de mi búsqueda. —¡Ten!, ayudará a amortiguar el olor. —le dije entregándole mi perfume de bolsillo.

— ¡Dolce & Gabbana, ¿eh?! — ¡Chica osada! —añadió, destapando el frasco con la esencia para llevarla hasta rozar sus fosas nasales para olerlo. —¡Huele muy bien!, aunque, ¿Crees que realmente esto funcione?

—Tienes el increíble don de arruinar un atesorado momento. —acoté sin pensarlo y sin darme cuenta hasta que fue demasiado tarde que lo había dicho en voz alta.

—¿Atesorado?

«Ahora entiendo porqué papá siempre me regañaba de pequeña por bocaza.»—No quise decir eso, no supe escoger bien las palabras. —Traté estúpidamente de arreglar la situación, pero lo cierto es que me hundía cada vez un poco más.

—Para mí también fue un momento muy bueno. —pronunció, rascándose la nuca. Y por un vano lapso de tiempo, los dos permanecimos en silencio y absorbidos por la mirada del otro. —¡Iré a ver! — susurró mientras deslizaba la yema de sus dedos sobre mi mentón. Yo solo me abstuve a asentir y acatar su orden como niña obediente. Tomó el pomo para abrir la puerta, sin embargo, antes de salir giró a verme, alzó el frasco de mi perfume, ¿puedo quedármelo? —me preguntó.

Arrugué mi entrecejo ante su solicitud. —Sí. —respondí.

Me guiñó un ojo aunando a ello su insinuante sonrisa ladina, asomó ligeramente su cabeza, luego se atrevió a salir y me hizo una señal para que lo imitara. Una vez en el exterior, escuché como el personal del ferrocarril avisa que habíamos arribado y podíamos bajar. — Él, por otro lado, disimulaba talentosamente, tiene el rostro perfecto para hacerlo, sin un ápice de gesticulación, recostado a la pared y sus manos dentro los bolsillos como si estuviese aguardando para poder entrar al baño.

—¡Ve tranquila y con cuidado! —fue su fría forma de decirme, ¡adiós!

Quizás porque es mi primera vez en estos ruedos, pretendo un trato más caluroso, me regañó mentalmente por mi ingenuidad, ¿Qué beneficio puede ser resultado de un hecho fortuito? —. Brindando mi mejor actuación giro a verlo por última vez para dignarme exclusivamente a agitar mi mano a manera de despedida decorándola con la mejor de mis sonrisas. —No le rogaría. No suplicaría ni en mil quinientos años.

Caminé erguida y con los ánimos recuperados. El moreno, colateralmente trajo consigo un estuche de autoestima bajo su brazo, ofreciéndomelo sin medidas ni reservas.

La aglomeración de pasajeros, periodistas y familiares esperando la llegada de sus seres queridos. Era una noticia insólita, un retraso de horas sufrido por el insólito escape de unas cuantas cabezas de ganado que decidieron irse de farra, es sin duda una historia para la posteridad y merecedora de los tabloides. —No debería bromear con ello, gracias a esos novillos me siento rejuvenecida y con ganas de comerme el mundo. En agradecimiento, no consumiré carne de res. Nunca más.

Llenándome de valor para no mirar por todos lados en su búsqueda, me abro paso entre la multitud. —¡Temari, por acá! —la vivaracha voz de Matsuri golpea mis tímpanos, me acerco hasta donde se encuentra junto a mi camarógrafo.

—¿Quién iba a decir que tu también estabas recluida en el tren? —inquirió la risueña reportera sensacionalista.

—Estoy hospedada a escasas cuadras de acá.

—¿Hubo algo grave que lamentar? —preguntó esta vez Daimaru.

—Solamente el haberme perdido el partido contra Kumogakure, ¿Cómo nos fue? —pregunté.

—Te debo cien. Empatamos. —refunfuñó Daimaru.

—¡Te lo dije!

Noté que Matsuri se paraba de puntillas tratando de ver todo el rededor. —¿Buscas a alguien?

—Sí. Me dijeron que en este mismo tren viajaba el consejero del Hokage.

Levanté mis cejas con incredulidad, —¿De veras?

—Al menos ese fue el dato que me enviaron, tenía que estar acá previo a la llegada del ferrocarril y lograr por todos los medios conseguir, aunque sea una palabra salida de su boca. Pero el hombre le hace honor a su alias, —"sombra".

—¿Sombra?, ¿Y por qué le llaman así?

—Porque siempre está pegado al Hokage. Eso y por su habilidad para fugarse de las cámaras.

—No entendí eso último.

—Él acompaña al Nanadaime hokage, vaya donde vaya, pero con la particularidad que lo hace oculto.

—En las sombras.

—¡Exacto! —se cuentan con los dedos las veces es que un dichoso logre capturar su imagen. Algunos dicen que él es el poder detrás del trono y que el séptimo no sería el prestigioso líder de la unión de las cinco grandes naciones de no ser por la colaboración de Nara sama.

—¿Y cómo es él?

—¿No lo conoces?

—Físicamente no.

—De nada bueno te pierdes, cuñada. — Volví mis ojos ante su comentario. Ella y su maldita fijación hacia mi ojeroso hermano que no le da ni la hora. —Bueno, a mi parecer es apuesto, sin ser excesivo, al menos no con la estima que le profesan muchas mujeres, incluso hombres, que lo catalogan como demasiado guapo.

—¿Quizás lo vean así por cargo? —osé en decir.

—¡Puede ser!, Quédate junto a mí, tal vez la suerte esté de mi lado y consiga entrevistarlo. Sería una noticia bomba.

—He escuchado que le huye a la prensa rosa.

—¿Huir?, yo diría que la aborrece. Se rumora que mantiene euna constante guerra en que odia más, la prensa farandulera o que sus cientos de amantes pretendan ser algo más que eso.

—¿Mujeriego? —inquirí.

—¡Empedernido!, créeme cuando te digo que el hombre conoce más vaginas que un ginecólogo. He entrevistado a unas cuantas, de sus víctimas, todas concuerdan en que es un amante sin igual, pero es alérgico al compromiso.

— No lo conozco, pero por tu descripción no me simpatiza. ¡Por cierto!, tu trabajo es sobre el espectáculo, y según tú el tipo lo odia, ¿cómo vas a hacerle para captar su atención?

—¡Ya veré!

Estábamos en esa disyuntiva cuando varios oficiales del ferrocarril en compañía de unos agentes de seguridad comenzaron a agruparse hasta bordear la puerta principal del tren.

—Daimaru, ¡ten lista la cámara! —anunció la castaña mientras jaloneaba mi brazo para acercarnos a la cantidad de periodistas que rodeaban la salida. Los hombres de negro fueron más astutos, de un momento a otro abrieron unos amplios paraguas negros para impedir los flashes y la toma de imágenes del sujeto con ínfulas de Daimyō. Lo que los gigantes no tomaron en cuenta es que mi compañera de trabajo es muy pequeña y delgada que cabe en cualquier parte. Me arrastró con ella por un espacio mínimo, las luces de las cámaras rebotaban contra las ventanas y lograban reflejar una silueta dispuesta a bajarse de la locomotora.

—Gradúa bien el lente para que se vea bien el interior del compartimiento. —ordenó Matsuri.

—¡Ahí viene! —vociferaron.

No negaré que la curiosidad me resulta avasalladora. Tengo total visibilidad a la compuerta del tranvía, gracias a la ventaja de ser alta, más el valor agregado producto de los diez centímetros de mis tacones. El estar entre tal gentío es tedioso, los periodistas extendían los micrófonos, los camarógrafos intentaban conseguir una posición privilegiada para una foto de portada, los demás mortales también valían su lugar a punta de gritos y empujones.

—¡Hijo de p…! —por poco suelto una palabrota al ser pisoteada.

—¡Ten más cuidado! —bufó Daimaru, quién con uno de sus gruesos brazos jaloneó al baboso.

—¡Déjalo así! —le dije a mi gigante rescatista.

—¡Es él! —vociferaron y el mundo se detuvo para girarse a ver al pequeño y longevo hombrecillo.

—¿Ese es Nara Shikamaru? —me atreví a preguntar con estupefacta voz.

—¿En qué planeta vives? —me regañó Matsuri. —¡Obviamente no lo es!, ¿no escuchas el abucheo?, el consejero es un cuarentón buenmozo, no un honorable anciano que huele a santos óleos.

—¿Se te olvida que estuve lejos de todo lo civilizado por cerca de seis años? —repliqué con ironía.

Así fue, mi exmarido debió tomar la batuta como embajador en una aldea tan remota y en medio de una guerra civil. Recuerdo como tardaba horas en redactar sus informes en la máquina de escribir, como la gente corría espavorida cuando la guerrilla se avecinaba, el sonoro chillido que avisaba el toque de queda al dar las doce, se expandía por toda la cuidad. El agua, el pan y la electricidad eran privilegios de pocos y una barbarie despilfarrarlos.

—¡Nos tomó el pelo una vez más!

Fallamos con la exclusiva chicos, ¡andando!

Otra buena cantidad de yenes que se nos escapan de las manos.

Eran parte del farfullo expansivo entre todos los ahí reunidos, los cuales, comenzaban a dispersarse tan rápido como si una horda de militares los atacase con coctel Molotov. Se marcharon cabizbajos y molestos.

—No por nada tiene el estandarte de genio. —declaró Matsuri. —¡Volvió a salirse con la suya!, dejó a la prensa chupándose el dedo como niño pequeño.

—¡Qué va!, Eso es invención de un buen asesor. No creo que al tipo le de la cabeza para tanto.

—Se te olvida que es del consejero de Konoha, de quién hablamos.

—No le resto créditos por tal desempeño, solo considero que el hombre podrá sobrarle artimañas políticas, no obstante, dudo que pueda ofrecer algo más.

—¿Por qué lo dudas?

—Por la simple razón de que no puedes ser perfecto en todo. Por lo que cuentas el hombre es un portento de atributos—: guapo, mujeriego y buen amante; a la lista solo le falta que sea un sabiondo, millonario o que tenga superpoderes. —me burlé.

—Ha hecho bueno inversiones con su dinero, por lo que eso responde tu hipótesis. Sin mencionar que es heredero de acres de tierra protegida para la biodiversidad y santuario de ciervos salvajes.

—Creo que vomitaré si oigo un alarde más dirigido hacia ese sujeto.

—En unos días lo entrevistarás, ¿cierto? —interrumpió mi acallado compañero.

—Para mí desdicha, sí.

—Ten cuidado con lo que dices, Akasuna no Temari. Los chismes vuelan y el récord de Nara san es pulcro en cuanto a sus tácticas persuasivas de cortejo y manipulación con aquello que deseé, sobre todo si son favores brindados por las damas. —musitó el fornido camarógrafo.

Por un corto lapso de tiempo permanecí procesando lo dicho por Daimaru. —Ustedes que viven del cotilleo, permítame anunciarles que, desde hoy oficialmente, vuelvo a ser Sabaku no Temari. Y en lo que respecta al afamado pica flor, pues me encantaría que osase en galantearse ante mí. Gozaría con ver su cara desencajada al ser la primera en darle una dosis de su propia medicina. —reté con el orgullo recuperado y segura de mis palabras. Además, nadie podría igualar al misterioso pasajero que horas antes me hizo tocar el cielo con las manos. —«Él si no tenía punto de comparación.»

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—No te preocupes, daré mi mejor desempeño. Tengo listas las preguntas, aunque sabes que otras tantas saldrán con el desarrollo de la conversación. —dije al auricular. Estoy a horas de realizar mi primera entrevista luego de años de ausencia en la televisión. Los nervios insisten en rebalsarse y la incertidumbre revolotea en mi estómago.

—Deja de tratarme como principiante, Baki. Sé que no debo hacer preguntas comprometedoras, sobre todo al consejero, al tipo no le gusta que se inmiscuyan es su vida privada, además ese trabajo sucio lo hace Matsuri. —Sí, sí..., me centraré en temas actuales—: salubridad, seguridad, banca y finanzas.

Sin más que decir y una fugaz despedida, colgué el teléfono. Me levanté de la silla del escritorio, retorciendo mi cuerpo como gato para estirar mis articulaciones. Era pasada las once de la noche, estaba exhausta, tenía que levantarme temprano y estar a tiempo en el camerino, probar el teleprompter, los audífonos, y que los maquillistas me prepararán para lucir presentable ante las cámaras.

Zafé mis zapatillas, bajé mi falda, pero el movimiento repentino me dio una pequeña molestia en la entrepierna. —malestar obtenido por la ardua faena a la que sometí a mi sexo luego de tres años de reposo y sequía coital. — Terminé por sacarme la blusa y el sostén dejando un reguero de ropa a lo largo del pasadizo y adentrándome a la bañera.

Bajo el agua temperada, me permito llevar por los recuerdos de hace dos días. Esperanzada en un nuevo encuentro, deseosa de más. Más sexo. Más pasión. Más amor.

¿Amor?, palabra prostituida por gente inescrupulosa y de magnifico don lingüístico en pos de obtener un beneficio. ¡Amor!, anhelo intrínseco en todo ser humano.

Sé que me hundo en las arenas movedizas de una van ilusión propia de una jovencita y no de una adulta experimentada. Optimista de un sinsentido. —Si realmente el moreno hubiese estado interesado en mí, no me hubiese dejado ir tan fácilmente. — El remordimiento me carcome, la soledad me invita a estrecharme en sus brazos. El orgullo herido de saber que solo fui una de tantas me estremece. Las lágrimas de enojo y frustración amenazan con emanar a borbotones por mis ojos. Irónico pensar que escasas cuarenta y ocho horas, retozaba gozosa en las cálidas nubes del placer. Placer brindado por el diestro miembro de un sujeto altamente capacitado en tales menesteres. Domador de las sombras de la lujuria y la satisfacción carnal. Buenmozo y sensual, chantajista por excelencia, ardiente como lava volcánica, y demandante como amo esclavista.

No sé en qué momento, la ira de mis pensamientos fue tal que friccioné la manopla tan fuertemente sobre mi piel dejándola colorada. Necesitaba hallar una forma efectiva para contrarrestar esos impúdicos pesares, tomé la pastilla de jabón para restregarla con delicadeza en la parte interna de mis muslos, justamente en esa zona donde aún retumban los recuerdos de una noche de imposible de olvidar. Toqué mi sensitiva piel para darle consuelo, con la yema de mis dedos estimulé esa parte saliente de mi intimidad, —haciendo un patético intento de rememorar el recorrido de aquellas toscas, anchas y callosas manos que me acariciaron horas antes— unté en la palma de mi mano una gota de jabón íntimo para asear mis partes nobles. Estaban mallugadas y doloridas producto de las sacudidas cometidas por aquel siniestro caballero de ojos tan negros como el averno. —Malditos ojos que me hipnotizaron desde la primera vez que los vi frente a mí. Rasgados, oscuros, aburridos y misteriosos instrumentos visuales capaces de leer mi alma.

Decidí dejarme llevar por la lascivia que imperaba en mi ser. Permito que mis omoplatos choquen con la pared y de inmediato abro mis piernas, —la solitaria noche consiente que su única compañía sea el onanismo perpetuado para mi propio entretenimiento. — Mi mirada se dirige a mis sobresalientes pechos, blancos y decorados por areolas rosas; un poco caídos por el paso del tiempo y las largas horas en que Toshiro succionaba de ellos para alimentarse. Rozo mis senos, jaloneo mis pezones, primero con suavidad, luego con fuerza provocando que un sonoro gemido se desprende de mi garganta; los dejo completamente erectos.

Una ola expansiva de calor se cimbra en el interior de mi anatomía, retomo el toqueteo sobre mis mamas, las amasaba con energía y dinamismo. Trazo una línea vertical descendente rumbo a mi ingle, detengo el trayecto para bordear mi abdomen, el mismo que tuvo mejores épocas. Era plano y duro, ahora tiene una casi imperceptible barriguita, huella inequívoca de la vida que una vez se incubó allí. Continuó el rumbo de mis dedos hasta topar con el vello púbico que resguardaba el sitio donde se originó el incendio, — debía encontrar la mejor manera de apagarlo— estaba totalmente excitada y sin el alto moreno para que fungiera de bombero personal; sin más preámbulo jugueteé con mi clítoris, el cuál comenzaba a despertarse, —tenía mi mano en uno de mis senos y la otra en aquel recóndito sitio—. Mi intimidad empieza a expresar su necesidad, se mostraba húmeda y deseosa, hundo dos de mis delgados dedos en la cavidad palpitante, los muevo de adentro hacia afuera, lento al inicio, pero transmutó a veloz con cada penetración. Deprisa y sin descanso. El orgasmo clamaba por ser liberado. Me es imposible detener a mis extremidades. Gimoteo con desenfreno, me siento agotada y las piernas se me entumen.

Cierro mis ojos con fuerza. Extiendo mi mano libre hasta la llave de la ducha para cambiar la temperatura. El choque térmico me ayuda a amortiguar la hoguera corporal, las gotas de agua impactan contra mi cuerpo. Frías y letales como agujas. Apremio el trabajo manual dentro de intimidad, percibo como me humecto cada vez más. Mi respiración se agita, mi cuerpo tiembla, no puedo ahogar mis gemidos… y fue allí… en ese preciso instante, la vista se me nubló y el tiempo pareció detenerse. Sacó mis dígitos de su escondite y noto que están bañados por mi viscosa esencia. Lentamente abro mis ojos, el calor poco a poco me abandona y el raciocinio regresa. Si bien mi liberación fue bien recibida gracias a la intervención de esas falanges que conocen cada recoveco de mi cuerpo y no es la primera vez que llevan tal labor, no son contrincantes a un miembro viril.

Minutos después salgo de la ducha y abro el cajón para buscar una braga limpia, me la coloco, así como, el horrible pijama que uso y la cual es capaz de espantar hasta a los malos espíritus. —«Mañana a primera hora visitaré la tienda de lencería que vi en el centro comercial y compraré un camisón fino y exquisito.»—pensé con emoción y con la esperanza de que quizás el morocho dé con mi paradero y disfrute en quitármelo.

—¡El morocho! —susurro mientras me veo al espejo y mi sonrojo se refleja sobre el cristal antes de irme a la cama.

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—¿Algo más que quiere decirles a los ciudadanos, Nanadaime Hokage? —le pregunté al más público de los Kages.

— ¡Oh sí!, que recuerden el juramento que les hice años atrás. A pesar de que se avecinan tiempos difíciles, si emprendemos una lucha contra la delincuencia, un alza en la economía y mejores garantías sociales entre todos los habitantes, los frutos podrán verse a corto plazo, siempre y cuando estemos unidos. Yo seré quién los lidere, pero necesito de la ayuda de cada uno de ustedes. Ese es mi camino. Hacer de Konoha una mejor aldea… ¡Dattebayo!

—Una excelente frase para cerrar la semana, señor Hokage. —acoté. —Fue un enorme placer conversar con usted. —le dije, extendiendo mi mano para estrecharla con la suya para despedirlo.

—¡El gusto es mío! —respondió el rubio con una zorruna sonrisa que combinaba con los ojos azul zafiro y la mirada pícara de un niño en media travesura.

Separé mi mano y giré mi rostro a la cámara uno. —A todos ustedes mis queridos televidentes les deseo un maravilloso fin de semana y recuerden no dejar de sintonizar este canal. Hasta la próxima semana.

—¡Y corte! —se escucha decir al director de cámaras.

—¡Así que eres Temari, ¿eh?!—, la hermana mayor del pelirrojo cabeza hueca de Gaara, ¿quién lo diría?

—Espero que hablara cosas buenas de mí.

—Siempre decía que te admiraba mucho, aunque jamás te lo diría. También que eras muy bocaza si te enojabas y no dudabas en poner en su lugar a quién sea. Tú y tú otro hermano son muy importantes para él.

Permanecí muda, procesando lo dicho por el alto y fornido líder de la coalición. —¿Eso dijo? —tartamudeé al pronunciarlo.

—Sí, pero no me acuses o vendrá a cortarme la lengua, ya sabes cuán volátil puede ser ese enano.

—De mi boca no saldrá palabra alguna, pero no prometo nada si a sus oídos llega que lo llamaste enano.

—¡No importa!, además me debe la revancha. —dijo. —Debo irme, tengo la agenda apretada, me encantaría que conocieras a mi esposa y mis hijos, es una lástima que Gaara no te acompañe. Le diré a mi asistente que te dé una invitación para el centenario del primer Hokage. Sería un honor que estés presente.

—Temo que debo declinar, señor Hokage, pero…

—Dime, Naruto. —sentenció.

—¡Naruto! —reiteré—, pero mi vuelo de regreso a Suna es ese mismo día.

—No me gusta valerme de mi posición, pero podría mover uno que otro contacto para arreglar ese pequeño detalle. —musitó.

—De veras me encantaría, más si te soy sincera tengo días lejos de casa sobre todo de mi rufián hijo que salió tan cascarrabias como sus tíos. Lo extraño y el amor de madre me sobre pasa.

—Eso es con algo que uno no se puede meter. La familia es primero. No insistiré. —sentenció.

—Sin embargo, ¿puedo pedirle un favor?

—Siempre y cuando dejes de lado tanta diplomacia y me tutees, sí.

—Puede pedir la invitación para dársela a mi compañera. Ella es la encargada de los espectáculos y sé que moriría por tener la primicia y estar dentro de la boca de león.

—Camaradería, ante todo, ¿eh? — me gusta eso, así que dalo por hecho.

—Se lo agradezco Nanad… ¡Naruto! —corregí.

El blondo hombre se despidió de forma efusiva. Yo debía comer a la carrera y estar a tiempo para que tres afeminados hombres retoquen mi maquillaje, peinado y cambiarme el vestuario. La siguiente entrevista era con el hombre fantasma o mejor conocido como Shikamaru Nara.

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Todo estaba listo para la llegada del consejero, pero los minutos pasaban y ni el pelo del sujeto se asomaba. Empecé a cabrearme. Mi ex esposo tiene el hábito de ser puntual y detesta que lo hagan esperar. Trece años de matrimonio no pasan desapercibidos, las manías del otro se llegan a copiarse y tuve la genialidad de aprender tal costumbra. Agité mi pie como cola de cascabel mientras estaba sentada esperando el arribo del inútil. Para evitar mi impaciencia, oteé mis apuntes, revisando si estaban bien redactadas.

—El consejero acaba de salir del vestuario, ¡va para allá! —dijo el director por el auricular.

—¡Hasta que por fin se digno en llegar! —exclamé irónicamente a los cuatro vientos.

Escuché la puerta abrir dando permiso al cuchicheo proveniente del exterior.

—¡Maldito broche! —refunfuñé mientras trataba de colocármelo. Escucho unos pasos y al tener mi cabeza baja puedo ver unas zapatillas ejecutivas masculinas.

El gorgoteo producido por una ronca garganta, llaman mi atención, decido ver la cara del dueño del exclusivo calzado.

—¡Mendōkusai! —se escucha decir, más lo que me deja paralizada es reconocer al moreno hombre ante mí.

¡CONTINUARÁ!


Aquí la tercera entrega de esta historia. Infinitas gracias a cada uno de mis lectores. No puedo expresar lo bien que me hace su apoyo sea únicamente tomándose su tiempo para leerlo o bien dejando su opinión.

Andreina Salomon, Mar Fer Hatake, ANABELITA N, Karitnis-san y Lirio Shikatema; gracias por siempre dejar sus comentarios.

Sin más que desearles que la luz de todo lo divino los cubra. Me despido…