POV Hermione

"¿Te has enterado? Esos pobres muggles, que forma tan horrible…"

"Si, si. Dicen que la mujer murió ahogada y él con algún método de los suyos"

"Me han dicho que intentó detenerlos, mi marido escuchó como gritaba"

"¿Y por qué no utilizó su varita? Quiero decir, son muggles…"

"Es menor. A lo mejor no quería incumplir la ley"

"¿Y la marca tenebrosa en el cielo?"

"Ahora que lo dices, yo he escuchado otra teoría. ¿Y si ella tuvo algo que ver?"

La gente cotilla habla muy alto. Fue lo primero que me pasó por la cabeza nada más pasar. Ni siquiera se habían percatado que la fuente de sus cotilleos estaba caminando a su lado. Pero si. Ahí estaba yo. La persona que parecía encontrarse en boca de todos, que copaba artículos de El Profeta y alargaba desayunos y sobremesas. Pensaba que de algo me valdría la experiencia del año anterior, las constantes menciones en artículos por parte de Rita Skeeter. Pero había sido una gota en un océano si lo comparaba con el escrutinio al que me sentía sometida a todas horas. Parecía ya una costumbre que todas mis experiencias pasadas se quedasen cortas en comparación con lo que me sucedía.

Me esforcé por mantener la cabeza alta y atravesar ese pasillo lleno de víboras. Parecía que un ejército de secretarias se había ofrecido voluntario para cubrir aquella causa. Y liderando a todas ellas, se encontraba Percy Weasley. Podía decir sin temor a equivocarme que era el más tonto de los hermanos Weasley. Y eso era decir mucho. Al menos Ron tenía algo positivo, su lealtad hacia Harry era inquebrantable. Algo que había dejado claro en su última visita. Me hubiera gustado sacudir la cabeza para alejar todo recuerdo, pero esa no era una opción. La mitad de la comunidad mágica ya creía que había enloquecido. No necesitaba confirmárselo a la otra mitad.

Respiré profundamente un par de veces. Eso me relajó un poco. La sensación de alivio sólo me duró un instante, lo que tardé en sentir como una mano se posaba sobre una espalda. Sabía a quién pertenecía y lo que estaba intentando. Infundirme confianza para lo que estaba por venir. Pero Lafford sólo consiguió que acelerase el paso y ocupase más rápido mi lugar en la silla central. Los últimos días me había pasado tanto tiempo allí que podría haberle puesto mi nombre. Estaba hecha con madera negra y tenía el respaldo muy alto. El borde de los reposabrazos estaba desgastado y empezaban a verse astillas por los lados, síntoma de que muchos otros se habían aferrado a ellos antes que yo. Mis pies apenas llegaban a rozar el suelo y después de un rato algunos músculos empezarían a dolerme. Pero no me quedaba otra más que permanecer erguida en todo momento.

— "Cualquier otra postura podía dar lugar a equívocos" Eso era lo que había dicho mi abogado.

Un abogado. Todo acusado necesita uno. El mío era el señor Greengrass. Que había resultado ser el padre de Daphne Greengrass, la chica de Slytherin con la que compartía curso. Lafford se había encargado de investigarlo todo sobre él, llegando a la conclusión de que era uno de esos "buenos abogados". Supe a lo que se refería después de nuestra primera reunión con él, cuando insistió en que le llevaría algún tiempo montar una defensa sólida. Una forma educada de decir que yo era un caso difícil y que nos cobraría una buena suma acorde a ello. Pero claro, el trabajo de un abogado sólo es fácil cuando su cliente es inocente. Y los tres sabíamos que ese no era mi caso.

La figura de un hombre de pelo blanco entrando en la sala captó mi atención. Caminaba deprisa mientras empujaba lo que parecía una especie de carrito de metal con ruedas que traqueteaba por toda la sala. Tenía la piel pálida y los ojos igual de pálidos. Le habría reconocido aunque Lafford no me hubiera dicho de antemano quien iba a estar ese día presente en el juicio. El Señor Ollivander, el que muchos consideraban el mejor fabricante de varitas del mundo, estaba allí. Dispuesto a verter sus conclusiones después de examinar la mía. Vi de reojo las posturas tensas de los dos hombres que me acompañaban. Las caras del señor Greengrass y de Lafford reflejaban una tensión parecida a la que habían dejado ver en nuestras reuniones para preparar esa vista.

— Señorita Rossier, no voy a obligarla a que me diga la verdad. Si sólo aceptara defender a los que lo hicieran, estaría en el paro. Pero necesito saber si hay algo que pueda perjudicarla de lo que tenga que hacerme cargo -había comenzado el señor Greengrass.

Bueno al menos era sincero.

— Intenté lanzar algunos hechizos, un Obliviate en realidad. Pero no llegué a completarlo.

— Bien. Los conjuros incompletos no dejan rastro.

— Y hubo otros que si que llegué a completar. Lancé una Bombarda, Relashio y un Desmaius. Estoy casi segura de que fue en ese orden.

— Podemos decir que fueron hechizos defensivos dada la situación…

— Y un Imperius -le interrumpí maldición Imperius.

Eso último tan sólo había sido una confirmación. Con la primera vez había sido suficiente para que el despacho se quedara en silencio. La expresión del señor Greengrass dejaba claro que todavía estaba intentando encajar como una adolescente de la edad de su hija había conseguido ejecutar una maldición imperdonable. No sólo le acarreaba problemas al tener que defender algo así en un juicio, si no que al habérselo contado, era como si le hubiera hecho partícipe en parte de mis actos.

Había leído lo suficiente de derecho mágico las últimas noches para saber que nos amparaba el secreto abogado-cliente. Un pilar incluso más sólido que en el mundo muggle, pues estaba sujeto a un enrevesado Juramento Inquebrantable. Por un momento me pregunté si no hubiera preferido ser un mero espectador de mi caso leyendo El Profeta desde una cómoda butaca en su casa. Parecía una buena persona, un padre de familia. Me removí incómoda. Ya no necesitaba que ninguna voz ni trazos de una personalidad más noble me dijera que debía sentirme culpable de involucrarle. Eso lo sabía por mi misma, mi mente estaba clara al respecto. Sin embargo, pesaba mucho más en esos momentos ser capaz de salvar mi propio pellejo. ¿En qué me convertía eso? La pregunta se quedó flotando en mi mente y un incómodo silencio fue todo lo que conseguí como respuesta. Resultó irónico que fuera Lafford el encargado de romperlo.

— Eso no me lo habías contado.

— Te lo estoy diciendo ahora -me defendí.

Ambos seguíamos sin estar en buenos términos. Pero esa no era la razón por la que no le había dicho nada. Conocía los riesgos, sabía cuan de peligroso era lo que había hecho. No se que me daba más miedo, no haberlo conseguido y seguir atrapada en la sede de la Orden o haberlo logrado y que Harry no hubiese quedado enloquecido. Puede que si no hubiera hecho, los Granger siguieran con vida. Por mucho que pasara los días pensando sobre aquello ya no tenía forma de saberlo. Aun así esperaba que ese tiempo si que le hubiera servido al señor Greengrass para pensar en una estrategia.

— Bien señor Ollivander, el motivo de su presencia aquí hoy es conocer que información ha podido extraer del estudio de la varita de la señorita Rossier.

Me incliné sobre el asiento, expectante. Esta era justo la parte que no podíamos controlar.

—Si, si -dijo mientras se pasaba la mano por el pelo. Aquel gesto perdía toda su gracia en manos de alguien que podía rozar los ochenta años-. La varita pertenece a la señorita Hermione Jean Rossier. Adquirida bajo el nombre Hermione Jean Granger, a la edad de once años. Varita de vid, núcleo de fibra de corazón de dragón, poco más de veintisiete centímetros, flexible y bastante buena para conjurar hechizos.

— Señor Ollivander, disculpe -dijo un mago del tribunal-. No estamos tan interesados en la varitología de esta pieza en cuestión, sino en si ha podido extraer información del último uso que se le ha dado a la misma.

— Si, si a ello iba.

Parecía un poco nervioso después de la interrupción. Como si le hubieran parado a medias de un discurso ensayado y tuviera que volver a colocar las frases de nuevo en algún orden preciso que sólo él conocía.

— Verá, la madera de vid se encuentra normalmente asociada a las emociones apasionadas. Suele sentirse atraída por personas que se rigen por extremos, que pueden pasar de la felicidad a la ira de forma rápida. La varita actúa como un péndulo entre ellos.

— Pero entonces, ¿se usó esa varita para algo por parte de su dueña? -insistió otro de los miembros del Wizengamot.

— Si bueno, con respecto a eso. Me he visto obligado a practicar un método poco habitual para intentar obtener la información que ustedes precisan. He tenido que remover su núcleo, implantarlo en otra madera. Con eso he podido obtener un horizonte temporal. Lo único que puedo decirles es que la varita ha decaído en su uso, lo que es esperable de un menor de edad fuera del periodo escolar.

— ¿No puede ser más preciso? ¿No puedo decirnos entonces si esta varita fue utilizada o no hace días? ¿Para conjurar por ejemplo una marca tenebrosa en el cielo?

La sala se llenó de murmullos nada más decir esas palabras. A estas alturas una hubiese esperado que vinieran del público, pero esa sesión todavía permanecía a puerta cerrada. Una decisión controvertida, pero que el Ministro se había obligado a tomar debido a la notoriedad del caso. Sólo la última de ellas, la del veredicto, estaría abierta al público. Aparté la vista de la imagen de la bruja quemándose en el fuego que se encontraba dibujada en el fondo. De nada me serviría sentirme como una bruja de Salem en aquel momento.

El Señor Ollivander parecía ofendido. Cuando por fin pudo volver a tomar la palabra lo hizo elevando el tono de voz.

— Las varitas se rigen por leyes sutiles. Son leyes que no se comprenden por completo, ni siquiera para los que nos consideramos expertos en este campo. No todas las varitas son propensas a ello pero, esta en particular se encuentra marchita. Ha expulsado toda su magia y se niega a realizar más.

— ¿Producto de intentar evitar una tragedia? ¿Defender a los muggles tal vez?

Vi como mi abogado respaldaba aquella opinión con varios asentimiento de cabeza. No tenía forma de saber quien era, pero me pregunté si se conocerían o tendrían algún tipo de acuerdo. Aquellas preguntan me ayudaban, de eso no había ninguna duda. Pero no podía saber si reflejaban su opinión sincera o si había recibido algo a cambio de pronunciarse.

Conociendo a Lafford, sería capaz de sobornar a medio Wizengamot con tal de librarme de aquello. Quería protegerme, lo sabía. Pero siempre hacía las cosas sin consultarlas con nadie, sin importarle a quien hiriese o a quien se llevase por delante. Ni siquiera cuando se trataba de mí. Él mismo le había dicho a Voldemort donde encontrar a los Granger. Y por mucho que ahora intentara arreglarlo, sabía que no sentía lo más mínimo su muerte. La voz del señor Ollivander se encargó de alejar aquellos pensamientos.

— Esto ocurre cuando hay cierto tipo de tensión entre la varita y su maestro. Como ya he dicho antes, la madera de vid esta fuertemente conectada con el equinoccio de otoño. La época del año en el que las horas de luz y oscuridad son iguales. Representa el equilibrio, como una balanza. Lo único que puedo decirles es que dicho equilibro se ha roto y a consecuencia, la varita se ha marchitado. Pero no puedo decirles la inclinación hacia que lado lo ha provocado.

(* * * * *)

POV Draco

Toda la casa se encontraba helada. Apenas había amanecido, pero ya se podía prever que iba a ser un día desagradable. Nadie se hubiera esperado niebla y mal tiempo durante el mes de agosto, mucho menos después de una ola de calor. Si hubiera sido cualquier otro año, ni siquiera nos habríamos enterado. A estas alturas estaríamos en Francia, en la casa de verano a la que acudíamos desde que tenía memoria, disfrutando de las fiestas bajo un sol y calor moderados. También era la época en la que a mi madre se le escapaban más sonrisas, se le suavizaba cualquier línea en su rostro y las ojeras desaparecían. Sin embargo este año y por razones obvias, no habíamos acudido. Llegado un punto, lo habíamos dado por sentado y parecía que mis padres hubieran hecho un pacto para ni siquiera mencionar el tema.

Me hubiera gustado disculparme ante mi madre. Pero no sabía ni siquiera poner en palabras cómo me sentía en esos momentos, mucho menos entonar una disculpa ante ello. "No puedes sentir remordimientos por ello" dijo una vocecilla en lo profundo de mi mente. Hacía mucho que sabía que algo más aparte de nuestra singular conexión sucedía entre nosotros. Lo había notado en cada encuentro, en cada gesto y en cada pensamiento que la involucraba. Pero la época en la que no sabía el motivo que me llevaba a pensar en ella tan a menudo había pasado.

Como si la hubiera invocado, la ansiedad hizo su aparición. No tenerla cerca me dolía de una manera que no conseguía explicar. Me aflojé un poco el nudo de la corbata esperando encontrar alivio. Me llevé las manos a la cara, la notaba ardiendo, como si el calor se estuviera regodeando por mis mejillas. Me alegré que no hubiera nadie en los alrededores que pudiera verlo.

— Si fueras inteligente, permanecerías donde estás.

Pegué un respingo al escuchar aquella voz y todo mi cuerpo se puso en alerta. Después de la visita de Voldemort había tenido que pasar un tiempo hasta que conseguí volver a sentirme tranquilo en mi propia casa. Pero a juzgar por mi falta de reflejos, esa falsa sensación de seguridad no me ayudaba. Con la varita en la mano, iluminé con un Lumos aquel pasillo y me giré intentando descubrir de donde provenía esa voz. A punto estuve de lanzar una maldición cuando otra voz mucha más cercana volvió a hablar.

— Septimus, ¿se puede saber qué haces? Algunos intentamos dormir.

Él que hablaba no era otro que Armand, el primer Malfoy que había llegado desde Francia y al que le habían otorgado el extenso condado en el que nos encontrábamos. El pago después de incontables favores a Guillermo I el Conquistador. Puede que en su momento hubiera sido un hombre de guerra, pero ahora sólo quedaba de él un cuadro de un viejo gruñón que odiaba ser molestado.

— Baja esa varita chico. No me gusta que me apunten cómo si fuera un enemigo -volvió a reprenderme Septimus.

Abrí la boca para responderle pero una voz autoritaria se impuso a todos nosotros.

— ¿Qué esta pasando aquí?

Aún muerto, mi abuelo Abraxas Malfoy, conseguía hacer valer su palabra. Aunque sabía que un retrato sólo guardaba parte de sus recuerdos y forma de ser, un sentimiento cálido se instaló en el pecho al escucharle hablar de nuevo. Sólo por eso, me mantuve en silencio.

— Pregúntale a Septimus. Esta vez yo no tengo nada que ver -se defendió un hombre rubio con porte altivo -. Aunque juraría que está intentando prevenir al chico.

Si la memoria no me fallaba se trataba de Brutus Malfoy, que a pesar de lo que se pudiera intuir por su nombre, había sido un experto en el uso de las palabras. Y hasta había editado su propio periódico para expandir las ideas sobre la pureza de la sangre.

— ¿Y bien Septimus? ¿Qué te propones? -insistió mi abuelo.

— Eso deberías preguntárselo a tu nieto. Seguro que va camino al juicio de esta mañana en el Wizengamot.

— ¿Y qué si es así? -le repliqué.

Por muy ancestro mío que fuera, no iba a permitir que el cuadro de un hombre con peluca y más volantes en el cuello que los que alguna vez había llevado mi madre me impartiese ninguna lección. Y mucho menos hoy. Mi abuelo permaneció en silencio, esperando una explicación. Por un momento sólo se escucharon los ronquidos de Armand que había vuelto a quedarse dormido, hasta que Septimus se decidió por fin a hablar.

— Cómo sabréis, todavía puedo viajar por algunos cuadros del Ministerio sin ser visto. Da igual que me colase en un despacho, que en un pasillo. No se habla de otra cosa. Casi parecen los juicios de después de la guerra. Sólo se escuchan teorías, conjeturas a favor y a en contra. No conviene que se nos vea involucrados. Mucho menos si sale mal.

Mierda. Así que era cierto. Por lo poco que había conseguido averiguar de las columnas de El Profeta, incluso para aquellas que se limitaban a enumerar los hechos, no había muchos argumentos a favor de Hermione. No es fácil encontrar los motivos para explicar porqué ha aparecido la Marca Tenebrosa en el cielo y hay unos muggles muertos en tu casa. Mucho menos si no podía revelar quien era el verdadero culpable. No sólo porque mucho ignoraran que Lord Voldemort había vuelto, sino porque ella no le traicionaría. No cuando había decidido que sería él quién preservaría en sus manos lo poco que quedaba de su madre en este mundo. Por mucho que lo intentase no lograba entender que la había llevado a tomar tal decisión, como si no la conociera tan bien como antes.

— Tú deber con tu familia es lo primero -insistió Septimus.

Puede que en su momento hubiera sido capaz de manejar a un Ministro como si fuera un títere, pero quedaba poca astucia en ese cuadro si interpretaba mi silencio cómo una señal de que estaba sopesando sus palabras.

— Ella es mi familia -le respondí intentando poner bajo llave todos los sentimientos que me provocaba aquella afirmación.

Aunque sabía que un simple retrato jamás podría tener la suficiente magia como para evocar un Legeremens y entrar en mi mente, me mantuve concentrado. Vi como el lienzo que rodeaba la boca de Septimus se tensaba en señal de desaprobación.

— Tú familia somos los Malfoy, no lo olvides. No una jovencita llena de problemas, por muy sangre pura que sea.

— Técnicamente al chico no le falta razón. Su madre era prima de Narcissa -intervino Brutus.

— ¡Oh por Salazar! -replicó Septimus-. Todas las familias sangre pura están emparentadas de una forma u otra. ¿Nos molestamos acaso a ayudar a los Prince? ¿O a los Gaunt? Los Malfoy siempre hemos manejado las cosas en la sombra, sin ser vistos. Si nos dedicásemos a rescatar públicamente a cada familia Sangre Pura caída en desgracia no estaríamos aquí.

— Ella no ha caído en desgracia. Ni lo hará si puedo evitarlo.

Me quedé allí parado, discutiendo con una colección de retratos enfundado en un traje negro impoluto. Había admirado sus historias desde niño, desde las cruzadas de Armand con Guillermo I el Conquistador, hasta las argucias de Abraxas, mi abuelo, para derrocar al Ministro. Había soñado con labrarme mi propio camino y contribuir a engrandecer todavía más el nombre de los Malfoy. Y en cambio ahora, me estaba enfrentando a todos ellos enfundado en un traje negro impoluto. Esta vez no lo llevaba porque alguien lo considerase adecuado. Me lo había puesto a consciencia por mi primera vez. Quería que me tomaran en serio. Todo por ella. Maldita sea. Ahora si que no había vuelta atrás. Hermione me importaba demasiado.

— Abraxas, te imploro que entres en razón -le insistió Septimus-. Tu hijo estuvo a punto de echarlo todo a perder por una Rossier. Casi no se derrumba y acaba en Azkaban por no renunciar a ella cuando acabó la guerra. No dejes que tu nieto recorra el mismo camino.

Cualquiera que fuera a ser mi respuesta, murió antes de llegar a mis labios. No podía ser verdad. Mi padre había sido de los primeros en alegar que había estado bajo la maldición Imperius. Él nunca habría ido a Azkaban, no nos hubiera dejado solos ni a mi madre, ni a mi.

— Desconozco los motivos… -respondió mi abuelo, obligándome a dejar a un lado todas mis dudas para poder prestarle atención-… Pero además de estar mucho más cerca de nosotros de lo que lo estuvieron los Prince o los Gaunt, ella parece ser del interés del Señor Oscuro. Si la apoyamos ahora, llegado el momento podría venirnos bien. Sin duda mi nieto habrá sopesado todas esas opciones antes de tomar una decisión.

"No puedes estar más confundido" pensé para mis adentros. Como echaba de menos que mi abuelo no estuviera vivo en momentos como aquel. Él que siempre creyó en mi, que me compró mi primera escoba y me enseñó a volar con ella. Si, seguro que él hubiera comprendido mis verdaderos motivos.

—Hablas del Señor Oscuro cegado por los viejos tiempos, Abraxas. Le vi el otro día cuando se presentó en la Mansión. Apenas es una sombra de lo que fue. Y si tu hijo no fuera tan cobarde, sería capaz de decírselo a la cara.

— ¡No te atrevas a pronunciar una palabra en contra mi padre! -le grité a aquel trozo de óleo.

— ¡Ya es suficiente!

Me giré sorprendido sólo para encontrarme con la figura de mi padre envuelta en un batín. El pelo mojado le caía por los lados y a juzgar por cómo estaba apoyado en la pared, llevaba un tiempo allí.

— Escurridizo, cobarde. ¡En esta familia no hay más que títeres! -se quejó Septimus.

— ¿Se te ha ido la cabeza? Deja de insultar a mi padre.

Una cosa era criticarlo a sus espaldas y otra bien distinta era reprocharle de frente sus acciones al cabeza de familia. Por unos momentos me pregunté si el cuadro no estaría infectado por algún hongo o moho que hiciese que se comportase así.

— ¡Silencio! -volvió a gritar mi padre.

Nada más hacerlo, el cuadro siguió abriendo y cerrando la boca, pero ya no se escuchó nada más. Sólo mi padre podría conseguir imponerse vestido con pijama y batín. Pasaron unos segundos hasta que los ojos se le cerraron y cayó dormido sobre la butaca en el que se encontraba retratado. Parecía que ser el cabeza de familia venía con algunas ventajas asociadas.

— No merece la pena discutir con un retrato hijo -replicó mi padre reclamando mi atención-. Y tampoco deberías alterarte tanto por lo que puedan decir. Acompáñame al salón.

Asentí con la cabeza, sin saber que más decir o hacer. No podía echarle en cara que él mismo les había pegado dos gritos hacia menos de un minuto. A estas alturas debería estar saliendo del Caldero Chorreante, camino al Ministerio. No tenía forma de saber si apoyaría mis motivos. Por eso había decidido partir al alba, cuando ni mi madre, ni él pudieran verme. Al final los dos éramos igual de escurridizos. Sin escapatoria a la vista, le seguí a unos pasos de distancia por el estrecho pasillo.

— Aunque la mayoría de ellos dejan impresa parte de su personalidad, nunca conseguirás convencerles y al final acaban repitiendo una y otra vez las mismas frases -prosiguió.

Sin duda algo en mi expresión me había delatado. Lo suficiente como para que mi padre intuyese que estaba pensando en algo. Salvo que a mi bien poco me importaba ya lo que habían dicho un puñado de retratos.

— Con los años Septimus cada vez se ha vuelto más crítico. Al final se acabará apagando como muchos antes que él. Por eso es tan agresivo. No debes tomarlo como una afrenta personal.

Le hice un gesto a modo de asentimiento, mientras me esforzaba por ocultar todavía más todo. Casi estábamos llegando al final cuando oí como Abraxas hablaba entre susurros.

— ¿Has visto cómo ha defendido a su padre, Brutus? Mi nieto siempre ha sido mi favorito. Siempre ha sido mi favorito.

Con un poco más de confianza entre en aquel salón, cerrando la puerta tras de mí. Dentro sólo había un elfo doméstico que estaba apilando multitud de vasos de cristal. Nada más vernos dejó caer el trapo que le hacía de harapo y salió corriendo de la estancia. Los vasos se quedaron atrás, formando una frágil torre que ni mi padre ni yo nos molestamos en tocar.

— El señor Greengrass se fue hace un rato. Solo necesitaba calmar un poco los nervios.

A juzgar por el número de vasos, seria un milagro que no fuera borracho al juicio.

— ¿Tan mal va?

Él se quedó callado un momento. Como si estuviera sopesando sus palabras. Si decirme o no la verdad. Aproveché esa distracción para dar un par de pasos hacia la chimenea y apoyarme sobre una de las esquinas con los brazos cruzados. Si mi padre se preguntó porque me había dado por arrimarme a una pila de ladrillos en lugar de sentarme en uno de los sillones no lo demostró. El seguía de pie, justo en el centro de la estancia y hubiera jurado que yo no era el único que tenía algo que ocultar.

— El señor Greengrass ha sugerido que Hermione acepte contestar a algunas preguntas bajo la influencia del Veritaserum -dijo por fin.

— ¿¡Qué!? -le respondí haciendo añicos mi máscara de tranquilidad.

Una frase le había bastado para romper mi expresión.

— No, Padre. No -dije mientras abandonaba mi esquina-. Tienes que hacerle volver y quitarle esa idea de la cabeza. Tienes que…

Una ola de preocupación me inundaba el pecho, pero me detuve en ese instante. Tenía que demostrarle que todo iba bien. Que solo tenía un pequeño atisbo de inquietud ante aquella noticia. Tenía que demostrarle que todo iba bien. Que no debía fijarse en mis hombros tensos, ni en lo acelerado que iba mi corazón. Tan rápido que le escuchaba como si estuviera mucho más lejos de lo que estaba en realidad.

— No estamos en el colegio. Esto es el mundo real hijo. Aunque consiguiera llegar hasta allí, mis palabras ahora no le harán más efecto que en toda la pasada noche.

Sus palabras sonaban como alguien que se había rendido. Algo que nunca hubiera esperado ver en mi padre.

— Hay algo que debes saber. El Veritaserum no le sienta bien. Por alguno razón que no me explico podría llegar a resistir evadir ciertos temas, decir ciertas cosas.

Era incapaz de mirarle a la cara cuando estaba hablando de Hermione, así que me centré en la pared que tenía justo a su espalda.

— Pero nunca dura demasiado tiempo. Si alguien del Wizemgamot se percata de ello, podría poner en peligro todo lo que ha dicho hasta ahora.

—¿Te crees qué no lo sé?

Cerré las manos en un puño, todo se agolpaba como una cascada. Justo al borde de un gran salto. Por alguna razón mi padre insistió en seguir hablando.

— Tú la encontraste. Y a pesar de todos tus errores, hiciste que al final llegase a nosotros. No creas que no estamos agradecidos por ello. Pero tú momento ya pasó hijo. Deja que los mayores nos ocupemos de ello.

Demasiado tarde. Una sensación estalla en mi estómago, como si acabase de abrir un frasco lleno de rabia que empieza a expandirse.

— Ya tenéis un plan para cualquier veredicto, ¿verdad? -le reproché.

La expresión de su cara me hizo saber que estaba en lo cierto.

— ¿Cuál es? ¡Eh! -le dije mientras me acercaba-. ¿Interceptarla de camino a Azkaban? ¿Ocultarla en una casa? ¿Llevarla a…?

El aire de la habitación había desaparecido. El espacio entre nosotros también. Ambos sabíamos que no sería yo quien sacara la varita para apuntarle. Le respetaba demasiado para hacer algo cómo eso. Así que me quedé parado frente a él. Intentando averiguar algo más. Lo que fuera. Pero él había hecho acopio de todo su autocontrol para ocultarse tras una máscara. Al final no hizo falta.

— Vais a llevarla con él. Vas a dejar que se vaya con Él. No -dije mientras negaba con la cabeza-. Ella no es así. La consumiría.

— Hablas como si tuviéramos otra opción -dijo por fin.

El tono ligeramente culpable de su voz fue suficiente para hacerme retroceder. Necesitaba espacio. Necesitaba pensar. La sensación de ahogo volvió, como si una mano invisible estuviera presionando mi garganta sin ninguna intención de dejarme escapar. Su única opción no podía ser escapar con un maniaco. De alguna forma mis pies chocaron con algo y acabé sentado en uno de los sillones situados al lado de un amplio ventanal. Mi padre se colocó a mi lado y apoyó su mano en mi hombro. No le aparté.

—Tranquilo hijo. Respira. Responderé a tus preguntas. Tranquilo -me dijo mientras seguía apretando con fuerza.

Tuve que hacerlo varias veces antes de ser capaz de volver a hablar.

— ¿Qué fue lo qué pasó? Entre Jane-Anne Rossier y tú.

El cambio de presión en su agarre me hizo saber que le había tomado por sorpresa. Era un golpe bajo, lo sabía. Pero también parecía lo único capaz de desviar completamente su atención. Además, tenía que preguntárselo. Tenía que saberlo. Se quedó un momento mirando a un punto fijo de la chimenea, como si su mente se hubiera desplazado de pronto muy lejos de allí.

— Debes entender que siempre habrá hueco en mi corazón para tu madre. Es lo más sagrado de mi vida.

Pronunció esa última frase muy despacio, como si quisiera enfatizar cada palabra.

— Pero Jane-Anne siempre fue… A pesar de todo lo que le rodeaba… Siempre fue alguien muy cercano a mi. Aunque hubo un tiempo en que lo olvidé. Y cuando volvimos a encontrarnos, descubrí que si mantienes a alguien aparte durante mucho tiempo, puede acabar en un sitio mucho más oscuro.

No pude evitarlo. Me quedé mirando a su antebrazo izquierdo. A la marca que se asomaba bajo la manga, el símbolo de su lealtad a Lord Voldemort y del sitio oscuro en el que ambos habían acabado. La había visto más en los últimos dos meses que en todo lo que llevaba de vida. Pero esta era la primera vez que mi padre no se ajustaba lo que fuera que llevaba encima para que yo no me fijara. Se me revolvió el estómago. Esa marca representaba todo en lo que yo creía, en defender nuestra herencia mágica, en no ocultarnos y conformamos con los pocos espacios libres de muggles cuando ellos eran sin duda los inferiores. Pero también sabía a quién les vinculaba. Y había visto lo suficiente de Él como para empezar a sentir verdadero horror por muchas de las cosas que había hecho. Cosas que no hubiera podido haber hecho sólo.

— ¿Es qué acaso no dudaste nunca por tener que hacerlo? ¿No te preguntaste acaso…?

Las palabras habían salido de mi boca sin que yo pudiera hacer nada por contenerlas. Mi padre tampoco me esforzó en contener las suyas.

— No seas débil Draco.

Yo ya conocía ese tono de reproche que impregnaba cada sílaba. Aquel con el que conseguía bajarme a los infiernos cada vez que se lo proponía. Tampoco era la primera vez que aludía a mi debilidad cuando no conseguía lo que él esperaba. Pero si que era la primera vez que notaba verdadera preocupación tras sus ojos al decirme algo como aquello. "Un Malfoy no se disculpa, no se arrodilla, no perdona". Todas aquellas veces en las que intentaba instruirme me golpearon el pecho. De pronto lo entendí. Mi padre no se había dedicado a buscar a Lord Voldemort, a intentar traerle de vuelta. Pero aun así había tomado precauciones. Y había dedicado mucho, mucho tiempo a prepararme por si se daba esa posibilidad. Y yo seguía sin estar a la altura.

— Pero, ¿qué está pasando aquí? ¿Se puede saber qué hacéis los dos a estas horas entre toda esta penumbra?

Como tantas otras veces, era mi madre la que me sacaba de todo aquello. De alguna manera conseguí recuperar el control sobre mi mismo. Mi padre por su parte volvió a lucir su máscara de indiferencia.

— ¡Nada! -respondimos al unísono mientras mi madre conjuraba algunas luces y abría las cortinas.

Observé mi reflejo en la ventana. Mi boca se había tensado hasta formar una fina línea. Caminé hacia la chimenea procurando darle la espalda a mi madre. Era demasiado buena percibiendo mi estado de ánimo. No podría engañarla con una sonrisa.

— ¿Todavía así, Lucius? -preguntó mi madre elevando su tono de reproche. ¿Es qué acaso el elfo al que mandé a sacarte de la bañera no te llevo una muda?

Otra vez se había quedado mirando al mismo punto de la chimenea. Solo era una entre muchas. Pero parecía ser capaz de alejarle de todos nosotros si lo hacía durante el tiempo suficiente.

— Me he distraído. Necesitaba pensar.

Se alisó el pelo con la mano varias veces. Un gesto demasiado familiar para no comprender su significado. El traje le ahoga. Sin embargo yo esa mañana, mientras me vestía frente al espejo, había sentido un torrente de energía con cada capa de ropa que me había puesto. Como si vestirme así pudiera darme más energía que cualquier taza de café o poción vigorizante que pudiera llegar a tomarme. Y aunque mi padre y el resto de mis malditos ancestros se hubieran propuesto llevarse todo esa energía por delante, me aferré a la idea de porqué me había levantado en un primer lugar.

— Esa no es excusa para presentarte así ante tu familia. Además, ¿no ibas a salir? Draco te está esperando.

— En realidad yo ya me iba madre. Voy al juicio.

Por un momento toda la estancia se quedó en un tenso silencio, sólo roto por las manecillas de un reloj de los muchos que sonaban por la mansión. Mi padre parecía haber salido de su trance y aunque su mirada era severa, no había dicho nada. Bien, si había creído que no podía hacerlo, aquí estaba. Demostrándole cual equivocado estaba.

— ¿Qué? -respondió mi madre.

No era una pregunta. Su voz sonaba tan dura como el cristal y todo en ella gritaba peligro.

— Estoy decidido a ir.

Ella apretó los labios en una fina línea antes de contestar. La misma línea de tensión que yo mismo había reflejado en la ventana instantes antes.

— ¿Es qué acaso no vas a decir nada? -le reprochó a mi padre.

— No puedo volver al Ministerio. No tan pronto. Todavía no he terminado de aclarar las cosas que sucedieron la última vez que estuve allí.

Mi madre abrió los ojos de pura sorpresa. Sobraba decir que ninguno de los dos esperábamos esa respuesta. No me estaba defendiendo, pero tampoco me estaba prohibiendo ir.

— Draco… comenzó mi madre de nuevo. Con calma-… Tal vez no te hemos prestado la suficiente atención.

¿De verdad creía qué era por eso? Ya no era ese niño que se moría de celos al ver la admiración que despertaba Harry Potter.

— Se que está nueva situación puede hacer qué te sientas un poco perdido. Pero no tienes porqué hacerlo.

Conocía esa mirada, estaba repasando cada uno de mis últimos actos, como si pudiera encontrar en ellos algo que hubiera pasado por alto.

Si. Ya no era de los mejores de mi curso. ¿Y qué?

Si. Ya había dejado de lado el Quidditch ¿Y qué?

Si. Ya no me preocupa por acudir al encuentro del resto de Sangre Pura. ¿Y qué?

Si. Ya estamos en una guerra impulsada por Voldemort y ya apenas quedaba nada protegido o estable. ¿Y qué?

¿Y qué? ¿Y qué? ¿Y qué?

— Cuando te quieras dar cuenta todo este asunto del juicio habrá terminado y podremos empezar a pensar en los próximos pasos -insistió.

— No necesito que lo entiendas. Pero tenía que entretenerte con algún pretexto mientras se activaba la red flu.

Di un paso atrás y pronuncié con voz clara el destino. Mi madre dio un paso hacia delante pero mi padre le sujetó con el brazo. Una columna de llamas verdes me envolvió por completo y no me dejó ver nada más. Era algo que guardaba muchas similitudes con el infierno que mi madre pensaba que se desataría sobre mi. A los pocos segundos aparecí en medio de una gran chimenea cubierta de hollín. En el Caldero Chorreante se respiraba el habitual bullicio de la mañana. Me bastaron dos pasos hacia delante para volver a escuchar el crepitar de las llamas a mis espaldas y ver como otros magos se apresuraban a salir. Algunos se fueron a la parte de atrás, y otros se unieron a un grupo que ya empezaba a dar voces desde la mesa central. El reloj de una de las paredes me hizo saber que no contaba con demasiado tiempo así que alejé tanto de esa zona como de la que rodeaba a la barra y atravesé una de las puertas negras que auguraba ser la salida.

Bajé por el familiar empedrado del Callejón Diagon intentando orientarme. Cuando volví a pasar por delante de la tienda de artículos de calidad para Quidditch quedó claro que no se me estaba dando nada bien. No había nada abierto a excepción de Gringotts, y las consultas con duendes siempre acarreaban más preguntas que respuestas, por lo que no me quedaba otra que volver al Caldero Chorreante. A punto estaba de hacerlo cuando alguien chocó conmigo con fuerza.

— Mira por donde vas renacuajo -le reprendí mientras me tocaba donde me había golpeado.

En frente de mi se encontraba un niño que se apresuró a recoger lo que fuera que hubiera perdido a causa del golpe. Me revisé el traje a consciencia. No podía permitirme llegar al Ministerio con una apariencia que no fuera impoluta.

— Perdone señor. ¿Puedo ofrecerle un ejemplar de El Profeta por las molestias?

Le miré de arriba a abajo. Llevaba una camisa gris desgastada, con pantalón y chaleco de lana. Parecía que se hubiera puesto su mejor ropa para vender periódicos. Poco importaba que esta fuera sólo adecuada para una de las cuatro estaciones que tenía un año. Todas mis ideas para librarme de aquel niño pillo se evaporaron en cuanto vi el titular que copaba la portada.

¿Nueva incorporación a la aristocracia de Sangre Pura?

Le quite el ejemplar de las manos pero apenas me vi capaz de hilar una línea escrita con la siguiente. Repugnante. No había otra forma de describir lo que estaba leyendo.

Buenos días lectores del diario el Profeta. Aquí Rita Skeeter, la atractiva y rubia periodista cuya despiadada pluma se ha ocupado de pinchar aquellas reputaciones demasiado infladas. Después de un arduo trabajo de investigación que me ha tenido absorta durante semanas me dispongo a retrataros con rigor y veracidad uno de los últimos acontecimientos ocurridos en el mundo mágico. Puede que muchos de ustedes recuerden a Hermione Granger, desde ahora Hermione Jean Rossier, por su presencia en mi columna durante el curso pasado.

Durante el Torneo de los Tres Magos fue conocida por su relación con el famoso jugador de Quidditch Viktor Krum y sus continuos acercamientos a su amigo Harry Potter. Aunque según afirman numerosos testigos parece que ninguno guarda resentimiento hacia al otro (muchos todavía nos preguntamos qué sucedió dentro de aquel laberinto). Después de finalizar el curso, la señorita Granger, perdón Rossier, desapareció de la vida pública y apenas se la vio donde todo todo el mundo la esperaba, acompañando a Harry Potter a su vista en el Ministerio por su uso irregular de la magia en menores.

Pero poco después (y aunque muchos lo nieguen todos estamos sorprendidos), se supo la verdadera razón de su actitud taciturna. Desde principios del verano, la señorita Granger, ahora Rossier, había averiguado sus verdaderos orígenes, convirtiéndose de la noche a la mañana no sólo en una respetable Sangre Pura sino también en una rica heredera.

A algunos lectores podría parecerle extraño que la señorita Rossier quisiese mantener sus orígenes en secreto, pero dado el terrible desenlace que han sufrido el señor Granger y su esposa, con una marca en el cielo que nos recuerda a oscuros y casi olvidados tiempos, resulta de lo más comprensible que no quisiera que se hiciera público.

No podemos olvidar que tanto su abuelo como su madre fueron leales servidores de "Quién-no-debe-ser-nombrado". Y si nos alejamos un poco, descubriremos que otra de sus parientes, Vinda Rossier, fue seguidora del también mago tenebroso, Gellert Grindelwald. Y aunque poco o nada se conoce de la figura que se ha erigido como su padrino, Lafford Rossier, hacemos bien en suponer que rememorar la historia familiar no debe ser un trago agradable para ninguno de los dos.

Lo que muchos nos preguntamos es, ¿qué sucederá ahora?

En lo referente a Harry Potter, contamos con el testimonio de una trabajadora del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. La señora "Sin nombres por favor" afirma que la señorita Rossier recibió al señor Potter y a algunos miembros de la familia Weasley sólo durante quince minutos y les acabó echando ella misma de su habitación.

Ella no ha sido la única que ha levantado un muro. También lo ha hecho el Ministerio al prohibir que haya público en el juicio, a excepción del día de hoy, en el que todos estamos ansiosos por conocer la sentencia.

Y después… ¿La veremos relacionarse con los de su clase?

Y si decide hacer esto… ¿Podrá lograr la aceptación de las antiguas y puras familias inglesas o será estrepitosamente rechazada por ellas?

Y en caso de que lo consiga… ¿Será entonces Hermione Jean Rossier la prueba de qué una bruja si puede tenerlo todo? (No. Solo hay que ver su pelo). Seguiremos informando.

Podía imaginarme la expresión en la cara de Rita Skeeter al escribir todas esas líneas. Conteniéndose lo justo para respetar el pacto que hacía que no revelásemos su secreto, pero consiguiendo aun así hacer daño. "Sólo recuerda. Si tu mundo se derrumba, ven al mío". Era algo que le había dicho a Hermione en la orilla del Lago Negro, después de todo lo sucedido en el barco de Durmstrang. Cuando me había girado para conocer su respuesta, ella ya se había dejado vencer por el agotamiento. Y en cambio ahora, aquellos que tendrían que haberla aceptado como una igual se entretenían leyendo sobre ella en el periódico.

— ¿No conoce la regla de los diez segundos? Se ha quedado usted demasiado tiempo leyendo el periódico. Ahora está arrugado y no podré vendérselo a otra persona. Son cinco knuts -me dijo extendiendo su mano.

No necesitaba que un niño resaltara lo que era obvio. Pero de alguna forma conseguí poner toda aquella marea de pensamientos bajo llave, dejándome espacio de nuevo libre para pensar en mis siguientes pasos.

— Por favor -se apresuró a añadir. Como si de repente le hubieran golpeado con buena educación.

Me metí la mano en el bolsillo mientras él me observaba con una expresión de descaro. No podía decir que me sorprendiera. Yo mismo había recurrido a ella a su edad. Gracias a ello mi madre me había enviado cada semana golosinas de Honeydukes durante todo mi primer año en Hogwarts. En su caso, probablemente era una de sus armas para abrirse paso y encandilar a las brujas para que le compraran un ejemplar. Para no ser otro niño entre tantos.

— Parece triste, ¿verdad? La chica del artículo.

Ver su foto en el periódico sólo incrementó mi urgencia por llegar allí. Saqué un puñado de monedas y dejé que sonaran en mi mano. Él no era el único que sabía jugar. Pude ver como se mordía el labio expectante mientras me doblaba el periódico para que pudiera guardarlo con más facilidad.

— ¿Cuál es tu nombre? -le pregunté.

— Finn.

— Bien Finn. Yo soy Draco Malfoy. Y necesito que me hagas un favor -dije poniéndome a su altura y cogiéndole la mano. Estaba tensa de pura desconfianza-. Quiero que a cada persona que le vendas El Profeta hoy le digas lo mismo que me acabas de decir a mi.

Para asegurarme que lo entendía, abrí mi mano y deposité las monedas que había estado guardando. Sus ojos se abrieron rápido, casi tanto como su boca que se curvó en una sonrisa sin poder contenerse. Estaba embelesado con las monedas doradas que relucían en su mano.

— Guau. Gracias señor. Muchísimas gracias -dijo tendiéndome el ejemplar. Me apresuré a guardarlo en el interior de la chaqueta.

— Gracias a ti Finn. Y ahora márchate. Tienes muchos periódicos que vender.

Asintió con fuerza antes de alejarse para abordar a la siguiente pareja que pasaba por el callejón. Bien. Que la comunidad mágica fuese pequeña tenía sus ventajas. Si con un par de monedas podía cambiar la opinión de los que pasasen por allí, algo habríamos ganado.

Me encaminé calle arriba directo al Caldero Chorreante. Puede que encontrase algún cliente que no estuviera lo suficientemente borracho para decirme como llegar al maldito Ministerio. Ya empezaba a divisar el letrero cuando noté que alguien me sujetaba del hombro. Al instante siguiente me había girado y mi varita estaba en lo alto apuntando a la garganta de un desconocido. Bueno. Al parecer alguna de las lecciones de mi padre si que había surtido su efecto.

— Perdone. Discúlpeme. Es que mi hijo… -replicó mientras mantenía los brazos en alto. Algunos transeúntes se giraron a vernos.

Lo primero que le delató fue su cara. Era como si toda su piel se hubiera echado hacia atrás producto de la tensión. Reflejo del miedo ante lo que pudiera hacerle. El hombre temblaba de pies a cabeza. Lo sabía porque los periódicos que llevaba en la mano no dejaban de tambalearse. ¿Esta era la sensación de la que disfrutaba mi padre? Me apresuré a bajar la varita y la gente de alrededor siguió con lo suyo. Él no tardó en bajar los brazos. El hombre que tenía en frente parecía una copia alargada y entrada en años de su propio hijo. Como si le hubieran estirado cómo un espagueti.

— No se que le habrá dicho mi hijo. Pero creo que ha habido una equivocación.

No olía ni a tabaco, ni a alcohol. El niño tenía ya mucho ganado.

— Le devolveré su dinero -se apresuró a añadir mientras empezaba a rebuscar nervioso entre los bolsillos. No se escuchaban demasiadas monedas allí dentro.

— No se moleste. Dígame cómo ir al Ministerio desde aquí y será más que suficiente.

El hombre me miraba cómo si todavía no terminase de creérselo. No era para menos. Le había dado al niño cinco galeones. El equivalente a casi quinientos ejemplares de El Profeta.

— Mire. Su hijo Finn parece un buen chico -mentí-. Y todos merecen una oportunidad. Y ahora de verdad que por Merlín necesito saber como llegar al Ministerio.

— Normalmente le bastaría con acercarse a la red flu de el Caldero Chorreante -dijo sin poder borrar todavía su expresión de sorpresa-. Aunque si desea usar un camino más discreto puede usar la entrada de visitas. Está bajando un par de calles desde Charing Cross Road.

— Perfecto. Su ayuda es impagable.

Como era de esperar, no pilló el chiste. Pero nada de eso importaba. Me di la vuelta y empecé mi camino hacia Charing Cross. Estaba a punto de girar la esquina cuando la voz del hombre me hizo de nuevo girarme.

— ¡Joven Malfoy! Tendrá ejemplares a su disposición siempre que lo desee. Dean Rider. Un placer conocerle.

Le hice un gesto de asentimiento y salí de aquel callejón. Nada más hacerlo, me encontré en medio de una calle transitada por muggles. Algunos de ellos se quedaron mirando con caras de despistados. A saber lo que estarían viendo a mis espaldas.

Abandoné mi recoveco y me apresuré a caminar calle arriba, sólo para darme la vuelta después. Resultaba jodidamente difícil saber si estaba subiendo o no la calle si los muggles se empeñaban en tapar la mayoría de los números de los portales. Vista desde lejos, la entrada al Caldero Chorreante parecía estar colocada de forma muy extraña. Según contaban, habían hecho falta multitud de hechizos desmemorizantes para convencer a los muggles de alterar el diseño de su gran avenida y preservar así el pub.

Después de casi ser arrollado por un par de muggles que conducían sus vehículos como si se tratasen del autobús noctámbulo, respiré de alivio cuando por fin divisé la cabina roja destartalada debajo del puente. Tal y como había dicho el vendedor de El Profeta. Entre en aquella cabina y empecé a manipular aquel disco. Me sobresalté nada más escuchar una voz sonando en el interior.

— Por favor inserte un importe válido.

Miré a aquel extraño aparato muggle intentando comprender porque había decidido no funcionar. Unos toques en el cristal de fuera me hicieron girarme de golpe. Segunda vez en el día en la que apuntaba con mi varita a un desconocido. Esta vez era una anciana que sujetaba con fuerza su bolso. Me recordaba vagamente a alguien aunque no tuviera nada de particular. El mismo pelo blanco y las mismas arrugas que cualquier otra.

— Tienes que usar dinero muggle, joven. Pones una moneda en la ranura y le das vueltas al disco.

Podría haberme dicho que tenía que preparar una poción matalobos y dejarla reposar a la luz de la luna y me hubiera quedado igual. No había forma de que llevara conmigo algo cómo aquello.

— Date prisa joven. Pareces igual de indeciso que mi nieto. No tengo todo el día.

Esa mujer se merecía una maldición punzante por su impertinencia. "Respira, se encantador. Consigue tu objetivo. " pensé mientras intentaba controlar mi frustración.

— No suelo usar la entrada de visitas y he olvidado las monedas. ¿Por qué no entra? Bajaremos juntos -dije mientras le abría la puerta con una sonrisa pegada a la cara.

La señora me miró con desconfianza durante unos momentos, incluso miró a varios lados de la calle. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a hechizarla en las narices del Ministerio? Al final se decidió a entrar. A duras penas cabíamos los dos una vez cerrada la puerta. Gracias a Merlín, no se anduvo con rodeos y se apresuró a hacer funcionar a aquel artefacto. Nada más hacerlo, la voz de dentro de la cabina volvió a sonar.

— Bienvenido al Ministerio de Magia. Por favor, digan sus nombres y motivo de la visita.

— Augusta Longbottom, vengo a la oficina de dirección de la red flu.

Tenía que ser una broma. Pero entonces recordé porqué me era familiar. Llevaba viéndola en el andén de King's Cross durante los últimos cuatro años. La cabina se llenó de un incómodo silencio y sabía que mis siguientes palabras no contribuirían a aliviar el ambiente.

— Draco Malfoy, asistente al juicio del Wizengamot.

Su expresión cambió. Estaba claro que ya no le recordaba a su nieto de medio cerebro cuya mayor habilitad consistía en mantener viva una planta. Ahora tenía una mirada mucho más severa.

— Gracias -contestó la gélida voz y en seguida la cabina empezó a desplazarse hacia abajo.

"Tú tía Bellatrix actuaba como una loca" me había dicho una vez mi padre. Como si así pudiera explicar porque ella y otros tres mortígafos había torturado hasta la locura a los aurores Alice y Frank Longbottom. Y aquí estábamos, trece años después, con aquella mujer dispuesta a juzgarme por todo ello. Sabía que no era como ella, Bellatrix Lestrange, pero también que no había escapatoria del pasado. Si las miradas matasen, sin duda habría caído desplomado antes de llegar a mi destino. Tampoco sentí el alivio que esperaba cuando por fin la cabina se detuvo y se abrió la puerta que daba paso al Atrio. Aun estaba a tiempo. Podía darme la vuelta y no involucrar a Hermione con ninguno de nosotros. Pero entonces recordé el periódico que llevaba doblado en la chaqueta. Ya estaban hablando. Ya la estaban juzgando. Y como que me llamaba Draco Malfoy que no iba a permitir que pasara por eso sola.

Llegaba tarde, por supuesto. El juicio no había empezado pero nada más se abrió la reja del ascensor que me había llevado a las salas del piso inferior me encontré de lleno con una fila de personas que se doblaba en el pasillo. La mayoría eran periodistas que ya empezaban a escribir vete a saber que basura en sus cuadernos. Esperé con muy poca paciencia a que la fila avanzase, pero una vez que pasamos una esquina y cuando ya podía divisar una puerta que debía ser la entrada a la Sala del Wizengamot, me percaté de que cada vez avanzábamos más lento y empezaban a alzarse voces de descontento. Me puse de puntillas y me incliné no pocas veces, hasta que conseguí vislumbrar lo que sucedía más adelante. Había una bruja que miraba una y otra vez los papeles dentro de una carpeta morada del Ministerio y un mago que hacía gestos mientras señalaba unas posiciones delante de mi. Estaban contando.

Salí desde donde estaba y avancé en paralelo hasta situarme entre la tercera y cuarta persona que estaban delante del todo.

— Disculpe, tengo que entrar aquí -dije con el tono más neutral que fui capaz de forzar.

El mago me miró extrañado pero dio un paso hacía atrás dejándome libre el espacio que necesitaba. Di dos pasos hasta situarme justo delante suya procurando darle la espalda y esperé. Tardó un momento en reaccionar, y cuando por fin lo hizo fue para empezar a quejarse en voz alta de lo sucedido. Miré hacia delante, fingiendo no escuchar ninguno de sus comentarios. No sonreír cuando la bruja con la que estaba cuchicheando se encogió de hombros y dijo que no se podía hacer nada me costó un poco más. Me vi recompensado cuando la bruja de la carpeta dibujó una línea con su varita a mis espaldas, indicando que se había llenado el cupo de asistentes al juicio.

— ¡Eh! Ese joven se ha colado. Se ha saltado la fila. Debería entrar yo no él.

Me giré aparentando estar confundido por lo sucedido y esbocé mi sonrisa más educada.

— No se de que me habla -dije justo antes de seguir a las últimas personas al interior de la sala. A veces el descaro era la mejor de las opciones.

Lo que pensaba que era la puerta al tribunal del Wizengamot, era en realidad una antesala en la que había dos funcionarios más. Uno estaba sentado en una mesa y otro recibía a los magos de pie. Cada vez que entraba una persona cerraban la puerta y cuando volvían a abrirla volvían a estar solos. No había forma de entrar en el tribunal sin pasar por ello.

Cuando por fin llegó mi turno, el que estaba de pie me instruyó para que me quitara la chaqueta y me vaciara los bolsillos. El otro parecía estar rellenando una ficha y ni me había mirado cuando había entrado. Me quité la chaqueta y extraje mi varita y dos pesadas bolsas de terciopelo del interior. Había tenido la precaución de distribuir mi dinero entre ellas y resonaron nada más las dejé sobre la mesa de madera.

— Alguien tan joven no debería llevar tantos galeones encima -comentó su compañero despegando la vista del escritorio.

Me mordí la lengua para evitar decirle que se metiera en sus asuntos. Eso no me ayudaría para nada. Su compañero estaba colocando mi varita en una bandeja para examinarla, pero no por ello estaba ignorando nuestra conversación. Bueno si lo intimidación no iba a funcionar sólo podía hacer una cosa.

— Tiene usted razón. De hecho hubiese jurado que había salido de casa con una sola bolsa, en lugar de con dos.

Me encogí intentando parecer despreocupado. No lo estaba para nada, y aunque mis manos estaban ocultas en los bolsillos del pantalón, mi camisa ya empezaba a reflejar un surco que demostraba lo contrario. Aun así intenté fingir y me tomé un tiempo excesivamente largo para ponerme de nuevo la chaqueta y coger mi varita que su compañero había vuelto a dejar sobre la mesa. En esa bolsa podía estar su salario de un mes. Un buen incentivo lo vieras por donde lo vieras.

— Pase a la sala señor. Y no olvide su bolsa -dijo de nuevo él que estaba sentado en la mesa. Parecía ser el más avispado de los dos.

Recogí la bolsa y me despedí con un breve asentimiento de cabeza. No se me escapó que en ningún momento me habían preguntado mi nombre. Como si lo hubiera adivinado, él sonrió y palpó el lado izquierdo de su chaqueta. Su compañero ya me estaba abriendo la puerta, esta vez si, a la sala del juicio.

No había estado allí antes, pero incluso para mi era obvio que se había acondicionado para que los espectadores fuéramos pocos y estuviésemos lo más incómodos posibles. Se podía ver claramente el límite que marcaba la grada dedicada al público y la zona donde los miembros del Wizengamot ya empezaban a llegar. Como si alguien hubiera colocado entre ellos una pared invisible.

Reconocí a uno de ellos. Un anciano de pelo rubio, casi blanco y expresión severa. Sentí una punzada de enfado. Theodore no había comentado en sus cartas que su padre estaría en el juicio de Hermione. Aun así los Nott eran muy cercamos a los Malfoy y aunque el señor Nott llevaba desde la Primera Guerra Mágica incorporado a la "familia del Ministerio" esperaba que compartir pasado con Jane-Anne Rossier, le hiciera ser indulgente con su hija.

Sus ojos escudriñaron las gradas y una expresión de duda le cruzó la cara nada más verme. Podía intuir lo que estaba pensando, sin duda se preguntaba donde estaba mi padre. Bueno, hoy tendría que conformarse conmigo. Uno de sus colegas reclamó su atención, lo que me permitió liberarme de su estudio.

No podía seguir de pie llamando la atención, por lo que me apresuré a buscar un lugar en la zona de las gradas. Aun con toda la gente que ya estaba agolpada una de las filas estaba completamente vacía. No fue hasta que me adentré que descubrí el motivo. El extremo del todo ya estaba ocupado por una diminuta criatura. Era Winry. Nunca le había tenido ningún aprecio a los elfos domésticos pero sentí un alivio inesperado al verla. Sabía que a Hermione le tranquilizaría que estuviera allí. La madera crujió nada más sentarme a su lado y sus ojos se abrieron muchísimo al verme. Como si tuviera dos galeones justo en medio de su cara.

Hubiera esbozado una sonrisa de haber podido, pero tendría que conformarse con que le hiciera de barrera con el resto del público. Sin nada más que hacer, me apoyé contra el respaldo de la grada y me cruce de brazos a la espera de que todo aquel circo diese comienzo.

— Pero, ¿a quién tenemos aquí? ¿Alguna declaración antes del juicio? -preguntó una voz desde atrás.

Maldije el no haberla visto. Rita Skeeter estaba siendo descarada incluso para ser ella.

— ¿Ahora necesitas declaraciones? Y yo que pensaba que tu columna se escribía sola.

Ni con todo el sarcasmo del mundo podía ocultar mi enfado. Aun así no perdió el tiempo en bajar rodeando a Winry para sentarse a mi lado. Nada más hacerlo todo se llenó de un fuerte olor a colonia barata.

— Las aguas están revueltas, lo reconozco. Pero estos juicios son así, con tantas opiniones aquí y allá -dijo mientras se ajustaba la montura de las gafas.

— Es muy fácil juzgar cuando los Rossier no están para defenderse.

Levantó las cejas de forma exagerada. Ya tenía que saber que no estaba allí como una persona imparcial. Sus intenciones estaban tan claras como el agua de un estanque. De nada le serviría fingir sorpresa.

— ¿Así qué estás completamente seguro de sus orígenes? -me cuestionó-. Bueno supongo que tu padre te habrá contado algunas cosas.

Parecía decidida a averiguar todo lo posible acerca de los últimos Rossier. Ese era su próximo paso, la base de su siguiente artículo. Averiguar todo lo relacionado con los últimos Rossier. ¿Cuánto tardaría en descartar al tal John Archer? ¿Barajaría a Lafford? ¿A mi padre? Y aquí estaba yo, dispuesto a cubrir hasta la más mínima brecha que fuera capaz de revelar aquel secreto. Abandoné mi posición contra el respaldo y me aseguraré de acercarme lo suficiente para que sólo ella pudiera escucharme.

— Quiero opiniones favorables, Rita. Sin matices. Como se te ocurra seguir escribiendo basura, diré tu secreto. Alto y claro. En este mismo lugar si me sigues provocando.

— No eres el primero que me amenaza. Aunque sin duda eres el más joven.

La forma en la que me recorrió con la mirada me provocó náuseas, tanto que le agarré con fuerza del antebrazo para frenar cualquier acercamiento por su parte. Pero no obtuve la reacción que esperaba. Todo lo contrario, una sonrisa traicionera se instaló en su cara. Y cuando miré por encima de su hombro descubrí el porqué. Hermione se había quedado mirando hacia nosotros desde el marco de una puerta diminuta.

¿Cuándo había entrado? Nuestro contacto duró apenas un segundo, lo que tardó en comenzar a caminar erguida con Lafford flanqueándola. Intentando demostrar que no estaba afectada por nada de lo que le rodeaba. Incapaz de acercarme a ella, me dediqué a estudiarla, buscando una señal, algún gesto, cualquier cosa capaz de dar respuesta a todo las preguntas que se habían acumulado en mi cabeza.

Llevaba una blusa blanca que amenazaba con salirse de la falda, había perdido un poco de peso desde la última vez. La blusa estaba hecha para atarse con un lazo alrededor del cuello, pero ella se había hecho un nudo bien tirante. Al parecer yo no era el único que había decidido contenerme aquella mañana. Todo aquel atuendo le hacía lucir impoluta entre todas las túnicas oscuras que llevaban los miembros del tribunal. Se me asemejaron todos a una bandada de cuervos. Solo llevaba suelto la parte baja del pelo, el resto estaba recogido y no parecería que nada fuera a moverse de lugar, al menos por algunas horas. Entonces lo recordé. "Hay momentos en los que necesito parecer una Rossier" me había dicho una vez.

Lafford tampoco llevaba ninguna de sus extravagancias habituales y casi parecía ser un padrino responsable. Le había observado lo suficiente para saber que normalmente esas interpretaciones le divertían. Pero portaba una expresión adusta. Estaba tan serio que me invadió un repentino nerviosismo.

— No te equivoques -dijo Rita reclamando de nuevo mi atención. Me obligué a apartar la vista del estrado para hacerle frente-. Soy la primera interesada en que nuestra querida amiga salga indemne de todo esto. A nadie le interesa leer artículos de una presa en Azkaban.

Ahora fui yo el que tuvo que contener mi reacción. Estaba haciendo un análisis a sangre fría. Pero la sola idea de pensar en un resultado que no fuera la absolución de Hermione me mataba. Y mi sangre no estaba en absoluto fría.

— Más te vale que así sea -respondí soltándola.

— ¿Ahora me tomas por una jueza? -se burló mientras se pasaba la mano por el antebrazo. Las marcas de mis dedos todavía estaban allí. Ni siquiera me había percatado de lo fuerte que había estado sujetándola.

Me distancié un poco y volví apoyarme en el respaldo. No podía montar una escena, no cuando ella se estaba sentando en la silla de los acusados. Tenía que estar concentrada en lo que estaba a punto de suceder. No quería que se distrajera con algo como esto. Pero eso no estaba en mi mano y nuestra conexión siempre iba en dos direcciones, como los dos extremos de un puente. Y al igual que ella me percibió nada más entrar en la sala, yo podía hacerlo ahora. Giré la cabeza y pude ver un destello de preocupación por su parte. Cuanto hubiese dado por poder decirle, "Tranquila, pase lo que pase, estoy aquí". Nuestro contacto duró sólo un momento, lo que tardó Hermione en volver a mirar al jurado.

Un ligero carraspeo me hizo saber que Skeeter seguía esperando una respuesta.

— Cuando montas tus artículos, si, lo eres. Y mucha toman tus artículos como verdad, aunque se trate solo de tu opinión.

— Mi columna siempre parte de la verdad y no veo a ninguna otra familia sangre pura presente en esta sala. ¿No se te ha pasado por la cabeza que tal vez no quieran ver expuestos sus nombres?

Al escuchar eso no pude evitar mirarla con un gesto de incredulidad. Hermione pertenecía a los sagrados veintiocho, eso era un hecho le pesase a quien le pesase. Sabía que les había cogido por sorpresa, era imposible que no lo hubiera hecho, pero si lo que Skeeter decía era cierto, ¿en qué demonios estaban pensado? Respiré antes de contestarle, no podía olvidar que de todo lo que la mayor parte estaría adornado con mentiras. Y a mi todavía me quedaba una carta por jugar.

— Ni siquiera tú te has atrevido a escribir su nombre en un artículo -le dije mientras me inclinaba para que sólo ella pudiera escucharlo-. Dudo mucho que vayas a empezar a hacerlo ahora. Pero puede que recibas una visita si no le gusta lo que has escrito.

— Llevo siendo reportera desde que tu llevabas pañales, no hay nadie sobre quien yo no haya…

Un gesto de genuina sorpresa le pasó por la cara y esta vez si supe que le había pillado desprevenida. Rita Skeeter no era tonta, tenía suficientes contactos como para sospechar que los rumores y las desapariciones podían apuntar a otra causa. Aunque nunca reconocería en voz alta creer en los desvaríos de un niño. Aun así el hecho de que se hubiera quedado sin palabras era una buena señal.

— Puede que la haya juzgado muy duramente. Y todo este tribunal de Wizengamot, parece excesivo tratándose tan sólo de una huérfana.

Una sensación de satisfacción se acomodó en mi pecho. Por fin había logrado algo. Aunque no duró mucho, como si le hubieran invocado en ese momento entró en la sala el ministro Fudge.

— Mejor busca otra palabra -le dije mientras seguía los movimientos de Fudge con la mirada-. Ya tenemos suficiente con la historia de un huérfano conocido por toda la comunidad mágica.

Se quedó pensativa un momento, ajena a todo el ruido de sillas y personas al moverse, mientras todos terminaban de ocupar sus posiciones.

— Heredera entonces.

Si ese fuera un día cualquiera, puede que incluso hubiera sonreído. Pero en los días singulares, cuando el mundo está mirando, es cuando más hay que cuidar las formas. Apenas un año antes había estado sentado en una grada muy parecida, viendo la final del Mundial de Quidditch, codeado por algunos de los que hoy eran parte del tribunal. En aquel momento había sentido adrenalina viendo el partido, mi pierna se movía ligeramente, con un ruido apenas imperceptible que mi padre se encargó de silenciar clavándome su bastón en la rodilla. Esta vez no le tenía a mi lado, pero sentí el mismo efecto cuando Fudge golpeó con su mazo para poner orden. Trague saliva. Cualquier atisbo de satisfacción se había esfumado.

La sala tardó un poco en sumirse en un completo silencio, pero una vez lo hizo, comenzó todo. Según la acusación dado que no había más personas ni testigos dentro de la casa de los muggles cuando perecieron, Hermione tenía que estar, por fuerza mayor, implicada en los hechos. El señor Greengrass desmontó aquella teoría, retorciendo argumentos, rellenando lagunas y aburriendo a partes iguales. Cuando soltaba uno de sus discursos, y no fueron pocos, era la viva imagen de su profesión. Un hombrecillo bajito, con gafas y bigote, embutido en un traje que le confería una especie de halo de erudito. Si no fuera por los vasos vacíos que yo mismo había visto en el salón, no hubiera dicho que se había pasado la noche bebiendo.

— No esperaría que un tribunal como este se rebajara a hacer responsable a un mago, de los decisiones de un simple muggle.

Eso hizo que algunos miembros del tribunal negaran con la cabeza. Pero no así Fudge. Era bien sabido que compartía las ideas de pureza de la sangre más abiertamente de lo que su posición de ministro le permitía expresar. Podía escuchar como la pluma de Skeeter rasgaba el papel intentando capturar todo lo que estaba sucediendo.

Al ver que los cuchicheos no cesaban, Fudge declaró un receso. Ser capaz de salir de la sala debería haberme relajado un poco, pero mi nerviosismo solo fue aumentando conforme una idea se abría paso en mi cabeza. Si no tuvieran algún otro argumento, ya le habrían declarado inocente. Me retorcí los sesos intentando pensar en el siguiente paso que darían, pero sólo conseguí un fuerte dolor de cabeza a cambio.

No podían condenarla, no podían… pero todas las teorías se resistían a irse y de nada sirvió que me golpeara una y otra vez en la cara conforme me echaba agua. Sólo conseguí formar un charco bajo mis pies. Un ruido me hizo pegar un respingo, pero sólo era Winry, que alargó su mano hasta tocar mi brazo y volvió a chasquear los dedos.

— ¿Esta es tu mejor idea? ¿Transportarme a un baño seco? -le reproché.

— ¿Draco eres tú?

Igual que cuando la había visto en el juicio pensé que el corazón se me había detenido. Me giré nada más escucharla, con la vista clavada en la puerta que nos separaba y algo se agitó en mi pecho al hacerlo. Mi mano ya estaba sobre el pomo pero recibí un fuerte chispazo nada más intentar girarlo.

— No abras la puerta, volverán en cualquier momento.

Noté la urgencia en su tono, su voz encogida. Eso bastó para que dejase de forzarlo, aunque no lo solté.

— ¿Cómo te encuentras?

Todo se quedó en silencio. Habían pasado semanas desde nuestra última conversación y mis primeras palabras consistían en preguntarle lo obvio. Primero la habían tenido encerada en una casa sobre la que ni siquiera podía hablar. Había logrado escapar sólo para acabar convaleciente en San Mungo y cuando por fin había podido salir, había sido para acudir a una sala llena de magos que parecían deseosos de juzgarla como un adulto por algo que no había hecho. Preguntarle como estaba estaba sin duda entre las cosas más estúpidas que podían decirle a la cara.

— No he querido decir eso, perdona. Herm… -empecé pero nada más hacerlo noté que me temblaba la voz. El cuerpo entero.

— Temes decir mi nombre porque utilizasteis la maldición tabú para localizarme, ¿verdad?

En ese momento casi agradecí que hubiera una puerta entre nosotros que no le dejara ver mi culpa.

— Te prometo que si hubiéramos tenido otra opción… Ojalá hubiéramos llegado antes.

Una sensación amarga se aferró a mi garganta, culpa, debilidad. Golpeé la puerta con el puño de pura frustración. Winry pegó un saltito nada más escucharme. Le siguió un tenso silencio, pero por suerte los aurores no parecían haberse percatado.

— Draco… shhh -dijo de pronto Hermione-. Tengo que contarte algo.

Sus pies asomaban por debajo de la puerta y su voz sonaba tan cercana como si me estuviera susurrando al oído. Se había quitado los zapatos y no parecía importarle demasiado que unas medias transparentes fueran lo único que la separaba del suelo. Apoyé la frente contra la puerta y cerré los ojos, dejando que el sonido de su voz me alejara de donde estaba e intentando no pensar demasiado en nada que involucrase transparencias.

— Me han dado ya el Veritaserum. Tendré cuidado al responder a sus preguntas. Pero al menos sabrás que todo lo que voy a contarte es cierto.

— Tú nunca me mentirías -le interrumpí.

Ella se detuvo un momento, como si estuviera asimilando lo que acababa de decir. Mi afirmación era absoluta, tanto como que el sol sale por el este y se pone por el oeste. Pero hasta ese punto confiaba en ella.

— No... -respondió por fin-… Si lo hiciera te enfadarías y estás insoportable enfadado.

Eso era algo que había echado de menos. Ese tono irónico que aparecía incluso en la peor de las situaciones. De pronto la necesidad de sentirla cerca y poder abrazarla se hizo todavía más apremiante.

— Draco, todo esto es una lección. Él me está enseñando que es lo que ocurre cuando te pillan. Acabas en sitio como este, donde ni siquiera él puede intervenir.

Me separé de la puerta. La sensación de que aquel juicio iba de mal en peor se hizo presente de nuevo. No podía dejarla allí ni un instante más.

— Ábreme la puerta. Lo solucionaremos juntos.

— Esto no es algo que nosotros podamos arreglar.

Parecía muy cansada, como si el mero hecho de pensar en ello consumiese sus fuerzas. Pero había algo más, algo en su tono que auguraba lo inevitable, lo definitivo, algo con lo que quería echar por tierra cualquier intención que me hubiera llevado hasta allí. Como si quisiera liberarme.

— Abre la puerta -dije con la ansiedad apretando mi garganta.

— No.

— Abre la maldita puerta. Winry, ¡haz algo!

La elfina solo se agitó, como si fuera ella la que estaba sufriendo.

— Ella no te hará caso, sigue mis órdenes -intentó explicarse.

— ¿Por qué te empeñas en evitar mi ayuda?… -Mi voz se alzó y por un momento pensé que podría derribar aquella puerta con toda la fuerza de mi cólera.

Me obligué a bajarla de nuevo porque no quería que los aurores nos oyeran. Aunque eso no hacía que mi enfado disminuyera, ni que mi pecho dejara de agitarse. Fue como si de pronto me estuviesen golpeando todas las cosas que estaban pasando a la vez. Su aislamiento, el juicio, los Mortífagos, mis padres… La cabeza me daba vueltas.

— Ya está bien… -le contesté apretando los puños contra la puerta. Una fuerte descarga me invadió pero la ignoré-. ¿A quién le importa lo qué le pasara a unos muggles? ¿Es que acaso ellos se han molestado en preguntarte qué te hicieron ellos a ti? Si crees que por un momento que voy a dejarte sola a manos de un tirano si esos idiotas te condenan…

— Estás hablando del Ministerio de Magia.

— ¿A quién le importa el Ministerio? ¿O la ley? A mi me importas tú.

— Me temo que no está en tus manos -dijo ella y la escuché retroceder.

Escuché el sonido de los tacones sobre el suelo. Iba a irse. Forcejeé de nuevo con el pomo de la puerta, sintiéndome más atrapado que nunca. No sólo yo, ella estaba tratando de protegerme con tanta fuerza que solo estaba consiguiendo hacerse daño.

— Esto es una locura… -me acusó-…Te estás poniendo en peligro innecesariamente.

Resoplé de pura desesperación.

— ¿Y tú que estás haciendo, eh? Los dos somos igual de imprudentes cuando se trata de proteger al otro. ¿Crees qué eres la única a la qué le han estado pasando cosas? He estado entrenando, no soy la misma persona que a comienzos de verano. Se qué quieres protegerme de él… Que no esté implicado -le respondí ignorando el escalofrío que me recorría la espalda.

— No lo digo sólo por Él… -me interrumpió-… Tu madre es una mujer encantadora, pero me ha dejado bien claro que quiere que estés a salvo. Y una parte de mi no puede evitar estar de acuerdo.

Di un fuerte tirón y abrí la puerta a la velocidad del rayo acabando por fin con la barrera que se interponía entre nosotros. Resonó tan fuerte que temí haber atraído a los aurores. Ella me recibió blanca por la sorpresa y por un momento nos quedamos mirándonos sin ser capaces de movernos de donde estábamos. Ni siquiera sabía que cara tenía yo en esos momentos pero una expresión de dolor le cruzaba su rostro. Como si el mero hecho de permanecer firme, y no echarse a llorar le supusiera un esfuerzo. Además, en aquel momento llorar no nos serviría de nada a ninguno.

— Te has vuelto buena en ocultar tus verdaderos sentimientos. Al principio pensé que me gustabas por eso, porque eras como yo. Pero mientras más te conocía más me daba cuenta de lo que me influías. Antes no tenía problema en recurrir al nombre de mi familia para conseguir lo que quería pero ahora, valoro mucho más lo que consigo por mi mismo. Realmente, yo no conocía este lado de mí.

Parecía como si se hubiera quedado muda, con los ojos tan abiertos que podrían reflejar una constelación entera si se lo propusiera y de algún modo, yo aparecía justo en el centro. Sus labios se abrían y se cerraban temblando, como si hubieran olvidado como dar forma a las palabras. Y yo solo tenga ganas de besarlos, morderlos y recorrer cada una de esas pequeñas grietas que el tiempo separados ha vuelto más profundas.

— Draco, yo… —desvió la mirada a la puerta, hacia donde estaban los aurores y después de nuevo hacia mi, dubitativa. ¿Se lo estaba planteando?

Durante mucho tiempo lo había anhelado, y ahora no puedo soportar perderlo, perder esta cosa que me hace sentir tan completo. Mis piernas avanzaron antes si quiera de que yo lo se lo ordenara pero en lugar de hacia delante me vi impulsado hacia atrás, mientras todo mi cuerpo giraba y se retorcía con fuerza. Cuando por fin dejé de moverme debería haber sentido algo de alivio, ya no giraba sobre mi mismo en medio de un torbellino negro y ya no quería echar todo el contenido de mi estómago por la boca, pero cuando mis ojos consiguieron enfocar lo que tenía delante me sentí como si alguien me hubiera lanzado un maleficio. No podía percibir otra cosa que no fuera una alfombra demasiado familiar. Estaba de nuevo en la Mansión.

—Llévame de vuelta Winry -dije con la voz todavía entrecortada por el esfuerzo.

Había una alternativa y ella estaba trazando otro plan. Una salida, para ambos. Me escocían los ojos y jamás admitiría, ni ante mi mismo, que fuera por algo distinto a un nube de polvo. Ignorando los mareos conseguí ponerme de pie, pero ya no tenía ningún elfo doméstico a mi lado. En su lugar solo estaba mi madre, con una expresión con la que ya no intentaba ocultar su enfado.

— No estás en disposición de hacer exigencias Draco. Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

No había nada que pudiera hacer o decir que superase a lo que me habían obligado a dejar atrás. Una punzada en la mano me obligó a mirar hacia abajo, tenía los nudillos ensangrentados, lo más probable es que se debiese al golpe en la puerta, aunque no me había dado cuenta hasta ese momento.

— Este es el resultado de una ocurrencia loca e insensata -dijo mi madre negando con la cabeza-. Ni siquiera entiendo como tu padre te ha dejado intentarlo. ¿Qué esperabas conseguir yendo hacia allí?

"Lo suficiente, si has llegado al punto de hablar con ella" quise decirle. "Lo suficiente si ya había empezado a pensar en alternativas". Pero de nada me serviría discutir. Caminé por la habitación hasta dejarme caer sobre el borde de la cama. Ella empezó a decir algo de una lechuza que le había informado acerca de mi presencia en el Ministerio. Entrelacé las manos, ignorando el escozor de mis nudillos y me concentré en las manchas de mis zapatos. De pronto estaba demasiado cansado como para reprocharle que hiciera de madre.

— Draco, ¿has escuchado lo qué te he dicho?

Ambos sabíamos la respuesta a esa pregunta.

— ¿Tú tampoco la aceptas? -le pregunté evitando mirarla.

"No veo a ninguna otra familia sangre pura presente en esta sala. ¿No se te ha pasado por la cabeza que tal vez no quieran ver expuestos sus nombres?" Las palabras venenosas de Skeeter resonaban en mis oídos como si acabara de pronunciarlas.

— ¡Draco!… -me reprochó mi madre. Sonaba ofendida. Si no le importaba no se ofendería, ¿verdad? O tal vez sólo estaba fingiendo atender mis razones, como todos-… Solo hemos tenido una conversación.

— Conozco tus conversaciones madre. Puedes ser muy persuasiva si te lo propones. Y ahora tú también la has dejado a la deriva.

Mi madre paró en seco con sus aspavientos y una expresión se sorpresa le cruzó la cara, pero desapareció enseguida. Lo que tardó en volver a mostrarse enojada.

— ¡Eso no es cierto! -dijo mientras levantaba las palmas de las manos-. Cuando esté preparada podrá encajar con nosotros, pero no antes.

—Ni siquiera se que quieres decir con eso -le respondí. Mi tono de voz sonaba cansado, muy cansado.

Extendió sus brazos hacia donde estaba pero se quedó parada a medio camino, como si dudara entre acercarse o no.

— Descansa un poco -dijo mientras retrocedía-. Tu padre encontrará una manera de arreglar todo esto.

No fui consciente de en que momento caí sobre la cama y ni siquiera escuché el ruido de la puerta al cerrarse. Tampoco pude hacer nada para contener el carrusel de imágenes que se me pasaba por la cabeza. Errores… Estaba claro que había cometido algunos desde aquella mañana si mi padre había decidido involucrarse. O tal vez había tenido suficiente con una mañana para rememorar el pasado y por fin había decidido centrarse en solucionar los problemas del presente. No supe porqué pero pensé en Lafford y en su postura tensa durante el juicio. Parecía que no era el único que tenía buenas intenciones y al final acababa jodiéndola. La noche que había visto a Hermione en el barco de Durmstrang atada a una silla creía haber tocado fondo. Pero comparado con lo de hoy, con la sensación de verla allí siendo juzgada por todos esos desconocidos que podían mandarla a Azkaban con una sola palabra. Hoy era como si estuviera en el fondo, veinte metros de tierra y yo. Y esta vez si que no veía ninguna oportunidad de escapar.

(* * * * *)

POV Lafford

Si todavía creyese en el karma, podría pensar que había decidido castigarme por todos mis pecados aquel día. Yo no era una buena persona y el mundo lo sabía. Tampoco me consideraba de aquellos que perdía el tiempo sintiéndose culpables por las cosas que había hecho. Nadie nacía siendo un santo, aunque la mayoría de la gente moría antes de que la lista fuera demasiado embarazosa. ¿Por eso se había ido Jane-Anne? ¿Había agotado su cupo? Me reprendí a mi mismo por pensar así. El cansancio de los últimos días estaba jugando conmigo. Ella no se había ido por voluntad propia, si no por culpa de un plan organizado que puso toda las cartas en su contra. Las mismas cartas que hoy apuntaban a su hija.

— La vi salir apresurada del Ministerio y la seguí una vez conseguimos cerrar todas las chimeneas -afirmó el auror -. Pero ya no divisé su rastro hasta que llegué a un parque muggle donde había también trazas de magia oscura.

¿A qué estaba jugando Kingsley? Me vi tentado a seguir a esa marioneta de Dumbledore después del juicio y pedirle explicaciones, sorprenderle en su casa cuando bajase por fin la guardia entre los suyos. Descarté de inmediato la idea, no podíamos permitirnos más errores, ni más escándalos. Además, lo más probable es que solo encontrase una casa vacía. La gente como ellos no tenía familia, no al menos que les importase. Trabajaban solos, como Moody, valiéndose de aliados a los que llamaban amigos para sentirse mejor con ellos mismos. Hasta que no estás dispuesto a dejar tu vida en manos de alguien no puedes llamarlo amigo y de esos, hay bien pocos.

— Parece usted empeñado en insinuar que la desaparición de su compañera, Hestia Jones, y lo sucedido con mi clienta están de algún modo relacionados -apuntillo Greengrass. Las copas de la noche anterior habían surtido su efecto envalentonando a aquel hombrecillo-. ¿No deberían estar ustedes buscándola en lugar de acusar a una niña de quince años?

Miré a Hermione. Estaba blanca como el papel con las manos cerradas en un puño, aferradas a la tela de su falda. Era el único gesto que rompía la fachada que tanto habíamos perfilado. No podría asegurar que le pesaba más en ese momento, si todo el interrogatorio o lo que quiera que le hubiera dicho el hijo de Lucius durante el receso. En cuanto regresó, se había dejado caer sobre la silla de acusados. No pronunció ni una palabra pero parecía estar consumida por esa clase de cansancio que solo aparece cuando has evitado un desastre de proporciones cósmicas.

Gracias a Merlín había conseguido no ceder a la presión e incluso había usado el tono de voz preciso para que sus explicaciones sonasen lo suficientemente convincentes tal y como le había enseñado. Sin embargo, cuando por fin terminó todo sus ojos estaban más apagados que nunca. No se me escapaba que había estado sufriendo pesadillas. Imágenes horribles de los sucesos en la casa de los muggles de los que no quería hablar en voz alta.

Mi atención se centró en los miembros del tribunal. Tal vez porque necesitaba proyectar mi rabia hacia algún culpable. Bones había perdido a casi toda su familia en la Primera Guerra Mágica, pero todavía tenía sobrinos. Nott se estaba recuperando de una gran deuda, ¿cómo si no se explicaba el hecho de qué estuviese volviendo a trabajar en el Ministerio a pesar de su edad? No debería haberse jugado la mitad de su fortuna en el mercado de pociones. Había investigado a la mayoría en busca de debilidades que pudiera aprovechar. Sin embargo aunque consiguiera chantajearles a todos en una sola noche, nada me aseguraba que eso fuera a ser suficiente para conseguir la absolución de Hermione.

— ¿Y qué dice acerca de la Marca Tenebrosa proyectada sobre la casa de los muggles? -preguntó la acusación.

Un murmullo recorrió la sala sobre todo entre los aurores que estaban presentes, como si el hecho de que hubiera vuelto a aparecer abriese heridas que ya daban por cerradas. Podía preguntarle a cualquiera de los que estaban presentes en la sala y absolutamente todos relacionarían la marca con los Mortífagos. Pero lo que muchos habían olvidado es que no siempre actuamos con ella. No al principio al menos.

La idea había surgido por la tarde, mientras debatíamos sobre cómo reformar el mundo mágico y conseguir una comunidad más fuerte. Aunque para ser más precisos era Voldemort el que casi siempre hablaba. Jane-Anne y yo sólo nos limitábamos a escucharle. Aquella tarde comentaba lo equivocada que estaba la ministra de aquel entonces, Eugenia Jenkins, al pensar que las acciones después de las marchas contra los muggles eran tan sólo disturbios. "¡Todos ellos, magos y muggles, deberían saber cual es su lugar. El lugar que realmente les pertenece!" Nada más decirlo el frasco de tinta que estaba al lado de Jane-Anne se cayó al suelo haciéndose añicos.

Casi arruinas mi tarea -dijo ella mientras sujetaba el pergamino por una de las esquinas.

Sólo ella era capaz de ponerse a escribir una redacción a la vez que Lord Voldemort hablaba de someter al mundo muggle. Jane-Anne era en ese momento poco mayor que Hermione y ya entonces no le perturbaban ninguna de aquellas ideas de dominación. Él se inclinó hacia delante apoyando las codos sobre las rodillas, un gesto que no me hubiera preocupado de haber venido de otro, en él sin embargo podía revelar desde interés hasta un enfado aun mayor que aparecería en cuestión de segundos. Al fin y al cabo a alguien tan ególatra, no le sienta bien que la mitad de su público le ignore mientras da su discurso.

El profesor de Defensa contra las Artes Oscuras se ha despedido. Otra vez… -dijo ella sin cambiar su expresión. No parecía incomodarle que le estuviera mirando directamente-… Dicen que Dumbledore se encargará de lo que queda de curso.

Voldemort no se molestó en ocultar una sonrisa macabra. Se levantó de donde estaba y los cristales se rompieron con el primero de sus pasos. Arregló el desastre con un movimiento de su mano. Y al igual que la tinta encharcada en el suelo, su enfado se había evaporado. Ya en esa época me asombraba como eran capaces de influirse el uno al otro.

Entonces yo tengo algo que aportar.

En aquella época ni conocía, ni odiaba tanto a Dumbledore. Visto en perspectiva que Lord Voldemort y Jane-Anne hubiesen trabajado juntos en una redacción sobre maldiciones imperdonables tenía ahora mucha más gracia que entonces. También ahora podía comprender lo que antes no entendía del todo. Como el mago tenebroso más poderoso de todos los tiempos se relacionaba con una cría. Pero ni él era tan poderoso entonces, ni ella era una cría. Era muy astuta y había pasado por mucho, tanto que parecía que arrastrase el peso de todos mis años de vida, que no eran pocos. Para cualquiera que les observara de cerca, era obvio que tenían una conexión, como si hubiesen estado desde el principio destinados a encontrarse.

Tampoco podría decirse que mi presencia allí fuera cosa del azar. Aunque en un grado bastante lejano era pariente de los Rossier, durante algunas décadas había sido uno de esos parientes incómodos que sólo salen a la luz cuando rebuscas entre las ramas enredadas del árbol familiar. No había conocido a la señora Rossier, ni a la hija mayor, Jean. Fue muy inesperado cuando Evan Rossier me escribió invitándome a la Mansión familiar. Movido por la curiosidad había aceptado, pero nada más poner un pie en la propiedad me invadió la sensación de que en aquel lugar habían sucedido cosas horribles. No había que ser un genio para ver que Evan había estado experimentado, intentando forzar la magia más allá de los límites y que había pagado su precio. Cuando me recibió en la puerta con una de las mangas de su chaqueta vacía intuí que había experimentado incluso consigo mismo.

Durante todo el día no escatimó en alabanzas y tampoco en disculpas. Lo primero podía fingirse pero lo segundo costaba un poco más. Había conocido a suficientes hombres como él para saber que no le estaría siendo placentero. Durante el festín que me ofreció como cena la elfina de la familia, juró y perjuró que no había sido sólo conmigo, que durante muchos años tanto él como su esposa habían apartado a muchos de su lado y se habían refugiado en aquella casa. Estaba a punto de contarle la historia que me había preparado para partir al día siguiente cuando sentí una fuente de magia al otro lado de la puerta.

Nada más se abrió sentí como si se hubiera desatado una tormenta. Me levanté de la silla cuando su magia inundó todo la estancia y tuve que hacer un verdadero esfuerzo para controlar el choque con la mía propia.

Vaya… -fue lo único que alcancé a decir.

La joven sin duda poseía unos rasgos y una apariencia fina y unos ojos verdes que en esos momentos se mostraban lo suficientemente transparentes para dejar que todas sus emociones brillaran a través de su rostro delgado. Su pelo antes castaño, parecía no tener vida y un mechón blanco como la nieve le enmarcaba el rostro. Era el mismo tono que yo tenía en las puntas, síntomas de la maldición familiar. ¿Era por esto que Evan Rossier me había llamado? Un breve vistazo me hizo percatarme que no tenía ni idea de lo que le pasaba a su hija. No cuando su mirada se había endurecido al mirarla, como si sólo con eso, ella pudiera ejercer sobre un caos ya de por sí incontrolable. Aun así ella hizo gala de una voluntad encomiable cuando se acercó y me tendió la mano. No podía cogérsela. No si quería que aquella casa siguiese en pie.

Langosta. Acabo de degustar la langosta, no quisiera mancharte.

Fue lo primero que se me vino a la mente y muchos años después de aquello Jane-Anne y yo aun nos reíamos de aquel momento. Me involucré con ella, intentando guiarla a través de la maldición que se cernía sobre los Rossier y que nos marcaba a ambos. Al contrario que la mayoría de las maldiciones no se había manifestado como un debilitamiento, si no en una fuente de magia caótica y en muchos momentos incontrolable. Algo que sometía a un peligro constante tanto al portador como aquellos que se acercaran a él. Durante mucho tiempo me había alejado, había puesto una barrera al mundo buscando la forma de sobrevivir a mi propia condición, pero para cuando lo había logrado todo a mi alrededor se había vuelto demasiado solitario como para merecer la pena. Tal vez por eso había aceptado la invitación de Evan Rossier. Pero lo que realmente me ató a ese lugar fue Jane-Anne. Ella me dio un hogar, me convirtió en su familia y antes de darme cuenta había acabado totalmente involucrado.

Deberías tener un nombre. Y un símbolo -dije de pronto.

Le había estado dando algunas vueltas mientras ellos habían estado ajenos al mundo. Si Jane-Anne quería hacer de esa su causa, más nos valía que saliera bien.

Continúa -dijo dejando la taza encima de la mesa.

Ya entonces le gustaba el té y no la sangre de unicornio como muchos habían asegurado después.

Algo para identificar a los miembros y bajo el que actuar.

No hizo falta mucho más. Jane-Anne lo había dibujado en un pergamino y Voldemort había dado forma al hechizo. Y nada más pronunciarlo, de su varita empezaron a salir llamas verdes. Ninguno de nosotros vio eso como una advertencia, ninguno sentimos un escalofrío recorriéndonos la espalda.

— No es posible conjurar una marca tenebrosa sin llevarla una misma en el brazo -aseguró Greengrass trayéndome de vuelta a la realidad-. Aunque si tanto insiste le instó a intentarlo.

Había alguna que otra excepción a esa regla. Pero no iba a ser yo quien las nombrara. De nuevo multitud de voces incómodas se alzaron por toda la sala. Tan sólo viendo como rehuían si quiera hablar de los antiguos tiempos, no me extrañaba que Dumbledore y compañía estuvieran tan preocupados por su negativa a creer que se avecinaba otra guerra mágica. Cuando en realidad, ya estaban de lleno metidos en ella. Y de pronto, la solución que me había resultado esquiva durante días, se planteó con tanta claridad como si la pudiera hacer realidad con un sólo movimiento de varita. Esta vez fui yo él que me llevé la mano a la boca para ocultar mi expresión.

Le hice una señal al abogado Greengrass para que se acercara. Este se disculpó mientras se dirigía a la mesa donde me encontraba y se bebía con prisa un vaso de agua.

— Ya es suficiente… -le dije en cuanto lo dejó de nuevo sobre la mesa-… Volvemos mañana.

— ¿Qué? -replicó sorprendido-. No. Le tengo contra las cuerdas. Un poco más y desmontaré su teoría.

Ambos sabíamos que no era verdad. Todos los abogados eran iguales, se mostraban seguros hasta que llegaba el veredicto.

— Busca un pretexto, necesito esta noche.

— ¿Qué va a hacer?

— No necesitas saberlo -le respondí cortante.

Abrió la boca para protestar, pero la cerró casi inmediatamente. Como si se lo hubiera pensado mejor. Sus ojos reflejaron el nerviosismo y la culpa que yo ya no sentía. "No malgastes el tiempo sintiéndote culpable, todos hemos hecho cosas horribles." Esas habían sido las palabras de alguien que hacia algunos años no hubiera dudado en señalar como mi amigo. Y en cambio ahora, ya ni siquiera podía asegurar a quien pertenecía la lealtad de Severus. Aunque había algo que si tenía claro. Ese no sería un problema del que fuera a ocuparme aquella noche.

(* * * * *)

POV Draco

Me despertó el ruido de algo chocando contra una de las ventanas. ¿Granizo? Con la locura de tiempo que habíamos tenido últimamente no me sorprendería. Nada más abrir los ojos me recibieron unas punzadas en la cabeza y un ligero olor a comida. Me incorporé y vi un caldo con sopa dentro en una bandeja sobre la mesilla. Iba acompañado con una nota. "Sin veredicto. El juicio se reanuda mañana". Al menos no habían sido tan crueles como para dejarme sin noticias.

Una parte de mi se revolvió al ver la cena. La misma que quería volver a apoyar la cabeza en la almohada y cerrar los ojos. Pero eso no haría que mis problemas se evaporasen y no podía tener los ojos cerrados eternamente. El sonido de algo volviendo a golpear la ventana fue la excusa para levantarme, solo para descubrir que no era granizo, ni alguien tirándome piedras, si no un lechuza golpeándolo el cristal con su pico.

Abrí la ventana y cogí el sobre que sujetaba entre sus garras. Lo rasgué con fuerza al ver el sello con el que venía acompañado y a punto estuve de dejar caer el objeto que había dentro. Un reloj de bolsillo.

Sólo había una razón para que precisamente yo de todos los que vivían en la Mansión Malfoy hubiese recibido una misiva como aquella, los Sangre Pura por fin iban a tomar partido. El juicio se reanudaría mañana pero si estaba en lo cierto, todo se decidiría esta noche.

Palpé el bolsillo de la chaqueta en busca de mi varita. No es que de repente supiera más hechizos, me hubiera vuelto más fuerte o algo en mí hubiese cambiado. Yo, sigo siendo el mismo que se ha levantado esta mañana. Él mismo que había tardado mucho más que unos segundos en abrir una puerta aun sabiendo que Hermione estaba al otro lado. Todavía estoy temblando… Todavía quiero abrazarla, pero si algo me ha demostrado el día de hoy es que no puedo poseerla. Por mucho que quiera, no puedo hacer que me pertenezca solo a mi. Sólo puedo protegerla y esperar que cuando termine todo ella siga a mi lado.

Sujeté con fuerza el traslador y apreté los dientes mientras me desaparecía de allí.


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