Notas iniciales: Nuevo fandom... estrés, lo que provocas xD
Cansancio.
Cansancio.
Eso era lo que el rubio quería pensar, ante aquel malestar estomacal, el estrés mental en ocasiones no le dejaba comer bien y en los últimos meses se encontraba devolviendo todo lo que había comido.
Hizo una mueca de fastidio. No quería imaginar que él empezaba con una obsesión por la delgadez, no, eso nunca. Él es LA imagen de la empresa de su padre, no le convendría caer en ello.
Adrien se enjuagó el rostro, mientras el pequeño kwami, tan negro y de actitud despreocupada, saboreaba sin más reparos su trozo de queso.
El rubio trató de sonreír con incredulidad ante la mirada intrigante y preocupada del otro, pero... seguro que fue su imaginación, Plagg siguió como si nada, disfrutando de sus placeres particulares.
Resignado a oler a Camembert, Adrien abrió su chaqueta para dejar que el kwami se introdujera en la misma con una porción grande de su alimento predilecto. Unos golpes en la puerta fueron suficientes para avisarle que iban a buscarlo para llevarlo a una sesión fotográfica que le llevaría como cuatro horas.
Él fue tan feliz a la misma.
Si fuera otra ocasión, con ese ajetreado horario, hubiera refunfuñado al por no poder socializar más con sus pocos amigos.
Pero ahora nada lo haría renegar.
Su lady le dijo que debían hablar.
Y hoy era el gran día.
Lo había memorizado como si de un mantra de la suerte se tratara.
Tour Eiffel, a las veinte horas.
Y un caballero jamás dejaba esperando a su dama. La sesión fotográfica le dejaba al final de la jornada tres horas para arreglarse e ir a su encuentro.
Aunque se le oprimía el corazón al ser Chat Noir el que se encuentre con ella, esa sensación se ahogaba infinitamente por estar con su Lady, mucho más allá de los problemas que susciten en Paris.
Sí, seguramente por ello era esa especie de retorcijón en su vientre.
Los nervios al verla.
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Plagg lo tenía claro.
Esta vez sería la última vez que iba a ser compañero de un humano.
Escuchó el latir del corazón de Adrien. Parecía estar normal, en lo que corresponde al correr hacia el estudio fotográfico, cambiarse de ropas, dejar que lo empolven para evitar el brillo en las fotos.
— Estás algo pálido. ¿Has dormido bien? — consultó aquel humano que, en honor a la verdad, el kwami ni recuerda cómo es que lo vio por primera vez. Escuchó a Adrien asentir. A criterio de Plagg, el rubio se ha vuelto un perfecto mentiroso. Cuando duerme, lo ha sentido moverse agitado, supuestamente por contener las ansias de aquel encuentro con su lady.
¡Ja! Si Adrien supiera.
Aunque sea Plagg tiene decidido lo que va a hacer en caso de confirmarse sus sospechas.
Nunca más, ningún otro humano.
—Hueles a Camembert, es una fortuna que las fotografías no salgan aromatizadas.
Plagg hizo una mueca y se recostó en su espacio, por encima de los reflectores. No podía alejarse mucho de Adrien.
Casi dos horas después, un quejido profundo despertó a Plagg de su siesta. Aquel humano sostuvo a Adrien, quien parecía no poder levantarse.
—Estoy bien — insistía el rubio, hablando entre sus dientes aprisionados — Solo necesito un momento, iré a lavarme el rostro.
—No creas que te dejaré solo en estos instantes — El kwami vio cómo aquel otro agarraba el celular y pedía una ambulancia. Las miradas verdes se encontraron, la del felino kwami brillando más en la oscuridad sobre el reflector, la de Adrien suplicando silenciosamente alguna guía de cómo actuar para liberarse del otro humano.
En un descuido del humano sin poderes, y con una extraña sensación de derrota, Plagg se escondió en la chaqueta de Adrien.
El rubio había perdido esa pelea e iba a ser examinado inmediatamente por algún profesional de la medicina.
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Adrien miró inconscientemente el reloj. Apenas pasaban las dieciocho horas, seguro que le recetarán algo para el malestar, luego podrá usar a Plagg y podrá encontrarse con su lady. No veía la hora para salir de ahí. Sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre su pierna.
El médico lo miraba suspicazmente ante tantas negativas de cualquier anomalía de salud.
— Nada de mareos, ni cansancio, ni malestares… Lo que ocurrió en el estudio solo fue un pequeño calambre — Adrien trató de poner su mejor sonrisa tranquilizadora.
—Te daré una orden de eco por emergencia — indicó el galeno.
Para Adrien aquello sonó como música para sus oídos.
—Perfecto. ¿Y cuándo vendré para la siguiente consulta para saber los resultados?
El otro lo miró por encima de sus lentes, mientras sellaba el documento con la orden y la palabra URGENTE.
—Hoy mismo, apenas termines esta ecografía — Al ver que el rubio iba a refutar, de inmediato aclaró — No me obligues a llamar a tu padre.
Ah.
Cierto.
Agreste.
Por primera vez en su vida, Adrien no estaba tan feliz con su apellido.
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El rubio ya no se sentía tan tranquilo como antes. La camilla fría, o quizá el gel en su estómago y aquel extraño aparato sondeando sobre su piel, o la expresión tan seria del especialista mientras hacía capturas de cada órgano interno.
—Si acaso hay algo anormal — se atrevió a decir Adrien, con la voz temblando y tratando de calmar los latidos de su corazón — ¿Podríamos dejarlo para mañana? Prometo estar aquí a primera hora.
Era la segunda vez que lo miraba por encima de unos redondos lentes. Adrien estaba empezando a odiar a los profesionales de la medicina.
—Con lo que acabo de encontrar, sería solo por un milagro que saliera de esta clínica el día de mañana.
—¿Qué? ¿Qué quiere decir?
Adrien se arrepintió de haber preguntado. Entre sus clases más exigentes, la medicina no estaba entre ellas. Comprendía conceptos básicos como inconvenientes en su vesícula y lo que afecta en una descuidada alimentación.
—Sé que en su vida exigente de modelo, tienen a dejar en un último punto un adecuado balance de comidas — replicó el ecografista. El rubio estaba tentado a refutarle que aquella vida no era su objetivo de profesión, pero la idea se disolvió ante las temidas palabras. — Este desbalance ha provocado que se formen materias sólidas y en su caso es irremediable la intervención quirúrgica — sentenció el otro — Y cada momento que pase, corre mayor riesgo.
Dieciocho horas y cuarenta minutos. Aún tiene tiempo.
—Tengo que hablar con mi padre — mintió Adrien — Seguro que si le explico con calma la situación, estaré aquí alrededor de la una o dos de la madrugada, con mis objetos personales para la pequeña estadía.
Adrien se levantó, aprisionando los dientes ante la terrible sensación de dolor abdominal, ingresando al baño en donde se encontraban sus ropas y el pequeño kwami. ¿Si se transformaba y destrozaba la pared para huir?
No, no, no, no… Se delataría al instante.
Desechó la bata y se vistió. Al salir, el médico de cabecera estaba hablando con el de ecografía.
—No hay tiempo — le indicaba el segundo mientras le enseñaba las muestras. De inmediato el primero realizó una llamada para otro colega. Necesitaban un cirujano general, una anestesióloga, un instrumentista, una enfermera.
Oh, cielos. Realmente iba a ser intervenido inmediatamente.
Adrien regresó disimuladamente al baño, mientras tomaba al pequeño kwami.
—Plagg, tendrás todo el queso que puedas comer si haces algo por mí — indicó el rubio — Sé que sabes quién es ella, tienes que ir a decirle que no podré ir, que lo siento mucho.
El otro lo miró, carente de esa mirada de hastío o reproche.
—Iré con ella — dijo Plagg casi sin ánimos. Adrien sonrió.
—Solo serán unos días, lo siento mucho y gracias.
El gato negro aprovechó su singular forma diminuta para ir esquivando cada persona y cumplir lo que el chico le pidió.
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Sintiendo la brisa juguetear con su cabello, la joven repasaba mentalmente sus palabras. No quería ser mal interpretada y no sabía realmente cómo comenzar aquello.
A veces se reprochaba por haber estado tan cerrada en su mente y haberle dicho al felino que había otro.
No es como si Adrien hubiera desaparecido de sus pensamientos de la noche a la mañana, sin embargo no sentía algún avance con él. Quizá sí en amistad y parecía que no iba a salir de esa etapa.
Fue cuando Marinette pensó que Adrien estaba con su mente y alma en otra persona, y que esa persona lo hacía verdaderamente feliz.
¿Por qué destruir aquello?
Aunque desconociera la identidad de aquella afortunada, a ella le importaba que Adrien estuviera bien. E incluso, en su juventud, se atrevía a pensar que nunca alguien llegaría a ocupar en su corazón el lugar que tiene Adrien Agreste para esa persona.
Entonces...
¿Qué era Chat Noir?
Incluso con su máscara de Ladybug, ella sentía sus mejillas entibiarse. No sabía si era porque los sentimientos de él eran sinceros e intensos, porque a pesar de todo él estaba ahí, constante e inamovible, a pesar de ella haberse cerrado en un primer instante cuando él quiso dar un paso hacia delante.
Se mordió el labio inferior. ¿Cómo decirle a Chat Noir que no es ni reemplazo ni consuelo? ¿Lo ofenderá si le dice que quiere intentar conocerlo un poco más? ¿Y si le pregunta por aquel que no pudo decir su nombre?
Respiró profundamente y exhaló el aire por sus labios. Esperaba que, para ese momento, pudiera decir las palabras exactas.
No podría soportar herir a Chat Noir.
La joven volteó y, abruptamente, se encontró con una mirada felina y verde que la hizo sonrojarse y de inmediato perder el equilibrio. Por fortuna, tuvo el reflejo de usar la cuerda del yo-yo para balancearse.
Fortuna. Suerte.
Dos palabras que el kwami negro no parecía conocer.
—¡Qué torpe y afortunada has sido! — replicó el felino, levitando hasta quedar frente a ella.
La joven entendió en una milésima de segundo que Chat Noir no había llegado aún. Pero es que esos ojos tan verdes e intensos, le hicieron perder el balance en un instante y le recordó tanto a...
Un momento.
—¿Eres el kwami de Chat Noir? — expresó en voz alta lo obvio — ¿Qué le pasó? ¿Dónde está? ¿Está bien?
Revoloteando alrededor de ella ante cada inquietud, el felino negro hacía cada vez más profundo su gesto de incomodidad ante cada pregunta.
—¿Dónde está la Lady-somos-héroes-no-sepamos-sobre-el-otro? — refutó Plagg con clara ironía — Creo que me gustabas más en ese estado.
La joven se subió nuevamente a lo alto de la torre, balanceándose en un solo salto perfecto.
—¿Te lo contó Chat Noir? — indagó ella, con una sonrisa que trataba de aparentar tranquilidad ante la inquisidora mirada del felino.
—Con lo transparente que es ese muchacho — Plagg se encogió de hombros, sin dejar su escrutinio — Lo que aún no entiendo es cómo se han mantenido ignorando al otro, es demasiado obvio.
Ladybug arqueó una ceja.
—Si lo dices porque... — ella inspiró una gran cantidad de aire, aún recordando aquel beso en la mejilla que Chat Noir le diera, haciendo sonrojarla. Seguramente fue cuando aquel pícaro felino plantó en ella aquella semilla que ahora deseaba crecer.
—Lo digo porque sé quién eres. Recuerda que te he visto sin tu transformación — la fémina frunció el entrecejo. No quería malinterpretar la situación, pero casi estaba sintiendo reproche en el kwami — Es por eso que, tienes que hacer algo por mí.
El sombrío tono provocó un profundo escalofrío en la columna de la muchacha. Algo pasó con el alter ego de su compañero de batallas.
—¿Qué ocurrió con él? — ella indagó, controlando el temblor en su voz.
Plagg la miró, sus verdes ojos resplandeciendo con intensidad.
—Lo mismo que los otros. Soy el kwami de la destrucción — Se acercó un poco más a la chica, bajando el tono de sus palabras, porque le dolía cada una de ellas, después de todo, la verdad es dolorosa — Así como también soy el de la mala suerte. Y el que provoca la muerte a todos sus portadores.
—¿Qué rayos estás diciendo? — replicó Ladybug, frunciendo el entrecejo ante la estúpida conclusión — Es imposible que hagas eso, le das su poder a Chat Noir, él lo usa para el bien.
—Quiero que destruyas el miraculous del gato — refutó el otro — Me niego a ser vinculado con otro ser humano. No tolero esto más.
—¿Dónde está Chat Noir? — preguntó la fémina
—Promete que destruirás el miraculous del gato — respondió Plagg — Entonces te llevaré con él para que te despidas. Porque es inevitable su muerte. Lo huelo en él. Así fue con los otros.
La otra no pudo articular palabra alguna.
Los otros.
¿Se refería a los antiguos portadores del kwami?
—¿Dónde está Chat Noir? — volvió a indagar la fémina, sin poder evitar el estremecimiento en su voz.
Plagg no se caracterizaba por ser sutil en sus palabras, solía decir la verdad, duela a quien le duela.
—Muriendo — replicó el kwami, sin anestesia. — Tienes que prometer que destruirás el miraculous...
Repentinamente el pequeño felino se calló y cerró los ojos.
—¿Qué pasa? — preguntó la fémina, con el corazón latiendo furiosamente.
—Le quitaron el anillo — respondió automáticamente Plagg, abriendo los ojos.
—¿Puedes seguir aquí? — indagó con extrañeza la joven. Siempre pensó que al ser robado el miraculous, entonces su kwami desaparecería.
—Él no ha renunciado a mí — replicó el felino, levitando alrededor de la muchacha — Nunca lo haría, lo cual ya dice mucho de su soledad. Aguantar a la mala suerte... Tsk.
A la chica se le volcó el estómago.
Su compañero de batallas siempre andaba sonriente y coqueto, pareciera tener todo a su alcance, excepto a ella.
Y justo cuando quería dar un paso hacia ese detalle.
¿Realmente es mala suerte?
Ella tuvo que parpadear para evitar que las lágrimas salieran de su prisión.
—Llévame con él — dijo, queriendo tener más seguridad en ello. — Si es un enemigo, entonces yo...
Se vio interrumpida por una risa irónica del felino.
—A menos que seas especialista en eso que dicen... ¿medicina humana? Dudo que puedas hacer algo al respecto. — Plagg la miró, con ironía en sus siguientes palabras — Ni Ladybug puede contra una enfermedad humana, no está entre tus poderes. Ni Marinette puede hacer algo, es una aspirante a diseñadora de modas. Ambas personalidades, con cero conocimiento en la medicina que se necesita para salvar a Chat Noir y su alter ego.
La muchacha curvó sus labios hacia abajo, en señal de impotencia y tristeza.
Repentinamente brilló, mientras la pequeña kwami aparecía, para revolotear alrededor de ambos seres.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué esa profunda tristeza? — replicó Tikki, observando cómo la muchacha cubría su rostro. — Plagg... ¿Dónde está... él?
El otro la miró, aún sin ceder ante esa importante pregunta. No iba a dar su brazo a torcer. Tenían que asegurarle que destruirían el anillo, caso contrario podrían quedarse toda la vida, amargándose y maldiciendo por no haber tenido la oportunidad de despedirse del rubio.
¿Duro? ¿Inflexible? ¿Cruel? La vida es así.
Naces, tienes poderes, te establecen como hogar un anillo, te vinculan a un humano, lo aprecias, el humano muere, quedas sellado en el anillo hasta una siguiente ocasión, miles de años transcurren, vuelves a salir, vuelves a confiar, vuelves a sufrir la pérdida de tu humano. No quieres confiar más, lo tratas con indiferencia, sarcasmo, recelo.
Este último humano aún mantiene la esperanza. A pesar de su profunda soledad y sus anhelos de ser correspondido en el amor. Patético y cursi.
Increíblemente se hace tener estima.
No por ser un modelo famoso, tener un físico con los cuales muchos matarían. Si supieran el trasfondo de lo que implica, nadie cambiaría la libertad por la fama, ni el amor por el dinero.
Adrien se vuelve un ser importante, lo llega a querer.
Entonces, la maldición se vuelve a cumplir. El rubio tiene ese mismo aire a muerte envolviéndolo, igual que sus antiguos humanos portadores de miraculous del gato.
Y el kwami quería terminar con ese ciclo.
No volvería a pasar por ese horrible proceso.
—No lo dirá — logra decir Marinette entre sollozos más fuertes — Quiere que le prometa que destruiré el miraculous del gato, solo entonces me permitirá ir con Cat Noir.
La otra mostró una expresión rara vez vista, enfado profundo.
— Sabes quiénes son ellos y lo que significan el uno para la otra — Tikki se acercó a Plagg, quien no se inmutó ante sus palabras. Y nadie pensaba en él, en el felino de la destrucción. Es parte del paquete de ser el de la mala suerte, a nadie le importas. — ¿No vas a darles una oportunidad? Seguramente podremos hacer algo...
—Me destruyes, entonces tendrás tu patético intento de querer hacer algo — Plagg fue muy inflexible en su punto — Nunca más pasaré por esto.
¡Ush!
Tikki sobrevoló hasta ponerse frente a Marinette. El paisaje era de lo más desalentador, una muchacha en lo más alto de la Torre Eiffel, llorando desconsolada, por primera vez sin saber qué hacer o a quién acudir.
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—Maldición — murmuró el cirujano, con la impotencia recorriéndole por el cuerpo.
Tan joven, con tanto por vivir. Odiaba eso de su profesión, no tener el control absoluto sobre la vida y la muerte.
El segundo cirujano, más joven y quizá sin tantas pérdidas aún, le tomó los instrumentos, diciendo que iba a terminar su trabajo.
El anestesiólogo sacudió la cabeza.
Cuarenta y cinco minutos transcurrieron desde que aplicaron la anestesia general del joven Agreste, casi una hora desde que tuvieron el consentimiento firmado por el mismo Gabriel, quien se mantenía casi pegado a la puerta del quirófano, con la ropa quirúrgica. Era lo más que iban a aceptar de la presencia de un familiar, y eso que bordearon el límite de romper las reglas, solo porque lo pidió.
Es todo lo que tengo.
Esa frase aún resonaba en su cabeza, haciendo trizas su corazón. El anestesiólogo vio cómo el instrumentista ayudaba a colocar una sonda, a la altura del abdomen, al final con una pequeña bolsa que de inmediato empezó a acumular un líquido amarillento.
—¿Aún se manda a laboratorio la muestra? — indagó una enfermera. De inmediato se disculpó, por los nervios de la situación. Siempre se envían las muestras obtenidas, sea cual sea el caso. — Lo siento, mi hijo lo admira tanto. Me he descuidado por unos momentos.
De inmediato realizó la orden de análisis de la vesícula, o al menos de lo que pudieron obtener de ella, porque estaba tan mala que, al momento de ser extraída, parte del líquido interno se derramó dentro del rubio. Tenían que evitar una infección interna.
—Joven Adrien — empezó a decir el anestesiólogo, mientras le daba suaves golpes en la mejilla. El muchacho no reaccionaba. — Agreste, por favor reaccione.
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Continuará...
Comentarios y demás, me entero en el review n_n