N/A: Decidí unir los dos temas, «universo alternativo» y «demonios» en un solo oneshot. El AU es extenso, pero el poco tiempo que he tenido para desarrollarlo me obliga a simplificarlo y dejar algunos cabos sueltos en consecuencia. En resumen, va sobre Lan Fan acompañando a Greed(Ling) durante los seis meses antes del Día Prometido. Hay OoC con Lan Fan, pero supuse que ejecutar los prompts me permitía un poco de libertad al respecto.

Agradezco enormemente a Herria por sus comentarios. Usted es un sol.


- Granate con brillo de oro -

Una primera vez.

Lan Fan ocupa su lugar a un costado de él en el comedor de la hostelería. Los alimentos están bien preparados, el lugar es limpio y las amplias ventanas permiten una maravillosa vista del prado debajo de la colina sobre la que la posada está construida. La cálida luz de la mañana inunda de tonos dorados el salón. Cabizbaja, gira su muñeca de metal. El automail no responde del modo que a ella le gustaría, pero comienza a acotumbrarse al peso y la baja sensibilidad de su nueva extremidad.

En silencio, se concentra en el delicado mecanismo en funcionamiento cuando ella hace algo tan simple como coger un tenedor.

Evita intervenir en cualquier conversación. Está habituada a hablar solo lo necesario, y en presencia del homúnculo, habla aún menos a pesar de los numerosos intentos de sonsacarle una conversación —ocultando algún retorcido propósito, de eso está segura. Edward se las ha apañado para arrancarle algunas oraciones adicionales a las cortesías habituales desde la noche que los encontró encaminándose hacia el sur. Darius y Heinkel han respetado su naturaleza sigilosa mientras entrena con ellos su brazo artificial.

Lan Fan es la sombra al lado derecho de Ling Yao, y todos se han hecho a la idea excepto, quizá, el homúnculo.

Picotea la fruta en su plato, callada pero atenta. No desea interrumpir la animada anécdota de su señor. Lan Fan lamenta no poder proteger su sonrisa de alivio y auténtica felicidad detrás de su máscara mientras come. El príncipe del clan Yao está aquí, ha sido más fuerte que Greed y ha estado al mando de su propio cuerpo durante un considerable periodo de tiempo. La despertó varias horas antes del amanecer, alcanzándola en su cama entre las sombras a sabiendas de que su sueño es ligero. Ya han conversado sobre todo lo que les preocupa. Ahora hay poco qué decirse, así que lo único que puede hacer ella es rezar para que se mantenga así.

No obstante, en contra de su deseo más ferviente, al final del desayuno ella lo siente escabullirse. Edward y las quimeras no parecen advertirlo, todavía están riendo la última broma del príncipe. Pero Lan Fan no puede ignorarlo, algo ha mutado en el qi del joven señor. Es un pinchazo breve en el fondo de su mente, y luego la energía corrupta, que provoca que la piel se le erice y que un vacío se instale en la boca de su estómago, asalta sus sentidos y la aturde una fracción de segundo. La suave vibración del qi imperial se disuelve en la riada violenta y estridente que trae consigo el demonio de avaricia.

Al parpadear, Lan Fan nota que comienzan a escocerle los ojos con lágrimas contenidas. Ha terminado tan pronto. Su partida deja un dolor generalizado sobre cada pensamiento nuevo que brota. Mientras está afanada en guardarse aquellas lágrimas, hace la nota mental de no permitirse disfrutar en exceso de los minutos de dominio de su señor sobre el homúnculo al que alberga. El sentimiento de pérdida es una distracción que su posición no consentirá.

—Maldito príncipe, esta vez ha durado más —se queja Greed, masajéandose las sienes y cerrando los ojos, como si contuviera un fuerte mareo.

Como si lo contuviera a él. A su príncipe.

Algo se retuerce en las entrañas de Lan Fan.

Ira.

Las manos de la guardiana se crispan con fuerza sobre su primer kunai, y entre el resoplido de fastidio de Edward Elric y los abucheos con que las quimeras reciben de vuelta a Greed, Lan Fan le ordena a sus dedos relajar el agarre y sus manos se quedan quietas sobre su regazo. Es el cuerpo del futuro emperador, y aunque la presencia del monstruo empañe su energía, estaría cometiendo un error del que se arrepentiría hasta la tortura más tarde.

Se traga su arrebato de cólera, le obliga a replegarse, mas no se extingue del todo.


Lan Fan aprende a vincular el lenguaje corporal del joven amo con el posterior salto de su qi. Tras un par de semanas, consigue bloquear la oleada de energía que se desata cuando Greed vuelve —porque, se recuerda, es una distracción que no debe permitirse. Eso la deja con las otras señales. La súbita expresión en blanco, la mirada lejana que apaga el brillo natural de sus ojos y pone ese granate en su iris, las palabras articuladas con torpeza y en voz baja. Son gestos, en su mayoría, fugaces, pero que ella ha estudiado hasta reconocerlos como un ominoso preludio, y sufre de forma anticipada sus consecuencias.

Lo pierde, otra vez, y se desata un infierno de remordimiento e impotencia en su interior que difícilmente aplacará detrás de la fría cerámica de su máscara.

El parloteo de Greed no hace sino empeorarlo. Y un día, como es de esperarse, Lan Fan estalla en una rabia que corre intensamente teñida por el dolor y derrumba los muros que ha estado construyendo con esmero.

—Este mocoso insufrible... —rezonga Greed.

Es todo cuanto alcanza a decir, porque parpadea y lo siguiente que ve es una máscara a escasos centímetros de su rostro. La punta de su kunai le roza la vena yugular. Están en el bosque. El silencio del campamento se espesa, y parece aplastar el ruido de la rutina nocturna en el interior de la floresta. Durante una pequeña eternidad, son su kunai, esos ojos purpúreos que no son los de Ling Yao —y a la vez, sí, que lo son—, y ella, la sierva desesperada por enmendar un error cometiendo algunos adicionales en el intento de resarcir los viejos. Traga saliva con esfuerzo, mira directo a los ojos de Greed... Siente asco y no sabe si es de sí misma o del monstruo que ha tenido la osadía de arrebatarle a Xing su mejor oportunidad de sobrevivir.

—¡Devuélvemelo! —Chilla, sobrepasada y enloquecida de frustración y pena.

Se odia y le odia. Avaricia. Este monstruo que ha tenido la osadía de robar el cuerpo del príncipe, y su propia salud mental en el proceso.

—¡Lan Fan! —La exclamación de sorpresa guarda una nota de horror detrás; aunque embotada, se da cuenta del nefasto cuadro que la desesperación la ha obligado a pintar. Por el rabillo del ojo, advierte la posición tensa de Ed—. ¿Te has vuelto loca? ¡Juraste protegerlo!

Ella lo sabe. Ella lo sabe, por todos los cielos, ¿qué está haciendo?

Lan Fan siente el temblor de la mano que sostiene el arma, y se le ocurre que más le valdría cortarse esa otra extremidad. Que si tiene una pizca de dignidad y honor, terminará con su vida porque esto no tiene justificación y atenta contra todo lo que se le ha enseñado. Ha fallado en su propósito, y la vergüenza hace presa de ella al instante. En el fondo agradece que su abuelo no esté, y al mismo tiempo lo lamenta, porque él sabría imponer el castigo adecuado.

La luz de la hoguera le arranca un brillo ominoso al filo de su arma. Emite un sollozo y deja ir al príncipe Yao. Su kunai cae con un ruido sordo y ella le sigue. Cierra los ojos con fuerza cuando sus rodillas golpean el suelo. Una capa de vegetación amortigua su caída. Gruesas gotas resbalan por su mejilla hasta escurrir por su mentón.

—Lo siento, lo siento. —Su voz es un susurro que arrastra el mismo viento que agita su flequillo y los mechones que enmarcan su rostro cubierto—. Lo lamento. —Sus hombros se sacuden con la violencia de su llanto silencioso, uno que ha contenido desde que el Dr. Knox terminara en la cabaña del bosque un trabajo que ella había iniciado en la ciudad—. Lo siento, lo siento tanto.

Entierra las uñas en la palma de su mano, agradeciendo el dolor como una bendición, como la única cosa nítida que acude a ella.

—Lan Fan.

Se obstina en mirar al suelo, incluso cuando reconoce la voz de Ling Yao. No distingue sino siluetas en su vista periférica, las lágrimas difuminan el mundo y se sorprende a sí misma deseando que el repentino aturdimiento aventaje cualquier noción de lo que la ha traído hasta este lugar. No eres mejor que ninguno de estos monstruos. No eres mejor que Greed. Desea con todas sus fuerzas olvidar, y luego una punzada de intensa y lacerante ansiedad le hace ver lo cobarde que está siendo.

—Lan Fan —insiste él. Antes de poder moverse para evitarlo, el príncipe está arrodillado frente a ella. Sus ojos están transformados en ese delirio granate que es más característico de Greed, pero es él. Tiene la expresión más triste que le ha visto en mucho tiempo, y ella confirma que merece el peor de los castigos porque ha atentado con traición. A él, que no esperaba algo así de su subordinada más leal. Sus ojos vuelven al suelo—. No.

Desliza sus dedos debajo de su mentón y la conmina a elevar la vista. Su corazón está muerto dentro de su pecho, no puede sentirlo latir, hasta que él levanta la máscara y su rostro queda expuesto. El viento seca la humedad de sus mejillas.

—Lo siento, mi príncipe —reitera, con más firmeza esta vez.

No dice más, no hay nada que pueda salir de su boca que remedie su error. Ling Yao es demasiado bueno con ella, pero si es indulgente en esta ocasión, todo el futuro que vislumbró para Xing podría caer junto a él. Lan Fan es un eslabón débil, no merece la piedad que su señor le ofrece.

—No te rindas ahora —pide él, ambas manos acunando su rostro—. Todavía nos queda un largo camino hasta nuestro hogar.

Un repentino cansancio que pesa sobre sus hombros como el mundo mismo la abruma. El hogar es un concepto dolorosamente lejano, pintado de colores tan brillantes que desde esta oscuridad hiere los ojos. Quiere ir a casa, pero luego se le ocurre que ya no es digna de contemplar los amplios campos de arroz bajo la luz del amanecer, no merece correr sobre los tejados de la residencia Yao, ni vagar por sus rincones, tan familiares y reconfortantes, no merece tenderse sobre el césped debajo del vasto cielo azul durante la primavera.

Lan Fan está perdida en el presente, donde la oscuridad ha contaminado sus más dulces sueños. Ella no podrá regresar a casa jamás.

—No puedo volver solo. No volveré solo —afirma el joven amo.

Pero Xing y el clan no pueden perder su única esperanza por la debilidad de una sierva. Respira hondamente, apretando los ojos y hundiéndose en el Pulso del Dragón. Allí está, la suave vibración de su qi. Claro como no lo ha sido en meses, apacible de un modo que le recuerda todo lo que solía ser bueno antes de perder su brazo. Sanar, cae en la cuenta, le ha costado más esfuerzo del que había supuesto.

—Regresará, mi señor —asevera al flexionar una rodilla para ponerse en pie. Edward se detiene un par de pasos detrás del príncipe, la consternación todavía tensa sus facciones.

Antes de que Lan Fan pida permiso para retirarse (a las sombras, el viejo refugio), el príncipe coloca las manos sobre sus hombros y frota los pulgares con movimientos circulares y delicados. Ella se pone rígida un instante, suspira y relaja su postura una vez más.

—Perdóname. —Horrorizada, abre los ojos tanto como es posible, arruga la nariz y sacude enérgicamente la cabeza. Él le dedica otra sonrisa apagada que queda tatuada en su memoria. Este es su castigo, se dice, contemplar esta insondable tristeza en su señor es su castigo y duele de un modo que no duele la ausencia de un brazo—. De alguna manera, Greed es mi responsabilidad —elabora—. No me daba cuenta del daño que... el intercambio de personalidad te hacía.

—No hay nada por lo cual deba pedir perdón, joven amo. —Lan Fan se permite disfrutar del contacto, de la ternura que va implícita en algo tan simple como sus manos sosteniéndola. Ignora la falta al protocolo, ahora no parece tan alarmante—. Nada.

Ella sólo puede conjeturar hasta qué punto es un horror vivir con un pecado capital como huésped. Quiere decirle que no juzga su decisión. Odia al homúnculo, pero entiende las razones por las cuales ha aceptado alojarlo. Espera pueda leer algo de ello en su mirada, porque no tiene fuerza para hablar sin la amenaza de quebrarse otra vez.

Mediante una bocanada de aire, reúne fuerza de voluntad para alejarse. Muerde su labio inferior y alcanza la máscara para colocarla sobre su cara. Se despide con un movimiento de su cabeza y corre al resguardo de los árboles entorno al claro talado en el bosque. Todavía siente algo rechinar en su interior, una especie de ilocalizable malestar.

Ha fallado, pero será la última vez que lo haga.