Pues otra historia que se acaba. Tengo planes para otro fanfic, pero, por el momento, me voy a tomar un descanso aprovechando que tengo un montón de trabajo en estos momentos. Espero que nos leamos nuevamente antes de las navidades, si puede ser.


Epílogo

Decir que se había reformado era poco. La mafia se acabó para siempre. Realmente, hacía ya unas cuantas generaciones que no actuaban realmente como mafiosos, pero fue él quien puso punto final a aquello oficialmente. En la actualidad, eran simplemente hombres de negocios que casualmente tenían permiso para llevar armas y sabían usarlas. Aunque no había que alarmarse, apenas las usaban. Solo en defensa propia si la ocasión lo requería.

Continuó adelante con su asociación de caridad y había construido tres comedores sociales en los últimos seis años. También daba subvenciones a familias que no podían permitirse pagar la sanidad. Las hipotecas era un asunto más delicado. Conseguir dinero para ayudar a la gente que no podía pagar la hipoteca era difícil y más aún en esa época de creciente crisis económica y desconcierto. Descubrió que le resultaba más sencillo darles trabajo en la propia asociación. Un empleo por el que recibirían un salario para pagar la hipoteca y seguridad social. Por último, tenía un estupendo programa de becas de estudios para alumnos con menos recursos.

Kagome se había convertido en la directora de su empresa con la marcha de su jefe a otra empresa en el extranjero. Ese trabajo le quitaba más tiempo del que a él le gustaría. Bueno, él también estaba muy ocupado, pero admitía que, egoístamente, deseaba que Kagome estuviera siempre libre cuando él lo estaba. Era difícil coordinarse para estar juntos y más aún con un hijo. Seika ocupaba todo su tiempo libre, cosa que no le disgustaba. Simplemente, añoraba tener más intimidad con Kagome.

Seika era perfecto, y no lo decía únicamente porque se trataba de su hijo. Seika hacía todo mil veces mejor que cualquier otro niño de su edad. Además, lo estaban criando con tanto amor que era imposible no ver que se convertiría en un buen hombre. A Seika le encantaba pasar el tiempo con ellos. No se despegaba ni un solo segundo desde que lo iban a buscar al colegio hasta que lo acostaban. Era un niño muy activo.

Su padre volvió a la vida gracias a Seika. Fue, literalmente, así. Justo cuando pensaban que ya no se recuperaría más, que volvería a hundirse hasta terminar con su vida, tomó a un Seika de tan solo diez horas de vida entre sus brazos y recuperó el brillo de su mirada. Desde entonces, vivía por y para sus nietos. Bueno, todavía no era exactamente así. De momento, solo había nacido Seika, pero Kagome volvía a estar embarazada y, en cuatro meses, volverían a ser padres. Nacería en diciembre y sería niña.

Giró la llave de la puerta de su casa emocionado. Antes de que empujara la puerta, su hijo ya lo estaba llamando a gritos y corría por la casa. Abrió la puerta y solo tuvo tiempo de soltar el maletín antes de que Seika se le echara encima. Lo cogió en brazos, lo alzó, y lo hizo girar como si estuviera volando, tal y como hacía cada tarde. Luego, le dio un beso en la frente y volvió a dejarlo en el suelo.

― ¿Y tu madre? ― le preguntó.

Era extraño que Kagome todavía no se hubiera acercado a recibirlos.

― Está en la habitación del bebé otra vez...

Cada vez se hacía más evidente que Seika estaba preocupado por su posición en la casa y en la familia cuando naciera su hermana. Aún era demasiado pequeño como para comprender que los amarían a los dos por igual. Lo terminaría descubriendo con el tiempo, y ellos tendrían cuidado de no darles nunca la impresión, a ninguno de los dos, de que uno de ellos era más querido.

Le dio una palmadita en la cabeza a Seika y cerró la puerta de la entrada antes de subir las escaleras en busca de Kagome. Seguro que estaba sentada en el suelo y por eso no había ido a la entrada. Le costaba levantarse ella sola. Kagome estaba de vacaciones y ya no volvería al trabajo en septiembre; tuvieron muchas discusiones al respecto. Kagome no quería dejar de trabajar, decía que se encontraba perfectamente; él estaba preocupadísimo, recordando lo sucedido durante su primer embarazo. A Kagome no le convenía estar estresada y el argumento decisivo que le dio la victoria llegó cuando Kagome se desmayó en un par de ocasiones en una semana. Entonces, aceptó coger la baja si le permitía terminar el mes de trabajo antes de las vacaciones para arreglar la documentación para su sustituto.

La encontró sentada sobre un cojín, con las piernas dobladas, tal y como él vaticinó. Se acercó sigilosamente y le dio un beso en la mejilla. Kagome rio sin apartar la vista de unas muestras de pintura para la pared.

― ¿Qué te parece? ― le preguntó.

Los dos le parecían de color rosa.

― No lo sé, ¿hay alguna diferencia?

― Esta es rosa palo, ― lo instruyó ― y esta es rosa caramelo.

― Pues yo las veo iguales.

Kagome soltó un resoplido ante su respuesta y seleccionó la que dijo que era rosa caramelo.

― ¿Qué tal hoy en el trabajo?

― Aburrido, como siempre. ― bostezó ― Nunca pensé que me llegara a gustar más llamarme a mí mismo mafioso. Así, daba la sensación de que en mi vida había algo más de acción… Ahora, soy un ejecutivo aburrido… ― se quejó.

― ¿En serio crees que no hay acción en tu vida? ― lo retó ― ¿Por qué no le echas un vistazo a los pantalones de tu hijo en la lavadora? No sé qué ha estado haciendo, pero va a ser todo un reto limpiar esas manchas, y son sus favoritos.

Sonrió al escucharla. Era verdad que Seika le ponía color a sus vidas. Seguro que la pequeña que estaban esperando sería igual de maravillosa.

― De todas formas, si quieres acción… ― agarró su corbata y tiró de ella ― Hace mucho calor, me siento un poco sucia… ― murmuró bien bajito para que solo él pudiera oírlo ― ¿Te apetece una ducha?

Le apetecía muchísimo. Se inclinó para besarla cuando ella le ofreció los labios. Justo en ese instante, se escuchó el sonido de algo que explotaba y un maullido escalofriante. La voz de Seika lo siguió.

― ¡Yo no he sido!

¿Qué diablos había hecho? Los dos se miraron alarmados. Se levantó y ayudó a Kagome a levantarse rápidamente. ¿Y si Seika se había hecho daño? Los dos respiraron de puro alivio cuando el niño pasó frente a la habitación, por el corredor. Tras él, Buyo seguía a su pequeño amo. Ambos estaban cubiertos de barro, pero sanos y salvos. Kagome frunció el ceño sin apartar la mirada del que segundos antes era un suelo impecable. Adivinó que estaba preparando una buena regañina para su hijo.

― ¿Sabes? Ha tenido que salir a ti. ― bromeó ―Yo era una niña muy buena.

De lo primero no estaba tan seguro, pero de lo segundo completamente. Kagome siempre había sido y siempre sería una niña buena.

― No sé si quiero ver lo que Seika ha hecho… ― musitó acariciándose el vientre.

― No necesitas excitarte demasiado. Yo bajaré y lo arreglaré, ¿de acuerdo? ― le dio un abrazo y un tierno beso en los labios ― Tú no te preocupes.

Justo cuando iba a salir de la habitación, la voz de Kagome lo detuvo.

― He estado pensando sobre el nombre de la niña. ― dijo a su espalda ― Creo que Izayoi sería perfecto.

A su madre, desde el cielo, le encantaría. Volvió la cabeza con los ojos llorosos y contempló la figura de su esposa bordeada por el sol que entraba desde los ventanales aún sin cortinas. Parecía un ángel y en verdad lo era.

― Eres maravillosa, Kagome.

Y, cada día, desde que la conoció, se decía a sí mismo lo afortunado que fue de encontrarla.