¡Hola!

Aquí vengo con otra historia, pero esta vez no es mía. Es una traducción de "The Babysitter", de WickedlyAwesomeMe. Va a ser una historia de muchos capítulos (no sé cuántos, porque no está completa) en la que veremos la relación de unos adultos Hermione y Draco y la pequeña Rose.

He de deciros que yo quedé prendada de la historia en versión original desde el primer capítulo, por lo que os recomiendo que la leáis, porque ver las interacciones entre Draco y la pequeña Rose enternece el alma de cualquiera.

¡Prometo tratar de subir un capítulo a la semana!

La autora y yo esperamos que os guste la historia y que nos lo hagáis saber con reviews :)

Nos leemos abajo, un beso fuerte.


Capítulo 1: Las visitantes


La tormenta continuaba, y Draco Malfoy se sentía incómodo.

Sus ojos estaban permanentemente pegados a una de las enormes ventanas de su apartamento, mirando los árboles destrozados y la lluvia que caía, y Draco sabía que aún no podría dormir. Algo iba mal. Algo iba a suceder.

Y entonces, esperó.

Encaramado en su lujoso sillón junto a la chimenea ardiente, trató de mantenerse ocupado leyendo una novela o actualizándose con las últimas noticias del mundo mágico. Estaba muy distraído con estas simples tareas; sin embargo, sus ojos seguían desviándose hacia las ventanas. Suspirando profundamente, finalmente abandonó cualquier actividad y simplemente miró por la ventana.

Draco miró brevemente su reloj, dándose cuenta que era cerca de la medianoche. "Realmente debería prepararme para ir a dormir", pensó a regañadientes con un suspiro, levantándose del sofá. Al día siguiente visitaría a su madre enferma en la Mansión Malfoy. Le vendría bien dormir un poco esta noche, ya que sabía que mañana sería un día doloroso para su corazón.

Mientras se preparaba para salir de la habitación, un repentino pop sonó en su despacho privado.

–El Amo Draco tiene visitantes –dijo el elfo doméstico, haciendo una reverencia tan baja que casi tocó el suelo alfombrado.

–¿Visitantes? –repitió, arqueando las cejas confundido. Trató de recordar si Theo quería verlo hoy, y luego comenzó a pensar que su mejor amigo ni siquiera se molestaría en cruzar la puerta–. ¿Has preguntado por sus nombres, Tippy?

El elfo doméstico lo miró horrorizado, y sus ojos se abrieron de repente como platos.

–¡Perdone a Tippy, Amo Draco! –exclamó estridentemente–. ¡Tippy se olvidó y falló, Amo! Tippy aceptará cualquier castigo –el elfo, entre lágrimas, movió sus orejas avergonzado, recordándole a su querido elfo Dobby.

–Está bien, Tippy. Es un error simple –le tranquilizó.

Aunque una vez él fue un niño espantoso al que le gustaba castigar a los elfos domésticos, Draco había dejado de tener ese hábito. Especialmente, después de haber visto los horrores de la Segunda Guerra Mágica, trataba de mantener la violencia al mínimo. Sin embargo, algunas cosas nunca cambiaban, ya que los elfos domésticos de los Malfoy eran terriblemente melodramáticos.

–¿Qué hay de los visitantes, entonces? –preguntó.

–Una mujer y una niña, Amo Draco –dijo Tippy, arrugándose la punta de las orejas con nerviosismo–. La mujer reclama urgencia, Amo. Tippy no tuvo más remedio que llamarle.

El rubio sentía verdadera curiosidad.

–Muy bien, hazles entrar.

Tippy desapareció con un estallido y Draco esperó en su sillón. Podía oír los pasos vacilantes de Tippy y otro par que le era bastante familiar. Cuando Tippy caminó dentro del despacho y condujo a los visitantes al interior, Draco se puso de pie con incredulidad, claramente sin esperarlos. Tippy luego hizo una reverencia y se fue.

–¿G–Granger?

Frente a él estaba la mujer de pelo encrespado, Hermione Granger. La tormenta fue implacable para ella, pues había empapado a la pobre mujer de la cabeza a los pies, a pesar de llevar un grueso abrigo. En sus brazos había una niña que se parecía a ella: su pelo tupido, su nariz, sus labios… salvo por su pelo rojo y sus ojos azules.

–Hola, Malfoy.

Él la miró, todavía demasiado estupefacto, y sin saber qué hacer. La última vez que la vio fue el día de su juicio con el Wizengamot. Después de eso, Draco vivió casi como un recluso, cerrándose al Mundo Mágico con solo un poco de contacto con Theo, su madre y su sanador.

La garganta de Draco se secó, recordando los momentos en que se asoció con Granger durante las misiones de la Orden del Fénix. A pesar de la mala sangre que había entre ellos, McGonagall creía que eran una buena pareja. Draco estaba bien equipado con el conocimiento sobre las Artes Oscuras, y, combinado con la destreza mágica de Hermione, eran una fuerza a tener en cuenta. No recordaba cuántas veces ella le había salvado la vida... y las veces en que él salvó la vida de ella.

Había... había pasado demasiado tiempo y Draco no sabía qué hacer.

–Eh... ¿podemos sentarnos? –preguntó tentativamente.

Su voz lo sacó de su ensimismamiento mientras señalaba torpemente el sofá frente a él. Granger se secó a sí misma y a la niña, antes de caminar hacia el sofá ofrecido. La pelirroja mantuvo sus grandes y brillantes ojos azules fijos en él mientras su madre la llevaba a su asiento.

Granger se sentó y colocó a la niña a su lado. La pequeña examinó la habitación con gran atención, y Draco no pudo dejar de mirarla. Parecía inquieta, como la castaña sentada a su lado. No había duda de que ella era hija de Hermione. El cabello y los ojos eran marcas registradas de un Weasley, por supuesto.

"Por supuesto" pensó, burlándose involuntariamente al pensar en Ron Weasley. Hermione quedó embarazada con la hija de la Comadreja en el momento álgido del terror ocasionado por Voldemort. Estaban en medio de una guerra, iban a suceder acciones desesperadas, pero los dos estaban claramente enamorados. Draco escuchó que se casaron casi un mes después de la derrota de Voldemort. No es que realmente le importara. Sin embargo, nunca llego a ver un atisbo de la niña. Grimmauld Place no era un lugar para un bebé, así que supuso que la enviaron a algún lugar lejos del epicentro del caos.

Hermione se aclaró la garganta, volviendo a sacarlo de su ensimismamiento. Sus pómulos se tiñeron un poco, dándose cuenta de que le había estado mirando demasiado.

–Mamá, mira –la suave voz de una niña llenó la incómoda y silenciosa habitación mientras señalaba una pequeña figurita de un jugador de Quidditch sobre la mesa–. ¡Birch! ¡Tornados! ¡Mamá, mira!

Draco intentó reprimir una sonrisa. Granger sentía un gran desinterés por el Quidditch. Durante sus misiones, forjaron una extraña relación para poder salvar la vida del otro cuando surgiese la necesidad, y él recordaba perfectamente que ella no tenía ni idea sobre ese deporte. Claramente, la niña no había heredado el desinterés de Quidditch de su madre.

–Calla ahora, Rose –dijo Hermione con una mirada de advertencia, sujetando las manos de la excesivamente excitada niña–. ¿Qué te dije antes de venir aquí?

La niña, Rose, parecía avergonzada y se dejó caer en su asiento.

–Lo siento, mama, prometí ser buena –susurró.

Su madre sonrió cálidamente.

–Buena chica.

Draco se aclaró la garganta, atrayendo la atención de Hermione.

–¿Te gustaría beber algo? –preguntó amigablemente.

Hermione parecía estar en conflicto durante un segundo, antes de asentir brevemente a modo de respuesta.

–Un té estaría bien –dijo ella. Lanzó una mirada a su hija y luego frunció el ceño–. No pretendo imponer, pero ¿puedo pedir un chocolate caliente también? Hacía un frío terrible en la calla. No quiero que Rose se resfríe.

Ante la mención de "chocolate caliente", Rose se animó.

–¿Con malvaviscos encima? –preguntó esperanzada.

Hermione sonrió tímidamente a Draco.

–Con malvaviscos encima, ¿vale? –añadió.

Draco asintió levemente.

–¡Tippy! –llamó. El elfo doméstico apareció de inmediato.

–¿Ha llamado el Amo Draco a Tippy?

–Sí –contestó–. Tráenos té a la Señorita Granger y a mí. Y chocolate caliente para la niña.

–¡No se olvide de los malvaviscos, Señor! –exclamó Rose.

–Rosie.

–Lo siento, Mamá –agregó rápidamente la niña con una sonrisa dentuda–. ¿Puedo tomar malvaviscos también? Gracias.

Draco resopló. Sólo Granger podía criar a una niña con modales impecables. La bruja le dio una dirigió mirada, que él devolvió con una sonrisa.

Cuando su elfo doméstico desapareció para preparar las bebidas, Draco colocó un brazo sobre su sillón y miró expectante a sus visitantes.

–¿Y bien? –preguntó, levantando una ceja.

Su curiosidad alcanzó su punto máximo cuando Granger se incomodó repentinamente.

–Mira, Malfoy, sé que no nos hemos visto durante... ¿cuánto? ¿Tres años?

–Cuatro –corrigió Draco distraídamente. Hermione parecía levemente sorprendida y el rubio se sonrojó–. Bueno...

–Sí, Bueno… – Hermione continuó lentamente, todavía mirándolo de una forma extraña –. Sé que no somos exactamente amigos, pero hemos pasado por muchas cosas y confío en ti. Me has salvado la vida más veces de las que podría contar.

Observó mientras la castaña acercaba su hija a su cuerpo distraídamente. De repente parecía más vieja... más cansada. Tal vez ser madre soltera la había cansado de esa forma. Además, al ser una de las mejores Aurores en el Ministerio, Hermione siempre era llamada a la acción. Se preguntó qué había causado su repentino dolor y esperó pacientemente a que continuara.

Al mismo tiempo, Tippy volvió con sus bebidas. Rose exclamó alegremente, saltando del sofá para coger su bebida caliente.

–¡Gracias, Tippy! –dijo, acariciando suavemente su cabeza calva con una sonrisa.

Si los elfos domésticos pudiesen sonrojarse, Draco estaba Seguro de que Tippy estaría rojo en este momento.

–De nada, joven señorita –dijo efusivamente, acicalándose por el cumplido recibido. Luego se reverenció ante Draco y desapareció una vez más.

–Cariño, ten cuidado –le record Hermione mientras Rose volvía despacio a su asiento, cogiendo la bebida con cuidado.

En cuanto estuvo satisfecha de que su hija estuviera sentada, Hermione volvió a dirigirse a Draco, con una expresión de determinación en su rostro.

–Malfoy, necesito un favor.

Él alzó una ceja.

–Continúa –urgió.

–Yo... –titubeó y miró nerviosamente a su hija, felizmente ajena a la situación–. Yo... Oh maldita sea –miró a Draco, decidida–. Necesito que cuides de mi hija.

Sus cejas se alzaron por encima de su frente, claramente con incredulidad y esperando un golpe certero. Pero, cuando no llegó ningún golpe y Hermione todavía lo miraba expectante, sus cejas se juntaron lentamente.

–¿Perdón?

Hermione suspiró.

–Sólo... sólo durante un tiempo, por favor –ella dijo, suplicando–. Te... Te lo suplico –como si le doliera lo que estaba a punto de hacer, añadió–. Me lo debes.

Él se mofó. Por supuesto que lo sabía. Si no fuera por ella, él y su madre estarían en Azkaban en este momento. En el peor de los casos, era posible que ya se hubieran vuelto locos por la soledad. Al haber sido su fiel compañera en sus misiones de la Orden, fue Hermione la que más firmemente aseguró que él ya no era el seguidor de Voldemort, y que había desertado y trabajado bajo la Orden del Fénix hasta la muerte de Voldemort.

–Por favor, Malfoy. Eres el único en el que puedo pensar.

–¿Y a dónde te vas? –exigió saber, cruzando sus brazos.

Ella suspiró y se apoyó en el sofá.

–Vamos a atrapar al asesino de Ron –dijo, casi en un susurro, tratando firmemente de evitar la mirada del rubio–. Una fuente fiable nos dijo que está escondido en algún lugar de China y… –ella dirigió su triste mirada hacia él–. Tengo que atraparle.

Él escuchó su declaración en silencio. Podía recordar cómo el mundo mágico se había estremecido cuando se anunció que un tercio del Trío Dorado había muerto a manos de un mortífago. Recordó la imagen de una afligida Hermione, ahora viuda, aferrándose desesperadamente a Harry Potter. Era un día sombrío y, aunque a Draco nunca le gustó demasiado Weasley, ni siquiera cuando se había tenido que asociar con él durante las misiones, se quedó afectado con la idea de que había muerto.

–¿Habéis identificado al asesino?

Hermione miró a Rose, que no sabía que estaban hablando de su padre muerto.

–Sí –respondió–. Rodolphus Lestrange.

Sin querer, frunció el ceño. El marido de su demente tía estaba igual de loco que ella. Ni siquiera le había sorprendido que hubiese tenido el descaro de matar un tercio del símbolo de esperanza en el Mundo Mágico.

–¿Por qué no se la dejas a Potter? –preguntó, todavía pensando que la idea de que él cuidase a una niña era absurda.

–Él va a venir conmigo –razonó–. Ron era su mejor amigo.

Draco ya podía sentir un dolor de cabeza que iba en aumento.

–Entonces dásela a la familia del padre, Granger – él respondió como si fuese lo más obvio del mundo.

Hermione se sonrojó y apartó su mirada.

–Bueno... no estamos hablándonos en este momento, por así decirlo –confesó.

Él frunció el ceño, sin entender a qué se refería. Recordaba al bullicioso grupo Weasley, y sin duda se harían cargo de Rose y le darían todo el amor que se merecía mientras su madre estuviera lejos para pelear contra los malos.

Pero luego, recordó cierto artículo y se aclaró la garganta.

–Ah, ya, claro –respondió torpemente.

Fue un asunto escandaloso. Molly Weasley señaló con su dedo a Hermione, declarando a todo el Mundo Mágico a través de la infame Rita Skeeter que era su culpa que Ron estuviera muerto. También recordó una noticia similar de Ginny Weasley, culpando a Hermione por la muerte de su hermano. Sin embargo, Draco no estaba enteramente al tanto de todo el asunto. La muerte de Ronald Weasley fue simplemente causada por un Mortífago. Draco se preguntó si había otras razones que lo llevaron a su muerte.

–He agotado todas las otras alternativas, Malfoy –dijo Hermione, frotando una mano contra su rostro–. Teniendo en cuenta que mis padres todavía están en Australia y... –se calló, mirando a lo lejos.

Draco frunció el ceño ante la noticia de que sus padres todavía estuviesen bajo los efectos del Obliviate en algún lugar de Australia. Pero, de nuevo, era un hechizo poderoso y revertirlo podría resultar en la destrucción de sus mentes.

–Las cosas pasan demasiado rápido y tú... eres la única opción que tengo –susurró finalmente, y le miró con sorpresa.

¡Era desconcertante pensar que ella pensó en él como primera opción! Podría habérsela dejado a algunos de sus compañeros de clase o al menos a personas que fueran más adecuadas para cuidar a una niña. No podía, ni aunque se hiciera el ánimo, entender por qué ella le había elegido a él.

–No sé cómo cuidar de una niña –protestó al final, mirando a Rose, que ahora estaba jugando con los malvaviscos de su bebida.

–No te preocupes, ya he pensado en ella –dijo, sacando un pergamino de uno de sus bolsillos–. He hecho unas instrucciones sobre cómo cuidar de ella. Rose puede ser... bueno –miró cariñosamente a su hija mientras Draco fruncía el ceño.

Miró al pergamino, con los ojos desorbitados.

–Por Merlín, Granger ¿has escrito un ensayo?

Sus ojos centellearon peligrosamente y, por un momento, Draco pensó que, de nuevo, estaban en tercer curso y que ella estaba a punto de golpear su estúpida boca.

–¡Estoy dejando atrás a mi hija, Malfoy! –espetó. Draco se sintió un poco culpable.

A su lado, Rose miró a su madre con el ceño fruncido.

–¿Estás bien, mamá? –preguntó, abandonando por completo sus malvaviscos y chocolate caliente para arrastrarse sobre su regazo. Con sus dedos pegajosos, trató de alisar las arrugas en su frente–. ¿Estás enfadada, mamá? ¿Estas triste? –después estiró el cuello para mirar a Draco con suma desconfianza.

"Genial, ahora la niña piensa en ti como un enemigo, Draco Malfoy" pensó el chico, rodando los ojos.

–Estoy bien, Rosie. Mamá está bien –dijo Hermione, ajena a la pegajosidad de los dedos de su hija, y le sonrió cálidamente.

La repentina calidez del momento fue algo extraño para Draco. Estaba demasiado acostumbrado a la Granger obstinada y sabelotodo, que metía su nariz en todas partes. Pero, de nuevo, él nunca había hecho nada para ser el receptor de tales miradas. "Bueno, hubo momentos..." le susurró una traidora voz en el oído, y rápidamente la anuló. En este momento no tenía ningún espacio disponible para sentimientos tan ridículos.

Observó cómo Hermione pasaba cariñosamente los obstinados rizos de Rose detrás de sus orejas, riendo suavemente mientras los rizos se negaban a quedarse atrás. No fue una sorpresa que la maternidad fuera algo tan natural para ella. Hermione ya llevaba muchos años de práctica al ser madre de Potter y Weasley durante sus años en Hogwarts.

–Voy a joderlo, en serio, Granger –advirtió.

–¡Esa boca! –replicó, cubriendo cómicamente las dos orejas de Rose.

Draco suspiró y se masajeó el puente de la nariz.

–¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

–Al menos una semana.

Él frunció el ceño.

–¿Y cómo máximo?

–Un mes, creo.

Draco frunció el ceño. Silenciosamente, se levantó de su asiento y comenzó a caminar.

–Este es un favor enorme, Granger –advirtió–. Una gran responsabilidad

Un bufido sin sentido escapó de sus labios.

–Sí, bueno, ¿no estás acostumbrado a grandes responsabilidades? –ofreció ofensivamente, aludiendo al momento en que Voldemort le encargó meter Mortífagos dentro de Hogwarts y también matar al mago más grande que había en el Mundo Mágico, excepto el mismo Merlín–. Lo lograrás.

Él miró venenosamente a Hermione.

¿Cómo te atreves…?

Él titubeó cuando sus ojos se posaron en la mirada asustada de Rose. Intentó calmarse, respiró por la nariz y esperó a que la ira amainara.

–Lo–lo siento –Hermione tartamudeó con las mejillas teñidas de vergüenza–. Estaba fuera de lugar, Malfoy.

Draco continuó fulminándola con la mirada, antes de suspirar y sentarse en su silla. Guardó silencio un momento y Granger esperó pacientemente.

–Seré terrible en esto, Granger.

–Lo sé –dijo, pero Draco sabía que no lo decía como un insulto.

–Lo digo en serio.

Hermione suspiró.

–Sorprendentemente, Malfoy, realmente confío en ti.

–No te irás hasta que ceda, ¿verdad?

–Me conoces demasiado bien, Malfoy.

–Sí, bueno, me forzaron a cuidar tu espalda durante años, así que por supuesto fui obligado a conocerte bien.

Una suave sonrisa apareció en el rostro de Hermione.

–Gracias –dijo seriamente con calidez en sus ojos.

Draco miró hacia otro lado sintiendo un nudo crecer en su garganta. Ella lo había mirado así a veces, especialmente durante los días más sombríos en los que la guerra era más dura, y pensó que esa extraña, confusa e incómoda emoción que la castaña había evocado en él desaparecería tras cuatro años. Molesto, esa emoción había despertado con ganas de venganza y él la empujó desesperadamente hacia los recovecos más profundos de su corazón.

–Todavía no he dicho que sí –refunfuñó.

–Pero lo harás, ¿verdad? –preguntó, esperanzada.

Draco suspiró y miró cautelosamente a Hermione.

–Si algo le sucede a tu hija, sabes que no sólo será mi culpa, ¿verdad? –dijo con el ceño fruncido–. Después de todo, no ha sido mi brillante idea.

–Yo cargaré con la mayor parte de la culpa –prometió con esa molesta y dentuda sonrisa suya.

Draco dejó escapar un suspiro monumental y se apoyó en su silla. Echando un vistazo a la niña, cuyos ojos ya estaban cerrándose, finalmente le dio a Hermione un leve y rígido asentimiento.

La sonrisa en su rostro se volvió un poco triste mientras miraba a su hija.

–Rose, cariño –la llamó suavemente, zarandeándola con cuidado–. ¡Tengo noticias emocionantes!

Los ojos de la niña brillaron con curiosidad cuando Hermione sacó una pequeña caja de sus bolsillos. Con un toque de su varita, la caja se convirtió en un equipaje de tamaño normal.

–Vas a tener una fiesta de pijamas –declaró su madre, haciendo un gesto hacia la bolsa.

–¿Fiesta de pijamas? –preguntó Rose, mientras sus ojos se abrían con incredulidad–. ¿De verdad, mamá?

–Sí, de verdad –dijo, tirando de Rose en su regazo y señalando al silencioso rubio–. Te vas a quedar con él durante un tiempo, ya que yo me tengo que ir a un sitio, ¿vale? Este buen hombre es Mal… Draco y él se ocupará de ti mientras yo no esté.

Los ojos azules de Rose conectaron con los grises de Draco. Entonces, un pequeño puchero apareció en el rostro de Rose.

–Él no es agradable.

Draco bufó divertido mientras Hermione se debatía entre reír y reprender a su hija. Sin embargo, la última ganó cuando le dirigió a Rose una mirada dura.

–Eso tampoco ha sido muy agradable –dijo ella. Draco puso los ojos en blanco mientras Hermione le dedicaba una encantadora sonrisa –. ¿Qué debes decir?

Rose lanzó un suspiro petulante, todavía con el puchero en su lugar.

–Lo siento, Draco –dijo.

Hermione lo miró expectante. Se aclaró la garganta torpemente y murmuró:

–Está bien.

–¿De verdad tienes que irte, mamá? – preguntó Rose. Las lágrimas ahora brotaban en sus ojos–. Quiero ir contigo.

–Cariño, ya hemos hablado de esto –le apaciguó Hermione–. Tu tío Harry y yo tenemos que trabajar durante un tiempo, ¿de acuerdo? Te compraré regalos, libros y juguetes, así que debes ser una buena chica.

Hermione se puso de pie y colocó a Rose en el suelo.

–Tengo que irme –dijo, esta vez dirigiendo sus palabras a Draco–. El Traslador internacional se activará en unos minutos.

–Buena suerte, Granger –dijo con un leve asentimiento.

Entonces, Hermione se arrodilló para nivelar sus ojos con su hija.

–Mamá te quiere, Rosie –dijo, con los ojos húmedos de emoción.

–Yo te quiero más –dijo Rose llorosa, arrojando sus brazos alrededor del cuello de Hermione.

Su madre se rió entre dientes y plantó un beso en su pelo rojo y tupido.

–Yo te quiero más aún –susurró.

Draco miró hacia otro lado, sintiéndose como un intruso en ese momento íntimo entre madre e hija. Sus padres no habían sido abiertamente afectuosos con él cuando era pequeño. Ver esta nueva interacción extraña lo hizo sentir incómodo.

–Debo irme –dijo Hermione, apartando a regañadientes los brazos de la niña y poniéndose de pie–. Compórtate, Rose. No se lo pongas difícil a Draco –sus ojos llorosos buscaron los suyos y ella sonrió–. Gracias, Malfoy –dijo.

Rose corrió hacia la puerta cuando Hermione salió de su estudio. Pero entonces, escuchó un sonido muy característico y supo que ella ya se había Desaparecido.

Draco miró a Rose delante de la puerta durante unos minutos, de espaldas a él. Y luego, lentamente, se giró y sin decir palabra lo miró.

Durante unos minutos, se miraron el uno al otro. Se parecía mucho a Hermione, pero sus ojos azules eran exactamente del mismo tono que los de su padre; lo que le puso un poco enfermo. La realidad de la situación le hizo venirse abajo y él entró en pánico. ¿Cómo iba a cuidar de una niña cuando ya estaba ocupado con el negocio de los Malfoy y atendiendo a su madre enferma? Esta era la hija de Granger, y tenía miedo de joderla, porque quería seguir con vida.

–¡Tippy!

El elfo doméstico apareció de inmediato e hizo una reverencia.

–Amo Draco, ¿qué puede hacer Tippy?

–Lleva a la pequeña señorita a la habitación de huéspedes que está junto a la mía –ordenó, haciendo un gesto a la niña inmóvil y silenciosa–. Debes atender sus necesidades.

–Sí, Amo Draco.

Con un chasquido de sus dedos, Tippy hizo desaparecer el baúl de la niña.

–Ven, joven señorita –la llamó Tippy dócilmente, haciéndola salir–. Te enseñaré tu habitación.

Draco observó divertido a Rose alcanzar la mano de Tippy y sostenerla. A juzgar por el chillido de su elfo doméstico, sabía que Tippy también estaba sorprendido.

Antes de que pudieran desaparecer por completo del despacho, Rose estiró su cuello y miró a Draco con una extraña mirada en su rostro.

Cuando se fueron, Draco se dejó caer en su silla y suspiró. Hizo una nota mental para llamar a Theo y discutir su nueva responsabilidad con él. Probablemente bebiesen hasta el olvido, negando que ahora era el niñero oficial de Hermione Granger y la hija de Ronald Weasley.


Bueno, ha llegado el final del primer capítulo. ¿Qué os parece? Ya sabéis que nos lo podéis comunicar mediante reviews.

Con cariño,

WickedlyAwesomeMe y Pabel Moonlight.