1

i.

La Academia Militar de Shin-Ra, un ejército preparado para enfrentarse a cualquier enemigo. Un lugar por el que muchos adolescentes dejaban sus hogares, una nueva familia formada por héroes y protectores de la paz. En los últimos meses, el índice de reclutamiento había ascendido exponencialmente debido a la joven promesa del ejército, Sephiroth, el experto espadachín y SOLDADO de 1ª Clase como ningún otro. Demostró poseer una fuerza sobrehumana, una a la que muchos jóvenes aspiraban obtener, pero sólo el nuevo y secreto entrenamiento de Shin-Ra se la otorgaría. Entre aquellos jóvenes, el recluta Cloud Strife de Nibelheim estaba dispuesto a enseñar al mundo sus capacidades.

El entrenamiento para adquirir las nociones básicas y ser nombrado SOLDADO constaba de seis meses; ésa era su primera meta, acabarla. Sin embargo, las dos primeras semanas habían sido muy duras para Cloud. Aprobó la dura prueba de acceso por los pelos y ahora se encontraba en un apuro. Su adiestramiento aún no le había hecho desarrollar las mismas cualidades que a sus demás compañeros y las burlas no tardaron en aparecer. Aquéllo estaba fuera del control de Cloud. Por esa misma razón, no había hecho amigos, ni tampoco tenido interés en ello. Era una escena que se había repetido en su infancia tantas veces que le resultaba indiferente. ¿Quién necesitaba a esos niñatos inmaduros?

Como cada madrugada, había dado comienzo la matutina carrera en las instalaciones de la academia. Era un espacio al aire libre y acondicionado para simular un terreno natural y urbano al mismo tiempo. El clima jugaba un papel muy importante sobre el terreno y los cadetes debían adaptarse a éste, hiciese sol, lluvia o nieve. Nunca se sabía en qué lugar se les necesitaría.

Ese día en concreto la lluvia caía con fuerza sobre el campo y los mismos reclutas. Éstos no estaban formados más que por adolescentes que comprendían entre los catorce y dieciséis años, una juventud que se aprovechaba para aplicarles un entrenamiento especial. Entre todos aquellos chicos haciendo sentadillas bajo las inclemencias del tiempo, destacaba un niño rubio por su peculiar energía y estatura, no precisamente por rebasar la media de los demás. En concreto, su entrenador le estuvo prestando excesiva atención durante los últimos días.

—¡Mueve ese culo más rápido, cadete! —le gritó en el oído mientras los demás aguantaban la carcajada en la garganta—. ¡Así no vas a llegar ni a cocinero del cuartel!

Y ante el aviso, Cloud puso mayor esfuerzo, a sabiendas de que su resistencia se vería afectada durante el entrenamiento restante.

Aun con la insoportable presión que había acumulado durante las últimas semanas, Cloud no podía rechistar. En más de una ocasión pensó en abandonar, regresar a casa y buscar otra vocación. La verdad era que le asustaba vivir solo en ese caótico mundo en guerra, pero al mismo tiempo no quería verse como un cobarde ni admitir ser débil. Además, la promesa que le había hecho a Tifa y a sí mismo le mantenían en una encrucijada entre su orgullo y sus necesidades.

Tales pensamientos de duda hicieron que Cloud desconectara del ejercicio y no cumpliera con el objetivo impuesto por su entrenador. Ante su grito de desaprobación, su castigo fue recorrer el campo de entrenamiento el doble que sus compañeros, algo que animó las chanzas de los demás. Éstas aparecieron cada vez que le adelantaban durante la carrera, lo que alimentó más su rabia, pero también mermaba gravemente su autoestima.

Cloud nunca imaginó que sería fácil, pero tampoco insoportable. Cada vez sus pies eran más difíciles de levantar y el barro que se había formado complicaba aún más dar sólo un paso. No sabía por cuánto más aguantaría su cuerpo y el acoso de sus compañeros.

Poco después, el silbato del entrenador rechinó por todo el campo, dando por finalizada la carrera, no así la de Cloud. Antes de que sus compañeros se retiraran por petición de su superior, uno de ellos lo empujó y lo hizo caer de bruces al lodo. Las risas regresaron al unísono y reiteraron en sus inseguridades. Sin embargo, nunca fue un indefenso. Cloud se apoyó sobre sus manos para alzar el cuerpo, aunque las piernas le temblaban.

—Oh, miradle —se burló el cabecilla del grupo, un chico bastante grande para su edad—. ¡Parece una lombriz revolcándose en la mierda!

Las carcajadas volvieron a suceder. Cloud sacó sus últimas fuerzas para intentar levantarse, pero un chico de pelo negro se interpuso para defenderle.

—¡Métete con los de tu tamaño! —le exigió con los brazos extendidos.

La sorpresa se dibujó en el rostro del abusón.

—Eso mismo te digo yo —se burló de él.

Y, antes de que el chico pudiera reaccionar, recibió tal puñetazo en la mejilla que lo arrastró al barro junto a Cloud. Aquella escena provocó la risa del resto; lo comprendía, estaban los dos envueltos en barro y no eran precisamente los más fuertes entre los presentes.

El abusón dio un par de pasos hacia ellos y les advirtió desde su posición de poder:

—Espero que hayáis aprendido quién manda aquí, enclenques.

Sus amigos rieron de nuevo antes de ser interrumpidos por el entrenador, quien les pegó una fuerte voz para que tomaran su descanso de una vez. Después se acercó a Cloud y al otro chico, quienes se levantaban del suelo.

—Terminad de dar la puta vuelta al campo —espetó la orden.

—¡Sí, señor! —dijo el chico de cabello moreno.

Sin embargo, Cloud no dijo nada y el superior, enojado, lo agarró de un brazo y tiró de él para que se incorporara de una vez.

—¡Tú! ¡¿Me has escuchado?! —le bramó y le sacudió.

Cloud se encogió sobre sí mismo, reprimiendo con todas sus fuerzas no perder el juicio y gritar. Respiró hondo y farfulló:

—Sí, señor...

Finalmente el entrenador le soltó del brazo con rudeza.

—Bien, espero no tener que volver a repetirte que sigas el protocolo.

El entrenador, después de mirar a los dos con suficiencia, los abandonó en mitad del campo y regresó a su posición, a la espera de que cumpliera con el último tramo.

Cloud fue el primero en comenzar la carrera. Con la ambiente más calmado, se paró a pensar qué diantres había sucedido. Un chico había intercedido por él en una pelea. Sí, ese que había llegado nuevo esa misma mañana. Si antes no había reparado en él, fue porque creyó que se uniría a las burlas con el resto, para éso que llaman "encajar". Estaba bastante sorprendido.

—Psss.

Escuchó detrás de él en mitad de la carrera. Frunció el ceño y lo ignoró.

—Psss, psss.

«¡Otra vez!» Cloud, crispado, giró la cabeza hacia el chico. Lo vio sonreír, a pesar de lo mal que se le veía el golpe de la mejilla. Luego aceleró su paso un poco más y se situó a su lado.

—Hey, ¿cómo te llamas? —le preguntó animado.

¿Aquéllo iba en serio? En todo el tiempo que estuvo allí, nadie se paró a preguntarle nada. Y, por si acaso, se mantuvo en guardia.

—Cloud... —le dijo entre leves jadeos.

—Yo soy Zack —respondió sin que le hubiese preguntado—. ¿Todos son así de violentos? He visto a ese tonto empujarte sin razón y no he podido evitar meterme.

Cloud guardó silencio y puso la mirada en el suelo. No quería admitir la verdadera razón por la que se metían con él.

—Pues acabas de sentenciarte —le dijo con resignación.

—¿Eh? ¿Y éso por qué?

Antes de que Cloud pudiera responderle, el entrenador regresó para prohibirles hablar. Para ello, les hizo dar la vuelta en solitario, la cual se le hizo muy complicada a Cloud. La lluvia no había cesado y, cuando sus piernas no pudieron sostenerlo más, Zack acudió a ayudarle. Ambos recibieron un sermón por parte del entrenador y fueron enviados inmediatamente a la enfermería. De no haber normas que protegieran a los cadetes, era seguro que lo hubiese dejado desfallecer en el barro, a su suerte.

Una vez en el ala de enfermería, se sentaron en las butacas de hierro de la alargada y aséptica sala de espera. Los dos estaban envueltos en barro, pero Cloud el único con el cuerpo temblando entre cansancio y frío; tenía los ánimos tan mermados que se sintió desaparecer. Cloud se inclinó hacia adelante y ocultó su rostro entre los brazos, conteniendo para sí mismo las ganas de llorar. Ni siquiera él se creía que acabaría su entrenamiento básico. Por mucho que se esforzara, no conseguía resultados. Se había convertido en el objeto de burlas de sus compañeros y en el desahogo de sus entrenadores. En Nibelheim de algún modo conseguía defenderse de las agresiones, unas que no tenían comparación con las de la academia. Desde que llegó, la única solución había sido ocultarse y esperar, pero ni siquiera había empezado a ganar altura, tampoco la masa muscular necesaria para cumplir con las expectativas; los ejercicios físicos cada vez cansaban más su cuerpo y la comida apenas le resultaba apetecible.

Por primera vez, Cloud comenzaba a reconocer que era débil, tal y como todos siempre le habían creído.

«¿Debería abandonar...?»

La respuesta que tanto esperó darse a sí mismo se desvaneció en los confines de su mente cuando la voz de Zack lo sacó de su recogimiento. Cloud tembló y rápidamente se enjugó los ojos.

—Oye... ¿Estás bien?

Pero Cloud no le dirigió ni una mirada. Tampoco hubo respuesta alguna, más concentrado en disimular su flaqueza. Por desgracia o no, Zack insistió:

—Me lo tomaré como un no —hizo una pausa—. No deberías dejar que los malos pensamientos te atormenten... Y mucho menos que te golpeen de esa manera.

Cuando Cloud quiso darse cuenta, tenía a Zack medio asomado por su costado, examinándole con esos enormes ojos del color de las drusas de amatista. Ahora que lo podía apreciar mejor, era un joven algo mayor que él, con el pelo alborotado y no muy largo. Ignoró por completo la inflamación que tenía en la mejilla.

A Cloud no le apetecía hablar y los consejos de Zack eran, cuando menos, inoportunos. Nadie le había pedido opinión.

—Es muy fácil decirlo —respondió con un murmuro carente de fuerza.

—Puede ser, pero lo primero es convencerse de ello, ¿no crees? —se giró y apoyó el brazo sobre el respaldo de la butaca de Cloud—. Muchas veces conseguimos más creyéndolo que trabajando en los resultados.

Cloud le dirigió una recelosa mirada a Zack, quien se había señalado un instante la frente para proseguir con su charla:

—Todo está en la mente y si no dejas de pensar en cosas malas —se tomó la libertad de darle también a Cloud en la frente con el índice—, al final acabarán sucediendo.

No obstante, él no encontraba calma en las convicciones de Zack. Como mucho, podía parecerle demasiado optimista y al mismo tiempo un iluso. Y aún así, era capaz de conservar su propia y pueril ingenuidad entorno a sus deseos de entrar en SOLDADO.

—Pareces muy seguro de ello... —entrecerró los ojos.

Palabras que hicieron sonreír a Zack, que había optado por una postura bastante orgullosa. Puso una pierna sobre la otra y alzó el mentón.

—¿Y cómo crees entonces que he superado las pruebas para entrar al ejército? —dijo muy ufano mientras se tocaba los escasos bíceps que tenía—. ¡Si soy un enclenque!

Aquéllo hizo que cualquier pequeño atisbo de esperanza por conseguir su meta desapareciese. Si Zack era un enclenque, entonces él mismo debería ser peor que una hormiga.

—¿Y dices que con sólo desearlo se puede conseguir? —preguntó Cloud antes de decidir rendirse.

Zack inclinó la cabeza para mirar a Cloud, que no dejaba de evitar cualquier contacto visual.

—Hay más factores, pero el empeño es lo más importante —le explicó—. Si de verdad queremos convertirnos en SOLDADO, no debemos dejar de luchar por ello. No importa lo que venga por delante, ¡hay que seguir luchando hasta conseguirlo!

En ese instante, Cloud guardó silencio conforme se encogía sobre sí mismo, pensativo. ¿Era tan sencillo como eso? Aguantar, aguantar y aguantar... porque el esfuerzo siempre daba sus frutos. Si sólo bastaba con ser perseverante, estaba dispuesto a darse una oportunidad más.

—Si tú lo dices... —respondió con desgana.

Su respuesta hizo que Zack le diera una suave palmada en el hombro, algo que le molestó a Cloud. Sin embargo, no dijo ni hizo nada al respecto.

—¡Vamos, Cloud! —le exclamó ameno—. ¡Tienes que creértelo! Lamentablemente éso es algo que nadie hará por ti. Y, para empezar, debemos defendernos de esos abusones. Se supone que debería haber un control sobre esos tontos, pero... ya ves. Al parecer prefieren que nos peguemos entre nosotros.

Cloud comenzó a entender muchas cosas a raíz de ese comentario. Ya no se trataba sólo de entrenar, sino también de sobrevivir. Un sistema que, desde dentro, no creaba soluciones; debían ser ellos mismos los que lo hicieran.

—Pudiste unirte a ellos —le comentó Cloud—. Ahora tienen más motivos para pelearse con nosotros.

Zack parpadeó un par de veces e inclinó la cabeza confuso.

—¿Por qué dices eso? Eras tú el que estaba en problemas —respondió con indignación—. Jamás me aprovecharía de esas situaciones.

El gesto de Cloud cambió por completo y le miró de reojo, sin palabras. ¿Había escuchado bien? ¿Qué hacía alguien así en los reclutamientos de SOLDADO?

—¿Y por qué no? Éso te haría ganar más puntos... supongo.

De inmediato Zack negó con la cabeza firmemente e intensificó su mirada, como si sus convicciones estuviesen por encima de todo.

—No pienso jugar a ese juego de dominancia sabiendo que hay alguien que sufre por ello —le explicó con un dedo alzado—. Es verdad que hay mucha gente que haría cualquier cosa por cumplir sus sueños, pero yo no soy de esos. Hay que conseguir nuestras metas de forma limpia y, si para hacerlo no nos queda otra que responder con los puños, que así sea. ¡Así les demostraremos que no somos unos enclenques!

Cloud agachó la mirada y se sostuvo las manos con insistencia, frotándolas entre sí. De algún modo aludido, se preguntó si él sería como uno de esos abusones si realmente tuviese fuerza para hacerlo. Ahora, en el otro extremo de la violencia, no tenía posibilidad de demostrar nada, pero ¿y si la tuviese? ¿Seguiría leal a sus principios?

—No sé yo si tengo madera para esto... —dijo Cloud con cierta vergüenza de admitirlo.

—¡Oye! —exclamó Zack con el puño en alto—. Si has llegado hasta aquí, es porque algo tienes de guerrillero, ¿no?

Y hablaba con tal convencimiento, que era imposible no caer contagiado. Cloud dudó de su incapacidad para la labor y reconsideró aquella prematura decisión de salir de la academia.

—Supongo... —dijo al encogerse de hombros de nuevo.

Igualmente Zack respondió con una sonrisa jovial.

—Confía en mí —respondió al golpearse el pecho suavemente—. Además, acaba de empezar el entrenamiento semestral. Es muy pronto para rendirse.

Zack tenía razón. No había llegado hasta allí para darse por vencido con tanta facilidad. Debía ser paciente consigo mismo y superar los obstáculos, adquirir fuerza y las habilidades que había estado esperando. Ahora las tenía enfrente, esperando a ser conseguidas.

Cloud entonces asintió y alzó la mirada para encontrarse con la de Zack, tan intensa como el atrayente color de sus ojos. Se vio prometiéndose que continuaría su entrenamiento, al menos para demostrarle a Zack que sus palabras no habían caído en saco roto.

—Te agradezco mucho los ánimos —dijo Cloud con un renovado ánimo, a lo que Zack respondió con una sonrisa más amplia.

Entonces el enfermero salió a la sala de espera con una carpeta bajo el brazo y miró a los dos jóvenes sentados en las butacas.

—¿Quién va primero? —preguntó mientras leía la lista de espera.

Ambos se miraron y Cloud inmediatamente señaló a Zack. Después de todo, una mejilla inflamada era peor que un vahído sin importancia. Zack se puso en pie después de agradecerle el detalle y, antes de acompañar al enfermero, se giró hacia Cloud.

—No quiero volver a verte deprimido —le advirtió con un tono de broma y después se tomó la confianza de revolverle el pelo—. ¡Luego nos vemos!

Zack abandonó el pasillo hacia la sala de enfermería y dejó a Cloud en manos de su propia mente. Poco más compartieron esa mañana y, después de ver a Zack salir de allí con un par de puntos en la mejilla, fue el siguiente en ser atendido.

A diferencia de Zack, no le concedieron el día libre, por lo que tuvo que engancharse a la siguiente hora de entrenamiento con armas de fuego. Y, después de varios días temiendo presentarse frente a sus compañeros, por primera vez, Cloud lo hizo con confianza.

ii.

Llegado el anochecer, el entrenamiento diario llegó a su fin y todos los reclutas regresaban a sus celdas particulares. No eran salas grandes, sólo había el espacio justo para una cama y una pequeña mesa con su respectiva silla. La mayoría de los cadetes salían o esperaban al toque de queda antes de regresar a sus habitáculos, sin embargo, Cloud hallaba calma en la soledad de las cuatro paredes. Le gustaba mirar por la ventana, leer algún que otro ensayo o estudiar, incluso visualizar su futura vida como SOLDADO de 1ª Clase, aunque últimamente ese futuro se había visto ennegrecido por los últimos acontecimientos. Pero entonces apareció Zack para darle una nueva oportunidad a su futuro en el ejército; ni siquiera su madre había conseguido llenarle la cabeza con tanto entusiasmo.

Nada más entrar en su habitación y encender la luz, distinguió sobre la mesa una carta. Cloud dejó su bolsa sobre la cama y se sentó con pesadez en la incómoda silla de metal. Acercó el sobre con un par de dedos y comprobó que se trataba de su madre... otra vez. Ya había recibido cuatro desde que llegó a Midgar y aún no se había dignado a responder ninguna hasta ese momento.

Antes de que la inspiración se marchitase, Cloud abrió el sobre y sacó su contenido. No era más que una hoja escrita a mano por una cara. Aunque sólo se trataban de frases cortas, su madre nunca había dejado de mostrar preocupación en las tres últimas semanas en las que no había recibido noticias de él. Con sólo catorce años de edad recién cumplidos, cualquier madre estaría turbada y al mismo tiempo deseándole la mayor suerte y fortaleza.

Sin poder evitarlo, el chico sintió una punzada de remordimiento y no se demoró en sacar un poco de papel para escribir una más que merecida respuesta para su madre. Siempre fue un niño de pocas palabras, pero honesto y diáfano en cierto sentido. Unas palabras tranquilizadoras bastarían para calmar el desasosiego de su madre, al menos por un par de semanas más.

Esperaba que también lo fueran para sí mismo y su recuperado optimismo.